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Ruinas industriales y memorias del ocaso azucarero en el sur tucumano. Un abordaje antropológico

Industrial Ruins and memories of the decline of sugar in southern Tucumán. An anthropological approach

Ruínas industriais e memórias do declínio do açúcar no sul de Tucumán. Uma abordagem antropológica

Ruinas industriales y memorias del ocaso azucarero en el sur tucumano. Un abordaje antropológico.
Cuadernos de antropología social, vol.  no. 57, (131- 149 pp.), May-Oct, 2023, doi: 10.34096/cas.i57.12167. ISSN: 1850-275X
Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas. Sección de Antropología Social


Introducción

Los pueblos del sur de la provincia de Tucumán (noroeste argentino) que atravesaron el auge y ocaso de ciclos productivos en torno a la industrialización del azúcar conservan vestigios materiales donde se fusionan iniciativas de poder y memorias locales. En el transcurso de algo más de cien años, las familias trabajadoras del sur tucumano atravesaron profundas transformaciones en sus vidas: las disputas en torno a la inserción al complejo y diverso mundo de la producción de azúcar (1890-1966); el desempleo, la migración, las luchas y resistencias frente al masivo cierre de los ingenios tucumanos en el año 1966; la reconfiguración laboral a partir de las modalidades llevadas adelante bajo el Operativo Tucumán1 (1966); y la violencia y el terror impuestos por el Operativo Independencia2 (1975).

Todas estas experiencias forjaron el desarrollo de una clase trabajadora local que desde su nacimiento estuvo atravesada por relaciones de poder, en las cuales las iniciativas civilizatorias (Ciolli, 2019) -llevadas adelante por diferentes administraciones empresarias y élites locales (civiles, militares y ecelsiáticas)- moldearon las condiciones de vida y de explotación de las familias tucumanas y habilitaron las condiciones para la conformación de un sentido común ampliado en torno a la modernización y el atraso.

El propósito del presente artículo es registrar las huellas de estas relaciones de poder que operaron en el territorio a partir de vestigios materiales y de las memorias elaboradas por las familias de Santa Ana sobre diferentes períodos históricos. Sostenemos que a partir de este análisis es posible reconocer la dialéctica de construcción-destrucción propia de las iniciativas de poder, así como la apropiación creativa y las representaciones que se dirimen en la población local sobre las relaciones sociales de poder históricamente configuradas.

El artículo está basado en material etnográfico y en hallazgos producto de una investigación doctoral.3 Además, se exponen en él muchos de los elementos emergentes de dicha tesis, que son analizados en el marco de dos proyectos de investigación en curso.4

El trabajo etnográfico fue realizado en Santa Ana entre los años 2015 y 2018, donde se produjeron más de 40 entrevistas abiertas y en profundidad, además de observaciones, fotografías y participación en diferentes espacios de sociabilidad. El abordaje metodológico se complementa con fuentes primarias y secundarias (investigaciones de los diversos períodos históricos abordados, así como de notas de diarios locales) que nos permiten recuperar las voces de las iniciativas civilizatorias y de las familias trabajadoras de Santa Ana.

El texto está organizado en dos apartados y una conclusión. En el primero se realiza una conceptualización de la noción de iniciativas civilizatorias, que permite describir a los sujetos concretos que formaron parte de los entramados de poder locales en diferentes períodos históricos. El segundo apartado recupera diferentes estudios sobre materialidades y memorias para luego interrogar algunos de los vestigios materiales presentes en el territorio. Finalmente, en las conclusiones se señalan los principales aspectos analizados sobre el vínculo entre iniciativas de poder y memorias locales.

Santa Ana como escenario de iniciativas civilizatorias

Santa Ana condensa un conjunto de características que permiten analizar la dinámica de las relaciones de poder en un territorio concreto, en el que todas sus transformaciones fueron acompañadas por procesos de dominación y estigmatización. En primer lugar, al estar situado en el interior del interior, el pueblo se entrama con las desigualdades estructurales centro-interior, que lo colocan en el polo del atraso respecto de la próspera región pampeana, aun en los períodos de auge azucarero (Guy, 1977). En segundo lugar, se trata de un territorio tempranamente industrializado, donde a partir del nacimiento del ingenio azucarero se forjó una clase obrera industrial y agraria que articuló experiencias en común, las cuales fueron desmanteladas y fragmentadas en el marco del Operativo Tucumán (Ciolli, 2021a). Y, por último, fue uno de los territorios donde operó el Operativo Independencia, que promovió un escenario no solo de persecuciones, terror y violencia, sino también de estigma y sospecha por “estar cerca” del monte caracterizado como subversivo (Colombo, 2017).

Estas características lo conforman como un territorio atravesado por profundas transformaciones en las que operaron relaciones de poder específicas. La categoría de iniciativas civilizatorias nos resulta potente para concretizar a los sujetos y las modalidades de poder que se configuraron en este espacio social. Consideramos que dicha categoría permite explicar los proyectos -iniciativas- de poder que elaboran y ponen en práctica los sectores dominantes de manera situada en un territorio específico para sostener sus intereses de clase, no solo en su faceta económica, sino también en su dimensión sociocultural y simbólica. Se trata decomplejas y dinámicas articulaciones, por momentos inestables, que se van conformando al interior de los sectores dominantes -empresarios, representantes estatales y políticos, representantes de la sociedad civil (Iglesia, escuelas, sindicatos, entre otros)- en diferentes períodos históricos. A pesar de sus diferencias, dichas iniciativas mantienen un esquema de poder basado en una actualización permanente del dilema civilización-barbarie de acuerdo con el cual lo civilizatorio se presenta como promesa de modernización, mientras que la barbarie es configurada como atributo de los sectores subalternos.

A riesgo de despojar de complejidad una historia de largo aliento, en este apartado se exponen las principales articulaciones de poder que se conformaron en el territorio desde la época colonial hasta el cierre de los ingenios azucareros, para especificar quiénes son los actores protagónicos de las iniciativas civilizatorias y cuáles fueron sus diversas modalidades de dominación.

Luego del proceso de la conquista española, las tierras del sur tucumano fueron incorporadas a la política colonial de repartos (Sica, 2017). Hacia mediados del siglo XVII, Tucumán se consideraba un importante centro comercial, que articulaba los mercados andinos con el litoral portuario. Además de su importancia comercial, en la zona de la actual provincia de Tucumán se configuró un perfil productivo diversificado destinado a la producción de cereales, arroz, tabaco, cuero y caña de azúcar;cultivo, este último, introducido por los jesuitas.5

Entre las Leyes de Indias que regularon el sistema colonial en lo referente a la propiedad de la tierra y la legislación laboral, y las exigencias de la elite local que se configuró hacia el período colonial tardío, se articularon diversas regulaciones para evitar la proliferación de los llamados vagos y malentretenidos (López de Albornoz, 1998). Si bien la demanda de mano de obra en dicho período no era de grandes proporciones, algunas actividades obligaron a conchabar a un sector de la población (López de Albornoz, 1998).

La plantación de azúcar, abandonada tras la expulsión de los jesuitas, recobró nuevamente impulso en el año 1821 (Paterlini de Koch, 1987). A partir de ese momento, comenzó un acelerado proceso de industrialización de un bien que ya en Europa había pasado de ser de lujo para convertirse en un producto de consumo (Mintz, 1996). Hacia 1840, se desarrollaron cientos de establecimientos productores de azúcar y aguardiente fundamentalmente en la zona de piedemonte al sur de la provincia de Tucumán (Campi, Moyano y Teruel, 2017).

El tránsito hacia la especialización azucarera exigió un proceso de proletarización masivo que recuperó instituciones coercitivas utilizadas en el período colonial e implementó nuevas. Además de recurrir al aliento de mano de obra proveniente de otras provincias -tales como Santiago del Estero y Catamarca-, el uso de la papeleta de conchabo, las legislaciones contra la vagancia y el mecanismo de anticipos de salarios y endeudamiento (Campi, 1992) fueron algunos de los métodos que se institucionalizaron para la conformación del mercado de trabajo en los ingenios tucumanos y que significaron medidas violentas, moralizantes y civilizatorias para la imposición de las normas de vida de la población local (Richard-Jorba, 2006.

Estas leyes nacían de la presión de una parte de la elite local que, ya inserta en los circuitos comerciales y productivos forjados en la colonia, se configuró en una fracción industrial que reorientó sus actividades hacia la industrialización del azúcar. Hacia 1880, esta elite se integró al bloque de poder nacional que -a través de la expansión de créditos y subsidios, del fomento de vías férreas y de la promoción de políticas proteccionistas para el estímulo del llamado interior- favoreció el despegue azucarero (Campi, 2009). Así, Tucumán se convirtió en el principal centro monoproductor de azúcar para el mercado interno.

El bloque de poder que se configuró alrededor de dicha industria estuvo compuesto, fundamentalmente, por la oligarquía tucumana, configurada por antiguas familias tradicionales de la provincia; y a su vez, por inversores extranjeros que vieron en el azúcar un negocio rentable. Tal es el caso de Clodomiro Hileret, el francés que dio nacimiento al Ingenio Santa Ana.

Si bien la configuración azucarera abarca un extenso período histórico (1890-1966), con diversas administraciones empresarias y gubernamentales y diferentes modalidades de disciplinamiento hacia la fuerza de trabajo, se puede mencionar “un parteaguas en la historia sindical y política de Tucumán” (Gutiérrez, Lichtmajer y Santos Lepera, 2019, p. 9), que fue la emergencia del peronismo y el nacimiento de la Federación Obrera Tucumana de la Industria Azucarera (FOTIA) en el sur tucumano. Estas experiencias significaron profundas transformaciones que mejoraron sustancialmente las condiciones de vida y de trabajo de las familias trabajadoras.

De todas maneras, la figura de Hileret -ligada al mito de origen de Santa Ana (Ciolli, 2021b)- fue tan fuerte para la población local, que gran parte de los beneficios y también de las experiencias coercitivas fueron adjudicados a él a pesar de que muchos de los períodos evocados son posteriores a su temprano fallecimiento, producido en el año 1909. Al respecto, recuperamos el testimonio de un trabajador nacido en Santa Ana, que liga épocas históricas, sustancialmente diferentes -la época de Hileret, el año 1957, y la Triple A- en un recuerdo que evoca violencia y represión.

-Me acuerdo de la volanta.

-¿Qué era la volanta?

-Era un grupo policial que respondía a Hileret […] algo parecido a la Triple A cuando hubo un tiempo antes de la dictadura. Bueno, la volanta lo hirió a mi papá en la pierna. […] Mi viejo un día salió a buscar una yegua que se le había extraviado, salió con el lazo, entonces lo tomaron como que era un cuatrero, le clavaron el cuchillo acá en la pierna. Cuando llegó a la casa lo bajan del caballo y estaba ensangrentado, porque después lo dejan ir […] por suerte no le tocó ninguna arteria. Mi abuela lo ve bajar así con sangre y ella como tenía presión alta eso fue fatal […]

-¿Recordas en qué período fue eso?

-Y… debe haber sido en el año 57. (Emilio, nacido en Santa Ana y emigrado a Buenos Aires tras el cierre del ingenio, entrevista, Luján, comunicación personal, febrero de 2023)

El testimonio expone una de las tantas experiencias coercitivas y violentas desarrolladas durante la época del ingenio azucarero hacia la clase trabajadora local, muchas de las cuales lograron ser denunciadas por los trabajadores, quienes articularon tempranas huelgas incluso antes del nacimiento de las organizaciones sindicales.

En el año 1955, una vez derrocado el gobierno de Juan D. Perón, comenzaron los primeros intentos por desmantelar algunos de los ingenios de la provincia de Tucumán. En ese contexto, las manifestaciones del movimiento obrero escalaron en toda la provincia, antes del masivo cierre de ingenios, lo cual promovió solidaridades a nivel nacional (Nassif, 2016).

La llegada de Juan Carlos Onganía al Poder Ejecutivo expresó la determinación con la que los sectores dominantes se dispusieron a finalizar con el conflicto social y político y a profundizar el plan de concentración monopólica al decretar el cierre del Ingenio Santa Ana, al igual que otros diez ingenios azucareros del sur tucumano. Este proyecto “apuntaba a lograr una modernización brusca y contundente […] la asignación forzosa de recursos al sector moderno y trasnacional de la economía” (Healey, 2003, p. 179). Las consecuencias de este ocaso industrial impactaron en todos los pueblos del sur tucumano. A nivel económico, la provincia vio afectada su principal economía (Nassif, 2015), lo que significó que allí se perdieran entre 40.000 y 50.000 puestos de trabajo; de esta manera crecieron el desempleo y la migración masiva hacia diferentes partes del país.

Si bien el Operativo Tucumán implicaba una ley de promoción industrial, no fueron exitosas las políticas de atracción de industrias, dado que fueron muy pocas las que se emplazaron en las zonas de influencia de los ingenios cerrados.6 Ni el régimen de promoción industrial ni el de trabajos transitorios lograron calmar la agitación social en la provincia (Nassif, 2015). Este cultivo social generó las condiciones para el desarrollo de lo que se denominaron los tucumanazos, que tuvieron su antecedente en las luchas llevadas a cabo a finales de la década del sesenta por los obreros azucareros. Asimismo, las organizaciones políticas armadas, que comenzaron a actuar en la provincia desde fines de los años sesenta, se consolidaron en los años setenta en el sur tucumano.7 Este acelerado proceso de revueltas sociales intentó ser apagado en el año 1975, a través de un proceso represivo sin antecedentes denominado “Operativo Independencia”, que contó con un plan sistemático de aniquilamiento y desaparición de personas, el cual se conformó en el laboratorio de un proceso militar que un año después se extendió a todo el territorio nacional.

Huellas en el territorio: ruinas y memoria popular

“La cultura es […] sobre todo un sedimento que se genera continuamente a lo largo de la historia” (Crehan, 2004, p. 93). Ese sedimento se va construyendo, en nuestro caso de estudio, en dos ejes que se entrecruzan: a partir de la operatividad de iniciativas civilizatorias; y a través de las formas por las cuales los sectores subalternos interpretaron estas relaciones de poder. En este apartado, nos proponemos analizar ambos ejes a partir de un conjunto de huellas que registramos en nuestro trabajo etnográfico.

El pasado industrial del sur tucumano -específicamente de Santa Ana- no es objeto de valoración patrimonial, sino que, tal como analiza Lanuza (2008) para el caso de las ruinas del antiguo ferrocarril en Santiago de Chile, esa historicidad se expresa en tanto infraestructura residual. En términos de Gordillo (2018), cuando los escombros son silenciados -por no haber sido "domesticados como patrimonio" (p. 29)-, se corre el riesgo de considerarlos como materia muerta e inerte. Sin embargo, a través de la interrogación a esos restos materiales es posible “atravesar el muro que nos separa de esas huellas” (Ricoeur, 1999, p. 105) para dotarlos de sentido, es decir, analizando los rastros de destrucción y decadencia, pero también su apropiación creativa por diversos actores (Gordillo, 2018). Recuperar las formas por las cuales esas marcas materiales son evocadas, pensadas, analizadas por la población implica dotarlas de memoria (Jelin, 2002). Si bien nos nutrimos de una extensa literatura sobre los estudios de memoria (Halbwachs, 1995, 2004; Pollak, 1989; Candau, 2006; Ramos, 2011), en este trabajo nos resulta central la perspectiva que la caracteriza como un campo de disputa por los sentidos del pasado (Jelin, 2010).

A diferencia de las corrientes que estudiaron las huellas de las violencias en tanto lugares de memoria (Nora, 1986) o territorios de memoria (Da Silva Catela, 2001; Marín Suárez y Tomasini, 2019) -donde se registran monumentos, museos, placas, o prácticas de recuperación de sitios, actos conmemorativos y homenajes-, recuperamos aquellos trabajos que analizaron los modos en que son vividos, representados y percibidos los espacios que fueron históricamente negados. Desde esta perspectiva, los vestigios materiales que, tal como expresa Gordillo (2018), se vuelven fáciles de ignorar frente a los paisajes positivos -turísticos, productivos, patrimoniales- son, paradójicamente, constantes en las ciudades y ámbitos rurales latinoamericanos. En ellos se expresan pugnas y desórdenes que desafían el orden espacial hegemónico (Prats, 1997; Márquez, 2019), violencias y desapariciones (Colombo, 2017), y frustraciones de proyectos modernizadores (Lanuza, 2008; Márquez, 2019).

Las huellas presentes en Santa Ana que seleccionamos para este trabajo pertenecen a aquello que Francisca Márquez (2019) caracterizó como ruinas industriales, o también denominadas por Lanuza (2008) como ruinas de la modernidad, un tipo de materialidad que puebla muchas de las ciudades latinoamericanas como testimonio de proyectos de industrialización fallidos. Se trata, entonces, de materialidades que expresan el no progreso, es decir, un vínculo dialéctico entre civilización y barbarie. Walter Benjamin (1998, 2007) encontró que la barbarie no es externa, sino que es parte instituyente del corazón mismo del proyecto civilizatorio, cuyos proyectos modernizadores tienen fecha de caducidad.

Tras el cierre de los ingenios azucareros, circuló un folleto gubernamental titulado: “Limpiemos de malezas el jardín de la República” (En Pucci, 2007, p. 69). Esas malezas que fueron destruidas, negadas y estigmatizadas, son el interés de este trabajo y las que nos proponemos interrogar.

El abandono de la iglesia

La iglesia vieja de Santa Ana (figura 1) es una de las pocas manifestaciones que aún quedan del período previo al emplazamiento del ingenio azucarero. Alrededor de ella no solo es posible reconocer una iniciativa civilizatoria anterior a la especialización azucarera, sino también la negación de este símbolo por aquellos promovidos por la nueva configuración de poder en el territorio.

Figura 1

Foto de la iglesia de Villa Vieja.

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Fuente: autora, agosto de 2017.

Antes del emplazamiento del ingenio azucarero y de la llegada del ferrocarril, Santa Ana ya figuraba como un centro cívico con la participación de distintos agentes vecinales, comerciales, productivos y estatales que tuvieron un importante rol en la construcción de instituciones sociales y en la determinación de su ejido urbano (Sánchez, 2019). Allí se asentaron residentes con mucha influencia en el poder político provincial, como fue el caso de Belisario López, uno de los hacendados más importantes de Tucumán, quien fue gobernador de la provincia en dos oportunidades. Para el año 1871, además del poblado, se inició la construcción de esta iglesia y de una escuela por solicitud de Vicente López, hermano de Belisario y administrador de la Estancia Santa Ana. Así describía sus características el historiador Páez de la Torre en una nota del diario La Gaceta:

se trata de un edificio importante, cuyas características ha estudiado minuciosamente el arquitecto Carlos Ricardo Viola […] arquitectura que iba transitando hacia lo “italianizante”: escasas expresiones decorativas de éste último estilo, ya se dejaban entrever junto al rigor de los elementos “clásicos” de pilastras, cornisas, arcos y frontis. (Páez de la Torre, 1991)

La construcción de una iglesia con tales características formaba parte del espíritu civilizador de un sector social que, antes del impulso azucarero, se había afirmado como parte del bloque de poder de la región.

Dicha afirmación de poder puede constatarse no solo por el estilo arquitectónico descripto por Páez de la Torre, sino también por algunos valiosos elementos que aún se mantienen, tales como la campana de la iglesia (figura 2): “la más valiosa e importante campana de todos los templos que existen en la provincia […] cuyo sonido transita leguas […][por su] rica aleación metálica […] de bronce, plata y oro” (Páez de la Torre, 1991).

Figura 2

Foto de la campana de la iglesia de Villa Vieja.

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Fuente: autora, agosto de 2017

El sonido único de la campana y la proporción de oro entre sus componentes no solo se señalan en la nota de La Gaceta del año 1991. En el año 2017, cuando participé de la fiesta patronal de San Roque -celebrada en dicha iglesia el 16 de agosto de 2017-, muchas de las personas que participaron del evento remarcaban dichas características.

Pero este impulso civilizatorio fue rápidamente abandonado: “La capilla representaría […] un único y nostálgico testimonio de la fuerza con que se inició ese centro que el ingenio cercano vendría a sofocar” (Páez de la Torre, 1991). La instalación del ingenio a dos kilómetros de la llamada Villa Vieja -donde está situada la iglesia- determinó un éxodo poblacional (Girbal-Blacha, 2001) y su paulatina pérdida de protagonismo. La nueva elite industrial configuró una nueva espacialidad y construyó sus propias instituciones religiosas: una capilla al interior del propio ingenio y, años más tarde, la construcción de la parroquia de Santa Ana ubicada en el casco central.8

La corta existencia de Villa Vieja y su temprano abandono -hace más de 120 años- promueven significaciones entre sus habitantes hasta la actualidad. El día de la celebración de la fiesta patronal de San Roque llegué a Villa Vieja con la intención de conocer la iglesia vieja. Allí me encontré con el testimonio de Silvia, vecina del lugar: “Acá había una escuela, donde está esa casa, y había un sótano ahí y ya no hay nada…” (Silvia, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017).

Ya no hay nada es la expresión que resume el sentido de abandono de un poblado que encuentra en la iglesia una manera de reconocer una historia previa a la del ingenio: “Los escalones esos [de la iglesia] los hizo una chica de Santa Ana que ahora vive en Aguilares, pero después nada, no le hacen nada. La de allá [la parroquia] de Santa Ana es un lujo, pero esta nada” (Silvia, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017).

Así, entre las iglesias de dos poblaciones cercanas, que pertenecen a una misma comuna, se expresan desigualdades y sentidos diferentes de lo civilizatorio. La iglesia de Villa Vieja representa, desde la perspectiva de Silvia, el lugar de lo sagrado:

Uno a veces tiene el sueño... yo he nacido y me he criado acá, pero uno... el sueño de uno o por lo menos el mío y de varios de aquí, es tenerla bien arreglada, porque es una historia que tenemos nosotros, es algo sagrado, algo histórico para nosotros. Y el sueño de varios de acá es tenerla en buen estado a la iglesia. (Silvia, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017)

El sentido de lo sagrado en torno de la iglesia no está representado en términos estrictamente religiosos, sino por formar parte de una historia de nosotros, que incluso trasciende generaciones. En el arreglo de la iglesia se cifran las expectativas de reconstituir la historia sagrada, para eso, la comunidad moviliza diversos recursos para establecer reclamos y petitorios -entre ellos, la exigencia de que la iglesia sea considerada monumento histórico.

Por otro lado, la parroquia de Santa Ana es entendida en términos profanos:

Mi abuelo sabía contar que se han querido llevar los santos, los santitos. Porque los que están en la iglesia de Santa Ana son réplicas y estos son originales. […] Querían llevar la campana que está toda hecha de oro, y aquí se ha opuesto todo el pueblo. Todo se lo querían llevar a Santa Ana. […]Querían que no haya iglesia acá. […] Esta iglesia es olvidada por todas las autoridades. Tanto por el cura como por el delegado de acá. Porque el cura da la misa […] y él, por cada intención, por pedir por el difunto, cobra treinta pesos. Él pone el precio. Pero él nunca ha dejado algo de lo que él ha recaudado para la iglesia, para que la arreglen […]. (Silvia, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017)

La parroquia de Santa Ana pierde sacralidad -al no poseer las imágenes originales, sino réplicas- y es protagonista del comportamiento mundano: el traslado de santos de una iglesia a la otra y el cura que pone el precio y se lleva lo recaudado. Esto refuerza el carácter de aura (Benjamin, 2019) de la iglesia vieja, en tanto testimonio religioso original de la historia de Santa Ana.

Al analizar las ruinas de una capilla en Piquete de Anta, al sudeste de Salta, Gordillo (2018) encontró que la defensa de las imágenes y ruinas por parte de la población local mostraba “un apego afectivo con objetos tangibles percibidos como centrales a una subjetividad que fue forjada por una experiencia de declinación” (Gordillo, 2018, p. 200). La iglesia de Villa Vieja, sofocada primero por el protagonismo del ingenio azucarero, y luego arrastrada al abandono tras el cierre de dicho establecimiento expresa esa experiencia de declinación.

La reapropiación de un símbolo otrora civilizatorio, como es la iglesia -a partir de las reparaciones desde abajo y de las celebraciones que allí acontecen y que se encargan de organizar- mantiene viva la historia del poblado, aquella que es olvidada en la historia de Santa Ana como pueblo azucarero.

Las ruinas industriales

Los vestigios de las paredes del ingenio (figura 3) y los restos de la grúa de carga (figura 4) irrumpen en las calles céntricas de Santa Ana como testigos de un pasado industrial, pero también de su ocaso. A diferencia de la iglesia, el deterioro de estas estructuras no está dado por el paso del tiempo o el abandono, sino por la destrucción por parte de diferentes bloques dominantes, que hicieron desaparecer muchos de los elementos característicos del ingenio. El edificio sufrió dos demoliciones, la primera en el año 1977, durante la última dictadura militar, con la intervención provincial de Antonio Domingo Bussi; y la segunda, en el año 1994, un año antes de la victoria del mismo Bussi como gobernador de Tucumán.

El día de la primera demolición, La Gaceta narraba el hecho en una nota titulada: “El Ingenio Santa Ana: un destino agotado y un adiós irreversible”. El carácter de irreversibilidad enterraba cualquier proyecto de reapertura. Vale mencionar que, con la recuperación democrática y el triunfo de Héctor José Cámpora en julio de 1973, el movimiento obrero azucarero revitalizó no solo grandes huelgas y movilizaciones en la provincia, sino la exigencia por la reapertura de ingenios cerrados (Nassif, 2015) como el Santa Ana.

Figura 3

Paredón del ingenio Santa Ana demolido.

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Fuente: autora, agosto de 2016.

Figura 4

Restos de una grúa de carga y descarga de atados de caña.

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Fuente: autora, agosto de 2016.

Ambos vestigios materiales están integrados al paisaje cotidiano, incluso están asentados en terrenos privados, tal como se puede ver en la imagen de la grúa de carga, que está rodeada de casas particulares. Al igual que en el análisis de Lanuza (2008) sobre las ruinas de un ferrocarril en las calles de Santiago de Chile, “estas ruinas no están ‘apropiadas’, sino ‘infiltradas’ en el espacio de nuestra cotidiana existencia, colándose desde el pasado al presente, sin mediar una incorporación” (Lanuza, 2008, p. 22).

A pesar de la integración -y aparente naturalización- de estas ruinas al paisaje cotidiano, en el terreno de la memoria se evoca una ausencia icónica: las chimeneas de la fábrica. En nuestro trabajo de campo conocimos a “Coco” Nina, un histórico habitante de Santa Ana que, además de haber sido obrero del ingenio y de conocer en profundidad cada rincón de la fábrica, fue testigo de la caída de las chimeneas:

Lo primero que han hecho es voltear esas chimeneas. Una decía Eva Perón, con unas letras que han hecho unos compañeros míos, que pusieron ‘Ingenio y Refinería Eva Perón’.9 […] Y mire cómo fue la cosa. Cuando se han ido los cachafaz esos, se han ido por atrás de Villa Hileret… ¡que no caía! ¡No caía! ¡Le han metido dinamita abajo y todo! Y yo justo estaba parado y gritan. “Eh, ¡se cae!”. Y ha sido una cosa así… [hace un ruido de derrumbe] se derrumbó sola. […] Y no lo han podido ver los cachafaces. (Coco Nina, exobrero del ingenio, comunicación personal, agosto de 2016)

El relato de Coco expresa, en primer lugar, una diferencia sustancial entre los compañeros y los cachafaces. Mientras los primeros (trabajadores) fueron los que construyeron -al colocar con sus propias manos la leyenda de “Ingenio y Refinería Eva Perón” en una de las chimeneas más altas-, los cachafaces (en referencia a los militares) fueron los que las destruyeron. Si apelamos a su lunfardo, Coco expresa una interpretación de los militares como descarados, insolentes y desfachatados, antagónicos a aquello que representan los compañeros.

En segundo lugar, se relata la dificultad que tuvieron al dinamitar las chimeneas y la imposibilidad de verlas caer: no lo han podido ver los cachafaces. La metáfora de la chimenea negándose a caer frente a los militares aparece en el relato como símbolo de resistencia y de dignidad de un pueblo. Pero además, el nombre de la chimenea -Eva Perón- agrega un elemento luminoso que permite recuperar las nociones de sagrado y de redención aportadas por Benjamin (2007).

La figura de Evita tiene una fuerte impronta en el territorio. En una nota de La Gaceta publicada a cinco años del cierre del ingenio, una habitante de una colonia de Santa Ana, madre de ocho hijos, cuatro de los cuales murieron por las duras condiciones de vida, evoca su nombre: “Fuimos felices cuando vivía Evita. Entonces teníamos trabajo. Todo se puso negro cuando cerraron el ingenio” (La Gaceta, 1971). En el contraste entre una época de felicidad y una época oscura -experimentadas en su propia historia de vida-, Eva Perón simboliza un pasado que ha sido negado y arrebatado para los habitantes de Santa Ana. Sin embargo, al dotar de sentido la memoria histórica, el pasado vuelve redimido (Benjamin, 2007).

La redención del pasado, un pasado que exige derechos, se realiza en ese instante en el que la chimenea “Eva Perón” se niega a caer. Esa reparación del pasado contiene un carácter sagrado al colocar a las clases subalternas en protagonistas de la historia, que niega sí el carácter de barbarie históricamente configurado sobre dichos sectores.

La ausencia de las vías y la experiencia vital de las viviendas obreras

A través de los vestigios de las vías del tren que dejó de pasar y de las viviendas obreras que perduran desde la época del ingenio, es posible recuperar las representaciones -en disputa- respecto del lugar que ocupa la clase trabajadora en la historia de Santa Ana.

El tren fue uno de los principales motores del despegue azucarero. Desde la perspectiva de Sarmiento (1982), es uno de los elementos civilizatorios por excelencia, dado que es aquel instrumento que permitió avanzar sobre el desierto abrumador y conformar una red de ciudades unidas entre sí. La noción de desierto, que en términos de Sarmiento se asocia al campo o campaña y a la barbarie, es recuperada por un habitante de Santa Ana para graficar el significado que tuvo para el pueblo el cierre del ingenio:

[El tren era] todo fabricado acá, hecho acá por los carpinteros… Y ese llevaba pasajeros a tomar el tren. Y el otro tren iba hasta la ciudad, hasta la ciudad de Tucumán. Cuando cerró el ingenio esto era un desierto, parecía que había pasado un terremoto. (Ramón, exobrero del ingenio y jubilado en Alpargatas, comunicación personal, agosto de 2016)

Así, la noción sarmientina de desierto vuelve a aparecer, incluso literalmente, más de cien años después, asociada a la muerte del ingenio y del ferrocarril, es decir, a la desaparición de los elementos característicos de la ciudad civilizada. Pero las palabras de Ramón indican una diferencia sustancial con el esquema sarmientino: el acento puesto en todo fabricado acá, por los carpinteros de acá indica que aquel proceso civilizatorio que desapareció está asociado al trabajo y esfuerzo de los bárbaros: la clase trabajadora local.

El trencito o la chorbita10-un subramal que nació en 1910 para facilitar el traslado de la caña de azúcar de la fábrica a la ruta de acceso principal y que fue utilizado por la población local- dejó de pasar y las huellas de su paso solo quedan en la memoria, dado que las vías ya no se vislumbran tras haber quedado cubiertas por la construcción de viviendas encima de ellas (figura 5):

Figura 5

“Módulos habitacionales y casas camuflan la tapiada estación de Río Chico”.La Gaceta, 6 de septiembre de 2013.

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Al respecto, una vecina de Villa Vieja explica: “ahí se ha hecho todo un barrio, porque Río Chico se inundaba todos los años, entonces toda la gente esa se ha ido haciendo casitas encima de las vías, entonces desaparecen las vías y desaparece la estación…” (Silvina, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017). Las capas de usos sociales muestran la dinámica de las poblaciones: cuando el uso de las vías del tren quedó trunco tras su abandono, la población apeló a otro uso, ligado a la necesidad de construir viviendas en terrenos elevados.

Desde la perspectiva de algunos pobladores, el tren que dejó de pasar no está asociado al fracaso de un proyecto modernizador, sino a partir de las características de la población local: “En la época del ingenio había de todo, pero no lo sabía aprovechar la gente. Ha quedado como ha quedado. Eso es lo que ha pasado. Había plata... llegaba el tren” […] (Antonia, vecina de Villa Vieja, comunicación personal, agosto de 2017).

El contraste entre había de todo (la época del ingenio) y lo que ha quedado (la actualidad) es explicado a través de la recuperación de un arquetipo de barbarie que no ha sabido aprovechar los beneficios de la civilización. Este sentido se empalma de forma contradictoria con aquello que Ramón planteaba respecto del esfuerzo de los trabajadores como hacedores de los elementos civilizatorios.

El conjunto de viviendas (figura 6) que fueron construidas para los obreros permanentes en la época del ingenio -y en las que viven hoy en día las descendencias de dichas familias-no constituyen ruinas estrictamente. Sin embargo, en su materialidad también es posible recuperar representaciones sobre el lugar de las familias trabajadoras en la historia.

Figura 6

Viviendas obreras en Santa Ana.

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Fuente: autora, octubre de 2015.

Las viviendas están ubicadas en el casco céntrico de Santa Ana. Esta ubicación está vinculada a las necesidades de la patronal del ingenio, que de esta manera podía controlar y vigilar a su población obrera (Ávila, 1904). Se trata de construcciones realizadas para los empleados y obreros permanentes y que se diferenciaban tanto de las del personal jerárquico -que contaban con mayores comodidades- como de las de los obreros temporarios o zafreros. Este último sector habitaba en construcciones más precarias, tal como rememora Emilio, hijo de un zafrero:

Yo donde nací era una casa con adobe hecho de despunte, que es la parte de la caña, ¿no? La maloja de la caña. Y la puerta era… cómo te puedo decir… una lona, y poníamos una madera cruzada para dormir a la noche, simplemente para que no entren los sapos. (Emilio, nacido en Santa Ana y emigrado a Buenos Aires tras el cierre del ingenio, comunicación personal, febrero de 2023)

Con una antigüedad de más de 100 años, las viviendas (figura 6) continúan en pie. Como se ve en la imagen, se trata de casas semejantes, que solo se diferencian por el estado de conservación de cada una. Alrededor de estas diferencias se expresan caracterizaciones de las familias que aún viven en ellas:

¿Ves? Todas esas casas le han regalado a la gente, todas esas casas, todo le han regalado, nadie ha comprado nada acá. La gente quedó acá. Hay gente que hace por arreglar, hay gente que no le da pelota. Por ahí uno más piensa en la comida que en otra cosa. O por ahí que no tiene laburo, o es vago […]. (Roberto, habitante de Santa Ana y dirigente gremial del gremio textil, comunicación personal, agosto de 2017)

El término vago recuerda la denominación de vagos y malentretenidos que se utilizaba en las leyes laborales de antaño, pero además, oculta las historias de quienes tuvieron que migrar o no lograron conseguir empleo en las mismas condiciones. Este relato expresa las especificidades subjetivas que provienen de las diferentes experiencias que transitaron las familias trabajadoras a partir del cierre del ingenio. En el caso de quien brinda el testimonio, se trata de un trabajador que logró insertarse en Alpargatas, la única industria que se emplazó en la zona aledaña a Santa Ana tras el cierre del ingenio.

A su vez, las significaciones en torno de las casas heredadas y regaladas -y no como fruto de conquistas de la clase trabajadora- fortalecen la idea de barbarie adjudicada a los sectores subalternos, borrando las sombras y disputas alrededor de dicho beneficio empresarial.

Tal como expone Campi (2009), las viviendas se construyeron a partir de una necesidad de la patronal de fijar y disciplinar a la mano de obra sin experiencias industriales previas. Pero además, tal como expone un habitante de Santa Ana, estas casas las estuvieron sujetas a discrecionalidad empresarial:

Y hace [Hileret] las casitas, no sé si has visto, las hace en cuadro. Desde la iglesia, donde nace, ¿no? Ahí llega y hace el cuadro. […] Para cada trabajador le ha hecho una casa. Si usted trabajaba para él, tenía su casa para su familia; dejaba de trabajar y también lo borraban, ahí nomás lo sacaban […]. (Mario, habitante de Santa Ana, operario de Alpargatas, comunicación personal, agosto de 2017)

En sus memorias, Mario reconoce la fijación que este beneficio generaba entre el trabajador y la empresa: Si usted trabajaba para él tenía su casa para su familia; dejaba de trabajar y lo borraban. Esta particular relación entre beneficio y derechos fue motivo de reclamo por parte de los sindicatos de base, que no solo denunciaron situaciones de injusticias en torno al acceso a la vivienda, sino que también articularon demandas para el mejoramiento de las mismas (Gutiérrez, et al. 2019, p. 36).

Las viviendas permiten evocar la historia azucarera -y sus diversas interpretaciones en torno a la contraposición entre beneficios y derechos-, pero también se afirman como manifestación de un presente signado por fragmentaciones, objetivas y subjetivas, al interior de las familias trabajadoras.

Reflexiones finales

Santa Ana se presenta como un verdadero registro arqueológico -por la presencia de vestigios de diferentes épocas históricas- y como un rico espacio etnográfico donde, a través de la memoria de sus habitantes, se dirimen los sentidos construidos en torno a un pasado que opera en el presente. El estudio de las materialidades y las memorias locales nos permitió acceder a las marcas que dejaron las diversas iniciativas civilizatorias y a las interpretaciones que las familias trabajadoras realizan sobre las relaciones de poder en las que están inmersas y que están ligadas a las que experimentaron las generaciones anteriores.

En las huellas de la iglesia vieja encontramos una historia original que quedó sofocada tras el arrollador impulso del ingenio azucarero. En los arreglos y mantenimientos realizados desde abajo y las celebraciones que allí acontecen año tras año, las pocas familias que viven a su alrededor le devuelven una experiencia vital a un lugar atravesado por diversas oleadas de abandono. La fuerza del nuevo bloque de poder -azucarero- en el territorio definió nuevas espacialidades así como modalidades de poder específicas, tal como expusimos en diferentes partes del artículo.

Las ruinas del ingenio y la demolición de sus chimeneas nos permiten reconocer la fuerza destructora del proceso de acumulación capitalista, donde la competencia implica arrasar con formas, objetos y personas consideradas -o construidas como- obsoletas: “todo lo que la sociedad burguesa construye está hecho para ser derribado” (Marshall Berman, en Gordillo, 2018, 108). Pero, además, la irreversibilidad de la destrucción de las chimeneas se erige como la contundencia con la cual los bloques de poder que llevaron a cabo el Operativo Tucumán y más adelante el Operativo Independencia se proponían arrasar con cualquier proyecto de retorno industrial y obrero. A pesar de esta destrucción, las memorias recuperan la construcción propia de los sectores subalternos -la leyenda de Eva Perón construida por los compañeros- y la redención que, a través de la figura de Eva, permite traer la historia al presente, y que restituye las condiciones de dignidad y lucha que se intentaron ocultar.

Finalmente, las vías de un tren que dejó de pasar y las viviendas que aún perviven y son habitadas por familias trabajadoras nos muestran la compleja disputa de sentidos alrededor del lugar que ocupan los sectores subalternos en la historia: como sectores que no supieron aprovechar los beneficios de la civilización o como constructores de muchos de los elementos que engrandecieron a Santa Ana y de los derechos obtenidos producto de diversas luchas. En estas representaciones se expresan un conjunto de sentidos y expectativas que aún están activos.

La indagación sobre los vestigios materiales y las memorias en un territorio que escapa de la denominación de pueblo fantasma11 permite, aún con sus contradicciones, “cepillar la historia a contrapelo” (Benjamin 2007, p. 28), para restituir una posibilidad de futuro que está latente.


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Notas

[1] El Operativo Tucumán, implementado por el gobierno de facto de Juan Carlos Onganía en el año 1966, fue presentado como un plan de modernización y reestructuración de la economía de la provincia de Tucumán. Dentro de dicho plan se incluyó el cierre definitivo de once ingenios azucareros tucumanos a través del Decreto-Ley 16.926 (Ciolli, 2021a).

[2] El Operativo Independencia fue un proceso represivo desplegado en Tucumán que contó con un plan sistemático de aniquilamiento y desaparición de personas impulsado por medio del Decreto N° 261/75 de Isabel Martínez de Perón, que permitió el despliegue del Ejército en la provincia en supuesta respuesta a la actuación de organizaciones políticas armadas, entre las que se destacaba la Compañía Ramón Rosa Jiménez del Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) (Colombo, 2017).

[3] “El dilema Civilización y Barbarie. Configuración de las relaciones sociales de poder en un pueblo del sur tucumano”. Tesis defendida y aprobada en noviembre de 2019, aún inédita.

[4] “Memorias colectivas y procesos patrimoniales en la redefinición de escenarios socioproductivos en regiones periféricas de Argentina en el siglo XXI” (Facultad de Filosofía y Letras. Secretaría de Investigaciones. FILOCyT) y “Memorias colectivas y procesos identitarios en la redefinición de escenarios socioproductivos en Argentina en el Siglo XXI” (UNLU/ProArHEP).

[5] “Memorias colectivas y procesos patrimoniales en la redefinición de escenarios socioproductivos en regiones periféricas de Argentina en el siglo XXI” (Facultad de Filosofía y Letras. Secretaría de Investigaciones. FILOCyT) y “Memorias colectivas y procesos identitarios en la redefinición de escenarios socioproductivos en Argentina en el Siglo XXI” (UNLU/ProArHEP).

[6] “Memorias colectivas y procesos patrimoniales en la redefinición de escenarios socioproductivos en regiones periféricas de Argentina en el siglo XXI” (Facultad de Filosofía y Letras. Secretaría de Investigaciones. FILOCyT) y “Memorias colectivas y procesos identitarios en la redefinición de escenarios socioproductivos en Argentina en el Siglo XXI” (UNLU/ProArHEP).

[7] “Memorias colectivas y procesos patrimoniales en la redefinición de escenarios socioproductivos en regiones periféricas de Argentina en el siglo XXI” (Facultad de Filosofía y Letras. Secretaría de Investigaciones. FILOCyT) y “Memorias colectivas y procesos identitarios en la redefinición de escenarios socioproductivos en Argentina en el Siglo XXI” (UNLU/ProArHEP).

[8] La parroquia de Santa Ana fue construida en el año 1937. Tal como sostiene Santos Lepera (2018), la década de 1930 se caracterizó como un período de expansión institucional para la Iglesia tucumana, plasmada en la creación de nuevas parroquias, entre las cuales se incluyó la de Santa Ana.

[9] El 17 de octubre de 1952 el ingenio pasó a llevar el nombre de “Madre Espiritual de la Nación Doña Eva Perón” por el Directorio del Banco de la Nación Argentina, propietario del Ingenio (Bustelo, 2016).

[10] Denominaciones dadas por la comunidad local al tren que pasaba por Santa Ana.

[11] La discusión sobre las configuraciones de estos territorios como pueblos fantasma es motivo de un próximo artículo, en proceso de elaboración.

Notas

[12] Supported by El artículo es fruto de los trabajos doctorales y posdoctorales realizados en el marco de becas financiadas por el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) y realizados en el Centro de Estudios e Investigaciones Laborales (CEIL). Además, se nutre de dos proyectos de investigación en curso: “Memorias colectivas y procesos patrimoniales en la redefinición de escenarios socioproductivos en regiones periféricas de Argentina en el siglo XXI” (Facultad de Filosofía y Letras. Secretaría de Investigaciones. FILOCyT) y “Memorias colectivas y procesos identitarios en la redefinición de escenarios socioproductivos en Argentina en el Siglo XXI” (UNLU/ProArHEP).