Natalia Soledad Salerno[1]
The Hispanic-creole interpreters of Salinas Grandes (1786-1810)
Las expediciones a Salinas Grandes1 constituyeron empresas complejas que requirieron de una importante movilización tanto de recursos como de personas. Fueron organizadas por el Cabildo de Buenos Aires en cumplimiento de diversos propósitos, entre ellos, la obtención de sal, entrar en contacto con caciques locales para generar acuerdos y rescatar cautivos (Taruselli, 2005, 2005-2006; Nacuzzi, 2013). Las comitivas estuvieron integradas por sus respectivos comandantes como asimismo por blandengues y milicianos, quienes se encargaron de la custodia del convoy, y por peones y dueños de carretas que integraron la tropa de escolta.
Estas expediciones se efectuaron con una periodicidad que podía variar en función de la concurrencia de diversos factores, aunque con frecuencia se llevaron a cabo una o dos por año. Cabe aclarar que los conflictos interétnicos impactaron directamente sobre la organización de las mismas y por ello entre 1777 y 1786, como producto de una serie de incursiones y contra-incursiones recíprocas protagonizadas por todos los participantes de la vinculación fronteriza, estas travesías se vieron suspendidas.
Aunque hacia 1786, año en el que las expediciones a Salinas volvieron a reanudarse, el restablecimiento de las paces fue una cuestión compartida y anhelada por los grupos en interacción, cualquier suceso, por más mínimo que fuera, podía escalar a niveles de gran conflictividad durante las travesías si los nativos veían afectados sus intereses. Es por ello que los comandantes buscaron aplacar todos los conflictos y malos entendidos que se produjeron en el devenir de los viajes, siendo especialmente esenciales en este contexto los intérpretes quienes se encargaron de traducir mensajes, entablar negociaciones, generar acuerdos y evitar disputas, garantizando así el cumplimiento de los objetivos establecidos. Pero tampoco hay que olvidar que, en ciertas ocasiones, algunos de estos intérpretes representaron factores de disturbio en el marco de tales expediciones, lo cual comienza a hacerse visible en la documentación hacia el final del periodo analizado.
Estas travesías dirigidas a la Laguna de la Sal fueron trabajadas a partir de diversos enfoques como: la relevancia económica y política (Martínez Santos, 1966;Taruselli, 2005), la organización (Doval, 1973; Taruselli, 2005-2006); el itinerario (Martínez Sierra, 1975; Enrique y Vollweiler, 2020), la dimensión territorial (Enrique, 2016 y 2017; Vollweiler, 2018a), los datos etnográficos presentes en los documentos (Nacuzzi, 2013), las problemáticas a las que se enfrentaron las autoridades coloniales (Salerno, 2021b), la mediación cultural de algunos integrantes de las expediciones (Vollweiler, 2018b; Salerno, 2021a) y el rescate de cautivos (Salerno, 2021a).
En este trabajo nos proponemos hacer un recorrido por las expediciones que se efectuaron a Salinas Grandes entre 1786 -año en el vuelven a reanudarse- y 1810 -año en el que se realizó el último viaje hacia este paraje- con el objetivo de darle visibilidad a los intérpretes que participaron en los viajes y determinar de qué manera llevaron adelante las tareas encomendadas por las autoridades coloniales. De esta forma, buscamos sintetizar y reunir los avances que se han efectuado en este sentido, procurando incorporar aquellos aspectos que resultan desconocidos sobre estas figuras.
Para concretar los objetivos propuestos trabajamos con fuentes tanto éditas como inéditas, fundamentalmente con manuscritos -diarios de viajes, relaciones de novedades y oficios redactados por los comandantes de las expediciones- procedentes del Archivo General de la Nación (AGN), del Archivo General de Indias (AGI) y de la Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (BNRJ).
Cabe aclarar que la falta -por motivos que desconocemos- de algunos diarios de expediciones, relaciones de novedades u oficios relativos a estos viajes, no nos permite conocer quiénes se desempeñaron como intérpretes durante el transcurso de las mismas.2 De ahí que solo hagamos referencia, a lo largo de este artículo, a las travesías de las que disponemos de documentación en la que se hizo referencia explícita a estas figuras. Aunque también resulta necesario mencionar que, con frecuencia, los intérpretes, fueron desplazados a un segundo plano en la documentación oficial en la que, en gran medida, se omitió información sobre sus vidas y se ignoró la relevancia de sus roles. Siguiendo el planteo de Delisle y Woodsworth (2012: 247-248) las actividades que desarrollaron fueron opacadas por el estatus social que detentaban al interior de la sociedad colonial, claramente atravesado por la hibridez étnica y cultural de la que eran producto.
A continuación, presentamos un cuadro de las expediciones que se efectuaron a Salinas Grandes y de sus respectivos comandantes e intérpretes:
Comenzaremos este trabajo reconstruyendo la participación del intérprete Francisco Almirón durante la expedición de 1786. En segundo lugar, nos abocaremos al análisis de la figura de Blas de Pedrosa, quien participó de varias expediciones a Salinas a partir de 1787, debido a que reunió una serie de aptitudes y condiciones que le permitieron cobrar un notorio protagonismo. Su paso por los viajes a este paraje se encuentra ampliamente documentado, a diferencia de lo que ocurre con los demás intérpretes de Salinas.
Posteriormente, nos ocuparemos de los intérpretes que desempeñaron funciones en el marco de las expediciones de 1808 y 1810, años en los que comienzan a hacerse notorios los cambios en las relaciones interétnicas respecto al período previo, iniciado en 1786, en el cual la diplomacia fue predominante. Estos intérpretes cumplieron funciones de lo más diversas, desempeñando acciones para aplacar conflictos o bien actuando en función de intereses propios que complejizan aún más el panorama analizado.
Algunos de estos intérpretes fueron actores esenciales para que estos viajes concluyeran con éxito, ya que mediaron en situaciones de peligro y tensión evitando que los conflictos escalaran a niveles insostenibles. Cuando estos roles no fueron desempeñados asertivamente, las consecuencias de sus intervenciones no se hicieron esperar y repercutieron de forma inmediata sobre el devenir de las travesías, obstaculizando la concreción de los objetivos perseguidos por las autoridades coloniales y exponiendo a importantes riesgos a los miembros de la comitiva, como veremos en el transcurso de este trabajo.
La dependencia de intérpretes fue constante en la sociedad colonial debido a dos cuestiones a considerar. Por un lado, a la negación por parte de los indígenas de incorporar el español como lengua en común en el marco de negociaciones diplomáticas -aun cuando fueran capaces de hablarlo- de la misma forma que se rehusaron a abandonar sus propios protocolos de interacción debido a que éstos “[…] integraban el haz de rasgos diacríticos definitorios de su condición de dirigentes de un grupo políticamente autónomo y de allí su resistencia a resignarlos” (Villar, et al., 2009b: 1-2). Y por el otro, a que los casos de oficiales coloniales diestros en el manejo del habla nativa eran prácticamente inexistentes ya que su posición dominante era incompatible con la de un aprendiz. Para las autoridades coloniales se trataba de un verdadero desafío hallar personas que hablaran español, fueran confiables y tradujeran los mensajes de forma eficaz (Mariluz Urquijo, 1957; Crivelli Montero, 1991; Weber, 2007; Villar, et al., 2009a, 2009b y 2015). Por tal motivo, con frecuencia quedaron a merced de traductores de mensajes poco confiables, que conocían la lengua de los indígenas pero no la traducían al castellano de la manera adecuada pues desconocían sus protocolos y por ende no se vinculaban con los grupos indígenas, en el marco de las mediaciones, con la cautela que resultaba necesaria.
El intérprete ideal, a nuestro entender, debía contar con una serie de características: hablar con fluidez la lengua; conocer la cultura y los protocolos de los grupos nativos con los que interactuaría; ser conocido y respetado por los caciques; ser leal, confiable y traducir los mensajes con fidelidad. No obstante, como rara vez todas ellas se encontraron reunidas en una sola persona, no resulta extraño que los pocos intérpretes que reunían estos requisitos aparezcan en la documentación actuando recurrentemente en diferentes diligencias. Eran actores fronterizos que revestían de una vital importancia para los hispanocriollos, lo que justificaba inclusive que los funcionarios hicieran oídos sordos frente a los rumores y las sospechas, en algunos casos comprobadas, en torno a su accionar.
A las expediciones a Salinas Grandes de 1786 y 1793 acudió como intérprete Francisco Almirón. Sobre su figura poco se sabe, por lo que a continuación, trataremos de reconstruir su trayectoria.
En la nómina de integrantes de la compañía de blandengues conocida como “La Valerosa”, confeccionada en julio de 1761 (Néspolo, 2006: 573) aparece mencionado un soldado llamado Francisco Almirón. En relación con este hombre, Vollweiler (2018b: 71) sostuvo que se trató de un desertor debido a que fue mencionado en un oficio fechado en 1766, en el que se consignaron los nombres de todos los integrantes del cuerpo de blandengues que se habían fugado previamente.3 Cabe mencionar que en el oficio en el que Almirón figura como desertor no se señaló el año de su deserción. Probablemente se produjo en el período comprendido entre 1761 -año en el que aparece en la documentación como integrante de “La Valerosa”- y 1766 -año en que se registró su nombre junto con el de otros desertores. Esta situación lo ubicaría en tierra adentro por varios años.
Pero, pese a la existencia de estas dos fuentes, no podemos afirmar cabalmente si este soldado que integraba el cuerpo de blandengues hacia 1761 y que posteriormente optó por la deserción, fue el intérprete aludido o bien es un homónimo. Aunque creemos que efectivamente este soldado fue el que se constituyó en el intérprete que acudió a Salinas Grandes en 1786, en este artículo lo mantendremos en un plano hipotético. Una de las razones para creer que se trata de la misma persona está vinculada al pago de Luján. El soldado desertor, que aparece mencionado en los documentos de Comandancia de Fronteras, cumplía funciones en “La Valerosa”, la compañía de blandengues de la frontera de Luján; mientras que el intérprete, según constató el comandante Francisco Balcarce en la relación de novedades de la expedición a Salinas Grandes del año 1793, también pertenecía a la misma compañía.4
Por su parte, Carlón (2014) hizo alusión a que luego del malón de julio de 1744, que atacó el pago de Luján, se sometió a interrogatorio a varias personas; entre ellas, a un ex cautivo cristiano rescatado de los indios llamado Francisco Almirón, con el objetivo de poder determinar si el cacique Calelián había sido cómplice del ataque (Carlón, 2014: 259). Por lo que, es probable que antes de convertirse en un desertor este hombre fuera un ex cautivo. La declaración de Almirón, tomada en octubre de 1744, ofrece información adicional acerca de algunos aspectos de su vida, desconocidos hasta el momento. Para esa fecha, aunque él no pudo especificar su edad, se consignó que tendría alrededor de unos catorce años. Manifestó que su cautiverio inició “[…] vndia Martes en la Ultima Ynbasion que hicieron los Yndios en las fronteras de Luxan y que le Cojieron con otras diez y ocho personas de todos sexos y Edades”,5 siendo sus captores indígenas serranos y aucas.
Habiendo estado entre los indios por un período acotado, de unos cuatro meses, creemos que ni siquiera pudo haber tenido la oportunidad de aprender los rudimentos de la lengua de sus captores debido a dos factores a tener en cuenta. Uno de ellos, está vinculado con el hecho de que Almirón, al momento de ser tomado como cautivo ya había pasado lo que los lingüistas denominan el período crítico para poder aprender una segunda lengua, por lo que el aprendizaje del mapudungum le hubiera demandado más tiempo que el que efectivamente duró su cautiverio;6 y el otro refiere a que se requería de un lapso de varios años, y no tan solo unos meses, para aprender a hablar con fluidez la lengua de los nativos.7
También sabemos que su nombre aparece mencionado como uno de los dos intérpretes que acudió en 1770, bajo las órdenes de Manuel Pinazo, al paraje de la Laguna de los Huesos para establecer un acuerdo con doce caciques aucas (Artola y Bertune, 2011: 100; Alemano, 2016: 208; Nacuzzi y Lucaioli, 2018: 171), siendo quizás esta una de sus primeras apariciones en tanto intérprete. Debido a la relevancia de este tratado, Almirón debió hablar para ese entonces la lengua de los aucas con relativa fluidez como para ser convocado como traductor.
Pero su participación en tanto intérprete no quedaría limitada a este tratado. Sabemos que continuó siendo requerido en variadas oportunidades para llevar adelante diferentes diligencias a lo largo de los años. Esto puede verse reflejado en la documentación de la época, siendo mencionado frecuentemente como el intérprete encargado de acompañar a Buenos Aires a las comitivas que arribaban a la frontera de Luján.8 Al mismo tiempo había sabido ganarse la confianza de algunos caciques, quienes requirieron su presencia al momento de presentarse en la frontera, como sucedió con el cacique Linco Pagni (Néspolo, 2006: 430).
Resulta llamativo, aunque no extraño, el hecho de que Almirón -si se trató del desertor que figura en la documentación- fuera requerido como intérprete al servicio de las autoridades coloniales, siendo esto una muestra de que los intérpretes no abundaban en la ciudad ni en la campaña bonaerense. En resumidas cuentas, no sabemos si el intérprete Almirón -en caso de que se tratara del blandengue fugado- volvió por voluntad propia a la frontera o no, como tampoco si cumplió algún tipo de castigo por haberse escapado9 o si finalmente fue indultado -lo que creemos que efectivamente sucedió debido a que en 1770 ya se encontraba desempeñando funciones como intérprete. De hecho, la concesión de indultos a blandengues desertores no fue algo inusual y la expedición a Salinas Grandes, comandada por Terrada en 1808, constituyó un claro ejemplo de ello ya que algunos de los que habían cometido este delito fueron reincorporados al servicio para que acudieran a la mencionada travesía.10
Es probable que si este desertor volvió a aparecer en escena en la frontera después de haber permanecido durante años en los toldos, los conocimientos que supo obtener en tierra adentro, sin dudas, revistieron de tanta importancia para las autoridades que su condición no constituyó un impedimento para que pudiera desempeñarse como mediador, siendo desplazado tal delito a un segundo plano.
Sobre el desempeño de Almirón durante la expedición de 1786, el comandante Pinazo no expresó queja alguna. Sabemos también que en 1793 integró la comitiva dirigida a la Laguna de la Sal, comandada por Francisco Balcarce, perdiendo la vida en el transcurso del viaje, en circunstancias que no se explicitaron.11 Lamentablemente, las actividades desempeñadas por este intérprete, durante esta última travesía, nos son desconocidas debido a que aún no se ha hallado el diario de viaje.
Por el diario de Pinazo de 1786 pudimos tomar conocimiento de que la participación de Almirón fue esencial en distintos momentos del viaje, debido a que fue requerido para establecer acuerdos con los grupos nativos que se acercaron al campamento en diferentes instancias a lo largo de la rastrillada. La primera mención a su figura se produjo cuando arribaron al campamento “los Lincons, Catruenes y Caneupis”, quienes le hicieron una relación al comandante que fue explicada por Almirón y que “[…] se dirigía à ratificar la paz, y sacarle al Comandante el regalo que en semejantes ocasiones suele hacérseles à estos casiques quienes tambien regalaron à dho Comandante dos ponchos”.12 Reiterándose intervenciones de similares características a lo largo del viaje.
Posteriormente, se presentaron ante Pinazo los caciques Canoy Paiguèn y Qurrel Tipay, cercanos a Catruen, en un contexto en el que las relaciones con este último cacique aún seguían siendo delicadas. Los mencionados líderes, “[…] despues de una larga arenga que le hicieron por medio del Lenguaraz Francisco Almiron”, se despidieron en buenos términos y “[…] mui gustosos haviendo tratado la paz, que se les concedio en nombre del Exmo Señor Virrey […]”.13 Asimismo, intervino en las negociaciones para lograr la liberación de la cautiva que tenía en su poder el cacique Qurrel Tipay, el cual aceptó liberarla a cambio del pago de un rescate que finalmente logró concretarse con éxito.14
Por lo expuesto, podemos afirmar que su intervención en el marco de la expedición de 1786 contribuyó a generar buena armonía entre las partes en interacción, no registrándose en el diario ningún tipo de queja o resquemor, ya sea por parte de los caciques o del comandante, con respecto a su accionar en tanto mediador en este contexto.
Durante la expedición de 1786 un hombre llamado Blas de Pedrosa huyó de las tolderías, uniéndose posteriormente a la comitiva dirigida por Pinazo. En la declaración que efectuó una vez que arribó a la frontera, dijo ser natural de la Coruña, soltero, de 25 años de edad, y que en 1776 había llegado a Buenos Aires con el propósito de iniciar una carrera vinculada al comercio. Manifestó que el arribo de un eclesiástico de la Iglesia de Chile conocido de sus padres lo llevó a tomar la determinación de seguirlo allende la cordillera y trabajar a su servicio. Su proyecto se vio rápidamente truncado en las inmediaciones de Córdoba, cuando fueron sorprendidos por una partida de indígenas, quienes mataron alrededor de cuarenta personas, entre las que se encontraba el canónigo mencionado. Pedrosa fue tomado como cautivo del cacique Anteman, permaneciendo en sus tolderías durante nueve años y medio. Expresó que intentó huir en varias oportunidades pero sin éxito, hasta que finalmente pudo hacerlo en 1786 cuando fue enviado en calidad de baqueano por su amo para que informara a un cacique acerca de la llegada de los expedicionarios a Salinas Grandes.15
A su regreso a Buenos Aires luego de una larga estadía entre los indígenas, este español supo capitalizar los conocimientos que adquirió tierra adentro. No solo se desempeñó como intérprete, convirtiéndose en uno de los más renombrados, sino que también fue hábil para ocupar otros roles y desarrollarlos de forma paralela. Esto fue posible debido a que Pedrosa contó con varias aptitudes y habilidades que no eran para nada fáciles de encontrar en otros intérpretes, ni siquiera incluso entre otros ex cautivos -de ahí la multiplicidad de veces que fue requerida su presencia en asuntos oficiales que implicaran el trato con indígenas. Tales factores, que mencionamos a continuación, lo convirtieron en el intérprete, a nuestro entender, más destacado del periodo bajo estudio: a) se trataba de un hombre de origen español, letrado, que provenía de lo que era considerada como una familia respetada; b) había vivido casi diez años con los nativos por lo que hablaba a la perfección la lengua de la tierra y podía traducirla adecuadamente; c) entendía los modos y las costumbres indígenas, como también sus protocolos; d) conocía a varios de los caciques que se acercaban a los campamentos durante las expediciones, siendo respetado por éstos; e) poseía información que los hispanocriollos ignoraban sobre tierra adentro debido a que había sabido ganarse la confianza de varios nativos -incluso con algunos de ellos logró forjar relaciones de amistad- ya que se había desempeñado como baqueano entre los indios durante su cautiverio.
Al año siguiente de su huida de los toldos del cacique Anteman, y debido a la necesidad de contar con un intérprete para la expedición de 1787, Pinazo lo convocó pues reconoció en él las cualidades necesarias para ocupar ese cargo. Expresó que vio en éste a “un mozo avil y capaz de desempeñar cualquiera comision que se le confiase”, destacando a su vez el “conocimiento que tenia de los Yndios y de los Cautivos”.16
Durante esta travesía acontecieron una serie de hechos que pudieron haber generado graves consecuencias. Uno de ellos fue la deserción de un peón llamado José Antonio Valor, quien se fue a los toldos y se encargó de infundir desconfianza entre los indígenas, al brindarles información falsa acerca de que la expedición de Pinazo tenía como principal objetivo atacar a todos los grupos nativos, lo que motivó la reunión de una junta de caciques. Otro hecho fue el ataque perpetrado por dos blandengues a dos indígenas de la toldería de Catruen, como consecuencia del cual uno falleció y el otro resultó gravemente herido.Los mencionados sucesos requirieron de la intervención del intérprete de la expedición, resultando exitosas todas sus gestiones para aplacar los conflictos.17
Tiempo después de este viaje, el comandante mencionó que gracias a las intervenciones de Pedrosa se pudieron rescatar cuatro cautivos y lograron concertar las paces con los caciques “Curritipay, Conebayon, Anteman y Euperrerr”.18 En consecuencia, decidió convocarlo nuevamente a la expedición del año siguiente -en 1788. Según el informe del maestre de campo, durante esta expedición consiguieron liberar ocho cautivos más.19 En el diario de la expedición abundan las referencias a su persona y se destaca su labor no solo como intérprete sino también como informante. Ocurre que algunos indígenas eran reticentes para informar a los comandantes si tenían cautivos en su poder o no, por lo que los conocimientos con los que contaba Pedrosa fueron esenciales para averiguar sobre el tema.
Por último, resulta necesario destacar que durante este viaje la labor de Pedrosa no se limitó al tema cautivos. El número de caciques que se presentó al campamento superó significativamente las expectativas de Pinazo y se procedió a emprender con todos ellos vivas diligencias para generar entendimientos.20 En este sentido, las intervenciones del intérprete fueron claves, ya que contribuyó a pactar la paz con los líderes “[…] Carunò, Vnchuillan, Marillan y Cayubeque, cutivando àl mismo tiempo la que tenia celebrada el año proximo pasado con otros quatro Casiques”.21
Debido a su buen desempeño en ambas expediciones, su carrera iría en ascenso y se convertiría en un intérprete muy requerido. En 1790, el Capitán del Ejército y comandante del Fuerte de Rojas, Juan Antonio Hernández, solicitó que Pedrosa integrara la expedición a Salinas que se encontraba a su cargo. Esta decisión se basaba en el hecho de que necesitaba “un Ynterpreteavil en el Ydioma de los Yndios barbaros, sus usos y costumbres”22 y que les transmitiera a aquéllos sus mensajes con “fidelidad y viveza”. A su regreso, Hernández destacó que gracias a Pedrosa se consiguió pacificar al “maior Enemigo de estas Fronteras el Cacique Callfique (àlias Lorenzo), que se havia presentado con mas de quinientos Yndios armados”,23 como así también liberar a seis cautivos cristianos, tres hombres y tres mujeres.24
Ahora bien, pese a las múltiples cualidades con las que contaba Pedrosa y a la buena reputación que supo construir entre algunos comandantes, sus acciones en tanto intérprete fueron puestas en tela de juicio en algunas oportunidades.
En 1799, desde la Frontera del Monte Juan Francisco de Ecasa comunicó al Virrey la llegada de un indio llamado Payllaban, hermano del Cacique Guayquien de Nación Pampa. Este había sido enviado en representación de varios líderes indígenas para hablar con el Virrey con el fin de hacerle saber que dos desertores esparcieron rumores en los toldos sobre un futuro ataque que se estaba organizando en la Frontera de Luján para acabar con ellos. Agregando que algunos nativos temerosos de que esto fuera cierto decidieron prepararse, ya que habían notado una merma en el comercio y una especie de “rompimiento de Guerra”. Por este motivo, Ecasa solicitó al Virrey que emprendiera las acciones correspondientes frente a tan delicado asunto, y al mismo tiempo le manifestó abiertamente la desconfianza que tenía hacia la figura de Pedrosa, expresándolo en los siguientes términos:
[…] advirtiendolo à V.E. q.ehaga hacer los examen.sprimeros por el Lenguaraz ô Ynterpreteq.elos acompaña luego por otros y despuesp.rel Lenguaràz ô Ynterprete Blas Pedroza pues este vltimo no save interpretar lo q.ele acomoda olvidado del Empleo q.eegerce, y amor a la Patria.25
Esta sospecha se fundaba en acciones previas que Ecasa no dio a conocer en este oficio; desconfianza que sería compartida con el comandante de frontera Francisco Balcarce, quien llegó a manifestar sobre Pedrosa lo siguiente:
[…] toda su Produccion, aparentando Meritos en Expediciones à Salinas, y otras Ocupaciones termina al logro únicamente de sus particulares Yntereses, procurando el aumento de ellos pretendiendo atraer para si, los que participa el Otro. Omito algunos antecedentes de su corta entidad que han dejado bien dudoso mi Concepto, en el que deva Formar de D.n Blas Pedrosa, por que no pretendo tildar su conducta en lo mas minimo.26
Lo anterior explica porque Balcarce no convocó a Pedrosa para la expedición a Salinas de 1793 y sí, en cambio, a Francisco Almirón quien, como mencionamos anteriormente, terminó perdiendo la vida en el transcurso de la travesía.
Sumado a esto, el virrey Loreto tampoco tuvo una opinión favorable sobre Pedrosa. De hecho, fue él quien frustró los planes del ex cautivo para obtener la plaza de intérprete asalariado con el grado de oficial de milicias que tanto anhelaba.27 En respuesta a la solicitud de Pedrosa, Loreto sostuvo que, en realidad, su petición encubría su verdadera ambición: la de tener una ranchería privilegiada donde recibiría a los indígenas que arribaban a Buenos Aires.
Estas sospechas y opiniones en torno al accionar de Pedrosa, manifestadas por Ecasa, Balcarce y Loreto, nunca fueron expresadas por otros comandantes de las expediciones a Salinas, los cuales vieron en su persona a un intérprete de confianza, al igual que el virrey Arredondo quien fue uno de sus principales defensores. Sus mediaciones durante los diferentes conflictos que se sucedieron a lo largo del camino hasta la Laguna de la Sal resultaron exitosas, siendo reconocido como un interlocutor válido por parte de los caciques. Esto no quita que se haya desempeñado en otros contextos de forma dudosa, pero creemos que de acuerdo a la situación o los temas que se estuvieran dirimiendo, su accionar pudo haber oscilado entre esos dos extremos.
Hacia 1808, se efectuó un pedido para que acudieran a la travesía dos intérpretes, uno de ellos llamado Dionicio Morales.28 No sabemos si finalmente fue aprobado, pero al menos un intérprete acudió a Salinas, como generalmente ocurría en los viajes dirigidos a este paraje, quedando registrado en el diario de dicho año. En él, Terrada hizo alusión al lenguaraz de la expedición -pareciera que solo acudió una persona en carácter de tal- sin registrar su nombre.29
Durante este viaje a la Laguna de la Sal, los pedidos y demandas de los nativos hacia los hispanocriollos fueron frecuentes como así también las situaciones de tensión. En su diario, el comandante Terrada asentó que el intérprete tuvo que mediar en los múltiples conflictos que se produjeron con los caciques, tratando de apaciguarlos para poder continuar hasta el paraje de destino.
Al poco tiempo de partir de la frontera, el intérprete de la expedición debió poner en práctica sus habilidades para poder desactivar un conflicto acaecido en la guardia de Rojas que podría haber generado funestas consecuencias sobre la comitiva que se hallaba en tierra adentro. Ante la gravedad de los últimos acontecimientos y al ser alertado por las autoridades, Terrada optó por detener la marcha en el paraje de la Cruz de Guerra, para poder reunirse con varios caciques y manifestarles su inocencia en aquel asunto. Esta estrategia, que requirió de la participación del intérprete, surtió el efecto deseado.
En el devenir del viaje los problemas se sucedieron con frecuencia. Uno de los entredichos más intensos, y que inquietó a la comitiva, fue registrado detalladamente por Terrada, quien manifestó que el motivo de uno de los enfrentamientos con un cacique se basó en “no habersele llenado dos barrilejos tan presto como el quería”, por lo que, acto seguido, “monto en su caballo, sacò la Lanza, y empezó a hacer escaramusas, batiendo la cuchilla por el ayre y llamado sus Yndios”. Ante este hecho, y en un intento de desactivar este foco de conflicto, el comandante resolvió enviar al lenguaraz para que lo alcanzara en su camino a los toldos “pidiéndole por fabor que volviese, que no se le habia dado motibo para su enojo, pues los barrilejos estaban llenos”.30 En esta actuación, que contribuyó a apaciguar la desavenencia, fue de gran utilidad su mediación para evitar que situaciones de este tenor, las cuales se repitieron con asiduidad, escalaran a niveles de conflictividad difíciles de sortear.
Para este caso desconocemos los antecedentes del intérprete pero a raíz de lo expuesto podemos afirmar que sus acciones se ajustaron a lo solicitado por el comandante, el trabajar en pos de generar entendimientos. También, a raíz de lo consignado en el diario de viaje, sabemos que su participación fue aceptada por los líderes indígenas que se acercaron al campamento durante el devenir de la expedición, ya que ninguno de ellos puso objeciones a sus intervenciones. Algo diferente fue lo que aconteció durante la travesía de 1810, que veremos a continuación; aunque el contexto en la que se desarrolló fue tan hostil como en la travesía de 1808, pudimos individualizar un problema adicional que estuvo asociado a la figura de los intérpretes, quienes se convirtieron en uno de los principales focos de conflicto.
Las situaciones de tensión también se sucedieron durante el transcurso de esta travesía, la cual llegó a peligrar en variadas oportunidades. En este contexto, la intervención de los intérpretes hispanocriollos fue crucial tanto para dirimir conflictos como para avivarlos.
A esta expedición asistió el intérprete Manuel Alaniz. Pese a ello, como manifestó Roulet (2016), el comandante tuvo que recurrir, en algunas oportunidades, a los servicios de “intérpretes improvisados no siempre dignos de confianza” (Roulet, 2016: 315), lo que aumentó la aprensión de los caciques para con los intérpretes que acompañaban a García. Esto puede apreciarse claramente en el diario de viaje, ya que, a los pocos días de partir, el comandante asentó que no recurrió al intérprete oficial de la expedición para enviar un recado al cacique Lincon, sino que lo hizo “[…] p.r medio de dos vecinos de la Guardia sus conocidos y amigos, el uno lenguaraz […]”.31 Repitiéndose este accionar en otras ocasiones.
A los nueve días de emprender el viaje, Alaniz se enfermó gravemente32 viéndose imposibilitado de actuar como intérprete durante varios días. Esto llevó a García a requerir los servicios de Mateo Zurita quien gozó de su más alta estima, dejando también constancia de ello en su diario de viaje:
[…] el lenguaraz de q.e me he valido Matheo Zurita, à demas de poseer el Ydioma con la mayor propiedad según dicen los indios conoce sus impertinencias y falsedades, y les habla con la misma entereza q.e se le manda sin recelo, ni temor, y no se confabula con ellos, p.rningun interés, como otros […].33
Según García, Zurita contaba con prácticamente todas las características que debía tener el intérprete ideal, a las que aludimos al inicio de este artículo. Hablaba el idioma con maestría y según los indígenas -como registró el comandante en su diario-, entendía perfectamente su dialecto; también conocía a los nativos, al punto de poder evaluar la veracidad o falsedad de sus actitudes, y a varios caciques con quienes había entablado relaciones de amistad pues había hecho varios viajes de Chile a Buenos Aires por esta misma vía.34 Por último, era una persona que despertaba plena confianza en el comandante ya que, a su criterio, transmitía los mensajes que se le encomendaban con fidelidad, sin verse influenciado por intereses personales.
Pese a esas múltiples cualidades, Zurita contaba con una falencia que dificultaría su labor como intérprete: no conocía a todos los caciques con los que tenía que lidiar a lo largo de la travesía y no logró forjar una buena reputación entre ellos mientras duró el viaje, lo que le generó más de un dolor de cabeza, tanto a él mismo como al propio comandante.
Zurita se convirtió en motivo de recelo de algunos caciques, especialmente de Lincon, quienes no vieron en su persona lo mismo que destacó García, un intérprete que reproducía fielmente los mensajes que se le encomendaban, sino más bien a alguien “que todo lo enredaba”, haciéndolo responsable de hacer “menguar los agasajos”.35 Debido a esto, los conflictos que involucraron al intérprete se irían sucediendo unos tras otros.
En una ocasión, Lincon intentó agredir a Zurita ya que estaba convencido de que la negativa de García de brindarle apoyo para vengar una serie de agravios que había sufrido se debía al influjo del intérprete. Para defender a Zurita, García se acercó al cacique con una “pistola amartillada”,36 logrando de esta forma alejarlo del intérprete. Pero las amenazas que propinó este cacique al abandonar el campamento pronto se terminaron materializando. Varios líderes indígenas informaron a García que “Lincon havía despachado chasqui a todos los Caziques de la Comarca […] diciendo q.ep.r varios puntos iban los españoles à atacarlos, y a hacer poblaciones en la Laguna del Monte, Guamini, y Salinas y matarlos”.37 Seguidamente, las acciones del comandante tuvieron como objetivo desmentir los dichos de Lincon, cumpliendo un rol fundamental en este sentido el intérprete Zurita.38
Días después, García envió a Zurita junto con trece acompañantes para transmitirle al cacique Currulipay que le brindaría el recibimiento que los comandantes acostumbraban hacer a los caciques si se acercaba al campamento en son de paz, mientras que de lo contrario lo esperaría armado. Ante lo cual, el líder indígena “se manifesto incomodado, despreciando al Lenguaraz”, negándose a transmitirle una respuesta a éste, prefiriendo encomendarle la tarea a un intérprete de su confianza. Esta situación se repitió durante toda la jornada, oponiéndose a que Zurita “recibiese de él razonamien.to alg.o, manifestando su desconfianza”39 debido al hecho de no conocerlo.
Este intérprete pronto se vio sumamente “sofocado y acosado” por los nativos quienes suponían que él era el responsable de que no les dieran mayores gratificaciones. Esto llevó a que Zurita simulara toda una escena en la cual mostró su hartazgo frente a un grupo de indígenas, “fingiendo incomodidad con los Yndios p.r cierta desconfianza q.e le indicaron”, tomó sus pertenencias y anunció que “se iba para no volver p.r no experimentar ya mas desaires de ellos […] porque estaba cansado de sufrir desaires”.40 En realidad -con previo aviso a García para que no lo buscaran-, se fue a esconder al monte y descansó allí todo el resto del día; oportunidad que aprovechó el comandante para mostrarse incomodado frente a los espectadores, lo que llevó a que los indígenas acabaran sus peticiones y se retiraran a los toldos, aquietándolos durante el devenir de esa jornada.
Sabemos también que entre los miembros de la tropa hubo al menos un soldado que fue empleado por García como intérprete y como informante. Se trataba de Casimiro Leiva, vecino de la Guardia de Luján. En varias oportunidades el cacique Antenau -quien se había persuadido de los rumores esparcidos por Lincon- pidió a García que enviara a su toldería al soldado Leiva, su antiguo amigo y en quien confiaba. Estas solicitudes obtuvieron como respuesta la negativa del comandante, la que fue justificada por el hecho de que escaseaban los intérpretes, y por otras circunstancias que [en sus palabras] lo “retraían fundadamente à ello”. Este hecho y posteriores sucesos motivaron a Antenau a amenazar la expedición y a armarse para atacarla al paso.41 Finalmente, García accedió a enviar a Leiva a los toldos de Antenau, pero con la finalidad de que actuara como espía, “con el fin de q.e reconociese el estado de fuerzas y cotejase las aserciones del enviado con la disposicion de Antenau […]”.42 Días después, Leiva volvió a ser solicitado por Antenau, y García lo remitió “bien municionado, y enterado de lo que deveria observar”.43 A su regreso, le “informó con puntualidad de las observaciones q.e hizo en la Toldería de Antenau”,44 y le manifestó que observó “tranquilidad en toda la Yndiada”.
El hecho de que Leiva gozara de la confianza de Antenau lo colocó en una posición de privilegio a la hora de tratar con este cacique diferentes asuntos, quedando relegados a un segundo plano los intérpretes oficiales, inclusive el propio Zurita a quien tanto estimaba García. La importancia de Leiva para mediar con el cacique quedó demostrada por el recibimiento que le dispensó García a Antenau, cuando se dispuso a acercarse al campamento, siendo recibido por uno de los intérpretes de la expedición -no especificó cuál-, en compañía de un sargento con ocho hombres, incluido el propio Leiva. Consideramos que la intervención de Leiva fue exitosa debido a que Antenau finalmente se acercó al campamento de la expedición y se retiró complacido con la promesa de viajar a Buenos Aires “[…] y acabar de afirmar con el Gobierno sus mejores relaciones p.a evitar incomodidades […]”.45
Finalmente, creemos que Leiva supo ganarse la confianza de García ya que, hacia el final de la expedición, cuando el asunto con Antenau estuvo resuelto, el comandante lo siguió empleando para cumplir con una serie de diligencias. Lo envió a la frontera, en compañía de su padre, para obtener información sobre diferentes asuntos. Por medio de Leiva tomó conocimiento García sobre el estado de la frontera y de que allí lo esperaba el comandante general.46
Tenemos la certeza de que el otro intérprete oficial que participó de la expedición, Manuel Alaniz, fue quien no actuó conforme a los intereses perseguidos por García dado que se vio impedido en principio de llevar adelante su rol debido a su mala salud. Este hombre, terminó desertando por la noche durante el viaje de regreso a la frontera. Su accionar motivó que el propio Comandante le dedicara unas palabras para nada amables en su diario. Refiriéndose a él, manifestó que: “[su] mala conducta me ha dado mucho que sentir: incomodando así con su perversidad, tanto a los indios como a los españoles, de modo que sus delitos le han obligado a ausentarse”.47 Es probable que Alaniz haya distorsionado mensajes y esparcido los rumores, de los que se hicieron eco varios caciques, poniendo en riesgo el devenir de la travesía. Los hechos puntuales a los que aludió García en relación con su persona no fueron detallados en el mencionado diario.
En este trabajo vimos que los intérpretes podían influir en el éxito o el fracaso de una expedición. La lógica dictaba que la elección de estos debía ser previamente estudiada con sigilo, siendo necesario que no estuvieran involucrados en hechos que hubieran perjudicado a indígenas con anterioridad y que no persiguieran intereses personales. Pero esto era muy dificultoso debido a que no abundaban los intérpretes de confianza que comprendieran y hablaran el mapudungum con maestría y conocieran los protocolos indígenas suficientemente como para ser eficaces en el cumplimiento de los objetivos planteados por las autoridades coloniales.
Como vimos, es probable que Francisco Almirón fuera un ex cautivo y un desertor -los que sin dudas constituyeron factores de desconfianza para las autoridades coloniales-; sin embargo, esto no impidió que fuera convocado en diversas oportunidades para cumplir funciones de intérprete, las cuales llevó adelante de forma satisfactoria logrando concertar acuerdos con diferentes caciques que se acercaron al campamento.
El caso de Blas de Pedrosa mereció una atención particular. Fue uno de los pocos intérpretes que reunió en su persona todas las características que debía reunir el mediador ideal. Aunque es cierto que algunos funcionarios manifestaron su desconfianza en relación con su trabajo como intérprete, su desempeño durante las expediciones a Salinas no generó motivo de queja en ninguno de los comandantes que requirieron de sus servicios. Durante su participación en estos viajes, su accionar contribuyó a establecer las paces, a liberar cautivos y a destrabar conflictos, en contextos en que la diplomacia fue sumamente necesaria para generar acuerdos luego del periodo de conflictividad interétnica que las había interrumpido por varios años.
En contraposición con esto, también vimos los conflictos que podían generarse en el devenir de estas travesías cuando los intérpretes elegidos no cumplían con todas las características enunciadas precedentemente.El diario de la expedición de 1810 mostró en detalle los múltiples problemas surgidos como consecuencia del accionar de los intérpretes. Aun cuando Mateo Zurita obtuvo la aprobación de García -quien vio en él a un hombre que llevó adelante sus encargos con total honestidad, respetando fielmente sus directrices- no gozó de la confianza de todos los caciques que se presentaron ante el comandante y esto obstaculizó las mediaciones en gran medida. Debido a ello y muy a pesar suyo, García tuvo que recurrir al soldado Leiva sin tener la certeza de que se trataba de una persona que cumpliría con lealtad el rol asignado. Este soldado no había acudido a Salinas en calidad de intérprete sino que, forzado por las circunstancias, se vio compelido a desempeñar esa función. Por su parte, Alaniz, en tanto intérprete oficial del viaje, representó para la expedición la figura de un disruptor, en un contexto donde se hacía necesario que los intérpretes no perturbaran las relaciones interétnicas. En síntesis, durante el devenir de esta travesía hemos visto la ambigüedad existente en el rol desempeñado por los intérpretes y también observamos que el éxito o el fracaso de las expediciones dependió, en gran medida, de sus intervenciones, las cuales podían hacer que los conflictos menguaran o se agravaran.
Archivo General de Indias (AGI).
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Biblioteca Nacional de Río de Janeiro (BNRJ).
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[1] Se encuentran emplazadas al este de la actual provincia de La Pampa, en lo que se conoció como tierra adentro -territorio habitado por distintos grupos indígenas.
[2] Disponemos de los diarios de las expediciones de 1786 (AGN, IX, 19-3-5. Archivo y BNRJ, Colección De Ángelis, Loc. original: I-29, 10, 28 - Manuscritos); 1787 (AGN, IX, 1-5-3. Comandancia de Fronteras); 1788 (AGN, IX, 13-8-17. Comandancia de Fronteras); 1808 (BNRJ, Colección De Ángelis, Loc. original: I-29, 11, 19 - Manuscritos) y 1810 (AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307).
[3] Esta misma fuente también fue reproducida por Néspolo (2006: 583).
[4] AGN, IX, 1-4-2. Comandancia de Fronteras. Relacion de las novedades ocurridas en la presente Expedicion de Salinas. Cabeza de Buey, 12 de diciembre de 1793.
[6] Según Birdsong (1999), esta hipótesis establece que las personas tienen un período de desarrollo limitado durante el cual es posible adquirir un lenguaje, ya sea una primera o una segunda lengua, con una competencia lingüística comparable a la de los hablantes nativos pero superada esta ventana de oportunidad, la capacidad de aprender idiomas disminuye considerablemente. En relación con esto Rivaya Martínez expresa: “la capacidad de hablar con fluidez otra lengua que la materna declina considerablemente a partir de los doce a trece años” (Rivaya Martínez, 2013: 115).
[7] Según estudios efectuados por Villar et al. (2009b; 2015), el aprendizaje del mapudungum demandaba más de cinco años, siendo imposible que adquirieran un conocimiento completo de la lengua aquellos que permanecieron en las comunidades nativas por un tiempo inferior a este.
[9] En la mencionada nómina del 24 de septiembre de 1766, citada por Néspolo (2006: 583), en la que se señalaba a los soldados desertores, el capitán Vicente de la Barreda manifestó que la pena que le correspondía a aquellos que optaron por la fuga, una vez que fueran atrapados, era precisamente el destierro a Montevideo por ocho años.
[10] AGN, IX, 1-7-6. Comandancia de Fronteras. Indulto concedido a desertores de la expedición de Salinas. 26 de septiembre de 1808.
[11] Teniendo en cuenta que quien le tomó declaración a Almirón en 1744 estimó que tendría unos catorce años, hacia 1793 el mediador tendría aproximadamente 63 años de edad.
[15] AGN, IX, 1-5-3. Comandancia de Fronteras. Declaración de Blas de Pedrosa. Buenos Aires, 8 de diciembre de 1786.
[16] AGN, Sala IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Certificado de Manuel Pinazo. Buenos Aires, 3 de marzo de 1788.
[18] AGN, IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Certificado de Manuel Pinazo. Buenos Aires, 3 de marzo de 1788.
[19] AGN, IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Certificado de Manuel Pinazo. Buenos Aires, 12 de diciembre de 1788.
[20] AGN, IX, 13-8-17. Comandancia de Fronteras. Oficio de Manuel Pinazo informando su regreso al paraje de Cabeza de Buey. 16 de noviembre de 1788.
[21] AGN, IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Certificado de Manuel Pinazo. Buenos Aires. 12 de diciembre de 1788.
[22] AGN, IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Oficio de Juan Antonio Hernández. Buenos Aires, 1 de octubre de 1790.
[23] AGN, IX, 24-1-8. Guerra y Marina. Oficio de Juan Antonio Hernández. Buenos Aires, 1 de octubre de 1790.
[24] Su pericia para llevar adelante negociaciones de paz y lograr el rescate de cautivos no solo la puso en práctica en las expediciones regulares a Salinas Grandes; también supo desarrollar una importante actividad comercial que se basó en el intercambio con indígenas que arribaban a Buenos Aires -entre otras actividades desarrolladas en profundidad-; ver al respecto Mariluz Urquijo (1957); Cutrera (2003) y Mandrini (2006).
[25] AGN, IX, 1-4-6. Comandancia de Fronteras. Oficio de Juan Francisco de Ecasa. Frontera del Monte, 7 de octubre de 1799.
[27] AGI, Audiencia de Buenos Aires, 497. Oficio del marqués de Loreto. San Lorenzo, 29 de octubre de 1792. La solicitud que efectuó Pedrosa ante las autoridades coloniales para que se le adjudicara la plaza de intérprete asalariado fue analizada por Mariluz Urquijo (1957); Cutrera (2003) y Mandrini (2006).
[28] AGN, IX, 1-7-6. Comandancia de Fronteras. Oficio dirigido al Comandante Interino de Frontera sobre los preparativos de la expedición. S/l. 26 de septiembre de 1808.
[29] BNRJ. Colección De Ángelis. Loc. original: I-29, 11, 19 - Manuscritos. Diario de una expedicion á Salinas, al mando de D. Juan Ignacio Terrada.
[30] BNRJ. Colección De Ángelis. Loc. original: I-29, 11, 19 - Manuscritos. Diario de una expedicion á Salinas al mando de D. Juan Ignacio Terrada.
[31] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Viernes 26 de octubre.
[32] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Martes 30 de octubre.
[33] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Jueves 1 de noviembre.
[34] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Viernes 23 de noviembre.
[35] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Jueves 1 de noviembre.
[36] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Jueves 1 de noviembre.
[37] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810.Domingo 4 de noviembre.
[38] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Miércoles 7 de noviembre.
[39] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Sábado 17 de noviembre.
[40] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Viernes 23 de noviembre.
[41] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Viernes 30 de noviembre
[42] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Viernes 30 de noviembre.
[43] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Domingo 2 de diciembre.
[44] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Martes 4 de diciembre.
[45] AGN, VII, Colección C. Casavalle. Documentación gral. Leg. 5, 2307. Diario de la expedición de 1810. Miércoles 5 de diciembre.