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ARTÍCULO

Rocas ceremoniales en los campos de cultivo de Los Colorados (Catamarca, Argentina)

Marco A. Giovannetti

https://orcid.org/0000-0001-5305-0341

División Arqueología, Facultad de Ciencias Naturales y Museo, Universidad Nacional de La Plata (UNLP) / Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Paseo del Bosque s/n (CP B1900FWA) La Plata, Buenos Aires, Argentina. E-mail: mgiovannetti@conicet.gov.ar

Recibido: 23 de junio de 2021
Aceptado: 3 de diciembre de 2021

Resumen

A lo largo de la geografía andina, las comunidades de agricultores y pastores han venerado una multiplicidad de entidades de naturaleza pétrea, conocidas normalmente en quechua como wankas. En el sitio Los Colorados (Catamarca), un enclave agrícola multicomponente notablemente transformado en época inka, se ha registrado un conjunto importante de rocas entre los campos de cultivo y otros espacios particulares, que pueden ser analizados bajo la perspectiva de la ritualidad. En este trabajo se realiza una descripción de cada una de las entidades identificadas como parte de la práctica ritual agrícola, buscando comparativamente referentes análogos en otros sitios de los Andes, donde también se hallaron entidades de este tipo. Se destaca en este centro de producción agrícola una importante diversidad de formas y dimensiones de las entidades rocosas analizadas. En Los Colorados es posible que esta diversidad manifieste identificaciones propias para cada uno de los conjuntos con rocas especiales y, por ende, la constitución de relaciones también particulares en vinculación con ceremonias agrícolas prehispánicas.

Palabras claves: Campos agrícolas; Ritualidad; Entidades rocosas; Noroeste argentino

Ceremonial rocks at Los Colorados agricultural fields (Catamarca, Argentina)

Abstract

Throughout the Andean geography, the communities of farmers and shepherds have venerated a multiplicity of lithic entities of commonly known in Quechua as wankas. At Los Colorados (Catamarca province), a multicomponent agricultural site notably transformed in the Inca period, an important set of rocks have been recorded between the cultivated fields and other particular spaces that can be analyzed from the perspective of rituality. In this paper, we describe each of the entities identified as part of the agricultural ritual practice, comparatively searching for similar references in other sites in the Andes where entities of this type were also found. An important diversity of shapes and dimensions of the rock entities analyzed stands out in this agricultural production center. In Los Colorados, this diversity may manifest specific identifications for each of the groups with special rocks and, therefore, the constitution of particular relationships in connection with pre-Hispanic agricultural ceremonies.

Keywords: Agricultural fields; Rituality; Rock entities; Argentine northwest

Introducción

La sobreabundante presencia de las rocas en la constitución de los paisajes sacralizados andinos ha calado tan hondo en las investigaciones del pasado y del presente que se llegó a proponer la existencia de un paisaje social litificado, un discurso lítico andino (Rubina, 1992; Van de Guchte, 1984) o una ideología lítica para la comunicación del poder político en época inka (Christie, 2009). La noción de waka, término andino que alude a entidades tomadas por sagradas con poderes superiores capaces de realizar actos poco comunes (Bray, 2015), incluiría rocas que se erigen en los pueblos y en las chakras, markayoq y chakrayoq, respectivamente (Dean, 2015). Pero estas entidades tienen su especificidad y se condensan en un concepto propio, el de wanka. Se describen como rocas con formas especiales, por lo general ahusadas con puntas en cuña, que son apuntaladas en la entrada de los pueblos o en su plaza central, en medio de los campos de cultivo y dentro o en cercanías de los lugares de resguardo de ganado. Datos e inferencias significativas han surgido desde las crónicas españolas del Perú y Bolivia permitiendo, incluso, desentrañar los sentidos que circulaban en época de los inkas (Duviols, 1979). Estas Rocas Ceremoniales (RC) manifestaban un vínculo estrecho con los antepasados mitificados, guerreros o maestros de artes y oficios, del cual serían sus dobles alter ego petrificados, cuyos poderes seguirían actuando en la lejanía de los tiempos.

En etnografías actuales pudo constatarse que esta práctica no se restringe a los agricultores de los valles sino también a los pastores de altura (Robin Azevedo, 2010) y, conocidas como piedras Pachamama, la extensión geográfica de su culto llegaría hasta el noroeste argentino (NOA) (Mariscotti de Görlitz, 1978). Tanto en el pasado como en la actualidad se destaca la función protectora de estas piedras para la producción y resguardo de recursos alimenticios, así como el bienestar general de la comunidad que rinde culto a cada entidad lítica de forma personalizada.

Lamentablemente, en el campo de la arqueología es poco lo que se ha avanzado sobre este particular fenómeno andino sobre todo en lo relacionado al mundo de la agricultura. En cambio, es más frecuente hallar publicaciones sobre rocas como peñascos o promontorios que fueron resaltados en el paisaje marcando un claro indicio de actividad cúltica en poblados (Giovannetti, 2015; González y Tarragó, 2004; Tarragó y González, 2004) o como monolitos guardianes y protectores de espacios vinculados a la minería (López y Coloca, 2019). En los Andes centrales hay casos notables que los relacionan al mundo de las wakas inka (Bray, 2015; Dean, 2015). En el NOA, este tipo de fenómenos se destaca, por un lado, en el caso de El Shincal, donde bloques con poca alteración antrópica se convierten en el centro de espacios arquitectónicos minuciosamente preparados para resaltar una constitución sacralizada del espacio (Giovannetti, 2016; Giovannetti y Páez, 2020) y, por otro, en Ampajango 2, con la interesante apropiación de un peñasco devenido en ushnu (González y Tarragó, 2004).

Al parecer un culto anterior al Tawantinsuyu gravitó aún en tiempos inkaicos, jugando un papel fundamental en la rearticulación política estatal con las comunidades conquistadas. También el sitio Villavil 2, al norte del valle de Hualfín, puede representar uno de los casos más notables, donde varios bloques de morfologías distintivas –producto de la erosión de la roca de base– fueron delimitados con muros o montículos en un espacio que ha dado indicios de ceremonias comunales de momentos preinkaicos, aunque luego absorbidos por el culto estatal (Lynch y Giovannetti, 2018). Y si a la noción de wanka nos atenemos, Nielsen (2018) encuentra una homología con las chullpas de las poblaciones tardías del altiplano sur, que luego fueron apropiadas y multiplicadas por los inkas.

En el dominio agrícola destaco un estudio específico donde se aborda la noción de wanka para el sitio Las Pailas, en la provincia de Salta, y se resalta comparativamente su ocurrencia más al norte, en Coctaca (Páez y Marinangeli, 2016). Otras menciones de bloques rocosos grabados y agujeros tipo qocha se han mencionado para campos de cultivo en el valle Calchaquí medio (Williams y Castellanos, 2018).

En definitiva, el antiguo culto a las rocas en el mundo andino parece ser el camino sobre el cual reconocer vestigios arqueológicos que siempre han estado allí, en pueblos y campos de cultivo, pero que normalmente han pasado desapercibidos por exponer pocas o ninguna diferencia con otras rocas que componen el paisaje. Desde este enfoque quiero exponer y analizar un conjunto de elementos arqueológicos en el sitio agrícola Los Colorados en la provincia de Catamarca, que se manifiestan como bloques distintivos entre los campos agrícolas. Pretendo realizar un aporte al campo de la agricultura prehispánica, pero no desde una perspectiva meramente económica o tecnológica, sino mediante otra que a los ojos de sus constructores resultaba económica, tecnológica y religiosa al mismo tiempo.

El auxilio teórico para interpretar el problema

Desarticular epistemológicamente un abordaje que escinde dominios sociales de las formas del vivir del pasado en los Andes1 y articularlos en una nueva perspectiva interpretativa más acorde con sus propias miradas, requiere del auxilio de abordajes que han sido encasillados dentro del giro ontológico. Sin adentrarme en la abundante producción en el campo de la etnografía andina, tomo inspiración en la producción para los estudios inkaicos de Bray (2015) y las analogías de Allen (2016), quien realiza una interesante dialéctica entre pasado y presente para entender prácticas y creencias actuales que pueden aportar mucho sobre la cosmovisión de los inkas. Estas perspectivas han tomado recursos conceptuales de la propuesta de Descolá (2012) y sus modos ontológicos quien, para los Andes, entiende que la percepción de las entidades vivas, su clasificación y relaciones recíprocas, se engloban dentro de un modo de identificación denominado analógico. En el mismo, los planos de fisicalidad e interioridad (las disposiciones básicas complementarias a partir de las cuales se evalúa y clasifica a los seres que pueblan el mundo) marcan discontinuidades entre todas las entidades existentes, creando necesidades de encadenar por detalles mínimos analógicos a cada unade las mismas. Esa necesidad de ordenar el caos de la multiplicidad de existente requiere la construcción de leyes generales de clasificación y ordenamiento de los seres, englobadas en dualidades y oposiciones de escala universal (alto/bajo, frío/húmedo, microcosmos/macrocosmos, así como también escalas cromáticas, etc.). Aun así, Allen (2015) sugiere que las sociedades andinas, sobre todo la inkaica, contienen significativos rasgos de modos animistas (continuidad en las interioridades, discontinuidad en las fisicalidades, es decir, seres de naturaleza similar en cuanto a conciencia, voluntad e intención, pero en cuerpos divergentes) más que analógicos. Quizás la aclaración de Descolá (2014) respecto que un modo ontológico nunca se reconoce como exclusivo y homogéneo dentro de un colectivo social, sino que se presenta como dominante, aunque pudiendo convivir con otro u otros subordinados, puede ayudar a salvar este asunto respecto de los Andes.

Lo concreto es que, más allá de la discusión previa respecto de donde clasificamos a las sociedades andinas (si es que es posible hablar de los Andes homogéneamente, lo cual dudo), existe un amplio consenso respecto de que se reconocía agencia en una multiplicidad de seres, entre ellos, las rocas en cualquiera de sus formas o dimensiones. Es decir, las rocas presentarían atributos de seres vivos y además inteligencia e intencionalidad. Esto sería posible gracias a una perspectiva filosófica que considera que existe un flujo de energía vital (Kamaq, Samay, Khallpa o cualquiera de los otros términos con los que se nombran sustancias inmateriales de ese tipo) que reside en todos los cuerpos y que, en casos particulares, se encuentra concentrado densamente y otorga poderes especiales (Giovannetti y Páez, 2020). Para las rocas wanka, en particular, no sólo es posible reconocer esto, sino, como lo demostró Duviols (1979), se entrelazan también en relaciones sociales de parentesco, sexuales, de poder guerrero y político. Este fuerte entrelazamiento produce vínculos en cada wanka que son propios de la comunidad con la cual se emparenta. El aspecto de la ancestralidad conforma la matriz fundamental sobre la que se aglutina todo vínculo. De hecho, cada wanka representaría un ancestro mítico o real, pero ya no como una metamorfosis sino como un desdoblamiento de su fuerza vital o espíritu. Las chullpas, como bien lo señala Nielsen (2018), encontrarían un punto de encaje con las huancas en la representación del ancestro desdoblado, su fuerza vital no tendría impedimento para engendrar múltiples cuerpos litificados. De las lecturas anteriores es importante destacar la diversidad de formas y vínculos que estas entidades podían constituir, ya no sólo como diferencia cultural marcada por la distancia étnica, sino al interior mismo de cada comunidad.

Es necesario pensar que estas entidades no eran objeto de culto y devoción sólo por la necesidad de perseguir preceptos religiosos independientes de otros asuntos sociales, como la política, por ejemplo. Kosiba (2020) expone que para entender una lógica andina de construcción política es necesario comprender la teoría del poder según sus percepciones, donde las wakas serían agentes fundamentales. Se las consulta, obedece o incluso enfrenta, estableciendo canales de comunicación que requieren de actividades rituales. Existe un carácter de reconocimiento devoto –que identificaríamos en nuestros propios parámetros como religioso–, dado que su poder excede las capacidades de la mayoría de los otros existentes. Por ello, su presencia en campos de cultivo, por ejemplo, no sólo manifestaría un asunto espiritual, sino también una necesidad para el buen funcionamiento social.

Wankas y otras entidades rocosas: distinguiendo su diversidad

Una particular morfología pareciera definir a las wankas, según la mayoría de los investigadores. Han sido calificadas como monolitos oblongos/columnares notablemente más altos que anchos, a la manera de cilindros de punta roma, enclavados en el terreno rememoran cierto aspecto fálico, significante con sentido vinculado a la fertilidad y a la protección (Duviols, 1979; Robin Azevedo, 2010). En el campo de la etnografía andina, sobre todo a partir de los estudios de Duviols (1979), el fenómeno de las rocas wanka ha despertado interés y ha recibido significativa atención como se ha señalado previamente. Aun cuando desde la arqueología son menos frecuentes los estudios, es posible recuperar ejemplos donde se han identificado entidades rocosas distintivas que recibieron un tratamiento especial por parte de las comunidades humanas. Es frecuente encontrar en las publicaciones la alusión a wanka cuando se habla de tales entidades, pero ¿remiten en todos los casos a la típica morfología columnar? Veremos que no y esto puede abrir interrogantes acerca de una diversidad de tipos de entidades rocosas que se percibieron como diferentes dentro del inconmensurable universo de rocas del paisaje andino. Quizás no todas sean wankas, en el sentido estricto que remite a entidades protectoras y guardianas, antepasados líticos de las comunidades, portadoras de poderes vinculados a la fertilidad, por ejemplo. Pero a juzgar por sus intervenciones antrópicas, ubicaciones especiales y, a veces, morfologías o tamaños destacables, permiten inferir que fueron parte de un conjunto de relaciones sociales que las anclaban en roles distintivos, interactuando significativamente en las redes de relacionzes del espacio que habitaban. Los emblemáticos menhires de Tafí, por su morfología e incluso intención mediante el tallado de buscar simbologías fálicas o alusivas a los antepasados, permiten atinadamente plantear un culto a las wankas desde momentos tempranos del NOA (García Azcarate, 1996).

En un sitio del Perú particularmente distintivo por la cantidad de monolitos wanka, por lo que lleva consecuentemente el nombre de Pariahuanca, Sánchez García (2011) realizó una tipología sobre más de 170 ejemplares. La buena muestra estadística otorga solidez a la idea de que la mayoría se exponen como rocas alargadas de hasta 2 m de alto. Pero es posible observar diversidad en cuanto a diseños y agrupamientos e, incluso, se identifican algunas variantes en cuanto a morfología. Por ejemplo, en ese sitio pueden presentarse solas, de a pares o en conjuntos de tres o cuatro bloques, así como con evidencias de tallado y pulido en alguna de sus caras. El autor reproduce un diálogo con una pastora que interpreta a las tríadas en términos de la unidad familiar nuclear, es decir, las altas son los padres, las más bajas y anchas las madres y las más pequeñas los hijos. En cuanto a las morfologías, si bien predominan las alargadas, algunas son más achatadas, de baja estatura. Mucho más al sur, en el valle Calchaquí norte, Páez y Marinangeli (2016) proponen para el sitio Las Pailas una tipología de rocas wanka situadas dentro de los canchones de cultivo. Si bien se presentan casos que tienden mayormente a la forma columnar (correspondiente al tipo 1), los tipos restantes son notoriamente más bajos y se destacan las figuras rectangulares. También suelen estar fuertemente clavadas en la tierra, a excepción de casos donde se apoyan sobre otras rocas más pequeñas que funcionan como sostén, pudiendo presentarse solitarias o agruparse de a pares.

Más allá de los ejemplares que, aún con una diversidad significativa en formas y tamaños, se identificarían con las wankas más conspicuas de los campos de cultivo (y también de los pueblos), quisiera poner atención sobre otras manifestaciones pétreas que también pueden relacionarse a la presencia de entidades poderosas, quizás englobadas bajo la noción de waka. La marcación de estas rocas y bloques de gran tamaño a través de amurallados adosados, tallas y pictografías rupestres pueden dar la pauta de que fueron el eje de prácticas ceremoniales que buscaron comunión entre seres humanos y no humanos. Una expresión que llama la atención es la horadación de cúpulas sin vinculación con las prácticas de molienda. Existe una interesante tendencia a pensarlas como parte de ritos inkaicos, sobre todo en sitios del Perú. Al respecto, he tenido la oportunidad de verificar personalmente esto en Tipón, Pisaq, Q’enqo, Puka Pukara, Killarumiyoq y, por supuesto, a lo largo de todo el complejo arqueológico Saqsaywaman (ver Figura 1B). De hecho, Monteverde Sotil (2014) ha realizado relevamientos identificando estas oquedades con wakas famosas en Laq’o y Chincana Grande (Saqsaywaman, Cusco). Se los conoce con diferentes nombres como espejos de agua, tacitas, llirphu o qocha y suelen asociarse a rituales vinculados al agua o, incluso, a observaciones del cielo (Ríos Mencias, 2012). Considero que podrían constituir receptáculos para la libación de chicha, tal como lo he sostenido para varios ejemplares que se encuentran en El Shincal (Giovannetti, 2015) (Figura 1A). Su asociación con posibles wankas ya se observa en Pariahuanca con el espécimen QJ-1 (sensu Sánchez García, 2011, p. 62 y Lámina 12a). En el valle Calchaquí medio han sido reportados bloques rocosos con qochas entre los campos de cultivo, al igual que maquetas líticas y bloques con grabados rupestres interpretados como espacios donde se realizaban ritos y ceremonias vinculadas con la fertilidad de la tierra y la producción agrícola (Williams, 2022; Williams y Castellanos, 2018).

Figura 1. Bloques rocosos con oquedades aisladas en: A) el Cerro Divisadero de El Shincal (Catamarca, Argentina) y B) Laq’o, Saqsaywaman (Cusco, Perú).

La veneración de bloques rocosos monumentales también merece una mención. Existen casos donde peñascos de gran tamaño, algunos sin intervención directa sobre su superficie, ubicados en lugares especiales que, en ocasiones, marcan direcciones relevantes y/o fueron objeto de construcción arquitectónica, ya sea por muros adosados, perímetros pircados o montículos artificiales. La circunscripción a partir de muros periféricos es un atributo que merece detallarse en relación con sitios del período de Desarrollos Regionales del NOA, ya que pareciera identificarse como elemento constitutivo de su espacio. Al norte del valle de Hualfín, el sitio Villavil 2 contiene un conjunto importante de estos afloramientos rocosos. Todo el sitio en sí mismo representa un espacio singular del paisaje sacralizado para aquellas comunidades que lo frecuentaban (Lynch y Giovannetti, 2018). Grabados rupestres, complejos de morteros múltiples y restos materiales de reuniones no cotidianas completan un contexto del festejo ceremonial, donde los afloramientos de arenisca morada fueron el centro de atención, delimitándoseles un espacio propio a través de montículos y perímetros pircados. Es interesante notar que en los campos de Las Pailas también existen estos peñones inamovibles que fueron destacados con muros pircados, delimitando también un espacio cúltico. Las excavaciones dentro de los mismos dieron cuenta de objetos atípicos y grandes cantidades de cerámica resultantes de actividades de comensalismo (Páez y Marinangeli, 2016). Otros bloques, también interpretados como wankas rodeadas de rocas, se encuentran en el espacio ceremonial de Rincón Chico (Tarragó y González, 2004). Tumbas caracterizadas como especiales, formaban parte de ese entorno sacralizado. En este caso no parece haber asociación con campos de cultivo. Pero para los autores claramente se define la existencia de peñascos, parte de un centro ceremonial centralizado sobre valores vinculados a la protección de la comunidad y sus antepasados, como entidades poderosas legitimadoras de la jerarquía social. En las etnografías andinas del siglo XX son numerosos los relatos de culto a peñascos demarcados por un espacio sagrado que los contiene e, incluso, se han descripto búsquedas de formas zoo y antropomorfas en los perfiles de las rocas, a veces con la fabricación de oquedades tipo “tacitas” para destacar rasgos de un rostro (Mariscotti de Görlitz, 1978).

El repertorio antes mencionado servirá para tratar de entender el porqué de la selección de ocho casos del sitio Los Colorados. De las miles de rocas que componen el paisaje, muchas de las cuales conforman la matriz arquitectónica de las estructuras agrícolas, un conjunto reducido ha llamado la atención por haber recibido un tratamiento especial, presentando marcas particulares que no exponen las muchas otras que comparten su naturaleza geológica. Si bien, como se verá, presentan diferencias, a la luz del corpus conocido sobre las wankas y demás entidades rocosas tomadas por seres de poderes poco comunes, trataré de exponer su distinción y argumentar la posibilidad de que conformaran una comunidad de tal tipo para los agricultores del pasado.

Los Colorados

Cuando por primera vez encaré el estudio del sitio Los Colorados fue desde la perspectiva de la producción agrícola prehispánica. De esta manera pudieron registrarse más de 300 ha de campos de cultivo (Figura 2) que eran atravesados por un camino (posiblemente Qhapaq Ñan secundario) que conducía a El Shincal hacia el sudeste y a más campos agrícolas hacia el norte, donde seguramente conectaba con el valle de Hualfín. El rio Quimivil, en este tramo, recibe la afluencia de cursos menores como el rio Los Baños que corre en dirección este-oeste, perpendicular al cauce colector. El paisaje moldeado por estos agentes naturales expone un extenso valle, donde se han dispuesto canchones de cultivo en los sectores de menor pendiente y andenes sobre ladera en los cerros. La disposición, los límites topográficos y las características intrínsecas han llevado a seccionar los campos de cultivo en un mínimo de 11 Zonas de Andenes (ZA) y cinco Mesetas de Cultivo (MC) donde se desplegaron los canchones.

Los andenes de cultivo se construyeron con bloques rocosos locales a partir de una técnica homogénea: se levantaron muros simples cementados con barro hasta 1,30 m de alto y los espacios cultivables fueron rellenados con tierra2, variando su espesor entre 1 y 2,20 m. En numerosas ocasiones fue posible observar cómo grandes bloques naturales del mismo cerro fueron utilizados en la construcción del muro de contención. Puede ser un mero aprovechamiento de la roca disponible, aunque resulta llamativo cómo se resolvió mantener grandes bloques, cuando lo más sencillo hubiera sido removerlos para lograr mayor espacio cultivable y otorgarle solidez al muro que de esta forma pierde continuidad. De hecho, la mayor parte de las veces se removieron grandes bloques, es decir, no siempre se dejaron para asimilarlos en la construcción del andén y, cuando esto se hizo, fue resuelto a través de complicadas formas arquitectónicas. Otro rasgo llamativo es la presencia permanente de gruesos muros dobles, de hasta 1,20 m de espesor, que atraviesan perpendicularmente los andenes siguiendo la dirección de la pendiente. Parecieran representar divisiones espaciales internas entre los campos de andenes. En el levantamiento cartográfico del sitio diferenciamos las 11 zonas de andenes a partir de cambios topográficos del paisaje, demarcados por causes de agua y cambios en la topografía de cerros y lomadas, aunque existen otros espacios que no pudieron ser relevados aún.

Figura 2. Ubicación del sitio Los Colorados, destacando la Zona de Andenes de cultivo –ZA– (verde) y la localización de las Rocas Ceremoniales –RC– (puntos rojos).

Los sectores con pendientes inferiores al 10% no fueron objeto de una concentrada arquitectura como en los andenes. Grandes explanadas fueron limpiadas de rocas, rodeadas por extensos muros circundantes y, en algunos casos, se construyeron canchones en su interior. Una excepción se presenta en la Meseta de Cultivo 1 (MC1), la más grande en dimensiones. En un sector específico cercano al muro delimitador, donde se ubica una entrada al sitio —marcada por una senda definida con muros—, se presenta un extraño patrón de tramos cortos de pirca simple seccionados por largos muros dobles que exponen quiebres de 90°. Los muros cortos se caracterizan por tres o cuatro rocas en hilera solamente (ver Figura 6A). En los primeros relevamientos espaciales lo denominé Sector Especial de Cultivo (SEC), aunque verdaderamente resta conocer con certeza qué tipos de prácticas se habrían llevado a cabo aquí, dado que los segmentos de muros cortos que se alternan ordenadamente no parecen constituir obras agrícolas cuantitativamente importantes en términos de potencial productivo.

Sectores de molienda fueron detectados en al menos seis espacios, dispersos como morteros fijos entre las Zonas de Andenes (ZA) y las Mesetas de Cultivo (MC). Grandes bloques rocosos fueron objeto de perforaciones en su superficie horizontal y plana para construir oquedades de molienda. El más numeroso contenía siete, mientras que el menor tres. La superficie plana de la roca fue ajustada de acuerdo con la cantidad de morteros. En la mayoría se asociaron con manos de moler dispersas en las inmediaciones y construcciones de pirca que rodean las rocas. En el caso del mortero ubicado en medio de la ZA4, no sólo contenía dos manos de moler en el interior de las cavidades, sino que al excavar el poco sedimento que lo recubría se descubrió la base de una tinaja estilo Belén. Las cavidades de molienda son de tamaños adecuados para moler, aunque el número de unidades no podría traducirse en una gran producción. Aun así, puede interpretarse que se preparaban alimentos y bebidas en el mismo momento en que se realizaban las labores agrícolas (Giovannetti, 2015).

El sitio Los Colorados se caracteriza por no presentar estructuras de vivienda, a excepción de un único caso específico. Reconociendo siempre que es notablemente más abundante la arquitectura con fines agrícolas, destacan dos estructuras de otra índole. Una de ellas combinada al camino, se describe como una posta, posiblemente un tamphu (tambo) pequeño de cinco habitaciones rodeando un patio, posiblemente un rectángulo perimetral compuesto (RPC) de tipo inkaico. Las excavaciones dieron cuenta de materiales de vivienda cotidiana, entre ellos, fragmentos de cerámica tosca utilitaria, fragmentos de vasijas Belén y Sanagasta y unos pocos Santamarianos, Famabalasto negro sobre rojo e Inka provincial (Giovannetti, 2015). También se registró la presencia de un fogón delimitado por rocas al interior de una de las habitaciones, una punta de proyectil de obsidiana y restos arqueobotánicos de maíz, algarroba y poroto completan un contexto que parece marcado por la diversidad cerámica y el desarrollo de actividades cotidianas. Cercano a este complejo se encuentra otra estructura muy particular con forma de plataforma rectangular, construida en rocas de caras planas pulidas ubicadas en la fachada. Si estuviera asociada a un camino podría corresponderse con lo que Vitry (2004) ha denominado estructura rectangular abierta adosada. Pero no parece relacionarse con el tramo del Qhapaq Ñan relevado en la zona (Moralejo, 2011). La inversión de energía puesta en el pulimento de las rocas y la perfecta orientación norte-sur hace pensar en un espacio para algún tipo de ritual.

Respecto de la cronología inferida para el sitio, la imagen que se observa en la actualidad corresponde, mayormente, a los cambios introducidos en época inkaica, momento en el cual los campos agrícolas llegaron a su máxima extensión. La cerámica recolectada en los campos y obtenida en excavaciones da cuenta de una ocupación de larga data, dado que son abundantes los estilos Ciénaga, Aguada y Belén (Giovannetti et al., 2010). El fechado radiocarbónico para el recinto habitado lo coloca en el período de Desarrollos Regionales, aproximadamente en 1400 d.C. (Giovannetti, 2015), aunque considerando las últimas discusiones sobre la llegada inkaica al extremo sur (Marsh, Kidd, Ogburn y Durán, 2017) podría tratarse de un asentamiento inka temprano. La arquitectura de este espacio recuerda la forma constructiva inkaica, pero no por ello queda fuera la consideración sobre un verdadero palimpsesto, ya no para este espacio particular sino para el sitio entero.

Las rocas ceremoniales en los campos de cultivo

Un conjunto de bloques grandes y la disposición de otros más pequeños fueron, desde un inicio, reconocidos como entidades particulares que no podían ser analizadas como meros productos del azar o un aspecto secundario de la arquitectura agrícola del sitio (ver Figura 2, para observar su dispersión en el paisaje). Atributos relacionados con una ubicación especial, marcado y picado de superficies, horadaciones, delimitaciones de espacios o anexos arquitectónicos excepcionales, marcan una intencionalidad de destacarlos en el paisaje agrícola. En conjuntos que reúnen características similares se exponen caso por caso, desplegando a continuación de esto un juego de comparaciones con lo desarrollado en las secciones anteriores sobre otros sitios arqueológicos de los Andes.

Los ejemplares con atributos de wankas

Dos conjuntos de rocas enclavadas sobre sedimento son las que mejor se ajustarían con las descripciones típicas de las wankas: RC1 y RC2.

RC1: Sobre el muro que delimita la MC1 existen muchos bloques grandes que se intercalan entre pircados de muros de contención. Este límite es marcado por la diferencia de altura entre los planos horizontales de la MC1 y una antigua terraza de inundación del río Quimivil, que corre unos 100 m al oeste. Los bloques exponen toda su dimensión y voluminosidad vistos desde la terraza de inundación, dado que no están tapados de sedimento. En cambio, desde el plano de la MC1, más arriba, su superficie visible se presenta a ras del suelo. Es dable preguntarse si no serían el resultado de la remoción en la limpieza de otros sectores destinados al cultivo. Uno de ellos en particular, correspondiente a RC1, de aproximadamente 6 m de diámetro, forma irregular y una superficie horizontal plana, fue objeto de la colocación prolija de seis rocas de tamaños variables formando un círculo (Figura 3). Sobre una capa fina de sedimento, que cubre gran parte de la superficie, se apuntalaron las rocas a la manera de una “ronda”. Es posible que el sedimento haya sido colocado para este fin de dar soporte. La roca mayor de este círculo mide 1,20 m de largo máximo, mientras que la menor alcanza apenas 0,40 m. Si bien la más grande es un bloque macizo morfológicamente homogéneo, otras dos mantienen formas ahusadas con extremos en cuña.

Figura 3. RC1. A) Esquema en planta y B) fotografía con vista desde arriba.

RC2: En la ZA2 tres rocas bien acomodadas resaltan sobre la homogeneidad que imponen los muros de contención (Figura 4). Sus tamaños (se podrían calificar como medianas) permitirían a una persona transportarlas sin inconvenientes. Su materia prima no se distingue de las demás rocas; en cambio, sus formas parecen distintivas, ya que presentan aspecto más delgado y la del medio se destaca por ser la más alargada de las tres, culminando en punta. Se ubican sobre el borde del andén, por encima del muro de contención.

Figura 4. RC2. A) Esquema frontal y B) fotografía con vista panorámica con detalle de las tres rocas.

Bloques con muros y rocas adosadas

RC3: Un gran bloque en posición natural ubicado en la ZA3 muestra un interesante patrón de puntos pequeños producidos mediante picado sobre una superficie inclinada. Forman una especie de figura rectangular, con uno de sus ejes mayor al otro. Al pie de la gran roca se construyó una rampa, con un espesor superior a 1 m y 10 m de largo (Figura 5), de refinada factura con relleno de barro y ripio. Parece haberse construido en función de la roca, más que como elemento útil a la función agrícola.

Figura 5. Bloque con marcas de picado en RC3. En primer plano se observa la rampa que conduce hasta la roca.

RC4: Un espacio particular, aquel descripto previamente como SEC, contiene una arquitectura de muros cortos perpendiculares a la pendiente atravesados por muros largos de mayor espesor. El más extenso presenta la curiosidad de crear la ilusión óptica de atravesar un gran bloque rocoso que parece no haberse removido. Sea como fuere, la elección del lugar para levantar el muro incluyó deliberadamente a la roca y parece haber sido importante para delimitar un sector interior dentro del SEC (Figura 6). No ha sido posible detectar indicios de alteración antrópica sobre el cuerpo del bloque, pero parece haber sido, en cambio, el objetivo principal para la ubicación del muro que la incorpora en medio de su recorrido. Si bien no es posible obviar que otros bloques grandes han sido parte de los muros en andenes de cultivo, este parece un caso muy diferente. En primer lugar, es necesario recordar la notoria particularidad del contexto donde se ubica. Este sector arquitectónico presenta un patrón donde no es posible interpretar prácticas agrícolas similares a las de todo el resto del sitio. Las hileras de tres o cuatro rocas dispuestas ordenadamente no pueden ser consideradas verdaderos andenes. De hecho, la pendiente suave no requiere de una arquitectura de andenes. Debe tenerse en cuenta que toda la MC1, donde se emplaza el espacio del SEC (que no alcanza a cubrir un 3% de la superficie total), fue limpiada de todo bloque rocoso e, incluso, de rodados de tamaño pequeño. Se presenta verdaderamente como una meseta bien preparada para cultivar sin necesidad de estructuras arquitectónicas mayores, como bien queda evidenciado en las otras MC del sitio. El SEC, además de coincidir con una de las entradas al sitio, bien definidas por camino y muro de contención, presenta una rampa muy bien construida que conecta con otro espacio de muros semicirculares abigarrados que, por sus disposiciones relativas, no parecen muy adecuados para el cultivo. Presentan, también, muy buena factura con selección de rocas y mantienen una altura homogénea. La roca RC4 es el único bloque de gran tamaño dejado en el lugar, dado que seguramente se removieron muchos otros en la limpieza del sector para constituir terreno agrícola. Pero lo que más impacta es como fue articulado al muro más largo del SEC, de tal forma que su magnitud desentona por completo. El muro no supera los 50 cm de alto mientras que el bloque supera ampliamente los 2 metros. Las particularidades del SEC en cuanto a su radicalmente distintiva arquitectura poco adecuada para la práctica agrícola, sumado al hecho de que el bloque no fue removido —mientras que toda la MC1 fue limpiada minuciosamente de rocas—, sino incorporado al muro más largo, permiten ubicarlo, al menos a manera de hipótesis, dentro de las rocas especialmente consideradas en Los Colorados.

Figura 6. A) Esquema del Sector Especial de Cultivo –SEC– con detalle de muros cortos (verde) y muros largos (rojo); B) fotografía destacando el bloque de RC4 (derecha) y el muro asociado.

RC5: Hacia el este se despliega otro extenso espacio de cultivo, la ZA10. Es la única que presentó una estructura circular de 3,30 m de diámetro, con una entrada mirando al sudeste. Una gran roca con forma de domo fue colocada de manera tal que la mayor parte de su base quedara elevada del suelo (Figura 7). Para ello se colocaron previamente rocas por debajo, que funcionan como pilares de sostén. También sobre sus laterales se colocaron otros bloques menores que solamente apoyan, sin ningún tipo de sedimento cementante. Se ubica en el límite entre dos andenes, uno superior, superficie sobre la que apoyan las bases del domo, y otro por debajo, ambos bien preservados. Si bien la erosión natural arrastró algo del sedimento por debajo de la roca, es posible verificar como aún se mantiene en el mismo nivel de altura que el andén superior sobre el que apoya. El conjunto de rocas apoyadas sobre los laterales del domo no deja dudas sobre acciones intencionales de marcar especialmente el bloque. Es uno de los casos más curiosos dado que, siendo completamente antrópica la disposición, es la única roca que no fue encajada sólidamente en el suelo, sino que se buscó lo contrario, elevarla sobre el mismo.

Figura 7. Bloque principal de RC5 en el centro, con rocas menores apoyadas por debajo y en los laterales.

RC6: Este caso se presenta como el bloque de mayor tamaño, destacable no sólo por esto sino por su colorido morado y su ubicación en medio de una pampa, situación que hace posible observarlo desde significativas distancias (Figura 8). Es el producto de un desprendimiento del cerro cuyo basamento es una arenisca morada, conocido en la zona como “jasi”. Presenta marcas naturales de erosión que se exponen como profundas perforaciones. Desde todas las direcciones y a distancias mayores a los 3 km hemos podido distinguir este bloque en el paisaje, es decir, su capacidad de visualidad paisajística es notable, más aún a medida que nos acercamos en distancia. Más allá de estos rasgos, que le otorgan un carácter distintivo y contrastante en el paisaje, fue rodeado por un muro bajo de pirca, confeccionado con rocas también moradas de la misma naturaleza geológica que la roca que buscaban rodear. Este muro solamente permite delimitar un espacio interno que, por su altura y solidez, no permite interpretarse como un recinto. Fue construido a partir de dos, quizás tres, hiladas de rocas unidas con barro. La RC6 abre la posibilidad de comparación con los bloques descriptos en el sitio Villavil 2, ya que presenta características muy similares (ver Lynch y Giovannetti, 2018).

Figura 8. Bloque de arenisca morada correspondiente a RC6, rodeado por un perímetro pircado.

Otros tipos de bloques con particularidades distintivas

RC7: Se trata de un caso de rocas ubicadas en la senda de una de las entradas mejor señalizadas al sitio. Se asocian directamente al camino de ingreso sur, ya no como parte del complejo de los campos de cultivo (Figura 9). Con arquitectura de muros muy sólidos y anchos, en el extremo sur del sitio se constituyó un claro límite prehispánico por donde es aún perceptible el camino antiguo, aunque en desuso en la actualidad. Al transitar este recorrido el caminante es dirigido por otros muros que intentan romper la dirección recta, interponiendo cortes que obligan a realizar gestos de movimiento en zigzag, un curioso rasgo ya observado en las entradas a la plaza de El Shincal (Giovannetti, 2022). Sorteando esto, la senda continúa hasta toparse y atravesar dos rocas ubicadas a la manera de un portal. Una de forma alargada fue enclavada verticalmente sobre un pequeño montículo de sedimento. La otra es casi esférica, como si hubiera una intensión de marcar fuertemente los contrastes. También fue apuntalada sobre un pequeño montículo, circunstancia que permite sobre elevar notablemente las rocas en casi 50 cm por encima del nivel del suelo donde transita la senda. La roca más alargada presenta, sobre la base, un grupo de rocas menores que cumplen una función estabilizadora de su posición erguida.

Figura 9. RC7. A) Esquema en planta del sector de entrada sur de Los Colorados y B) fotografía de las dos rocas y de los montículos que las sostienen.

RC8: este caso puede plantearse como hipótesis que dispare un debate, más que como una identificación inequívoca de una roca preparada únicamente con fines ceremoniales. Cercana a la RC3 se ubica otro gran bloque en medio de los andenes de cultivo, aunque se corresponde con la ZA4 de la sectorización espacial de los espacios agrícolas. Contiene una solitaria oquedad que mantiene una morfología ovalada con dimensiones de 20 por 15 cm de boca y 8,5 cm de profundidad (Figura 10). Previamente mencioné la existencia de morteros múltiples sobre bloques fijos distribuidos por amplios sectores. Por lo tanto, se vuelve legítima una discusión acerca de la posibilidad de que esta oquedad represente otro ejemplar más de ese tipo. Por ello, resulta necesario destacar elementos discordantes para con los morteros bien identificados, que justifiquen la posibilidad de vincularlo a prácticas de otro tipo más allá de la molienda cotidiana. Los morteros sobre bloques fijos de grandes dimensiones suelen presentar más de una oquedad3. En El Shincal, por ejemplo, se estudiaron más de 20 conjuntos de molienda (Giovannetti, 2017), observándose un patrón parecido a Los Colorados para los que fueron identificados como morteros. Estos conjuntos se asocian a cavidades y superficies bien pulidas, manos de moler y muros adosados que limitaban espacios. No sucede lo mismo con esta única oquedad solitariamente dispuesta sobre una amplia superficie plana, donde podrían haber fabricado muchos más morteros de haberse requerido. Realmente la superficie potencial para colocar más morteros es profusa. La morfología de la oquedad también se aleja de los patrones observados. En este sitio, y también en El Shincal, los cupuliformes profundos suelen presentar diámetros de boca homogéneos, no ovales, y los ovalados no superan 3 o 4 cm de profundidad. Esto responde a criterios utilitarios sobre la eficacia de los instrumentos para llevar adelante la tarea de molienda (Giovannetti 2015). Por ende, en la RC8, pareciera existir un desajuste con las morfologías de todos los demás ejemplares, y este es un dato significativo dado que la eficacia de la molienda en mucho se apoya sobre las adecuadas formas de las cavidades para moler. Una oquedad profunda y ovalada no parece ser muy eficaz. Esta idea se demuestra en este sitio (y en otros), a partir de la proliferación de oquedades cupuliformes más profundas y con morfologías ovaladas chatas. Por ello, considero que debe ser clasificado de otra forma e, hipotéticamente, sugiero que el sentido de esta gran roca puede asociarse con la presencia de bloques con agujeros tipo Llirphu o Qocha, fenómeno común observado en sitios inkaicos.

Figura 10. Bloque con oquedad correspondiente a RC8, ubicada en medio de andenes de cultivo.

Discusión: el espacio de lo ceremonial en las rocas de Los Colorados

En conjuntos de atributos similares o como unidades singulares, a partir de los ocho casos presentados aquí para Los Colorados se intenta explicar cómo, de entre las miles de rocas que componen el sitio, solo unas pocas se manifiestan diferentes. Las prácticas sociales en las cuales formaron parte exponen una materialidad diferente de aquella otra donde las rocas constituyeron andenes, canchones, morteros, estructuras residenciales o ceremoniales, es decir, cuando formaron parte de unidades arquitectónicas o constituyeron la base de instrumentos para la producción. Estas rocas posiblemente fueron concebidas como entidades distintas, de poder. Hallowell (1960) planteaba, en su clásico trabajo entre los algonquinos Ojibwas4, que algunas rocas tenían vida mientras que otras no. Mis propias experiencias con comunidades andinas me llevan a pensar algo diferente de lo que él exponía respecto de la vitalidad de las rocas. Al igual que lo que ha observado Allen (2016) en comunidades del Cusco, he notado que el animismo andino considera que cualquier cuerpo existente, por ende, cualquier roca, posee fuerza vital o espíritu, pero no en la misma magnitud. Algunos cuerpos resultan más poderosos porque concentran densamente estas fuerzas y, por ello, pueden ser consideradas Waka (Giovannetti, 2018). De cualquier forma, ya sea por esta razón o porque, como lo consideraba Hallowell, sólo algunas están vivas, el conjunto mayoritario de rocas existente en el paisaje de Los Colorados no intervendría en los asuntos políticos y religiosos humanos, o sólo lo haría como herramientas o materia prima para la construcción. Ahora bien, la justificación arqueológica del posible reconocimiento de algunas de estas entidades no parece ser una tarea sencilla, mucho menos cuando tratamos de entender las redes y procesos sociales por las cuales adquirían sentido. Me he preguntado muchas veces si los ocho casos de Los Colorados que aquí se exponen representan verdaderos vestigios arqueológicos de entidades distintivas entendidas como poderosas y sagradas en la vida agrícola del sitio. Por los atributos que se precisaron en la sección anterior, entiendo que marcan una diferencia lo suficientemente convincente como para, al menos, entenderlas de tal forma. Si fuera así, entonces jugaron un rol relevante en asuntos entendidos por nosotros dentro del dominio del ritual religioso, aunque en aquellas sociedades fuera la manera normal de interactuar en un mundo superpoblado de seres de diferente naturaleza y potencia de acción. La mayor parte de los bloques rocosos de Los Colorados no presentan alteraciones profundas en su propio cuerpo. Sólo las RC3 y la RC8 fueron objeto de algún tipo de tallado a través del picado de una de sus caras para producir puntos que formaron una figura regular en cuadratura o la construcción de una oquedad. Otras resultan distintivas debido a su disposición especial, enclavadas en el terreno, presentando formas de conjunto como rondas, tríadas alineadas o pares marcando portales en medio de un camino. Las restantes constituyen enormes bloques en diferentes lugares ¿Qué marcas arqueológicas permiten pensarlos como especiales si no poseen estampas en sus mismos cuerpos? La RC6, además de destacar por sus huecos naturales, volumen y color morado especial, fue rodeada por un anillo pircado que no tiene más función que delimitar un espacio externo de otro interno en vinculación al gran bloque. Su notable visibilidad desde largas distancias le imprime un atractivo particular en el paisaje, elemento que desde la perspectiva de visualidad paisajística debe ser tenido muy en cuenta al momento de evaluar dispositivos de monumentalización de estructuras ceremoniales (Mañana Borrazás, 2003). La RC5 presenta indudables esfuerzos para colocarla sobreelevada a partir de rocas menores que funcionaron como sostenes y, además, estos cuatro bloques de varios kilogramos de peso, que solamente apoyan sobre sus laterales, no encuentran explicación agrícola alguna. Hay que recordar que se ubica en medio de terrazas de cultivo que aún mantienen buena integridad arquitectónica. Por último, la RC4 puede suscitar a los ojos más escépticos ciertas dudas, ya que solamente parece formar parte de un muro que demarca límites en un terreno agrícola. Pero señalo, nuevamente, que este espacio no representó un sector agrícola más dentro de la enorme extensión de Los Colorados. Oportunamente describí las cualidades distintivas del SEC, de las particularidades de sus muros muy cortos dispuestos ordenadamente y de la inmediatez de espacios que comprometieron actitudes y performances particulares. Esto se comprueba en las entradas al sitio, una de ellas con una senda que realiza quiebres en el recorrido presenta una rampa hacia muros semicirculares de funcionalidad desconocida. El bloque no articula armónicamente con el muro que lo atraviesa, por el contrario, se levanta casi 1,50 m por encima de su tope superior. Además, parecer ser el único ejemplar en su tipo que fue dejado en su lugar dentro de la amplia meseta limpiada minuciosamente de todo tipo de rocas. Desde la perspectiva del análisis de percepción visual (Mañana Borrazás, 2003) el bloque presenta características muy destacables, donde el muro queda reducido visualmente frente a la imposición de una masa geológica muy voluminosa. Desde esta misma perspectiva sería claro que existió una intención de destacarlo visualmente a través de una voluntad de “exhibición” y no tanto de “monumentalización”. Es posible que forme parte de toda la performance ritual al ingresar al sitio. Las dos rocas de la RC7 vinculadas a la entrada sur también parecen jugar un rol análogo al haberse ubicado especialmente enclavadas y sobre elevadas a los costados de la senda. Los quiebres de dirección del caminante también fueron disciplinariamente señalados por muros, permitiendo interpretar que gestos singulares debían realizarse de manera obligatoria.

Si bien reconocer marcas especiales en los cuerpos de las rocas o una disposición poco común en el espacio –ya sea en posiciones erguidas, en conjuntos o delimitando espacios internos/externos– parece ser un buen indicador arqueológico, sostengo que la evaluación de los espacios contextuales donde son halladas puede también jugar un papel importante, sobre todo cuando reconocemos un culto a rocas que no siempre fueron alteradas. Concuerdo con Nielsen (2010) cuando un supuesto “mortero”, evaluado según su hallazgo en un contexto ritual como el sector A de Los Amarillos, puede ser pensado como un ejemplar de tales rocas que, según cronistas, eran objeto de libaciones y veneración en ceremonias para los antepasados que incluían banquetes y brindis de chicha. Incluso el caso resulta interesante para pensar la RC7, el enorme bloque con la oquedad en su interior. Más allá de remarcar que la morfología ovalada y profunda del agujero no me parece la más adecuada para moler, uno se pregunta si es posible pensar una combinación de acciones específicas para espacios reservados al culto. Molienda y libación podrían muy bien combinarse en horadaciones en las rocas, tal como se ha podido distinguir en el Cerro Aterrazado Occidental de El Shincal (Giovannetti, 2018). Quizás la misma práctica de molienda en estos espacios no deba ser interpretada como una simple acción de la cotidianeidad.

Conclusión

Fue el objetivo de esta presentación exponer un conjunto limitado de rocas dentro de miles en Los Colorados, que probablemente se vinculen al sistema de reciprocidad e intercambio de fuerzas necesario para reproducir la vida, según el modo andino de habitar el mundo. Las mismas habrían sido consideradas seres especiales, con poder más allá de las capacidades humanas, y agentes eficaces para intermediar en los asuntos humanos vinculados a la producción agrícola. Este tema tiene, como se expuso en las primeras secciones del artículo, un cuerpo importante de estudios a partir de los cuales es posible identificar el rol de los peñascos y bloques rocosos en la protección de pueblos y espacios de producción. Es posible que las buenas descripciones etnográficas desde Duviols (1979) en adelante, sobre las características de las wankas, ayuden mucho en la arqueología a reconocerlas cuando se presentan como monolitos alargados, apuntalados en el suelo y, sobre todo, si se ubican en campos de cultivo. El mejor ejemplo arqueológico puede ser Pariahuanca, con más de 170 ejemplares, la mayoría monolitos de 2 m de alto o más. Como significantes alusivos a la sexualidad, fertilidad y protección viril parecen encontrar correspondencia en una amplia geografía andina a lo largo de un período temporal también amplio. En Los Colorados alguno de los ejemplares de las RC1 y RC2 podrían señalarse como similares, al menos en su forma, pero con un tamaño discreto. Las demás evocan especímenes que destacan diversidad en cuanto a formas, dimensiones, atributos y contextos. Algunos de ellos, también en las RC1 y RC2, parecen asociarse más con variedades encontradas por Páez y Marinangeli (2016) en Las Pailas, donde la pluralidad de formas se muestra como el patrón generalizado. Algunas presentan forma alargadas y otras con dimensiones más regulares, como aparecen en Los Colorados.

Si es posible pensar que las wankas andinas presentaban una gama amplia de formas, tal como lo señalan quienes reconocen como tales los grandes peñascos rodeados por un muro (González y Tarragó, 2004; Páez y Marinangeli, 2016; Tarragó y González, 2004), entonces los grandes bloques de las RC3, RC4, RC5 y, sobre todo, la RC6 deben pensarse en la misma dirección. De hecho, el gran bloque morado que resulta ser el más grande de todo el conjunto presenta notables similitudes con muchas de las entidades rocosas, también con formas especiales, de color morado y rodeadas por muros de Villavil 2, al norte del valle de Hualfín (Lynch y Giovannetti, 2018). Los grandes bloques de Las Pailas, que más allá de presentar muros adosados y materialidad de comensalismo ritual (Páez y Marinangeli, 2016), Rincón Chico y Ampajango 2 (González y Tarragó, 2004; Tarragó y González, 2004), exponen una naturaleza geológica distinta. Aun así, rememoran principios similares en la búsqueda de señalar un espacio ceremonial cercado alrededor de promontorios destacables por forma, tamaño y color, en el que se habría buscado, en palabras de Mariscotti de Görlitz (1978), concentrar el cosmos en una síntesis microcósmica. Los dos bloques de la RC7 del camino en la entrada sur presentan características contrastantes entre sí, uno redondeado y otro alargado similar a las wankas típicas. Pero no se relacionan directamente con los campos de cultivo como todos los demás. Finalmente, en el derrotero de rocas especiales de Los Colorados quisiera destacar a la RC8, sobre la cual mantengo firmes sospechas de que habría jugado un papel importante en el culto y su oquedad habría sido propicia para el mismo. Destaco también la posibilidad de que se vincule con una materialidad ritual inkaica donde, como he señalado, se presentan oquedades tipo llirphus o qocha, muchas veces como receptáculos de ofrendas líquidas. Este parece ser un rasgo inka muy difundido en la zona del Cusco y en todos los sitios de fuerte raigambre inkaica, entre ellos El Shincal.

Por qué en Los Colorados parecieran existir distintos cuerpos rocosos en cuanto a dimensiones, formas, colores, accesorios y marcaciones, es aún difícil de responder. Quizás algunos puedan identificarse con prácticas de tipo inka y, quizás, otras más propias de las comunidades locales conquistadas por los inkas. Es seguro que El Shincal y Los Colorados estuvieron plenamente conectados. Es más, la hipótesis más fuerte que sostengo es que los recursos agrícolas consumidos en las grandes fiestas estatales provenían de estos campos de cultivo. Si pensamos en la posibilidad de entidades tipo Waka locales, los inkas muchas veces reclamaban para sí mismos los espacios sagrados y, por ende, a las propias entidades que lo habitaban, tomándolas en posesión para legitimar su dominio territorial (Dean, 2015; Kosiba 2019). También hay conocimiento de que muchas de las entidades rocosas veneradas no sólo no eran suprimidas, sino que se alentaba su culto al mismo tiempo que se construían los mecanismos para incorporarlas al esquema estatal. Las wankas de Yocavil no parecen haber perdido su potencial de acción ni su importancia, más bien fueron redimensionadas y plenamente incorporadas (González y Tarragó, 2004; Tarragó y González, 2004). Las “chullpas-wanka” del altiplano sur también parecen haber servido a los intereses políticos inkas y tampoco fue reprimido su culto5 (Nielsen, 2018). Quizás, también se necesite contemplar mejor una perspectiva andina donde cada waka se concibe con una personalidad propia, aunque en el sentido de persona manejada dentro de una lógica relacional animista (Allen, 2015; Bray, 2015; Kosiba, 2020). También es posible pensar una coexistencia de modos rituales, sobre todo teniendo en mente el momento coyuntural de fuertes cambios por el que atravesaron todos los territorios que quedaron bajo la órbita del Tawantinsuyu. Pero todo esto es aún motivo de hipótesis, en tanto que los estudios en Los Colorados distan mucho de haber contestado muchas de las preguntas formuladas desde las investigaciones actuales. Pero la posibilidad de identificación de entidades rocosas, que podrían haber jugado un rol importante en las prácticas rituales agrícolas y exponer distinciones entre las mismas, es un paso importante por donde comenzar.

Agradecimientos

Los trabajos de investigación fueron posibles gracias a la financiación del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y la Universidad Nacional de la Plata (UNLP), a través de los proyectos PIP 0033 “La región central de Catamarca en los períodos Tardío Inka. Arqueología desde la perspectiva del paisaje” y PID N887 “La construcción de paisajes desde la arqueología de la región central de Catamarca (Argentina): ritualidad, política, producción y saberes locales”. Deseo reconocer a la División Arqueología de la Facultad de Ciencias Naturales y Museo de la UNLP, por permitir llevar adelante nuestros estudios. Igualmente, a la Dirección Provincial de Antropología de Catamarca. Un especial agradecimiento a la Familia Morales de El Shincal, quienes nos guían y abastecen en cada viaje a Los Colorados. También a las editoras del dossier por invitarme a formar parte del mismo. Agradezco finalmente a las personas que realizaron la evaluación de mi manuscrito.

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1 Resulta casi de perogrullo afirmar que, en las ciencias occidentales, normalmente enfocamos las investigaciones diferenciando aquello que clasificamos como vida económica, política, religiosa o cualquier otra, como campos separados perfectamente inteligibles en su supuesta autonomía.

2 En algunos casos la tierra provenía de otro lugar, ya que el sedimento era muy diferente al de la base del andén.

3 Muy cercano a esta roca se ubica aquel conjunto de molienda donde se recuperó la base de una tinaja Belén, lo que permitió realizar una comparación directa y abrió la duda sobre las prácticas que lo constituyeron.

4 Esta investigación se toma muchas veces como el puntapié inicial de los modelos que resignifican la noción de animismo y comienzan a tomar seriamente la participación social de las entidades no humanas en grupos no occidentales.

5 No pretendo afirmar que los inkas siempre absorbieron, dentro de su aparato del control del culto, a todas las entidades preexistentes veneradas por las comunidades que conquistaban. Existen ejemplos donde, por algún motivo, se enfrentaron a ellas y las destruyeron (Nielsen, 2010; Reynoso, Pratolongo, Palamarczuk, Marchegiani y Grimoldi, 2019).