ARTÍCULOS

El plan que supimos conseguir. Los primeros años de la Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el servicio de Museos de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Buenos Aires (1922 – 1927)

The curriculum we were able to achieve. The first years of the “Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el servicio de Museos” of the Facultad de Filosofía y Letras of the Universidad de Buenos Aires (1922 – 1927)

Leonardo Silber
Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Departamento de Bibliotecología y Ciencia de la Información, Argentina | https://orcid.org/0000-0003-1038-1567

Recepción: 18 Febrero 2021

Aprobación: 04 Mayo 2021


Resumen: Con el objetivo de entender la fundación en 1922 de la Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el servicio de Museos de la Universidad de Buenos Aires durante el decanato de Ricardo Rojas, se realiza un estudio exploratorio de su primer plan de estudios (1923-1927). Los datos se obtienen a partir de los programas de la Facultad y literatura crítica. Los resultados obtenidos permiten conocer el contexto detrás de la construcción de dicha Escuela, las razones para no imitar el plan de Estados Unidos o Francia, y las críticas que tuvo por parte del campo bibliotecario. Se concluye con una reflexión acerca de la necesidad de continuar estudiando el periodo en cuestión.

Palabras clave: Bibliotecología, Historia, 1922, Plan de estudio, Universidad de Buenos Aires, Rojas, Ricardo.

Abstract: To understand the foundation in 1922 of the Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el servicio de Museos of the Universidad de Buenos Aires during the tenure of Ricardo Rojas, an exploratory analysis of its first study plan (1923-1927) is carried out. The data was obtained from the School’s programs and critical literature. The results obtained allow us to know the context behind the School’s foundation, the reasons for not imitating the plans of the United State of America or France, and the critics made by the library field. This analysis concludes with a reflection on the need to continue studying this period.

Keywords: Library Science, History, Rojas, Ricardo, 1922, Study plan, Universidad de Buenos Aires.



1. Introducción

A las puertas de los cien años de la actual carrera de Bibliotecología y Ciencia de la Información de la Universidad de Buenos Aires (UBA), el pasado se nos vuelve presente a la hora de pensar qué plan de estudios necesita una disciplina para formar profesionales idóneos. En ese sentido, nuestra Escuela vio pasar varios planes, pero poco se discutió acerca del primero.

El presente trabajo tiene como finalidad entender la fundación en 1922 de la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios en la Facultad de Filosofía y Letras de la UBA durante el decanato de Ricardo Rojas con el fin de configurar el plan de estudios en relación sincrónica y diacrónica con otros de su tipo1.

Los antecedentes bibliográficos respecto de este tema particular, pero también de las cuestiones históricas en general de la disciplina, expresan una limitada variedad que los especialistas de la profesión han señalado en varias situaciones (Coria, 2014; Parada, 1997; Romanos de Tiratel, 2010; Segui y Miñarro Yanini, 1999).

Se encuentra, sin embargo, con antecedentes que permiten vincular el conocimiento que se tenía sobre las bibliotecas en el siglo XIX. De un lado, la tesis doctoral de Alejandro E. Parada (2009) acerca la fundación de la Biblioteca Pública de Buenos Aires: la primera en ser pensada bajo la gestión de un gobierno para el uso del pueblo. Por otro lado, se encuentra el trabajo de Javier Planas (2015) acerca del desarrollo de las Bibliotecas Populares entre 1870 y 1890 donde se puede examinar la finalidad educativa de las mismas hacia una población necesitada de ser alfabetizada, por parte de un sector social portador de cierto grado de capital cultural. Esto último es relevante ya que desembocó, junto a otros sectores, en la conformación del campo bibliotecario hacia 1910, responsables de la organización de los Congresos de Bibliotecarios que, entre otros temas, pensaron la creación de las Escuelas de formación profesional (Planas, 2019; Sarmiento, 1930). En lo que compete al periodo de este artículo, se hallan dos trabajos que hacen a la historia de la enseñanza bibliotecológica. Por un lado, la investigación de J. Frédéric Finó y Luis A. Hourcade que sistematizaron el mundo de las bibliotecas desde la colonia pasando por la enseñanza de la profesión (1952: 288), pero sin indagar en profundidad sobre la fundación de la Escuela en cuestión. En cambio, la obra que analiza la mayor parte del período histórico aquí tratado es el trabajo de Stella Maris Fernández (1996) que, focalizado entre 1922 y 1992, es una historia institucional en base a la periodización de sus distintos planes de estudio con un mayor énfasis en los periodos 1944-1952 y 1955-1970. Si bien sobresale por su aporte histórico y por los datos que sistematiza, la obra languidece a la hora de contextualizar y problematizar a la carrera dentro del derrotero institucional de la Facultad. Respecto a la selección temporal delimitada en este artículo, la autora le asigna un reducido análisis: focaliza la atención en el proyecto de creación de la Escuela, las ambigüedades halladas en su redacción, quienes intervinieron en su conformación y las materias que comprendían dicho plan para una carrera que no tuvo egresados hasta 1940.

A partir de las consideraciones anteriores, surgieron las interrogantes: ¿cuán influyente fue en su creación el contexto de cambio que se vivía al interior de la Facultad? ¿existieron asignaturas en la Facultad que podrían haber aportado en dicha formación? ¿qué tipo de bibliotecarios proyectaban formar sus creadores?

El presente trabajo exploratorio busca, a través del método histórico, arrojar respuestas sobre estas preguntas con vistas a entender esa época poco estudiada, que merece ser tratada por ser el basamento de la carrera actual. Para ello, se realizaron dos acciones. Por un lado, se tomó el plan de estudios analizado por Fernández (1996) junto a los programas de las asignaturas (Moreno, 1924) y se los relacionó con un contexto general institucional y político (Buchbinder, 1997), y por el otro lado se los comparó con otros proyectos análogos a la misma época. La decisión de hacer el corte temporal en 1927 responde al ser el año en que se inició un nuevo plan que, si bien arrastró características que se verán a continuación, tuvo atributos inherentes que merecen su análisis detenido en futuros trabajos. Cabe destacar que la falta de investigaciones respecto del periodo seleccionado obliga a proceder por aproximaciones, con vistas a futuras indagaciones que contribuyan a enriquecer la comprensión histórica de dicha Escuela. En ese sentido, el recorte del objeto se realiza a expensas de las orientaciones archivísticas y museológicas, al ser la rama bibliotecaria la más tratada por la bibliografía.

Acta de fundación de la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios. Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, Sesión ordinaria No. 285 del 2 de mayo 1922, p. 259-260
Figura 1 y 2.
Acta de fundación de la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios. Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, Sesión ordinaria No. 285 del 2 de mayo 1922, p. 259-260


El recorrido de este trabajo se origina con el abordaje de los Congresos de Bibliotecarios organizados en Buenos Aires por bibliófilos e historiadores con vistas a reclamar la constitución de Escuelas de formación profesional en dicha ciudad. Luego, se realiza una descripción en torno al contexto de la Facultad y el primer plan de la carrera de Bibliotecarios. Se finaliza con una conclusión que recapitula lo observado en el análisis.

2. La sociedad porteña en vísperas de los años 20

Es conocido por todos que la imagen de la Argentina a fines del siglo XIX era proyectada como de avanzada de cara al mundo (Botana, 2012). Para la población inmigrante esta visión no era ajena, y se la puede ver representada en la famosa obra teatral M’hijo el dotor de 1903.

Así pues, la expansión socio-económica de 1895-1912 y el emerger de una sociedad abierta al talento posibilitó el paso a un mundo de masas que lentamente va a transformar al país al calor del desarrollo de la edición, la ciencia y la cultura (De Diego, 2014), destacando dentro de las bibliotecas las de tipo científicas y obreras (Menéndez Navarro et al., 2002; Sik, 2018).

Alejandro Parada (2009: 64–65) periodiza este momento en clave bibliotecaria como de tipo “preprofesional” (1893-1937), protagonizado por las iniciativas no sistemática y pragmáticas de individuos que comenzaron a reflexionar acerca de la organización de bibliotecas. Esto vino acompañado de proyectos educativos tales como el de Luis R. Fors en la Biblioteca Pública de La Plata en 1904 (Fernández, 2005), los cursos de verano para maestra/os organizados por Federico Birabén y Pablo Pizzurno en 1909-1910 (Sabor Riera, 1974-1975; Suárez, 1980) y la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios en la Facultad de Filosofía y Letras (FFyL) de la UBA en 1922 (Buchbinder, 1997: 115). Fue así como la expansión del sistema de instrucción pública fue uno de los rasgos del período y en ese sentido la biblioteca actuaba como un instrumento educador por excelencia hacia toda la ciudadanía.

La nueva sociedad requería de estas bibliotecas capaces de contribuir en la construcción de la cultura nacional y, para ello, se presentaban un conjunto de problemas a resolver: quién podía encargarse de ellas, qué nivel educativo debía tener el personal y cómo debían organizarse las unidades de información. Estas incógnitas fueron discutidas en los Congresos de Bibliotecarios Argentinos que se realizaron en Buenos Aires entre 1908 y 1927 (Sarmiento, 1930), cuyos protagonistas (bibliófilos e historiadores) tenían bibliotecas a su cargo.

Nicanor Sarmiento, director de la Universidad Popular de Buenos Aires, se encargó de convocar al primer Congreso en 1908, el cual contó con el apoyo del poder público con la finalidad del restablecimiento de la ley de Protección de Bibliotecas Populares, así como también de crear una institución que fomentara la creación de bibliotecas en el país: la Asociación Nacional de Bibliotecarios. Las fuentes destacan entre los integrantes del Primer Congreso a personalidades de la política y la cultura nacional: Joaquín V. González como presidente; y Ernesto Quesada, Pablo Pizzurno, Nicanor Sarmiento entre sus vicepresidentes. Asimismo, dicha reunión contó con delegados de varias bibliotecas del país de tipo científicas, populares, escolares y obreras. En ella destacaron nombres como Federico Birabén, José Ingenieros, Alfredo Palacios, Ernesto Nelson y muchos más (Sarmiento, 1930: 86-81). Esto muestra la confluencia de las personalidades de mayor renombre del mundo de la política, la cultura y las bibliotecas para comenzar a pensar de qué manera organizar y fomentar a las bibliotecas en pos de la educación patriótica de la población a través del libro, tarea que se materializó de manera activa y que continuó a partir de los siguientes congresos.

Con respecto al anhelo por la creación de Escuelas de formación de profesionales idóneos, el Segundo Congreso de 1910 apuntó a crear bibliotecarios auxiliares a partir de las/os maestras/os. Se pensaba que un profesional competente debía tener cultura general para poder llevar a cabo su misión social de educar en el amor al libro (Sarmiento, 1930: 112-114). De manera conjunta, recomendaban la creación de estudios especiales en las Facultades de Filosofía y Letras de la Nación .para formar personal competente que haya de tener a su cargo en el futuro los archivos, bibliotecas y museos nacionales. (Sarmiento, 1930: 116). La relevancia de la cita es destacable, pues pareciera que se proponían conformar dos tipos de bibliotecarios: uno auxiliar ocupado por las/os maestras/os para las bibliotecas escolares y populares y otro profesional, es decir, aquellos recibidos en la FFyL.

El fin de la década del diez encontró al país en un escenario diferente al de los últimos treinta años: en lo económico se manifestaba un espacio mundial achicado para vender las mercancías agropecuarias producto de su pérdida de competitividad; en el plano científico la guerra mundial cuestionaba en forma rotunda al positivismo como corriente filosófica predominante; y en el plano político la ley de sufragio universal, secreto y obligatorio de 1912 antecedió al fin del Régimen Conservador en 1916 con la victoria en elecciones de Hipólito Yrigoyen. Más tarde, se le sumarían en 1918 los acontecimientos de la Reforma Universitaria (Buchbinder, 2019), cuyo énfasis en la investigación, el cogobierno tripartito, la libertad de cátedra y el reemplazo de docentes por la nueva (y primera) generación de graduados, abrió las puertas a los años veinte, marcados por el ascenso de una clase media en expansión. Entonces, desde aquella sociabilidad de notables reunidas en los Congresos de Bibliotecarios ahora es visible una nueva comunidad letrada, protagonizada por hijos e hijas de inmigrantes que contaban con nuevos accesos a un mundo cada vez más abierto al progreso. Los pedidos para crear la Escuela ya no se podían diferir, tal como se observa en los reclamos en julio de 1922 en el Primer Congreso de Archiveros y Bibliotecarios (organizado por la Asociación Nacional de Bibliotecarios) y, además, la necesidad de fundar varias de estas entidades (Sarmiento, 1930: 132).

3. El primer plan de estudios (1922-1927)

A principios de los años veinte, la Reforma Universitaria impactó en la UBA a través de la modificación de su estatuto que permitió el cogobierno de la Universidad, la reacción antipositivista y la configuración de una identidad política de los estudiantes de la mano de sus publicaciones periódicas (Bustelo, 2015). En el caso de la FFyL se produjo la renovación del plantel docente, la modificación de los planes de estudio en 1920 (pero manteniendo la formación enciclopédica y con énfasis en lenguas grecolatinas) y la creación de nuevos institutos de investigación con vistas a la organización y publicación de fuentes documentales (Buchbinder, 1997: 99). Todo esto representaba un parteaguas respecto a la época anterior signada por el positivismo en la ciencia y la vinculación de los docentes con el poder político gracias a su origen patricio de familia. No obstante, ser estudiante universitario aún implicaba pertenecer a la elite. En palabras de Pablo Buchbinder:

Se trataba de un sector extremadamente reducido de la sociedad, aun cuando no todos eran ricos. En tiempo de la Reforma había algo más de 10 mil estudiantes universitarios sobre una población de un poco más de 8 millones de habitantes (2019: 104).

Los estudios en la FFyL en esta época se dividían en tres secciones: Filosofía, Letras e Historia, y tras cuatro años de estudio del profesorado respectivo (en donde se cursaban materias comunes entre sí, con un primer año común para todos) se podía aspirar al título de “Doctor en Filosofía y Letras” sin posibilidad de especializarse en una sección, para de ese modo “afirmar la unidad de la cultura humanística que lo inspiraba” (Buchbinder, 1997: 114).

Uno de los reformistas más importantes en este periodo fue el decano Ricardo Rojas quien ya desde su obra La Restauración Nacionalista (2010 [1909]) aspiró a formar el patriotismo en la sociedad por medio de una escuela de Historia que contara con el auxilio de bibliotecas, archivos y museos. En su libro argumenta, tras su visita por diversas universidades europeas como Oxford, Glasgow y Cambridge en Reino Unido; Berlín y Bonn en Alemania; Salamanca (y en especial de su biblioteca) en España; y la École Nationale des Chartes en Francia, entre otras, cómo observó que esta última formaba archivistas y bibliotecarios para auxiliar en las investigaciones de los historiadores (2010 [1909]: 141). Dicho plan de estudio comprendía un alcance enciclopédico con las siguientes asignaturas: Historia, Arqueología, Archivística, Filología, Bibliografía y clasificación de bibliotecas. Este programa era central para el plan de estudios de Ricardo Rojas (2010 [1909]: 141, 209, 269). Al mismo tiempo, menciona que sirvió también de modelo para esta iniciativa el proyecto que presentara, en 1908, el diputado Ponciano Vivanco para fundar en nuestro país una Escuela de Archivistas y Bibliotecarios “con el fin de salvar del desastre las bibliotecas y archivos” (Rojas, 2010 [1909]: 258; Finó y Hourcade, 1952: 285). El caso francés fue sin dudas relevante ya que también sirvió de base para el proyecto de Escuela creado por Luis Fors en La Plata (Fors, 1904: 134).

En abril de 1922 Ricardo Rojas elevó un proyecto al Consejo Directivo para formar profesionales idóneos. No estaba solo, sino que contaba con los historiadores Rómulo Carbia y Emilio Ravignani en la Biblioteca Central y el Instituto de Investigaciones Históricas, respectivamente y, por último, Salvador Debenedetti en el Museo Etnográfico quien sin razón alguna no es mencionado en el Acta a la hora de la aprobación (Fernández, 1996: 366). Los historiadores mencionados integraban la novedosa (pero tardía para el mundo) Nueva Escuela Histórica, famosa por hacer crítica de los documentos oficiales. Su rol como sistematizadores de fuentes clave para estudiar la Historia nacional hacía que la fundación de la carrera de archiveros y bibliotecarios fuera una necesidad impostergable. Hay que tener en cuenta, no obstante, que a nivel internacional la ciencia en general atravesaba una época de fuertes cambios representada por la crisis del positivismo en reemplazo de la interdisciplinariedad en las ciencias, junto a proyectos como los de Paul Otlet y Henri La Fontaine, iniciado años atrás, de alcanzar el Repertorio Bibliográfico Universal por medio de la cooperación entre países (Romanos de Tiratel, 2008). Tras ser aprobado por la comisión de Enseñanza, el 2 de mayo de 1922, se declara en el Consejo Directivo de la Facultad la creación de la Escuela de Archiveros y Bibliotecarios bajo la dirección del Decano (Fernández, 1996: 455). Al año siguiente, el 28 de abril de 1923, el Consejo aprueba el primer plan de estudio ahora con el nombre de Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el Servicio de Museos, el cual estuvo integrado por las siguientes asignaturas:

Cuadro 1.
Signaturas del primer plan de estudios (28 de abril de 1923)
PRIMER AÑO
Asignatura Docente
Introducción a los estudios filosóficos Coriolano Alberini
Historia Universal Clemente Ricci
Introducción a los estudios literarios Carmelo M. Bonet
Latín I Kurt Schüler
Griego I Rómulo E. Martini
SEGUNDO AÑO
Asignatura Docente
Historia de la Filosofía Jacinto Cuccaro
Un curso de literatura europea (a elección):
A) de la Europa meridional: Alfonso Corti
B) de la Europa septentrional Mauricio Nirenstein
Un curso de Curso de Literatura (a elegir):
A) Literatura castellana Mauricio Nirenstein
B) Literatura argentina Ricardo Rojas
Latín II Juan Chiabra
Griego II Francisco Capello
TERCER AÑO
Asignatura Docente
Práctica profesional en la biblioteca de la Facultad Rómulo Carbia
Elaboración propia en base a Fernández (1996: 367); Moreno (1924: 42-43, 50-59, 64, 71-77, 82-86, 89-90); Buchbinder (1997: 128)

Como se observa, el plan estaba compuesto por asignaturas de otras carreras, con fuerte carácter enciclopédico y humanista. Frente a las limitaciones que el plan presentaba, el Decano sostuvo que no se aplicó uno extranjero debido a que lo impedía la falta de recursos de la Universidad (Fernández, 1996: 367). ¿Qué planes alternativos existían en la época? Por un lado, desde 1887 existía en la Universidad de Columbia (Manhattan, Estados Unidos) una Escuela con un plan de estudios focalizado en procesos técnicos; mientras que en el caso francés, la École Nationale des Chartes si bien formaba bibliotecarios y archivistas, como ya se ha mencionado, solo enseñaba bibliografía y clasificación, y no temas de catalogación o servicios de referencia.

Plan de estudios. Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, Sesión ordinaria, Acta No. 297 del 28 de abril de 1923. p. 300-301.
Figura 3 y 4:
Plan de estudios. Consejo Directivo de la Facultad de Filosofía y Letras, Sesión ordinaria, Acta No. 297 del 28 de abril de 1923. p. 300-301.


Es habitual la pregunta de por qué no se aplicó el plan de Columbia, así como también es común escuchar como respuesta que la Argentina se alineaba con la corriente humanista y erudita de Europa continental, cuya “capital bibliotecológica” era París. Si bien la importancia que tenía en el país la clasificación de Brunet reflejaba esa influencia, cabe destacar que en la época se discutía en Francia el rol que debían cumplir los bibliotecarios: si romper con la tradición erudita que privilegiaba brindar los libros para unos pocos, a cambio de fomentar el uso público de las bibliotecas (Chartier y Hébrard, 1995). En la FFyL dicha discusión estaba lejos de suceder, pues Rojas tuvo la oportunidad de apostar por el rol auxiliar de los archivos, bibliotecas y museos en un contexto atravesado por el repensar de la nacionalidad, como bien lo expresa la apertura en paralelo de los respectivos Institutos de Literatura y Filología (Fernández, 1996: 366). En ese sentido, se puede pensar que un plan de estudios en este momento no podía ser una reproducción de modelos extranjeros.

Después del primer año común al resto de las carreras, además de los dos niveles respectivos de latín y griego, el segundo año abarcaba una asignatura de Filosofía y dos materias a elección de la sección de Letras además de la práctica profesional en el tercer año. A partir de la lectura de los temas indicados en el programa de 1924 (Moreno, 1924) se infiere que, con excepción de la práctica profesional, la totalidad de las materias únicamente brindaban un conocimiento de tipo cultural donde las introductorias aportaban un panorama global para continuar en el segundo año con el estudio de diversas literaturas o el desarrollo del pensamiento filosófico. Al conocimiento literario-filosófico que se brindaba, se debe sumar la enseñanza dictada en la práctica profesional en materia de bibliografía, biblioteconomía y legislación nacional (Fernández, 1996: 396). Se observa que un estudiante de bibliotecario requería en sus primeros dos años de otros aprendizajes: clasificación del conocimiento humano, catalogación e historia de la imprenta. Estos temas estaban ausentes en el resto de las materias brindadas por la Facultad en 1924 así como tampoco se encontraban en otras asignaturas temáticas afines que pudieran contribuir en la orientación en esta época.

Este plan de estudios de FFyL no tardó en encontrar críticas por parte de los bibliotecarios con mayor prestigio de la época, es decir, los ubicados en el campo bibliotecario (Planas, 2019). Estas personalidades promovían su técnica particular para organizar las bibliotecas: nos referimos a Groussac, Birabén, Túmburus, Amaral, Cónsole, Selva, Buonocore, entre otros. Estos destacaban por su reflexión en torno a la organización de las bibliotecas y habían participado en los Congresos ya mencionados; no obstante, se encontraban por fuera de la única Escuela oficial de bibliotecarios, lo que los motivó a proponer sus propios programas de estudio, pero sin tanto éxito hasta el caso de Manuel Selva en la Escuela de Museo Social en 1937. Siguiendo la teoría de campos de Bourdieu (2002), se estaba en presencia de un campo bibliotecario donde los agentes competían por obtener el reconocimiento de sus pares en vistas a ganar legitimidad, sin haber un ganador claro.

Entre los críticos al plan de estudios se encuentra el director de la Biblioteca Nacional Paul Groussac, quien opinaba que:

… de poco estímulo puede ser para los estudiantes la creación de una carrera a fin de la cual los cargos no se darán a los diplomados sino a los que tengan mejor recomendación (citado en Parada, 1997: 50).

Años más adelante, entre los años treinta y cincuenta, los planteos continuaron con bibliotecarios de la talla de Alfredo Cónsole (1931: 7), Manuel Selva (1944: 20) y, en especial, de J. Frédéric Finó y Luis A. Hourcade (1952). Ambos condensaron a la perfección la crítica compartida por muchos: el poco reconocimiento social y el bajo salario que se obtenía por una carrera teóricamente vasta y con una práctica profesional dirigida por una sola persona muy atareada y que no era bibliotecaria (1952: 288). Los alumnos por lo general eran personas mayores, mientras que los jóvenes en gran medida maestras y maestros (Buchbinder, 1997: 108) que, una vez que aprobaban los idiomas clásicos, desistían de continuar y optaban en cambio por recibirse con un título más valorizado como el de profesor y luego por el de Doctor en Filosofía y Letras (Finó y Hourcade, 1952: 289). Esto dio como resultado que para 1931 no hubiese ningún graduado (Cónsole, 1931: 27).

4. Conclusión

La construcción de la Escuela en FFyL fue producto de un largo planteo de bibliófilos e historiadores que propugnaban por la creación de profesionales competentes para impulsar el libro y la lectura en una ciudadanía en formación. A lo largo del trabajo se ha rastreado el contexto que explica la creación de la Escuela en la FFyL influenciada por la Reforma Universitaria y el repensar de la nacionalidad que impulsaba el proyecto de Ricardo Rojas. No obstante, quizás la sola recomendación de su fundación sin una propuesta concreta (en clave de “bibliotecarios para qué”) haya sido un desaprovechamiento de la situación, pues la FFyL no se proyectó hacia la sociedad sino pensando en sus tres Secciones: Filosofía, Letras e Historia. Sin duda, el plan de estudios no fue el único existente en el mundo. Ya se trate del caso norteamericano o francés, en el país había profesionales que promovían “su” técnica particular como “la” manera de organizar bibliotecas: nos referimos a Groussac, Birabén, Túmburus, Amaral, Cónsole, Selva, Buonocore, entre otros. Sin dudas, el plan de 1923 muestra que el tipo de graduado al que se apuntaba formar no estaba pensado para ser una alternativa a lo ya existente: las bibliotecas universitarias eran espacios donde predominaba la cultura erudita y no, como postulan para el caso francés Chartier y Hébrard (1995), “un técnico de las lecturas al servicio del ciudadano” (1995: 153). Para que se produzca el cambio de este tipo de cultura habría que esperar a los procesos de democratización en el campo educativo y al apoyo a la técnica bibliotecaria por parte de la Universidad en los años cuarenta. De ese modo, los años veinte marcaron el letargo de un cuerpo de bibliotecarios que no trabajan con un modelo de biblioteca común. Mientras tanto, la construcción de nuevas Escuelas de bibliotecarios (universitarias o no) no pasarían de meros proyectos hasta la conformación de la creada por Manuel Selva en 1937, quedando la de FFyL como la primera experiencia universitaria que está próxima a cumplir sus cien años

Por todo lo visto a lo largo del trabajo, se observa que lo que resta comprender en futuras investigaciones es la representación que tuvieron las orientaciones de archivos y museos en sus creadores y, además, analizar qué recepción tuvieron ambas (vigentes en la carrera hasta 1959) por parte de los especialistas de la época.

Agradecimientos

Deseo expresar mi agradecimiento a los Dres. Javier Planas y Alejandro E. Parada por sus comentarios críticos a este trabajo que, junto a los pares evaluadores, contribuyeron a que el artículo llegara a buen puerto. Por último, a Ana Paula Perugini por su apoyo incondicional.

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Notas

1 Por razones de fidelidad a las Actas del Consejo Directivo de dicha Facultad, cuando a lo largo de la investigación se mencione a la fundación de la carrera en 1922 se la llamará “Escuela de Archiveros y Bibliotecarios” (Consejo Directivo, 1922: 259); y para el periodo que inicia con la aprobación del primer Plan de Estudio, el 28 de abril de 1923, se la llamará “Escuela de Archivistas, Bibliotecarios y Técnicos para el servicio de Museos” (Consejo Directivo, 1923: 300). Esta denominación contradictoria, como lo señaló Stella Maris Fernández (1996: p. 365), se explica por la omisión del área de Museos en el título inicial de la carrera cuyo proyecto indicaba las tareas a desempeñar por parte de los Directores de las tres orientaciones: “4.- Tanto el Director del Instituto de investigaciones históricas como el Director de la biblioteca, presentarán los servicios docentes que por esta ordenanza se les confía, como obligación inherente a su cargo y sin modificación de su sueldo actual. Idéntica obligación comprenderá al Director del Museo Etnográfico para las tareas que se le confíen por la reglamentación del art. 5°” (Consejo Directivo, 1922: 259).