Apuntes sobre los primeros usos del término incunable
El bibliotecario francés Yann Sordet identificó que fue Ferdinand Geldner el primero en afirmar que el término incunable empezó a ser usado, en 1639, por el bibliófilo colonés Bernhard von Mallinckrodt, en su pequeña obra titulada De ortu et progressu artis typographicae (Del nacimiento y progreso del arte tipográfico), para referirse a los impresos producidos en los primeros 50 años del arte de imprimir (Sordet, 2009; Geldner, 1998: 15 y 21). Aunque, Sordet descubrió que fue en el manuscrito titulado Batavia, de Hadrianus Junius (1511-1575), escrito en 1569, donde primero se usó el término relacionándolo con la imprenta. En esta obra, dedicada a la historia de la región de Batavia, en los Países Bajos, Junius nombró metafóricamente la era de los primeros impresos como los iniciales balbuceos de esta nueva técnica aún “en la cuna”, no designó directamente los primeros productos, sino, muy clásicamente, el momento de la invención del proceso tipográfico (2009). Unos años después, Batavia fue impreso en Leiden, en 1588, por el impresor flamenco Franciscus Raphelengius. Con toda seguridad, se sabe que Mallinckrodt leyó el texto impreso de Junis para componer su obra porque lo cita, luego, su contribución sería el empleo del término incunable en una obra dedicada específicamente al nacimiento de la imprenta, reservando su uso a los libros impresos en el siglo XV (Sordet, 2009).
En 1643, Johann Saubert, en su Historia Bibliothecae reipublicae Noribergensis (Historia de la Biblioteca de la República de Núremberg) dio a conocer el primer inventario de incunables, dando uso continuado al término acuñado con anterioridad, incluyó 825 títulos presentes en la Biblioteca de Nuremberg (Geldner, 1998: 21-22). Cornelis vana Beughem1, en 1688, en su Incunabula typographiae sive catalogus librorum scriptorum que quiso identificar todos los incunables conocidos en Europa durante el siglo XVII. En Annales typographici ab artis inventae origine ad annum MD, Michael Maittaire organizó los títulos incluidos en su obra por la fecha de impresión y no en orden alfabético como se había hecho hasta entonces (Geldner, 1998: 22). En 1789, Michael Denis identificó dos mil doscientos treinta y siete impresos como incunables, aunque en estos no se pudiera encontrar ninguna indicación sobre el año de su impresión (Geldner, 1998: 22), trabajo y metodologías claves porque una parte de los incunables carecen de portada y colofón. Estos son los hechos más importantes sobre el uso del término incunable y los primeros catálogos de estas obras. Geldner hizo un recuento mucho más detallado en su libro, aunque si tenemos en cuenta el reciente artículo de Sordet, es posible asumir que aún hay vacíos en el estudio histórico de la palabra incunable.
Un periodo con un final y un inicio inciertos
Algunos autores como Haebler y Geldner hicieron estudios únicamente centrados en los libros del siglo XV, que tienen en cuenta otros criterios, además de la fecha de impresión. Por su parte, Febvre, Martin, Gaskell, Pollard, Bühler, Steinberg y Labarre compusieron obras más amplias, que abarcan una mayor temporalidad e incluso van más allá del libro impreso. Son tantos los libros sobre este tema que existen contradicciones entre ellos, por lo que es necesario evidenciar claramente esta situación. Asimismo, este artículo muestra que abundan las confusiones y las suposiciones, por ejemplo: que son libros sin portada, que el libro impreso es totalmente independiente del libro manuscrito, que la mayoría trata sobre religión, que todos los ejemplares de una misma tirada son iguales, entre otras. El bibliotecólogo norteamericano Curt F. Bühler, reconoció que el estudio de la invención de la imprenta había producido una buena cantidad de contradicciones, incluso teóricas, una situación que 60 años después se sigue viviendo (1960: 15).
El significado, más común y de mayor uso, de la palabra incunable indica que son los libros impresos antes de 1501 (Haebler, 1995: 18; Labarre, 2002: 70). Esta definición es limitada y no permite ver la complejidad del nacimiento del libro impreso. El bibliotecólogo alemán Ferdinand Geldner consideraba que metodológicamente es ventajoso acotar el periodo de esta forma, si bien dicha definición tiene un inconveniente: a pesar de que se definieron algunos criterios que permiten dividir los impresos entre incunables y no incunables, dichos criterios no sucedieron simultáneamente en todas las ciudades donde hubo imprenta en el siglo XV (Geldner, 1998: 16), por lo que la periodicidad pierde fuerza.
El bibliógrafo alemán Konrad Haebler hablaba de incluir los libros producidos por los impresores que mantuvieron una idea erudita y artística de la imprenta (1995: 18), dos elementos un poco ambiguos y difíciles de considerar. El historiador alemán Sigfrid H. Steinberg propuso ampliar el periodo para no descuidar las primeras décadas del siglo XVI, su argumento es que, en 1500, ni la imprenta, ni la edición, ni el comercio de libros, se transformaron. Además, esta fecha deja por fuera el más fértil periodo del nuevo arte, ya que corta a la mitad las vidas de algunos de los más importantes impresores del periodo, entre estos Anton Koberger (1450–1513), Aldo Manucio (1450–1515), Antoine Vérard (d. 1512), Johannes Froben (1460–1527), Henri Estienne (1460–1520) y Geofroy Tory (1480–1533) (1996: 3).
Sin duda este es un razonamiento muy válido, porque hacer el corte en 1500 deja por fuera procesos y personajes que transformaron el libro impreso. De esta forma, la época de los incunables debería extenderse hasta cubrir el periodo de vida de los fundadores de las primeras casas impresoras y editoras; aunque, en algunos casos, la impresión haya sido contratada y no hecha por ellos mismos. Es decir, incluir a los merchant publishers: hombres que contaban con el capital suficiente para financiar grandes proyectos, los cuales, requerían una cuidadosa preparación y una red de contactos para garantizar la ventas (Pettegree, 2010: 36; Witcombe, 2004, 28)2. Esto es, incluir, en el periodo incunable, el lapso en el que el conocimiento artesanal y el espíritu de aventura eran suficientes para establecer una imprenta en cualquier lugar y la movilidad era fácil debido al pequeño equipo que se requería para imprimir. Lo que implicaba unas necesidades de capital distintas a las de mediados del siglo XVI, diferencias que deben ser establecidas con claridad.
Steinberg, como Haebler, consideraron que el verdadero cambio se dio cuando las tareas en la imprenta se dividieron claramente, pero no fija el cambio a finales del siglo XV y tampoco explica cuándo hacer el corte temporal. Claro que, el periodo de tiempo en que las funciones del fundidor de tipos, del impresor, del editor y del librero se separaron totalmente es más extenso de lo que se piensa, por ejemplo: Claude Garamond de París (d. 1561) y Jacob Sabon de Lion y (desde 1571) Frankfurt fueron los primeros en separar el diseño de tipos, el corte de punzones y la fundición de letras, mientras, con Robert Estienne (d. 1559) finalizó la era de los grandes impresores eruditos (Steinberg, 1996: 25). Por lo que, desde el punto de vista tipográfico, la primera mitad del siglo XVI fue parte del creativo periodo incunable, con su riqueza en diferentes tipografías, las itálicas de Antonio Blado y las romanas de Claude Garamond -ambas cortadas sobre 1540- aun muestran la fuerte imaginación de los primeros diseñadores de letras (Steinberg, 1996: 4).
Sabemos que toda periodización es susceptible de ser cuestionada, en este caso mucho más, dado que el criterio para su acotación es frágil: la finalización del siglo XV. En cuanto a la fecha de inicio del periodo, se sabe que, para finales del año 1454, cuatro distintas fuentes de tipos para imprimir habían sido fundidas en Maguncia. Igualmente, aunque se reconoce que fue Gutenberg el inventor de la imprenta, entre 1455 y 1460, funcionaron en dicha ciudad alemana varios talleres mal conocidos, por ejemplo, el de Fust y Schoeffer (Febvre y Martin, 1962: 49 y 193). Por lo que,
no es difícil concebir... que un puñado de fragmentos supervivientes de libros más pequeños podrían haberse producido tres o cuatro años... [antes de 1455]: varias ediciones de la gramática de Donato y el Sibyllenbuch, utilizando un estado notoriamente rudimentario e imperfecto de las más tempranas de estas fuentes, la llamada tipografía Donatus y Calendar (DK). En cualquier caso, hay un término final: una copia fragmentaria en la Biblioteca Scheide, Princeton, de la Indulgencia de Chipre de 31 líneas, impresa con la fuente DK para los títulos y una fuente cursiva gótica de menor tamaño para el texto principal, emitida en Erfurt el 22 de octubre de 1454 (Needham, 2009: 43)3.
Siguiendo al bibliotecólogo norteamericano Paul Needham pueden identificarse, en el Incunabula Short Title Catalogue (de acá en adelante ISTC)4 , los siguientes cuatro títulos, anteriores a 1455:
A partir de la anterior información, llegamos a un replanteamiento: no fue la Biblia de Gutenberg el primer impreso que se hizo en Europa, sino que existen calendarios, indulgencias y fragmentos que permiten afirmar que al menos hubo nueve impresiones anteriores. Los autores Haebler, Geldner y Labarre aclararon este hecho, pero las traducciones de sus obras al español son de la segunda mitad del siglo XX, por lo que se comprende que, durante mucho tiempo se haya creído que dicha Biblia fue el primer impreso hecho en Europa7. Aunque, también puede interpretarse que cuando se dice que la Biblia fue el primer libro impreso, se está considerando como el primer volumen compuesto de varios pliegos, hecho que esconde los nueve impresos anteriores.
En consecuencia, cerrar el periodo incunable en 1500, no es una decisión tomada con base en argumentos sólidos. Varios autores proponen mover la fecha a 1530 (Labarre, 2002: 70; National Diet Library, 2018), si bien, sus argumentos son tan difusos como los de quienes fijaron 1500 como el año de cierre. Dado que, ni 1450, ni 1500, serían las fechas límite, definir al libro incunable como el producido durante este periodo es una decisión que debe ser reconsiderada.
¿Copias ideales?
El quinto título y la décima publicación en ser impresa fue la llamada Biblia de Gutenberg o Biblia de las 42 líneas, su impresión inició hacia 1450 y estuvo lista en 1455 (Geldner, 1998: 49-50)8. De las aproximadamente 180 que fueron producidas, en la actualidad existen alrededor de 48 ejemplares medianamente completos9, de los cuales 12 están impresos en pergamino (International Federation and Library Associations, 2010: 21)10. Para Steinberg parte del logro de Gutenberg fue poner en el mercado una gran cantidad de copias idénticas (1996: 7), si bien, esta biblia incumple con esta premisa, porque unas hojas de prueba, preservadas en algunas copias, difieren del resto del tiraje: tienen dos líneas menos de texto y las letras rubricadas fueron impresas y no manuscritas (Pollard, 1893: 3).
Lo que indica que no todas las copias eran idénticas al salir del taller, por lo tanto, aunque en una buena parte de las tiradas la mayoría de las copias eran iguales, se dieron casos en los que no fue así, esto se conoce como diferentes estados de la misma impresión (Gaskell, 1999: 395). Por ejemplo, de la Sphaera mundi (ISTC ij00419000) existen dos ediciones muy similares hasta el cuadernillo “o”, con el mismo colofón, pero el registrum varía, una tiene las signaturas a–c6 d8 e–z &6 y la otra a–c6 d8 e–z &6 [us]4, en el primer caso los grabados parecen desgastados, como si fueran posteriores.
Algunas veces esta divergencia se dio porque se corregían algunos errores mientras se llevaba a cabo la impresión, lo que hizo que al menos hubiese dos estados diferentes. Igualmente, existen ediciones de las que se imprimieron muy pocas copias, las cuales se personalizaban de acuerdo a las solicitudes del cliente (Flood, 2003: 141), es decir, no siempre se produjo una gran cantidad de ejemplares destinados a un potencial mercado; por ejemplo, algunos libros de horas. Ocasionalmente se sacaron pequeños tirajes destinados a un público reducido y, en otras ocasiones, los ejemplares lograban diferenciarse bastante unos de otros de su misma tirada, debido a los cambios que solicitaba el comprador.
El bibliotecólogo inglés David Mckitterick hizo una reflexión importante para el libro de este periodo: la definición de copia ideal asume que, ya sea la de Gaskell o la de Tanselle11, el producto que abandona el taller está finalizado y cumple con las intenciones del impresor, lo cual no es del todo cierto, ya que los libros podían permanecer físicamente incompletos después de estar fuera del control del editor o del impresor (2003: 138 y 150). Por ejemplo, les faltaban las letras capitales, la paginación o la encuadernación; también, algunos ejemplares carecen de grabados que otros tienen. Otras acciones que ocurrían fuera del taller de impresión o tiempo después de que el libro salía de la imprenta podían transformar el producto. Por ejemplo, hacia 1500, un vendedor veneciano agregó un grabado de San Jorge y un título en tipos rojos venecianos, a la edición de Moralia in Job (ISTC ig00435000), impresa en Florencia, en 1486, como una forma de hacerla más bella para la venta (Mayor, 1971: [31]).
A pesar de las diferencias entre ejemplares de una misma tirada, la imprenta fue logrando la homogenización de las diferentes versiones que circulaban de un texto, hecho que se conoce como la fijación del texto, lo que también llevó a su estandarización en la apariencia. Para la historiadora norteamericana Elizabeth L. Eisenstein como los manuscritos sufrían constantes cambios en los textos por parte de los copistas, de las nuevas funciones que involucró la imprenta, la conservación del texto es probablemente la más importante (2010: 108). Mckitterick compartió la hipótesis de Eisenstein, pero mostró algunos ejemplos de esta estandarización en la Edad Media, como los esfuerzos por estabilizar los textos de la biblia, en el siglo XIII, o el establecimiento del sistema pecias; por lo que, con la imprenta este proceso no se inició, pero si fue más amplio (2003: 100-101).
El taller del impresor: un nuevo espacio y un nuevo oficio
Los lectores especializados buscaban obras con la menor cantidad de errores, deseo que no pudieron cumplir íntegramente todos los impresores y editores, por eso el trabajo de corrección y fijación de los textos fue tan importante, por ejemplo, el liderado por Manucio12. Los libros impresos en el siglo XV no siempre tuvieron menos yerros que los que cometían los escribas al transcribir el texto, ya que el proceso de fijación y corrección total de un título duró un largo tiempo y, por tanto, el proceso implicó varias ediciones. La correcta impresión de un texto requería de cierta cantidad de personal letrado, que no siempre pudo ser suplida, son conocidas las quejas de Erasmo de Róterdam sobre la falta de educación y preparación de los editores y los impresores (Ver: Bühler 1960, 49-51), un lamento similar se había hecho sobre el trabajo de los escribas de la Edad Media, que alteraban los textos e introducían errores.
De igual forma, si bien, se corrigieron muchas erratas, como la cantidad de copias producidas era mayor que las manuscritas, era más rápida la difusión de las equivocaciones producidas en las prensas, situación que aumentaba cuando un impresor copiaba exactamente la edición errada de otro impresor. Tal vez, para enmendar esta situación fue que el oficio de corrector se instaló en el taller de la imprenta. La otra cara de la moneda mostraba que también la difusión de las correcciones podía ser más rápida en el medio impreso que en el manuscrito. Aunque, la culpa de producir un mal impreso no siempre era del impresor, el compositor o el corrector, ya que podían contar con un manuscrito muy mal escrito (Mckitterick, 2003: 110-11 y 115-18), era en este momento que el académico o experto en un tema podía hacer su labor como editor. Así que, otros individuos llegaron al taller de la imprenta, los religiosos y los profesores universitarios entraron a hacer parte del mundo de este nuevo arte, y la imprenta se volvió un espacio que reunía a diferentes especialistas. En este sentido, el impresor conjuntaba las labores de diferentes oficios; profesores, médicos, comerciantes de estampas, pintores, traductores, bibliotecarios, entre otros, entraban y salían del taller para dar su aporte a los productos de la recién nacida imprenta (Eisenstein, 2010: 54 y 83).
Impresor, editor y corrector fueron nuevos oficios que también pueden hacer parte de la definición de incunable. Haebler analizó específicamente el oficio del impresor y trazó unos límites más cerrados para las investigaciones:
los incunables son productos en los que podemos seguir la evolución del libro y en los que el impresor se expresa a sí mismo, en su trabajo, como un maestro independiente y creativo… el desarrollo de este proceso tomó muy variados derroteros en los diversos lugares y países, hasta el punto de tener que utilizar una fecha distinta como límite de los incunables en los diferentes países y ciudades (1995: 17-18).
El autor plantea algunos ejemplos, Venecia, entre 1480 y 1500, presenta sólo en un grado muy limitado verdadero carácter incunable, pero, como hasta comienzos del siglo XVI los libros impresos conservaron sus características, en general, se acepta el año 1500 como el cierre del periodo incunable. Geldner coincidió con la información sobre Venecia y agrega París; serían estos dos lugares donde primero se cerró el periodo incunable. Esta apuesta nos quita la visión homogénea que tenemos sobre el libro en Europa y nos permite ver las diferentes particularidades temporales y espaciales. Pero, qué significa expresarse como un maestro independiente y creativo, para Haebler, los “primitivos tipógrafos” conocían a profundidad su oficio, participaban personalmente de las labores en la imprenta y ejecutaban cualquier trabajo que les solicitaran; no obstante, esta triada fue perdiendo fuerza hacia finales de la centuria (1998: 17-18).
Conocemos que en algunas ciudades se fundaron grandes imprentas en las cuales se aplicaba la ley de la división del trabajo y en las que cada obrero tenía una especialidad definida (Febvre y Martin, 1962: 131). En muchos casos el impresor dejó de ser fundidor y diseñador de letras, e incluso se daban situaciones en las que actuaban más como editores y encargaban las impresiones a pequeñas imprentas, pero ellos escogían los autores y los títulos, determinaban los tipos de letras y de papel, fijaban los precios de los libros y establecían los canales de venta13.
Desligarse del proceso de fundición y diseño de las letras también implicaba reducir el capital base, ya que solo se requería el necesario para el funcionamiento de la imprenta y no de la fundición14. Un caso típico sería el del impresor Anton Koberger, quien alcanzó a tener 24 prensas en actividad, con tiradas de hasta 1500 ejemplares; además de contratar a iluminadores y encuadernadores; tenía socios en Basilea, Estrasburgo, Lyon, Venecia y Florencia, así como, una agencia propia en París; participó en la Feria del Libro de Fráncfort, desde 1495; y, fue el impresor de la Weltchronik, Liber chronicarum o Crónicas de Nuremberg (Febvre y Martin, 1962: 131-32, 233 y 246)15. Por su parte, Aldo Manucio contrató al orfebre italiano Francesco Griffo para la fundición de parte de sus punzones, por tanto, aunque estuvo directamente relacionado con el diseño de las letras -romana latina, griega, hebrea y una cursiva- (Davies, 1999: 14, 39, 42 y 55) no fue quien elaboró los punzones. Antoine Vérard por su parte, no fue propietario de imprentas, pero contrató nueve impresores diferentes para producir libros ilustrados en francés, que vendió en dos tiendas en París y tal vez una tercera en Londres (Mayor, 1971: [45]). Se entiende la contratación porque los libros de Vérard eran de lujo, por lo que podía obtener buenas ganancias sin necesidad de dedicarse a la impresión, pero en los casos de otros impresores no es muy claro si la contratación permitía obtener una amplia ganancia.
Eisenstein proporcionó una definición del encargado de una imprenta incunable, en los primeros años, el impresor era el responsable de obtener el capital para poner a andar el taller, contratar a los trabajadores, comprar los insumos, acordar con los colaboradores y correctores, vender sus productos o ponerse en contacto con los libreros, etc. (2010: 54 y 82)16. También, podía ser el encargado de la parte intelectual, por lo que debía lidiar con las distintas versiones de un texto, decidir la pertinencia del uso de ilustraciones, fijar las convenciones ortográficas y la puntuación, entre otras. Sin descartar que muchos estaban involucrados en los diseños y fundiciones de las letras. A partir de las anteriores afirmaciones, se puede aseverar que el periodo incunable se caracteriza por ser el impresor quien controlaba el proceso de producción y circulación del libro.
Entre la continuidad y la ruptura: del manuscrito al impreso
Sabemos que una parte de los libros impresos ya circulaban como manuscritos, por lo que el periodo incunable también puede ser considerado en comparación con la producción escrita del libro. La espectacularidad de la imprenta nos hace olvidar que el manuscrito fue el ancestro directo del libro impreso y que este heredó parte de su genética. Haebler nos recordó que el objetivo de la imprenta fue producir en mayor cantidad y más rápidamente los libros más vendidos, que habían sido producidos manuscritamente o mediante grabados en madera (1995: 255).
Claro que, el tránsito del manuscrito al libro impreso no fue instantáneo, Needham propuso que la producción de libros escritos a mano en el periodo de 1451 a 1470, creció de la siguiente forma: 1451-55: 822 manuscritos, 1456-60: 949 manuscritos, 1461-65: 1001 manuscritos y 1466-70: 1035 manuscritos. Mientras antes de 1470, según el ISTC, aparecieron 429 títulos impresos (Needham, 2009: 42)17. Si bien no son lo mismo ediciones y ejemplares, esta comparación nos permite contrastar la producción del libro manuscrito con la del libro impreso.
Es indiscutible que en algunos lugares se continuaron elaborando libros manuscritos. En Florencia, se destacó el taller de Vespasiano da Bisticci, que alcanzó a tener hasta cincuenta escribas (Steinberg, 1996: 7), jalonado por la demanda de los Medici. El historiador inglés Andrew Pettegree, se sorprendió por el desinterés que mostró la ciudad de Petrarca, Dante y Boccaccio por el uso de la imprenta. Recalca que en Florencia las élites continuaron prefiriendo el libro manuscrito sobre el impreso, al punto que la imprenta de Bernardus Cenninus, que inició labores en 1471, tuvo que cerrar y fue hasta 1476 que se estableció una nueva, en el Convento de San Jacopo di Ripoli (2010: 51-52). Sin duda, un hecho que también se explica por el poco apoyo que le dieron los Medici a la imprenta. Por otro lado, Pettegree afirmó que, la ciudad no se apropió del mundano comercio del impreso, si bien, fue exitosa la traducción al italiano de la Imitation Christ (ISTC ii00047000), de Lucantonio Giunta.
Para Pettegree, en los Países Bajos la producción de manuscritos fue en aumento en la segunda mitad del siglo XV y alcanzó su punto más alto entre 1490 y 1500, (2010: 16), casi a finales del llamado periodo incunable. La caída en la producción del manuscrito coincidió con el incremento en la producción del impreso (Needham, 2009: 42); aunque, es necesario reconocer, que esta no se dio al mismo tiempo en todos los territorios, para ilustrar, en Venecia el impreso avanzaba para llegar a su apogeo a finales del siglo, mientras en Florencia, el manuscrito se mantenía fuerte. Queda abierta esta pregunta: ¿Por qué en algunos lugares se asentó la imprenta con fuerza mientras en otros tuvo una presencia bastante débil?
Una de las grandes debilidades de los estudios del libro es olvidar al lector, hecho justificable solo por la necesidad de delimitar los problemas de estudio, pero que lleva a entender el libro como un elemento estático en el tiempo y el espacio, desligado de su impacto social. Poner toda la atención en la imprenta puede hacer pasar por alto que algunos lectores o coleccionistas del siglo XV prefirieron el manuscrito al libro impreso, hecho que llevó a la elaboración de manuscritos a partir de impresos (Mckitterick, 2003: 30)18.
Sin ir más lejos, el manuscrito siguió siendo parte importante de la vida universitaria, los copistas de la Universidad de Angers eran capaces de producir copias de las lecciones de los profesores en un mes, a un precio relativamente bajo, también, la Universidad ponía las lecciones de los profesores a disposición de los interesados para su transcripción. Mientras, en la Universidad de Bolonia los doctores inmersos en disputas estaban obligados a depositar los manuscritos para su inspección y transcripción. En 1493, la biblioteca de la Sorbona seguía adquiriendo libros manuscritos. Saenger sugirió que algunos escritos eróticos circularon como manuscritos, entre comerciantes y aristócratas (2004: 236, 240, 256 y 259). Asimismo, en los libros más pequeños que los octavos la elaboración manuscrita creció en la primera década del siglo XVI. En suma, la demanda que no logró satisfacer la imprenta continuó siendo atendida por el libro manuscrito, como lo señaló Neddermeyer (1997: 4). Igualmente, en lugares donde la tipografía no llegó, el manuscrito continuó siendo la forma de elaboración del libro.
Bühler, ya identificó esta problemática en 1960, al indicar que el impacto de la invención de la imprenta en la vida de los escritores expertos fue menos inmediata de lo que generalmente se ha supuesto (1960: 16 y 25-26)19, pero el poco conocimiento de su obra no permitió que esta tesis fuera ampliamente conocida. El trabajo de Bühler fue pionero en estas consideraciones, para él, el siglo XV no tuvo grandes diferencias entre los libros escritos a manos y los impresos (1960: 40)20. El académico norteamericano Joshep A. Dane admitió la coexistencia del manuscrito y del impreso, lo que permite establecer claras relaciones entre estas dos formas de registro y difusión de la información (2003: 19)21. El historiador culturalista Roger Chartier insistió en la continuidad entre el manuscrito y el libro impreso, para él:
todos los sistemas de referencia que se han intentado asociar con la invención de Gutenberg son muy anteriores a él: así, las marcas que, como las signaturas o los reclamos a pie de página, debían permitir reunir los cuadernillos sin desorden; así, las referencias que deben ayudar a la lectura, por ejemplo, numerando sus cuadernillos, las columnas y las líneas, haciendo visibles las articulaciones de la página (mediante el empleo de iniciales adornadas, rúbricas y letras marginales), instituyendo una relación analítica, y no solo espacial, entre el texto y sus glosas, marcando tipográficamente la diferencia entre el texto comentado y sus comentarios (1994: 22).
Para este autor, la imprenta, en los cuatro primeros siglos de su existencia, no acabó con la comunicación y la publicación manuscrita (Chartier, 2016: 17). Si bien, en los años de la década de 1530, las formas del libro se emanciparon ampliamente de las formas del manuscrito (Chartier, 1994: 93). En términos que van más allá de la producción, la cultura del impreso estaría inscrita como una continuidad de la cultura del manuscrito (Chartier, 1994: 24).
En la misma línea, Geldner opinó que Gutenberg y los primeros impresores se esforzaron por imitar la escritura a mano en todos sus detalles (1998: 16 y 238); hecho que es lógico, ya que para el momento no se conocía otro tipo de letra que la manuscrita. Pollard destacó la decoración del libro como un elemento muy manual del libro incunable, el cual se mantuvo separado del proceso de impresión, aunque, algunas veces hizo parte del taller de la imprenta, el rubricador dibujaba las letras iniciales al comienzo de los capítulos, insertaba marcas de párrafo en azul o bermellón en los lugares apropiados y escribía los títulos principales (1891: 5).
Las letras capitales fueron importantes en la elaboración del libro manuscrito porque salvaguardaban al escriba de saltarse o repetir líneas, el copista primero elaboraba la serie vertical de letras capitales, las cuales le servían para orientarse en la escritura de las líneas completas (Dane, 2012: 92 y 94). Steinberg consideró que las iniciales ornamentadas y los grabados, aparecieron simultáneamente con el libro impreso, como una necesidad para su embellecimiento (1996: 71), pasando por alto su relación con el libro manuscrito. Otros elementos heredados del libro manuscrito son el uso de las ligaduras, las capitales iluminadas, las abreviaturas, los llamados y el empleo del latín en su escritura, aunque, como hemos visto hay excepciones que no se deben pasar por alto. Igualmente, es necesario sumar otros elementos que eran puestos a mano, debido a la carencia de herramientas para su reproducción, por ejemplo, mapas y palabras en otros idiomas (griego y hebreo) (Bühler, 1960: 30-31; Mckitterick, 2003: 37-38). O los impresos que debían ser llenos con los datos del comprador, como las bulas. O los espacios para los escudos de armas, dejados en los bordes grabados, que se puede ver la Elementa geometriae (ISTC ie00113000), de Euclides, impresa por Ratdolt, en 1482 (Mayor, 1971: [58-59])22. Sin embargo, los mismos impresores se encargaron de dejar constancia, en los libros, de las diferencias con el producto manuscrito, entre estos: Fust, Schoeffer y Meydenbach (Mckitterick, 2003: 32-33).
El español José Luis Checa Cremades relacionó a los incunables con la técnica anterior de los códices o libros manuscritos, es el impreso que todavía está bajo la influencia del manuscrito, pero que, se rige por un conjunto de leyes que lo separan del libro del siglo XVI (1999: 10), si bien, no es muy claro cuáles son estas leyes. Para Pettegree, no había una jerarquía de cualidades entre el manuscrito y el impreso, sino que, estos últimos tomaron como modelo la apariencia visual de los primeros (2010: 16). En otras palabras, en el siglo XV, el libro impreso se está inventando, manteniendo algunos elementos del libro manuscrito, liberándose de otros y creando sus propios elementos. La práctica bibliográfica dividió el estudio entre manuscritos e impresos, e incluso los separó en su organización, reflexionar sobre las relaciones entre los dos medios permitirá reconsiderar la idea que tenemos de la imprenta y reconocer que no fueron tecnologías sustitutas sino que compartieron un fin y una existencia conjunta (2003: 22).
En esta misma relación entre manuscrito e impreso se ubicó Needham, pero refiriéndose a quienes se encargan de elaborar el libro más que del producto como tal. Para él, la elaboración del libro en el siglo XV se caracteriza por la interacción entre el trabajo de tres artesanos: el escriba, el grabador y el tipógrafo, y se diferencia del siglo anterior y del posterior,
debido a las complejas interacciones de los tres oficios, el libro del siglo XV, visto en conjunto, es un concepto peculiarmente rico y diverso, más que el libro del siglo XIV -esencialmente una producción puramente escribana- o el libro del siglo XVI -esencialmente tipográfico a pesar de la persistencia de pequeños nichos diversos, como los Libros de Horas por encargo, donde se prefería la escritura a mano y la iluminación a la impresión y los grabados, o donde la creación de una edición impresa en múltiples copias no tenía sentido económico (Needham, 2009: 40 y 78-80).
El taller del escriba tenía un largo periodo de existencia, mientras el espacio de la imprenta se estableció como un nuevo lugar, que acogió al escriba, al grabador y al impresor. Consideramos que este es un muy acertado enfoque del desarrollo del libro durante este periodo, ya que supera la arbitraria división entre el manuscrito, el impreso y el grabado; y despliega el límite cronológico más allá del año 1500; pese a que no logra establecer una fecha límite.
Dado que algunos escribas colaboraron en las imprentas o se volvieron impresores era natural que el modelo del manuscrito fuera seguido por el impreso (Bühler, 1960: 46). Un ejemplo de la presencia del escriba en la imprenta serían las líneas guía que usaban los amanuenses, las cuales aparecieron en algunos textos impresos, como las biblias. En otras ocasiones, los libros impresos incluyeron hojas manuscritas, por ejemplo: cuando el impresor descubría que no se habían impreso suficientes hojas para completar todas las copias se veía obligado a reimprimir las hojas faltantes, pero si solo se necesitaban unas pocas podía hacer que el escriba las produjera y pegarlas al resto del texto impreso (Bühler, 1960: 45-46).
Estudios detallados revelan cómo algunos elementos del manuscrito fueron desapareciendo, por ejemplo, los comentarios impresos eventualmente obviaron la comprensión del texto basada en las glosas interlineales y marginales, un elemento clave de la lectura medieval (Black, 2001: 25-26). Por lo que, la aclaración de Febvre y Martin es importante, ellos creían que solo los primeros incunables son muy parecidos al libro manuscrito. El conservador de arte escocés Douglas Percy Bliss, por su parte, consideró que
las decoraciones de los libros impresos más antiguos habían seguido la tradición de los manuscritos, que los precedieron; pero con [Geoffroy] Tory y el Renacimiento, que él personifica, la decoración adquirió una nueva forma... sus bordes arabescos están diseñados con un gusto exquisito, y sus famosos bordes monstruosos están llenos de motivos italianos, guirnaldas, escudos, cupidos, flores y guirnaldas, todos dibujados en los contornos más finos, tienen un cierto encanto, delgados e insípidos como parecen al lado de las fronteras más vivas y vitales de las primeras Horae francesas (2013: 92-93).
De hecho, muchos trabajadores del gremio del manuscrito terminaron trabajando en las imprentas o con libros impresos; un caso muy conocido es el de Antoine Vérard, quien se movía ágilmente entre los dos mundos, podía pasar del libro impreso al manuscrito con gran facilidad, él entendió magistralmente que la demanda mantuvo un ritmo lento comparada con la rapidez en la producción del libro impreso; mientras estuvo activo, plagió o imitó los impresos más exitosos en ventas (Bliss, 2013: 86). El mismo Peter Schoeffer, principal colaborador de Gutenberg, había trabajado como copista. Es evidente que, para entender el libro del siglo XV, se debe tener en cuenta la producción impresa, la manuscrita y las relaciones que se entretejieron entre ambas, intentando fijarse en las continuidades y discontinuidades.
Los trabajos en la imprenta transformaron la escritura y la forma de escribir, conforme el libro impreso adquirió sus propias características y se distanció más del viejo manuscrito; de esta forma, era el impreso el que transformaba la labor del escriba. En la escritura manual medieval la forma de las letras difería de acuerdo con el contexto, por ejemplo: se usaban dos formas de la r, una estándar y otra especial. También, para mantener la construcción simétrica, algunas letras posteriores se modifican, así, el ligero espolón en la parte superior izquierda del único trazo vertical debía quitarse o modificarse toda la letra. Según las convenciones de la imprenta moderna, esto implicaría más que duplicar el tamaño de la tipografía y el número de formas de letras, ya que debe estar disponible un juego completo de letras con las características requeridas por estas formas contiguas. Los elementos que facilitaban la escritura manual implicaron una dificultad para la reproducción impresa porque se requerían más puntizones, más matrices y más tipos móviles dadas las variantes de las letras. A su vez, el cajista o compositor debía conocer las convenciones de las variantes de la letra manuscrita (Dane, 2011: 20-24; 2012: 115-17). Eisenstein concluyó que las nuevas interacciones que se dieron en la imprenta y en la circulación de los impresos resultaron provechosas gracias a la fijación tipográfica (2010: 108 y 255).
Mckitterick hizo una crítica metodológica a los estudios sobre el libro, consideró que el nacimiento de la imprenta no fue una revolución sino una transición, ya que los impresores admitieron las características del mundo manuscrito para ofrecer un producto que el lector pudiera usar, seguramente porque no había otra forma de hacer libros que fueran aceptados socialmente (Mckitterick, 2003: 3)23. Burkart lo vio más como una transformación, ya que el negocio de imprimir tenía muchas características diferentes a las del mundo artesanal de la Edad Media: había una alta división del trabajo, la inversión en capital era intensiva, el retorno de la ganancia era demorado y el mercado hasta ahora se estaba creando (2019: 36)24.
Comercio, temas y apariencia
El comercio, las temáticas y la apariencia del incunable han sido abordados en los acápites anteriores, pero vale la pena retomar unos elementos. Dentro del circuito de la comunicación, otro elemento que ayuda a definir al libro incunable es el comercio. El proceso de compra y venta del libro impreso se transformó bastante en comparación con el libro manuscrito; tanto la oferta como la demanda aumentaron; surgieron nuevos espacios de distribución; circularon los libros en las ciudades; y, se imprimieron indulgencias, calendarios, catálogos, carteles, listados de libros, anuncios comerciales, propaganda oficial y papeles burocráticos (Ver: Bühler. 1960: 42-43). Pettegree y Graheli expresaron esta transformación en los siguientes términos:
ésta era un área del negocio de los libros donde el comercio de manuscritos no ofrecía ninguna orientación útil a los proveedores de los nuevos libros impresos. El comercio de manuscritos fue personal, íntimo y, en general, minorista. Todo el proceso –el suministro de textos, un proceso en el que el comprador intencional probablemente participaría personalmente, trabajando con un solo texto y un solo escriba– era totalmente diferente del modelo de compra en desarrollo de libros impresos: destinados a clientes lejanos. que quizás ni siquiera sabían que deseaban el texto que se les ofrecía hasta que lo vieron en un puesto de libros (2019: 4-5).
El comprador del libro impreso no era quien lo había mandado a fabricar, de hecho, no participaba de ninguna parte del proceso, el impresor o el librero le ofrecían un producto ya terminado, pensando que, eso era lo que necesitaba o deseaba el lector. Poco a poco fue apareciendo la librería como un espacio diferente a la imprenta, tal vez porque la mayoría de los impresores fueron malos hombres de negocios, por ejemplo: el taller de Gutenberg terminó en manos de su socio Johann Fust. Steinberg sugirió que la figura de editor surgió como una solución a ese problema y que era este quien conseguía o inyectaba el capital al negocio (1996: 60), una afirmación que se debe reconsiderar a la luz de más comparaciones, ya que, Manucio y Koberger no son el mismo tipo de editor, sin embargo, ambas empresas fueron exitosas. Los lugares de producción también cambiaron, se trasladaron de las ciudades universitarias, cortes principescas, villas patricias y monasterios a las urbes comerciales (Eisenstein, 2010: 56). Aunque Beier demostró como la Abadía de Melk (Austria) y el Monasterio de St Ulrich and Afra (Augsburgo) siguieron siendo importantes lugares de elaboración y venta de libros (International Federation and Library Associations, 2010: 79-82). Luego en este aspecto también hay excepciones a la norma.
Con este nuevo producto, un comprador podía adquirir más obras a un menor precio y contaba con una oferta más amplia de libros para su lectura, aunque, los títulos no fueran recientes (Eisenstein, 2010: 69). El historiador Jeremiah Dittmar puso unos casos ilustrativos, que como siempre no deben ser generalizados para toda Europa. En 1468, Giovanni Andrea Bussi observaba que el precio de los libros impresos había caído cerca del 80%, al punto que, inclusive los pobres adquirían libros; en 1474, Lupoto vendía libros impresos por un quinto de lo que valían los manuscritos (2019: 73). Al final, Dittmar concluyó que los precios de los libros impresos cayeron cerca de un 80%, en la década de 1480. Los motivos para la caída fueron, primero, un acierto en el entendimiento de las características físicas del libro que hicieron más eficiente la impresión (formato, fuentes, tamaño de las letras, etc.), segundo, un avance en la tecnología y la organización del trabajo (la prensa “two-pull”, los cranes tipos metálicos, la división del trabajo, entre otros), y tercero, la competencia entre los productores (2019: 85-87)25.
La cita de Eisenstein, unos párrafos atrás, dejó en el aire una idea para considerar: “el impresor reproducía un fondo anticuado”. Para el historiador y bibliotecólogo francés Albert Labarre no debería establecerse una división tajante entre la Edad Media y el Renacimiento, pero reconoció que hacia 1520 hubo una serie de transformaciones en cuanto al libro impreso se refiere, específicamente se redujo la producción de obras de “carácter medieval y de índole compilatoria” y empezaron a aparecer nuevos libros (2002: 70 y 82-83). A pesar de la advertencia, el autor fijó una división entre los dos periodos históricos, sin dejar claro cuáles eran las obras de carácter medieval, cuáles las de índole compilatoria y cuáles los nuevos libros. A este respecto faltan estudios amplios que logren evidenciar, cuántos de los libros impresos durante este periodo fueron escritos durante la antigüedad o la Edad Media y cuántos durante el siglo XV, si bien, la escritura de una obra durante la última centuria no la hace moderna.
Los libros de horas muestran otra continuidad entre el libro manuscrito y el impreso: sus usos y temáticas. Chartier mencionó dos casos para París, en 1528 Loys Royer tenía 98.529 libros de horas de un total de 101.860 libros, y en 1545 de los 263.696 libros que tenía Guillaume Godard 148.717 eran libros de las horas. Por lo que este tipo de libro, que ya existía en el periodo medieval, se abrió un amplio mercado en el Renacimiento, además del público de notables, el libro de horas impreso logró llegar a un público “popular” (1994: 98). A estos se podrían sumar todo el portafolio de libros religiosos: biblias, liturgias, devocionarios y apologías. Lo que implica que la demanda de estos libros mostró una continuidad entre el manuscrito y el impreso.
No es raro que la mayor cantidad de libros estén dedicados a temas religiosos, dada la estrecha relación que existió entre el libro y el cristianismo; como estos impresos tenían casi asegurada su venta, también eran los que más se imprimían. Labarre consideró que la mitad de las ciudades que contaron con imprenta favorecieron el trabajo de los teólogos, cubrieron las necesidades del culto y de la clerecía, y contribuyeron a dar una formación edificante a los fieles (2002: 66). Asimismo, una buena parte de los iniciadores de la imprenta en las diferentes ciudades eran religiosos (Geldner, 1998: 219-20)26. Un 45% del total de los incunables eran de literatura teológica (Geldner, 1998: 196), cabe incluir en el acervo religioso el derecho canónico. Poco más del 30% eran textos literarios, los de derecho eran aproximadamente el 10% y los científicos alrededor del 10% (Febvre y Martin, 1962: 266-67). Al respecto piensa Francisco Rico:
quitando media docena de presuntas ediciones príncipes, la inmensa mayoría de ellos está compuesta de latinajos jurídicos, baratijas religiosas y epítomes para haraganes. Cuando se trata de literatura antigua y medieval, los manuscritos suelen ofrecer testimonios más seguros; para la edad posterior, las obras de primera categoría pocas veces se imprimieron antes del 1500, y si fue así se han perdido. Lo que de hecho llegaba entonces a las prensas… son piezas sin lector posible, retahílas tan sin sentido como los retazos de Cicerón que los diseñadores usan como blind text: «Lorem ipsum dolor sit amet…» (Martín Abad, 2010: I: XI).
Pasa con esta cita lo mismo que ocurre con una parte de la información sobre los incunables, lo que es verdad para una colección específica se generaliza para el universo de las obras. Geldner mencionó como los textos profanos empezaron a competir con los religiosos y como en general se presentó una secularización hacia finales de siglo, si bien esta varió de un lugar a otro; de otra forma, no podría explicarse la edición de obras de medicina (Ver: Hellinga, 1998) y astronomía, o el trabajo de Aldo Manucio, o la edición de la obra de Esopo por Johannes Regiomontanus, o las ediciones de las obras de la Antigüedad Clásica, hechas en Parma y Reggio Nell’Emilia (1998: 19, 239, 256 y 260).
La definición de incunable de la National Diet Library, cuestiona la fecha de cierre del periodo, para proponer otra igualmente caprichosa, el cambio de siglo no implicó una transformación en la apariencia del libro impreso, fue hacia la década de 1530 que empezaron a darse importantes modificaciones (2018). En este caso se usa como criterio la “apariencia”, aunque no hay claridad sobre qué fue lo que cambió. Para Labarre algunos libros del siglo XV ya tenían un aspecto muy moderno, entre tanto, otros mantenían una presentación arcaica en las primeras décadas del siglo XVI (2002: 70). La apariencia como criterio para definir el incunable se ha expandido bastante por la cantidad de trabajos descriptivos que se han hecho, entre estos, los catálogos de algunas instituciones, como la Staatsbibliothek zu Berlin, la British Library, el British Museum, la Bodleian Library, la Cambridge University, la Bibliothèque Nationale de France y la Biblioteca Nacional de España; además de trabajos individuales como: Catalogue général des incunables des bibliothèques publiques de France (1897) de Marie Pellechet, The early printers of Spain and Portugal (1897) de Konrad Haebler e Incunabula in american libraries: a third census of fifteenth-century books recorded in north american collections (1964) de Frederick Goff.
Cuando se habla de apariencia, consideramos que deben referirse a aspectos materiales del impreso, como: páginas compuestas con imprecisión; uso de pocas letrerías; presencia de muchas ligaduras; aparición y consolidación de la portada; diferentes formas de enumerar las hojas y las páginas; cambiantes usos de los llamados, el registrum y las signaturas; presencia de colofones y marcas de impresor; empleo extendido de las letras góticas; empleo limitado de las letras romanas27; etc. Aunque es necesario matizar década por década y ciudad por ciudad; ya que la variación es grande, por ejemplo: entre los libros impresos en 1460 y 1499, o entre las obras producidas en París y Burgos. Luego, tampoco puede decirse que los libros incunables son aquellos que tienen cierta apariencia física específica, como estar impresos en letra gótica, o carecer de portada, o tener errores en su composición; más bien, se podría decir que el incunable fue el que sufrió el proceso que llevó a que el libro fuera un objeto más homogéneo y estandarizado.
La emancipación del impreso del manuscrito impactó sobre su apariencia, como hemos visto, la segunda generación de impresores logró mayor autonomía en su arte y fue hacia 1480 que el libro impreso se liberó totalmente del libro manuscrito (Flood, 2003: 258)28, en esta década apareció la portada y se hizo más común el uso de las marcas de impresor. Varios autores plantean un cambio alrededor de esta fecha, pero ninguno da una explicación concisa y veraz, aunque se sabe que hacia estos años la abundancia de libros en el mercado produjo una caída en sus precios, no es tan cierto que hubo una crisis económica general (Flood, 2003: 258), por el contrario, los mercados se estaban recuperando de la Gran hambruna de los metales. Por lo tanto, si se tiene en cuenta el comercio, las temáticas y la apariencia del libro, el periodo incunable no es tan homogéneo como se plantea en algunas historias del libro.
Conclusión
Afirmar que los incunables son los impresos que se produjeron entre 1450 y 1500 homogeniza la producción del impreso durante este periodo y nos obstruye la visión de elementos particulares de cada espacio al cual llegó la imprenta, luego, la cronología debe ser reconsiderada, tanto por las fechas, como por las limitaciones del concepto. Aunque, sí se pueden generalizar algunas ideas, entre estas, que el libro impreso bajó de precio frente al manuscrito, que el tiempo de elaboración se redujo, que la producción total de títulos creció y que la cantidad de ejemplares aumentó gracias a que la técnica permitió la repetibilidad.
Igualmente, una definición de incunable debe admitir la relación entre el libro manuscrito y el libro impreso, en la que el primero tuvo una fuerte influencia sobre el segundo. Por contradictorio que parezca, el incunable también es la página que quiere liberarse del dominio de los escribas, los iluminadores y los miniaturistas, y que encuentra en la imprenta y el grabado el camino hacia la reproducción mecánica total. En el periodo incunable, la figura del impresor reunió en un solo individuo las funciones de administrador, fundidor, impresor, comerciante, intelectual e inversor; si bien, conforme avanzó el tiempo, la división del trabajo se fue consolidando. Por último, con la llegada de la imprenta aparecieron algunos espacios que no existían antes, como la librería y el taller del impresor, los cuales jugaron un papel importante en la nueva estructura de difusión del conocimiento.
1. La obra de Millares Carlo tiene una confusión: “el término latino, aplicado a una categoría de libros fue empleado primeramente por el librero holandés Cornelio van Beughem en el repertorio que tituló Incunabula typographiae (Amsterdam, 1688)” (1971: 113).
2. Uno podría pensar que son los mismos “great printer-scholars”, mencionados por Steinberg, esta sería una categoría que valdría la pena establecer con claridad y definir sus funciones.
3. Se refería Needham a la Indulgentia, 1454-1455 (ISTC ic00422600). Las traducciones del inglés fueron hechas por el autor.
4. El Incunabula Short Title Catalogue (https://data.cerl.org/istc/_search) es un trabajo de la British Library, en el que se registran todos los incunables con copias en el mundo, incluye algunos libros impresos después de 1500, con el código alfanumérico que indico para cada ejemplar se puede acceder a los registros, los cuales contienen las url a las digitalizaciones de algunos títulos. Needham hizo un recuento de los impresos holandeses que son considerados anteriores a los trabajos de Gutenberg o al menos contemporáneos (1996: 100).
5. Existen algunas hojas sueltas, de Ars minor, impresas totalmente a partir de planchas de madera, lo que se conoce como libro xilográfico (Ver: Bodleian Library, 2005: 20)
6. Estos son los impresos fechados más antiguos que se conocen, en ambos casos la fecha era puesta cuando se compraba la indulgencia (Hellinga, 2018: 205-6).
7. Introducción al estudio de los incunables de Haebler fue publicado en 1995, Manual de incunables de Geldner fue publicado en 1998 e Historia del libro de Labarre fue publicado en 2002.
8. Steinberg afirmó que fue iniciada en 1452 y terminada antes de agosto de 1456 (1996, 5). Gaskell dijo que fue el primer libro impreso (1999: 166).
9. Se imprimieron unos ciento cincuenta ejemplares en papel y treinta y cinco en pergamino (Restrepo Zapata, 2014: 73). Geldner manejaba datos parecidos (1998: 189). Ver: White, 2017.
10. Este es otro elemento que debe considerarse en la definición de los incunables, que no todos los productos están hechos con papel de trapo, sino que también los hay en pergamino, e incluso, algunos incluyen los dos materiales.
11. “La copia estándar o “ideal”... es una reconstrucción histórica de la forma o formas de las copias de una impresión o edición tal como fueron lanzadas al público por su productor. Así pues, tal reconstrucción abarca todos los estados de una impresión o emisión, ya sean resultado de un diseño o de un accidente; y excluye las alteraciones que ocurrieron en copias individuales después del momento en que esas copias dejaron de estar bajo el control del impresor o editor” (Mckitterick, 2003: 136-37). El autor mencionó las previas definiciones de Bowers, Gaskell y Greetham.
12. Pettegree argumentó que el hecho de que los libros impresos estuvieran manchados, sucios, descuidados y con errores fue uno de los aspectos que llevó a la preferencia del manuscrito sobre el impreso, en algunos lugares (2010: 51).
13. También podría considerarse en este punto la elaboración propia de tinta, tarea que Gutenberg y Schoeffer hacían magistralmente (Gaskell, 1999: 152).
14. “El coste del equipo de una fundición pequeña de tipos era alrededor de tres veces el coste del equipo de una imprenta de tamaño medio” (Gaskell, 1999: 16). Lamentablemente Gaskell no dijo para qué momento.
15. Steinberg siguió al pie de la letra a Febvre y Martin (1996: 25). Haebler consideró a Johann Grüninger en Estrasburgo (1995, 18). Geldner mencionó a Peter Drach, en Espira, y Heinrich Quentell, en Colonia (1998: 18). También, se debería revisar el caso de Jean Du Pré, en París, y la producción incunable en Lyon. Faltan estudios sobre la cantidad de prensas que había en los talleres, un aspecto que también nos permitiría entender mejor el periodo incunable.
16. Una definición similar se encuentra en Steinberg (1996: 59).
17. Neddermeyer también confirmó que, durante la segunda década del siglo XV, se continuaron elaborando libros manuscritos (1997: 1-8).
18. Un caso destacado de la preminencia del manuscrito sobre el impreso es el del título Lumen Animae, con 160 ediciones manuscritas y apenas 4 impresas, incluso, con dos copias manuscritas derivadas de ediciones impresas (Bland, 2010: 13-14); el ISTC registra 5 ediciones. Bühler dio varios ejemplos de títulos que fueron transcritos manualmente de forma idéntica al impreso (1960: 34-35). Así mismo, son conocidos algunos casos de rechazo al libro impreso, Steinberg mencionó a Federico da Montefeltro (Duke Federigo of Urbino) (1996: 18 & 126).
19. También, destaca el autor que hubo espacios donde la imprenta no tuvo un gran impacto, como: las cortes judiciales, las cancillerías, las oficinas del gobierno y los archivos (24), si bien estos no eran sitios donde se vendían manuscritos. Tal vez, Bühler no diferenció entre escribir sobre un soporte por diferentes propósitos y hacer libros manuscritos, en el segundo caso había un trabajo de edición, una intención de comerciar y, un público destinatario o una comunidad lectora.
20. Si bien, hacia inicios de siglo, Richard Garnett, en su introducción a la obra de Pollard, esbozó algunas relaciones entre el manuscrito y el libro impreso (1905).
21. Igual opina Smith (2000: 36).
22. Esta práctica fue reemplaza por la elaboración de etiquetas que se pegaban en la encuadernación o en las guardas.
23. Comparte esta opinión Robert Darnton, pero desde la historia de la lectura, para él: “la imprenta supuso, desde luego, una diferencia, pero fue probablemente menos revolucionaria de los que habitualmente se cree. Algunos libros tenían portadas, índices de contenidos y alfabéticos, paginación y editores que producían copias múltiples en sus escritorios para un público lector amplio antes de la invención de los tipos móviles. En el primer medio siglo de su existencia el libro impreso siguió siendo una imitación del manuscrito y, sin duda, era leído por el mismo público y de manera idéntica” (2014: 214). El artículo de Darnton está lleno de citas de obras sobre cada tema que trabajaba, pero cuando llega a la relación entre el impreso y el manuscrito no incluyó referencias, mientras, asumió varias ideas discutibles, por ejemplo, el uso de la portada o, la similitud entre la producción en el escritorio y el taller de imprenta. En esa misma línea interpretativa, uno podría asumir que contar con libros más baratos y en mayor cantidad tuvo que cambiar en algo la disposición lectora, al menos de una parte de la sociedad. Un análisis más detallado de las evidencias nos permitiría comparar el libro impreso y el libro manuscrito para ver las continuidades, pero también las rupturas.
24. Gaskell mencionó un aspecto poco considerado, la impresión de un libro podía demorar mucho tiempo —hasta dos años—, lo que implicaba tener paralizado el capital invertido los insumos, entre estos el papel (1999: 198). Según Dondi y Harris, entre el 50% y el 70% del costo de producción de una edición involucraba el papel (2013: 353). Habría que sumar los gastos que se hacían en la inclusión de imágenes grabadas y en la mano de obra, que también implicaban un capital inmovilizado. En general, los análisis sobre la imprenta como un negocio son pocos, apenas se incluyen unos datos en las obras clásicas, pero no tenemos claridad sobre qué implicó el final del periodo incunable desde la inversión de capital, los costos (maquinaria, insumos, manos de obra, intereses, talleres, etc.), la producción y las ganancias.
25. Igual opinó Eisenstein (2010: 35-36).26. Lamentablemente no hay cifras exactas.
26. Lamentablemente no hay cifras exactas.
27. En cuanto a las letras, Haebler afirmó que la introducción de la itálica por Aldo Manucio en el año 1501 refuerza la idea de que al año 1500 cierra periodo incunable (1995: 19). Tan arbitrario es cerrar el periodo en 1500, como terminarlo cuando se empezó a usar la itálica, además, durante las páginas anteriores ha esbozado varios argumentos para no finalizar el periodo en ese año.
28. Hubo algunos conflictos bélicos, en toda Europa, y varios brotes de peste, en París e Inglaterra, pero considero que la baja en los precios se debió más a cuestiones relacionadas directamente con el mundo libro.
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