ARTÍCULOS

La imprenta del monasterio de Fitero (1606-1607). Hallazgo de dos nuevos impresos

Printing press at the monastery of Fitero (1606-1607): discovery of two new printed materials

Javier Ruiz Astiz

Universidade da Coruña. Facultade de Humanidades e Documentación, Galicia, España / j.ruiz.astiz@udc.es | https://orcid.org/0000-0002-3703-7398

Recepción: 12-03-2024.

Aceptación: 21-11-2024.

DOI: https://doi.org/10.34096/ics.i51.14370


Resumen

Se analiza la presencia que tuvo la imprenta en el monasterio de Fitero, al sur del reino de Navarra, en la actual España. En 1606, previa compra, se instaló una prensa con todos sus utillajes y de ella salieron algunas obras como Exordia sacri ordinis cisterciensis. Ahora se han localizado dos nuevos impresos de 1607. Estos desconocidos testimonios bibliográficos evidencian el uso que hicieron los monjes de la imprenta, al mismo tiempo que nos permiten rastrear la presencia de Esteban Liberós en aquel monasterio como impresor.

Palabras clave: Imprenta, Monasterio de Fitero, Esteban Liberós, Siglo XVII, Navarra

Abstract

The presence of the printing press in the monastery of Fitero, located in the southern part of the Kingdom of Navarre (today Spain), is examined. In 1606, following a purchase, a press was installed along with all its necessary tools and several works were produced, including Exordia sacri ordinis cisterciensis. Two previously unknown prints from 1607 have recently been discovered. These previously unrecognized bibliographical testimonies serve as evidence of the monks’ use of the printing press while simultaneously enabling us to trace the stay of Esteban Liberós in the monastery as a printer.

Keywords: Printing, Monastery of Fitero, Esteban Liberós, 17th century, Navarre


Introducción1

A lo largo del siglo XVII la imprenta navarra se consolidó como un próspero negocio, aunque con sus correspondientes altibajos editoriales fruto de avatares socioeconómicos y familiares que afectaron puntualmente a los diversos agentes implicados (Itúrbide Díaz, 2015: 207-208). Aun así, podríamos afirmar, sin temor a equivocarnos, que las artes tipográficas despegaron allí de forma definitiva en dicha centuria2. Si bien la producción impresa local estuvo controlada tanto por las autoridades civiles del reino como por los propios impresores, no es menos cierto que podemos rastrear una tímida iniciativa privada promovida por los autores que actuaron como editores3, así como la existencia de numerosos textos financiados por el obispado, la nobleza local y algunas órdenes religiosas. Esto último explica que se conozcan varios impresos procedentes de los monasterios de Fitero, Irache o La Oliva.

La presencia de prensas en los monasterios navarros fue, sin embargo, un fenómeno residual que obedeció a circunstancias coyunturales que motivaron su esporádico traslado a tales centros religiosos. Ese es el caso puntual de Irache y La Oliva —hasta donde fueron los impresores con sus propios aparejos y utillajes—, en cambio, en Fitero se compró en 1606 a un impresor aragonés todo lo necesario para producir textos impresos. Es decir, se pretendía crearlos y transmitirlos para el funcionamiento no ya del monasterio, sino también de la orden cisterciense en tierras navarras. Debido a esto, en las próximas páginas nos centraremos en la llegada de la imprenta a Fitero, mostrando, en especial, el hallazgo de dos nuevos testimonios impresos que permiten ampliar la nómina de textos salidos de sus prensas. Asimismo, dichas evidencias bibliográficas nos sirven para descubrir la presencia de Esteban Liberós, reputado tipógrafo de origen catalán, trabajando en aquel cenáculo religioso.

Ambos factores, sin duda, suponen una conjunción ideal para sacar a la luz esta contribución, ya que nos ayudará a avanzar en el conocimiento de la Historia del Libro del siglo XVII, y, de forma especial, en la de la imprenta navarra de esta centuria, recabando datos y ediciones que se desconocían. De ahí que los principales objetivos que nos proponemos sean:

Para su consecución se ha recurrido a una metodología que ha consistido fundamentalmente en el análisis de documentación del fondo Clero del Archivo General de Navarra. En este centro se han escrutado todas las cajas procedentes de Fitero, sin embargo, los dos impresos recabados para este trabajo se encontraron de modo fortuito entre la documentación del archivo del monasterio de Irache, el cual es benedictino.

Este hallazgo fue inesperado porque en los inventarios realizados para la transferencia de 1929-19304 no constaba ninguna indicación relativa a que hubiese textos impresos. Asimismo, ni Pérez Goyena en su Ensayo de Bibliografía navarra de 1949, ni García Larragueta (1974: 177-205) ni, más recientemente, Itúrbide Díaz (2015) advirtieron nada a este respecto.

De ahí que su localización se haya considerado algo reseñable para elaborar el presente artículo, puesto que, en primera instancia, nos servirá para actualizar nuestros conocimientos sobre la prensa fiterana, al mostrar dos nuevos testimonios bibliográficos, pero también nos permite ampliar la nómina de impresos publicados en la Navarra áurea. A esto debemos añadir que ayuda a ubicar a Liberós en Navarra entre 1606 y 1607, por lo que a su vez nos sirve para conocer mejor el negocio del libro en el viejo reino, al mismo tiempo que nos aporta información desconocida sobre la trayectoria vital de este impresor antes de instalarse definitivamente en Barcelona.

La imprenta se instala en Fitero

El monasterio de Fitero fue uno de los más relevantes en la esfera religiosa no sólo navarra, sino incluso de la Península Ibérica, pues está considerado, como advertía Goñi Gaztambide (1965: 295), como el más antiguo dentro de la orden del Císter. Así, en torno a 1147, comenzó su instalación bajo el mandato de San Raimundo en unos parajes ubicados en una zona estratégica entre los reinos de Navarra y Castilla5. Esta localización generó enconadas disputas hasta que en 1373 el legado apostólico, Guido de Bolonia, zanjó aquellas diferencias fronterizas. Desde entonces, una vez apaciguadas las aguas, la abadía experimentó un notable crecimiento cultural entre los siglos XV y XVI6, alargándose hasta los primeros años del XVII.

En aquel momento su abad, Ignacio Fermín de Ibero, estimuló las artes y la literatura, en especial esta última porque pretendió escribir un compendio histórico sobre los hechos más reseñables de la orden cisterciense7. Si bien, es considerado un destacado autor, su contacto con los libros también procedía de sus quehaceres como censor del Santo Oficio8. En ese contexto debemos enmarcar la compra de una imprenta con todos sus utillajes en 1606, pues para dar a conocer la historia de su orden religiosa necesitaba del arte tipográfico.

Sin ella posiblemente no habría salido a la luz su Exordia sacri Ordinis Cisterciensis, tal y como veremos más adelante. En consecuencia, el hito fundamental fue la adquisición de la prensa y los materiales de imprenta a cambio de 53 ducados, lo primero, y 976 reales el resto. Esto lo conocemos por las escrituras de compra-venta suscritas con el impresor zaragozano, Juan de Altaraque. Este aragonés —conocido también como Altarach, Alterach y Alteraque— ejerció como impresor, según Delgado Casado (1996, I: 25), entre 1583 y 1589. Tres años después fue excluido del perdón que concedió Felipe II como consecuencia de las revueltas acaecidas en Aragón9, por lo que quizás esto provocó que su taller languideciese. En el periodo entre 1601 y 1602 aparecen algunos impresos donde volvemos a encontrar su nombre, incluso con la variante de Jusepe de Altaraque, aunque este último pudo ser alguno de sus hijos (Velasco de la Peña, 1998: 67).

Más allá de esto, lo que no sabemos es qué le llevó a vender su prensa y sus utillajes en 1606, pero sí se rastrean determinadas capitulares xilográficas, concretamente la “N” (Figura 1), desde 1584 —en la obra Gobierno del ciudadano (Zaragoza)— hasta su llegada a Fitero, la cual, además, se emplearía en Exordia sacri Ordinis Cisterciensis (1606)10 y en el primer sumario de indulgencias de 1607.

Figura. 1. Capitular xilográfica “N” del taller de Altaraque (1584) y Fitero (1606-1607)

Junto a estas impresiones, en 1610 parece que se publicó en el mismo monasterio el Exordium minus (ita vocant) Ordinis Cisterciensis auctum et notis illustratum auctore. Esta obra fue referenciada por Pérez Goyena11 como una edición diferente escrita por el abad Ibero, mientras que Castro Álava (1933: XV) afirmaba que se trataba de una reimpresión de la edición de 160612. Es una lástima que no se conserve (o no se haya localizado) ningún ejemplar. A su vez, todo indica que Ibero llegó a escribir otras obras que no pasaron de su versión manuscrita, pero que iban en la línea de las anteriores, sobre todo destaca aquí la Relación histórica de la fundación y antigüedad de este real monasterio, cuyo original se encuentra en el Archivo Histórico Nacional13

Sin embargo, Fitero no fue una excepción, pues como advierte Cuñat Ciscar (2016: 274-276), se han registrado los casos de algunos monasterios de Toledo, Valladolid y Sevilla que también tuvieron prensas para imprimir bulas de indulgencias y otros impresos de menor extensión entre los siglos XV y XIX. Este fenómeno se extendió por toda la geografía peninsular, aunque no siempre podemos contar con testimonios documentales que nos hablen de la adquisición de los materiales de imprenta. No sucede así en el caso que nos ocupa, ya que, gracias a las escrituras de compra-venta registradas por el notario Miguel de Urquizu y Uterga14, conocemos la venta de las letras de impresión y de la prensa de imprimir en favor del abad.

Figura 2. Escritura de compraventa de la prensa con sus utillajes.
Archivo Municipal de Tudela. Protocolos notariales. Miguel de Urquizu (1606), fol. 34.

Así, el 7 de mayo de 1606 se produjo la venta de Juan de Altaraque al abad de Fitero por 53 ducados de “la prensa con todo su adereço”. Como se aprecia en la figura 2, entre lo que fue adquirido por el monasterio nos encontramos con:

Dos frasquetas, la que tiene puesta y otra con las punturas que están puestas, dos ramas con sus tornillos, quatro yerros largos y quatro pequeños para las ramas, dos llaves para abrir y cerrar la forma, quatro balas, dos cardos para cardar la lana de las balas, una moleta o molón para hacer la tinta, y una paleta para lo mismo, una caja para humo, una broça, una esponja, un maço para la prensa, quatro tablas para el papel, dos puntas15.

Todo este conjunto se lo debía pagar “después de acabada la impresión del libro que ahora se imprime que es el Exordio del orden Çistel16.

Figura 3. Escritura de compraventa de varios juegos de letras para la imprenta.
Archivo Municipal de Tudela. Protocolos notariales. Miguel de Urquizu (1606), fol. 28.

Pero faltaban las letrerías para componer las impresiones, así que el 26 de junio de 1606 acordaron su compra-venta por 976 reales. En dicha escritura (Figura 3) apreciamos el lote de letras que le vendía Altaraque:

La letra de atanasio quarenta y nuebe millares a quatro rreales y medio el millar suma dozientos y beynte rreales y medio y pesa con los quadrados trezientas y beynte y quatro libras y se añaden deziocho rreales que se dan más y la fundición de los quadrados hacen trenta y seis rreales. La parangona pesa çiento y una libra y media con el peticanon y gran canon a dos reales y medio. Y una libra de viñetas a real y quarto. Y el ciçero pequeño en quince reales. Y veinte y tres libras del petit canon a dos reales y medio. Y más las cajas en treinta y cinco reales con las galeras17.

En definitiva, el aprovisionamiento del monasterio fue bastante completo, tal y como se observa de los materiales que fueron adquiridos. Algo que no sorprende, pues desde el inicio de la imprenta las instituciones civiles y eclesiásticas favorecieron la instalación en sus territorios de talleres de imprenta otorgándoles beneficios y exenciones de impuestos. En ese contexto sobresalen algunos monasterios, ya que éstos no fueron ajenos a este proceso. Así, los datos obtenidos por Barrado18 o Castelló19, entre otros, nos permiten apreciar la labor de los monasterios como editores de libros y variados impresos de una hoja, e incluso, hay testimonios de conventos que fundían sus propias letras de imprenta para suministrarlas a los talleres de su ciudad20. Es decir, a lo largo de los siglos modernos el clero regular tuvo un contacto estrecho con el negocio del libro, en especial algunas órdenes, caso de los jesuitas21.

Este es un detalle llamativo (o a resaltar) porque usualmente nos encontramos a las órdenes religiosas en su faceta como clientes de las imprentas, ya que les solían encargar los documentos más habituales derivados de sus actividades, siempre conforme los iban necesitando. Esa dependencia que se fue gestando del arte tipográfico enlaza a la perfección con el fenómeno de los impresores oficiales durante el Siglo de Oro. Sabemos que hubo impresores del rey, de las ciudades, de los tribunales reales, del obispado, de la universidad, etc., y que gracias a esa condición cobraban un salario anual fijo, además de recibir los encargos oficiales para estampar ciertos productos editoriales. A esta moda también se unieron ciertos monasterios al ofrecer su título oficial a un determinado impresor para dotarle de exclusividad en los encargos a cambio de un salario y alojamiento. Así, por ejemplo, Cuñat Ciscar (2016: 278) reúne en un listado los impresores oficiales de monasterios y conventos que ha localizado, pero no debemos olvidarnos de que también podemos encontrar impresores que trabajaron en talleres de monasterios y conventos sin conseguir el título de impresores oficiales de dichos centros religiosos.

Está claro que ese interés por contar con avezados profesionales se debía, entre otras cosas, a la perentoria necesidad de publicar los textos que servían para el correcto funcionamiento de aquellas congregaciones y órdenes religiosas, aunque siempre podían encargar a un taller de imprenta la elaboración de documentos impresos, bien para utilizarlos en la gestión, bien para facilitar la comunicación de legislación de las autoridades tanto civiles como eclesiásticas. Entre estos últimos aparecerían las bulas e indulgencias, los capítulos de cada orden (con reglamentos y ordenanzas) y las actas de las congregaciones. No conviene olvidarnos tampoco de todos aquellos escritos judiciales que se llevaban a la imprenta para publicitar demandas y sentencias, caso de las alegaciones en derecho (popularmente conocidas como porcones). Un género editorial que fue exitoso por el papel que desempeñó “en la constitución de un mercado reputacional, que vertebraba las sociedades preindustriales” (Malaprade, 2022: 128).

En buena lógica, una vez trazado este panorama, cabe pensar que la instalación del arte de la imprenta en Fitero habría obedecido a las apremiantes necesidades editoriales que tenía el propio monasterio, pero sin olvidarnos del contexto del Císter en Navarra en aquella época22. A esto se uniría la tenacidad de su mencionado abad, ya que especialmente se preocupó de dotarse de la tecnología impresora en su afán por difundir las grandezas de su orden religiosa. Su interés personal por publicar sus obras jugó un importante papel, aunque es probable que no fuese lo único que motivó su decisión, sino que también deberíamos tener en cuenta la modernización que traía consigo la adquisición de una imprenta para el buen gobierno y la correcta administración de sus integrantes, sobre todo si lo amplificamos a escala del reino navarro.

Publicación del Exordia de fray Ignacio de Ibero

Ya hemos visto que Ibero estuvo detrás de la compra de la prensa y sus utillajes a mediados de 1606. Esto dotó al monasterio de Fitero de todo lo necesario para publicar textos impresos, caso del Exordia sacri Ordinis Cisterciensis23 de 1606, una edición que se puede considerar, según García Larragueta (1974: 178), “como el primer ejemplar navarro salido de una prensa propia de monasterio”. Dicha obra, ya citada por Pérez Goyena (1949, II: 26)24, fue la antesala de otras obras que se imprimieron después en otros monasterios navarros como Irache o La Oliva.

Figura 4. Exordia Sacri Ordinis Cisterciensis… (Fitero, 1606)
Biblioteca General de Navarra: FAG/21825

Sin embargo, esta publicación encierra ciertos secretos, puesto que, sin tratarse de una edición completamente sine notis, desconocemos el nombre de su impresor porque ese dato no consta en el pie de imprenta (Figura 4). A pesar de esto, se ha sugerido que pudo ser Matías Mares, ya que se piensa que éste se habría trasladado hasta Fitero. Tanto es así que Itúrbide Díaz (2015: 177) asevera: “con toda probabilidad es el impresor de Exordia sacri ordinis cisterciensis, que en 1606, según figura en la portada, se ha preparado Ex Typographia eiusdem Regii Fiteriensis Coenobii —en la imprenta del monasterio de Fitero—”.

Es posible que así fuese, pero tampoco hay datos que nos permitan afirmarlo con tal rotundidad, más bien al contrario, pues no tenemos noticia de su presencia en Fitero. En consecuencia, cabría la opción de que se tratase de otro impresor porque la tipografía y las capitulares xilográficas empleadas son las que fueron compradas a Altaraque, de ahí que nos resulte sumamente extraño que hiciesen venir desde Pamplona a Mares para ejercer como impresor. Debido a esto, nos inclinamos a pensar que pudo ser el primer trabajo de Liberós en Navarra. Se trata tan sólo de una suposición, ya que nos faltan más datos para corroborarla, pero es igual de viable (o más) pensar en esta opción. ¿En qué nos basamos? Dicha hipótesis procede elementalmente de los nuevos impresos recabados, los cuales nos muestran a Esteban Liberós trabajando para el monasterio fiterano, al menos, en 1607.

Figura 5. Exordia Sacri Ordinis Cisterciensis… (Pamplona, 1621)
Biblioteca General de Navarra: FAG/104026.

Cierto es que el primer libro conocido que se publicó en aquellas prensas fue el Exordia de 1606, una edición de la que Pérez Goyena (1949, II: 26) señalaba: “este ejemplar carece al principio de las aprobaciones, luego del séptimo libro, y al fin, del Espejo sacado de San Bernardo y del índice de capítulos. En las primeras páginas difiere algo de la impresión de 1621: pero desde la página 17 es enteramente lo mismo”. Resulta evidente que la edición de 162127 reutilizó prácticamente toda la edición de 1606, a la que cambió la portada (Figura 5), añadió tras ella unos paratextos legales (aprobación, licencia, tasa y privilegio) en la hoja [2r-2v], incorporó el libro séptimo (desde la página 253 hasta la 266), y, al final, después del texto, le agregaron una serie de índices y tablas en tres hojas. Esta diferenciación se advierte ya en la misma extensión de cada una de ellas28, lo cual también se refleja si repasamos con detenimiento la colación de signaturas; la primigenia muestra [ ]1, A-X6, mientras que la de 1621 sería [ ]2, A-Y6, Z2, †2. Esto hace que hasta la página 252 sea idéntica, pero en la última se añaden 14 páginas y 3 hojas (lo que equivaldría a 6 páginas).

Aun siendo coincidentes ambos textos, se trataría más bien de un rejuvenecimiento de edición al mostrar una nueva portada, así como esos preliminares de carácter legal y los índices finales, pero no podemos hablar de una edición diferente, puesto que tipográficamente hablando la composición textual de 1606 es reutilizada quince años después. Es cierto que sufrió una incuestionable ampliación y modernización con ese séptimo libro, lo que probablemente se debiese a que Ibero no tuvo preparada esta última parte en la editio princeps. Años después, y habiendo fallecido el abad en 1612, se anexó ese apéndice final que pudo elaborar antes de morir.

Esto nos llevaría a pensar que quizás fue el propio monasterio el que le habría facilitado a Nicolás de Asiáin esa adenda manuscrita junto a restos de la edición primigenia confeccionada en Fitero. No hay duda de que las incertezas que asolan esta cuestión se suman a las que hemos planteado antes, ya que desconocemos qué impresor estuvo detrás de la edición de 1606. ¿Pudo ser Esteban Liberós? Hasta el momento no tenemos datos para corroborarlo, como tampoco los hay para desechar esta opción. Desde luego, consideramos que hay más opciones de que fuese él y no Matías Mares. Cuando menos es probable que así fuese, aunque tendremos que esperar para ratificar (si es posible) nuestras sospechas.

Dos sumarios de indulgencias impresos en 1607

Señala Pizarro Carrasco (2000: 289) que a lo largo del siglo XVII hubo cerca de 60 talleres trabajando en Barcelona. Algunos de impresores tan señeros como Sebastián de Cormellas y Jaume Matevad, entre los cuales cita a Esteban Liberós, quien sabemos que fue un avezado tipógrafo que sobresalió principalmente por la publicación de numerosas relaciones de sucesos29. Sin embargo, poco o nada conocemos de él, pues el propio Delgado Casado (1996, I: 385-386) advertía que “apenas tenemos datos sobre el impresor Esteban Liberós, salvo la documentación de 1615, 1626 y 1627, que da a conocer González Sugrañes, referida al bautizo de sus hijos, y alguna más de 1622 y 1628 sobre la impresión de determinadas obras”. Lo cierto es que, si realizamos una búsqueda en los catálogos de diversas bibliotecas, parece que las primeras referencias en las que se registra su nombre en el pie de imprenta o en el colofón datan de 1612-1613, ya que lo encontramos asociado con Gabriel Graells entre 1614 y 1615 (Delgado Casado, 1996, I: 297), para después imprimir de forma individual hasta aproximadamente 163330.

Como podemos comprobar, tuvo una dilatada trayectoria, pero desconocíamos que hubiese estado ejerciendo como impresor en Navarra. En concreto en el monasterio de Fitero, a donde habría llegado en la segunda mitad de 1606, marchándose, casi con toda probabilidad, al año siguiente. Bien es cierto que se tienen noticias indirectas de la publicación de otras obras hasta 1610, por lo que también cabría plantear una estancia más prolongada. Asimismo, y pese a que consideramos que posiblemente fue el encargado de componer en las prensas del monasterio el Exordia del abad Ibero, esto no son más que simples conjeturas. Sin embargo, sí aparece mencionado en el pie de imprenta de dos impresos hallados en el Archivo General de Navarra.

Gracias a ambos documentos podemos reconstruir su efímero paso por este monasterio cisterciense. Concretamente se trata de dos sumarios de indulgencias (Figuras 6 y 8) concedidas por el papa Paulo V31 en Roma, en cuya parte inferior leemos el nombre del impresor en castellano (“Esteban Liberos”) y en latín (“Stephanus Liberos”), junto al lugar de publicación: “En el Monasterio Real de Santa María de Fitero” y “Typis Regii Fiteriensis Cœnobii” (Figuras 7 y 9). Nos encontramos, por tanto, ante dos nuevos testimonios bibliográficos que recientemente se han recogido en la tipobibliografía que se ha confeccionado sobre la imprenta en Navarra entre 1601 y 170032.

Figura 6. Summario de las indulgencias y gracias… (Fitero, 1607)
Archivo General de Navarra. Clero, Irache. Caja 33827, n.º 486.

Figura 7. Summario de las indulgencias y gracias… (Fitero, 1607)
Archivo General de Navarra. Clero, Irache. Caja 33827, n.º 486.

Figura 8. Motu proprio de N. SSmo P. el Papa Paulo V… (Fitero, 1607)
Archivo General de Navarra. Clero, Irache. Caja 33827, n.º 486.

Figura 9. Motu proprio de N. SSmo P. el Papa Paulo V… (Fitero, 1607)
Archivo General de Navarra. Clero, Irache. Caja 33827, n.º 486.

Estos sumarios de indulgencias, como se puede apreciar, son impresos de una hoja, englobados habitualmente dentro de los mal llamados “impresos menores”. A esto se podría unir su carácter efímero, ya que el hecho de que se trate de hojas sueltas, impresas por un lado (en el recto, por lo general), hace que la mayor parte hayan desaparecido. Como apuntaba Infantes (2006: 114), estamos ante materiales perecederos que han acabado en destinos muy variopintos, todos ellos innobles. De ahí que cuando nos topamos con alguno sea una grata sorpresa, y más cuando conseguimos reconstruir la historia editorial de una imprenta o de un impresor. Ambas cuestiones se ponen sobre la mesa con estos hallazgos, ya que dichos testimonios referencian dos nuevos impresos y el nombre de un tipógrafo que no estaba en la nómina de impresores que trabajaron en la Navarra del siglo XVII.

Sin embargo, es posible que aún podamos conocer muchos más casos a partir de las noticias recabadas de los legajos de archivo, puesto que, a falta de nuevos testimonios documentales, es de suponer que algunos miembros de la comunidad monástica participarían en las labores de la imprenta ubicada en sus instalaciones, aunque fuera para supervisar el trabajo de impresión. Así sucedería en otros casos, pues Cuñat Ciscar (2016: 273) señala los nombres de algunos frailes que trabajaron entre los siglos XVII y XVIII en las imprentas instaladas en determinados monasterios hispanos, algo que es normal y que debió ser usual, al menos en tareas menores, pero muchas veces carecemos de evidencias directas sobre sus labores.

No obstante, esta ausencia o limitación de referencias informativas no impide que hayamos contribuido, en la medida de nuestras posibilidades, a mejorar lo que se sabía sobre la imprenta asentada en Fitero, aunque es probable que en un futuro se produzcan nuevos aportes académicos que conseguirán ampliar lo expuesto en este trabajo. Valgan simplemente estos dos nuevos impresos fiteranos para actualizar y engrandecer también el rico patrimonio bibliográfico que fue generado en Navarra a lo largo de los siglos modernos.

A modo de epílogo

Durante el Antiguo Régimen los religiosos establecieron puntualmente imprentas en sus cenáculos para responder a unas necesidades informativas perentorias, donde los pleitos y los textos administrativo-religiosos para publicitar sus prerrogativas (y privilegios) fueron la tónica habitual. Esto explicaría que contasen con imprentas propias y que contratasen a avezados maestros tipográficos. Sin embargo, aún queda mucho por descubrir del trabajo de imprenta en algunos monasterios del siglo XVII. Es cierto que se van descubriendo datos y aparecen impresos que vienen a acrecentar nuestros conocimientos, pero probablemente en las próximas décadas podamos conformar un estudio de conjunto para estimar el alcance real que tuvo entre las distintas órdenes religiosas asentadas en los dominios de la Monarquía Hispánica.

En el caso navarro constatamos que el monasterio de Fitero tuvo una experiencia puntual, ya que no fue dilatada en el tiempo, tal y como sucedió en otras partes, pero intuimos que pudo ser de mayor calado que el volumen de impresos que se han conservado. Sin duda, los datos que presentamos aquí podrían ampliarse cuando se vayan descubriendo nuevas referencias impresas y analizando con mayor detalle la documentación manuscrita existente en los archivos desamortizados en el siglo XIX. Todo esto, en su conjunto, nos permitirá completar el panorama tipográfico de la Navarra del siglo XVII. Si bien es cierto que siempre nos quedará “la incógnita de las muchas muestras que tal vez no llegaremos nunca a conocer” (Infantes, 2006: 128).

A la espera de esos posibles avances, cabe pensar que este artículo ha proporcionado nuevos datos sobre la imprenta del monasterio de Fitero, pudiéndose así mostrar la estrecha vinculación de ciertas personalidades y las instituciones religiosas de la época con la cultura impresa. Como se ha evidenciado, los cistercienses se aprovecharon de los usos que podían darle a contar con una prensa propia en sus instalaciones, ya que era un recurso que les permitía agilizar la difusión de mandatos, acuerdos, indulgencias o textos jurídicos. Es decir, no sólo les ayudaba al buen gobierno de sus miembros, sino que también les auxiliaba en sus relaciones con la administración civil. No obstante, la llegada de la imprenta a Fitero puede que tuviese inicialmente otro objetivo, que no era otro que dar a conocer las grandezas de la orden del Císter de la mano de su abad.

Siendo probable esta hipótesis, consideramos que los dos impresos hallados muestran que la imprenta del monasterio fue utilizada para estampar más textos de los que se conocían hasta la fecha. En consecuencia, emplearon la prensa adquirida no sólo como un elemento de propaganda, sino que también la utilizaron para componer textos que respondiesen a sus necesidades organizativas. Para ello contrataron a un joven impresor que hasta la fecha no había sido rastreado en tierras navarras, puesto que no había noticias sobre su presencia en Fitero, si bien es cierto que todavía quedan algunos interrogantes a los que dar respuesta sobre la figura de Esteban Liberós y su labor editora en Navarra. Cabe suponer que pudo componer numerosos impresos durante su breve estancia, por lo que es factible que se localicen nuevos testimonios bibliográficos que complementen el panorama aquí esbozado.

Sea como fuere, en pleno Siglo de Oro, no hay duda del triunfo de lo impreso sobre lo manuscrito con la consiguiente impregnación de todas las esferas de la vida, ya fuese ésta civil o religiosa. En aquel contexto, y cada vez con mayor predicamento, la imprenta fue ganando adeptos y espacios, no ya en la esfera pública, sino incluso en la privada, caso de los interiores de monasterios y conventos. Su éxito radicaba en reproducir con celeridad (y también en abundancia) aquellos textos que precisaban para sus intereses, es decir, la motivación de servirse del arte tipográfico estuvo íntimamente relacionada con la necesidad de dar respuesta a los fines de publicidad, control y promoción de los agentes político-culturales dominantes durante la Edad Moderna33, no tanto a la mera difusión del conocimiento. Esto explicaría, por ejemplo, el uso y la explotación premeditada que hicieron de las prensas las diversas órdenes religiosas en toda la Europa occidental desde finales del siglo XV.

Notas

1. Esta publicación forma parte del proyecto de I+D+i Biblioteca Digital Siglo de Oro 6 (BIDISO 6), referencia PID2019-105673GB-I00, financiado por MCIN/AEI/10.13039/501100011033. Asimismo, este proyecto se integra en el grupo de investigación HISPANIA (G000208) de la Universidade da Coruña, que ha conseguido una ayuda de consolidación de la Xunta de Galicia (ref. ED431B 2022/41)

2. Podría hacerse una estimación en torno a los 960 impresos salidos de las imprentas del reino en toda la centuria. Este cálculo se ha realizado teniendo en cuenta las referencias válidas aportadas por Pérez Goyena, con 680, a las que se sumarían los 279 registros reunidos recientemente en la tipobibliografía publicada. Véase Ruiz Astiz, 2024.

3. A través de los convenios y contratos de edición se puede constatar su celo por conseguir obras pulcras, así como su influencia sobre los impresores. Esto ha sido abordado por Ruiz Astiz, 2017: 401-420.

4. Entre finales de 1929 y los primeros meses de 1930 la Diputación Foral remitió al Archivo General de Navarra la documentación procedente de las desamortizaciones del siglo XIX. Para su correcta remisión se realizó un inventario —en tres volúmenes— de los más de 10.000 documentos existentes. Este inventario sigue siendo el único instrumento de control en dicho centro archivístico. Uno de los problemas de este documento, es que en contadas ocasiones se recogen expresiones como “contiene impresos”, “memoriales impresos” o “bulas impresas”. Tal situación nos ha obligado a una consulta pormenorizada para hacerse una idea de los diversos materiales impresos que se hallan en este fondo documental.

5. Se encuentra en el sudoeste de la actual Comunidad Foral de Navarra, en una zona limítrofe con La Rioja.

6. Este auge se aprecia por el importante volumen documental que atesoró este monasterio fruto de su posición dentro de la orden cisterciense, lo que motivó un temprano interés por su archivo. Consúltese Ostolaza Elizondo, Panizo Santos y Monterde Albiac, 2010: 60-61.

7. No se trata del único escritor del Císter que elaboró obras sobre Historia eclesiástica, pues en Fitero también están José Almonacid, Nicolás Bravo, Juan Caramuel, Crisóstomo Enríquez o Rafael Sarmiento. Para profundizar sobre esta cuestión puede verse Ostolaza Elizondo, 2018: 119.

8. Entre otras obras, en 1608 se encargó de expurgar el libro de fray Diego de Estella Enarratio in Evangelium secundum Lucam (Salamanca, Juan de Cánova, 1575). Asimismo, por orden de Bernardo de Rojas y Sandoval, arzobispo de Toledo e inquisidor general, empezó a elaborar el índice de libros prohibidos, el cual terminaría, después, Juan de Pineda. Esto ya lo apuntó Goñi Gaztambide, 1965: 319.

9. Esto fue mencionado por Sánchez, 1914, II: X.

10. Concretamente en la página 1 de esta obra, lo cual, en buena lógica, se repite en la parte de la edición que se actualizó en 1621 en el taller de Nicolás de Asiáin al reaprovechar restos de la originaria.

11. Aparece recogida en la entrada n.º 266, aunque no aportó referencia alguna a ningún archivo o biblioteca de donde procediese, por lo que no la habría consultado de visu. Podría tratarse, sin duda, de una edición fantasma. Véase Pérez Goyena, 1949, II: 71-72.

12. Imaginamos que se refería a una segunda edición, aunque no lo podemos corroborar. No obstante, vendría a ser más bien una segunda parte de la primera publicada cuatro años antes. Ahora bien, varios bibliógrafos locales han planteado que en Fitero se estamparon más textos, por lo menos hasta 1610, pero nada sabemos acerca de su posible impresor.

13. AHN, Códices 371 B. Lo cita Cruz Herranz, 2010: 135.

14. Estas escrituras de compra-venta de 1606 son mencionadas en Fernández Gracia, 2007: 260-261, Itúrbide Díaz, 2015: 177, y Ostolaza Elizondo, 2013: 202. No obstante, tan sólo Fuentes Pascual, 1945: 291, transcribió parte de estas escrituras, no en su totalidad, pues decía que no figuraba la prensa, indicando que “hay que suponer que la tenía comprada el monasterio, porque a raíz de este pacto y antes de finalizar el año sale a luz un libro titulado Exordia sacri Ordinis Cisterciensis”.

15. AMT. Protocolos notariales. Miguel de Urquizu (1606), fol. 34.

16. AMT. Protocolos notariales. Miguel de Urquizu (1606), fol. 34.

17. AMT. Protocolos notariales. Miguel de Urquizu (1606), fol. 28.

18. Así, por ejemplo, tenemos el interesante estudio de Barrado, quien nos muestra la obtención del privilegio de impresión de las bulas de cruzada (y otras muchas diferentes) por parte del convento toledano de San Pedro Mártir. Su imprenta se instaló en 1483 y prolongó su actividad hasta principios del siglo XIX. Véase Barrado, 1986: 203.

19. Muy interesante resulta el repaso que efectúa Castelló sobre el clero regular y su participación en el negocio del libro durante el siglo XVIII, bien con el arrendamiento de molinos papeleros, bien con la posesión de imprentas en sus conventos y monasterios. Puede consultarse Castelló Mora, 2009: 352-356.

20. Sucedió así en Barcelona entre principios del siglo XVIII y mediados del XIX, puesto que los carmelitas del convento de San José se convirtieron en el principal proveedor de tipos a los impresores locales. Esto se recoge en Corbeto López, 2009: 497, y también en Arnall, 1978: 51-52. A su vez, para ampliar información sobre los inicios del taller de fundición de este convento barcelonés se puede consultar Moll, 2008.

21. La Compañía de Jesús sobresalió en tierras españolas por su íntima relación con lo impreso para propagar así su ideario religioso, al igual que hizo en amplias zonas de América. Para profundizar sobre sus motivaciones, recomiendo algún estudio de caso, como el de Rodríguez Regueras, 1998; mientras que para una visión más general sugiero la lectura de Bartolomé Martínez, 1988, y de García Aguilar, 2014.

22. Fitero era probablemente el más importante, pese a que había otros monasterios cistercienses en suelo navarro, así cabe referirse a La Oliva, Iranzu, Leire, Tulebras o Marcilla.

23. Ya fue mencionada por Arigita Lasa, 1901: 73. También es recogida en Castro Álava, 1933: XV.

24. Concretamente en la entrada n.º 230.

25. Accesible a través de BINADI: https://binadi.navarra.es/opac/ficha.php?informatico=00007649php?informatico=00007649

26. Accesible a través de BINADI: https://binadi.navarra.es/opac/ficha.php?informatico=00025434

27. Pérez Goyena (1949, II: 177-178) recoge esta edición en la entrada n.º 354. De ella el bibliógrafo navarro apuntó a mediados del siglo pasado que contenía un prólogo y siete libros.

28. Pese a que no afecta a su extensión, nos encontramos con algunas variaciones de composición, tal y como sucede en la página 16. En ella advertimos el mismo texto, pero el uso y la disposición de las capitulares difiere, así como el de los tipos en cursiva, algo que afecta a la secuencia inicial de líneas en los dos últimos párrafos. De este modo, mientras en la edición de 1606 aparece una capitular xilográfica “A” en dicha página, en la de 1621 consta una capitular “I”. Esta última se emplea en ambas ediciones en la página 92, lo que nos lleva a pensar si no estaríamos ante un estado de edición por recomposición de la página 16, pues el texto es coincidente, salvo ligeras correcciones del latín, y acaba en la misma palabra y anuncia la siguiente a modo de reclamo. Quizás estemos ante una enmienda de su autor en la prensa y la posterior reconfiguración de la mencionada página.

29. Así lo indican en su trabajo Díaz Noci, Espejo Cala y Baena, 2018: 79.

30. Tras su fallecimiento, como recoge Xevi Camprubí (Camprubí, 2015: 232), su viuda se quedó al frente del negocio, aunque contrajo segundas nupcias enseguida con Gabriel Nogués.

31. El papa Paulo V sucedió a León XI tras su nombramiento el 16 de mayo de 1605.

32. Véanse las entradas n.º 12 y 13 en Ruiz Astiz, 2024.

33. Sobre los diversos usos dados a la imprenta por las autoridades civiles y religiosas, entre otras, recomiendo la lectura de la obra de Briggs y Burke, 2002.

Referencias bibliográficas

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