Dossier - Artículo Original
El barrio como ámbito de socialización militante. Modos de sujeción ética y articulación de compromisos en la formación política de jóvenes

The Neighborhood as a Realm of Activist Socialization. Forms of Ethical Commitment and Articulation of Engagements in the Politicization of Youth

O bairro como espaço de socialização militante. Modos de sujeição ética e articulação de compromissos na politização dos jovens

El barrio como ámbito de socialización militante. Modos de sujeción ética y articulación de compromisos en la formación política de jóvenes.
Cuadernos de antropología social, vol.  no. 58, (161- 177 pp.), May-Nov, 2023, doi: 10.34096/cas.i58.13247. ISSN: 1850-275X
Universidad de Buenos Aires. Facultad de Filosofía y Letras. Instituto de Ciencias Antropológicas. Sección de Antropología Social


Introducción

El presente trabajo retoma algunas de las reflexiones abiertas en el marco de una investigación etnográfica1 en la que abordé las relaciones entre “jóvenes” y “política” a partir del trabajo sostenido con un grupo de militantes pertenecientes al Frente de Estudiantes Secundarios de La Cámpora de la Ciudad Autónoma de Buenos Aires (CABA), durante un período de tiempo que coincidió con el ciclo político vinculado al segundo mandato presidencial de Cristina Fernández de Kirchner (2011-2015). Mi punto de partida ha sido el interés por los procesos de politización juvenil y desde allí me he interrogado por los modos en que se construye un sujeto político en un contexto caracterizado por una intensa apelación narrativa del gobierno nacional a la participación juvenil y un clima político controversial en el que desde los medios se estigmatizaba la militancia de jóvenes.

Para avanzar en su respuesta he recurrido a la noción de “lugares” (Massey, 2005) de acuerdo con la recuperación que de ella hacen Manzano y Ramos (2015), atendiendo a su capacidad para poner en valor los diferentes ámbitos donde los sujetos se encuentran y entretejen discursos, intereses y proyectos en común, como parte de un recorrido compartido, o un modo particular de “ser juntos”. Al tratarse de jóvenes que atravesaban la escolarización media, uno de esos lugares fue “la escuela”. Sin embargo, paralelamente, otro de los sitios en los que se implicaron en distintas iniciativas y tareas ha sido “el barrio”, lugar en el que, a partir de realizar labores comunes, asimilar mandatos, adherir a valores y reivindicar herencias históricas compartidas, fueron articulando los compromisos que orientaron su socialización militante.

Las reflexiones que siguen se inscriben en un campo que ha trazado vinculaciones con otros dos ya consagrados: los estudios sobre juventudes y aquellos que en nuestro país indagaron en las formas de protesta y acción colectiva, los cuales -desde diferentes perspectivas- han hecho interesantes aportes a la comprensión de las formas de militancia que emergieron durante el ciclo de los gobiernos kirchneristas (2003-2015). En un contexto de renovada discursividad acerca de las militancias juveniles, distintas investigaciones analizaron las formas de participación de jóvenes en ámbitos tan distintos como las organizaciones sociales (Cura, 2014, 2015), el mundo del trabajo (Otero, 2006), el movimiento estudiantil secundario (Núñez, 2013; Larrondo, 2015, 2018), las juventudes oficialistas (Rocca Rivarola, 2019), la producción de políticas públicas de juventud (Isacovich, 2015; Vázquez, 2015), o la gestión del Estado como una forma de militancia (Rocca Rivarola, 2019; Longa, 2019). Otros trabajos centraron su interés en el quehacer y discursos de jóvenes como parte de los procesos de construcción de las bases de apoyo a los gobiernos kirchneristas (Vázquez y Vommaro, 2012), o en la manera en que “la juventud” comenzó a convertirse en una “causa pública” que contribuyó a promover adhesiones y movilización (Vázquez, 2013). Lejos de los esquemas que explicaban los fundamentos de la acción partiendo de la oposición entre “el interés altruista” o “el beneficio material”, estos trabajos contribuyeron a iluminar términos y representaciones que fueron claves para explicar los procesos de elaboración identitaria, las formas en que las organizaciones fundamentaron su incorporación al proyecto kirchnerista, así como el protagonismo que adquirieron los jóvenes por aquellos años. En el campo de las reflexiones antropológicas, han sido centrales los trabajos que repararon en la complejidad de las formas que asume la relación existente entre las organizaciones y el Estado (Manzano, 2016), superando las limitaciones de los enfoques “instrumentalistas” y de “cooptación” (Svampa y Pereyra, 2003; Zibechi, 2009). Así, diferentes contribuciones incorporaron a los análisis las tramas relacionales y los procesos a través de los cuales la política es producida situada y relacionalmente. En este campo de reflexiones, algunos trabajos mostraron cómo el acceso de militantes al Estado ha redefinido las formas de “militar” y “hacer política”, e iluminaron lo que es entendido como un proceso de institucionalización de la política (Quirós, 2008; Marifil, 2015). En esta misma línea, han resultado centrales los hallazgos en torno a los modos en que el Estado es agenciado en prácticas y acciones concretas a partir de las cuales los sujetos obtienen y gestionan recursos (Manzano, 2007; Quirós, 2008), sostienen esquemas de clasificación y administran moralidades en el territorio (D’Amico, 2015).

El conjunto de estos aportes ha sido central en función de haber colocado el acento en los procesos de redefinición del campo de las relaciones entre las organizaciones y el Estado, considerando las reconfiguraciones operadas en el escenario político nacional a partir de 2003. Las reflexiones contenidas en este trabajo aspiran a dialogar con estos antecedentes, así como a ser un estímulo para otros y otras investigadores/as a la hora de emprender nuevas indagaciones sobre militancias y procesos de politización juvenil, considerando sobre todo los desafíos que la escena actual le presenta a la imaginación sociológica.

La Cámpora-Secundarios: sobre la organización y su frente estudiantil

“La Cámpora” es una organización política surgida en el año 2006 a partir de la confluencia de distintas agrupaciones y redes de militancia territorial, universitaria y de derechos humanos2 que se vieron interpeladas por el proceso abierto con la llegada de Néstor Kirchner a la presidencia de la nación. Aunque existe un episodio que marca el nacimiento de la organización -el día en que Néstor Kirchner recibe los atributos presidenciales pertenecientes al expresidente Héctor Cámpora, en diciembre de 2006-, si consideramos las trayectorias militantes de sus referentes más reconocidos, así como la vocación que impulsó a algunos jóvenes santacruceños en la búsqueda por articular a distintos agrupamientos juveniles con incidencia en CABA, la historia de la organización había comenzado a escribirse algunos años antes, una vez iniciado el período presidencial de Néstor Kirchner (2003-2007). Sin embargo, su crecimiento y consolidación se dieron durante los mandatos de Cristina Fernández de Kirchner (2007-2015), cuando adquirió un rol destacado como parte de las bases de sustentación activa del gobierno y un número importante de sus militantes pasó a ocupar lugares centrales en la administración del Estado.

Luego de la muerte de Néstor Kirchner -ocurrida en octubre de 2010-, “La Cámpora” adquirió una gran notoriedad pública que generó un significativo crecimiento del espacio, así fue que, después de aquel acontecimiento, su armado organizativo comenzó a estructurarse a través de distintos “frentes” en los que se congregó a los nuevos militantes a partir de la activación de diferentes “agendas”. Para el año 2012 podían contabilizarse: el Frente de Villas, La Cámpora Diversia (activismo LGBT); La Cámpora Integra (derechos de las personas con discapacidad); La Cámpora Universidad; el Frente de Mujeres; y, por último, el Frente de Secundarios, que nucleaba a los militantes más jóvenes de la organización, quienes, dado el rango de sus edades -entre 13 y 20 años-, en su mayoría transitaban la escolarización media.

Mi vinculación con este grupo se dio en el marco de encontrarme en ese entonces militando en esta organización, a partir de una circunstancia imprevista: a inicios del año 2012, tanto ellos como yo nos incorporamos a la Mesa de Educación de “La Cámpora”, lo que dio lugar a la posibilidad de construir una relación de confianza con algunos jóvenes, que se volvió central para producir los datos que luego, bajo determinados parámetros, he transformado en datos etnográficos. Con esto no quiero decir que la superposición entre estos roles -etnógrafa y militante- haya estado exenta de contradicciones; más bien requirió de todo un ejercicio de reflexividad para acomodar mi lugar en el campo y construir conocimiento desde una posición de alteridad, sin renunciar o negar mi condición militante.

Al momento de tomar contacto con estos jóvenes -a inicios de 2012- y como parte de una estrategia de la “conducción” para ordenar la “división del trabajo militante” (Pacheco, 2021), el Frente de Secundarios comenzaba a tener una forma organizativa más definida. En aquel contexto, “Secundarios” fue adquiriendo una especial relevancia dentro de la organización y además del llamado a armar “el frente” en las escuelas, se exhortó a los jóvenes a que tuvieran una inserción en algunas villas de CABA. Es así que entre fines del 2012 e inicios del 2013, el Frente de Secundarios empezó a “militar territorio”. A diferencia de la organización en las escuelas, este proceso implicó comenzar a habitar un espacio que no era el habitual para los jóvenes pero que, en los lineamientos oficiales de esta organización, era presentado como una experiencia que terminaría de formarlos políticamente.

En este mismo sentido, las palabras pronunciadas por Cristina Fernández de Kirchner en julio de 2012 son ilustrativas de aquel momento en el que se promovió un tipo particular de socialización política entre los secundarios de “La Cámpora”, aunque también resultan inaugurales respecto de las prácticas que empezaron a desarrollar en territorio los jóvenes con quienes me vinculé. Así, en el acto por el 196° aniversario de la Declaración de la Independencia, la entonces presidenta señalaba:

Yo quiero que ustedes, jóvenes universitarios y secundarios también, como lo hacíamos nosotros, vayan a los barrios junto a los más humildes, porque allí se aprende lo que sufre el pueblo, las cosas que necesitan, ahí uno adquiere la sensibilidad que nunca más pierde. Porque es en la juventud, porque es en la edad en que aprendés a incorporarte a la vida, donde se te quedan fijados los conceptos y las ideas. (Ciudad de Tucumán, 12 de julio de 2012).3

Las palabras citadas nos remiten a las tradiciones asociativas que en nuestro país animaron prácticas de ayuda y solidaridad en villas y barrios populares como una forma de militancia. Este tipo de experiencias emergió en el marco de las transformaciones operadas por la Iglesia católica a partir del Concilio Vaticano II (1962-1965) dando lugar a una amplia corriente social y religiosa que buscó incentivar la participación de personas laicas en acciones basadas en la “solidaridad” con “los desposeídos” a partir de una concepción humanista del ser humano. Así, sectores de la Iglesia identificados con “lo popular” empezaron a desarrollar prácticas de inserción en barrios obreros, villas miseria y comunidades rurales bajo el lema de “opción por los pobres”, articulando la idea de “ir a los barrios” como una forma de militancia. El legado organizacional de aquellas tradiciones asociativas, como las Comunidades Eclesiales de Base o la de la Juventud de Estudiantes Católicos, presenta continuidades con una de las vertientes del movimiento de desocupados, que, en todo caso, al analizar la experiencia organizativa de secundarios también comparte elementos que articulan esta tradición de trabajo comunitario. Ahora bien, aunque la experiencia del Frente de Secundarios no posee la marca conciliar, en ella es posible hallar rastros de aquel humanismo y de las concepciones que animaron las prácticas de aquellas formas asociativas. Más allá del paralelismo introducido entre su propia experiencia militante y la de los jóvenes, las palabras de Cristina refundaban lo que postulo como una pedagogía de la iniciación con resonancias históricas precisas: recordemos que, para las juventudes católicas, los campamentos en zonas relegadas del país eran viajes de aprendizaje e iniciación que marcaban el avance hacia un mayor compromiso (Donatello, 2008). En el mismo sentido, para los jóvenes que comenzaron a militar en estos lugares “ir al barrio” implicó “estar cerca de las necesidades de nuestra gente”, lo que termina por confirmarnos aspectos de una socialización política que presenta continuidades con repertorios de acción colectiva (Tilly, 2000) basados en las nociones de “ayuda” y “solidaridad”.

La villa en la que se insertó el grupo tiene una fuerte presencia religiosa a través de la parroquia católica, algunas capillas y varias iglesias evangélicas. En ese sentido, vale decir que la “referente” de los jóvenes en el barrio, a quien en adelante llamaré Susi, contaba con una historia personal de formación religiosa que ella misma solía evocar como parte de los intereses que motivaron su incorporación a la militancia. De treinta y siete años en aquel momento, Susi se constituyó en la interlocutora más cercana del grupo y fue quién orientó su entrada y permanencia en el lugar, coordinando las distintas iniciativas y tareas inscriptas como parte de su militancia en territorio.

La sede de las reuniones en el barrio era una Unidad Básica (UB)4 que funcionaba en la vivienda del padre de Susi. Como ha revelado Levitsky (2001) -desafiando lecturas que presentaban a la organización del peronismo como “débil” o “inexistente”-, las UB constituyen una “poderosa infraestructura informal” que mantiene vivo el vínculo del partido con las bases, ya que configura una amplísima red de agrupamientos que congrega infinidad de acciones y permite no solo distribuir recursos materiales sino también proveer de un sistema simbólico e identitario (Auyero, 2001).

En “la básica” se realizaban distintas actividades que codificaban el mundo de la militancia territorial para estos jóvenes. En primer lugar, era el espacio en el que llevaban adelante el apoyo escolar dirigido a niños y niñas del barrio; por otra parte, allí se reunían tanto para planificar “jornadas solidarias” -en las que pintaban los frentes de las casas, reparaban una cancha de fútbol o acondicionaban un sector comunitario-; como para organizar diferentes “operativos”, a través de los cuales se acercaban programas y beneficios estatales a la comunidad.

Como parte de la vida cotidiana en este espacio, las conversaciones registradas podían incluir la apelación a “hablar con Desarrollo”, “traer al RENAPER”, “trabajar con el padrón de ANSES”, o pedir que “Planificación” proveyera determinado recurso para llevar adelante un operativo. Estas referencias hacían alusión a alguna repartición del Estado5 y, en ese sentido, el despliegue de las distintas iniciativas era concebido como una forma por medio de la cual se debía “hacer llegar” el Estado a la comunidad (Perelmiter, 2009). La concreción de estas tareas requería contar con aceitados mecanismos de acceso a la estructura de gestión del gobierno que se daban a partir de la existencia de redes de vínculos con otros militantes que integraban las líneas medias y altas de la organización y que en ese entonces ocupaban cargos en distintos niveles de la administración pública.

En aquel contexto, la estrategia delineada para suscitar la incorporación de nuevos militantes consistía en convocar a más jóvenes en las escuelas y sumarlos al apoyo como un primer acercamiento a “la realidad del barrio”. En relación con la concepción que respaldaba sus funciones, el apoyo escolar era entendido como un “acompañamiento” a la escolarización de los niños y niñas del barrio, quienes eran recibidos los sábados en el espacio de la UB. Allí se sentaban alrededor de dos mesas de plástico, algunos en el piso, y había otros que no llegaban a entrar al lugar y se quedaban jugando en la vereda. El entrar y salir constante de personas, así como la familiaridad que tenían los niños y niñas entre ellos, así como con Susi y con los jóvenes, hacía que en muchas ocasiones la actividad se detuviera o que se requiriera colaboración de otra persona para avanzar en la consigna pautada (dibujar, hacer operaciones matemáticas, copiar un texto, etcétera).

Los sábados era el día fijo de militancia en el barrio e iniciaba con el encuentro del grupo en una plaza cercana alrededor de las nueve de la mañana, para luego dirigirse todos juntos a la UB. Allí mantenían una reunión con Susi en la que trataban cuestiones atinentes a la resolución de distintos temas, que iban desde definir cuáles serían las actividades a realizar, en qué zonas del barrio se llevarían a cabo, el número de militantes que se destinaría a cada una, a quién se solicitarían los recursos para su ejecución, qué días se desarrollarían, etcétera.

En estas reuniones también se ponían en común reflexiones en torno a la propia experiencia militante, lo que se estaba haciendo “bien”, lo que había que mejorar, reforzar o modificar, y era Susi la que promovía entre los y las jóvenes un ejercicio de evaluación común en torno al funcionamiento del frente y al proceso de inserción en territorio. La coordinación que llevaba adelante se distinguía por ordenar, aconsejar y conducir las expectativas del grupo sobre las distintas tareas y, en general, era consultada por cada cuestión que hubiera que resolver. El tono que utilizaba generalmente era imperativo y, ante la incorporación de nuevos jóvenes, tomaba distancia aparentando endurecer sus formas y estilo. Cuando se trataba de niños y niñas o de jóvenes residentes del barrio, se mostraba más contemplativa y los trataba utilizando su nombre de pila en diminutivo. A pesar de que a veces parecía que los retaba o los trataba con dureza, en momentos de distensión, se daban expresiones cariñosas y de confianza entre Susi y los jóvenes, y muchos de ellos y ellas entablaron o fortalecieron lazos de amistad, noviazgo y familiaridad que nos muestran que el mundo de la militancia era animado en gran medida por vínculos e interacciones que excedían la meta estrictamente organizativa. En este punto, tal como se advierte en otras investigaciones (Fernández Álvarez, 2017), creo necesario llamar la atención sobre la relevancia de los afectos y las emociones que circulan en estos ámbitos a la hora de comprender cómo se traman los vínculos y relaciones que dan vida a la militancia, entendiendo que estos aspectos son muchas veces el fundamento vital que sostiene la actividad política cotidiana (Quirós, 2008). En ese sentido, y en coincidencia con las investigadoras citadas, apuesto por un abordaje de las emociones en tanto prácticas políticas, que permita calibrar la incidencia que tienen las relaciones afectivas y los sentimientos a la hora de articular la experiencia que da lugar a la acción política.

El barrio como ámbito de formación política

Uno de los conceptos que orientaron la socialización política de estos jóvenes ha sido el de “formación”, el cual codificó su experiencia militante en varios sentidos. Por un lado, la formación suele hacer referencia a la apropiación de categorías sociales y descripciones totalizadoras -algunas con cierto grado de abstracción o teoricidad-, orientadas a interpretar, analizar y comprender la realidad o algún dato de la coyuntura política. Aunque al momento de realizarse la investigación que da lugar a estas reflexiones “La Cámpora” contaba con una Secretaría de Formación que organizaba instancias para la instrucción de sus militantes, en el marco de los procesos analizados, uno de los lineamientos que cobraron centralidad y animaron la inserción de los secundarios en el territorio fue la noción de que en “el barrio” los jóvenes iban a adquirir la “formación política” necesaria para transformarse en lo que -en palabras de un responsable de la Mesa de Conducción- era definido como un “militante integral”. En ese sentido, los argumentos de los jóvenes para comprometerse en las tareas no diferían del discurso público de Cristina y, en ocasiones -haciendo una referencia explícita a sus palabras-, aludían a “el pedido de la jefa, que nos dijo que teníamos que ir a militar y formarnos en los lugares más sensibles de la sociedad”. Así lo relata una joven:

Fue cuando Cristina, en cadena nacional, que salió a decir que tenemos que ir a los barrios, que teníamos que ir al barrio, a ver a los más humildes, ver dónde está el pueblo realmente, a conocer y ver la realidad de la gente. Y es ahí donde está la gente que más sufrió las políticas de los noventa, es la gente que realmente dejó de creer en la política […] porque uno cuando va, realmente ve a toda la gente que ya no cree. Uno va ahí porque realmente lo siente por parte de su ideología, que siente… yo realmente siento cuando voy ahí, siento qué es el pueblo, porque es donde están las necesidades. (Florencia, entrevista, abril de 2013).

La cita nos permite introducir la idea de que la “formación” podía darse a partir de los conocimientos adquiridos por la estadía en “territorio”, derivados de la experiencia de sensibilización frente a una realidad determinada. En ese sentido, “ir al barrio” y conocer “las necesidades de los más humildes” se plantearon como la forma para “sentir” -en el sentido de vivenciar, experimentar- “qué es el pueblo”, y ello era inscripto como parte de un aprendizaje dado en el marco de lo que para esta organización era la “formación política”. En estos términos se dirigía a los jóvenes de secundarios un responsable de la Mesa de Conducción:

Tenemos que estar más unidos que nunca, militando en nuestros colegios, conociendo las necesidades de nuestros compañeros y sin perder la humildad. Pero si ustedes quieren formarse vayan a un barrio, y ahí es donde realmente van a aprender lo que es la vida. Es ahí donde nos formamos nosotros […]. Tenemos que hacer una reflexión, ¿qué es la política para este proyecto?, ¿qué es la política para el peronismo?, ¿qué es la política para Néstor, para Cristina? Política es territorio. Política es caminar los barrios. (Andrés “Cuervo” Larroque, secretario general de La Cámpora, registro de campo, marzo de 2013).

Como puede apreciarse, el alcance dado a la noción de “formación” señala uno los caminos en la socialización política de estos jóvenes: para convertirse en “militante” había que incorporar ciertas nociones que formaban parte de un marco de significaciones compartidas, y en ese marco, “política” era “caminar los barrios”; de ahí que se instara a los sujetos a tener una experiencia directa en “territorio”, lugar donde era posible generar los conocimientos necesarios para “transformar la realidad”. Sin embargo, la relevancia atribuida a la formación en estos sitios estaba dada, sobre todo, porque a través de ella se fue estableciendo un tipo de orientación a la subjetivación política de estos jóvenes que, apoyada en determinados valores, promovía la institución de un sujeto ético particular. Este tipo de orientación era inducido tanto desde arriba a partir de la circulación de discursos más o menos oficiales que apelaban a una reserva de prácticas y valores inscriptos en una tradición político-militante específica, aunque también se iba forjando desde abajo a través de las distintas iniciativas que los integrantes del frente proponían y llevaban adelante en el barrio (la planificación de festejos, la propuesta de “operativos”, la coordinación del apoyo, la distribución de roles en las actividades, etcétera). En relación con la “bajada” de la “conducción”, un joven refería:

Lo que está bueno es que los compañeros que se estén sumando que vayan comprendiendo también la realidad del territorio donde militamos, pero en todos sus aspectos. […] Y lo digo no solamente porque lo haya dicho el Cuervo, lo digo porque se imagina que en las villas desfila gente… a lo pavote…. Todo el tiempo, de todos los colores. Y uno todo el tiempo se cruza con pibes y con no tan pibes que se asombran por el estado de una cloaca, se asombran por una vivienda, se asombran por cómo están acá. Entonces también que los pibes comprendan ese tipo de situaciones, esto es lo que los va a formar políticamente. (Tobías, registro de campo, reunión en UB, abril de 2013)

Hasta aquí podemos decir que la inserción en “territorio” era concebida como una vía para llevar adelante la “formación política” requerida para transformarse en “militante”. En tanto experiencia iniciática con resonancias históricas significativas, la formación entrañaba sentidos asociados a la “entrega” y el “compromiso” con el otro, nociones que aparecían en la planificación cotidiana para respaldar una multiplicidad de cursos de acción: desde el apoyo escolar, un operativo o “lo que se necesite”, como se aprecia en el comentario que transcribo a continuación:

Yo creo que desde el principio la idea fue, bueno, estar. Estar acá para todo lo que se necesite. Nosotros, nada, ir todos los días mejorando el apoyo escolar […] Que los pibes que venimos trayendo también se sumen a algo ordenado, y después, nada, estar a la absoluta disposición de lo que se necesite acá. Y hacerlo con la militancia que está más cerca de las necesidades de nuestro pueblo, como dijo Cristina. Tener militancia para una idea, otra idea. Y en eso, estamos a disposición. (Tobías, registro de campo, reunión en UB, abril de 2013)

Como puerta de entrada a la militancia, la experiencia en el barrio promovía una modalidad de acercamiento a “las necesidades de nuestro pueblo” a través de la realización de tareas concretas: el apoyo escolar, pero también colocar redes a los arcos de una cancha o participar de un operativo para la renovación del documento de identidad. Y si bien la formación involucraba la incorporación de aspectos teóricos o con cierto grado de abstracción, centralmente era concebida a partir del tipo de experiencias habilitadas por la estadía en territorio, y se inscribía sobre todo en tanto prácticas y acciones a partir de las cuales los sujetos se volvían militantes. A la par de las expresiones citadas, he tenido acceso a un documento con una serie de formulaciones:

Como militantes secundarios debemos formarnos bajo una conciencia social basada en la solidaridad, yendo a los barrios más humildes para llevar a cabo distintas actividades tendientes a regenerar esos lazos de integración y compromiso, entendiendo que sólo la organización popular nos hará definitivamente libres. (Documento circulado en el Plenario de Secundarios, marzo de 2013)

Estas formulaciones oficializaban un “deber ser” que, anclándose en determinados valores e ideas, apuntaron a modelar ciertas posiciones en los sujetos que nos confirman un aspecto central derivado de esta experiencia en el plano de la subjetivación. Como nos recordara Sian Lazar en una publicación de 2013, para Aristóteles, los sujetos políticos -los ciudadanos- eran seres eminentemente morales, estaban constituidos de acuerdo con preocupaciones éticas y virtudes particulares. Partiendo de estas nociones, Lazar ha sostenido que la subjetividad política no debería asumirse como algo dado, sino que más bien podría ser entendida como una disposición a ser creada, y que está íntimamente ligada a aspectos morales (Lazar, 2013). Desde esta perspectiva, los valores y sentidos asociados a la formación política en el territorio -inscriptos como prácticas y acciones concretas- se nos revelan como “tecnologías” a través de las cuales estos jóvenes se fueron transformando a sí mismos en sujetos políticos particulares, y en este caso, con una ética expresamente orientada hacia la transformación social. En un trabajo más reciente, recuperando la influencia de la antropología de la ética, Lazar (2019) ha vinculado las nociones de “subjetivación” y “cultivo de sí” (Foucault, 2008) como parte de las “tecnologías del yo” implicadas en establecer los “modos de sujeción” a través de los cuales los sujetos instituyen su relación de obligatoriedad con las reglas, animan y refuerzan posiciones, y regulan los modos de actuar y de ser en el mundo, así como las maneras de relacionarse con los otros (Manzano, 2006).

El modo en que se exhortaba a los jóvenes a que vayan a formarse a los barrios porque “ahí es donde realmente van a aprender lo que es la vida”, ilumina sobre un aspecto del proceso de subjetivación en el que se combinaron simultáneamente el “ser hecho” con el “hacerse uno mismo” (Ong, 1996). Así, en la intersección entre los mandatos oficiales y los sentidos y acciones que los jóvenes desplegaron en estos sitios se fueron estableciendo los compromisos para la militancia. En ese sentido, las palabras de Andrés Larroque, e incluso las de Cristina, trabajaron para crear a ese “militante integral” a partir de nociones y valores que fueron apropiados por los jóvenes en un proceso continuo -individual y colectivo- de cultivo de una ética particular: un sujeto con determinados posicionamientos, capaz de comprender una realidad diferente a la propia y de experimentar indignación frente al malestar del prójimo, así como de imaginar otros mundos posibles.

De este modo, bajo la premisa de “estar en contacto directo con la realidad de los barrios”, la formación fue concebida como la vía que terminaría de politizar a estos jóvenes a través de procesos de sujeción a determinados valores y nociones, operados en el marco de lo que he denominado en términos de una pedagogía de la iniciación. Así, que vayan “comprendiendo”, “conociendo”, “aprendiendo”, presupone un punto cero del que se parte para forjar estas experiencias como inaugurales y transformadoras. Sostenida sobre un conjunto de preceptos ético-morales (las nociones de “ayuda”, “solidaridad”, la experiencia de cercanía con “los más humildes”), esta pedagogía -en tanto orientaciones y propuestas generales- ha aspirado a regular el modo de “hacerse” militante, y pone en evidencia el trabajo hecho sobre “sí mismo”, que puede ser entendido como una “tecnología del yo” inserta en “modos particulares de sujeción” (Manzano, 2006). Siguiendo este razonamiento, los modos de sujeción nos señalarían las maneras en que los sujetos fueron estableciendo la disposición a las tareas en el barrio en tanto “deberes” y “obligaciones” que hacen y definen a un “militante integral” y que, para el caso estudiado, parecieran corresponderse con la figura del “militante total” que utiliza Pudal (2011) para dar cuenta del “compromiso total y duradero de quienes se entregan a su causa” en forma heroica y sacrificada.

Militar por un proyecto. Sobre la política “vivida”

A la par de la formación, otro aspecto constitutivo de la militancia en el barrio y alrededor del cual se fue articulando el involucramiento de los y las jóvenes se vincula con el funcionamiento de la vida política en sus esquemas más institucionales: la participación en la dinámica electoral, así como en la estructura del Estado. Como podemos deducir, en períodos de contienda electoral -como los de los años 2013 y 2015-, las acciones orientadas a sumar adherentes constituyen una meta en sí mismas, y en el caso de estos jóvenes, han demandado un saber hacer específico, que implicó una ampliación del campo de los sentidos en torno a la política a la vez que instituyó nuevos “modos de sujeción” para con “el proyecto”, tal como se advierte en el siguiente intercambio entre Ludmila y Susi:

Ludmila: Yo no sé cómo se lo pueden tomar, pero nosotros no venimos a conocer y ver qué onda y después cortar. Es tarea nuestra ver si esto lo tienen tan internalizado en hacerlo, porque si no, ni vengan. Y otra cosa, tratemos además nosotros de decirles a los pibes, para nosotros es una herramienta para sumar compañeros venir acá los sábados. Que se pongan las pilas, digo, porque si no, no podemos cumplir nuestro objetivo, que es sumar compañeros para el proyecto y para algo mucho más grande que…

Susi: Claro, claro, si no los engancho en la actividad cotidiana de estar en el barrio, mucho menos en otras actividades, porque además no lo pueden capitalizar dentro de La Cámpora Secundarios. Y que es muy difícil porque los pibes no llegan a tener una comprensión y una conciencia de lo que es estar inmerso en una realidad. (Reunión en la UB, abril de 2013)

Si bien la interacción condensa aspectos de carácter moral -que los militantes “comprendan”, que “tengan conciencia”-, lo que se desprende de los dichos entre la joven y su referente es un aspecto concerniente a las matemáticas -expresado en el objetivo de “sumar compañeros para el proyecto y para algo mucho más grande”-. Sin embargo, la preocupación por hacer crecer en números a la organización no estaba escindida del aspecto moral que instituía los compromisos de la militancia. Así, “capitalizar” la adhesión de nuevos jóvenes no se limitaba a sumar a más compañeros a las actividades en el barrio, sino que su incorporación debía contemplar la internalización de aspectos de la realidad que imprimían una orientación particular a la creación de un sujeto ético político. En ese sentido, siguiendo con los intercambios suscitados en reunión con Susi, los jóvenes aclaraban:

Tobías: Estamos a disposición de lo que se decida, de lo que haya que hacer. Nosotros porque creemos que hay pibes que pueden venir, no sé… dos, tres veces en la semana, y después nosotros los podemos convertir, y podemos dar un salto cualitativo, para que los pibes asuman un compromiso mayor.

Martín: Sí. Igual para mí, lo vamos a aclarar para todos los compañeros, que venimos a hacer un laburo político, es un trabajo social, pero está enmarcado en un proyecto político…

Ludmila: No nos olvidemos del proyecto político con el que vamos. De que no vamos a hacer caridad, y que muchos grupos que es el día de hoy que van a hacer caridad, y que van pibes y que hacen su buena acción de la semana, por eso pueden ir a dormir tranquilos a su casa. Nosotros no somos eso. Nosotros vamos a conocer al pueblo porque somos un proyecto nacional y popular y me parece que por ahí tendría que ir más la discusión. (Reunión en la UB, abril de 2013)

La idea de la “conversión” para dar el “salto cualitativo” confirma lo que vengo sosteniendo en tanto que expresaría una preocupación por orientar la formación de los nuevos militantes en determinados sentidos. Aquí el contraste entre la cantidad -“sumar compañeros”- y la calidad -“que asuman un compromiso mayor”- podría llevarnos a presuponer la muchas veces planteada oposición entre “la pragmática” y “la moral”, sin embargo, como se ha señalado en varios trabajos desde una teoría de la acción etnográficamente informada, “intereses” y “valores” “tienden a superponerse y aun a confundirse porque los términos en que concebimos nuestros intereses son desde un primer momento, términos morales” (Balbi, 2007, p. 85).

En otro orden de consideraciones, como parte de los sentidos y valoraciones asociados a las prácticas, la interacción de más arriba nos revela una distinción efectuada entre “lo político” y “lo social”. No obstante, el alcance dado al contraste entre lo que es un “laburo político” y lo que es un “trabajo social” nos sugiere que en el barrio -a diferencia de lo que ocurría en la escuela-, para estos jóvenes era legítimo y hasta necesario reivindicar la dimensión antagónica de “lo político” (Mouffe, 1999). No solo porque realizar acciones hacia/por/con el otro podría contribuir en un sentido más “interesado” a “sumar votos” para la fuerza política que integraban, sino por el carácter eminentemente colectivo que entraña la dimensión de la organización. El “somos un proyecto nacional y popular” de Ludmila debe ser comprendido más allá de la membresía; se vincula más bien con el modo en que la experiencia militante estaba atravesada por la construcción de un “nosotros” con una ética específica, una ética para la que el valor de la organización venía dado por el hecho de producir el aspecto colectivo de la militancia. Y aunque en ocasiones el involucramiento podía ser narrado como deseo o convicción personal, en la práctica era experimentado como el formar parte de un colectivo que trascendía al sujeto individual. Siguiendo a Lazar, podemos decir que gran parte del trabajo de la militancia ha consistido en construir ese aspecto colectivo de las subjetividades políticas, y en ese sentido, la voluntad de “hacer” y de “estar a disposición” que expresaban los jóvenes en el barrio estaban ligadas a la firme convicción de que “el impulso del cambio proviene de la organización colectiva” (Lazar, 2019, p. 84). Así lo señalaba un joven, responsable de secundarios:

Lo que se busca hacer con esta incorporación de secundarios en el territorio no es darle entidad al secundario en el territorio, sino de alguna manera fortalecer el laburo de la organización, que sirva también a lo del territorio, y de paso también, como corolario, que se cae de maduro, que les sume a ustedes, que lo puedan capitalizar en la campaña. (Tobías, UB del barrio, abril de 2013)

El ejemplo nos permite detenernos en el carácter cognitivo de los valores que suelen respaldar las prácticas: la inserción de secundarios al territorio como parte de la formación política orientada a la creación de un sujeto ético particular se daba paralelamente al objetivo de fortalecer a la organización en su conjunto (“La Cámpora”) y, por ende, a un proyecto que en el 2013 debía ser revalidado electoralmente. Este aspecto puede ser iluminado por la siguiente intervención de Susi en aquella reunión:

Hay cosas con las que estamos obligados, como el apoyo escolar. Las jornadas las tienen en todos lados, ¿por qué? Por necesidad de visualizar el lugar. Nosotros no tenemos esa necesidad […]. No es nuestro caso. Acá en la villa, toda la villa conoce a La Cámpora. Para nosotros, ese no es el problema. No necesitamos hacer actividades para que nos vean, porque ya venimos haciendo ese trabajo hace rato. Sí necesitamos laburar el “puerta a puerta”. […] Entonces, cuanto más nos vean caminar el barrio, saben que estamos. (Susi, UB del barrio, abril de 2013)

El repaso reflexivo que hace Susi sobre las tareas nos muestra la especificidad de la militancia en el barrio, donde la dinámica local y la disputa con otras fuerzas políticas imprimían un sello particular a la propuesta de actividades. El llamado a “laburar el puerta a puerta” nos revela, por un lado, un saber hacer específico en un escenario donde “caminar el barrio” era el medio para promover la formación política de estos jóvenes y al mismo tiempo constituía parte de los repertorios de acción orientados a sumar adherentes al “proyecto”. De modo que la eficacia de los sentidos dados a la “proximidad”, al “estar cerca” del otro -que se vinculaban a la formación ética buscada- también funcionaba en tanto nociones y preceptos orientados a respaldar acciones que tenían por objeto hacer crecer cuantitativamente a la organización. La siguiente interacción sintetiza algunos de los sentidos puestos en juego en los procesos descriptos: la inserción en el barrio, la formación política de secundarios vía la experiencia directa, el crecimiento numérico a través de la incorporación de nuevos jóvenes y el “bajar la bandera de Cristina” en esos territorios particulares.

Tobías: Yo lo que digo, lo que nosotros discutimos con los referentes es si cuando terminamos de organizar en todos lados, es como agarrar y bajar la bandera de Cristina ahí. Y con el mensaje de Cristina de que nosotros nos tenemos que formar y tenemos que ir a militar y formarnos en los lugares más sensibles de la sociedad, en los lugares donde están los sectores más vulnerables, digo, que los secundarios se formen ahí y que tengan esa conciencia social y esa sensibilidad, y que lo marque para toda la vida. Es como el mensaje que a nosotros nos bajaron. Y nos dijeron, bueno, ‘hagan un aporte como secundarios que también les permita a ustedes después sumar más compañeros. Algo que lo puedan hacer así, de muchos, muchos pibes’.

Martín: lo esencial que viene con esto es que hay una formación que nosotros estamos buscando y estamos teniendo en los barrios. (Reunión en la UB, abril de 2013)

En un escenario complejo para el oficialismo nacional luego de una década en el gobierno, conseguir los votos necesarios para garantizar la victoria electoral de 2013 se transformó en una meta que marcó el pulso de las actividades desplegadas en territorio. En ese sentido, la campaña para facilitar el trámite de renovación del documento de identidad a jóvenes de 16 años fue otra de las tareas que asumió el frente en las tres villas de CABA en las que se encontraba inserto. El motivo de esta iniciativa obedecía al requerimiento de estar empadronados para poder votar. En ese marco, la referente les asigna la siguiente tarea:

Nosotros vamos a jugar una elección y fuerte, es más fuerte que las que venimos jugando en todo este tiempo. Nosotros tenemos una responsabilidad, que es nuestro trabajo, hacerles el DNI a todos los secundarios y empadronarlos. Esa es nuestra línea. Seguir trabajando para que todos puedan votar […]. Si vamos a lograr que tanta cantidad de pibes voten… creo que vamos a ganar nosotros la ciudad. (UB del barrio, abril de 2013)

Más adelante continúa de este modo:

Estamos apuntando a que los secundarios ganen la elección en ciudad. No sé cómo pero que la tenemos que ganar o ganar. Con el apoyo (escolar) tienen una responsabilidad muy grande ustedes. No sé cómo la están tomando, pero tenemos un límite, que es hasta fin de mes (para empadronar jóvenes). Cuanto más secundarios voten vamos a cambiar la historia, que no sé si lo vamos a lograr, pero tenemos que ganar. No la pudimos ganar en novecientos años, la vamos a ganar ahora (risas). Y ustedes van a hacer que ganemos la ciudad, con el voto joven, con la militancia, tenemos que redoblar esfuerzos y ganar la ciudad. (UB del barrio, abril de 2013)

En esta cita resulta interesante la justificación de las tareas asignadas, puesto que nos permite advertir el modo en que se fue creando sobre los jóvenes el conjunto de expectativas y mandatos destinados a forjar a ese sujeto ético particular en un contexto de contienda electoral, y nuevamente un ejemplo nos revela el carácter yuxtapuesto entre “la pragmática” y “la moral” (Frederic, 2004; Balbi, 2007). En ese sentido, la superposición entre dos aspectos aparentemente contradictorios por su correlación con estas dimensiones nos remite otra vez a la naturaleza cognitiva de aquellos valores que suelen respaldar la acción política: así “ganar la ciudad” -una meta que podría considerarse “con arreglo a fines”- era presentada por Susi como la vía para “cambiar la historia” -objetivo que, de acuerdo con el esquema conceptual weberiano, podría pensarse “con arreglo a valores” (Weber, 2014)-, iluminando de este modo la complejidad de la política vivida y las distintas escalas que articularon los compromisos militantes de estos jóvenes como parte de los procesos de subjetivación política analizados.

A modo de cierre

A lo largo de este artículo he recuperado una serie de iniciativas, debates y formulaciones que orientaron la experiencia organizativa de un grupo de jóvenes pertenecientes al Frente de Estudiantes Secundarios de “La Cámpora” en una villa porteña. El análisis propuesto me permitió dimensionar cómo a partir de una pedagogía de la iniciación, la estadía en “territorio” fue presentada como la experiencia necesaria para promover la socialización política de estos sujetos en determinadas direcciones. En este marco, el concepto de “formación”, como vía para operar procesos de subjetivación inscriptos en prácticas y acciones concretas, fue el camino para instituir los sentidos y valores requeridos por una ética política particular a partir de la identificación emocional con determinados sectores sociales y su realidad. En aquel contexto, “ir al barrio” implicó para los y las jóvenes llevar adelante un conjunto de tareas que fueron articulando el aspecto ético de la subjetivación política y que, como parte de una variedad de “tecnologías del yo” (Foucault, 2008), a la vez que establecieron los “modos de sujeción” con un “deber ser” militante, orientaron los caminos de la politización, es decir, de la creación de un sujeto ético particular.

Ahora bien, paralelamente a la “formación”, se fue tramando el aspecto colectivo de la politización, y esto nos lleva a intentar comprender la militancia como algo que supera la dimensión de la membresía en términos de un acto individual que define el estatus de pertenencia de un sujeto con respecto a una organización. Para muchos y muchas jóvenes, las tareas desplegadas por ser parte de un proyecto eran un “modo de vida” e incluso una “identidad” que trascendía la posición del sujeto. En ese sentido, considero importante remarcar que la militancia en tanto proceso de politización es -y se va forjando como- un recorrido compartido, una experiencia transitada “junto con otros”. Esta afirmación nos lleva a colocar el aspecto colectivo de la subjetivación política en el centro de los procesos bajo análisis, puesto que, para estos jóvenes, la formación militante fue inscripta sobre todo como el ser parte de un “nosotros” que abarcaba y trascendía el aspecto individual que suele llevar a las personas a embarcarse en diferentes propósitos, tareas y misiones. Reflexionar sobre estos procesos a partir de uno de los lugares donde los jóvenes del Frente de Secundarios desplegaron su quehacer militante -el barrio- tuvo por objeto poner de relieve el carácter situado de los procesos de politización, pero también este aspecto tramado y relacional que implica en la experiencia cotidiana la militancia como una actividad eminentemente colectiva. En este cuadro relacional sostengo que es preciso incorporar las emociones y el placer generados en y por el propio hacer cotidiano, entendiendo que iluminan la complejidad de la política “vivida” y -como ha señalado Quirós (2008)- constituyen una fuerza poderosísima en el origen y continuidad de la participación política.


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Notas:

[1] Los resultados finales de aquella investigación en la que fui dirigida por la Dra. Virginia Manzano quedaron plasmados en el documento final de mi tesis de maestría, presentada en diciembre de 2021 y cuya defensa para obtener el título de magíster de la Universidad de Buenos Aires en Antropología Social fue realizada en julio de 2022.

[2] Aunque algunos integrantes de la Mesa Nacional iniciaron su militancia en otras provincias, los primeros grupos de jóvenes encuadrados bajo la denominación La Cámpora gravitaron en torno a la actividad política de CABA: actos, encuentros en oficinas de la administración pública nacional, así como actividades en espacios como “La Escuelita” en Villa Lugano o “El Gardel de Medellín” un centro cultural de Parque Patricios.

[3] Texto completo del discurso disponible en: https://www.casarosada.gob.ar/informacion/archivo/25972-cristina-fernandez-pidio-unidadorganizacion-y-solidaridad-a-todos-los-argentinos

[4] En CABA generalmente se trata de un inmueble alquilado que centraliza y organiza las actividades que los militantes desarrollan en los barrios.

[5] En orden de aparición en el texto, las referencias aluden al Ministerio de Desarrollo Social de la Nación, el Registro Nacional de las Personas, la Administración Nacional de la Seguridad Social y el Ministerio de Planificación Federal e Inversión Pública.