Sasha Quindimil[1]
Violencia civilizada contra los indios de las llanuras del Plata y Sur de Chile (Siglos XVI a XIX)
Cuando se intentaba un levantamiento contra los españoles, los impulsores enviaban a sus posibles aliados una flecha que simbolizaba la intención de iniciar la guerra; “la aceptación del envío implicaba el acuerdo en participar, y quien acordaba podía a su vez promover la adhesión de otras reducciones, haciendo circular el objeto del mismo modo”, explica Sebastián Alioto (Alioto et al., 2018: 353) en el decimoquinto capítulo de Devastación… En este sentido, se puede pensar a este libro como una flecha que circula sutilmente, de mano en mano, por universidades, bibliotecas, institutos, espacios de militancia y activismo indígenas, hogares de familiares de víctimas de la violencia Estatal y de personas ajenas a la academia interesadas en la Historia.
Coordinado por Daniel Villar, Juan Francisco Jiménez y Sebastián Alioto, este volumen aborda las distintas formas de violencia que tanto el Estado Imperial español, como aquellas formaciones políticas pos-coloniales emergidas de las luchas independentistas, y los Estados Nacionales, practicaron contra los pueblos indígenas de la Araucanía, las Pampas y la Patagonia Norte, entre los siglos XVI y XIX. Su objetivo consiste en realizar “un tributo al conocimiento de las maneras en que se desarrollaron y variaron los episodios de violencia inter-étnica” (Alioto et al., 2018: 18) en estas regiones dentro del rango temporal mencionado; con el “propósito adicional” de establecer si las prácticas llevadas adelante en dichas ocasiones pueden calificarse de genocidas, en tanto buscaban exterminar a un determinado grupo étnico, y “masivamente violentas, en el sentido de que las vidas de mujeres, niños y demás no combatientes fueron irrespetadas, algunas veces en desobediencia a las órdenes superiores, pero otras en cumplimiento estricto de las mismas” (Alioto et al., 2018: 18).
Decimos que “corre la flecha”, porque su rigurosa construcción de conocimiento manifiesta un profundo compromiso con la causa de los pueblos indígenas y los derechos humanos. Así como propone nuevos problemas y líneas de estudio, entablando diálogos y disputas hacia el interior del campo específico de la Historia Indígena, convocando a los lectores a revisar postulados y tomar posición.
Su estructura se compone de una presentación, una introducción y quince capítulos divididos en cuatro partes -cuya autoría corresponde mayormente a los coordinadores. La Presentación del libro, a cargo de Villar, señala, por un lado, la voluntad de dar a conocer los avances producidos a lo largo de diez años de investigación, articulando papers editados en revistas especializadas y contribuciones originales elaboradas especialmente para esta publicación. Por otra parte, manifiesta su compromiso político-intelectual, expresando preocupación y malestar por lo que considera una reactualización del problema de la violencia contra los indios tanto en Chile como en Argentina. La dedicación del libro a la memoria de Santiago Maldonado y Rafael Nahuel -jóvenes defensores de los derechos mapuche y víctimas de la represión de las fuerzas de seguridad en 2017-constituye una respuesta contundente a una demanda social impostergable.
La “Introducción” expone el carácter conflictivo que asumieron las relaciones interétnicas fronterizas a un lado y otro de la cordillera a lo largo de todo el período, señalando similitudes, diferencias, vínculos y cambios. Presenta de manera clara y sistematizada las atrocidades cometidas por los distintos órdenes estatales contra los pueblos nativos desde el siglo XVI. Masacres, toma de cautivos, apropiación de niños, violencia sexual y reparto de familias; negligencias en el tratamiento de enfermedades -sus consecuencias- y desnaturalizaciones se integran secuencialmente, evidenciando distintos momentos del genocidio. Los apartados del libro se ordenan en este sentido.
La introducción también plantea la persistencia entre los distintos perpetradores de una voluntad e intentos sostenidos de deshacerse de los nativos, al mismo tiempo que explica los factores relativos a las correlaciones de fuerzas que impedían primara un grupo sobre el otro hasta finales del siglo XIX; provocando la continua oscilación entre incursiones violentas cuando era posible y negociaciones diplomáticas cuando el pragmatismo lo aconsejaba. Los compiladores intervienen, de este modo, en los debates historiográficos actuales, posicionándose en coincidencia con la Red de Investigadores sobre Genocidio y Política Indígena. Proponen una ampliación de los marcos temporales que permita desplegar miradas más allá de los episodios de “La campaña del Desierto” y de la “Pacificación del Arauco” para des-cubrir la existencia de una política sistemática de exterminio de larga duración, con continuidades y transformaciones en sus discursos y prácticas.
Un profuso corpus documental, construido a partir de la indagación en numerosos archivos de Argentina, Chile y España, cruzado con una vasta bibliografía, fundamenta sus inferencias. Asimismo, el texto despliega minuciosamente un elaborado andamiaje conceptual para sostener su tesis, al tiempo que analiza y rebate las objeciones al empleo del concepto genocidio: reconoce prácticas y pulsos genocidas, repara en la relación entre genocidio y colonialismo, y evalúa las contribuciones y limitaciones de nociones alternativas, tales como masacres y eliminacionismo. A medida que se desenvuelve la explicación, se señalan en notas al pie los capítulos del libro cuyos análisis de caso solventan las afirmaciones realizadas. En este sentido, la Introducción constituye un artículo en sí mismo, un análisis agudo y sintético resultante de la información aportada por cada uno de los trabajos compilados. Sin dudas, constituye una referencia obligada para estudiantes y especialistas, y una herramienta valiosa para docentes y militantes políticos.
La primea parte, “Masacres y políticas violentas contra los indígenas” se compone de siete capítulos. En él se reconstruyen distintos episodios violentos en las Llanuras del Plata y la Araucanía ocurridos entre los siglos XVI y mediados del XIX, centrándose en las atrocidades ejecutadas por los agentes gubernamentales. Se analizan los procedimientos asimétricos de asalto empleados contra las sociedades nativas en momentos en los que estas se hallan incapacitadas para oponer una resistencia efectiva; se explicitan sus fases, que culminan con el aniquilamiento casi completo del grupo atacado, la captura y reparto de sobrevivientes -niños y mujeres-, y la apropiación de ganado como botín de guerra. Se observa cómo esto comprometía seriamente la supervivencia y reproducción cultural del grupo agredido, entendido como una unidad política autónoma. El abordaje se complejiza al considerar la participación de los indios amigos en las masacres. Además, se examinan las violaciones de cautivas cometidas por soldados, y la manipulación y exhibición de las cabezas de los vencidos, sus significados y las formas en que estos mutaban. Finalmente, se exponen las consecuencias que tuvieron todos estos actos. Por un lado, propiciaron el surgimiento en el sur de Chile de estrategias adaptativas entre las poblaciones indígenas para evitar las campeadas y malocas, tales como sembrar sus cultivos en las sierras y ocultar sus silos bajo tierra, o el aumento de los patrones de movilidad y dispersión, el abandono estacional de la agricultura y su complemento con la caza y la recolección. Por otra parte, alimentaron las represalias acometidas por los parientes de las víctimas en venganza de los daños sufridos, que tornaban contraproducentes las incursiones cristianas y conducían a aquellos funcionarios prudentes a optar por el comercio y la diplomacia en los casos en que la correlación de fuerzas les era desfavorable. Esta posición respondía estrictamente a una visión pragmática de la política, y no a una concepción humanista. Los militares europeos justificaban las atrocidades aduciendo el carácter supuestamente excepcional de la guerra librada contra naciones bárbaras, especialmente si el enemigo era un líder rebelde, un cacique corsario. Al respecto se incluye la primera traducción completa a cargo de Jiménez del diario del civil Thomas Leighton, quien denunciara públicamente en Gran Bretaña las atrocidades perpetradas a principios del siglo XIX en el sur de Chile.
La segunda parte “Toma de cautivos, apropiación de niños y reparto de familias” consta de cuatro capítulos, que incluyen los aportes de Natalia Salerno, Pablo Arias y Joaquín García Insausti -además del de los compiladores. En él se explora el destino de las mujeres y niños indígenas cautivados durante las últimas décadas del siglo XVIII y el siglo XIX, a partir del análisis de casos. Se da cuenta de los efectos desestructurantes que las experiencias de cautiverio tenían en estos sujetos, quienes se hallaban alejados de sus familiares, recluidos en un entorno hostil -en sí misma la ciudad era considerada peligrosa-, obligados a trabajar compulsivamente, expuestos a violaciones y malos tratos, e impelidos a dejar atrás su antigua identidad. También se explica el valor económico que poseían para los apropiadores dada la escasez de mano de obra, lo que condujo a que a finales del siglo XIX el ejército, la burocracia masculina y las mujeres de la Sociedad de Beneficencia disputaran el control del reparto. Respecto de este último grupo, se analiza el rol engenerizado que desempeñó en la “campaña del desierto”, representando el brazo “maternal”, “blando”, del Estado genocida en pleno proceso de secularización. Este apartado gira, asimismo, en torno a los silencios y a la incapacidad de comunicar. En este sentido, las indígenas recluidas muchas veces sufrían ataques de quienes se suponían debían cuidarlas porque se presumía que no podrían contar lo ocurrido. La opción por el silencio y su tratamiento en las fuentes se trabaja para el caso de los sacerdotes salesianos que acompañaron a las tropas argentinas durante la “campaña del desierto”.
Los dos capítulos que integran la tercera parte, titulada “Enfermedades, descuidos y consecuencias”, muestran los efectos nocivos de la viruela en los prisioneros indígenas, producto de las políticas concentracionarias, la situación de estrés extremo, el hacinamiento, las condiciones insalubres y la negligencia de los funcionarios coloniales y mandos militares. La indiferencia de las autoridades coloniales queda al descubierto al constatar el total incumplimiento de los rigurosos protocolos sanitarios emanados de la Corona en 1785 y 1788. En cuanto al caso del Estado Argentino, su responsabilidad se manifiesta en la imposibilidad logística del ejército de abastecer adecuadamente de alimentos y de proveer las condiciones sanitarias básicas a los prisioneros de guerra durante la “Campaña”. Se destaca, a su vez, la demora con que se procedió a inocular a la población nativa contra la viruela, lo que ocurrió recién cuando se temió que las tropas resultaran contagiadas. Además, se compara esta manera de proceder con la de los pueblos indígenas quienes aislaban a los enfermos y les propiciaban cuidados adecuados.
La desnaturalización era un castigo frecuente y temido para los indígenas, tanto para individuos considerados peligrosos como para grupos enteros relocalizados en función de intereses económicos. Tal era el miedo que inspiraba entre los nativos que la memoria colectiva guardaba registro de los deportados, y su fantasma era agitado por los líderes rebeldes para hacer correr la flecha. Justamente es el tema de la cuarta y última parte, “Desnaturalizaciones y Rebeliones”, que consta de dos capítulos donde se analizan los casos, por un lado, de dos singulares levantamientos indígenas en el mar, que aprovecharon distintos puntos débiles de la tripulación para intentar tomar la nave y; por el otro, de la rebelión de 1693, la más grande en el Reyno de Chile después de la de 1598. En este último, los motivos se relacionaban con la desnaturalización de grupos completos que llevó adelante el Presidente de la Audiencia, Gobernador y Capitán General Tomás Martín de Poveda, sustentadas en denuncias por brujería contra los perjudicados. También contribuyó el malestar creado por su monopolio del comercio indígena.
Devastación… es un libro de largo aliento que se lee rápidamente. Sin duda el mérito de despertar la avidez de quienes lo leen corresponda, en parte, a la prosa elegante, clara y fluida de Daniel Villar, quien partió el primero de abril de 2019. Este es su último libro. Quienes conocemos su trayectoria académica y política podemos dar cuenta no solo de su calidad profesional, sino fundamentalmente del compromiso que sostuvo a lo largo de toda su vida con las reivindicaciones indígenas y los Derechos Humanos. El propósito explicitado en las primeras páginas y sostenido a lo largo de todo el volumen constituye una síntesis de dicho posicionamiento y de su concepción respecto del rol social del historiador: ayudar a crear conciencia de que “también con las comunidades nativas es imprescindible un Nunca Más y que el Estado Nacional debe respetarlas y satisfacer sus justas demandas sin dilaciones además de haberlas reconocido a ellas y a estas en el papel” (Alioto et al., 2018: 3).