Geraldine Davies Lenoble[1]
La trayectoria del linaje del cacique Negro, 1774-1830
Kinship, territory and power in Northeastern Patagonia: the trajectory of the cacique Negro’s lineage, 1774-1830
A mediados del siglo XIX, dos importantes confederaciones de aliados indígenas desplegaron su poder en Pampa y Nord Patagonia, dando emergencia a un periodo de estabilidad intraétnica después de largas décadas de violencia interna. Su poder y estabilidad se basó en procesos de etnogénesis, fisión y fusión, y alianzas selladas a través del parentesco (Bechis [1989] 2008; Mandrini, 1992; Villar y Jiménez, 2003, 2011; de Jong y Ratto, 2008; Vezub, 2009; de Jong 2018b, entre otros). En la Pampa, Calfucurá centralizó las alianzas desde Salinas Grandes. La confederación o jefatura2 de Nord Patagonia, que integró a los cacicatos desde el Huechum (Manzanas) hasta la costa Atlántica y desde el Chupat al norte pasando el Colorado, también se caracterizó por integrar al pueblo fronterizo de Carmen de Patagones en sus alianzas (Vezub, 2009; Davies Lenoble, 2013, 2017; Vezub y Mazzalay, 2016). Sus principales líderes, los primos José María Bulnes Llanquitrúz y Valentín Saygüeque, tejieron fuertes redes diplomáticas y comerciales con las autoridades y pobladores, y reivindicaron un lazo histórico entre el linaje y el pueblo. En las fuentes reiteradamente se suele referir a un pacto originario entre el cacique Negro, a quien se reconoce como abuelo de Llanquitrúz, y los primeros pobladores del fuerte fundado en 1779.3 Este pacto habría implicado la venta de parte del territorio de dicho cacique al Virreinato, y relaciones de amistad que han sido ampliamente estudiadas por la historiografía para el periodo colonial (Nacuzzi, 1998, 2002, 2014; Davies Lenoble, 2006, 2009, 2013; Luiz, 2006; Alioto, 2011, 2014; Enrique, 2012). En las fuentes locales no se ha encontrado, hasta el momento, un pacto escrito sobre esta venta de tierras. Si bien éste puede haberse concretado por vía oral, tampoco se ha cuestionado la legitimidad de Negro sobre el territorio supuestamente vendido, ni se ha estudiado en detalle la sucesión del linaje del cacique Negro -fallecido en 1786-4 hasta la emergencia de Llanquitrúz y Saygüeque -nacidos a fines de la década de 1820.
Este artículo explora el origen e impacto de esta memoria interétnica a través de una amplia revisión de fuentes y de los importantes trabajos que se han realizado sobre la región. Se concentra en reconstruir el linaje de Negro en relación a otros grupos que ocuparon o transitaron el nordeste de la Patagonia durante las primeras décadas del establecimiento de Carmen de Patagones. A diferencia de los trabajos que se han centrado en las unidades étnicas y los procesos de etnificación,5 el foco en el parentesco permite profundizar en las dinámicas de poder internas y visibilizar un radio más amplio de parientes y aliados (Vezub, 2015; Vezub y Mazzalay, 2016). A su vez, veremos que permite observar el rol de las mujeres y el vínculo entre el parentesco, el poder y la territorialidad en el largo plazo. Desde esta perspectiva observo una tensión en la memoria histórica que teje una linealidad territorial y patrilineal entre Negro y los primos Llanquitrúz y Saygüeque. La reconstrucción histórica devela hiatos temporales, desplazamientos territoriales y la flexibilidad del parentesco para adaptarse a las coyunturas cambiantes y proyectar nuevos liderazgos. A su vez se visibilizan los vínculos matrilineales en estos procesos, especialmente en los liderazgos de Patagonia y en las redes que darían lugar al poder confederal de Llanquitrúz y Saygüeque a mediados del siglo XIX. Antes de avanzar en este caso particular, considero importante detenerme en el giro historiográfico detrás del tipo de abordaje propuesto.
La historiografía de las últimas décadas ha venido estudiando en profundidad la trasformación de la geopolítica indígena6 en la Araucanía, Pampa y Patagonia entre fines del periodo colonial y el siglo XIX. Luego de revisiones críticas a las primeras etnologías, se ha dejado de comprender las etnicidades como identidades esenciales y estáticas para estudiar el desarrollo de la construcción identitaria sujeta a procesos de etnogénesis y transformación (Nacuzzi, 1998; Mandrini y Ortelli, 2002; Boccara, 2005, 2007; Marimán et al., 2006; Bello, 2011, entre otros). A su vez, partiendo de un acuerdo en definir a las estructuras políticas como segmentales y basadas en el parentesco, el foco fue girando hacia el estudio de los líderes, sus linajes y alianzas (Bechis, [1989] 2008; Bengoa, 2003; Villar y Jiménez, 2003, 2011; Vezub, 2009; de Jong y Ratto, 2008; Nacuzzi, 2014). Desde estas perspectivas se han observado importantes cambios comunes en la geopolítica indígena: procesos de jerarquización interna, centralización de alianzas, y la expansión de linajes y de la cultura mapuche de la Araucanía y cordillera sobre las Pampas y el Nordeste de la Patagonia. Estas transformaciones fueron producto de una multiplicidad de factores, como el contacto con sociedades estatales y nuevos mercados, la competencia por las rutas comerciales y el ganado cimarrón en el territorio indígena, y la proyección de poder de ciertos líderes sobre otros. Algunos de los últimos trabajos sobre Pampa y Nord Patagonia en el siglo XIX han enfatizado el estudio del parentesco como una de las formas de percibir con mayor detalle la tensión presente entre la centralización y la segmentariedad del poder7 en el plano práctico y discursivo (Davies Lenoble, 2013, 2017; Vezub, 2015; Vezub y Mazzalay, 2016; de Jong, 2018b).8
En el estudio de estas sociedades interconectadas es importante señalar que mientras la historiografía chilena utiliza términos en mapuzungun para describir las estructuras políticas, en Argentina se suelen utilizar términos antropológicos -como indígena o cacicato- especialmente para el periodo colonial. Aún no se ha profundizado en las similitudes y diferencias de estas estructuras, aspecto que resulta clave para comprender los vínculos trans-regionales. Aunque es un tema que espero profundizar en el futuro, al tratarse del Nordeste de la Patagonia en tiempos coloniales -en donde las migraciones desde la cordillera aún no habían sido hegemónicas- opto aquí por utilizar los términos antropológicos de la historiografía argentina. Sin embargo, no busco fijar categorías sino describir el funcionamiento de las estructuras y las dinámicas del parentesco a través de las fuentes locales para lograr, en el futuro, un trabajo de comparación y síntesis.
A grandes rasgos, ambas historiografías han definido estas sociedades como patrilocales, patrilineales y polígamas. La edad y el género definían los roles y rangos en las familias que se agrupaban en un segmento que se ha denominado cacicato para las Pampas y Patagonia (Bechis, [1989] 2008 y 1994) y lof para la Araucanía y cordillera (Bengoa, 2003; Marimán, et al. 2006; Boccara, 2007, entre otros). En la Araucanía, la unión de lof contiguos formaba un rewe, y la federación de rewes formaban un ayllarewe. Mientras que allí esta estructura política tenía una fuerte adscripción territorial, siendo sociedades sedentarias, en los grupos de la cordillera, como los “pehuenches”, dicha adscripción posiblemente fue más flexible o temporal. Este fenómeno se acentúa en los llamados cacicatos de Pampa y Patagonia, dado que el nomadismo y semi-nomadismo modifica la relación de la estructura política con el territorio. Quedará para futuros estudios explorar si esta característica impactó de manera diferencial o no en la construcción de los linajes y el poder político en ambos lados de la cordillera y, en consecuencia, en la necesidad de repensar las características atribuidas a los llamados cacicatos.
Tanto para los cacicatos como para los lofs se ha señalado que el liderazgo político recaía en un líder por decisión consensual y de forma circunstancial o permanente, y aludía a un linaje común -definido como parientes con un abuelo o bisabuelo en común- más allá de si todos tuvieran un vínculo sanguíneo. Los procesos de fisión, fusión y guerra fueron generando nuevos liderazgos -y tipos de líderes- así como interrumpiendo la linealidad histórica de sus linajes. Los vínculos biológicos y simbólicos también les permitía incorporar individuos y grupos ajenos, y extender el dominio político y territorial.
En Pampa y Patagonia se ha observado que si bien usualmente el hombre mayor del linaje lideraba, pasando luego a los hermanos por orden de edad, una multiplicidad de circunstancias generó casos en donde el liderazgo pasaba a hermanos menores, hijos y sobrinos, a liderazgos duales o compartidos entre hermanos -jefes parientes- e incluso con mujeres -hermanas, esposas o hijas- (Nacuzzi, 1998; Videla y Castillo Bernal, 2003; Vezub, 2009, 2015; Carlón, 2013; Davies Lenoble, 2017; Buscaglia, 2019). Los trabajos sobre los linajes de Patagonia, generalmente identificados como “tehuelches”, aluden a una organización más horizontal y centrifuga, y a una mayor presencia de mujeres en posiciones de autoridad. A su vez, varios trabajos trans-regionales dan cuenta de un alto grado de flexibilidad en las normas del parentesco, permitiendo enfrentar desafíos coyunturales y demográficos. Por ejemplo, Martha Bechis develó que los grupos migrantes de la cordillera a las Pampas utilizaron matrimonios patrilaterales, poliandria, poliginia y monogamia seriada para consolidar sus parcialidades en los nuevos territorios en procesos de fusión y fisión con los grupos locales (Bechis, 1994). Álvaro Bello también ha mostrado que el dominio político de los grupos migrantes sobre el territorio, los recursos y la población local tuvo como base el intercambio reciproco presente en los vínculos de parentesco (Bello, 2011). Los caciques se vinculaban al territorio a través de lazos biológicos y simbólicos, como lo eran el matrimonio, el compadrazgo e, incluso, la adopción del nombre de caciques memorables. El parentesco funcionaba como una forma de cooperación económica y promoción de la paz, así también como de poder y dominación.
Para Nord Patagonia, Julio Vezub ha sido pionero en esta línea interpretativa. En sus primeros trabajos mostró que los vínculos biológico y simbólico sirvieron a Valentín Saygüeque y su linaje para construir y legitimar su liderazgo mapuche-tehuelche, extender sus alianzas y acumular poder en la región (Vezub, 2009). En trabajos posteriores, y a través del análisis de Redes Sociales (ARS) y Sistemas de Información Geográfica (SIG), ha mostrado que los conflictos y alianzas entre los grupos de la Patagonia se daban siempre entre parientes (Vezub, 2015; Vezub y Mazzalay, 2016). Si bien las etnias funcionaban como un marco para las pautas de alteridad, se activaban de forma estratégica y circunstancial y no parecen haber determinado las relaciones entre las personas. A su vez, encuentra que el entramado de parientes del siglo XIX en Patagonia se construía sobre la memoria de los conflictos ocurridos con caciques de más al norte a fines del siglo XVIII.
En mi trabajo sobre Nord Patagonia, he argumentado que el parentesco como práctica y discurso de poder también se extendió sobre los pobladores de Carmen de Patagones (Davies Lenoble, 2013, 2017). A través del tejido de lazos simbólicos y biológicos, sellados en matrimonios, concubinatos, compadrazgos y padrinazgos, las familias criollas se integraron a estas lógicas en complejos procesos de mestizaje. Como consecuencia, los líderes indígenas tuvieron un mayor grado de poder en las negociaciones diplomáticas que se dieron durante coyunturas conflictivas. Para el periodo posterior a las campañas militares de 1879-1883, María Argeri ha mostrado que estas prácticas sociales continuaron constituyendo formas de supervivencia para los pobladores de Nord Patagonia (Argeri, 2005).
Por último, la geopolítica indígena también estaba íntimamente ligada a su economía. Los grupos que desarrollaron economías pastoralistas nómadas requerían de movimientos estacionales por motivos productivos, comerciales y políticos (Mandrini, 1994; Nacuzzi, 1998). El poder de los caciques dependía de su acceso a zonas de caza, recolección y pastoreo, así como a las rutas y pasos de tránsito y comercio.9 Mientras que ciertos linajes podían lograr el dominio casi exclusivo sobre algunos territorios, usualmente compartían con otros grupos el acceso a recursos distantes. Esta dinámica dependía de alianzas selladas a través del parentesco y del envío de parientes -hermanos/as, hijos/as, sobrinos/as- de manera temporal o permanente a dichos espacios. En este sentido, la organización y domino de un líder sobre su grupo familiar más próximo parece haber sido clave en la construcción de un liderazgo del tipo confederal a largo plazo.
Siguiendo esta perspectiva historiográfica, el siguiente análisis se divide de manera cronológica para seguir la sucesión de los linajes, las coyunturas cambiantes y atender a las fuentes disponibles. Para el primer periodo, 1774-1789, contamos con una rica literatura que ha explorado los linajes en relación a los primeros encuentros con el fuerte de Carmen de Patagones, especialmente para 1779-1784. El trabajo de Lidia Nacuzzi es un importante punto de partida ya que ha revisado minuciosamente el trabajo de los primeros etnólogos, los relatos de viajeros y la correspondencia del fuerte entre 1779 y 1784 (Nacuzzi, 1998, 2014). La autora ha enfatizado el importante rol diplomático del cacique Negro, pero cuestionado si efectivamente habría logrado posicionarse como el cacique principal entre los grupos que interactuaban en la región. También contamos con trabajos que, basados en una diversidad de fuentes estatales y crónicas locales, han abordado en detalle las relaciones interétnicas en torno a este nuevo puesto fronterizo (Nacuzzi, 2002; Davies Lenoble, 2006, 2009; Luiz, 2006; Alioto, 2011, 2014; Enrique, 2012) y el desarrollo económico y político del mismo (Gorla, 1983; Bustos, 1993; Barba, 1997; Martínez de Gorla, 2003; Ratto, 2008).10 El cruce de esta rica literatura con trabajos más recientes sobre la frontera del Salado (Galarza, 2012; Carlón, 2013; Nacuzzi, 2014) me ha llevado a enfatizar el fracaso del proyecto del cacique Negro y sus sucesores en posicionar a su linaje como principal en la región hasta la década de 1820. A su vez, subrayo la proyección de poder de linajes desde el sur -usualmente identificados como “tehuelches”- hacia la región bonaerense, y la extensión de dinámicas de poder más horizontales y con mayor presencia de mujeres en puestos de autoridad para dicho periodo.
El periodo 1790-1820 ha sido menos explorado por la historiografía en lo que respecta a la sociedad indígena y la mayor parte de las fuentes utilizadas son correspondencia de frontera y crónicas locales.11 Aunque se dificulta seguir la trayectoria lineal de los linajes, la documentación sobre los recorridos y alianzas de cacicatos que visitaron el fuerte permite proponer hipótesis sobre la descendencia del cacique Negro y otros linajes regionales. A su vez, la triangulación con las fuentes parroquiales en el largo plazo permite desglosar redes de parientes y aliados que incluyeron, cada vez más, a los hispano-criollos de Patagones. De esta forma, identifico un segundo período, 1790-1809, caracterizado por alianzas políticas y un intercambio fluido entre grupos de las Sierras, Carmen de Patagones, la Patagonia y las Manzanas. Observo la ausencia de los descendientes del linaje Negro, replegados al norte del Colorado, y una mayor presencia de linajes provenientes del sur de la Patagonia -de Puerto Deseado y San Julián. Como consecuencia, se identifican mujeres en puestos de autoridad y relaciones más horizontales entre los grupos. Estas redes incluyeron a los pobladores del fuerte, contribuyendo a su supervivencia y también favorecieron la expansión del ganado y productos de consumo en los grupos de la Patagonia sur. Esta dinámica se revirtió en el tercer periodo, 1810-1830, en donde los conflictos intratribales, las guerras de independencia y las epidemias de viruela afectaron fuertemente a la población de la Patagonia. Sin embargo aquí argumento que el parentesco, como práctica y discurso de poder, permitió procesos de fisión y fusión y desplazamientos territoriales que habilitaron la vuelta de ciertos linajes a la región, como los descendientes de Negro, y la proyección de otros a largo plazo, como los primos Cheuqueta y Chocorí -padres de Llanquitrúz y Saygüeque. Sugiero que durante este periodo se habría tejido el vínculo de parentesco entre estos y el linaje Negro, posiblemente a través de mujeres del linaje del último.
Por último, debemos considerar las limitaciones en el análisis del parentesco a través de fuentes estatales. El parentesco tuvo un lugar subordinado en las fuentes, en donde se priorizó rotular a los grupos en base a etnias y líderes masculinos (Nacuzzi, 1998). Los hispano-criollos castellanizaban los nombres de los indígenas y/o imponían apodos que facilitaban la asociación de los caciques a ciertos territorios -como Negro y Julián. A su vez, cuando registraban las filiaciones usualmente seguían una concepción patriarcal, monógama y católica del parentesco y sus ceremonias. No obstante, estas fuentes contienen importantes indicios sobre el parentesco indígena ya que debemos considerar que estos fueron partícipes activos de dichos registros, informando sobre sus filiaciones y adoptando algunos de esos nombres impuestos para empoderarse. Los indígenas de la región solían agregar nombres al dado al nacer, de acuerdo a importantes eventos o referencias en su vida, y repetir el mismo nombre en varones de generaciones alternas o de caciques memorables sin estar necesariamente vinculados biológicamente a dicho linaje (Villar y Jiménez, 2011). También se debe considerar que los términos de parentesco a veces se utilizaban en reemplazo de los nombres propios, y que el tabú del nombre femenino limita nuestro acercamiento a la identidad y accionar de las mujeres. Por lo tanto, resulta importante concentrarse en el carácter simbólico y político del parentesco; esto es, destacar la utilización de ciertos nombres y las relaciones de parentesco referidas como formas simbólicas de construcción de poder y alianzas. Por último, utilizaré comillas para los rótulos étnicos para evitar naturalizar categorías registradas por hispano-criollos.
Partiendo del trabajo de Nacuzzi sobre el cacique Negro, en esta sección enfatizo el fracaso del cacique en posicionarse como principal en la región ampliando la observación a su accionar en la frontera del Salado, la efectividad de sus estrategias en torno al parentesco como forma de extender el poder, y su rol en el intercambio regional. Incluso, cuestiono si alguna vez Negro tuvo un liderazgo efectivo sobre los cacicatos que accedían al territorio en donde se estableció el fuerte de Patagones. Por último, destaco la extensión territorial, en términos de volumen y frecuencia de las partidas, de los aliados del cacique Julián Camelo, usualmente identificados como “tehuelches” de San Julián, hacia el norte del rio Negro.
Los primeros registros coloniales encuentran a Negro en plena disputa por el control de la diplomacia fronteriza en torno al río Salado. A partir del estudio de Carlón sabemos que al menos desde 1774, Negro y Thomas Yahattí se habían enemistado con Lorenzo Calpisqui por el asesinato de Inacayal.12 Fue entonces cuando Negro se ofreció a llevar la carta del virrey Vertíz a la expedición que partió en diciembre de 1778 desde Montevideo para establecer poblados y fuertes en la costa patagónica (Entraigas, 1960; Nacuzzi, 2002: 25).13 El desconocimiento geográfico de los hispano-criollos, los conflictos entre las autoridades y con los grupos indígenas de San Julián, y la falta de abastecimiento limitaron el ambicioso proyecto de expansión colonial (Nacuzzi, 1998, 2002; Davies Lenoble, 2006; Luiz, 2006). Por lo tanto, si previamente ocurrió una venta de tierras por parte de Negro al Virrey, la ubicación de éstas resultaba incierta. El lugar de asentamiento español se decidió en base a la exploración que realizó Basilio Villarino -febrero 1779- y la información y el trato de los expedicionarios con varios grupos indígenas que transitaban por el río Negro (Viedma y Villarino, 2006).14 Durante estos contactos Viedma informa que encontró unos “parientes” de Negro y lo mandó a llamar, quien recién llegó en abril con la carta del Virrey.15
A través de la manipulación de la información geográfica, el cacique Negro evitó que construyeran un fuerte cerca de su campamento principal ubicado entre los ríos Colorado y Sauce Grande (Nacuzzi, 1998).16 A su vez, intentó ubicarse como un líder principal entre los grupos locales y controlar la diplomacia con Patagones. Inicialmente, mencionó estar emparentado a los grupos de “tehuelches” y “pampas” que estaban en la cercanía del fuerte y que tenía una mujer “auca”.17 En diversas ocasiones, envió a su sobrino el “Capitán Chiquito” y su hermano como cabezas de embajadas diplomáticas y comerciales. Incluso, le entregó a su hermano su bastón de plata y solicitó otro a las autoridades.18 Sin embargo, Negro no logró monopolizar el acceso a Patagones, su hermano tuvo un rol marginal -incluso nunca se menciona su nombre- y terminó subordinado a las alianzas de Calpisqui.
Como se observa en el siguiente cuadro, varios caciques y parientes transitaron por la región. El cuadro intenta visibilizar la red de parientes y los desplazamientos territoriales de los principales linajes que se registraron en las fuentes locales. Por un lado, da cuenta de las diferencias en la amplitud de dichas redes, y la dirección y el cambio en las territorialidades de los linajes durante los tres periodos demarcados en este trabajo. A los fines del objetivo propuesto, en el último periodo solo he incluido los linajes de Negro, Maciel y Lucanei. Por otro lado, el cuadro evidencia la tensión presente en las fuentes coloniales entre identificar un único líder masculino como cabeza y una organización política más horizontal distribuida entre una amplia red de parientes, que lideraron partidas comerciales, de desplazamiento y diplomáticas, o fueron protagonistas de eventos importantes que quedaron en el registro histórico virreinal -por ejemplo, mujeres raptadas o intercambiadas como forma de dirimir alianzas y enemistades políticas. Esta tensión también se percibe en la frecuente identificación de los individuos de acuerdo a su relación parental con el cacique destacado por sobre su nombre propio, especialmente en el caso de las mujeres. Para marcar dicha diferencia se ha indicado entre paréntesis cuando se indica tanto el parentesco como el nombre propio. También debemos considerar que la referencia a “la mujer de…” en las fuentes podría referir a distintas mujeres dada la práctica de la poligamia.
Retomando el caso de Negro, el cuadro evidencia que dos caciques de las Sierras subordinados a Calpisqui comenzaron a acceder a Carmen de Patagones. Calpisqui había logrado convertirse en cacique principal de la región bonaerense por el reconocimiento de sus pares y la corona (Carlón, 2013).19 Desde su campamento base en Sierras de la Ventana, había extendido sus alianzas a grupos de la Pampa y Nord Patagonia a través del parentesco, intercambios y convocatorias militares.20 La inicial enemistad entre este líder y Negro se empezó a revertir cuando el último participó en los malones que se dieron en respuesta a la política ofensiva del virrey Vertíz en 1780 (Nacuzzi, 1998). Pero en el gran parlamento de 1781, en donde Calpisqui y sus aliados acordaron la paz con Vertíz y la venta de ganado en Patagones, Negro envió a su sobrino por estar enemistado con algunos “ranqueles”.21 Más que monopolizar el acceso a Patagones, Negro debió compartir el acceso con los aliados de Calpisqui. El cacique Toro y el cacique Maciel o Guachan de las sierras comenzaron a acceder al comercio de Patagones con frecuencia.22 Incluso, Maciel acompañó a Negro en todas sus comitivas. Aunque estos caciques no parecen haber sido hermanos como indiqué por error de lectura en un trabajo previo, probablemente forjaron relaciones de parentesco ya que sus linajes continuaron vinculados en las fuentes a lo largo del tiempo.23 Negro también participó en los malones de Calpisqui y sus aliados entre 1783 y 1784 en respuesta al cierre del comercio fronterizo (Nacuzzi, 1998). A su vez, junto a su hermano y a Maciel fueron participes de las negociaciones de paz encabezadas por Calpisqui en 1784, las cuales cerraron este ciclo de violencia.24
Por su parte, Negro mantuvo fuertes conflictos con otros importantes grupos que accedían al río Negro, disputas que se exacerbaron con el establecimiento de Carmen de Patagones. Los trabajos sobre el periodo muestran que este enclave español sobrevivió por la combinación de: gran cantidad de recursos invertidos por la corona, la habilidad política de Viedma en los primeros años, y el comercio establecido con los indígenas de la región (Entraigas, 1960; Biedma, 1905; Nacuzzi, 1998; Davies Lenoble, 2006; Luiz, 2006; Alioto, 2011). Patagones fue el único enclave que prosperó de la expedición y alcanzó 200 personas en 1788.25 En los momentos de conflicto, los regalos evitaron la destrucción del fuerte.26 Las autoridades de la capital se quejaban constantemente de la entrega de regalos a los indígenas sin que fueran utilizados como forma de intercambio por ganado y caballos (Gorla, 1983; Davies Lenoble, 2006; Luiz, 2006; Alioto, 2011).
Por lo tanto, el acceso a Patagones también se volvió un elemento de disputa entre los cacicatos de la región. Este enclave acortaba enormemente las distancias entre la Patagonia y otros centros de comercio español, brindando acceso a una variedad de productos del comercio atlántico que escaseaban en la región. Sin embargo, para los grupos “tehuelches” del sur también representó una amenaza a su abastecimiento de caballos -que usualmente obtenían de los grupos de las sierras a cambio de cueros de guanaco y de otros animales-, y sal (Mandrini, 2000; Alioto, 2011).
Además de los conflictos mencionados por Negro con grupos de “ranqueles” y “aucas”, en 1781 el cacique le indicó a Viedma que él era de los ríos Colorado y Negro, pero que no andaba con esos indios y estaba enemistado con los del Colorado.27 Las tensiones se agravaron con dos de los principales líderes cuyas partidas accedían al rio Negro, los caciques Chulilaquini y Julián Camelo.28 Según las fuentes analizadas por Nacuzzi, el primero tenía sus campamentos base en el interior del rio Negro, establecía asentamientos de aprovisionamiento en el Colorado y Patagones, y se desplazaba hacia las Manzanas (Nacuzzi, 1998). Cuando Villarino lo encontró en el Limay, Chulilaquini le indicó que su abuelo estaba cerca de las Manzanas y era cacique principal de aquellas tierras. Posiblemente fue un importante proveedor de animales ya que en las cercanías de Patagones denominaron un potrero con su nombre y en 1784 las autoridades informaron que dependían de éste para su abastecimiento.29 Sin embargo, en la Figura 2 no se visibiliza una amplia red de parientes y aliados que extendieran su liderazgo en el Nordeste.
Respecto a su relación con Negro, aparentemente se habrían aliado en 1780 para guerrear contra grupos de “aucas” pero luego informaron de la enemistad entre ambos (Nacuzzi, 1998: 146; Davies Lenoble, 2006). Aquí resulta clave el testimonio de una hija de Chulilaquini registrado al pasar en la correspondencia; ésta informó que Negro la había tenido cautiva y era enemigo de su padre (Nacuzzi, 1998: 144). El rapto de mujeres e hijos sin acuerdos posteriores para sellar el parentesco constituía una gran ofensa y podía desatar interminables ciclos de venganza. Chulilaquini no participó del parlamento de Calpisqui de 1781, y en 1783 le pidió a Villarino en el Limay que lo protegiera porque había matado al cacique Guchumpilqui y tenía a “todos los aucases contra él”.30 También se informa que un yerno del cacique era pariente de los “aucas”. Aquí vemos cómo, siguiendo a Vezub, las amistades y enemistades políticas se pensaban en torno al parentesco y trascendían los rótulos étnicos. Incluso, el rótulo “auca” se aplicaba a grupos tan indefinidos que aparece más como un sinónimo de enemigo que como un grupo específico. También vemos que Chulilaquini parecía quedar excluido de la red de aliados liderada por Calpisqui. Sin embargo, este cacique logró mantener su acceso a Patagones hasta el final de la década. Incluso, recibió un bastón de mando de parte de Viedma y a escondidas de Negro.31 El conflicto entre estos caciques habría limitado el acceso de Negro al oeste y las Manzanas, y el de Chulilaquini al norte del Colorado. Patagones se constituía como un enclave de intercambio compartido.
En cuanto al cacique Julián Camelo, su campamento base estaba en la región contigua a la Bahía San Julián y, desde Floridablanca Antonio Viedma lo identificó tempranamente como el de mayor séquito, dominando entre 300 a 400 personas (Mandrini, 2000: 246). Julián extendía su presencia entre los ríos Negro y Gallegos (Fig. 1) a través de partidas comandadas por sus hermanos, hermanas, esposas y caciques aliados que visitaban San José y Patagones (Davies Lenoble 2006; Luiz 2006).32 También le indicó a Antonio Viedma que su padre había estado en el pasado en Buenos Aires. Aunque Julián parecía ejercer un liderazgo de tipo confederal, se percibe una horizontalidad entre los parientes y aliados en cuanto a la independencia de estos para movilizarse por este vasto territorio, liderar malones, comerciar y obtener obsequios de Carmen de Patagones.33
Durante los primeros contactos con los hispano-criollos en el rio Negro, se registraron conflictos y hostilidad con grupos de “tehuelches” y el cacique Negro intercedió por la liberación de uno de ellos.34 Si bien sabemos poco sobre la relación de Negro y Julián antes de Patagones, el último tempranamente le indicó a Antonio Viedma que estaba enemistado con Negro.35 Cuando el puesto de Floridablanca se levantó en 1784, Julián perdió el acceso exclusivo al enclave colonial e incrementó la frecuencia de sus partidas enviadas a Patagones y, por ende, su tensión con Negro.
Los informes de frontera sugieren que los aliados y parientes de Julián mantuvieron una doble dinámica de robo y comercio con el fuerte, lo que maximizaba los recursos pero limitaba la capacidad del cacique de posicionarse como un embajador principal ante los hispano-criollos, como efectivamente logró Calpisqui en las Sierras.36 Además de las crecientes hostilidades, que incluyeron una masacre y una expedición punitiva comandadas por el Superintendente de la Piedra (Alioto, 2014), las autoridades de Buenos Aires alertaron sobre el peligro que constituía el cacique Julián. No casualmente, esta alerta llegó luego de que Negro y Calpisqui estuvieran negociando la paz en la capital.37
Los crecientes conflictos entre grupos de “tehuelches”, Negro y el poblado de Patagones terminaron en un violento asesinato. En mayo de 1788, el Comandante Lucero apresó a Julián y su pequeña comitiva en San José para remitirla a la capital.38 Tras intentar escapar del barco, lo acuchillaron. Las autoridades intentaron ocultar lo sucedido para evitar la venganza de los parientes de Julián.39 Las fuentes develan la rápida activación de una cadena de parientes -hermanos, mujeres e hijas- y aliados para exigir la liberación del cacique; pero no sabemos si estos creyeron la excusa de la deportación o si vengaron su muerte. Incluso, hubo un confuso “rescate” de una “Cacica Marrena” y otra “china Casilda” detenidas en Patagones y pedidas por Toro como propias, pero que aparentemente eran del grupo de Julián. Cuando le entregaron las mujeres a Toro un año después, éste se quejó por el trato en Patagones y se menciona la existencia de una “criatura” que quedó allí. Quizás esta entrega de mujeres de autoridad apaciguó la situación y fortaleció los vínculos entre los grupos de las Sierras y la Patagonia. Luego de la muerte de Julián y de Negro, quien falleció en 1786, sus sucesores claramente revirtieron la enemistad.
Luego de esta revisión de los documentos y trabajos sobre los primeros años de encuentro, podemos observar que el cacique Negro no parece haber logrado extender su liderazgo sobre los caciques de la región ni haber monopolizado el acceso a Patagones. La extensión de su poder a través de sus parientes fue limitada, incluso su territorialidad se restringió al norte de Carmen de Patagones tras los conflictos con los otros grupos que transitaban por la región. En contraste, Julián Camelo parece haber sido más exitoso en extender un liderazgo de tipo confederal a través de una red de parientes y aliados que le permitió acceder a territorios tan distantes. Sin embrago, Julián fracasó en extender esta influencia sobre los hispano-criollos. Por último, podemos concluir que si Negro vendió las tierras en donde se edificó Patagones, ésta transacción no fue consensuada por los caciques que compartían el dominio sobre dicha región. Estos líderes luego mostraron interés en mantener el enclave colonial para utilizarlo en su beneficio. Posiblemente aquí radica parte de la razón por la que la supuesta venta quedó en la memoria regional indígena y criolla décadas después.
Entre mediados de 1790 y 1809, el accionar de los descendientes de Negro y Julián revirtió la geopolítica de sus linajes. Estos y los otros grupos de la región establecieron alianzas, intercambio y una circulación estable y fluida entre las Sierras bonaerenses, el río Negro, la Patagonia sur y las Manzanas. Estas dinámicas contrastaron con los enfrentamientos que sucedieron en el noroeste de la Patagonia por el control de pasos y rutas comerciales, en las que posiblemente estos grupos participaron (Villar y Jiménez, 2003).40 A su vez, contribuyeron a generar una memoria histórica de paz y estabilidad interétnica que resultó clave cuando debieron enfrentar los desafíos de las décadas siguientes. También se percibe un mayor intercambio y desplazamientos de las partidas, impactando en los desarrollos socio-económicos y el medio ambiente, y el surgimiento de “nuevos” liderazgos.
Una particularidad de las fuentes de este periodo es que entre las muertes de Julián y Negro y 1795 escasean los registros de visitas de indígenas al pueblo, limitando nuestro conocimiento de lo que ocurrió tierra adentro.41 A partir de la comandancia de Joaquín Maestre, entre julio de 1795 y 1800, hubo una gran cantidad de registros sobre la diplomacia y el intercambio interétnico. Aunque en varias ocasiones estas fuentes invisibilizaron la identidad de los líderes, al utilizar apodos como viejo, chiquito, y princesa, permiten reconstruir desplazamientos territoriales e identitarios que, como veremos, tensionan la linealidad entre Negro y Saygüeque.
La dinámica descripta estuvo íntimamente relacionada con la política de Calpisqui quien, a partir de la paz firmada en 1790, inauguró un periodo de estabilidad que duró hasta las guerras de independencia (Bechis, [2003] 2008; Carlón, 2013). Los aliados de Calpisqui, como el cacique Toro y nuevos actores como el cacique Viejo y su hijo Lucanei de las Sierras, y el cacique Chatengo y el cacique Capitán Chiquito del Colorado (Fig. 2) continuaron visitando Carmen de Patagones. Maciel y Negro desaparecieron de las fuentes sobre las visitas. A partir del registro de bautismo, sabemos que Maciel estuvo vivo al menos hasta la década de 1810, cuando nacieron sus hijas. Estas fueron bautizadas adultas en la década de 1830.42 Por lo tanto, el cacique estuvo alejado del fuerte; otra posibilidad es que fuera el cacique “Viejo”. Las partidas encabezadas o enviadas por éste y su hijo Lucanei a Patagones fueron de las más frecuentes; estuvieron en permanente contacto con Calpisqui y fueron partícipes activos en el intercambio y el rescate de cautivos.43 Sin embargo, durante la década de 1820 encontramos que Lucanei se relaciona con un cacique Maciel, por lo que parecen haber constituido distintos linajes.
En el caso de Negro, sabemos que su sobrino, llamado Lucumallan o Chucumallan, se relacionó con el pueblo de Chascomús. En noviembre de 1787, una partida encabezada por éste se acercó a las autoridades de Chascomús para concretar la paz.44 Se le dio el bastón de jefe y se le indicó que se asentara en el Sauce.45 En noviembre de 1795, un enviado de Calpisqui a Patagones mencionó que el “Cacique Negro” -probablemente el sobrino- había ido a la capital, en donde recibió un bastón y otros regalos de parte del Virrey y que ya estaba de regreso en sus toldos.46 Se han identificado visitas de partidas de Negro en Chascomús en 1790, 1791, 1800 y 1802 (Galarza, 2012; Nacuzzi, 2014). En una de ellas, su partida se quejaba de Calpisqui y los “aucas” por no respetar su propio derecho a la costa patagónica.47 El cruce de fuentes permite observar que posiblemente el sobrino de Negro, o quizás un hijo, tomó su nombre y se movilizó entre el Sauce y la capital; Patagones habría quedado fuera de su itinerario cotidiano.
Dada la falta de precisión sobre los nombres de los caciques también debemos considerar que el sobrino de Negro fuera el “Capitán Chiquito” que visitó Patagones de manera recurrente con sus parientes entre 1797 y 1809 (Fig. 2). Su nombre nos recuerda que el sobrino de Negro enviado al parlamento de Calpisqui en 1781 fue registrado como “Capitán Chiquito” (Vignati 1973: 78-97; Carlón, 2013).48 Sin embargo, sería llamativo que, a diferencia de Chascomús, en Patagones obviaran la referencia al linaje Negro de forma consistente. Dada la dinámica política que veremos a continuación, Chiquito ejerció su liderazgo desde el Colorado y estuvo fuertemente vinculado a los linajes del sur.
En primer lugar, para estos años el poder político entre los linajes que accedieron al fuerte parece más horizontal y distribuido entre varios parientes, tanto a nivel del linaje -entre hermanos/as y esposas- como entre caciques aliados. La autoridad para movilizarse, negociar con las autoridades y comerciar no parece haberse concentrado en un líder masculino. Como se ha observado para los aliados de Julián Camelo, los hermanos/as, hijos/as y mujeres lideraron partidas diplomáticas, de comercio, y desplazamiento estacional. Incluso, las mujeres fueron reconocidas como cabezas de algunas partidas y quedaron a cargo de los toldos cuando los caciques principales se desplazaban. El cacique Capitán Chiquito encabezó partidas con su mujer, de quien no se menciona el nombre, y su hermana denominada “China Princesa”, quien también encabezó partidas de forma independiente y fue recompensada en Patagones por recuperar una pistola perdida de un soldado en el Colorado.49 Este fenómeno se repitió con los grupos asociados al cacique Peynecán, quien posiblemente fuera el cacique Pecona, hermano de Julián Camelo. Este Cacique, su mujer y la llamada “China ladina Teresa”, y un seguidor llamado “Indio Antonio”, frecuentaron el fuerte desde el sur hacia el río Colorado. Para la misma época, Videla y del Castillo Bernal sostienen que existieron mujeres que accedieron al rango de cacicas en la Patagonia y que ejercieron distintos grados de dominación sobre su gente (Videla y del Castillo Bernal, 2003). Es importante mencionar la ascendencia de la Cacica María, quien durante la primera mitad del siglo XIX adquirió un claro liderazgo en Magallanes y la costa patagónica, organizando el comercio con los loberos, el control del ganado bagual, y comerciando también con Patagones. María parece haber sido hija del cacique Vicente, quien interactuó con los descendientes de Julián en Santa Cruz y Puerto Deseado durante los años bajo estudio (Buscaglia, 2019).
En segundo lugar, hubo una mayor integración territorial y comercial entre estos cacicatos, que posiblemente también implicó la extensión del parentesco. Capitán Chiquito, Princesa y sus parientes intermediaron en los desplazamientos de partidas entre el Colorado y el sur del río Negro de forma consistente. Estos acompañaron partidas del sur en regreso a sus toldos, y Princesa pasó a Patagones para dirigirse al sur y ubicar sus toldos junto a los de Peynecán en 1798.50 Aunque se suele referir al sur sin demarcar con exactitud la locación, la información y los caciques nombrados muestran la continuidad de un fluido recorrido entre el estrecho de Magallanes y el río Negro. Un hermano de Chiquito también vino del sur a incorporase a su familia en Patagones. En varias ocasiones vinieron acompañados por el cacique Viejo y su hijo Lucanei, quienes también se acercaron con otros, como Chapingo y Peynecán, y se enviaban avisos y mensaje.51
En el caso de Peynecán, también pasó por Patagones en 1798 para pasar al Colorado a traer a su familia para volver al sur donde había quedado su mujer. A su vez, éste también se desplazó a las Manzanas. Por ejemplo, en 1798 avisaron que Peynecán, su mujer y el cacique Langache -asociado a Vicente de Puerto Deseado- con muchos indios y chinas se retiraron para dicha región. Por último, Chulilaquini, también referido como Chulrakin, visitó a estos caciques en varias ocasiones.52
Respecto al comercio, mencionamos que Patagones podía representar un competidor para los grupos de la Patagonia en la compra de caballos, a la vez que un gran proveedor de todo tipo de bienes como agasajo. La historiografía indica que durante estas décadas y hasta 1820 Patagones apenas logró sobrevivir económicamente (Gorla, 1983; Bustos, 1993; Alioto, 2011). Gorla muestra que entre 1781 y 1802 se gastó en los regalos para los indígenas más de siete veces de lo que se gastó en comprarles ganado (Gorla, 1983: 162). Alioto también menciona que en estas décadas los serranos no llevaban las vacas a Patagones porque no valía la pena el viaje y la inversión (Alioto, 2011: 106-115). Llamativamente en los registros del comandante Maestre no se menciona la compra de ganado vacuno sino la de caballos, 99 intercambios entre 1798 y 1800 al precio de un frasco de aguardiente por caballo. En una sola ocasión se indicó que los vendedores eran indios “de las Sierras”.53 Respecto a los registros de las partidas que visitaron el pueblo entre 1797 y 1800, los parientes de los caciques Viejo de las Sierras y Chapingo del colorado recibieron un mayor promedio de frascos de aguardiente por visita -más de cuatro frascos por visita. Los parientes de Chiquito y Peynecán, de los que se registró al menos doce visitas para el primero y diecisiete para el segundo, recibieron un promedio de más de tres frascos por visita. Las partidas encabezadas por los hijos de los caciques recibieron menos que las encabezadas por sus padres, lo mismo las mujeres.54
Por lo tanto, los registros del agasajo y compra de caballos dan cuenta del rol casi tributario que habría adquirido el pueblo para todos los grupos indígenas de estas regiones (Davies Lenoble, 2006; Luiz, 2006; Alioto, 2011). A su vez, si bien los grupos provenientes del sur recibieron menor cantidad de bienes, según estos registros, el agasajo les otorgó una gran variedad de objetos de lujo y consumo, y también permitió destinar su propio comercio.55 Proveyeron todo tipo de pieles y plumas de avestruz, las últimas se convertirían en una importante exportación de Patagones en el siglo XIX (Bustos, 1993; Davies Lenoble, 2013). La presencia hispano-criolla también provocó la extensión de ganado salvaje hacia el sur, especialmente en los puestos menores de San José y Puerto Deseado (Alioto, 2011). Este fenómeno posiblemente generó una mayor incorporación del caballo en la economía indígena de la Patagonia, facilitando el traslado distante y una creciente domesticación del ganado vacuno (Mandrini, 1994). También se retroalimentaron las antiguas rastrilladas reunidas anualmente en Choele Choel (D’Orbigny, 1999).
Respecto a Patagones, el pueblo sobrevivió y a través de la incorporación de nuevos migrantes, esclavos africanos, indígenas rescatados o comprados y el crecimiento demográfico natural, creció de 203 personas en 1788 a 482 habitantes en 1816 (Gorla, 1983; Barba, 1997; Martínez de Gorla, 2003; Davies Lenoble, 2006; Luiz 2006). Como he desarrollado en otros trabajos, se fueron intensificando contactos cotidianos, laborales y de parentesco con los pobladores del fuerte (Davies Lenoble, 2006, 2009). Los rescates o compras, prácticas que implicaban la entrega de niños/as indígenas a familias hispano-criollas o autoridades para ser adoptados como mano de obra o -en algunos casos- como hijos, cumplieron una función económica y política de largo plazo. Por ejemplo, en noviembre de 1797 el cacique Capitán Chiquito le entregó a Maestre una hija de tres meses de una cristiana cautiva enferma.56 El Superintendente la rescató la bautizaron y la llamaron Mercedes del Pilar Estoquia.57 Esta práctica también les permitió a los grupos aliados destinar los cautivos tomados en enfrentamientos cordilleranos y/o destinar a sus propios parientes enfermos.
Por lo tanto, esta década de intercambio y relativa paz fue clave en la estabilización de las alianzas entre los linajes que transitaban las Sierras, las Manzanas y la Patagonia, y en fortalecer la relación con Carmen de Patagones. También da cuenta de la extensión territorial, en cuanto a volumen y frecuencia de los desplazamientos, de linajes del sur de la Patagonia hacia el norte del río Negro así como de los crecientes desafíos bélicos y epidemiológicos que enfrentó la población de la Patagonia. Aun cuando las fuentes no son sumamente claras respecto a la relación de estos caciques y cacicas con los primeros caciques, Negro, Maciel, Chulilaquini y Julián Camelo, esta estabilidad contribuyó a forjar una memoria común de linajes emparentados con acceso a extensas territorialidades y también aliados a Carmen de Patagones.
Las décadas de 1810 y 1820 resultaron sumamente inestables para la sociedad indígena e hispano-criolla de la región bajo estudio. Por un lado, se agudizaron los conflictos intraétnicos por el control de rutas y pasos comerciales, especialmente entre grupos de “tehuelches” y grupos de “güilliches” trasandinos, y estos últimos y los manzaneros (Villar y Jiménez, 2003; Vezub, 2009). Estos conflictos se superpusieron con las guerras de independencia a ambos lados de la cordillera, prolongando la violencia e inestabilidad más allá de la década de 1820. Por otro lado, el mayor contacto interétnico en la región devino en catástrofes demográficas. Se registraron importantes olas de contagio de viruela en las Manzanas en 1792 y en el sur en 1809.58 En 1829, unos caciques le indicaron a D’ Orbigny que las epidemias de viruela ocurridas entre 1809 y 1812 redujeron a la mitad la población entre el río Negro, Magallanes y los Andes, y que habían quedado entre 8.000 y 10.000 almas (D’Orbigny, 1999: 322). A su vez, el abastecimiento colonial de agasajo a los indígenas fue afectado por la imposibilidad de enviar recursos desde la capital durante las invasiones inglesas, las guerras de independencia y las sublevaciones locales (Gorla, 1983; Ratto, 2008). El puesto Puerto Deseado -vigente desde 1807- fue abandonado en 1809 por falta de recursos y el contagio de viruela, lo que generó un gran malón sobre San José.59 Posiblemente esta situación también explica el estancamiento demográfico de Carmen de Patagones, de 482 habitantes en 1816 a 471 habitantes en 1821 (Gorla, 1983; Bustos, 1993; Barba, 1997; Davies Lenoble, 2006; Ratto, 2008). A su vez, varios linajes como los referidos a Chiquito y Peynecán, desaparecieron de las fuentes.
Durante la década de 1820 Patagones comenzó a estabilizarse y a crecer, en base a la expansión de la ganadería y la extracción de sal y el crecimiento poblacional, pero los cacicatos siguieron enfrentando momentos de crisis (Bustos, 1993; Ratto, 2008). El avance de los Boroganos y Pincheira sobre las Pampas, y el establecimiento de los fuertes Independencia -actual Tandil- en 1822 y Bahía Blanca en 1828, desafió a los grupos comarcanos de la frontera bonaerense generando desplazamientos y procesos de fisión y fusión (Villar et al., 1998). Sin embargo el parentesco, como forma y discurso de poder, les permitió a los sobrevivientes acomodarse y reconstituir viejos y nuevos liderazgos y territorialidades. Si bien el análisis de esta década excede el foco de este estudio y requiere incorporar los conflictos entre grupos migrantes y locales, aquí nos detendremos únicamente a observar la vuelta de los linajes Negro y Maciel a Patagones.
Las fuentes de la década de 1820 registran a un cacique Negro y su hijo Chanyl en el Sauce y Colorado, misma territorialidad que su antepasado y del ahora ausente Capitán Chiquito. Como su antepasado, y a diferencia de Chiquito, Negro aparece limitado al río Colorado y en problemas con grupos al sur del mismo (Dupín, [1825] 2003). El Cacique participó de las negociaciones diplomáticas por el avance de los fuertes en tierra indígena. En 1822, aparentemente el comandante de Patagones, García, había acordado en parlamento el repliegue criollo al norte del Salado.60 Sin embargo, el gobierno estableció el fuerte Tandil y continuó la hostilidad y el conflicto fronterizo. En 1825, la comandancia de Patagones decidió enviar a Mateo Dupín a conferenciar con los caciques descendientes de las alianzas de Calpisqui en las Sierras. En su diario, Dupin se encuentra con Negro cuyo campamento base estaba en el río Sauce Chico. El Cacique tenía catorce toldos, se identificaba como “tehuelche” y refería a la historia común entre su linaje y Patagones: “a más que la situación de Patagones en medio de la nación chehuelchu lo obliga a vivir en la buena inteligencia con nosotros” (Dupín [1825] 2003: 69). En otra ocasión, Negro le indica que don José Rial -primer alcalde del pueblo en 1822- tenía orden de prenderlo si iba a Patagones y “que este último debía acordarse de que tenía chacra y estancia las debía en parte a la cesión que su padre el cacique había hecho a los españoles que él no había hecho daño alguno ni a los de Buenos Aires ni a los de Patagones” (Dupín [1825] 2003: 76). Fuera este cacique el hijo, nieto, sobrino o sobrino-nieto del Negro de tiempos coloniales, esta referencia lo habilitaba a reclamar ante los criollos su derecho de acceso a Patagones. Su identificación como “tehuelche” también lo vinculaba a los grupos del periodo de paz. Sin embargo, como su antecesor, Negro, se mantuvo bajo las alianzas descendientes de Calpisqui y enemistado con los grupos locales.61 Negro y su hijo Chanyl le indicaron a Dupin tener conflictos con los “chilenos”, y el último no pudo acompañarlo más de dos leguas en su regreso a Patagones por sus problemas con los grupos locales. Ambos se mantuvieron a distancia de Patagones sobre el Colorado. Estos documentos reforzarían las hipótesis de que luego de la muerte del cacique Negro, su sobrino haya quedado marginado del acceso a Patagones y de que el cacique Chiquito, quien se desplazó fluidamente por la región entre 1790 y 1809, no descendiera de Negro sino quizás de linajes del sur.
A diferencia de Negro, los descendientes de Maciel lograron reforzar su conexión con Patagones por vía femenina, especialmente en la década de 1830. Mientras que Dupin registra un cacique Maciel con cuatro toldos bajo Negro durante la década de 1820, María Maciel -hija del cacique de tiempos coloniales y de una mujer “cheguelchu”- fue bautizada en el pueblo a sus veinte años en 1833.62 María se unió a un indio rescatado por la familia García, Agustín García, y tuvieron varios hijos registrados a partir de 1833 como “pampas” (Davies Lenoble, 2006, 2017). A su vez, una Catalina Maciel, “china infiel”, y el cacique Lucanei tuvieron un hijo bautizado en 1842.63 En 1829, D’Orbigny registra a Lucanei como “tehuelche” y cabeza de “indios amigos” de “puelches”, “patagones” y “aucas” y no lo asocia a los “puelches” que transitaban con Negro entre las Sierras y el río Colorado en la década de 1820 (D’Orbigny, 1999: 300, 504). Por lo tanto, Lucanei desplazó su campamento base desde las Sierras hacia Patagones y encabezó procesos de fisión y fusión que incluyó a descendientes de Maciel durante la década de 1830 (Fig. 2). Por último, es conocida la unión de Catalina Maciel -otra hija del cacique Maciel de la década de 1820- con Juan José Hernández -comandante entre 1835-1841- la cual resultó en, al menos, un hijo, Francisco Juan José Hernández, bautizado en 1859 y subordinado a Saygüeque.64 Este caso muestra la importancia de las mujeres en el tejido de redes de parentesco y en la continuidad del poder de los linajes. Como he desarrollado en otros trabajos, las Maciel fueron clave en la ascendencia de Llanquitrúz en el Nordeste de la Patagonia durante la década de 1850 (Davies Lenoble, 2013).
Por último, a finales de la década de 1820, Negro y Maciel se debilitaron por los enfrentamientos con las comitivas de Boroganos y Pincheiras (D’Orbigny, 1999). Bajo estos desafíos entraron en contacto con Chocorí y Cheuqueta y, sin descartar por completo vínculos parentales anteriores a 1750,65 posiblemente fue allí cuando se emparentaron los linajes -intuyo que a través de mujeres del linaje Negro y/o parentescos simbólicos. Tanto Lanquitrúz como Sayhueque nacieron a fines de la década de 1820 y principios de la de 1830 (Vezub, 2009; Davies Lenoble, 2013). Siguiendo la reconstrucción de Vezub, Cheuqueta aparentemente había nacido en Santa Cruz y la madre de Llanquitrúz era “pampa” (Vezub 2009: 104-5). Por lo tanto, el vínculo parental del último con los cacicatos de Patagones y las Sierras puede haber venido por vía materna. Además de la importancia del vínculo con Negro para legitimar su presencia en Patagones, el poder de Llanquitrúz sobre el Nordeste de la Patagonia también se legitimó a través de nuevos vínculos y el dominio iniciado por su padre y tío sobre los descendientes del periodo de paz para enfrentar el avance de los Boroganos y Pincheira en la región.66 Irónicamente, tanto Llanquitrúz como Saygüeque resignaron su presencia al norte del Colorado, área en donde Negro y sus descendientes siempre tuvieron sus asentamientos principales. Durante el siglo XIX, los cacicatos de la Patagonia se refirieron varias veces a la supuesta venta de las tierras de Patagones por el cacique Negro (Vezub y Mazzalay, 2016). Aludir a Negro como pariente mantenía la tensión entre aceptar como legítima la presencia de Carmen de Patagones y su propia territorialidad, y demarcar límites respecto al avance criollo sobre la Patagonia. Parentesco, territorio y poder marcaban las dinámicas regionales y la memoria interétnica.
En este artículo he enfatizado la importancia de explorar el parentesco como base y estrategia de poder indígena en Pampa y Patagonia en el plano práctico y discursivo. Aun teniendo en cuenta los límites interpretativos presentes en el uso de fuentes estatales, este tipo de análisis permite partir desde la política indígena en tensión con la etnificación impulsada por los agentes estatales. Este análisis visibiliza un radio más amplio de parientes y aliados, y el vínculo con la territorialidad. He observado una tensión entre la memoria local de largo plazo, que apela a una linealidad entre el territorio y la patrilinealidad -destacando siempre las figuras masculinas-, y fuentes que dan cuenta de un uso más flexible y amplio del parentesco para definir linajes, territorialidades y dominio. Se han destacado y explorado los hiatos temporales, los desplazamientos territoriales y la amplia red de parientes y aliados que también incluyó a los hispano-criollos de Patagones.
Respecto al caso puntual bajo estudio, he observado que el cacique Negro habría tenido un acceso restringido sobre el territorio en el que se estableció Carmen de Patagones. Si Negro vendió el territorio al Virreinato, dicha venta fue más una intención de extender su domino hacia el sur que una evidencia de su efectivo dominio territorial. Aunque en sus inicios fue exitoso en tejer una fuerte relación con las autoridades hispano-criollas y algunos aliados, luego fracasó en centralizar alianzas bajo su órbita. El uso de parientes cercanos en la diplomacia y su alianza con otros linajes locales fue limitado y conflictivo. Negro quedó bajo el liderazgo de Calpisqui, quien desde las Sierras centralizó alianzas en torno al Salado y facilitó el acceso de estos a Patagones. Incluso, los descendientes de Negro limitaron su accionar al norte del Colorado.
Además he observado que los cacicatos del sur, generalmente identificados como “tehuelches”, presentaron una relación más conflictiva con el pueblo durante los primeros años dado el impacto del nuevo puesto virreinal en la geopolítica e intercambio indígena. A su vez, parecen haber tenido un entramado de poder más horizontal, dando lugar a mujeres en posiciones de autoridad. En el segundo periodo he mostrado cómo, a partir de la mayor presencia hispano-criolla en la región y la muerte de Negro y Julián, estos grupos habrían extendido su territorialidad y lógica política hacia el norte. Se desarrolló un dinámico intercambio, desplazamiento territorial y alianza parental entre grupos de las Sierras, la Patagonia y las Manzanas. Este período también se caracterizó por fluidas alianzas e intercambios con Carmen de Patagones, habilitando su supervivencia y la construcción de una memoria de paz y amistad que luego fue reivindicada durante el siglo XIX.
En el tercer periodo se dio cuenta de la adaptación y supervivencia de los cacicatos frente a las sucesivas crisis políticas, bélicas y epidemiológicas. Se evidenciaron desplazamientos territoriales y procesos de fisión y fusión que se basaron y pensaron en torno al parentesco, y en donde las mujeres jugaron un rol clave. Esta lógica permitió el retorno de descendientes del cacique Negro, entre otros comarcanos, a las cercanías de Patagones y la supervivencia de la memoria de su linaje a través de nuevas alianzas con grupos locales y migrantes, como los liderados por Chocorí y Cheuqueta. También se observaron los desafíos que enfrentaron los grupos provenientes del sur, especialmente el impacto de las epidemias de viruela. Durante este último periodo, que espero profundizar en futuros estudios, se gestaron las alianzas y las dinámicas que décadas después les permitieron a los primos Llanquitrúz y Saygüeque extender su dominio confederal sobre el Nordeste de la Patagonia. Si bien su autoridad cacical devino de la patrilinealidad, su autoridad confederal también se fundó sobre vínculos matrilineales y el parentesco con los criollos de Patagones. La asociación de grandes líderes a otros del pasado no sólo constituyó una forma de legitimar el poder político, también sirvió para construir una memoria de soberanía indígena sobre el territorio en el largo plazo.
Este trabajo fue realizado gracias a subsidios del Centro de Estudios de Historia, Cultura y Memoria (CEHCMe), Universidad Nacional de Quilmes (UNQ), y la beca posdoctoral del Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET). Agradezco los comentarios de Carina Lucaioli y Jeffrey Erbig a la versión preliminar presentada en el CIPIAL, 2016.
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[1] Una versión preliminar de este trabajo fue presentada en el Segundo Congreso Internacional de los pueblos indígenas de América Latina, siglos XIX-XXI, La Pampa, 20 al 24 de Septiembre de 2016.
[2] Sobre la discusión del uso del término confederación o jefatura, ver: Bechis ([1989] 2008); Vezub (2009); de Jong y Ratto (2008); Villar y Jiménez (2011), entre otros.
[3] Además de los trabajos ya citados, ver la referencia al parentesco y al pacto en la carta de los pobladores a Llanquitruz de 1856: “Nuestro Querido Yanquetruz”, Patagones 5 de Junio 1856 (copia sin firmas), Archivo General de la Nación (en adelante AGN). Sala X, 19-4.-5.
[5] Entiendo por etnificación “los dispositivos coloniales (de estado y capitalista) que producen efectos de normalización y espacialización y participan de la creación de lo étnico a través de la reificación de las prácticas y representaciones de las sociedades indígenas” (Boccara, 2005: 44). Es importante mencionar que Lidia Nacuzzi, en la revisión de los rótulos étnicos realizada ha señalado tempranamente la importancia del estudio de los grupos pequeños (Nacuzzi, 1998, 2002, 2014).
[6] Martha Bechis tempranamente utilizó el término en su estudio sobre la expansión de grupos de la Araucanía y cordillera a las Pampas. La autora define geopolítica como “la ocupación intencional o de hecho de un espacio con el propósito de apoyar los intereses del grupo madre que permanece en su territorio” (Bechis [1985] 2008: 38). Más allá del caso puntual de las migraciones, el término viene siendo utilizado por la historiografía para referir al vínculo entre la política, el poder y la territorialidad indígena. Ver también de Jong (2018a), entre otros.
[7] Aun cuando Bechis utiliza el término autoridad en vez de poder, argumentando que los líderes no tenían el monopolio del uso de la fuerza, otros trabajos, especialmente de Mandrini, Vezub y Boccara, optan por utilizar el término poder adhiriendo a una definición más amplia del mismo. Los autores destacan que los líderes indígenas acumulaban capital económico, político e informacional que les permitía ejercer un importante nivel de dominio sobre otros (Bechis, [1989] 2008; Mandrini, 1992; Boccara, 2007; Vezub, 2009).
[8] Sobre la Araucanía, ver la reflexión historiográfica de Perucci González (2016).
[9] Como ha postulado Nacuzzi (1998) es importante diferenciar los campamentos base de aquellos de tránsito y aprovisionamiento.
[10] En cuanto a las crónicas locales, se utilizan especialmente las de Biedma (1905) y Entraigas (1960).
[11] Los trabajos de Luiz (2006), Alioto (2011), Ratto (2008) y mi tesis de licenciatura (Davies Lenoble, 2006) estudian este periodo pero no se han focalizado en los linajes y el parentesco.
[12] “Comandancia de Frontera, El Zanjón y Luján”, AGN, Sala IX, 1-5-3, fs. 260-261 y 1-6-1, f. 730, en Carlón (2013).
[13] El plan apuntaba a establecer poblados en la Bahía sin Fondo -que se creía era donde desembocaba el rio Negro- y en la de San Julián, y dos fuertes subalternos en el rio Colorado y Puerto Deseado.
[14] Sobre el viaje de Villarino ver Enrique (2015).
[16] Además de informarles que el rio Colorado era de poca agua y difícil acceso por mar, Viedma indica que los indios del Colorado impedían y protegían su acceso por ser el mejor terreno para su subsistencia y caballadas. AGN IX, 16-3-2, f. 2, y Nacuzzi (1998).
[19] Sobre el rol de su hermano Cayupilqui y su clasificación como cacicazgo dual ver Nacuzzi (1998).
[20] Por ejemplo, el ranquel Catruem/katruem era cuñado de Cayupilqui y Calpisqui tras casarse con una hermana de ambos (Carlón, 2013).
[21] Zizur, 1781: 78-97, en Carlón, 2013; AGI Bs. As., 327, en Luiz, 2006, y “Viedma 1781” en Nacuzzi, 1998: 145.
[23] En la primera lectura de un documento sobre los regalos enviados a los caciques Negro y Maciel creí entender que eran hermanos (Davies Lenoble, 2013, 2017). A la luz de los trabajos relevados en este artículo y una relectura de dicho documento -que separa con coma la referencia al hermano de Negro y al cacique Maciel- dicha asunción parece un error. Según un documento anónimo citado por Nacuzzi, Maciel informó en 1784 que era hermano del cacique Caqueliete. Carlón indica que cuando se crearon las misiones jesuitas en 1740 hubo un “Cacique Massiel” relacionado a José Yahattí, por lo que podría ser pariente de aquél. AGN, Sala IX, 16-4-1, f. 29; Nacuzzi (1998: 151); Moncaut, ([1772] 1981: 42), en Carlón (2013: 99).
[24] AGN, Sala IX, 16-4-1, f. 29. Negro y Maciel también fueron clave en la negociación de paz tras la masacre y expedición punitiva que comandó el Superintendente De la Piedra en la región (Alioto, 2014).
[25] Cuando el Virrey Vertíz decidió levantar los fuertes de la costa, dejó Patagones por “lo mucho que se ha gastado en él y porque puede de allí conducirse porción de sal y servir de algún fomento su comercio...”, “Real Orden de 1º de agosto de 1783”, AGN, en Biedma (1905: 207), y Censo de 1788, en Davies Lenoble (2006) y Luiz (2006).
[26] Esto ocurrió tanto luego de la masacre y expedición de De la Piedra en 1784 como del asesinato del cacique Julián. AGN, Sala IX, 16-4-2, fs. 41 y 112.
[27] “Continuación del Diario de los acaecimientos, y operaciones del Establecimiento del Río Negro desde el día 6 de abril de este año de 1781 hasta el último de su fecha, 29 de julio de 1781”, AGI, Bs. As., 327, en Luiz (2006) y “Viedma 1781”, en Nacuzzi (1998: 145).
[28] Además de los caciques aquí analizados, en esta región se menciona a los caciques Quiliner, aliado a Negro, Vzel, y Capitán. Ver Nacuzzi (1998).
[30] Villarino, 21-8-83, en Nacuzzi (1998: 153).
[32] Sobre la lista de aliados y sus territorialidades ver Viedma ([1780-83] 1792: 906-907), en Nacuzzi (1998: 121).
[34] Un enviado de Negro intervino y solicitó la liberación del cacique Francisco, quien acampaba con 35 toldos de “tehuelches” cerca del fuerte. AGN, Sala IX 16.3.2 y 16.3.3. Sobre estos contactos ver Nacuzzi (1998); Davies Lenoble (2006) y Luiz (2006).
[35] Viedma ([1780-83] 1792: 906-907), en Nacuzzi (1998: 121).
[36] Por ejemplo, en agosto se llevaron más de 400 vacas, 100 caballos y 85 ovejas. AGN, Sala IX 16-4-2, f. 53, 107. Sobre otros conflictos ver AGN, Sala IX, 16-4-4, fs. 81 y 90; 16-4-3; 16-4-5, f. 103.
[38] Un indio escapó y las dos chinas y el indio restante fallecieron en el barco. AGN, Sala IX, 6-4-5, f. 50.
[40] Los registros de los “rescates o compras” de indígenas en Patagones indican que un gran número de intercambios fueron adultos “tehuelches” que entregaban a “esclavos” o cautivos “aucas” tomados en guerra (Davies Lenoble, 2006, 2009).
[41] Varios documentos refieren a la ausencia de partidas indígenas. En 1792, se menciona una epidemia de viruela en las Manzanas (AGN, Sala IX, 16-4-9, fs. 31 y 33).
[42] “Libros de Bautismos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, 1804-1839”, Iglesia Mormona (en adelante IM), Microfilm 1107622, Rollo 99, No. 330
[46] Una planilla de 1798 también registra el envío de agasajos para Negro. AGN, Sala IX, 16-4-10, fs. 65 y 12.
[47] “Carta de Manuel Fernández a Nicolás Arredondo, 10 de noviembre de 1790”. AGN, Sala IX, 1-4-3, en Nacuzzi (2014: 68).
[48] Durante los primeros encuentros en 1779-1780, hubo un cacique Capitán y un cacique Capitán Chiquito vinculados a Negro, pero el último fue muerto por un soldado en 1780, y no hubo más referencias a estos caciques en Patagones luego de dicho año. AGN, Sala IX, 16-3-4, fs. 6 y 73; 16-3-5, f.12.
[49] La China Princesa visitó más de tres veces el fuerte en 1797 con “indios y chinas para ser agasajados”. Al año siguiente, se registraron tres visitas más. AGN, Sala IX, 17-1-7, fs. 2, 34.
[51] Por ejemplo: en septiembre de 1797 Lucanei se acercó al fuerte con partidas del cacique Chapingo; en mayo de 1798, un grupo de indígenas de la laguna de Rilbae, mandados por Peynecán, le avisaron a Lucanei que se aproximaban los “indios de tierra adentro”, y en octubre de 1798 se acercó al fuerte con un hermano del Capitán Chiquito. AGN, Sala IX, 17-1-7, fs. 7 y 2.
[54] En una ocasión, la China Princesa recibió catorce frascos de aguardiente, pero parte de esto era para llevarle al cacique Capitán Chiquito. AGN, Sala IX, 17-1-7, f. 2.
[55] Además de aguardiente, frecuentemente recibieron yerba mate y galleta, a veces espuelas y frenos de plata, y una variedad de efectos para la confección de vestimenta y adorno -como bayeta, botones, cascabeles, cuentas, dedales, espejitos, campanillas, trompas y sombreros.
[60] Dupín obtiene esta información por el relato del cacique Negro. El parlamento parece haber ocurrido en tierra indígena pero no hay detalles sobre qué cacique lo presidió ni el rol de Negro. (Dupín, [1825] 2003; en Villar et al., 2003: 59-82).
[61] Durante estos parlamentos y episodios, se reconoce al cacique Negro como aliado de los descendientes de Lorenzo, cuyo hijo Pooti habló en el segundo parlamento y reunió aliados aucas y tehuelches.
[62] “Libros de Bautismos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, 1804-1839”, IM, Microfilm, 1107622, Rollo 99, No. 330.
[63] “Libros de Bautismos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, 1842-1860”, IM, Microfilm, 1107622, Rollo 100, Bautismo de febrero, 1843.
[64] Casamiquela cita una carta de Harrington a Vignati (sin fecha) que plantea que Juan José Hernández se había casado con una hija del cacique Llanquitrúz llamada Kalmachum (Casamiquela, 1988: 21). Esto resulta poco probable ya que durante el rosismo, Llanquitrúz estaba cautivo y era muy joven. Además, el acta de bautismo de Francisco indica que su madre era Catalina Maciel de 40 años de edad. “Libros de Bautismos de la Parroquia Nuestra Señora del Carmen, 1842-1860”, IM, Microfilm, 1107622, Rollo 100, Bautismo del 16/6/1859. Esta confusión puede deberse a la alianza que se estableció entre los linajes de Llanquitrúz y Maciel, y al uso flexible de las filiaciones de parentesco. En las cartas entre Saygüeque y Francisco, estos se tratan de tío y sobrino (Vezub, 2009: 178).
[65] Siguiendo la reconstrucción de Vezub, Casamiquela estableció que Cangapol o Bravo, importante cacique de la región bonaerense a mediados del siglo XVIII, era el tatarabuelo de Saygüeque, y Falkner que provenía del Huichín (Vezub, 2009: 91). Sin embargo, Carlón encuentra que los sucesores de Cangapol, su hijo Guibar y su hermano Guelquen, habrían perdido el dominio del cacicato y la región por conflictos inter e intratribales y no se encontraron aún registros de la continuidad de este linaje luego de que abandonaran el Zanjón en 1761 (Carlón, 2013: 176). Aunque la descendencia puede venir por vía femenina y/o en rama diferente a la de Negro, es importante mencionar estos hiatos tempo-territoriales. También se ha asociado a Chulilaquini como pariente.
[66] En el relato de D’Orbigny encontramos referencias a alianzas entre Cheuqueta, Chuarlkin, y los “tehuelches” Vicente y Vera contra el avance de los Pincheira y Boroganos. Incluso, estos aliados parecen haber maloneado el pueblo (D’Orbigny, 1999: 300, 428-432, 419). A su vez, durante la década de 1830, Chocorí se alió con comarcanos en contra de los migrantes. Por último, en las listas de revista del siglo XIX aparecen bajo los linajes de Llanquitrúz y Saygüeque personas nombradas como “Churlakin” y “Maciel”. Ver Vezub (2009) y Davies Lenoble (2013).