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Artículo

Trayectorias femeninas individuales en contextos históricos patriarcales: Myriam Tarragó, pionera

Geraldine A. Gluzman

https://orcid.org/0000-0003-3664-2366

Instituto de las Culturas (IDECU), Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) - Universidad de Buenos Aires (UBA). Moreno, 350 (CP C1091AAH), Ciudad Autónoma de Buenos Aires, Argentina. E-mail: ggluzman@gmail.com

Recibido: 9 de septiembre de 2022
Aceptado: 27 de febrero de 2023

Resumen

Este trabajo se inscribe dentro de una mirada de género sobre la construcción colectiva de la disciplina arqueológica en los últimos 65 años. Para llevar a cabo este objetivo se propuso analizar la historia individual de una de las grandes referentes en la materia en los Andes del Sur, la Dra. Myriam Tarragó, con el fin de articular su polifacética carrera y desempeño académico con contextos sociales y de producción científica específicos, desde fines de la década de 1950 hasta la actualidad. Agente clave y testigo del estado actual de la disciplina, se busca a través de sus recuerdos, la lectura de sus producciones escritas más relevantes y la investigación de sus papeles personales, contextualizar su experiencia académica sin interrupciones, aunque discontinuada en Argentina por varios procesos políticos que se dieron en el país hasta el regreso de la democracia en 1983. Como pionera en diversas esferas del ámbito académico, docencia universitaria y gestión, su itinerario permite evaluar su experiencia de romper el “techo de cristal” y de abrir paso a una nueva generación de profesionales mujeres arqueólogas en momentos convulsionados de la reciente historia argentina.

Palabras clave: Mujeres; Política; Historia

Individual female trajectories in patriarchal historical contexts: Myriam Tarragó, pioneer

Abstract

This paper addresses the collective construction of the archaeological discipline in the last 65 years from a gender perspective. To achieve this goal, the individual trajectory of Dr. Myriam Tarragó, one the most outstanding professionals in Southern Andes, was analyzed to articulate her relentless and multifaceted career and academic performance with specific contexts of scientific production from the late 1950s up to the present. Key agent and witness of the current state of the discipline, her legacy is explored through her recollections, her most relevant production, and the research of her personal documents to contextualize her uninterrupted academic experience, although discontinued in Argentina due to several political processes that took place in the country until the return of democracy in 1983. As a pioneer in various spheres of the academic field, university teaching, and management, her itinerary allows us to evaluate her experience breaking the “glass ceiling” and clearing the path for a new generation of professional women archaeologists in turbulent times of the recent history of Argentina.

Keywords: Women; Politics; History

Introducción

Este trabajo se enmarca en el creciente interés suscitado por el estudio de la participación de las mujeres en las ciencias antropológicas de la Argentina, lo que también es reflejo de una renovación de la historiografía argentina que dio lugar a una historia local de las mujeres (Barrancos, 2005). Dentro de los aspectos en torno al desarrollo profesional femenino en el ámbito científico sobre los que se puso atención sobresalen las posibilidades de inserción laboral, la identificación de sus roles, la importancia de la creación de contactos personales y la incidencia de los vínculos familiares, así como los estereotipos sobre el trabajo femenino en la ciencia, aspectos discutidos en relación con contextos históricos específicos (por ejemplo, Arias, 2018; García, 2006; Guber, 2006; Podgorny, 2006; Puebla et al., 2021; Ramundo, 2019; Williams y Korstanje, 2021). Estas investigaciones han contribuido a visibilizar las figuras femeninas, en relación con sus pares masculinos, sobre los que la historia se centró, y a comprender cómo las circunstancias personales y las externas les permitieron desarrollar sus carreras o, por el contrario, inhibieron sus logros o el reconocimiento de sus aportes (Arias, 2018).

Desde una perspectiva de género el foco de atención no son las mujeres en sí, sino las relaciones interpersonales de género, entendiendo a este último concepto en términos de una construcción cultural e histórica que da cuenta de definiciones normativas (comportamientos, roles, sentimientos) para individuos de sexo femenino o masculino. El género es, además, una forma primaria de relaciones significantes de poder (Scott, 1996). El hecho de abordar a las mujeres “en relación con”, no les quita protagonismo en absoluto, sino que se reconoce que las relaciones generadas son un rasgo central de la vida en sociedad. Como lo expresaba Barrancos (2005, p. 66): “Hacemos historia de las mujeres porque es fundamental comprender el significado de la sexuación en los acontecimientos del pasado, cuya interpretación sexuada dominante sólo ha podido rendir una narrativa necesariamente limitada”. El género implica relaciones negociadas en forma constante y constituidas en contextos históricos específicos, que deben estudiarse en búsqueda de visibilizar la presencia femenina y, fundamentalmente, de analizar las circunstancias y características de dicha presencia, de modo de incluirlas en la construcción de un conocimiento histórico aun androcéntrico.

La ciencia, al igual que el género, es una categoría socialmente construida y está condicionada por procesos históricos específicos. Un concepto fundamental para abordar las potencialidades y limitaciones que tuvieron las mujeres en su desarrollo científico a lo largo del tiempo es el de techo de cristal. Por techo de cristal se entiende a los límites tácitos impuestos a la presencia de mujeres en puestos jerárquicos y de prestigio (e.g. Guil Bozal 2008, entre otros). Se trata de una barrera invisible que afecta las carreras profesionales de las mujeres y que abarca distintos elementos que frenan su crecimiento laboral, tales como estereotipos de género (cuál es el rol y conducta que se espera de una mujer en una sociedad determinada), maternidad y cuidado de otros familiares, distribución de roles domésticos en la esfera privada, así como la falta de interés de instituciones en modificar esa realidad.

Considerando estos aspectos, el objetivo del presente trabajo es contribuir a reflexionar sobre los sentidos construidos acerca de la práctica profesional en los últimos 65 años, tomando como eje directriz la trayectoria de Myriam Noemí Tarragó, doctora en Historia con especialidad en Antropología. Su recorrido académico y su contribución al desarrollo de la arqueología de los Andes del sur destacan dentro del devenir de la disciplina en el país. En otra publicación se ha ofrecido una biografía de la autora que contempla detalles de su itinerario personal, familiar y profesional, considerando sus principales actividades desarrolladas (Gluzman, 2023). Este trabajo, en cambio, toma su historia individual como parte de la historia colectiva de la disciplina arqueológica, para reflexionar acerca de su desarrollo en momentos turbulentos de la reciente historia argentina y en contextos patriarcales. A través de su testimonio se pueden vislumbrar algunos cambios intergeneracionales que se dieron en el acceso a la producción de conocimiento, la gestión académica y la docencia universitaria para las mujeres en las últimas décadas, tema aun por ser indagado en profundidad.

Para llevar adelante los objetivos propuestos, se contó con una diversidad de fuentes que permitieran ahondar sobre la trayectoria de Tarragó: entrevistas a la investigadora, tanto publicadas previamente en soporte material (Matera, Kergaravat, Di Donatto y Weber, 2009; Hirsch y Torres Agüero, 2013) o digital (Arqueología del extremo Sur de Cumbres Calchaquíes, 2019; Tecnoriginaria, 2021), como realizadas especialmente para este artículo, su curriculum vitae, la lista de publicaciones y sus papeles personales (incluyendo una diversidad de documentos como cartas, fotografías, etc.) depositados en el Archivo de Investigadores del Instituto de las Culturas (IDECU). Asimismo, se recurrió a literatura especializada que permitiera articular su biografía con prácticas científicas dentro de contextos institucionales, sociales, económicos, educativos y en interacción con otros actores. Se prestó atención en reconocer su participación en espacios vinculados a la enseñanza e investigación, el relevamiento de trabajos de campo realizados, las dificultades de transitar estas experiencias y la constitución de los grupos de acuerdo con su sexo, la modalidad de acceso a los materiales arqueológicos, la presentación de resultados a congresos y jornadas, entre otros aspectos.

Mujeres en los inicios de la arqueología argentina

A fines del siglo XIX y comienzos de siglo XX, la arqueología en Argentina inició un largo proceso de institucionalización y profesionalización, en el contexto de un joven país que se estaba consolidando y que caracteriza a la Argentina moderna. Si bien los ámbitos docentes y de investigación estaban ocupados por hombres, hubo participación femenina, aunque escasa, con diferentes roles y modalidades de acceso. En lo que hace referencia a la presencia femenina en la actividad arqueológica del noroeste argentino (NOA) se destacan las labores tempranas de María Helena Holmberg (1881-1971), Juliane Dillenius (1884-1949) y Odilia Bregante (1895-año de muerte desconocido). Dos ciudades concentraron los polos de investigación y enseñanza en arqueología en esta etapa: Buenos Aires y La Plata, alejados del área de estudio por cientos de kilómetros. Estas mujeres desarrollaron sus actividades en la capital del país.

María Helena Holmberg, esposa de Juan Bautista Ambrosetti, realizó una importante cantidad de dibujos de las cerámicas que integraron las obras de este autor (Ambrosetti, 1903, 1906, entre otros). Era hija del naturalista Eduardo Holmberg, con quien Ambrosetti entabló una relación profesional y de amistad desde temprana edad. Su obra fue invisibilizada y poco singularizada en los trabajos de Ambrosetti (Ortega, 2019). A diferencia de las ilustraciones ejecutadas por dibujantes hombres, cuyos nombres están indicados en los epígrafes de las imágenes, el suyo es principalmente mencionado en los agradecimientos. Según Holmberg, ella tuvo un papel apreciable en 1904 con la creación del Museo Etnográfico (en adelante MET), dependiente hasta la actualidad de la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la Universidad de Buenos Aires (UBA), al donar su colección particular, regalo de Ambrosetti, y así presionar al decano para obtener un espacio destinado a la investigación arqueológica. Esta información, recopilada por J. Cáceres Freyre en 1967, no figura dentro de la historia oficial de la institución. Según ésta, las colecciones iniciales del museo fueron cedidas por el entonces consejero de la Facultad, Dr. Indalecio Gómez (Pegoraro, 2009). Estas piezas permitieron la instalación inaugural de un depósito, un gabinete y un aula para los alumnos de Arqueología que optaran por el título de Doctor en Filosofía y Letras.

Juliane Dillenius realizó sus estudios en la FFyL de la UBA y colaboró en el análisis de cerámicas recuperadas por Ambrosetti durante las primeras exploraciones de campo de la institución. Fue la primera mujer que obtuvo un doctorado con un tema de antropología física a nivel americano en 1911 (Ramundo, 2019), bajo la dirección del académico alemán Robert Lehmann-Nitsche, a quien ayudó en la realización de láminas para el curso que dictaba en la facultad y tomaba apuntes publicados por el Centro de Estudiantes (Ballestero y Sardi, 2016). Dillenius presentó sus investigaciones en el XVII Congreso Internacional de Americanistas (en adelante ICA), celebrado en Buenos Aires en 1910. En 1913 se casó con su mentor, con quien tuvo cinco hijos y se radicó en Alemania hasta la muerte de su esposo. Si bien abandonó sus investigaciones, colaboró con las de su marido y mantuvo correspondencia con destacados investigadores (Barrancos, 2000; Ramundo, 2019).

Odilia Bregante nació en 1895 y estudió en la FFyL. Su tesis doctoral (1926) abordó, entre otros temas, el análisis de cerámica prehispánica del NOA, bajo la dirección de Salvador Debenedetti. En ella estableció una completa clasificación de los materiales cerámicos del área reunidos hasta entonces, síntesis lograda a través de un minucioso trabajo de gabinete sin haber realizado trabajos de campo en la región. Dicha tesis le valió el ascenso de categoría en su actividad como maestra normal (Consejo Nacional de Educación, 1919). En 1926, cuando se registró en su legajo de enseñanza la destacada mención otorgada por la FFyL, el Premio Ángel Estrada para editar su tesis (Distribución de premios en la Facultad de Filosofía y Letras, 1924), Bregante era vicedirectora interina de una escuela (Consejo Nacional de Educación, 1926). Su continuidad en la docencia y el registro de cómo su doctorado favoreció un mejor posicionamiento en esta profesión lleva a pensar que su paso por la arqueología fue ocasional. Según el Decreto 27.363, Bregante figuraba ejerciendo la tarea de maestra aun en 1939 (Poder Ejecutivo de la Nación, 1939).

Es decir, las mujeres empezaron a participar en arqueología desde los inicios del siglo XX, momento de consolidación de la disciplina en el ámbito universitario. La FFyL se constituyó como lugar de formación femenina de primer orden, ya que permitió desde su creación la matriculación a graduados de escuelas normales. Estas escuelas nacieron a fines del siglo XIX para formar educadores de la escuela primaria pública en expansión (Fiorucci, 2014) y brindar herramientas de sociabilidad y conocimientos acordes a un país en desarrollo (Alliaud, 2007). Fueron mayoritariamente mujeres de todas las clases sociales quienes se volcaron al magisterio, entre otras razones, porque no había demasiadas alternativas laborables para ellas y porque para los hombres existían opciones más redituables (Rodríguez, 2019). De este modo, la FFyL se diferenciaba de lo que sucedía para el ingreso a la mayoría de las facultades de la UBA, que exigían el título de bachiller otorgado por los Colegios Nacionales (Denot, 2007). Otro motivo que también influyó en la importante cantidad de mujeres en la matrícula de esta facultad fue la adecuación de su propuesta educativa al imaginario del rol femenino, vinculado a la docencia frente a las profesiones liberales (Denot, 2007). Estas mujeres ingresaron a la disciplina de diverso modo: por matrimonio, como dibujantes, donantes de piezas o cursando materias de arqueología. Algunas lograron su título de doctoras, pero se alejaron de la investigación para dedicarse a la enseñanza de niños, tareas de cuidado familiar y asistencia de sus maridos investigadores. Alejadas de la enseñanza universitaria, del acceso al trabajo de campo y de la dirección de instituciones, sus tareas estuvieron vinculadas a supuestas habilidades o afinidades femeninas. Los padrinazgos académicos de sucesión por retiro o muerte corrieron al margen de estas mujeres, como fue estudiado por Guber (2006) para el contexto de la FFyL en la década de 1950.

Hacia la década de 1930, una nueva generación de arqueólogos había suplantado a los pioneros (González, 1985). La práctica arqueológica siguió quedando en manos masculinas. No obstante, se destacó Delia Millán (1900-1994), quien abarcó diferentes espacios de inserción laboral y fue directora del Museo Folklórico del Noroeste (Tucumán), del Museo de Motivos Populares Argentinos (Buenos Aires) y se desempeñó como investigadora del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) durante veinte años. Millán es considerada como iniciadora del estudio de los textiles arqueológicos y etnográficos del país (Renard, 1994), cuyo acceso fue posible por formar parte de colecciones museográficas en el primer caso y, en el segundo, también porque fueron recuperados durante sus trabajos en el campo. Millán, maestra de formación, también trabajó junto a su marido Enrique Palavecino, reconocido antropólogo de la región chaqueña (Arias, 2018). Si bien desempeñaron actividades conjuntamente, cada uno llevó a cabo sus propias investigaciones, experiencias de campo y publicaciones (Arias, 2018).

A inicios de la década de 1940, Francisco de Aparicio, profesor de la FFyL y director del MET hasta 1946, organizó viajes a los valles Calchaquíes con grupos de estudiantes y graduados de Historia (antropología y arqueología componían el segundo año del profesorado), cuya particularidad fue estar conformados por ambos sexos (Guber, 2006). Algunas de las graduadas emplearon herramientas analíticas pioneras, usadas en la arqueología local recién en la década de 1980: observaciones etnoarqueológicas de la vida pastoril (Lía Sanz de Aréchaga), estudios de la vivienda natural (Elena Chiozza) y fabricación tradicional de alfarería (Zumilda González Zimmermann) (Tarragó, 2003). También se destaca la labor de Cristina Correa Morales, esposa de Aparicio e hija del escultor Lucio Correa Morales y de Elina González Acha de Correa Morales. Fue pionera en los estudios geográficos y también pintora, acompañó a de Aparicio en sus viajes de campo y realizó croquis de sitios y dibujos de piezas (de Aparicio, 1948).

En años posteriores ocurrió un importante giro teórico y metodológico en la antropología argentina a través del papel de los fundadores (sensu Pavesio, 2017), cuyo centro de acción se dio en la ciudad de Rosario. Es en este contexto que Myriam Tarragó entró en escena. Su historia se entretejerá con el contexto político-social y su análisis permite ver cómo los profundos cambios a nivel nacional, incluyendo programas educativos, políticas universitarias y producción científica, se vinculan estrechamente a sus decisiones profesionales, marcadas también por cuestiones familiares (Gluzman, 2023).

Las reformas educativas y las decisiones de formación académica

Tarragó nació en 1938 en San Lorenzo, provincia de Santa Fe. Terminó sus estudios secundarios en una escuela Normal de Rosario, a 30 km de San Lorenzo. Asistió a la escuela bajo las reformas educativas de 1941, que implicaron la articulación en un ciclo común los tres primeros años de la enseñanza secundaria y una formación pedagógica posterior reducida a dos años. Con esta reforma, los estudiantes del magisterio accedieron a la universidad en iguales condiciones que los egresados de los bachilleratos, lo cual favoreció el ingreso más amplio de mujeres a carreras universitarias. Los discursos que exaltaban la condición de la mujer como naturalmente preparada para enseñar, como una continuación del rol materno y de las tareas domésticas (Fiorucci, 2014; Rodríguez, 2019), fueron lentamente quedando relegados a ideas más dinámicas de potencialidades femeninas. Zanotti, pedagogo normalista, a fines de la década de 1950 criticaba estos cambios curriculares y contrastaba a “la maestra joven de hace treinta o cuarenta años atrás, que comenzaba su carrera pensando que había llegado al más alto grado de las aspiraciones intelectuales o económicas de una mujer”, frente a las alumnas de ese entonces, principalmente de las urbes, “que desean seguir carreras universitarias que casi nunca tienen que ver con la enseñanza” (Zanotti, 1959, p. 36).

Del mismo modo, la llegada del peronismo al poder, a mediados del siglo XX, conllevó una importante presencia de la mujer en la vida pública (Bacalini, 2017). Las reformas laborales introducidas ampliaban el horizonte de expectativas dando lugar a la consolidación de su situación social, económica y ciudadana (Bacalini, 2017). En 1947 la Ley 13.010 de sufragio femenino, que reconoció la igualdad de derechos políticos entre mujeres y hombres, fue un hito destacado. Además, Eva Duarte fue una figura política central que visibilizó demandas en pugna y se constituyó como modelo a seguir para muchas mujeres. Asimismo, la gratuidad de las universidades nacionales, decretada por Juan Domingo Perón en 1949, permitió estudiar a personas de escasos recursos. El resultado fue:

(…) un masivo ingreso de mujeres de clases medias urbanas a carreras universitarias: una de las experiencias más notables que vivieron las mujeres en la década 1960 fue la masividad con que pudieron ingresar a las casas de altos estudios, aunque también en menor medida procedían de sectores populares, de las clases medias bajas y de familias obreras (Barrancos, 2007, p. 220).

En línea con esas tendencias, la vocación de Tarragó no se dirigía a la docencia en escuelas y, a la vez que trabajaba, comenzó en 1956 sus estudios en Historia en la Facultad de Filosofía y Letras de Rosario (en adelante FFyL-R), que pertenecía a la Universidad Nacional del Litoral (UNL).

Mientras estudiaba, dos hechos le hicieron sentirse inclinada hacia la arqueología. En 1957, mientras cursaba Introducción a la Historia del Antiguo Oriente, el profesor Ricardo Orta Nadal le generó interés en la arqueología (Tecnoriginaria, 2021). “El segundo disparador, que ese fue definitivo, el flash” (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021, 00:13:54) ocurrió poco después cuando cursó la materia “Arqueología”, a cargo del Dr. Alberto Rex González. Pero este despertar en la indagación arqueológica no hubiera sido posible sin el desarrollo de una coyuntura político-social que permitió un cambio en el plan de estudios, con una orientación en antropología.

Su formación académica se enmarcó dentro de reformas políticas1 que propiciaron la apertura de las ciencias sociales, momento llamado por Tarragó (2003) como la década liberal de la universidad (1956-1966). Mientras que durante las décadas de 1930 y 1940 se dio la retracción del evolucionismo en antropología, que dejó un vacío teórico cubierto por la Escuela Histórico-Cultural de filiación austro-alemana, el ascenso de Perón al poder en 1943 produjo cambios importantes en el desarrollo de las ciencias sociales en nuestro país. En antropología, implicaron la eliminación de la plana mayor del liberalismo académico imperante y el ingreso de exiliados de los países del Eje, que detentaban posturas teóricas afines a esta escuela y a la ideología de las dictaduras militares (González, 1985). José Imbelloni, hombre fuerte de la antropología durante el gobierno peronista (Luco, 2010), comenzó a tomar protagonismo bajo la dirección del MET en 1947 y contribuyó al estudio de los restos materiales desde una visión difusionista.

Tras la caída del peronismo, con el golpe de estado autodenominado Revolución Libertadora (1955), se inauguró una etapa de crecimiento en las universidades nacionales (Tarragó, 2003). Una de las figuras clave para el desarrollo de la antropología y de la arqueología en el ámbito universitario fue Alberto González, quien había arribado a Rosario en 1954 para ocupar el cargo de director del Instituto de Antropología, fundado en 1952 por Antonio Serrano. Además de ser profesor de la carrera de Historia, en 1957 presidió el flamante Museo de Antropología de esa Facultad, alentando en todas las esferas académicas un punto de vista totalizador en el estudio del hombre, enfatizando el nexo inseparable entre la arqueología y la antropología social (Bartolomé, 2007).

González generó una verdadera ruptura en las perspectivas antropológicas y arqueológicas hasta ese entonces predominantes en el país (Tarragó, 2012). Impulsó proyectos de investigación, cambios en los programas de formación profesional y en el desarrollo de políticas científicas, incorporó nuevos marcos teóricos, rigurosos métodos y técnicas científicas y formó numerosos discípulos (Baldini, 2012). Procedimientos hoy cotidianos en la arqueología fueron implementados por González: el enfoque diacrónico en la interpretación del desarrollo cultural, las excavaciones estratigráficas, el uso de fotografía aérea para el reconocimiento de sitios, la aplicación de técnicas computacionales a la seriación de tumbas, la datación por C14, los estudios palinológicos, la arqueobotánica, los análisis genético-serológicos (Baldini, 2012; Tarragó, 2012) e, incluso, introdujo “utensilios imprescindibles para el trabajo de campaña”, ya que previamente no se usaban “ni el cucharín, ni las bolsitas o sacos, escobillas, espátulas” (González, 1985, p. 508). También fue el promotor del cambio del plan de estudios de la carrera de Historia en la UNL, en el contexto de un proceso de profesionalización de las ciencias sociales y de la antropología a nivel latinoamericano (Garbulsky, 2004; Madrazo, 1985; Ratier, 2010). Con el nuevo programa, en vigencia a partir de 1959, la universidad ofreció una orientación de Antropología dentro de la carrera y el Instituto de Antropología fomentó la formación de equipos de investigación en arqueología del NOA bajo la dirección de González2 (Garbulsky, 2004). Tarragó cambió de especialidad para dedicarse desde entonces a la arqueología.

Con la Revolución Libertadora, en Rosario, se produjo además un reemplazo prácticamente total del cuerpo de profesores por una generación de vanguardia que propició la incorporación de diversas ideologías y disciplinas (antropología, psicología y sociología). Según Tarragó, la presencia de González no fue un hecho aislado, sino que formó parte de un grupo de académicos-viajeros (Tecnoriginaria, 2021) que venían desde Buenos Aires y que no lograron insertarse en las universidades nacionales de esa ciudad, refractaria a las nuevas propuestas teóricas. El resultado fue una generación de profesionales fundadores, donde Tarragó tendrá una actuación destacada. Se entiende por fundadores a aquellos “precursores de la antropología rosarina, nucleados en el Instituto de Antropología, como por docentes y primeros egresados de la orientación en antropología, de la por entonces UNL, hasta el golpe de Estado de 1966” (Pavesio, 2017, p. 74). Dentro de los docentes de la carrera se destacaron Alberto Rex González, Susana Petruzzi, Eduardo Cigliano, Pedro Krapovickas, Sergio Bagú, Tulio Halperín Donghi, Ramón Alcalde, Gustavo Beyhaut, Nicolás Sánchez Albornoz, Reyna Pastor de Togneri, Mario López Dabat, Alberto Plá, Edelmi Griva, Héctor Bonaparte y Elida Sonzogni, mientras que entre los primeros egresados sobresalieron Ana María Lorandi, Irma Antognazzi, Rosa Di Franco, José Cruz, Elsie Laurino, Nélida Magnano, José Najenson, Beatriz Núñez Regueiro, María Teresa Carrara, Víctor Núñez Regueiro, Myriam Tarragó y Edgardo Garbulsky (Pavesio, 2017). En esta mención se observa claramente la apertura que la disciplina experimentó hacia el cupo femenino a fines de la década de 1950 y principios de la de 1960.

A nivel teórico, se impartió una enseñanza moderna que combinaba las tradiciones contemporáneas de Estados Unidos (particularismo histórico, cultura y personalidad, ecología cultural) y Gran Bretaña (estructural-funcionalismo) (Bartolomé, 2007). Tarragó accedió a bibliografía de lo “que todavía se la llamaba Antropología Cultural, [que] tomaba en consideración los trabajos de Robert Redfield, Ralph Linton, Kardiner, Ruth Benedict, Margaret Mead” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 95), lecturas que incluían aportes de investigadoras. El programa incorporaba autores de otras tendencias, como Vere Gordon Childe, que le permitió buscar el proceso social detrás de la materialidad de los objetos (Hirsch y Torres Agüero, 2013). En la UBA, también sucedieron significativos cambios en la formación académica de antropología, ya que en 1958 se creó la licenciatura en esta especialidad3. Sin embargo, el predominio de la escuela histórico-cultural mantuvo vigencia hasta 1970 (Soprano, 2014).

Fundamental en la propuesta universitaria rosarina fue incorporar la investigación empírica –tanto social como arqueológica– como parte inherente a la formación profesional. Por tal motivo se comenzó a incluir a los estudiantes en equipos de investigación (Garbulsky, 2004). Tarragó inmediatamente empezó a colaborar en los trabajos de campo. En 1958, participó de su primera campaña arqueológica en El Alamito, provincia de Catamarca, la cual correspondía a la segunda expedición de González en Argentina, que había recibido fondos de la UNL. La primera expedición, como eran llamadas por González, fue en 1957, previamente a la conformación de la orientación en Antropología, año en el cual Tarragó recién tomaba contacto con la disciplina. Como en 1958 González había viajado a Estados Unidos con una beca Guggenheim, la excavación quedó a cargo de Susana Petruzzi y Víctor Núñez Regueiro, compañeros de Tarragó: “aprendí a excavar entre compañeros, una cosa colectiva, porque no había nadie sobresaliente que nos estuviese orientando en la excavación; dado que Rex no estaba, hacíamos lo que el Doctor había enseñado antes y que Víctor fue transmitiendo” (palabras de Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 99).

Producto de esta experiencia, Tarragó dio sus primeros pasos en la presentación de resultados de investigación. Asimismo, consiguió el cargo de Ayudante obtenido por concurso en el Instituto de Antropología (1961-1963), clave para la continuidad de su carrera, y que le permitió renunciar a su cargo de preceptora de escuela. Por esos años, también participó de un estudio integral en el valle de Santa María. Bajo el auspicio de la Universidad, se constituyó un programa de investigación interdisciplinario (historia, arqueología, antropología y sociología). El Dr. Eduardo Cigliano, quien reemplazó a González en la dirección de la orientación y del instituto, dirigió la parte arqueológica. Adoptando un enfoque regional, se partía de una planificación metodológica ordenada para determinar la sucesión cronológica de los grupos que habían ocupado el valle a lo largo del tiempo (Tarragó, 2003). Tarragó recuerda que “debo haber ido como a diez campañas mientras yo estudiaba, ¿entienden? Y trabajos largos, de 30 a 40 días en distintos lugares del valle” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 100). Como consecuencia, participó como coautora en dos libros (Cigliano et al., 1960; Cigliano, Bereterbide, Carnevali, Lorandi y Tarragó, 1962) que condensan los resultados de las investigaciones en el valle (Figura 1).

Figura 1. Myriam Tarragó realizando reconocimiento del terreno, repleto de restos líticos, que dieran lugar al hallazgo del taller lítico del Ampajanguense, 1962. Foto gentileza de la Dra. Tarragó.

En 1963, Tarragó se convirtió en la primera mujer egresada de la orientación obteniendo el título de Profesora de Enseñanza Media en Historia con Certificado de especialización en Antropología. Finalizados sus estudios, a través de concurso de antecedentes, fue Ayudante Egresada de Investigación del Instituto de Antropología y Jefa de Trabajos Prácticos en dos materias de la carrera de Historia de la UNL, Técnica de la Investigación en Antropología y Prehistoria. También fue instructora de la Primera Escuela Práctica de Campo en Arqueología, bajo la dirección de Núñez Regueiro en El Alamito.

La importancia asignada a la formación de los jóvenes graduados, así como su preocupación por establecer una cronología fehaciente del NOA (Guber, 2014), condujo a González a fomentar la realización de tesis de doctorado en distintas áreas de la región. En efecto, envió a Núñez Regueiro a los sitios El Alamito, a José Pérez Gollán a la región de Humahuaca, a Osvaldo Heredia a las Selvas Occidentales meridionales y a Bernardo Dougherty a la cuenca del río San Francisco. En este escenario, y alejándose de las problemáticas encaradas por Tarragó hasta ese entonces, González le propuso el estudio de las poblaciones prehispánicas de los oasis de San Pedro de Atacama (Norte de Chile) en relación con otros pueblos puneños. En 1964, y durante tres meses, Tarragó realizó tareas de revisión y clasificación de materiales en el Museo Arqueológico de San Pedro de Atacama, así como de reconocimiento del terreno. Allí estableció una seriación de los ajuares de 1415 tumbas provenientes de 43 cementerios, principalmente a través de las libretas de campo del jesuita Gustavo Le Paige. Tarragó recuerda lo diferente que era San Pedro de Atacama en aquella época: “había un solo teléfono que tenía el sacerdote, el correo llegaba una vez por semana y había electricidad solo un par de horas diarias” (M. Tarragó, comunicación personal, 23 de noviembre de 2021).

La apertura y discusión de diversas corrientes teóricas, los trabajos de campo tempranos y las tutorías de González, Cigliano y Krapovickas fueron clave para que Tarragó, como otros colegas, desarrollara los inicios de su carrera con libertad, compromiso y pasión. Al tratarse de una etapa de apertura de los estudios sociales y, también, de la mujer en las ciencias sociales, Tarragó tuvo muchas oportunidades de crecimiento profesional. Sus proyectos quedaron truncos por el golpe militar encabezado por Juan Carlos Onganía en 1966, que derrocó al presidente Arturo Illia.

Cuando los Ideales Importan: las sucesivas dictaduras militares y el exilio

Un mes después del inicio de la dictadura, autodenominada Revolución Argentina, profesores y alumnos de distintas facultades de la UBA fueron desalojados violentamente por la policía, cuando exigían el cumplimiento de la autonomía universitaria y la anulación del régimen instaurado. Ese evento represivo, conocido como la Noche de los Bastones Largos, generó indignación y miles de docentes presentaron sus renuncias, con la esperanza de producir un hecho político resonante (Ratier, 2010). Se inició una etapa caracterizada por la censura, el desmantelamiento institucional (Madrazo, 1985) y la primera oleada de exilio de profesores universitarios (Ratier, 2010). En Rosario, cerca del 90% del plantel docente dejó las aulas (Tarragó, 2003). Tarragó estuvo presente en el hall de entrada de la FFyL-R en el momento en que su decano, Adolfo Prieto, se plantó frente a la policía para defender la autonomía universitaria, aunque sin lograr evitar el ingreso de las fuerzas (Tecnoriginaria, 2021). Estos episodios influyeron negativamente en la proyección de la antropología social y la arqueología en la universidad, con la fragmentación de una comunidad en desarrollo y un importante número de graduados que orientaron sus actividades hacia la enseñanza media y terciaria (Garbulsky, 2004).

Tarragó también renunció y ejerció la docencia en profesorados de Geografía, Ciencias Biológicas e Historia, en Institutos Superiores de San Nicolás y Villa Constitución, localidades cercanas a Rosario. Dictó clases de Paleontología y Antropología y de Geografía Económica y Humana, en el establecimiento de San Nicolás, así como de Historia Universal en el de Villa Constitución, sin abandonar sus investigaciones arqueológicas. Casi por un hecho fortuito entró en contacto con los materiales prehispánicos del sector septentrional de los Valles Calchaquíes, provincia de Salta. En la búsqueda de resolver hipótesis generadas a lo largo de su tesis respecto a las interacciones sociales prehispánicas, Tarragó formuló un proyecto de investigación paralelo sobre las sociedades aldeanas tempranas en esa región, que obtuvo dos subsidios del CONICET, (en 1966 y 1968). En 1966, Tarragó viajó a Cachi junto a Mónica de Lorenzi, dos estudiantes y su esposo4 (Tecnoriginaria, 2021) y le sugirieron hablar con Pio Pablo Díaz, aficionado que había reunido colecciones arqueológicas del área. Junto a Díaz, prospectaron sitios que él ya conocía y relevaron también localidades arqueológicas inéditas en los departamentos de Cachi y La Poma. A partir de entonces surgieron una serie de proyectos financiados por el gobierno de Salta (entre 1969 y 1980), entre los que se destacan la creación del Museo Arqueológico de Cachi, que le da actualmente identidad cultural y atractivo turístico al pueblo homónimo, el comienzo del catálogo y el registro de piezas de la colección de Pío Díaz, la primera exposición arqueológica en 1969, el primer registro sistemático de sitios arqueológicos del área, la organización de nuevas salas de exposición en un nuevo edificio (entre 1971 y 1973) y la realización del III Congreso Nacional de Arqueología Argentina en 1974, celebrado en la ciudad de Salta (Tarragó y Calvo, 2019). Junto a Núñez Regueiro, diseñaron una investigación sobre las sociedades prehispánicas del área, empleando por primera vez en el país enfoques metodológicos de la arqueología procesual (Tarragó y Núñez Regueiro, 1972). También cuestionaron la perspectiva difusionista vigente en los principales centros académicos (Núñez Regueiro y Tarragó, 1972).

Tarragó evocó la existencia de una fugaz primavera, un breve período de democracia con el retorno de Perón al poder, a través del voto popular, en 1973. Como otros investigadores, Tarragó regresó a la actividad universitaria, fue convocada como profesora de la materia Arqueología Americana I, en la FFyL-R y como Profesora Titular Interina en dos materias, Prehistoria y Arqueología y Técnicas de la Investigación Arqueológica, en la naciente carrera de Antropología de la Universidad de Mar del Plata. Además, junto con Núñez Regueiro, dictó el seminario Metodología de la Investigación en Arqueología en la UNR5.

El regreso a las aulas presentaba un escenario muy diferente al experimentado antes de 1966. A nivel nacional se había producido una orientación masiva de los estudiantes y los auxiliares docentes a la activa militancia en tendencias revolucionarias, alentada por el regreso de Perón al gobierno en el contexto de un auge de movimientos guerrilleros en América Latina (Bartolomé, 2007). En este contexto de libertad y efervescencia política, la postura teórica conocida como Arqueología Social Latinoamericana, iniciada por Luis Lumbreras (1972) sobre bases del materialismo histórico, incidió sobre el modo en que Tarragó hacía, pensaba y enseñaba la arqueología. Fue este marco teórico y su posicionamiento ideológico lo que la llevó a sufrir la privación autoritaria de su libertad en 1976.

Con la muerte de Perón en julio de 1974, asumió la vicepresidencia María Estela Martínez de Perón, generando el rechazo de importantes sectores de la sociedad y dando comienzo, en marzo de 1976, a una dictadura cívico-militar autodenominada Proceso de Reorganización Nacional, que permaneció en el poder hasta diciembre de 1983. El plan sistemático de terrorismo de Estado produjo el secuestro de individuos, su traslado a centros clandestinos y la desaparición de personas (CONADEP, 2006).

En Rosario, el golpe de estado implicó el cierre de la inscripción a la carrera y se produjo una nueva ola de renuncias de docentes e investigadores. Como sostiene Bartolomé (2007, p. 16): “Demasiado próximo ‘al pueblo’, el antropólogo era siempre sospechado de activismo político, aun cuando pretendiera encerrarse en tareas específicamente académicas”. Tarragó no estuvo exenta del conflicto y permaneció presa 20 días en el sótano de la central de policía de Rosario. A los días de ser liberada, le llegó la prescindibilidad que significaba que “no podía trabajar en nada, ni en la municipalidad, ni a nivel nacional, nada, sólo en el ámbito privado, ¿qué iba a conseguir privado?” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 105). Tarragó continuó, no obstante, colaborando con el museo de Cachi hasta 1981.

Así como colegas se exiliaron en el extranjero6, a fines de 1981, Tarragó tomó la determinación de mudarse a Guayaquil (Ecuador), donde había conseguido una oferta de trabajo en la escuela de Arqueología, dependiente de la Escuela Politécnica del Litoral (ESPOL). Dentro de otras actividades, se desempeñó como profesora por contrato a tiempo completo y dictó materias de los tres primeros años del plan de estudios de cuatro años. La materia Técnica Arqueológica, Excavación y Laboratorio implicó docencia, práctica campo y tareas de gabinete, con grupos de estudiantes a cargo.

Regreso democrático y continuidad laboral

Con la vuelta a la democracia a fines de 1983, bajo el gobierno de Raúl Alfonsín, se desarrolló un programa de reinserción de profesionales. Tarragó volvió al país a inicios de 1985. El impulso a la investigación a través del CONICET significó un aliciente para el regreso de muchos exiliados. Contando con un puesto de investigadora independiente se radicó en Buenos Aires, ya que la carrera de Ciencias Antropológicas de la FFyL de la UBA presentaba un renovado plan de estudios y el armado de cátedras por concurso. Entre otras actividades, permaneció en el cargo de profesora titular de Arqueología Argentina hasta 2008, cuando se jubiló de la enseñanza universitaria. Inició así una etapa de continuidad profesional, posibilitada por la estabilidad política del país. Tarragó se instaló como investigadora en el MET, donde también se fue reencontrando con colegas entre quienes tempranamente se había formado, como González, Krapovickas y Renard, mitigando un poco la ruptura académica y de pertenencia que significó el exilio y posterior mudanza a la capital del país. Comenzó sostenidas actividades de investigación arqueológica en el valle de Yocavil, Catamarca, mediante subsidios a la investigación a través del CONICET, la UBA y, posteriormente, de la Agencia Nacional de Promoción de la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación. Los primeros años no fueron fáciles y la dirección de proyectos implicaba maximizar los muy valorados, pero escasos, fondos estatales. Además de bienes de consumo se requería ir adquiriendo instrumental específico para el trabajo de campo. Mientras ella había comprado durante su carrera ciertos dispositivos, el MET aportó equipos como instrumental de medición (teodolito)7 . Buenos Aires dista, aproximadamente, 1300 km por camino terrestre de la ciudad de Santa María en Catamarca, cercana a muchos de los sitios excavados por el Proyecto Arqueológico Yocavil (en adelante PAY), lo cual encarecía las tareas de campo y demandaba organizar eficazmente los fondos (Figura 2). Inicialmente, participaron en las tareas de campo y gabinete un reducido grupo de profesionales8 y de estudiantes. Además, durante la década de 1990 un nuevo gobierno democrático de características neoliberales llevó adelante políticas de desarticulación de la estructura científica (Filmus, 2019) que impactaron en los montos recibidos en los subsidios.

Figura 2. Cargando el equipaje en estación de trenes, San Miguel de Tucumán, 1988. De izquierda a derecha: Luis González, Nelly Cabrera, Myriam Tarragó, Verónica Pernicone y Milena Calderari (tomado de Tarragó, 1988).

En 1990 Tarragó defendió su tesis y logró el título de Doctora en Historia, especialidad en Antropología en la UNR. Tarragó recuerda que: “Pude defender mi tesis después de tantos años porque la gestión de 1985, siguiendo normas dadas por el Estado nacional, reconoció todo lo que me había ocurrido en esos años” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero 2013, p. 108). Los 25 años que mediaron entre el inicio de su tesis, las 1000 fojas de su expediente de doctorado (resultado de las trabas impuestas por los sucesivos gobiernos militares) y las facilidades que la universidad le brindó, reflejan la tumultuosa situación política del país y los nuevos aires democráticos.

La apertura democrática implicó un ingreso masivo de estudiantes a la universidad pública. La combinación de ser investigadora, profesora titular y doctora generaron el acercamiento de estudiantes e investigadores en formación. De este modo, contribuyó a la formación actualizada e intensiva de una amplia cohorte de jóvenes arqueólogos y arqueólogas. Asimismo, sumó a la actividad docente el dictado de seminarios de investigación de grado y de doctorado. En ellos, y en ocasiones en colaboración con Luis González9, profundizó aspectos vinculados a la emergencia de la complejidad social y su articulación con el desarrollo de las tecnologías suntuarias. En una oportunidad llevó a cabo un seminario de campo en el valle de Yocavil, manteniendo la tradición aprendida en Rosario y perfeccionada en la ESPOL, acerca de la importancia de la investigación empírica en el terreno para los estudiantes de la carrera. Su principal interés fueron las sociedades tardías del valle, contemplando una escala regional (Tarragó, 1995) y empleando una metodología de campo sistemática que toma principios del procesualismo y de la escuela francesa, como la técnica de décapage y el relevamiento de planta.

En 2005, ante la renuncia del director del MET, José Pérez Gollán, Tarragó tomó dicha dirección por casi una década, hasta entonces bajo la conducción de investigadores hombres. En este contexto, organizó seminarios de grado (junto a la profesora Silvia Calvo y, en una ocasión, junto a la Dra. Andrea Pegoraro) y presentó proyectos de investigación en torno a la función social de los museos universitarios y al análisis de la representación de la diversidad cultural. Bajo su dirección, el MET continuó con la difusión de sus colecciones, logró el financiamiento para importantes tareas de remodelación de espacios internos y de conservación de la fachada, mantuvo el compromiso de maximizar el acervo cultural a través de su materialidad y de ofrecer al visitante una propuesta pluricultural. La apertura al público del Depósito de Etnografía del museo refleja este enfoque.

Dentro del PAY una nueva generación de investigadores se estaba consolidando, lo que condujo a una nueva modalidad de trabajos de campo. Mientras que hasta ese entonces Tarragó dirigía cada una de las estadías en el valle con subgrupos de trabajo, las campañas se comenzaron a organizar en función de objetivos específicos dirigidos por algún investigador del grupo. Esto llevó a una ampliación de temas, metodologías analíticas y estudios de laboratorio. Estas actividades se vieron favorecidas por un gobierno que, desde 2003, impulsó políticas de crecimiento y que, en el ámbito de la ciencia, implicaron el aumento sostenido de la inversión y la incorporación de un número sin precedentes de investigadores y becarios (Filmus, 2019). El cambio de política hacia una de corte neoliberal, a partir de 2015, condujo a una severa retracción en recursos destinados al ámbito científico. El regreso a una propuesta favorable al desarrollo de la ciencia y tecnología, a partir de diciembre de 2019, se vio limitado ante la propagación de la pandemia del COVID-19 meses después y, recientemente, se están retomando las actividades dentro de las modalidades presenciales imprescindibles que la arqueología demanda.

Discusión y Conclusiones

A lo largo de este artículo se buscó recuperar algunos aspectos de la historia individual de la Dra. Tarragó, tomando recaudos en no caer en la trampa de las biografías de las grandes mujeres enfrentadas a un ambiente hostil y transponiendo las “reglas” de la “exclusión femenina” (García, 2006, p. 147). Frente a este peligro, se procuró articular su trayectoria académica individual con prácticas científicas insertas en contextos históricos. De este modo, se buscó contribuir a la historia intelectual de la disciplina antropológica, dado el carácter colectivo de la ciencia (García, 2006), y, en particular, observar cambios intergeneracionales que se dieron en el acceso a la producción de conocimiento, gestión académica y docencia para las mujeres desde sus inicios universitarios. Visibilizar su recorrido profesional permitió observar cómo ciertas circunstancias externas le permitieron avanzar en su carrera, mientras que otras ralentizaron sus logros.

Tarragó inició sus actividades científicas unos 65 años más tarde del comienzo de la institucionalización y profesionalización de la práctica arqueológica en el país, a fines del siglo XIX. Este momento temprano coincidió con el auge de los primeros movimientos feministas en las grandes urbes argentinas, cuyo principal cuestionamiento se fundamentaba en la revaluación de los roles de la mujer en la sociedad y la ampliación de las bases de su educación (Gluzman, 2013). Si bien la mayoría de los espacios académicos eran ocupados por hombres, hubo mujeres que participaron en un amplio rango de actividades en diversas disciplinas. Estos logros no estuvieron exentos de luchas de reivindicación de sus aptitudes para cumplir determinadas tareas (García, 2006). A las mujeres les fue muy difícil obtener las posiciones de mayor jerarquía y cuando esto sucedió, sus relaciones personales con hombres de ciencia a menudo propiciaban estos logros.

La trayectoria académica de Tarragó está marcada por coyunturas de cambio social que permitieron un mayor acceso femenino a la educación y a la ampliación de los horizontes en torno a las elecciones de vida, entre ellas, continuar estudios universitarios. La gratuidad de las universidades nacionales permitió estudiar a personas de escasos recursos y, entre estas, a mujeres.

Hacia fines de 1950 y principios de 1960, cuando Tarragó finalizó sus estudios universitarios y dio sus primeros pasos en la investigación, resurgieron los movimientos reivindicativos por la mejora de las condiciones legales, económicas y sociales de las mujeres. Si bien las mujeres habían hecho notorios avances en el camino de su independencia y habían accedido a variadas carreras universitarias, todavía predominaba en la sociedad argentina el modelo tradicional de mujer (Piñeiro, 2006). Durante la década de 1960, el feminismo se volvió un tema de discusión general que en los ámbitos universitarios implicó muchas veces la participación de las mujeres en una militancia política activa. Según Tarragó, la cuestión del género era un tema de debate. La generación de jóvenes profesionales en Rosario se movilizaba por la concreción de utopías que, abarcando la problemática del género, la superaban con criterios más abarcadores de igualdad, poniendo en crisis la estructura social y buscando una sociedad más justa:

(…) en todas las carreras que había en Filosofía y Letras era como una situación de igualdad, fue por primera vez que el tema del género [se instala], si eras hombre o mujer, todos conversábamos, por ahí se les deslizaba algo, pero no era realmente concreto en el sentido en que todos nos manejábamos con gran libertad, eso para mí fue un semillero de formación (…). No puedo decir que yo haya sentido discriminación de mis compañeros de trabajo (…). Creo que tiene que ver con una posición política, por ejemplo teníamos el tema de las utopías, del enfoque social, del enfoque del trabajo en equipo, priorizar lo colectivo sobre lo individual (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021: 00:29:47, énfasis agregado por la autora).

La trayectoria de Tarragó también permite discutir la incidencia de la política en la ciencia. En este sentido, Guber (2009) ha puesto de manifiesto la tendencia historiográfica a establecer una correspondencia estrecha entre políticas nacionales y prácticas profesionales, que puede pasar por alto las conjugaciones particulares entre individuos, teorías, temas y métodos que se dan en distintas localizaciones institucionales y nacionales. La biografía de Tarragó ofrece, en este sentido, un espacio de reflexión desde su propia vivencia. Su historia, tal como ella misma la ha narrado, da cuenta de un vínculo estrecho entre sus actividades académicas y las políticas públicas instauradas durante los sucesivos regímenes, democráticos y autoritarios.

La apertura teórica en la FFyL-R, a partir de 1955, facilitó una serie de procesos que culminaron con la creación de la especialización en Antropología del profesorado en Historia, caracterizada por un perfil moderno. Tarragó se encontró en la difícil decisión de cambiar de especialidad, siendo una mujer que debía pensar en su futuro como asalariada y frente a su deseo de continuar sus estudios bajo esa orientación, entrando en tensión con los anhelos familiares:

(…) mi madre estaba muy preocupada porque yo había empezado la carrera del profesorado de Historia, que era muy rentable (...) tenía aprobadas cinco materias [entre ellas tres cursos de latín] que yo perdía si me cambiaba de orientación porque el cambio que yo hice era a mitad de carrera. Y eso era una crisis terrible: ‘Pero a qué edad te vas a recibir, pero Myriam, vos sos mujer, a lo mejor te vas a casar, ¿cuándo te vas a casar?, ¿de qué vas a trabajar?’ [cuestionaba su madre] (…) [esa preocupación] era algo real porque la antropología era una disciplina totalmente desconocida, no se dictaba en ningún lugar (…). Le dije yo quiero estudiar esto y no te preocupes mamá porque voy a trabajar siempre y de hecho trabajé siempre (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021, 00:19:43).

Sin embargo, y, en contra de los estereotipos de su época, Tarragó estaba absolutamente decidida a estudiar arqueología contra “viento y marea” (palabras de M. Tarragó, en Matera et al., 2009, p. 58).

Durante la dictadura instaurada en 1966, que la alejó del ámbito universitario, Tarragó supo aprovechar las posibilidades académicas que se filtraban por los intersticios de la retracción de las ciencias humanas y sociales. Gracias a la tenacidad de sus responsables (en ocasiones ella formaba parte de la organización) se llevaron a cabo el ICA de Mar del Plata, cuyos preparativos se gestaron antes del inicio de la dictadura, y los dos primeros Congresos Nacionales de Arqueología Argentina, entre otros eventos académicos. Alejada de la enseñanza universitaria, volcó su compromiso académico hacia el desarrollo de la arqueología de Cachi, reflejo de posibilidades de investigación surgidas en otros ámbitos, también pertenecientes a la esfera oficial por esos años (Guber, 2009). El corto periodo de democracia entre 1973 y 1976 vio a Tarragó involucrase rápidamente en el ámbito de la enseñanza, expresión del desarrollo de la disciplina antropológica y de la voluntad de formar profesionales por una generación marcada por utopías sociales. La detención ilegal sufrida en 1976 fue un hito con consecuencias personales muy profundas:

Fueron un teniente a cargo con diez soldados, dos camiones, invadieron mi casa a la una de la mañana. Yo, como típica mujer arqueóloga, investigadora, docente estaba cocinando las tortas para el cumpleaños de mi hija Celina ... fue algo tremendo que significó ir a conocer una imagen y una percepción del infierno no en el otro mundo, en este mundo … yo no sufrí tortura [física], tortura mental todo el tiempo, y había ahí alguna cosa de género. Teníamos un guardia joven, hermoso... nosotras preguntamos por nuestros hijos. Mi hija tenía 6 años y mi hijo tenía 8 meses cuando a mí me llevaron … uno es estúpido a veces y él dice: ‘¿qué quieren, cómo están, qué necesitan?’ Yo le dije, me acuerdo un día, quiero saber de mis hijos, quiero tener noticias y él me dijo: ‘mira, sabes lo que voy a hacer para todas ustedes que preguntan estas cosas y que están así tan poco ocupadas –porque nosotras estábamos ahí como tiradas en el sótano– voy a traer una bolsa de trigo, que voy a llenar toda una parte y les voy a hacer contar los granos todos los días para que me los vuelvan a embolsar (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021: 00:57:17, énfasis agregado por la autora).

El exilio, que responde a una violencia institucional muy distinta a la experimentada por la arqueóloga previamente, le permitió estabilidad profesional y un aumento de conocimientos de la práctica arqueológica de campo, bajo los parámetros norteamericanos que luego aplicó por décadas en el valle de Yocavil. El retorno de la democracia le otorgó continuidad laboral y la posibilidad de enfocarse en su profesión, no ya en su provincia natal sino en la capital del país. Su decisión se enmarcó dentro de claras políticas de reinserción de investigadores, que debieron irse del país durante las dictaduras previas, y de una propuesta científica que buscó revitalizar los estudios superiores y devolver la autonomía que las universidades públicas habían perdido en 1966. En Buenos Aires, su enfoque teórico social (Matera et al., 2009, pp. 60-63) encontró críticas iniciales de algunos colegas (Arqueología del extremo Sur de Cumbres Calchaquíes, 2019; Matera et al., 2009, p. 65), no así su metodología de campo y gabinete. Siendo la corriente procesualista la hegemónica allí, Tarragó aprovechó cada congreso al que asistía para demostrar la validez de su postura a través de los datos empíricos. En 1994 “vino Hodder a [la universidad de] La Plata y ahí mucha gente se enteró que venían las nuevas épocas del postestructuralismo y del postmodernismo” (palabras de M. Tarragó, en Arqueología del extremo Sur de Cumbres Calchaquíes, 2019, 00:59:30).

Solo con la estabilización del orden democrático no hay una incidencia directa de la intervención política en el ámbito universitario y en su producción académica. Ese aire de independencia en democracia es fácil de entender pensando su experiencia previa de universidades cerradas, renuncias o desplazamientos de profesores, descarte de materiales arqueológicos e informes de campo durante los gobiernos autoritarios e, indudablemente, la falta de libertad de expresión que la llevó a la detención ilegal en 1976. La política económica, y las recurrentes situaciones inflacionarias y de recorte presupuestarios, no obstante, han influido en la duración y concurrencia al campo, en la adquisición de instrumental de precisión y en las posibilidades de ejecución de estudios analíticos, entre otras prácticas. Tarragó hacía un balance de la situación en 2009: “sufrí mucho, la pasé muy mal en la época de los gobiernos militares, pero en esta última etapa quizás quisiera tener más fondos, por supuesto, para trabajar en investigación, pero eso es una aspiración general” (palabras de Tarragó, en Matera et al., 2009, p. 66).

Es importante tener en cuenta su experiencia en el espacio público durante el trabajo de campo, esfera de acción dominada por agentes masculinos (oficiales gubernamentales, peones en las excavaciones y personal de traslado, entre otros). En el área de estudio, la Iglesia Católica, con su carácter conservador, constituyó también un importante mediador con la comunidad. Si bien en el Museo de La Plata se realizaban viajes de estudio mixtos en el ámbito de las ciencias naturales desde las primeras décadas del siglo XX (García, 2010), a mediados de ese siglo los viajes de este tipo eran infrecuentes en arqueología10.

Por un lado, es posible identificar ciertos prejuicios sociales que operaron en las comunidades donde Tarragó desarrolló sus actividades de trabajo de campo. El aire de respetabilidad derivado de su condición de mujer casada desde 1964 ayudó a Tarragó a navegar las complejidades de este ámbito11. Además, se observaría en el área de los valles Calchaquíes, cierta habituación a mujeres vestidas en forma “masculina” en situaciones de trabajo específicas ya que, durante el mencionado viaje organizado al NOA por de F. de Aparicio, éste instruyó a las mujeres del grupo a vestir camisa de manga larga y pantalón-bombacha, para prevenir quemaduras y heridas por los espinillos. El uso de pantalón llevó a que el cura de la parroquia a cargo del Museo Arqueológico de Santa María les negara el ingreso (Guber, 2006, p. 15). Tarragó recuerda: “Cuando nosotros empezamos a ir a El Alamito, no se usaban pantalones para la calle, estaba totalmente mal visto. Y sí, nosotros en el campo llevábamos pantalones porque era imposible trabajar, pero no existían los jeans ni nada parecido” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 100).

Por otro lado, existen convenciones populares y de autorrepresentación que asocian el trabajo de campo con nociones de búsqueda, descubrimiento, lejanía y aire libre propias del siglo XIX, que se traducen en un tipo de masculinidad e incluye ciertos atributos físicos y bravura, así como gusto por la aventura y las dificultades (Moser, 2007). También, su asociación con el colonialismo y la penetración de las fronteras ha contribuido al estatus masculino de la actividad, mediante las llamadas expediciones o campañas de origen militar. El campo, en tanto espacio alejado del ámbito doméstico, es un lugar vinculado a la acción y decisiones libres. Los modelos hegemónicos de género identificaban a la mujer como esposa y madre, incompatibles con el alejamiento del hogar, y poco apta para roles ocupacionales de responsabilidad. Dado que en años previos se habían dado pasos hacia prácticas en el campo involucrando mujeres, en el contexto de la participación de alumnos de la carrera antropológica (Guber, Bonnin y Laguens, 2007), la generación12 de Tarragó terminó de abrir paso a la democratización en la producción integral del conocimiento. El colectivo de mujeres formado por Tarragó y sus compañeras, fue un facilitador ante la situación atípica de hacer trabajos de campo en lugares distantes de sus ciudades, al crear una red de ayuda femenina en aspectos tales como: alejamiento del hogar, permanencia con desconocidos, acoso de hombres de la disciplina, o externos a ella, y adecuación de los comportamientos a los roles tradicionalmente esperados de una mujer.

Las investigaciones efectuadas por Cigliano en el valle de Santa María contaron con una alta participación femenina. Además de Tarragó se destacan: María Teresa Carrara, Ana María Lorandi, Susana Renard, Graciela de Gásperi, Susana Petruzzi, María Luisa Arocena, Susana Bereterbide y Blanca Carnevali. Tarragó recuerda que, si bien en algunas estadías en el campo contaban con la participación de Cigliano, el resto del grupo estaba conformado prácticamente solo de mujeres. “Éramos muchos integrantes en cada viaje, seríamos como 20 o 25 que viajábamos, llegábamos al Valle y se armaban, por lo menos, cuatro grupos: uno en Cafayate, otro en Caspinchango, otro en Santa María y otro en Punta de Balasto” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 100). Había soldados como ayudantes en la excavación, pero “nos respetaron siempre, algo pasaba entre el grupo nuestro de mujeres y nuestros ayudantes” (palabras de M. Tarragó, en Hirsch y Torres Agüero, 2013, p. 100), manteniendo una distancia respetuosa.

A partir de 1966, Tarragó inició un largo periodo caracterizado por el trabajo arqueológico en el área de Cachi. Con P. P. Díaz se estableció una relación de trabajo marcada por el respeto mutuo. Díaz, reconociendo la destacada labor que Tarragó estaba realizando en el campo, pudo dejar de lado su orgullo masculino y los estereotipos dominantes en torno a las mujeres y le ofreció comenzar el desarrollo del catálogo y el registro de piezas de su colección arqueológica personal. En 1966 y 1969 Tarragó realizó excavaciones en Campo Colorado con la colaboración de Mónica de Lorenzi y María Susana Deambrosis (Tarragó y Calvo, 2019) (Figura 3). En 1972 el montaje de las salas en el Museo de Cachi también contó con la participación de Mónica De Lorenzi y Marta Tartusi (de la FFyL-R) y María Delia Arenas (del Museo de La Plata), junto con Víctor Núñez Regueiro. En definitiva, desde mediados de 1940 y hasta principios de 1970, las arqueólogas traspasaron las fronteras del gabinete y el aula para instalarse en el campo.

Figura 3. Myriam Tarragó y equipo de trabajo durante el final de excavación de Campo Colorado, La Poma, Salta, 1969. De izquierda a derecha: María Susana Deambrosis, Myriam Noemí Tarragó, Mónica de Lorenzi (tomado de Tarragó, 1969).

Tarragó ha sido pionera en muchas esferas: la aplicación de estrategias metodológicas modernas, el uso enfoques teóricos novedosos, que más tarde fueron aceptados como válidos en el ámbito arqueológico argentino, y el estudio a escala regional de las sociedades agroalfareras del NOA. Fue la primera egresada de la orientación de antropología de la FFyL-R, primera curadora de un museo arqueológico en el país y primera mujer directora del MET. También ha sido precursora en la defensa del patrimonio arqueológico e histórico del valle de Yocavil. Tarragó se posicionó fuerte en discusiones teóricas, siendo la primera mujer que rompió con el estereotipo de las mujeres como detallistas ayudantes en el gabinete y especializadas en algún tipo de materialidad. El trabajo de campo, el análisis de la evidencia en el gabinete y la discusión de los datos se constituyó en el métier de esta arqueóloga. La carrera de Tarragó tiene poco de típica, aunque ella ha abierto posibilidades académicas que hoy se piensan como naturales para la inserción profesional de las mujeres.

Revisando su propia historia, Tarragó destaca que: “las persecuciones que a veces las mujeres sufren como si fueran de género, en realidad son persecuciones de otro carácter, están encubriendo intereses de trabajo o políticos” (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021, 00:55:51). En este contexto, asegura que las diferencias en la investigación científica no están dadas por el género, sino por las capacidades de cada persona, la calidad de trabajo y la responsabilidad de las investigadoras que “somos persistentes contra viento y marea” (palabras de M. Tarragó, en Tecnoriginaria, 2021, 00:58:23). En el ámbito de la academia esa persistencia es un valor agregado. En efecto, Tarragó fue una de las primeras investigadoras que logró llegar a niveles importantes en los cargos de investigación (en 2001, Tarragó alcanzó la categoría de Investigador Principal en CONICET), a pesar de que las dictaduras incidieron negativamente en su performance académica. Incluso hoy, según relevamientos de datos de la UBA y CONICET, la inscripción de estudiantes y arqueólogos profesionales es mayoritariamente femenina (Chaparro, Bellelli, Scheinsohn y Berón, 2019). Sin embargo, si bien las mujeres abundan, no acceden con igual facilidad a puestos de mayor jerarquía en investigación y docencia (Chaparro et al., 2019).

Tarragó reconoce que existen mayores dificultades para las mujeres que para los hombres a lo largo de la carrera científica. En efecto, el avance y visibilización del feminismo ha llevado a Tarragó a hacer relecturas de sus vivencias en el ámbito académico (reconociendo situaciones de preferencia de hombres, acosos físicos, maltratos hacia las mujeres) y a destacar las asignaciones pendientes que hoy en día existen para conseguir equidad de posibilidades. Sin embargo, su visión de género se intercepta con temas cruciales de las relaciones generadas, como son las relaciones de poder, y resalta que son continuamente negociadas en la práctica social. Como perteneciente a la generación vinculada a los movimientos feministas de las décadas de 1960 y 1970, sostiene que “lo personal es político”. También como parte de esa generación, Tarragó destaca que es la fuerza personal y colectiva de las mujeres, el ir “contra viento y marea” en la búsqueda de un objetivo, lo que permite superar los obstáculos. En su caso, el motor que le facilitó enfrentar las adversidades fue su compromiso con sacar a luz la historia de los grupos prehispánicos.

Fue esa fuerza lo que ha favorecido que Tarragó haya quebrado el techo de cristal en reiteradas oportunidades a lo largo de su vida académica. Se puede argumentar que ninguna de estas contingencias es privativa de las mujeres y que no responden exclusivamente a cuestiones vinculadas a su condición femenina. Precisamente, sobre las mujeres pesan las obligaciones acerca del cuidado de los hijos y la atención a la familia. Existe un mandato social hacia las mujeres que contribuye a que los conflictos de la vida profesional sean postergados o suprimidos en favor de la satisfacción de demandas de la esfera privada. Los roles tradicionalmente asociados a las mujeres y ciertas áreas en las cuales ellas han sido vistas como naturalmente preparadas también inciden fuertemente en las tomas de decisiones diarias, así como en su desarrollo profesional.

Situar la trayectoria individual de Tarragó dentro de su contexto histórico, permeado por coyunturas educativas, institucionales, económicas, personales y sociales, permite comprender a esta investigadora como agente clave y testigo del estado actual de la disciplina, al tiempo que se presenta como referente ineludible de las siguientes generaciones de mujeres arqueólogas del país y, fundamentalmente por la riqueza y contenido de su tesis doctoral, Chile. La perspectiva de género aplicada sobre el desarrollo de la ciencia tiene mucho que ofrecer para reconocer tanto las batallas ganadas como las deudas pendientes, que se interponen entre las mujeres investigadoras y docentes y la concreción de sus anhelos y proyectos. Este trabajo ofrece un panorama a continuar profundizando en el reconocimientos de otras trayectorias femeninas profesionales, a veces truncadas, así como para analizar la disparidad entre varones y mujeres en la investigación y docencia, la incidencia de los roles de madre y esposa, la influencia de estereotipos de género, la repercusión del exilio como hito disruptor de la práctica profesional femenina, la división sexual de tareas en el campo y el laboratorio, las autorías femeninas en las publicaciones científicas, la dirección de proyectos por mujeres y las violencias de género, entre otros aspectos.

Agradecimientos

A Julia Olub por su ayuda en el acceso a los materiales del Archivo IDECU-Fondo Myriam Noemí Tarragó. A Carlos Belotti por su asistencia en la citación de ciertas referencias. A Myriam, pionera y maestra.

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1 Además de la mencionada, existe abundante bibliografía que discute las conexiones de los desarrollos y retrocesos de la arqueología, así como de su enseñanza universitaria, con la vida política nacional argentina, en particular con la sucesión de etapas democráticas interrumpidas por reiterados periodos militares (e.g. Fernández, 1982; Kohl y Pérez Gollán, 2002; Politis, 1992, 2004, entre otros). 

2 Su esposa Ana Elsa Montes (llamada Yi por González), graduada en Bellas Artes, e hija del historiador Aníbal Montes, colaboró en su obra mediante la realización de dibujos, así como su análisis: “Yi gravitó decididamente en mi vida haciéndome ver siempre las facetas estéticas de las manifestaciones arqueológicas, que eran captadas y definidas de inmediato por su fina sensibilidad” (palabras de A. González, en Bianciotti, 2005, p. 173).

3 En la Universidad Nacional de La Plata también se crea la Licenciatura en Antropología en 1958, con una orientación volcada a la tradición naturalista iniciada por F. Ameghino y F. Moreno en el museo de esa ciudad.

4 Tarragó se casó en 1964 y tuvo dos hijos, Celina y Diego.

5 La Universidad Nacional de Rosario (UNR), creada en 1968, fue un desprendimiento de la UNL, de quien toma sus primeros organismos académicos. Ese año se creó la Licenciatura en Ciencias Antropológicas en la Facultad de Humanidades y Artes.

6 José Pérez Gollán y Osvaldo Heredia emigraron a México y Brasil, respectivamente. Regresarían en 1987 a la actividad arqueológica en Argentina.

7 Empleado hasta 2004, cuando el proyecto adquiere una estación total.

8 Susana Renard, quien compartió trabajos de campo con Tarragó durante la década de 1960 y desde 1988 hasta 2002, fecha en la cual cuando se jubiló, colaboró en el PAY como personal de apoyo por CONICET.

9 Luis González fue su primer doctorando con materiales arqueológicos del valle de Yocavil. Se desempeñó como codirector del PAY hasta su jubilación en 2018.

10 Bonomo, Prates y Farro (2019, p. 27) mencionan que el plan de estudios de Antropología Arqueológica de la Licenciatura en Antropología en La Plata en 1966 y 1969 tenía 20 y 30 días de trabajo de campo para sus estudiantes.

11 En el ámbito académico, Tarragó se presentó con su apellido de soltera. Sin embargo, en ocasiones los editores (Convención Nacional de Antropología, 1966) o autores que la mencionan le agregaron el de casada (González y Núñez Regueiro, 1969; Le Paige, 1976).

12 Ana María Lorandi y Marta Ottonello son exponentes destacadas de esta misma generación como también Carlota Sempé, Diana Rolandi, María Delia Arena, arqueólogas que han enfocado sus actividades en el NOA y que egresaron de la Universidad de La Plata en años posteriores (1967, 1968 y 1970 respectivamente) (Bonomo et al., 2019).