ARTÍCULOS

Escribir la historia desde el acervo ausente Apuntes para la construcción de un corpus del anarquismo boliviano

Writing history from the absent collection. Notes on the construction of a corpus of the Bolivian anarchism

Ivanna Margarucci
Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas – CeDInCI. Universidad Nacional de San Martín – UNSAM. Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas – CONICET, Argentina | ivannamargarucci@gmail.com / https://orcid.org/0000-0003-2138-6793

Recepción: 10 Diciembre 2021

Aprobación: 31 Mayo 2022


Resumen: Durante la primera mitad del siglo XX, el anarquismo boliviano alcanzó un importante y original desarrollo. Pese a ello, su cultura impresa peculiar y acervo ausente le impidieron producir primero y preservar después sus documentos, lo cual ha sido determinante para la elaboración de la historia, historiografía y memoria de dicho movimiento. Partiendo de esos vacíos documentales o “silencios” que hallan explicación en un abordaje del archivo situado dentro de una trama de poder, en este artículo nos proponemos avanzar en una definición teórica e histórica de tales conceptos y reflexionar sobre las estrategias desplegadas en los repositorios de Bolivia y del extranjero que nos permitieron construir un corpus compuesto de documentos (bibliografía, hemerografía y fondos de archivo) capaz de reponer algunas de esas piezas faltantes. A partir de esta exploración, intentaremos demostrar que es posible contestar y subvertir, al menos parcialmente, el poder en los archivos.

Palabras clave: Anarquismo, Bolivia, Archivos, Acervo ausente, Corpus.

Abstract: During the first half of the 20th century, Bolivian anarchism reached an important and original development. Despite this, its peculiar print culture and absent collection prevented it from first producing and then preserving its documents, which has been decisive for the elaboration of the history, historiography and memory of that movement. Based on these documentary gaps or “silences” that find an explanation in an archival approach situated in a framework of power, in this article we propose to advance in a theoretical and historical definition of these concepts and to reflect on the strategies developed in Bolivian and foreign repositories that allowed us to build a corpus composed of documents (bibliography, hemerography and archival fonds) capable of replenish some of these missing parts. From this exploration, we will try to demonstrate that it is possible to contest and subvert, at least partially, the power in the archives.

Keywords: Anarchism, Bolivia, Archives, Absent collection, Corpus.


“En historia, el poder comienza en la fuente”
(Trouillot, 2015: 29)

El problema de investigación: entre la ausencia, la historiografía, la memoria y el corpus1

¿Cómo pensar la ausencia? La ausencia de fragmentos del pasado, la consecuente ausencia de relatos y significados sobre él. ¿Significa la inexistencia de un fenómeno –que nada hubo, que nada sucedió allí– o puede, eventualmente, indicar otra cosa? ¿De qué modos opera el poder en la “producción de la historia”? (Trouillot, 2015). Estas preguntas que encuentran múltiples respuestas desde diferentes disciplinas, pueden también contestarse desde la práctica archivística y el quehacer historiográfico, toda vez que los vacíos documentales o “silencios”, entendidos como aquellas piezas faltantes que resultan inhallables en los archivos, son el primer emergente de tal encadenamiento de ausencias. La dificultad de resolver este problema cuasi metafísico presenta nuevas aristas al momento de querer concretar un ejercicio que devino en un desafío: escribir la historia del anarquismo en la Bolivia del “pre-52” (Prada, 2004), un movimiento político de izquierdas que, por diferentes motivos que señalaremos en este artículo, no produjo y no logró preservar en medida suficiente sus documentos2. Esos vestigios del pasado, indicativos en una cultura occidental fuertemente marcada por el positivismo, de la presencia, y en igual medida, garantes de la trascendencia.

Un necesario balance bibliográfico sobre esta historia ya no en singular, sino del conjunto de las izquierdas bolivianas refuerza dicha consideración puesto que nos devuelve la imagen opuesta, es decir, la del desbalance. El desarrollo que estas alcanzaron en la etapa anterior a la Revolución conducida por el Movimiento Nacionalista Revolucionario en 1952 “supera en buena medida lo que la historiografía militante y académica ha producido sobre ellas”, provocando así:

una desconexión entre historia e historiografía, que muchas veces lleva a asumir que el país andino-amazónico, a contra corriente de lo sucedido en otras partes de América Latina, no habría tenido un pasado de izquierdas. Al menos no, uno que merezca ser registrado por el discurso historiográfico (Margarucci y Hernández, 2020: 4450).

Dicha situación responde a un conjunto de razones que van desde las condiciones de producción historiográfica hasta el contexto social y político de Bolivia durante los siglos XX y XXI, cuya conflictiva historia determinó que esa producción se diera “de a saltos”, podríamos decir, en dos ciclos. El primero de ellos, entre la Revolución del 52’ y las reformas neoliberales de mediados de los 80’ y, el segundo, abierto a partir del año 2000 con la irrupción de los movimientos sociales y la llegada al poder del Movimiento al Socialismo. Ambos ciclos no podían sino traer importantes consecuencias; en la agenda historiográfica y fundamentalmente, en la política de la memoria que pesó sobre el estudio de determinados temas y procesos.

Ejemplo de lo anterior es, sin dudas, la historia del anarquismo local moldeada a partir de los “olvidos” y “silencios” superpuestos que hicieron de la suya una “memoria subterránea” (Pollak, 1989; Augé, 1998). Antes que ausente o inexistente, la experiencia histórica de este movimiento dotado de un importante y original desarrollo, se nos revela entonces como soterrada. Del mismo modo, lo fueron los procesos de organización y de lucha de artesanos, obreros y mineros, cholas e indígenas-campesinos que aquel logró orientar durante la primera mitad del siglo XX, plasmados en centros obreros, grupos de propaganda, sindicatos y federaciones; en mítines, huelgas, insurrecciones y revoluciones, que se constituyeron o se produjeron en diversas geografías urbanas, mineras y rurales de Bolivia. Así, si bien tradicionalmente se ubicó su momento de auge entre 1927 y 1932 durante la dramática coyuntura de la crisis mundial y la antesala de la guerra del Chaco con el Paraguay (1932-1935), es posible afirmar que, desde comienzos de siglo y hasta la Revolución, el anarquismo llegó a ser una de las identidades político-ideológicas con mayor arraigo y fortaleza de esas izquierdas del “pre-52”.

Estos han sido algunos de los principales aportes de las producciones historiográficas elaboradas en los ciclos mencionados (Lehm y Rivera Cusicanqui, 1988; Rodríguez García, 2010). Sin embargo, la mayoría de ellas fueron prisioneras de un recorte geográfico y temporal acotado, restringido a la capital o al departamento de La Paz entre las décadas de 1920 y 1940, lo cual constituyó una suerte de barrera epistémica al momento de querer reexaminar ese movimiento anarquista en “el arco global de su desarrollo” y devolverle así “los caracteres espacio-temporales” que le fueron propios (Berti, 1975), negados por otras narrativas historiográficas procedentes del nacionalismo y del trotskismo (Barcelli, 1956; Lora, 1969, 1970).

Con todo, estas observaciones que estuvieron en la base de la reformulación de un problema de investigación surgieron menos de una lectura crítica de la historiografía anterior que de la posibilidad de construir un corpus3 compuesto de bibliografía, hemerografía y fondos de archivo cuyo análisis venía a ratificar o rectificar viejas inquietudes y a poner sobre la mesa otras nuevas. Aunque, vale aclarar, esta cuestión metodológica básica ha sido igual de determinante para esa historiografía. De este modo, las condiciones de producción historiográfica aludidas constituyen un factor de primer orden cuando se intenta avanzar en un estado de la cuestión de la historia de dicho movimiento político, entre las cuales tienen un peso fundamental tanto la disponibilidad como la accesibilidad de esos materiales en los archivos y bibliotecas de Bolivia y del extranjero.

En esta línea de análisis, el objetivo del artículo es reflexionar sobre el proceso de construcción de ese corpus, deteniéndome en el problema de los insumos necesarios para recuperar la experiencia histórica del anarquismo en Bolivia. Si en algunos casos nacionales es posible pensar este problema atendiendo a las condiciones de preservación y acceso de la bibliografía, la hemerografía y los fondos de archivo (Domínguez Rubio, 2018), en el caso boliviano debemos antes considerar el contexto social de producción de esos documentos en un sentido amplio, lo cual nos lleva en el primer apartado a sumergirnos en los rasgos peculiares de la cultura impresa anarquista. Un caso que se complejiza todavía más según estudiaremos en la segunda sección, en el que la dispersión y la pérdida de documentación constituyeron aquel que conceptualizaremos como un “acervo ausente”. Partiendo de esos enormes vacíos documentales o “silencios” que, generados en diferentes momentos, hallan explicación en un abordaje del archivo situado dentro de una trama de poder, en los apartados siguientes nos concentraremos en las estrategias desplegadas en los repositorios bolivianos e internacionales que nos permitieron construir un corpus capaz de reponer algunas de esas piezas faltantes, las mismas que, siguiendo a Carter (2006), también podemos pensar como “huecos”. La hipótesis de trabajo que guió tanto la construcción del corpus como la de estas reflexiones sugiere que el poder en los archivos, antes que ser un absoluto ejercido desde arriba hacia abajo, puede ser contestado e incluso subvertido.

Una cultura impresa anarquista peculiar

Para el historiador del anarquismo italiano Davide Turcato (2007: 411), la prensa ácrata es “la institución más universal y visible de los movimientos anarquistas” y como tal, constituye “un buen espejo” de esos movimientos. La afirmación resulta un tanto general y cabe relativizarla a la luz del matiz que nos introduce Bolivia. Pues si tomamos por correcta la imagen grotesca que nos devuelve este espejo deformante concluiríamos lo mismo que habían concluido las narrativas historiográficas del pasado y del presente que olvidaron y silenciaron al anarquismo local, bajo la convicción que allí no habría existido semejante movimiento que valiera la pena estudiar.

Nuestras primeras lecturas al iniciar esta pesquisa en el año 2008 y los subsiguientes hallazgos, nos sugieren lo contrario. Los relativamente pocos periódicos y manifiestos, libros y folletos que se editaron en Bolivia no indican, pensando en los términos del “paradigma indiciario” de Ginzburg, la ausencia del fenómeno, de las ideas y los sujetos estudiados. Puede que no estén ahí. Esa es una posibilidad. Pero otra alternativa, si “desciframos” o “leemos” los “rastros, síntomas, indicios” (Ginzburg, 1999: 145, 146) es que esas ideas y sujetos, en ocasiones ideológicamente indefinidos, en otras animados u obligados por determinadas circunstancias, sean difíciles de ver.

En este sentido, creemos necesario evadir un razonamiento apriorístico con profundas consecuencias epistemológicas y comenzar a responder una serie de preguntas que nos conducen en otra dirección. ¿Por qué si les sabemos ahí a esas ideas y sujetos, no alcanzamos a verlos? ¿Era para ellos el texto escrito y publicado igual de “poderoso” que para otros anarquismos? (Suriano, 2001: 113) ¿Qué factores sociales, políticos y culturales condicionaron a los anarquistas en Bolivia para imprimir materiales? ¿Por qué fue la suya una “cultura impresa” peculiar diferente a de las izquierdas vecinas? (Suriano, 2001; Buonuome, 2014; Petra, 2017; Parada, 2012).

No fue solo el movimiento anarquista en Argentina, con fuerte ­–no exclusivo– arraigo en su capital y la región litoral-pampeana, el único que se destacó por su actividad editorial. No fueron solo sus militantes, habitantes de los arrabales y conventillos “ilustrados”, la carnadura del axioma relativo al verbo hecho acción para después volverse a convertir en verbo:

Las letras aparecen frecuentemente definidas como las armas ideológicas que acompañan a la detonación editorial anarquista. Un lenguaje revolucionario de la cultura que presenta la lectura como primer paso en la formación del militante que posteriormente se convertirá en escritor o escritora (Migueláñez Martínez, 2019: 87).

Con diferencias de escala en la capacidad, escala e inventiva editorial, los ácratas individualistas o agrupados de Uruguay (Lobato, 2009), Brasil (Ferreira, 1988), Chile (Arias Escobedo, 2009) y Perú (Machuca Castillo, 2006), emularon a sus camaradas europeos y alimentaron también una cultura impresa que “demasiadas veces en condiciones de penuria e ilegalidad, no sólo suponía integrarse a la riada de letras de molde que fue propia de esa época de alfabetización y periodismo” (Ferrer, 2017: 17). El poder transformador, redentor de la palabra se manifestaba en los múltiples mundos que aquella era capaz de parir. El mundo futuro, aquel nuevo que habrían de crear a partir de la divulgación del ideario anárquico, y el mundo presente por ellos habitado, donde apostaron a desarrollar una cultura propia y “alternativa” (Suriano, 2001: 19; Migueláñez Martínez, 2019: 88) dotada de una estética particular (Litvak, 1981).

Pero este, en principio, no parece haber sido el caso del anarquismo boliviano, desprovisto, despojado de papeles. Hasta donde llegamos a constatar, su experiencia histórica nos lega solo ocho periódicos editados entre 1926 y 1950. A estos, podemos sumar el órgano de la Unión Obrera 1° de Mayo de Tupiza (1905) inspirado en una amplia amalgama de ideas de redención social, entre ellas las libertarias (La Aurora Social, Tupiza, 1906-1907), y el “órgano oficial del proletariado” paceño nucleado en la Federación Obrera del Trabajo (FOT, 1918) en donde se expresaban, confluyendo y también debatiendo, voces socialistas, anarquistas y comunistas (Bandera Roja, La Paz, 1926-1927). El número cobra realce cuando lo comparamos con Argentina, espacio en el que Lucas Domínguez Rubio (2018: 170-288) detectó la existencia de 687 periódicos de la misma tendencia editados, es verdad, en un período más amplio que se proyecta hasta el siglo XXI, aunque en su mayoría concentrados en el período 1880-1950. La misma contabilidad se replica con los manifiestos hallados en el Archivo Luis Cusicanqui (ALC) de La Paz y otros archivos personales o reproducidos en la prensa comercial boliviana o anarquista del extranjero, los cuales no superan los 50 para el período 1905-1953, con una fuerte tendencia a ubicarse en la posguerra del Chaco.

Respecto de los libros y folletos si bien es posible reponer la vasta oferta bibliográfica de títulos anarquistas publicados entre Francia y España que existían en circulación ya desde la década de 1870 (Margarucci, 2022) –oferta complementada por aquellos editados en Argentina y Chile durante la primera mitad de siglo XX–, en Bolivia no fue sino hasta 1946 cuando la Agrupación Anarquista “Ideario” timoneada por Liber Forti y una nueva generación de ácratas paceños y tupiceños comenzaron a publicar los Cuadernillos “Inquietud” de Difusión Cultural, entre cuyos títulos de la colección sociológica (que acompañaba a la colección literaria y científica) apareció en nueve entregas El Apoyo Mutuo de Pedro Kropotkin, reproducida de la edición de AméricaLEE publicada en Buenos Aires aquel año. Además de estos 16 títulos (no 27 como originalmente planeaban sacar), impresos hasta 1954 en la vieja máquina Minerva de la librería e imprenta Renacimiento fundada por Forti padre en los años 20’, el grupo editó entre 1946 y 1947 dos folletos en el “Establecimiento Gráfico KOLLASUYO” de La Paz: uno de presentación y otro que compila “Comentarios de la prensa boliviana” publicados a raíz de la polémica que desató el ciclo de conferencias dictadas por el poeta anarquista español León Felipe en enero del 47’ en esa capital4. Números que vuelven a contrastar con las “Colecciones editoriales” del anarquismo argentino (ya no piezas individuales) que Domínguez Rubio (2018: 289-360) contabiliza en 207.

Antes de sacar conclusiones apresuradas sobre estas diferencias, debemos avanzar en los motivos que explican el panorama editorial recreado. Como Ferrer (2017), varios autores advierten que en la Argentina, la expansión de la cultura impresa anarquista corrió de forma paralela a la constitución de una cultura letrada (Suriano, 2001; Anapios, 2011), asociada al proyecto de modernización del país de la Generación del 80’ y la escolarización de la población –nativa y fundamentalmente inmigrante– con la aplicación de la Ley 1420. El resultado: un nuevo público lector y la expansión de la prensa periódica, “que sirvió de práctica inicial a los nuevos contingentes de lectores, y (…) previsiblemente también, creció con el ritmo que estos crecían” (Prieto, 1988: 14).

A diferencia de este cuadro cuyo norte era convertir al “gringo” italiano y español en argentino, en Bolivia durante la primera mitad del siglo XX los trabajadores e indígenas se encontraban en general apartados del sistema educativo. Esta situación, no de inclusión forzada, sino de exclusión de hecho apoyada en una larga lista de exclusiones, fue la causante de bajos índices de alfabetización. Si bien es cierto que el censo de 1909 de La Paz arroja una optimista cifra del 43% de la población alfabetizada5, el cálculo afinado de Salvador Romero Pittari (2009: 123) en base al censo nacional de 1900 reduce ese porcentaje al 14%, valor que se replica a nivel nacional. Mientras que en 1900 el total de los bolivianos “sin instrucción” era del 84% (versus un 46% de “alfabetos” en Argentina informados en el mismo censo), en 1950 los “analfabetos” representaban el 68,9%6. Esto, a su vez, se traducía en el tiraje de la prensa comercial. Según Romero Pittari, en 1922 un periódico tan importante como El Diario editaba 4.500 copias diarias sobre una población paceña superior a 80.000 habitantes, es decir, un ejemplar a razón de casi 18 personas.

Ahora bien, siempre conviene precisar que en este período ser alfabeto en Bolivia era dominar la lecto-escritura en castellano, lo cual dejaba afuera el uso de lenguas indígenas orales ampliamente difundidas como el aymara y el quechua (Torero, 2005), cuya lenta y siempre difícil codificación comenzó en el siglo XVI tras la conquista española. Esta consideración alimentada en el etnocentrismo decimonónico era de hecho reproducida por algunos anarquistas, por ejemplo por Darío Borda según comentaba en un informe a La Protesta en 1923 luego de su paso por Buenos Aires:

El mayor número de sus habitantes [de Bolivia] lo forma el labriego que cultiva la tierra: indio analfabeto, de lengua “quechúa” y “haimará” [sic], especie humana que vive en completa ignorancia, exento de toda iniciativa que tienda a mejorar su condición miserable7.

La anterior no fue, sin embargo, una forma de pensamiento generalizada, ni siquiera dominante. Desde la ciudad, socialistas y anarquistas bolivianos intentaron incluir a los indígenas en los nuevos mundos paridos de la palabra redentora. El primer gesto que en este sentido detectamos tiene que ver, no casualmente, con la traducción de su mensaje emancipador y alternativo a esos idiomas. En 1903, la Sociedad Agustín Aspiazu de La Paz conmemoró por primera vez en toda Bolivia el 1° de Mayo. Al año siguiente, la tentativa de su presidente Constantino Aliaga de lanzar “una proclama en castellano, aymara y quechua, explicando los alcances de la Fiesta del Trabajo” a la sazón de la independentista de Juan José Castelli “que debió llevarse a cabo en una Imprenta ‘Iris’ en la Plaza Murillo y propiedad de los Srs. Palza Hmnos.” fue clausurada por “la mano policial”.8 Del mismo modo, el militante e historiador del anarquismo austríaco Max Nettlau aventura en su “Viaje libertario a través de la América Latina” que:

la obra cultural que iba a emprenderse entre los indios de Bolivia, traduciendo obras anarquistas a las lenguas quechuas y aymara, cual me dijo Ismael Martí en 1931 ha debido quedar interrumpida (Nettlau, 1972: 39).

El mismo Martí le confirma esta impresión en una carta de 1935 y se lamenta porque la guerra del Chaco obstaculizó “el plan de aquellos folletos en lenguas aborígenes”9.

Las consecuencias de ese sistema educativo y lingüístico hecho para unos pocos, no funcionan como las únicas razones posibles detrás del “pobre” desarrollo editorial del anarquismo en los Andes bolivianos. Sus militantes, alfabetos, semi-alfabetos o analfabetos, no parecen haber sentido un particular desapego por la cultura impresa. Prueba de lo contrario –de su apego por la palabra escrita– fue ese original proyecto de traducción. Prueba de lo contrario fue el leitmotiv de la primerísima agrupación ácrata, el Grupo de Propaganda Libertaria La Antorcha de La Paz, fundada el 9 de septiembre de 1923 al calor de los vínculos entablados por sus militantes con Buenos Aires e Iquique cuando todavía integraban el Centro Obrero Libertario (COL) (Margarucci, 2020; Margarucci y Godoy Sepúlveda, 2020). Dos nodos de una vasta “red internacional de redes” anarquista (Bantman y Altena, 2017: 12) por la que, ante todo, circulaba material escrito:

Dada la absoluta carencia de material de propaganda y los infinitos obstáculos con que tenemos que luchar en estas lejanas y semibárbaras regiones, pedimos a los compañeros, agrupaciones y sindicatos que posean material y literatura de ideas, nos las envíen para facilitar nuestra labor. Correspondencia a nombre de Luis Cusicanqui. D. Calle Linares 97, La Paz (Bolivia) – El secretario.

NOTA – Rogamos a la prensa anarquista de todo el mundo, la reproducción de esta nota.10

No importaba qué clase de materiales de difusión llegaran: “todos los números atrasados, en todo idioma, periódicos, folletos, volantes, etc. […] Escribidnos que también es útil”.11Lo importante era darles circulación entre los trabajadores urbanos y rurales, “propagar las ideas más elevadas, como es la anarquía”.12

¿Era solo la “ignorancia” o junto con esta, “la absoluta carencia de material de propaganda y los infinitos obstáculos”, lo que limitaba la propagación de las doctrinas anárquicas en Bolivia? Con el paso de los meses esos materiales fueron arribando desde distintos puntos del continente tal como corroboramos en las cartas dirigidas a Luis Cusicanqui, atesoradas en el archivo paceño bautizado con su nombre. Así, con ese empuje procedente del exterior, en 1924 la agrupación dio inicio a la “detonación editorial anarquista”. El 1° de Mayo redactó y puso en circulación el primer manifiesto ácrata de factura local, sin sobrevivir copia alguna. El 4 de junio de 1924 el grupo estaba listo para distribuir un segundo libelo, cuyo contenido recuperamos de El Sembrador de Iquique y La Antorcha de Buenos Aires gracias a que, en el transcurso de ese mes, lo reprodujeron completo.13 Según las versiones de los sastres Desiderio Osuna y Nicolás Mantilla, pocos días antes de ser difundido en el primer aniversario de la masacre minera de Uncía, Cusicanqui facilitó ingenuamente un ejemplar del mismo a la militante socialista Angélica Ascui Fernández.14 “Un día después la policía iniciaba la caza” .15 La represión fue brutal. El presidente Bautista Saavedra conocía tan bien como los anarquistas el poder redentor de la palabra. A las detenciones, confinamientos y hogares allanados se le sumaron los “Libros, folletos, periódicos y correspondencia […] secuestrados por la policía”.16

Decomisar, secuestrar, destruir, hacer desaparecer. Callar. Silenciar. Fue esta la constante que caracterizará el manejo estatal de esos peligrosos documentos ya desde 1904 con la proclama trilingüe que nunca pudo ver la luz, proyectada hasta el ocaso mismo de la experiencia libertaria boliviana, con el allanamiento en mayo de 1947 del local de la Federación Obrera Local (FOL) paceña en el marco de las “sublevaciones indigenales” instigadas, según expresión del poder y la prensa, por los anarquistas.17

La represión avalada por una ley de imprenta cada vez más draconiana desde la constitución formal de Bolivia como república (Gómez Vela, 2012: 11-23; Gómez Mallea, 2015: 153-174), representaba para los protagonistas de esta historia –y en efecto parece haberlo sido– una de las principales barreras interpuestas a la difusión del ideal.

Publicada desde el 1° de mayo de 1906, el 31 de enero de 1907 salió el último número de La Aurora Social de Tupiza. Los redactores extranjeros Mateo Skarnic y Federico C. Martínez fueron deportados el 21 de febrero bajo orden expresa del presidente Ismael Montes y su ministro de gobierno, acusados de realizar “propaganda disociadora” y “trastocar el orden público de esa región con doctrinas perturbadoras, promoviendo la sublevación en la clase obrera y en la raza indígena”.18Para el subprefecto de Sud Chichas, una de las primeras señales de alarma había sido la difusión de un manifiesto cuya forma de publicación y distribución infringía el restrictivo reglamento de imprenta vigente.19 Veinte años después, en diciembre de 1926, Nicolás Mantilla se lamentaba:

En todo el país no hay una sola hoja anarquista debido a la imposibilidad de hacer cualquier impresión por falta de una imprenta o de algún impresor que se atreva a materializar nuestras ideas, por el temor de un empastelamiento y la cárcel.20

En junio de ese año una joven Bandera Roja, el emprendimiento editorial más exitoso de todos los bolivianos con 54 números en su haber (no 52 como ha afirmado la bibliografía) publicados desde el 8 del mismo mes, había sido objeto de la ira policial siendo su imprenta allanada y varios de sus redactores detenidos y deportados.21 Su desaparición un año después, el 27 de junio de 1927, posiblemente halle explicación en las disputas existentes al interior de la FOT entre marxistas y anarquistas –que decantarán, en julio, en la aparición de Humanidady, en agosto, en la fundación de la FOL– y en una nueva represión asestada sobre los primeros, acusados de tramar un complot comunista que planeaba secuestrar y victimar al presidente Hernando Siles.22

Así, si en Bolivia no se podía editar, en los países vecinos como Argentina y Chile donde esas restricciones eran menores (Persello, 2000: 98; Donoso, 2016) había grupos dispuestos a muñirlos con el catecismo libertario. No se trataba solo de mandar paquetitos de impresos. Ejemplo de ello es La Antorcha de Buenos Aires, periódico que durante toda su existencia entre 1921 y 1932 cuenta con corresponsalías constantes de un Tomás Soria afincado por estos años en Tupiza (alias de Renato Rocco Giansante, también conocido como Mario Forti, el padre de Liber) o del propio Mantilla. El contenido de dichas colaboraciones o bien los nombres de la lista de suscriptores, revelan que La Antorcha antes que ser un material de propaganda cada tanto enviado a Bolivia, circula, y es consumido allí como si fuera prensa periódica local. Si 1.000 ejemplares de los 7.000 que regularmente publicaba se iban al exterior,23podemos suponer que una proporción significativa de ellos tenía por destino el país andino-amazónico.

Estos contactos con el anarquismo porteño, pero también con el de las provincias del interior, permitirán una apuesta todavía más osada: la triangulación entre Argentina y Bolivia para redactar, editar y distribuir La Tea (1927-1928), “hoja” de La Antorcha paceña que pedía ser leída y “pasada a tu vecino”.24 En esta cadena, intervinieron los redactores y correctores en La Paz, Tupiza (Tomás Soria) y Buenos Aires (César A. Balbuena y Rodolfo González Pacheco), el editor e impresor en General Pico, La Pampa, donde funcionaba la imprenta de Pampa Libre (Jesús Villarías) y los “intermediarios” que recibían por encomienda el periódico en Buenos Aires, Córdoba y La Quiaca, encargados a su vez de remitir de ocho a diez paquetes divididos por seguridad a Uyuni y La Paz (Balbuena, un tal Quispe, el chileno Armando Triviño, el griego Antonio Furnarakis y Juan Acuña). Cusicanqui y Pablo Maráz eran los responsables de coordinar estos esfuerzos en la capital boliviana. En una carta Villarías indica que su tiraje alcanzaba los 2.000 ejemplares,25 casi un tercio del de La Antorcha.

Otros motivos, más generales del movimiento anarquista a nivel internacional, pero que se veían profundizados en Bolivia, nos permiten explicar la peculiaridad de tal cultura impresa. Nos referimos a las dificultades financieras, causantes de la desaparición de las fugaces Tierra y Libertad de Sucre (1926) y Humanidad de La Paz (1927-1928). En septiembre de 1926, Rómulo Chumacero, editor de la primera publicación, se disculpaba ante Cusicanqui por no haberle escrito antes. Estaba aguardando “despacharle una edición última [el número 4] que para esto hemos tenido que esperar mucho tiempo por la cuetion [sic] monetaria”.26 El “órgano oficial de la Federación Obrera Local” integrada por Cusicanqui padeció el mismo problema. “Semana a semana, el déficit de cada número iba en veloz aumento”. En mayo de 1928 se organizó una “función cinematográfica y rifa gratis pro-HUMANIDAD” en el Teatro Imperial, que dejó un superávit de 124 pesos.27 No obstante, en el número siguiente un balance financiero registra “un déficit de 141 bolivianos (en un movimiento total de 523 […]) para la edición de seis números” (Lora, 1970: 86). Como en el caso anterior, este, el 7, es el último que conocemos.

Con todo, publicar poco o publicar por poco tiempo, quizás fuera un inconveniente que, como en otras latitudes, podía subsanarse mediante la circulación del texto escrito por otros medios orales como la lectura y discusión pública. En junio de 1923, un grupo de socios del COL lograron informarse “por algunos diarios obreros de la Argentina” del “cobarde crimen burgués” de Kurt Wilckens perpetrado en la capital. Su secretario general convocó a una asamblea en donde “puso en consideración de la reunión, habiéndose discutido ampliamente” los motivos de la huelga y los fusilamientos de los peones rurales de la Patagonia. “Como una visión trágica se narraron el martirio de esos millares de compañeros” y se resolvió aprobar por unanimidad la conducta de Wilckens y “protestar enérgicamente (…) contra los autores” de su asesinato.28

Es decir, quizás aquí la palabra impresa de la que se alimentaba el periódico anarquista –los pocos que se editaban localmente y los más que llegaban del extranjero– estaba más destinada a ser “viva” y “hablada”, que “muerta” y “leída en silencio” (Moss y Thomas, 2021: 18). Tres años después Tomás Soria corrobora la que, en verdad, parece haber sido una praxis generalizada: “un periódico anarquista de la Argentina, o de cualquier otro país, pasa de mano en mano de compañeros, es leído con avidez, [y] comentado con interés”.29 “Leed y difundid”, consigna doble, típica de la prensa de izquierdas igualmente obedecida en Bolivia, cuya práctica se enraizaba en un aspecto que trascendía lo universal para vincularse con lo particular de su realidad: la oralidad como un rasgo distintivo de la cultura andina que, junto con el resto de los factores considerados, dieron forma a una peculiar cultura impresa anarquista.

El acervo ausente

¿Cómo “hacer la historia de la FOL” se preguntaba en la década de 1980 otro sastre libertario, José Clavijo, si “Todito eso se ha perdido, se lo han llevado no es que se ha perdido, una gran pérdida”?30 Esta apreciación, junto con la descripción que le sigue en dicha entrevista acerca de cómo operaba la redada policial particularmente ensañada contra la documentación sindical, nos permite comenzar a esbozar un concepto que, ya no desde el contexto social de producción, sino desde las condiciones de preservación y acceso, limita la posibilidad de “hacer” esa historia: el “acervo ausente”.

La Real Academia Española define la palabra acervo como el “Conjunto de valores o bienes culturales acumulados por tradición o herencia”.31 El Diccionario de términos archivísticos de Víctor Hugo Arévalo Jordán (2003: 10) propone una conceptualización análoga: “Conjunto de bienes no materiales […] Caudal, abundancia de documentos”. La misma coincide con diferentes glosarios de archivística pasibles de ser consultados en la web, en los que el denominador común asociado al acervo es el conjunto o colecciones de documentos que son conservados y forman parte de un archivo, en tanto institución cuya función tiene que ver con la acumulación y la “producción documental clasificada y seriada”, es decir, ordenada u organizada, puesta al servicio de la administración e investigación histórica (Heredia Herrera, 1991: 88-91).

¿Por qué el acervo del anarquismo boliviano es uno ausente? Porque no es conjunto depositado en una o varias instituciones semejantes como fondo o fondos de archivo, sino que sus piezas documentales se encuentran dispersas o bien, conociendo su existencia pretérita, hoy las sabemos perdidas. Sobre esta cuestión, Carter (2006: 223) apunta:

En el archivo existe lo que podría llamarse una presencia-ausente. Lo que está presente en los archivos se define por lo que no está. Y los silencios de los archivos están delimitados por las voces de los archivos.

Respecto de las “colecciones” de prensa periódica anarquista o filo-anarquista entre presentes y ausentes contamos en Bolivia con un ejemplo por década. La Aurora Social de Tupiza (1906-1907), de la que salieron 9 números, está dividida entre el Archivo y Biblioteca Nacionales de Bolivia (ABNB) de Sucre (n°1 y 2, a donde llegaron remitidos por la agrupación como parte del depósito legal que imponía la ley de imprenta) y el Instituto Internacional de Historia Social (IISH) de Ámsterdam (n° 6, 7 y 9, incluidos como parte del fondo Max Nettlau, fondo acopiado en base al canje internacional cuya donación dio origen a esta institución). De La Tea (1927-1928) salieron 3 números y había un cuarto en preparación,aunque solo se conserva el primero (noviembre de 1927) en el mismo fondo e instituto. La Protesta de Oruro (1932), de la que también se publicaron 9 números, hallamos 3 entre el ALC (n° 4 y 5, una copia original y dos fotocopiadas de “FORTI”, suponemos, del archivo personal de Liber Forti) y otro archivo personal, el del dirigente obrero e historiador orureño Trifonio Delgado (n° 9). FOL . Tierra y Libertad editado por la federación paceña los 1° de mayo de 1947 a 1949 está dividida entre el Archivo Histórico de la Federación Obrera Regional Argentina y la Biblioteca Archivo de Estudios Libertarios (BAEL) de la Federación Libertaria Argentina (n°1, a donde llegó como parte de las conexiones transnacionales entre movimientos), ambos en Buenos Aires, y el ALC (n° 2). Es decir, 11 ejemplares repartidos en siete repositorios de tres países y dos continentes diferentes.

Pero en estos casos hay un registro, hay una huella con mayor corporeidad que una mera “inferencia indicial” (Ginzburg, 1999) de un pasado ciertamente esquivo. Más compleja es la situación de los materiales que todavía no hemos podido encontrar –¿los ubicaremos alguna vez? – ni en los archivos de Bolivia ni del extranjero. Ejemplo paradigmático entre varios es el hasta ahora desconocido periódico Ideas. Por lo que podemos suponer, se trató de una publicación de varios números editada entre 1909 y 1910, tal vez, la primera de orientación anarquista de Bolivia, de cuya existencia nos enteramos a partir de los comentarios de la prensa ácrata peruana, con la que tenía canje.33

Por supuesto que, como sugeríamos, es posible matizar la idea de ausencia. El fragmento existente, las pistas de lo inexistente son antes bien presencia. Una presencia parcial o difusa que contrasta con el único “acervo presente” del anarquismo boliviano. Se trata de una colección única en su tipo reunida por la invaluable labor de Silvia Rivera Cusicanqui, Zulema Lehm y otras investigadoras e investigadores que en la década de 1980 integraban el Taller de Historia Oral Andina (THOA). Las entrevistas individuales y colectivas realizadas a un grupo de dirigentes y militantes de base anarquistas en ese entonces octogenarios, les permitió recuperar varios archivos personales conservados por esos activistas (José Clavijo y Petronila Infantes) o bien por sus familias (Luis Cusicanqui, Nicolás Mantilla y Pastor Chavarría).34 Este conjunto se compone de correspondencia y fotos, manifiestos y manuscritos éditos e inéditos, libros de actas y discursos sindicales, periódicos y recortes de diarios, etc. Documentos que, con las transcripciones de aquellos testimonios, yacen guardados en un arcón –como si de un verdadero tesoro se tratara– en el Archivo Luis Cusicanqui del Tambo Colectivo Ch’ixi de La Paz.

Si bien en otros países de la región no es posible identificar un archivo anarquista semejante, los insumos allí reunidos –fuente principal de las contribuciones historiográficas mencionadas en la introducción– se restringen al ámbito de La Paz entre las décadas de 1920 y 1940. Es decir, tienen un carácter acotado en el espacio-tiempo. De ahí que podamos pensarlo como un acervo presente en un contexto en el que la ausencia es la norma general, tal cual queda comprobado con otros vacíos documentales significativos provocados por la falta de preservación de los materiales.

Ya mencionamos a Bandera Roja de La Paz, proyecto editorial récord de las izquierdas en Bolivia con 54 números publicados en su haber entre junio de 1926 y 1927. Tanto Guillermo Lora (1969) en la década de 1960 como Ximena Medinaceli en la de 1990 accedieron a una colección sino completa, más o menos completa del periódico. La última autora agradece en una nota al pie de su libro Alterando la rutina… “el acceso a esta colección a Sinforoso Cabrera” (Medinaceli, 1996: 102), dirigente sindical minero cuyo archivo personal luego de fallecido fue donado por su familia a la Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional (BAH-ALP) de La Paz. Pero dicha donación no incluyó a Bandera Roja. Tras una intensa búsqueda logramos dar con escasos 10 ejemplares repartidos entre varias instituciones: el ABNB (3 números), la BAH-ALP (2 números) y otros 5 pertenecientes a colecciones particulares que, compartidos en formato digital por otros investigadores, no hemos podido identificar.

Igual suerte corrió Humanidad de La Paz (1927-1928). Si bien Lora (1970) pudo ver los números 4 a 7 según consta en el tomo tercero de la Historia del movimiento obrero boliviano, en su archivo personal resguardado por el ABNB de Sucre no se encuentra ninguno de ellos. La única presencia que de esta otra fuente tenemos son algunas páginas de un número incompleto, el sexto del 4 de junio de 1928, localizado en el ALC.

Pese a que en los últimos años la archivística boliviana ha tenido un notable avance en lo que respecta a resguardo documental y gestión institucional, amparado por políticas públicas progresivas (Oporto Ordóñez, 2006, 2009), no podemos dejar de preguntarnos por el destino de estas dos publicaciones clave del anarquismo y las izquierdas. ¿Dónde están? ¿Por qué faltan? Y aquí, una posible respuesta que explica esta situación paradojal, se aproxima a lo ya señalado por varios autores desde Michel Foucault hasta Jaques Derrida. Esto es, los archivos son fundamentalmente espacios de poder, el mismo que se ejerce incluyendo y excluyendo, haciendo algunas voces audibles y silenciando otras. “Inevitablemente, hay distorsiones, omisiones, borraduras y silencios en el archivo. No se cuentan todas las historias” (Carter, 2006: 216), por ejemplo, las de los trabajadores y trabajadoras que, desafiando a los “poderosos”, bregaron por sus reivindicaciones y la emancipación de la humanidad. “Los archivos, por tanto, no son un almacén prístino de documentación histórica que se ha acumulado, sino un reflejo y a menudo una justificación de la sociedad que los crea” (Schwartz y Cook, 2002: 12).

Continuando con otras relevantes colecciones ausentes o “silenciadas”, algo similar sucede con los Cuadernillos “Inquietud” de Difusión Cultural, la mayor empresa editorial del anarquismo boliviano. Mencionamos 16 títulos publicados entre 1946 y 1954, ninguno hallable en los repositorios públicos de Bolivia, aunque sí en diferentes bibliotecas y centros de documentación más o menos “profesionales” del anarquismo y las izquierdas del extranjero (Domínguez Rubio, 2021): el Centre International de Recherches sur l’Anarchisme (CIRA) de Lausana (vol. 1, 2, 3, 4, 6, 7, 8, 9, 12, 15, 18, 21, 24 y 27), el Ateneu Enciclopedic Popular (AEP) de Barcelona (vol. 1, 3, 6, 7, 9, 12, 15, 18, 21, 24 y 27), el IISH de Ámsterdam (vol. 1, 4, 5, 7 y 8), la Biblioteca Popular José Ingenieros (BPJI) de Buenos Aires (vol. 5 y 8) y la Biblioteca Popular Arús de Barcelona (vol. 10). En las últimas dos bibliotecas descubrimos asimismo los folletos editados por la Agrupación Anarquista Ideario entre 1946 y 1947. Es cierto que buena parte del material debe haber seguido los flujos de intercambio que Liber Forti y su grupo mantuvieron con Europa, pero no hay que olvidar “la enajenación del patrimonio” (Tarcus, 2011: 9) que aqueja a países como los nuestros siguiendo la lógica del “Archivo Imperial” conceptualizado por Thomas Richards (1993),35 tal como podemos advertir en la subasta del volumen 4 de la colección (León Felipe, “Fuego Poético”, c.1953), uno de los ejemplares más difíciles de hallar, ofrecido en España durante el año 2008 por un precio base, en ese entonces, equivalente a un quinto del salario mínimo boliviano (50 €).36

Si el problema de los insumos necesarios para traer al presente el pasado del movimiento anarquista en Bolivia remite, primero, al contexto social de producción de los documentos caracterizado por aquella cultura impresa peculiar y luego, a su dispersión y pérdida resumidas en concepto del acervo ausente, un interrogante obligado recorrió de principio a fin el presente desafío. ¿Cómo resolver ese problema, cómo escribir esta historia? La estrategia ideada tuvo que ver con construir un corpus que incorporara libros, periódicos y fondos de archivo capaz de llenar o completar los “huecos”, “espacios en blanco”, “regiones vacías” o “silencios”, lógica organizativa y narrativa inherente, por diferentes motivos (entre ellos, el político), de las instituciones archivísticas (Carter, 2006: 217) que se profundiza en este contexto particular a instancias de tales cultura impresa y acervo ausente. Capaz, como destaca el mismo Carter según la expresión de Joan Schwartz y Terry Cook (2002) de leer “los archivos ‘a contrapelo’ y empezar a poner de manifiesto estos silencios y dar voz a los silenciados”.

Este ejercicio supuso realizar una búsqueda intensiva en 50 archivos institucionales y personales, bibliotecas nacionales, universitarias y obreras de nueve países (Argentina, Bolivia, Chile, España, Estados Unidos, Países Bajos, Perú, Suiza y Uruguay) que nos permitió reponer parcialmente las ausencias de dicho acervo y, al mismo tiempo, hallar otros insumos que contenían referencias indirectas o directas, las voces en tercera o primera persona, de ese sujeto individual y colectivamente silenciado. Como describe la investigadora del anarquismo hispano-parlante en Estados Unidos Montse Feu (2019: 12) se trata de “textos olvidados en los oscuros sótanos de las bibliotecas, en los desvanes de las casas, en la memoria y en el cuerpo de las personas, y en cualquier otro lugar donde [los estudiosos de la recuperación] puedan encontrar conocimientos que pidan ser sacados a la luz”, los cuales precisamos “desenterrar”, pues “Cuando se entrelazan, estos hilos ocultos pueden desafiar las clasificaciones jerárquicas y canónicas” de los archivos y por ende, de su historia, identidad y memoria tal cual las conocemos.

El anarquismo y las izquierdas bolivianas del “pre-52” en los repositorios de Bolivia

El trabajo de campo desarrollado en Bolivia se dividió en tres estancias de investigación de cinco meses en total, donde entre 2017 y 2019 visitamos 24 repositorios de Tupiza, Potosí, Sucre, Oruro, Cochabamba y La Paz. Solo el ALC conserva un acervo presente del anarquismo boliviano. En los 23 restantes, casi la totalidad de los documentos custodiados no tienen esa filiación, es decir, no son anarquistas por su procedencia, sino que fueron elaborados por actores políticos vinculados de diferentes maneras a ellos: por otras corrientes de las izquierdas o bien por la clase dominante o el Estado.

Así, en el Archivo Histórico de Potosí (AHP), el ABNB, la BAH-ALP y el Archivo Histórico de la Fundación Flavio Machicado Viscarra (AH-FFMV) de La Paz hallamos periódicos radicales, socialistas y comunistas en un amplio arco temporal comprendido entre las décadas de 1900 (El Radical, La Paz, 1901-1903, localizado en el ABNB) y 1950 (El Pueblo, La Paz, 1949-1956, ubicado en el AH-FFMV) que dialogan con distintas etapas del anarquismo local. A fin de reconstruir uno de estos momentos, el de su “despertar” plasmado en la organización de los primeros espacios gremiales, político-culturales y editoriales de identidad plural, fue de gran utilidad la compilación y el trabajo con las hojas obreras que se publicaban en la prensa comercial (El Diario [1914], El Fígaro [1915], La Razón [1918-1919] y El Hombre Libre [1920] de La Paz y El Industrial [1915], La Patria [1919] y La Nación [1919] de Oruro) preservada en las hemerotecas de ambas ciudades. Una tarea que hasta ahora no había sido realizada sistemáticamente y que a partir del hallazgo de algunas plumas libertarias confundidas entre esa pluralidad de corrientes político-ideológicas, nos permitió estudiar aquella que entre 1900 y 1920 podemos denominar la “prehistoria” del anarquismo en Bolivia, o lo que es lo mismo, el tránsito que este hizo de fenómeno individual a proyecto colectivo, de inquietud intelectual a agrupamiento con identidad y carácter autodefinido.

Con todo, las anteriores “colecciones” continúan siendo fragmentarias. Los documentos más estables, tanto en lo que atañe a su producción social como a su producción y preservación archivística, son –no casualmente– aquellos elaborados por la clase dominante o el Estado, custodiados en bibliotecas, hemerotecas y archivos regionales y nacionales estatales (Oporto Ordóñez, 2006).37 Allí nos topamos con una enorme masa de prensa comercial, otros materiales impresos (folletería) y documentación administrativa (correspondencia, memorias e informes de presidencia, ministerios, prefecturas y alcaldías municipales; debates legislativos, legislación y expedientes judiciales; oficios consulares; archivos empresariales). Publicaciones y documentos de archivo con autores conocidos o desconocidos y especificidades propias (Ocampo Moscoso, 1978; Oporto Ordóñez, 2005), cuyos puntos de vista se encuentran asociados a determinados intereses sectoriales, aunque en general comparten una premisa común que las acerca en la arena del conflicto socio-político: las representaciones sobre el movimiento obrero y las izquierdas, con una pronunciada tendencia a la distorsión e invisibilización –el silenciamiento– de un fenómeno que, de considerarlo existente, se pretende solo en ocasiones solucionar (la llamada “cuestión social”) o más frecuentemente erradicar (las tendencias anárquicas o el “comunismo”, concepto cada vez más utilizado durante los 20’ bolivianos que confundía sin distinguir entre sí anarquismo y marxismo).

¿Debemos, por lo anterior, desterrar esas fuentes de nuestro corpus, o intentar antes bien “encontrar los rastros” de “los grupos que se reconocen ausentes” en ellas y en los archivos? (Carter, 2006: 223) Una alternativa, la segunda considerada, que no es sinónimo de negarle a estas instituciones su condición de espacios de poder, sino de reafirmarlas como parte de una trama, pues es precisamente a raíz de tal condición que “reflejan y constituyen relaciones de poder”, lo que los convierte en “herramientas de hegemonía” y a su vez “de resistencia” (Schwartz y Cook, 2002: 13).

Hallar esos “rastros, síntomas, indicios” es, en efecto, un trabajo complejo. En primer lugar, de relevamiento, lo que supone transitar instituciones que no siempre reciben del mejor modo a la investigadora extranjera interesada por un tema que se sigue presentando entre exótico e inquietante. En segundo término, de análisis, lo que implica comprender la lógica de cada tipología documental y aplicar los recaudos metodológicos pertinentes, problematizando su procedencia (lo que indefectiblemente incluye su historia archivística) (Domínguez Rubio, 2021) y las representaciones explícitas e implícitas que refieren del anarquismo. También entender los matices que surgen del periódico como “narrador polifónico” que “necesita de todas las voces que reúne como constitutivas de su polifonía” (Borrat, 2003) –audibles aun estando silenciadas– o los “archivos como escritura del Estado” (Jardim, 2010: 62-67), cuya manía de registrar y archivar parte de y al mismo tiempo cuestiona la asumida racionalidad burocrática si atendemos a la ironía formulada por Carter (2006: 224): “es a través de los registros creados en los actos de represión que las voces de los oprimidos permanecen”. De ahí la importancia que tiene garantizar el acceso a esta clase de documentación generada por la autoridad administrativa, judicial o policial, en tanto pueden llegar a ser los únicos registros existentes sobre determinados sucesos y los actores involucrados en ellos.

Esta situación representa ciertamente una “ventana” para acceder a valiosas informaciones siquiera imaginadas, cuyo diálogo y cruce cual detectives del pasado permite seguir los pasos perdidos, ideológicos u organizativos, dados por el anarquismo desde Tupiza a La Paz, pasando por las ciudades de Potosí, Sucre, Cochabamba y Oruro y no sólo en ellas: en el espacio minero y ferroviario; en las haciendas del altiplano, asediados por la conflictividad social, obrera e indígena, desde el último cuarto de siglo XIX hasta 1950. Pero más precisamente, ¿cuándo? En los momentos de mayor desarrollo y visibilidad de ese anarquismo, como los movimientos de La Paz u Oruro a comienzos de los años 30, cuyas voces podemos escuchar en discursos, manifiestos y oficios, publicados en los diarios Última Hora o La Patria; secuestrados, luego remitidos como parte de la correspondencia administrativa o los expedientes judiciales desempolvados en algunos archivos históricos (AHLP, AHGO y ABNB). O bien, en los momentos opuestos en que tales ideas y sujetos, según sugerimos al inicio del primer apartado, no se dejan ver fácilmente. Por ejemplo, en la Tupiza de comienzos de siglo, donde la “propaganda disociadora” y las “doctrinas perturbadoras” pese a confundirse entre sí, pese a haber sido vedadas y reprimidas, se infiltran peligrosamente en la gran prensa de Sucre y Potosí y la correspondencia de la prefectura; o en la guerra del Chaco, donde el fervor patriótico impuesto desde el Estado no logra callar ni detener el mensaje o la praxis antiguerrerista del anarquismo que se cuelan en esa misma clase de publicaciones y documentos de archivo, junto con los oficios consulares y los procesos judiciales que prevenían o castigaban “complots comunistas” contra la guerra.

Como dijimos, en cada uno de esos momentos la persecución al anarquismo significó silenciar: primero, impedir la edición, decomisar y destruir materiales escritos; después, hacer de su acervo uno ausente. Pero en este esfuerzo represivo, además de los “huecos” o “silencios”, dejó “rastros” acaso ruidos, cuya exhumación nos permite hoy desafiar la trama de poder de los archivos. Nos permite en un mismo ejercicio que confunde la profesión del historiador y la del arqueólogo, escribir historias y desenterrar memorias.

El anarquismo y las izquierdas bolivianas del “pre-52” en los repositorios internacionales

Diversos fueron los repositorios del extranjero relevados en el transcurso de la investigación pues allí también divisamos esos pasos perdidos. Lejos de Bolivia, lo que en principio comenzó siendo una búsqueda obligada en la Biblioteca Nacional Mariano Moreno (BNMM), en algunas bibliotecas o archivos anarquistas (como la BPJI o la BAEL) y en el Centro de Documentación e Investigación de la Cultura de Izquierdas (CeDInCI) de Buenos Aires, se convirtió en una pesquisa internacional que, viajes mediante, culminó en las bibliotecas y centros de documentación europeos del anarquismo y las izquierdas (el IISH, el CIRA, el AEP y la BPA) y las bibliotecas nacionales y universitarias más importantes de otros países de Sudamérica (Uruguay, Chile y Perú) y Estados Unidos.

Fue así como se incorporaron al corpus convirtiéndose en parte fundamental de él, manifiestos y cartas halladas desde Buenos Aires hasta Ámsterdam, impresos descubiertos desde Lausana hasta Barcelona. Y en un diálogo muy estrecho con estos, la enorme cantidad de artículos concebidos o redactados en Bolivia publicados en casi 70 periódicos obreros, anarquistas y de otras izquierdas desde Santiago de Chile hasta Nueva York, 38 los mismos que –sino en todos, en algunos casos– por la forma en que circulaban en la “red internacional de redes”, funcionaban en el pasado, funcionan para nosotros en el presente, como si fuera esa prensa que no era posible editar in situ.

Estos materiales que, al inicio de la investigación, fueron el primer insumo localmente disponible en viejos lectores de microfilm, en el futuro inmediato se multiplicarán gracias al “giro digital” que se está produciendo en las humanidades. Giro que acerca con un click desde colecciones completas de periódicos digitalizados, por ejemplo, las ofrecidas por el portal de revistas latinoamericanas del CeDInCI, AméricaLEE, hasta un motor de búsqueda basado en el reconocimiento óptico de caracteres (OCR), como el que utiliza la colección Latin American Anarchist and Labour Periodicals Online (c. 1880-1940) de la editorial holandesa Brill,39 cuyo acceso pago y restringido contrasta con otros sitios web como el primero que apuestan por el acceso abierto. Es de notar que mayor cantidad de recursos digitales no es sinónimo de un uso equitativo y sí de una nueva forma de silenciamiento, pues mientras estos mejoran las posibilidades de investigación en el Norte, disminuyen las del Sur Global (Moss y Thomas, 2021).

Pero además de esos centros de documentación latinoamericanos y europeos del anarquismo y las izquierdas, fue necesario visitar otros repositorios internacionales. ¿La causa? Las dificultades, no una sino varias, que se le presentan al investigador extranjero en los archivos y bibliotecas de Bolivia: buscar en catálogos fuera de la consulta online; acceder a colecciones completas y actualizadas de libros y documentos; fichar o escanear tales insumos eficientemente y a bajo costo. Estos obstáculos nos llevaron a postular en 2019 a una beca de investigación concedida por la Biblioteca de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaing. Todo lo que en el Tercer Mundo son dificultades, en el Primero son facilidades que nos permitieron trabajar en tres repositorios mundialmente reconocidos por sus monumentales acervos sobre la historia latinoamericana: la Biblioteca de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaing, la Biblioteca Pública de Nueva York y la Biblioteca de la Universidad de Texas en Austin.

Fue así como en poco menos de un mes logramos consultar alrededor de 300 materiales de diferente tipo enfocados en tres niveles de análisis: el primero historiográfico, el segundo contextual y el tercero relacionado con el objeto de estudio. La cantidad no opacó a la calidad, ni las expectativas a las sorpresas que nos llevamos. Por ejemplo, al hallar documentación e información sindical de gran valor en una compilación de legislación laboral y en los anexos de una memoria presidencial inhallables en Bolivia.40 O cuando comprobamos que la mayor colección de la revista Arte y Trabajo de Cochabamba (1921-1935), fundada y dirigida entre 1921 y 1923 por el anarco-individualista Cesáreo Capriles, no se encontraba en el ABNB (con 84 números repartidos entre el n° 2 [06/03/1921] y el n° 317 [14/08/1934]) sino en la Biblioteca Pública de Nueva York (con 239 números entre el n° 2 y el n° 334 [01/10/1935]).

Llegar a esas instituciones no resulta sencillo. Las becas que financian la movilidad y estadía en el exterior son limitadas y los procesos de selección cada vez más competitivos. La legislación migratoria en países como Estados Unidos supone, visado pago y tiempo máximo de permanencia mediante, una traba adicional. Lo que es más, estos circuitos de financiación dejan al desnudo la lógica en cierto modo perversa del “Archivo Imperial”: parte del patrimonio bibliográfico y documental faltante en los países periféricos halla explicación en su drenaje al exterior a través de diferentes mecanismos (el principal, las compras que realizan las bibliotecas con grandes presupuestos en divisas fuertes para adquisiciones internacionales) (Tarcus, 2011: 10). Pero a este drenaje, le siguen los investigadores becados procedentes de los mismos países que, a diferencia de los locales, abren por vez primera dichos materiales para hacer un “uso productivo” de ellos. Si investigar temas de historia de América Latina resulta pues una labor compleja, estudiar aquellos atravesados por el olvido y el silencio como sus izquierdas en general, como el anarquismo en particular, constituye una verdadera proeza. Proeza que comienza por la propia construcción de un corpus que logramos recomponer, de fragmentos, de a trozos o girones. Es de estas piezas, precisamente, de donde hemos hecho aflorar una memoria “emergente”, ya no más “subterránea”.

Conclusiones

El antropólogo e historiador haitiano-estadounidense Michel-Rolph Trouillot (2015: 27) estaba en lo cierto cuando afirmaba que

Toda narración histórica es un conjunto espectacular de silencios, resultado de un proceso único, y la operación necesaria para deconstruir estos silencios variará en consecuencia.

La completitud es, pues, un ideal imposible de alcanzar. Así como Funes el Memorioso es un personaje de ficción creado por la pluma de Jorge Luis Borges, un documento no puede registrar, un archivo no puede preservar todo; una historia no puede narrar, un significado no puede captar la esencia del todo. El silencio, en tanto acto de –necesaria– selección, es inherente a la historia. Dicho de otro modo, “Las menciones y los silencios son […] contrapartidas activas y dialécticas de las que la historia es la síntesis” (Trouillot, 2015: 48). Fue precisamente en estos cuatro momentos “cruciales” atendidos por Trouillot –el momento de la creación del hecho (la elaboración de las fuentes), el momento de su ensamblaje (la constitución de los archivos), el momento de la recuperación del hecho (la construcción de narraciones) y el momento de su significación retrospectiva (la composición de la historia en última instancia)– donde situamos la presente reflexión. No sólo en la construcción del corpus biblio-hemerográfico y archivístico del anarquismo boliviano, sino también en su historia, historiografía y memoria y, con él, en las de otras izquierdas en la Bolivia del “pre-52”.

Esperables, los silencios deben ser problematizados, contextualizados y tipificados. Deben ser explicados. En nuestro caso, según lo señalado en el primer y segundo apartado del artículo, la mayoría de los que fueron antes que silencios, silenciamientos, encuentran una razón política: la exclusión de los archivos de esas identidades político-ideológicas, expresada de modo evidente en aquel que definimos como su “acervo ausente”. Otros, se refieren a los factores sociales y culturales que condujeron a los anarquistas en Bolivia a utilizar alternativamente, a jugar con diferentes soportes de difusión del ideal, escritos y orales. Lo universal en tensión con lo particular, traducido en esa cultura impresa peculiar, que también se moldeó a partir de la represión y las restricciones a la libertad de imprenta.

Del mismo modo, presentar lo ausente, nombrar lo silente no supone dejar sin formular una pregunta de investigación difícil de responder, sino lo opuesto: “hacer que esos silencios hablen por sí mismos” y reformular la pregunta, buscar respuestas a partir de nuevas estrategias. Estrategias que comienzan, no se agotan en la “lectura a contrapelo” de los archivos. Si el silencio es menos un sustantivo que un verbo transitivo ­–la práctica de silenciar– (Trouillot, 2015: 27, 48), resolver el problema de los insumos, “deconstruir” esos silencios archivísticos, es también poner en marcha un conjunto de operaciones activas sintetizadas en la construcción del corpus como acto de habla.

En la tercera y cuarta sección nos detuvimos así en el abanico de repositorios visitados y la variedad de documentos relevados en los que, pese a la existencia de dicho acervo ausente, es posible hallar las huellas y seguir a partir de ellas, los pasos perdidos dados por el anarquismo en un amplio espacio que no se ciñe a La Paz; en una amplia cronología que no se restringe a las décadas de 1920 a 1940. Documentos anarquistas y de las izquierdas, documentos de la clase dominante y del Estado, locales y extranjeros. Una distinción que, en principio, resulta útil porque permite pensar los autores y contextos de “creación del hecho” y las lógicas de “ensamblaje”, pero que a la vez es necesario tensionar, en la medida en que la documentación clasificada a priori por la negativa como “no anarquista” puede presentársenos luego como anarquista. Por ejemplo, los artículos con firma libertaria publicados en las hojas obreras de la prensa comercial; los discursos y manifiestos ácratas reproducidos en esos periódicos o secuestrados por el brazo policial del Estado; los oficios y testimonios elaborados por las federaciones o sus militantes, paradójicamente preservados como los anteriores en la correspondencia de la prefectura y la presidencia o el expediente judicial.

Así, las características particulares que tienen tales documentos igualmente creados a partir del binomio inclusión-exclusión, no deben conducirnos a descartarlos o a usarlos de forma selectiva. Esta forma de (no) considerarlos, ha incidido decisivamente en la delimitación del problema, las preguntas e hipótesis y las conclusiones de las producciones sobre el movimiento anarquista boliviano elaboradas por las narrativas historiográficas contrarias a él. También por aquellas procedentes de sus filas. Un nuevo y amplio corpus fue, en este sentido, no solo un ejercicio obligado para completar la incompletitud del acervo ausente. Fue asimismo la condición necesaria para replantear el espacio-tiempo de dicho movimiento y pensarlo no como un fenómeno autónomo, sino en diálogo con otros actores políticos y su propio contexto. Es decir, para desandar nuevos silencios historiográficos asociados a la recuperación y significación de aquella que, hasta no hace mucho, fue una memoria “subterránea”.

Sin ser archivistas ni historiadores profesionales, los anarquistas en Bolivia y en otros rincones del planeta se preocuparon por crear sus propios archivos, por “hacer la historia”, su historia. Algunos con menor, otros con mayor éxito (Domínguez Rubio, 2021). Lo cual nos conduce a una nueva, sencilla y a la vez compleja, pregunta diferente de las planteadas al inicio del artículo. ¿Por qué? La respuesta que sugerimos se entronca con lo que hasta aquí hemos venido desarrollando. Porque ellos intuían o sabían que el poder contra el que luchaban, atravesaba igualmente la producción de la historia y por ende, la de los archivos.

Lejos de dicha experiencia histórica, para narrarla, para continuar desenterrando aquella memoria soterrada fue necesario proseguir, con otras armas, con esa pelea iniciada hace más de un siglo. Fue necesario cuestionar la trama de poder de los archivos y, aunque parcialmente, fue posible subvertirla. Hoy sabemos que ausencia no necesariamente significa ni indica inexistencia. Hoy escuchamos nuevas voces.

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Notas

1 Una versión preliminar de este texto fue presentado en el II Encuentro de Archivos Sindicales organizado, entre otras instituciones, por el Sistema de Documentación e Información Sindical (SiDIS) de Bolivia el 23, 24 y 25 de noviembre de 2021. Agradezco a quienes en el CeDInCI me ayudaron de diferentes modos con esta pesquisa y reflexiones y a los evaluadores del artículo por sus comentarios. También a las instituciones y familias que preservan los materiales y la historia aquí mencionados. Finalmente, al Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET) de Argentina, la Biblioteca de la Universidad de Illinois en Urbana-Champaign y al Centre for Latin American Research and Documentation (CEDLA) de Ámsterdam que, a través de diferentes becas, me permitieron construir el acervo ausente del anarquismo boliviano.
2 Aquí conviene hacer la distinción entre el “documento en un sentido muy amplio y genérico” definido por Antonia Heredia Herrera como “todo registro de información independiente de su soporte físico que abarca todo lo que puede transmitir el conocimiento humano”, “testimonio de la actividad del hombre fijado en un soporte perdurable que contiene información”, y los “documentos de archivo”, “producidos o recibidos por una persona o institución durante el curso de su gestión o actividad para el cumplimiento de sus fines y conservados como prueba e información” (Heredia Herrera, 1991: 121-123).
3 Lejos de considerar el corpus “como un punto de partida” que antecede al trabajo de investigación, éste deviene una “práctica constitutiva” de la misma: “tanto sus formas como sus materiales (si se nos permite esta riesgosa distinción analítica) deberán ser el resultado (siempre provisorio) de un proceso de indagación y de análisis, en suma, de trabajo. Tampoco podrá el corpus asemejarse en nada a un punto: a partir de un montaje, se trata de producir un objeto que tendrá longitud, volumen, dimensiones”, resultante de la “operación de reunir discursos de diversa forma y procedencia y ensamblarlos” como parte del mismo (Aguilar et al., 2014: 37).
4 Pedro Kropotkin. c.1950. El Apoyo Mutuo, Vols. 3, 6, 9, 12, 15, 18, 21, 24 y 27. Tupiza: Talleres Gráficos Renacimiento; Agrupación Anarquista “Ideario”. 1946. A los trabajadores intelectuales estudiantes y universitarios. La Paz: Est. Gráfico “KOLLASUYO”; Agrupación Anarquista “Ideario”. 1947. León Felipe, los Católicos y el Papa. Comentario de la prensa boliviana. La Paz: [Est. Gráfico “KOLLASUYO”].
5 República de Bolivia. 1910. Censo municipal de la Ciudad de La Paz (15 de junio de 1909). Clasificaciones estadísticas, precedidas de una reseña geográfica-histórica-descriptiva de la ciudad por Luis S. Crespo. La Paz: Tall. Tip. Lit. de José Miguel Gamarra, p. 69.
6 República de Bolivia. 1904. Censo general de la población de la República de Bolivia: Según el empadronamiento de l° de Septiembre de 1900, II. La Paz: Taller Tipo-Litográfico de José M. Gamarra, p. 34-35; República de Bolivia. 1955. Censo Demográfico 1950. La Paz: Editorial “Argote”, p. 114-115.
7 Darío Borda, “Relaciones internacionales. Informe de Bolivia”, La Protesta, Buenos Aires, 11/11/1923.
8 J. C. G., “Homenaje a los Trabajadores de Bolivia”, El Diario, La Paz, 01/05/1941.
9 IISH. Carta de Ismael Martí a Max Nettlau. Santos. 29/11/1935. Max Nettlau Papers n° 808.
10 “Grupo La Antorcha”, La Protesta, Buenos Aires, 14/11/1923.
11 “Grupo de P. L. ‘La Antorcha’”, La Antorcha, Buenos Aires, 18/04/1924.
12 “A. de propaganda libertaria ‘La Antorcha’”, Nuestra Tribuna, Necochea, 01/11/1923.
13 G. Libertario La Antorcha, “Manifiesto. Del Grupo Libertario ‘La Antorcha’ al proletariado de Bolivia”, El Sembrador, Iquique, 07/06/1924; El Grupo Libertario “La Antorcha”, “La tragedia de Uncía. Manifiesto al proletariado de Bolivia”, La Antorcha, Buenos Aires, 20/06/1924.
14 “Notas internacionales. Persecuciones en La Paz (Bolivia)”, El Libertario, Buenos Aires, 01/09/1924.
15 Manco Kapac, “De Bolivia. La Vida del Grupo ‘La Antorcha’”, La Antorcha, Buenos Aires, 06/07/1928.
16 “La reacción en Bolivia”, El Sembrador, Iquique, 21/06/1924.
17 “Setenta y dos indígenas fueron apresados anoche en la F.O.L.”, La Razón, La Paz, 24/05/1947.
18 AHP. Oficio reservado de Montes y Aníbal Capriles al Sr. Prefecto de Potosí. La Paz. 29/01/1907. Fondo Prefecturas, Correspondencia Ministerio de Gobierno y Fomento a la Prefectura de Potosí, 1907, Legajo n° 3354.
19 AHP. Informe que el SubPrefecto Ed. Subieta de Sud Chichas eleva a Consideración de la Prefectura del Departamento. Tupiza. 07/06/1905. Fondo Prefecturas, Correspondencia Subprefectura de Sud Chichas a la Prefectura de Potosí, 1905-1906, Legajo n° 3326, f. 3r.
20 N. N. Zeballos, “Noticias de Bolivia”, La Antorcha, Buenos Aires, 03/12/1926.
21 Emilio Arauz, “La clausura de Bandera Roja”, Tierra y Libertad, Sucre, 17/09/1926.
22 “Pseudo comunistas y políticos despechados intentaron manchar de sangre la fiesta paceña, atentando contra el orden”, El País, La Paz, 15/07/1927.
23 “La Antorcha en Buenos Aires”, Buenos Aires, 07/10/1927.
24 La Tea, [General Pico-La Paz], noviembre de 1927.
25 ALC. Carta de Jesús Villarías a Luis Cusicanqui. General Pico. 25/08/1927; Carta de Jesús Villarías a los compañeros de “La Antorcha”. General Pico. 26/06/1928.
26 ALC. Carta de Rómulo Chumacero a Luis Cusicanqui. Sucre. 22/09/1926.
27 “La gran función cinematográfica y rifa gratis pro-HUMANIDAD”, Humanidad, La Paz, 04/06/1928.
28 “F.O.R.A. Relaciones internacionales”, La Protesta, Buenos Aires, 24/07/1923.
29 Tomás Soria, “Por la fundación de un periódico anarquista”, La Antorcha, Buenos Aires, 07/01/1927.
30 ALC. Entrevista a José Clavijo. La Paz. 16/12/1985, pp. 13-14.
31 Real Academia Española. Acervo ?https://dle.rae.es/acervo>. [Consulta: 9 de noviembre de 2021].
32 ALC. Carta de A. Balbuena a Luis Cusicanqui. Buenos Aires. 21/08/1928.
33 “Ideas”, El Hambriento, Lima, 11/1909.
34 Consideración aparte merecen los archivos privados de militantes que no llegan a convertirse en fondos personales institucionales de acuerdo a la clasificación realizada por Domínguez Rubio (2021). La propia práctica según la cual los dirigentes sindicales solían llevarse los documentos a sus domicilios tras concluir sus mandatos o abandonar el sindicato, sumada al contexto represivo que se proyectó desde la primera mitad del siglo XX hasta la segunda durante las dictaduras militares de René Barrientos Ortuño (1964-1969), Hugo Bánzer Suárez (1971-1978) y Luis García Meza (1980-1981), explica por qué muchos documentos de las izquierdas bolivianas se encuentren fuera de la consulta en manos privadas de familiares o coleccionistas, los cuales con el paso del tiempo corren serio riesgo de desaparecer.
35 Acordamos con Horacio Tarcus (2011: 10) cuando señala que “no podríamos reaccionar ante este drenaje con un nacionalismo cultural, por otro lado hipócrita, cuando no generamos en el propio país las condiciones para preservarlo y socializarlo”, siendo en muchas ocasiones la expatriación del patrimonio bibliográfico y documental la única posibilidad real de preservación, habida cuenta del contexto imperante en donde, más de diez años después de haber sido hecha esa observación, los Estados y con ellos, las instituciones públicas latinoamericanas, persisten salvo excepciones en su desinterés por “preservar efectivamente este patrimonio más allá de enfáticas enunciaciones” vacías de contenido.
36 Durán Arte y Subastas. 2018. Felipe. Fuego poético ?http://www.duran-subastas.com/es/lote/553-1809-1809/3012-58-felipe-fuego-poetico>. [Consulta: 9 de noviembre de 2021].
37 Archivo Histórico Regional de Tupiza (AHRT), Tupiza; AHP, Potosí; ABNB, Sucre; Archivo Histórico de la Gobernación de Oruro (AHGO), Biblioteca y Hemeroteca Municipal “Marcos Beltrán Ávila”, Hemeroteca Diario La Patria, Oruro; Hemeroteca Municipal de Cochabamba, Cochabamba; BAH-ALP, Archivo Histórico La Paz (AHLP), Archivo Central Histórico del Ministerio de Relaciones Exteriores de Bolivia (MRE-AYBI), Biblioteca y Hemeroteca Municipal “Mariscal Andrés de Santa Cruz”, Biblioteca Central y Hemeroteca Universidad Mayor de San Andrés, La Paz.
38 30 de Chile, 27 de Argentina, 11 de Uruguay, 5 de Perú, 3 de Estados Unidos y 2 de Paraguay.
39 AméricaLEE ?https://americalee.cedinci.org/?; Latin American Anarchist and Labour Periodicals Online ?https://primarysources.brillonline.com/browse/latin-american-anarchist-periodicals? [Consulta: 10 de noviembre de 2021].
40 Carrasco, Demetrio. c. 1929. Nuevo Código del Trabajo. Doctrina, legislación, jurisprudencia. Bases para la futura legislación social de Bolivia. La Paz: Imp. “Atenea” de Crespi Hnos, p. 355-367; República de Bolivia. 1931. Memoria de Gobierno y Justicia, 1930-1931. La Paz: Imp. “Atenea” de Crespi Hnos, p. 149-150.