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El pasado indígena en la historiografía de Catamarca. Una lectura a contrapelo

The indigenous past in the historiography of Catamarca. A reading against the grain

 
El pasado indígena en la historiografía de Catamarca. Una lectura a contrapelo.
Memoria americana, vol. 30 no. 2, (118- 136 pp.), Jul-Dec, 2022, doi: 10.34096/mace.v30i2.10432. ISSN: 1851-3751
Instituto de Ciencias Antropológicas, Facultad de Filosofía y Letras, Universidad de Buenos Aires.


Introducción: entre el vacío historiográfico y la renovación teórica

A diferencia de lo que sucede con los binomios nación/provincia, archivo/fuente, regional/local o frontera/estado que cuentan con una larga tradición de debate y estudio en el campo historiográfico argentino, con el binomio pueblos indígenas/historia podríamos decir que sucede exactamente lo contrario.

Raúl Mandrini, reconocido investigador en dicha temática, ha abordado explícitamente aspectos metodológicos y disciplinares sobre la relación de los historiadores con el pasado indígena. En su trabajo sobre los pueblos originarios y la incomodidad de los historiadores (Mandrini, 2013) parte de una afirmación contundente y certera: “El estudio de las sociedades originarias no fue, ni es todavía, un terreno que, en general, interese a los historiadores” (Mandrini, 2013: 20). Las razones de este desinterés se conectan con la visión hegemónica de los pueblos indígenas como “pueblos del pasado, ya desaparecidos”, y apunta a uno de los primeros problemas mencionados por Mandrini; a saber, que en razón de esta “desaparición”, “los historiadores se desentendieron del análisis de la sociedad indígena dejando su estudio en manos de arqueólogos, etnólogos, y antropólogos” (Mandrini, 2013: 20).

En una línea similar, Raquel Gil Montero señala la preocupación por un “un relativo vacío historiográfico y una invisibilización de estos actores que en la actualidad están recreando mundos teóricamente desaparecidos” (Gil Montero, 2008: 13). Esta observación, la realiza en el prólogo al libro de Lorena Rodríguez (2008) titulado, Después de las desnaturalizaciones. Transformaciones socio-económicas y étnicas al sur del Valle Calchaquí, obra que analiza el devenir de los pueblos indígenas en Catamarca -específicamente en Santa María- en los siglos XVII y XVIII, y que viene justamente a llenar parte de ese vacío historiográfico.

Aunque en las últimas décadas se ha intensificado la producción sobre ese “vacío historiográfico” y se reconocen avances en el campo de la historia sobre el estudio del pasado indígena;1 en el presente ya no es posible reflexionar sobre la “historia indígena” sin reconocer que, a diferencia de tres o cuatro décadas atrás, hoy los pueblos indígenas son sujetos que narran sus propias historias, construyen sus propias categorías y conceptos y tienen sus propios modos y métodos de difusión y enseñanza. No obstante, también es cierto que existe una historiografía hegemónica que insiste sobre las ideas de “extinción”, “mestizaje”, “aculturación” desde las cuales niegan el presente-histórico de los Pueblos indígenas.

Teniendo en cuenta este movimiento pendular entre perspectivas que buscan renovar las miradas historiográficas y perspectivas hegemónicas “persistentes” sobre la negación, este artículo se inscribe en un esfuerzo por plantear algunas preguntas referidas a las disputas históricas del pasado indígena en la Historia2 catamarqueña: ¿cuál es la situación actual de los estudios historiográficos sobre la historia indígena en el contexto académico de Catamarca?, ¿cuál es la relación de las comunidades indígenas de la provincia con la historia indígena que se enseña en la universidad?, ¿circulan en los medios públicos, interactúan con los museos provinciales, repercuten en la comprensión de los sitios “arqueológico-turísticos” y el patrimonio?

Si bien algunas no son preguntas “de investigación” en un sentido estricto, son, efectivamente, las preguntas y dudas que motivan mi investigación específica, las que se vuelven urgentes y necesarias para poder trabajar todos los días como docente en la UNCa, en un área que aborda la filosofía y la historia de los pueblos indígenas. Preguntas necesarias para dialogar con los colegas, para responder a las inquietudes de los estudiantes, para entender por qué se publican algunas cuestiones y no otras, por qué se firman convenios con empresas extractivistas que perjudican a las comunidades indígenas, por qué se exotizan sus identidades, por qué su historia es más un ornamento institucional que una memoria viva del presente; en una palabra, por qué la Universidad funciona todavía tan colonialmente en lo que a los pueblos indígenas se refiere.

Podríamos realizar preguntas similares sobre el estado actual de las teorías sobre la historia que abordan estas discusiones. ¿Desde qué perspectivas se aborda el pasado indígena?, ¿existe una renovación teórica en el campo historiográfico local?, y ¿qué impacto tienen en la historia hegemónica de Catamarca?

Asumiendo que todavía existe la problemática de un vacío historiográfico sobre el pasado indígena y la necesidad de una renovación teórica para abordarlo, propongo un análisis a partir de dos momentos. El primero, una revisión crítica de sentidos hegemónicos en la Historia local desde la analítica de la historiografía de la subalternidad. Y el segundo, una reflexión sobre el vínculo entre intelectual e historia, entre intelectual y academia, en el contexto de la pregunta poscolonial por el lugar de las memorias subalternas. Sitúo ambas preocupaciones como aportes a una relectura de los vínculos entre pasado indígena e historiografía en Catamarca.

Historia indígena y producciones locales

Si uno rastrea las producciones locales de las últimas décadas sobre historia indígena en Catamarca, lo que se encuentra, como una suerte de “estado del arte”, es una producción, por un lado, muy fragmentada temáticamente y, por otro, con una circulación que no ha impactado de lleno en el mencionado vacío historiográfico. Desde la distinción entre un conjunto de miradas más bien renovadoras3 y otras hegemónicas canónicas, podemos caracterizar el panorama de las siguientes coordenadas.

En lo que hace a la propia Universidad Nacional de Catamarca (UNCa), se destaca la producción del grupo de etnohistoria dirigido por Gabriela de la Orden de Peracca, quien en diálogo con la labor de Ana María Lorandi ha compilado los trabajos de su grupo de investigación en el libro Los pueblos de indios en Catamarca colonial (2008); posteriormente Gabriela de la Orden de Peracca y Alicia del Carmen Moreno (2012) fueron editoras de Pueblos de indios, tierra y familia. Catamarca (siglos XVII-XIX). En una línea similar podemos mencionar también a Florencia Guzmán (2010), con Los claroscuros del mestizaje. Negros, indios y castas en la Catamarca Colonial. Estos trabajos comparten una perspectiva inclinada hacia el estudio genealógico-familiar y la recuperación y reinterpretación de archivos y documentos, aunque no expresan una preocupación por tensionar sus estudios desde la realidad actual de los pueblos indígenas, ni de los estudios historiográficos circundantes en la academia de la cual son parte.

También dentro del área de Historia de la UNCa -en un registro más cercano a los estudios de la subalternidad- es importante mencionar el libro Hombres Pájaros del Manchao. Indios calchaquíes de Mutquín, donde Mercedes Díaz y Claudia Ferreyra (2017) se propusieron “dar visibilidad y recuperar las memorias perdidas de la herencia indígena de la población de Mutquín” (Díaz y Ferreyra, 2017: 18), búsqueda realizada “a la luz de las teorías poscoloniales” (Díaz y Ferreyra, 2017: 25), con:

[…] varios años de tarea de campo, y reflexiones teóricas durante las cuales hemos intentado recuperar las voces subalternas de estos sujetos sociales, en cuanto descendientes de los pueblos precoloniales que habitaron el actual territorio de la provincia de Catamarca (Díaz y Ferreyra, 2017: 29).

En una perspectiva desde la antropología histórica podemos mencionar a José Luis Grosso (2008),4 especialmente su trabajo titulado Indios muertos, negros invisibles. Hegemonía, identidad y añoranza. Aunque este trabajo se focaliza sobre el pasado indígena en Santiago del Estero, su crítica a la configuración de una episteme historiográfica nacional y de los procesos de borramiento e invisibilización es un camino que abre puertas a trabajos para el resto de la región.

Una novedad, tanto en términos temáticos como teóricos, es el libro de Gonzalo Emanuel Reartes (2021) Sedienta Memoria. Acción política, narración histórica y filosofía situada. Esta obra utiliza como eje las disputas por el agua en el pueblo de Belén para vincular tres luchas históricas, 1930-1990-2000, con resonancias que viajan hasta las Guerras Calchaquíes siglos atrás. Mitos, entrevistas, trabajo de campo, investigación en fuentes y archivos, un potente acervo teórico, son las herramientas de las que se nutre la obra de Reartes para recorrer historias que sin tener por objeto el pasado indígena de Catamarca, no obstante, lo trae a la actualidad constantemente en cada uno de los sentidos que se ponen en juego en las luchas del pueblo de Belén.

Menos conocido, pero interesante en su difusión de fuentes es Chelemín, Chalimín, Ctkhaeliemin; crónica de una resistencia…un relato oculto del historiador radicado en Belén, Darío Iturriza (2015).

Un destacado especial, en la búsqueda por relacionar los procesos identitarios actuales y los imaginarios indígenas del pasado, se puede encontrar en el trabajo “Apropiaciones y usos del pasado. Historia y patrimonio en el valle Calchaquí” de Lorena Rodríguez y Ana María Lorandi (2005). Este artículo, además de recoger reflexiones metodológicas y teóricas, apunta directamente al tema de la identidad en la región:

¿cómo construyen su identidad los actuales pobladores de Santa María? ¿Existe(n) apropiación(es) de este pasado al momento de construir la identidad? ¿Dicha apropiación es diferencial u homogénea? ¿Qué rol juega la escuela, el museo local y las instituciones políticas al momento de tipificar identidades? (Rodríguez y Lorandi, 2005: 433).

Estas preguntas les permiten a las autoras analizar cambios y tensiones en procesos identitarios de largo alcance en Santa María (Catamarca), donde se ven las transformaciones de los sentidos campesinos, indígenas y locales. Una búsqueda que se realiza no solo a través del trabajo etnohistórico, sino también poniendo en juego la larga experiencia de trabajo de campo y vínculos sociales desarrollados con la gente del lugar, las instituciones locales y la historia política reciente del pueblo. Sin embargo, estos trabajos no han logrado romper con cierta circulación marginal en la provincia, sea en lo que refiere a los ámbitos de enseñanza universitarios y terciarios,5 o las producciones de historia local.6 Finalmente, en relación a obras específicamente historiográficas, allí, es donde el vacío efectivamente se hace sentir.

Existe una bibliografía canónica, que es la que hasta la actualidad integra los programas de enseñanza de la carrera de Historia.7 Obras como Historia de Catamarca de Ramón Rosa Olmos (1957), Historia Colonial de Catamarca de Horacio Guzmán (1985), y fundamentalmente las del principal historiador catamarqueño, Armando Raúl Bazán: Historia del Noroeste Argentino (1986), El Noroeste y la argentina contemporánea 1853-1992 (1992) y La cultura del noroeste argentino (2000). Este último libro cuenta con un capítulo donde el autor realiza un balance de la historiografía regional, sobre el cual me detengo en el apartado siguiente.

Teniendo en cuenta la bibliografía clásica, como los trabajos mencionados en este sucinto panorama historiográfico en Catamarca, es posible afirmar que la historia local no se ha dedicado, de manera sostenida y atenta, a la cuestión del pasado indígena,8 ya sea por una negación vía la ideología del mestizaje,9 o por la propia concepción de la disciplina, como señalaba Mandrini. En contraposición al creciente y renovado desarrollo de investigaciones etnohistóricas,10 en la historia local es difícil encontrar investigaciones que hayan analizado el impacto de producciones renovadoras en las miradas historiográficas del NOA y Catamarca. Esto puede deberse tanto a la hiper-especialización académica, que no siempre ha contribuido a los diálogos interdisciplinares, ni a la contraposición y debate entre áreas temáticas afines. Incluso a veces ha producido lo contrario, a saber, la creación de nichos temáticos que no dialogan ni debaten con perspectivas que, a-priori, uno entendería como familiares. Este parece ser el caso de la Historia Indígena en Catamarca, donde encontramos campos muy desarrollados de investigación, como el etnohistórico ya mencionado, el genealógico-familiar o el arqueológico, pero con un bajo impacto en las áreas afines, tal como la Historia, la Historiografía, la Filosofía o la Literatura.11

A la luz de este diagnóstico propongo en este artículo una doble mirada al estudio del pasado indígena en historia de la provincia: por un lado, la necesidad de una mirada crítica sobre la historiografía oficial y hegemónica analizando los sentidos coloniales que mantiene vigente sobre el pasado indígena. Para esta tarea, recurriré a dos autores de la rama histórica del campo de los estudios poscoloniales, Ranajit Guha y Dipesh Chakrabarty. Y, por otro lado, una reflexión sobre el problema del pasado indígena desde la relación saber/poder y la subalternidad como crítica de las posiciones privilegiadas de enunciación en el campo de la producción académica. Este último, también apoyado en autores de la crítica poscolonial, como Gyan Prakash y Gayatri Spivak.

Por supuesto que ambas intenciones van de la mano, una seguida de la otra, no obstante, significan operaciones teóricas distintas: una labor deconstructiva y una labor reconstructiva. Una labor dirigida a la crítica epistémica de las narraciones oficiales, de sus conceptos y supuestos; y una labor de construcción para descolonizar los espacios hegemónicos en pos de lugares de enunciación y elaboración para las voces e historias silenciadas de los subalternos, sus archivos y sus memorias.

Aspectos coloniales en la historiografía oficial de Catamarca

En Latinoamérica hemos tenido propuestas teóricas semejantes a las de los Estudios de la Subalternidad, tal como las elaboradas por las filosofías de la liberación, la Etnohistoria12 o el Grupo Latinoamericano de Estudios de la Subalternidad. La característica que las atraviesa y vincula refiere a la matriz eurocéntrica compartida en las ciencias sociales. Como afirma Castro-Gómez:

[…] el aparato conceptual con el que nacen las ciencias sociales en los siglos XVII y XVIII se halla sostenido por un imaginario colonial de carácter ideológico. Conceptos binarios tales como barbarie y civilización, tradición y modernidad, comunidad y sociedad, mito y ciencia, infancia y madurez, solidaridad orgánica y solidaridad mecánica, pobreza y desarrollo, entre otros muchos, han permeado por completo los modelos analíticos de las ciencias sociales. El imaginario del progreso según el cual todas las sociedades evolucionan en el tiempo según leyes universales inherentes a la naturaleza o al espíritu humano, aparece, así como un producto ideológico construido desde el dispositivo de poder moderno/colonial (Castro-Gómez, 2000: 93).

Desde esta matriz colonial de conceptos binarios que señala Castro-Gómez, han sido universalizadas narrativas históricas de maneras similares en la Historia de Asia como de América, razón por la cual las críticas esbozadas por los estudios de la subalternidad bien pueden servirnos para el análisis de las historiografías del NOA.

En esta dirección, propongo dos ejes de análisis a partir de las propuestas elaboradas por los historiadores, Ranajit Guha13 y Dipesh Chakrabarty, los cuales constituyen una fuente obligada de la crítica poscolonial y fueron pioneros en la construcción de la historiografía de la subalternidad. El primer eje es sobre la cuestión del sujeto subalterno, y el segundo sobre la concepción historicista del conocimiento disciplinar histórico.

Como afirma Dipesh Chakrabarty, los integrantes de Estudios Subalternos han participado de un doble juego; por un lado, “las críticas contemporáneas a la disciplina de la historia y al nacionalismo”; por el otro, la crítica a “la relación del orientalismo y Eurocentrismo en la construcción del conocimiento de las ciencias sociales” (Chakrabarty, 2010: 1). El primer sentido estaba dirigido contra “la práctica académica prevaleciente en la historiografía […] que fracasó en reconocer al subalterno como el creador de su propio destino” (Chakrabarty, 2010: 8). Los dos ejes seleccionados se inscriben en esta dimensión crítica a la práctica académica de los discursos hegemónicos en cierta historiografía.

En lo que refiere al primer eje, sobre el sujeto subalterno, la principal característica que definía una historiografía -incluidas las nacionalistas, independentistas y marxistas- como colonial era su carácter elitista. Esto significaba que el proceso histórico, su desarrollo y conciencia, eran fruto y logro exclusivo de una elite.14 Para Guha, el problema de un sujeto histórico formado por la elite se enmarcaba en el problema del propio carácter eurocéntrico de la disciplina histórica.

La visión restringida de una concepción moderna de la política tenía como consecuencia directa la anulación de cualquier otro registro político en la historia, especialmente el que le interesaba a Guha: el de las rebeliones campesinas, y de los sujetos subalternos. De ahí que la lectura a contrapelo contra esta historiografía “anti-histórica” se proponía analizar y probar la existencia de un ámbito autónomo de la subalternidad, con sus propias lógicas de agencia, imaginarios culturales y prácticas políticas.

En esta dimensión epistémico-disciplinar, el problema que identificaba Guha era que los conceptos y supuestos filosóficos de las narraciones históricas respondían a las concepciones políticas de la modernidad europea. Dentro de esta concepción, se consideraba como “político” solo lo institucional, y lo que pudiera ser definido dentro de un tiempo evolutivo y etapista. “Estado”, “sociedad civil”, “ciudadanía”, eran las categorías que definían y separaban lo político de lo “pre-político”, entendido este último también como sinónimo de lo “pre-histórico”. Justamente, en su balance de los escritos iniciales de Guha, Chakrabarty reafirma que “la crítica que Guha realiza a la categoría “pre-político” desafió el historicismo al rechazar todas las teorías etapistas de la historia” (Chakrabarty, 2010: 16).

Contra ese tipo de miradas historiográficas hegemónicas, apoyadas en una concepción moderna y eurocéntrica de la política y la historia, Guha propone la lectura “a contrapelo” , como una crítica epistémica de los modos de narrar la historia constituidos bajo el eurocentrismo.

Para resumir entonces, señalo dos características determinantes en la clasificación de la historiografía colonial de Guha para comprender el carácter, colonial y eurocéntrico de las historiografías en relación a la problemática del sujeto. En primer lugar, que el proceso histórico, su desarrollo y conciencia, eran fruto y logro exclusivo de una elite. La historia se mueve, a través de las personalidades, las ideas, las actividades y las instituciones de una elite específica como sujeto histórico. El privilegio de un sujeto único de la historia implica la clausura de otros sujetos de la historia. Al asentar la Historia en el pensamiento moderno, el accionar de otros sujetos, como los campesinos -o los pueblos indígenas- y sus rebeliones y resistencias eran comprendidos como pre-políticos y pre-históricos. Es decir, sus acciones no eran parte de la historia puesto que representaban un accionar incivilizado, no organizado, no planificado, no consciente, y, por tanto, no político. Para la modernidad, la política estaba equiparada, justamente, a las actividades e ideas de las elites y sus instituciones; por lo tanto, todo lo que no era conceptualizado allí era entendido por fuera de las fuerzas políticas y sociales que la historia debía registrar y conservar. Como conclusión los sujetos subalternos no eran parte de la historia política.

El segundo aspecto refiere a la cuestión del conocimiento histórico y lo que Chakrabarty define como “Historicismo”. Desde una definición inicial podemos decir que el Historicismo es un modo de pensar acerca de la historia, en el que se asume que todo objeto de estudio retiene una unidad de concepción a lo largo de su existencia y alcanza una expresión plena mediante un proceso de desarrollo en el tiempo histórico y secular.

Para el historiador indio las críticas occidentales a este historicismo, como la “historia desde abajo” inglesa y las historias marxistas anticoloniales, pasaron por alto los profundos vínculos que unían al historicismo como modo de pensamiento con la formación de la modernidad política en las antiguas colonias europeas; más aún, para Chakrabarty “el historicismo posibilitó la dominación europea del mundo en el siglo XIX” (2008: 34). Ya que como ideología del progreso y del desarrollo hizo que: “la modernidad o el capitalismo parecieran no simplemente global, sino más bien algo que se transformó en global a lo largo del tiempo, originándose en un sitio (Europa) y expandiéndose luego fuera de él”(Chakrabarty, 2008: 34). La temporalidad del historicismo se resume en la idea de “primero en Europa, luego en otros sitios”. Ahora bien, al situarnos en la historia colonial de América este historicismo planteó el tiempo histórico como una medida de la distancia cultural15 que, se suponía, mediaba entre Occidente y lo que no es Occidente y que funcionó como gran legitimador de las ideas de civilización en las colonias. Este historicismo asume una forma concreta en las narrativas de los discursos nacionalistas y anticoloniales del siglo XIX, expresándose en un “todavía no”, como una incapacidad de autogobierno y de “madurez” civilizatoria (Chakrabarty, 2008: 30).

Lo poscolonial está íntimamente vinculado a esta reformulación y crítica de la temporalidad. Como afirman Mezzadra y Rahola:

La importancia definitiva y decisiva del concepto de poscolonialismo sale a la luz justamente al considerar la cualidad del tiempo histórico de nuestro presente (…) [en un] doble gesto, hacia el pasado de la dominación colonial que puebla el presente. Hacia el presente, sitiándolo con una crítica del historicismo centrada en la posibilidad de ordenar de forma cronológica los estratos de los que está compuesto el tiempo global (Mezzadra y Rahola, 2008: 277).

El historicismo es entonces un modo fundamental del conocimiento histórico definido a partir de una temporalidad eurocéntrica, donde el progreso y desarrollo en el tiempo coincide y fundamenta el progreso y el desarrollo cultural.

Estos dos ejes delimitados por la crítica epistémica de la subalternidad; a saber, el sujeto subalterno y el historicismo, son claves que se replican y se mantienen vigentes en la historiografía hegemónica de Catamarca en relación al pasado indígena. En el párrafo siguiente analizo a partir de estas herramientas la obra del historiador catamarqueño Armando Raúl Bazán.

Historicismo y subalternidad en la historia hegemónica

Armando Raúl Bazán fue uno de los primeros historiadores de la región en incluir la época del Tucumán Colonial como parte de la Historiografía de Catamarca y en señalar la importancia de incluir ese recorte temporal, especialmente el de las Guerras Calchaquíes, como parte fundamental para la comprensión y el estudio de la región.16 Sin embargo, en el marco de su integracionismo católico y su visión “modernizadora liberal” el autor construyó una mirada colonial y racial sobre la historia que poco permitió indagar sobre los pueblos diaguitas, sus luchas, resistencias y el devenir histórico de sus sociedades.

Es en su Historia del Noroeste Argentino donde Bazán (1986) introduce dos capítulos dedicados al proceso de conquista de los siglos XVI-XVII, y uno especialmente a las Guerras Calchaquíes (1630-1637). El análisis esbozado allí, su tratamiento de las fuentes y la narrativa construida, fiel a su preocupación por la actuación de los conquistadores españoles y “los grandes hombres”, dará forma al tipo de historiografía que, siguiendo la definición de Ranajit Guha, denominamos como colonial en sentido epistémico.

El primer punto refería a la cuestión del sujeto histórico. En relación a este aspecto, en la historiografía de Bazán la elite, que oficia de sujeto histórico, está representada por quienes llevan adelante el proceso de Conquista y Colonización del Tucumán Colonial; es decir, por los funcionarios de la Corona -encomenderos, corregidores, Capitanes y Gobernadores- y por los funcionarios de la Iglesia que se instalan en suelo americano a partir del siglo XVI.

Replicando el supuesto eurocéntrico de la modernidad política Bazán extrapola este criterio al periodo del Tucumán Colonial, por lo cual solo considera como político el accionar de las instituciones de la Corona y la Iglesia. Como contra-parte inevitable, toda acción indígena, sea de resistencia, lucha o negociación, es considerada pre-política, y por añadidura los sujetos y sentidos involucrados en el accionar indígena no participan de la Historia. Es justamente, en su tratamiento de las Guerras Calchaquíes donde puede apreciarse mejor este problema.

Para el desarrollo de las Guerras Calchaquíes Bazán retoma la cronología histórica que parte de 1480 como fecha aceptada de la presencia del Tahuantinsuyo en el Tucumán, y se mencionan -para dar cuenta de este periodo- las investigaciones de Alberto Rex González y de Ana María Lorandi. Esta última referencia llama mucho la atención ya que los estudios de Lorandi han dado cuenta de la complejidad de las relaciones e interacciones entre los pueblos indígenas que resistieron también a la anexión del Estado Inca y, en especial, de la presencia de los mitimaes y el papel fundamental que tendrían en las alianzas y acuerdos con los españoles en las incursiones a los Valles Calchaquíes. Aun cuando Bazán menciona explícitamente esta referencia, en el resto de su historia desaparece esta problemática y se privilegia la típica construcción historiográfica de los “indios amigos” o los “indios sometidos” que pelean para el español, otro de los movimientos típicos de borramiento de las complejas agencias de los sujetos indígenas en estos períodos y que desconoce la larga discusión sobre etnicidad y relaciones interétnicas.

Más allá de la mención a la cultura de la aguada y los diaguitas, los capítulos que debían dar cuenta del pasado indígena de la región se dedican centralmente a reconstruir la fundación del Tucumán como proyecto colonial de los españoles. Bazán nos otorga un minucioso registro histórico de la actuación de los españoles, explorando incluso la ideología de la conquista como lo demuestra su recuperación de las ideas de Roberto Levellier.

Típica construcción de una historiografía colonial, el devenir histórico de la conquista está signado por el desarrollo de una elite-colonial-de-la-conquista constituida por Capitanes, Gobernadores, Corregidores y, obviamente, figuras heroicas del mundo eclesial. Este carácter elitista guía la concepción política de los acontecimientos históricos que narra Bazán, negando cualquier accionar o construcción de sentido por parte de los Pueblos indígenas en la historia del Tucumán colonial.

El eje es siempre la acción de los españoles, tanto en cuanto a sus logros como a sus errores. El primer apartado, apuntala esta mirada que inicia con el “Fracaso del poblamiento español en Calchaquí”, no la resistencia de los Calchaquíes, no las victorias de los Calchaquíes sino el fracaso español. Este capítulo comienza con un repaso de la bibliografía disponible para el estudio del periodo histórico en cuestión. Las fuentes que menciona Bazán siguen siendo acertadas, la Relación de Pedro Lozano, la obra de Aníbal Montes (1959), los documentos y trabajos de Antonio Larrouy y un agregado que no debe pasar inadvertido: la obra del Padre Cayetano Bruno (1968) sobre el falso Inca Pedro Bohórquez, publicada en la Historia de la Iglesia en Argentina, tomo III.

En cuanto a las Guerras, las descripciones de las acciones siempre detallan las distintas decisiones de los capitanes españoles mientras que, en contrapartida, la única acción que se le reconoce a los indios es “escapar y ocultarse”. Incluso ese constante acto de escapar de las mitas y las encomiendas nos recuerda que la diáspora y la añoranza fueron estrategias nativas constantes de supervivencia y resistencia.17 Es interesante notar, más allá del extremo de restar importancia a la resistencia y ubicar hasta en estos casos la agencia en los errores e incapacidades españolas, que -además- en este tipo de afirmaciones y descripciones siempre las críticas al accionar de la conquista se enuncian a nivel individual, como la avaricia o codicia de “algunos”, y no como parte del proyecto estructural-histórico de explotación que supuso la conquista y que justificó y legitimó la Corona Española y la Iglesia Católica. Este es un aspecto epistémico de la historiografía regional, incluida esta de Bazán, la cual descuida los aspectos estructurales, las temporalidades de larga duración, las interacciones en distintos niveles: tribus/etnias, cacicazgos, liderazgos supra étnicos, naciones, etc. La historiografía no se preocupa por problematizar la construcción de estas categorías de sujetos, ni de realizar un estudio crítico en las fuentes de estas clasificaciones; en suma, no se encuentra en ella una sola referencia a la problematización de la etnicidad y la subalternidad en los sujetos políticos.

Esta imposibilidad de ver el retorno a la tierra y la añoranza como agencias propias de los sujetos indígenas nos permite señalar el tercer y más importante aspecto de la historiografía colonial que señalaba Guha; a saber, la negación de un registro autónomo de la política de los subalternos plasmada en este caso en lógicas propias, como la añoranza a la tierra, la diáspora y el retorno como formas de resistencia y lucha colectiva, donde lo político y lo cultural se presentan de manera inseparable.

El segundo aspecto señalado al inicio del apartado, referido a la concepción historicista del conocimiento, lo podemos analizar en una obra más reciente de Bazán (2000), La cultura del noroeste argentino. Como he mencionado, en esta obra encontramos un capítulo dedicado a un balance historiográfico en la región, titulado “Las ciencias del hombre”, donde se realiza una breve reconstrucción, una suerte de revisión de las producciones en relación a la historia provincial de Catamarca y la historiografía regional. En palabras de Bazán, se aborda “la obra de quienes cultivaron en nuestra región las ciencias del pasado que tienen al hombre como protagonista.18 Ese quehacer tiene importancia primordial en la región fundadora de la nacionalidad, a la que hemos llamado la matriz político-social de la argentina” (Bazán, 2000: 71).

Esta afirmación revela uno de los sentidos principales y compartidos en la historiografía regional del NOA del siglo XX: la falta de reconocimiento del aporte de las provincias a la historia nacional, este es el leitmotiv de su perspectiva general.

En el primer apartado, titulado “Los fundadores de la historiografía regional”, se recupera la obra de Joaquín Carrillo, iniciador de la historia provincial de Jujuy; la obra de Groussac para la provincia de Tucumán, la de Bernardo Frías para la historia de Salta, los estudios de Baltazar Olaechea y Alcorta para Santiago del Estero y, por supuesto, la de Samuel Lafone Quevedo para Catamarca. Si bien alguno de estos autores trabajan el periodo colonial (Lafone Quevedo destacadamente), lo que guía estas historias es el leitmotiv recién mencionado: “Frías propone una original versión de la historia nacional desde la perspectiva norteña y haciendo eje en la personalidad de un héroe, Martin Güemes” (Bazán, 2000: 73); para Olaechea y Alcorta “ninguna obra de Historia Argentina hacía mención del rol que a su provincia le cupo en el desarrollo progresivo del país” (Bazán, 2000: 74), y contra ello apunta su Crónica y Geografía de Santiago del Estero. Con estos ejemplos, intento señalar que la historiografía regional del NOA buscó principalmente reposicionar la participación y “el aporte” de las provincias en la historia nacional, no fue una búsqueda de las formas propias en que se podía pensar la historicidad de la región.

Luego de sentar esta mirada sobre la disciplina y los motivos de la historiografía, Bazán elabora una línea de tiempo de cuál ha sido el devenir disciplinar a través de la siguiente secuencia: “los fundadores”, luego los “problemas heurísticos”, la constitución de las Juntas de Estudios Históricos, la cimentación de las historias provinciales, la “generación del 50 y sus continuadores”, y finalmente, los “nuevos institutos de investigación”.

En este recuento histórico aparecen dos apartados importantes para el análisis que estoy realizando. El primero se titula “Hacia la recuperación del universo regional”, y el segundo “La prehistoria regional”. De acuerdo a la mirada consagrada por autores como Oscar Terán y Canal Feijóo había que preguntarse por la “unidad histórica” de toda la región. Recuperando esta línea, en las décadas de 1970 y 1980 Bazán afirma que:

[…] estas ideas dieron fundamento a nuestro proyecto historiográfico, abarcador del universo regional, a fin de explicar el comportamiento histórico del Noroeste y su integración al contexto sudamericano y nacional. Ese proyecto que consumió muchos años de investigación, quedo objetivado en dos libros “Historia del Noroeste Argentino” (1986) y “El Noroeste y la Argentina contemporánea” (1992) (Bazán, 2000: 88).

El enfoque propuesto en esa época buscaba superar el reduccionismo provincialista, ceñido a los límites políticos nacidos después de la Revolución de Mayo que, para estos autores, fracturaban progresivamente una unidad estructural gestada desde la época precolombina. En esta dirección el abordaje sistemático de la problemática regional se hizo desde la perspectiva de la antropología cultural, que en esa época había propuesto Gaspar Risco Fernández en su libro Cultura y región (1991). En dicha obra, su autor plantea el problema de la identidad étnico-cultural del NOA que:

[…] se fue forjando en el transcurso de su prehistoria, protohistoria y proceso histórico propiamente dicho, a la manera de tres superposiciones culturales sucesivas: a) el NOA indígena, b) el NOA hispano-indígena, c) el NOA de la unidad nacional abstracta, nivelada hacia adentro por la puesta entre paréntesis de las diferencias regionales y anexada hacia afuera a las hegemonías de turno (europea, norteamericana, posindustrial) (Bazán, 2000: 88).

Aun cuando esta perspectiva intentaba criticar la “unidad abstracta nacional”, replicaba el fundamento epistémico histórico de una división entre historia, por un lado, y proto y pre-historia por el otro. Estas últimas, correspondían al periodo indígena. Al igual que en la “recuperación” de las Guerras Calchaquíes, estas propuestas seguían tomando a la cultura indígena como un objeto inerte del pasado, como culturas muertas de las cuales había que revitalizar algunos matices latentes, que vía mestizajes y “superposiciones” se habían conservado. Lamentablemente, la propuesta de Risco Fernández no fue asumida por los historiadores como un desafío conceptual y teórico para pensar la historicidad de la región sino como un recurso para reafirmar la preeminencia de una identidad criolla y una visión progresiva del tiempo histórico.

Finalmente, es el apartado titulado “La prehistoria regional” el que se ha dedicado específicamente al pasado indígena. Allí Bazán empieza por dar cuenta de la Crónica Colonial, donde “espigaron valiosas noticias etnográficas sobre las culturas del periodo tardío que conocieron y sometieron los conquistadores españoles. La más importante por su población, horizonte geográfico y desarrollo cultural fue la nación diaguita” (Bazán, 2000: 90). En este registro de la “crónica” se destacan obviamente los trabajos de S. Lafone Quevedo, J. Ambrosetti, A. Quiroga, E. Boman y G. Lange. Luego de esta mención se produce un salto a las investigaciones arqueológicas que ocupan el resto del capítulo.19

Lo fundamental, lo que no deja de asombrar, es la continuidad de la perspectiva historicista desde 1970 hasta el 2000. En este último texto, Bazán reafirma que “el horizonte cultural diaguita correspondía a la última etapa de la prehistoria y protohistoria regional” (Bazán, 2000: 91).

Esta es la episteme temporal que señalaban Chakrabarty y Guha como constitutiva de la modernidad eurocéntrica y que influyó en las narrativas históricas tanto del nacionalismo como de la independencia. Una episteme cuyo fundamento se encuentra en la concepción hegeliana, anclada en los conceptos centrales de Historia Universal y Progreso. Me refiero al tristemente célebre comienzo de las Lecciones sobre la Filosofía de la Historia Universal, allí Hegel abre con un capítulo dedicado a la geografía, en donde se ubica todo lo no-histórico; es decir: África, América y las islas del Pacífico. Para la filosofía de la historia hegeliana, América se ubica en los pueblos sin historia, pre-históricos. Este es el vínculo señalado también por los autores poscoloniales, entre modernidad filosófica y eurocentrismo histórico (Castro-Gómez, 2005). El historicismo es resultado de esta combinación. La comprensión de la Historia como conocimiento -que encontramos en las obras de Bazán-, realiza esta misma distinción entre lo protohistórico y prehistórico de lo cual se ocupa la geografía y la arqueología, y es allí donde se estudian los pasados indígenas que no alcanzan a ser Historia.

Criticando esta concepción hegeliana, las perspectivas poscoloniales conciben la Historia como el “mayor mito de Occidente” (Young, 2008: 199), en su relación constitutiva con la Razón y la racionalidad propia de la modernidad. En esta línea, como sostiene R. Young:

Ranajit Guha, ha mostrado a través de una confrontación critica con la filosofía de la historia hegeliana, que la representación del proceso de globalización del espíritu, que, para el filósofo alemán, constituye el criterio de racionalidad de la propia historia se fundamenta en la institución de una frontera absoluta a la vez temporal y espacial” (Young, 2008: 18).

Esta frontera, que establece la separación entre historia y prehistoria, es al mismo tiempo la línea de separación cultural y civilizatoria entre la civilización “Europa-La Corona-Los Conquistadores” y el espacio de la “Barbarie-los pueblos por colonizar-los indígenas”.

Esta temporalidad de la episteme moderna permanece vigente en la concepción histórica de Bazán y su historiografía. El pasado indígena no solo es un pasado de sujetos subalternos, sino también de un tiempo prehistórico. Pasada la etapa de conquista y fundaciones en el siglo XVII, la historia de Bazán “evoluciona” y “progresa” hacia la centralidad del sujeto criollo y la temporalidad homogénea y vacía de la nación. El devenir de las sociedades indígenas queda fuera de la historia, luego de las Guerras Calchaquíes los indios que quedan son únicamente los indios desnaturalizados y convertidos, los indios que se integran al tiempo y la historia del estado nacional/provincial. Tal es la historia que continúa, una historia sin indios, una historia de desierto étnico. Esta es la versión que persiste en su vocación hegemónica y colonial.20

Aunque podemos reconocer que al momento de su publicación no se contaban prácticamente con historiografías regionales o provinciales que incluyeran la conquista del Tucumán y las Guerras Calchaquíes, estas “inclusiones” no abren la posibilidad a una pluralidad de miradas historiográficas sino que refuerzan las consagradas historiografías nacionalistas que buscan, incluso a finales del siglo XX, insistir en el reforzamiento de una identidad nacional criolla, mestiza -blanqueada- y de origen europeo. En esta misma línea, podemos ubicar también el mencionado Manual de Historia de Catamarca que no ha sido utilizado únicamente en las escuelas primarias sino que se ha convertido en material de consulta para estudiantes y docentes de todos los niveles educativos que, en muchas ocasiones, realizan una lectura acrítica de una narrativa fuertemente estigmatizadora de los pueblos originarios y de los sectores populares que demostraron su insumisión ante los procesos “evangelizadores” y “civilizatorios” en el noroeste argentino (Fontenla y Perea, 2021). Realizar una crítica de estos registros historiográficos es indispensable para construir historias que abran puertas al pasado y a la memoria indígena, y que nos permita pensar los procesos históricos, políticos e identitarios de los pueblos diaguitas, calchaquíes, collas, aconquijas, atacameños y tantos otros sin cuyo pasado la historia de la región seguirá siendo una historia colonial.

La crítica poscolonial y la práctica historiográfica

Abordar la problemática sobre la relación del pasado indígena y la Historia local en Catamarca es un ejercicio que va más allá de la obra de Bazán, y la influencia que ha tenido en la formación de historiadores/as, centros de investigación y carreras de grado y posgrado -como la maestría en Historia Regional. Es necesario preguntarse por la relación entre academia y saberes indígenas, no solo desde una mirada teórica e historiográfica sino desde las políticas intelectuales e institucionales en nuestras universidades.

En el apartado anterior he sostenido la relevancia de una lectura a contrapelo de la historiografía hegemónica-colonial de Catamarca, en la obra emblemática de Armando Raúl Bazán. Una crítica relevante para el desplazamiento del revisionismo histórico hacia la crítica epistémica en clave poscolonial. No obstante, es cierto también que desde 1980 hasta la actualidad la obra de R. Guha como los planteos de los Estudios de la Subalternidad han sido sometidos a significativas y necesarias críticas. En estas últimas décadas se han producido cambios, tanto en lo metodológico como en lo epistemológico, dirigidos a la pregunta por el vínculo entre teoría y política, entre intelectual y subalterno.

Dentro de estas críticas a los Estudios de la Subalternidad, la obra de Gayatri Spivak (1994), ¿Puede el subalterno hablar?, es ineludible y marcó un antes y un después en la crítica poscolonial, con señalamientos aún vigentes y que pueden ser útiles para esta reflexión final sobre el trabajo intelectual e historiográfico. En primer lugar, Spivak elaboró una crítica a las posturas intelectuales que reproducen el eurocentrismo académico y la modernidad epistémica bajo la ilusión de transparencia en sus posiciones de poder. La otra gran crítica fue, sin duda, mostrar las operaciones de violencia imperial-colonial respecto a la subalternidad en clave de género; en particular, la opresión histórica de la mujer en la India. Teniendo presente la importancia de ambas me centraré en la primera, en la medida que permite recuperar aspectos críticos sobre la práctica historiográfica específicamente. Esta decisión, lejos de distanciar el análisis de los temas centrales de ¿Puede el subalterno hablar? los resitúa en una clave que la misma Spivak reconoce como central, tal como afirma en una reciente entrevista donde señala que: “¿Puede el subalterno hablar?, es de hecho una crítica de los reformistas indios más que una crítica de los británicos, lo que hubiera sido más acorde con un enfoque poscolonial” (Spivak, 2013). En esta clave, de una crítica a los reformismos criollos, y regionales diríamos en nuestro caso, abordo este último punto.

Spivak inicia su crítica al intelectual transparente discutiendo las posturas anti-imperialistas de Foucault y Deleuze. En ellas identifica que, en lugar de analizar su participación en los mecanismos/dispositivos de reproducción del imperialismo las propuestas de estos autores -al igual que la de los subalternistas- provocaban un deslizamiento hacia la comprensión del otro, donde solo informan acerca del sujeto no-representado y creen analizar las operaciones del poder y del deseo. “Creen”, afirma Spivak, ya que a falta de una teoría crítica de los intereses y de las ideologías en las cuales situaban su propia voz y discurso era imposible una crítica real. En otras palabras, estos intelectuales se situaban en un lugar externo a los mecanismos y dispositivos como si el lugar de su interés, su deseo y su posición en las relaciones de poder fuese transparente (Spivak, 2011: 15-22).

Para Spivak los intelectuales transparentes, en su intento por comprender a los otros, a los oprimidos y a los subalternos, caen en la creencia de que existe una conciencia pura del subalterno, y que esa conciencia se puede representar. Pero ello es solo posible por el punto inflexible de que “se puede acceder al Otro”, de que efectivamente se puede -el intelectual puede- representar al sujeto otro, al subalterno, analizar sus intereses y deseos y develar el funcionamiento del poder (Spivak, 2011: 28-29). Contra esa suposición, Spivak es tajante: el sujeto subalterno es y será irrecuperablemente heterogéneo y no puede hablar.

Si el subalterno no puede hablar, entonces, la tarea crítica -afirma Spivak-, es dar cuenta de los mecanismos que impiden un espacio de enunciación para las voces subalternas. Y la crítica de esos mecanismos no puede empezar sino por la crítica del propio lugar que ocupa el intelectual en esos mecanismos. Esto es lo que Spivak llama la crítica de la transparencia del intelectual, y por ello, retoma el proyecto derrideano de una “plataforma crítica para el intelectual occidental benevolente” (Spivak, 2011: 65).21

La preocupación por la política de los/as otros/as, de los/as oprimidos/as no puede ocultar la actitud de privilegiar al intelectual y a otros sujetos de la opresión. Sin esta crítica, la comprensión del Otro fracasa y en su lugar se produce: “[…] un otro que consolidaría un interior, el estatuto del propio sujeto” (Spivak, 2011: 67). Spivak apunta, como una de sus críticas más fuertes, a los intelectuales que preocupados por la explotación del tercer mundo y el imperialismo tenían una versión tan restringida del Occidente que ignoraban el lugar que jugaban en la propia creación del proyecto imperialista.22

Para la pensadora poscolonial, el proyecto inicial de “rescate de la voz subalterna” funcionaba bajo “un curioso imperativo metodológico”: “a causa de la violencia de la inscripción disciplinar, social y epistémica del imperialismo, un proyecto entendido en términos esencialistas debe contrabandear una práctica textual radical de las diferencias” (Spivak, 2011: 45). Lo perciban o no para Spivak, la manera de trabajar de los estudios subalternos los ha llevado a articular la difícil tarea de reescribir sus propias condiciones de posibilidad tanto como las condiciones de su imposibilidad. En otras palabras, los ha llevado a la imposibilidad de la representación del subalterno, tanto como de su lugar privilegiado como intelectuales. Gyan Prakash resume este posicionamiento de la siguiente manera:

Spivak arguye que el silenciamiento de las mujeres subalternas marca los límites del conocimiento histórico. Es imposible recuperar la voz de la mujer cuando a ella no le ha sido concedida una posición-de-sujeto desde la cual hablar […].

La crítica de Spivak, no obstante, no implica que tales rescates no deberían emprenderse, sino que el proyecto de rescate en si es vulnerable a la borradura histórica de la voz subalterna. La posibilidad de recuperación, por lo tanto, es también un signo de su imposibilidad. Es necesario reconocer la condición aporética del silencio de los subalternos a fin de someter la intervención del historiador critica a un cuestionamiento sistemático” (Prakash, 1997: 309).

En otras palabras, Spivak identifica la imposibilidad de la representación del subalterno en el plano mismo de la historiografía, en la representación y en la escritura.23 Por lo tanto, su planteo funciona a modo de bisagra entre una recuperación de la metodología de la lectura a contrapelo -que sostengo, necesaria para el análisis de textos canónicos como los de Bazán-, y el viraje hacia una crítica epistémica de los límites del conocimiento histórico.24

Esta crítica a la intelectualidad transparente, a la disputa de saber/poder por la posibilidad de que existan espacios reales de enunciación para la voz del subalterno en la academia, es lo que puede aportar la crítica poscolonial a la historiografía catamarqueña. Una historiografía habitada profusamente por sujetos, pasados y memorias subalternas que, hasta el día de hoy, rebotan y estallan contra los cimientos coloniales de instituciones que disciplinan e intelectualmente reproducen la subalternidad o, en el mejor de los casos, la representan benevolentemente.

Conclusiones

Mis lecturas de las teorías poscoloniales, de la Historia de las Ideas Latinoamericana, de las filosofías andinas e indígenas, me han enseñado a pensar que, al igual que en la temporalidad histórica, no existe un progreso en la temporalidad teórica. Unas teorías no superan a otras ni las “mejoran”. A la manera del contextualismo radical esbozado por Stuart Hall (2003) o Lawrence Grossberg (2007), creo que cada campo problemático define la pertinencia de sus teorías, conceptos y herramientas. Por ello he sostenido que los análisis clásicos de Ranajit Guha, como los más contemporáneos de Dipesh Chakrabarty o Gayatri Spivak, pueden servir para analizar distintos problemas y obras de la historiografía catamarqueña.

En otras palabras, trabajar con y sobre la subalternidad, no implica volcarse a registros, archivos o fuentes “marginales” -indígenas por caso-, con la creencia de que allí podría encontrarse una suerte de voz oprimida y clausurada del subalterno. La propia historia del grupo de estudios subalternos ha mostrado eso en un desplazamiento que identifica la subalternidad “como una posición de crítica, como una recalcitrante diferencia que surge no fuera sino dentro del discurso de la elite para ejercer presión sobre las fuerzas y formas que lo subordinan” (Prakash, 1997: 306-307). Esta reubicación de la subalternidad en el accionar de los discursos dominantes, en sus intersticios y laberintos, permite pensar la pertinencia y el interés de estas corrientes para la crítica de la Historia indígena, pero no con la intención de rescatar ninguna historia, agencia o sujeto subalterno sino más bien para mostrar que la subalternidad como posición de crítica también se ejerce al interior de los discursos dominantes, en este caso plasmado en múltiples historiografías nacionales y regionales hegemónicas.

Este aporte desde la subalternidad y la crítica poscolonial señala entonces que la coyuntura actual de la disciplina histórica en Catamarca puede beneficiarse, a partir de la conformación de una serie de espacios problemáticos donde lo central no sea la disputa región/nación, documento/fuente, frontera/limite, ciencia/divulgación sino espacios problemáticos construidos en base a inflexiones epistémicas sobre el problema de la colonialidad. Este trabajo, estará logrado si he podido mostrar la necesidad y la pertinencia de ese análisis en clave de crítica epistémica poscolonial para aportar al largo camino de descolonizar el estudio de la historia sobre los pueblos indígenas en nuestras universidades.


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Notas

[1] Al respecto, el grupo de estudios sobre Genocidio y Pueblos Originarios cuenta con una exhaustiva bibliografía para el caso de Pampa y Patagonia en la obra de Diana Lenton, Walter Delrio, Florencia Roulet, Diego Escolar, Liliana Tamagno, Julio Vezub, María Teresa Garrido, entre otros.

[2] Utilizo la palabra “Historia” con mayúscula para referirme a la misma en cuanto disciplina y, especialmente, a los sentidos académicos que la definen.

[3] En mi tesis de doctorado (Fontenla, 2019), he analizado las relaciones entre Historia Indígena y Etnohistoria del NOA -especialmente en la obra de Ana María Lorandi-, entre Genocidio y Pueblos Indígenas, entre Nación/Estado/Frontera y pueblos indígenas, como grandes campos de estudio que vienen en crecimiento. En este artículo, me interesa focalizarme en el carácter más específicamente disciplinar de la Historia y la Historiografía. Por esa razón no tomo las investigaciones arqueológicas; soy consciente de que este recorte deja por fuera las investigaciones tal vez más interesantes, más interdisciplinarias, y a su vez las más críticas de las formas coloniales del pasado y la disciplina, como son las de Alejandro Haber (2012), por ejemplo. Sin embargo, como intento mostrar, la Historia sigue siendo el “hueso más duro de roer” en cuanto a su matriz colonial. Por ello, elijo en este artículo y en esta revista focalizarme sobre la cuestión historiográfica.

[4] Si bien su trabajo es interdisciplinar, él no es docente en el Departamento de historia ni en su Maestría sino que realiza labor docente y de investigación en el área de Filosofía -y estas dimensiones institucionales no pueden dejarse de lado.

[5] Apoyo esta afirmación, no solo en el análisis de las producciones locales sino también en mi trayectoria personal de diálogo y trabajo con instituciones y docentes del interior de la provincia de Catamarca, desarrollada en los últimos años.

[6] También se podría incluir el breve artículo de Santiago Rex Bliss (2017) que ofrece una visión evolutiva y etapista, a partir de cuatro momentos, a) la época colonial, b) las guerras de independencia, c) la época del auge azucarero, el surgimiento del movimiento obrero y la consolidación de una suerte de burguesía industrial (fines de S XIX), y d) los conflictivos años setenta (s. XX) -aunque por su perspectiva y organización no es un texto que aporte novedades a las discusiones actuales.

[7] Pueden verse los programas de las asignaturas Historia de Catamarca e Historia del NOA, del profesorado y la licenciatura en Historia, de la Facultad de Humanidades de la UNCa.

[8] Para un análisis de la Historiografía de Catamarca publicado recientemente, ver Fontenla y Perea (2021).

[9] He abordado este punto en otro trabajo, ver Fontenla (2018).

[10] El análisis elaborado por Rodríguez et al. (2015) da cuenta de estas transformaciones en el campo de la etnohistoria del NOA.

[11] En los últimos años, se han producido distintas novelas sobre la temática que tampoco han tenido una recepción activa; ellas son: La utopía de Juan Calchaquí de Daniel Klaver (2009); Huellas del Perro Negro de Julia García Mansilla (2010); Diaguita, la novela de watungasta y Tierra Diaguita: El Regreso de la Serpiente Cabeza de Fuego, estas dos últimas del escritor tinogasteño Adolfo Antonio Díaz (2006 y 2020, respectivamente).

[12] Siguiendo a Guillaume Boccara (2012), incluyo a la etnohistoria como una forma de crítica que ha recorrido caminos similares y en diálogo con los estudios de la subalternidad y la crítica poscolonial.

[13] Entre sus obras más relevantes se encuentran, Sobre algunos aspectos de la historiografía de la India colonial (Guha, 1997a) y La prosa de contra-insurgencia (Guha, 1997b).

[14] Guha aclara la utilización del término elite de la siguiente manera: “En esta presentación, se ha utilizado el término ’elite‘ con el significado de grupos dominantes, tanto extranjeros como indígenas. Los grupos dominantes extranjeros incluían a todas las personas de origen no indio, es decir, principalmente a funcionarios británicos del estado colonial, tanto como industriales, comerciantes, financias, dueños de plantaciones, terratenientes y misioneros extranjeros. Los grupos dominantes indígenas incluían a clases de intereses que operaban en dos niveles. En el nivel de la India en su conjunto, se encontraba a los mayores magnates feudales, a los representantes más importantes de la burguesía industrial mercantil y a los nativos reclutados para los niveles más altos de la burocracia […] Tomada en su conjunto y en términos abstractos, esta última categoría de la elite era heterogénea en su composición y, gracias al carácter desigual de los desarrollos económico y social a nivel regional, era distinta en cada área” (Guha, 1997a: 32, cursivas en el original).

[15] En esta línea son indispensables los aportes de Fabian (2019).

[16] Aunque siempre se reconocieron los estudios señeros del P. Antonio Larrouy, Samuel Lafone Quevedo y Adán Quiroga, los mismos eran considerados como protohistoria, como parte de un folclore y una cultura extintos, razón por la cual la arqueología y no la historia debía ocuparse.

[17] Al respecto véase Quiroga (2010).

[18] Es interesante notar esta dimensión antropocéntrica tan marcada frente a investigaciones que buscan, por el contrario, una crítica y desplazamiento del antropocentrismo para abordar la historia indígena. Al respecto ver Mario Vilca (2009), Lucila Bugallo (2009), Francisco Pazzarelli (2014) y Florencia Tola (2016), entre otros.

[19] Bazán (2000) realiza un breve recorrido por los trabajos de los hermanos E. y D. Wagner, A. Métraux, F. Márquez Miranda, A. Serrano, A. R. González, E. Cigliano, R. Raffino y N. Kriskausky, entre otros.

[20] Un síntoma de esta impronta podemos encontrarlo en la falta de revisión crítica sobre lo que fue el “histórico” Primer Congreso de Historia de Catamarca, realizado en 1958 por la Junta de Estudios Históricos, motivo del IV Centenario de la fundación de la Ciudad de Londres de Catamarca. Según consta en actas, este acontecimiento fue el “más cabal homenaje que podía rendirse a la civilización cristiano-occidental”. En Londres, cuna de la resistencia diaguita y calchaquí, los historiadores catamarqueños celebraban la cultura de la conquista “civilizatoria”.

[21] Derrida sugiere una crítica del etnocentrismo europeo en la constitución del Otro; en tanto filósofo europeo, consiga articular la tendencia del sujeto europeo a constituir al Otro como marginal al etnocentrismo al tiempo que ubica ese proceso como el problema general de todos los empeños logocentristas […] Derrida trata denodadamente de desjerarquizar el sujeto del pensamiento o del conocimiento, hasta el punto de decir que el pensamiento es la parte en blanco del texto (Spivak, 2011: 68).

[22] Lo mismo podríamos señalar de la relación entre región y colonia en la actualidad; además los intelectuales que critican hoy al Estado-nación mantienen una versión tan restringida de la Nación que les impide ver el proyecto colonial en relación a las identidades regionales del interior. Parafraseando a Spivak (2011): tener una versión tan restringida y acrítica del nacionalismo -como de las estrategias y posiciones que ocupan sus intelectuales voceros- conduce a ignorar el lugar que ocupó en la propia creación del proyecto colonial que gobierna actualmente.

[23] Previo a ¿Puede el subalterno hablar? (2011), Spivak había publicado “Estudios de la Subalternidad. Deconstruyendo la historiografía” (1997) y luego, en Critica de la razón poscolonial (2010) le dedica uno de los capítulos a la cuestión histórica. Es decir que sus reflexiones críticas sobre la historiografía han ocupado siempre un lugar central en su obra.

[24] En la entrada “Poscolonialismo” del Diccionario de estudios culturales latinoamericanos, respecto al texto de Spivak se afirma lo siguiente: “En este ensayo también ha resonado entre aquellos que estudian las formas mediante las cuales la historiografía colonial ejerce una violencia epistémica al constituir a las culturas indígenas bajo la rúbrica de superstición e idolatría, así como en la imposibilidad de que el historiador indígena pueda expresar un criterio de historia que no se subordine a las categorías de la historia occidental” (Szurmuk & Irwin, 2009: 223).