A propósito del género, las sexualidades y el sexo. Claves geográficas para su análisis y distinción


José Ignacio Larreche

Departamento de Geografía y Turismo, Universidad Nacional del Sur (UNS).
Bahía Blanca, Argentina.

Recibido: 6 de diciembre de 2021. Aceptado: 17 de octubre de 2022.

Resumen

El espacio geográfico, muchas veces, resulta abstracto para quienes investigan o buscan investigar su dimensión sociocultural. En este sentido, considerando la revisión bibliográfica y algunos hallazgos de un recorrido académico con intereses que se inclinan hacia las geografías contemporáneas/posmodernas/emergentes, se propone una reflexión para precisar dicho objeto en distintas claves analíticas y cotejarlo brevemente con el contexto académico regional actual. Si bien reconocemos que la realidad se presenta compleja y dinámica, “desanudar” lo socio espacial constituye una maniobra relevante para comprender más fehacientemente determinados temas y problematizaciones que se presentan confusos. En este aporte, espacio social, espacio sociosexual y espacio sexual pueden ser claves geográficas delimitadoras e inteligibles para el análisis sociocultural.

Palabras clave: GÉNERO Y SEXUALIDADES. ESPACIO SOCIAL. ESPACIO SOCIOSEXUAL. ANÁLISIS GEOGRÁFICO.

About gender, sexualities and sex. Geographic keys analysis and distinction

Abstract

The geographical space, many times, may seem an abstract concept for those who investigate or seek to investigate its sociocultural dimension. Furthermore , taking into account the literature about and some other academics findings towards contemporary/postmodern/emerging geographies, this article’s purpose is to share some thoughts on the subject. Different analytical keys will be involved, each of them through the light of the current academic context. Although we recognize that reality appears complex and dynamic, “untying” the socio-spatial is a relevant maneuver to understand more reliably certain issues and problematizations that appear confusing. In this contribution, social space, socio-sexual space and sexual space can be delimiting and intelligible geographical keys for cultural-social analysis.

Keywords: GENDER AND SEXUALITIES. SOCIAL SPACE. SOCIO-SEXUAL SPACE. GEOGRAPHIC ANALYSIS.

Palavras-chave: GÊNERO E SEXUALIDADES. ESPAÇO SOCIAL. ESPAÇO SOCIOSEXUAL. ANÁLISE GEOGRÁFICA.

Introducción

Las crisis paradigmáticas de la ciencia geográfica no hubiesen sido posibles sin un contexto de cambio político, económico y social asociado. De hecho, las discusiones planteadas por parte de corrientes humanistas y marxistas en la década de los sesenta tienen en su origen una preocupación por la realidad circundante, que la geografía parecía ver, pero no tocar, en una distancia epistemológica como de vidriera.

Con el giro cultural de inicios del siglo XX, vuelve a aparecer la inquietud social en el quehacer geográfico, y se renueva su corpus. En Latinoamérica, en general, y en la Argentina, en particular, la irrupciones relativas al género1 y las sexualidades han tenido un carácter trascendental en términos epistemológicos y metodológicos en los últimos años. Sin embargo, la erupción de estas discusiones (bullying, violencia de género, cupo trans, recuperación de memorias LGT, placer, trabajo sexual, entre otras) plantea un desafío desde el punto de vista teórico (sin desmerecer el activismo de base), dado que no siempre alcanza con resumirlas bajo “lo social” o tradicionalmente como parte de la geografía social.2

Perla Zusman, Hortensia Castro y Mercedes Soto (2007) consideran que el letargo demostrado en el avance de pesquisas culturales en la geografía argentina tiene que ver con los intervalos dictatoriales entre períodos democráticos que repercutieron en el exilio de profesores con esta impronta, especialmente en el Instituto de Geografía de la Universidad de Buenos Aires. Asimismo, la sensibilidad social en el perfil de la carrera, vinculada con figuras como Félix Outes, Francisco de Aparicio, Romualdo Ardissone y Elena Chiozza, se va a afianzar por nexos institucionales: “la Geografía Humana no solo dialoga con la Antropología, sino que comienza a entablar relaciones con los profesores de la recién creada carrera de Sociología (como Gino Germani)” (Zusman et al., 2007:787). No obstante, con la recuperación de la democracia, la perspectiva miltoniana tendió a monopolizar las iniciativas críticas y la geografía cultural (con sus derivas temáticas) se mantuvo al margen y con escasos representantes, a pesar de que, como afirman las autoras, la obra de Paul Claval ya había sido traducida.

La presente contribución, más bien exploratoria y reflexiva, se construye en el proceso de investigación doctoral del autor que inicia en el año 2016 y finalizó recientemente.3 En este tiempo, se ha podido participar de diferentes instancias de debate tanto dentro como fuera de la geografía (en el marco de congresos en ciencias sociales) y, gracias a muchos de esos intercambios sostenidos, sumado a los hallazgos en el trabajo de campo,4 se estimuló una mirada más atenta sobre los asuntos de género y sexualidades LGTB5 que produjeron nuevos razonamientos y posicionamientos. En este sentido, se ofrece un punteo no exhaustivo, basado en los fundantes de estas líneas (García Ramón, Bell y Valentine, Browne) y las principales referencias a nivel regional (grupos de Brasil, Argentina, publicaciones y últimos congresos latinoamericanos de las líneas) en virtud de confrontar el objeto de estudio de la geografía con estas temáticas y, de esta forma, distinguir más que colapsar ambas líneas.

El objetivo es brindar claves analíticas para cotejar el papel del espacio en procesos sociales que atraviesan al género y a la sexualidad, susceptibles de ser tratados como asuntos intercambiables. De esta forma, se focaliza en las principales diferencias en torno a las prácticas, las subjetividades y la naturaleza del espacio en cuestión. Desde este punto de vista, el abordaje cultural en geografía brinda una serie de herramientas orientativas para repensar lo específico de cada sujeto o grupo de estudio más allá de sus articulaciones coyunturales en términos de demandas políticas.

Para la revisión bibliográfica (y contrastación de autores) se intenta seguir cierta genealogía desde el Norte hasta el Sur, considerando sus principales aportes y ejes de discusión. Esta maniobra no busca conformar un estado del arte sobre geografía del género y de las sexualidades, sino extraer argumentos útiles, más o menos representativos, para conformar una propuesta más sólida. En el caso de Latinoamérica, este recorrido estuvo enfocado en los eventos académicos de los últimos años y publicaciones como la revista Latino-Americana de Geografia e Gênero, que tiene una trayectoria reconocida en el tratamiento de estos temas.

El texto posee tres grandes partes, sin contar las reflexiones suspensivas al final. Las primeras dos argumentan los cambios que adquiere el espacio de cara al giro cultural con el papel de la(s) mujer(es) y, más tarde, del colectivo LGTB y sus implicancias geográficas. En la tercera parte, se hace un breve repaso del escenario actual en torno a las tres claves provistas, acudiendo a un análisis de reuniones científicas, para repensar los desafíos que representa para la región seguir enriqueciendo la perspectiva cultural en geografía a partir de estos tópicos.

El género como clave del espacio social “completo”

García Ramón, una de las autoras más relevantes de la geografía del género para nuestra región, ha alertado a lo largo de sus trabajos sobre la importancia de la incorporación del atributo género en la comprensión de los hechos espaciales. Para no excluir la mitad del género humano: un desafío pendiente en geografía humana (1989) es un texto que funciona como un necesario estado del arte de la cuestión y también como una denuncia explícita para con el seno de una ciencia androcéntrica (Rose, 1993). La española aquí remarca que, hasta entonces, el análisis geográfico de los miembros de la sociedad había recaído sobre un conjunto de ellos. Asimismo, la autora vislumbra para inicios del siglo XX una geografía comprometida con la desigualdad en torno a la producción y reproducción del espacio social, fundamentalmente a partir de la problematización de las relaciones de género que deviene de la división social del trabajo.

En su intervención, aclara sobre el insuficiente impacto que tienen ciertos estudios de la geografía económica que, posicionados solamente en un plano descriptivo, atienden más bien al sexo (cuantitativo) que al género (cualitativo) y, de esta forma, no logran movilizar las complicidades entre el capitalismo, los roles de género y los espacios asignados. Es así que llama a la participación de hombres y mujeres en estas investigaciones para un cambio trascendental, estamento que reafirma años más tarde (García Ramón, 2012). Los trabajos académicos del Women & Geography Study Group, del Instituto Británico, llevados adelante por Linda McDowell, Sophie Bowlby, Gillian Rose y Doreen Massey, inspiran los aportes de la catalana y desafían la ontología del objeto de la geografía (Guberman, 2019).

Postular que el espacio como producto social es, en realidad, una construcción que se da entre hombres y mujeres es, de alguna manera, un aporte revelador para concretizar lo social del espacio geográfico sin caer en una metáfora abstracta o puramente erudita. Por otro lado, con este hincapié dichos análisis se alejan de considerar al espacio neutral, como afirma García Ramón en otro de sus aportes, y se profundiza sobre las relaciones de poder asimétricas entre estos sujetos sociales. La relectura del hogar, la segregación residencial y laboral de acuerdo con la composición familiar y el género, así como la presencia de otros sentidos y sensaciones en los desplazamientos de las mujeres –miedo y violencia–, van a ser producciones de la época capaces de ampliar el espacio desde donde, cómodamente, se observaban los hechos, además de encauzar un caudal de reflexiones que, en la actualidad, son aprovechadas, muchas veces, por el activismo en el marco del derecho a la ciudad.

Esto va significar también un cambio en las metodologías, que priorizan lo cualitativo y dan lugar al sujeto, cuestión que se afianzará con el giro cultural:

La geografía feminista y el postmodernismo comparten una visión crítica del pensamiento racionalista y de sus pretensiones totalizadoras y universales pues no creen en la existencia de un conocimiento “real” que sea universal y objetivo y producto exclusivo de la razón y de la lógica. Así pues, todas las categorías de análisis se han de “deconstruir” y contextualizar (García Ramón, 2005:58).

Si bien esto parece una obviedad para otras ciencias sociales, en la geografía el carácter cualitativo de las indagaciones se logra incluir con tenacidad y gracias a la impronta feminista. Aunque no nos vamos a adentrar en una discusión de escuelas y ensamblajes del pensamiento social, la influencia del feminismo socialista, y luego los estudios culturales, favorecen estos nuevos meandros analíticos que llegan, con sus singularidades, a nuestras latitudes.

En efecto, el género produce consecuencias no solo temáticas, sino epistemológicas y metodológicas que dotan de un nuevo ímpetu crítico a los desarrollos venideros. Esta línea, a su vez, logra ser reconocida por algunas personalidades, como David Harvey y Yi Fu Tuan, que la hacen parte de sus miradas, a pesar de las críticas esbozadas por Gillian Rose en su manifiesto (1993 ). En La condición de la posmodernidad (Harvey, 1998), aparece la advertencia sobre una gran cantidad de grupos marginados/excluidos/subalternizados entre los que se encuentran las mujeres. La preocupación de las minorías brevemente expresada en esta obra, de alguna manera, demuestra que las vivencias y voces de estos grupos empieza a ser clave en la relativización de las verdades universales de la modernidad. Con el posmodernismo, estos relatos y situaciones logran mayor complejización. Lo que es valioso para el siglo XX parece requerir un mayor esfuerzo en el siglo XXI, en la medida en que esta alteridad no solo se expresa en otras subjetividades, sino que exige la dimensión situada de estas.

En una reedición de su estado del arte, García Ramón (2005) señala la importancia del giro poscolonial que en sus disertaciones previas no había tenido resonancia. La ibérica postula que el enfoque poscolonial sobre la historia de la geografía –que incluye a las mujeres viajeras/exploradoras– revela su potencialidad para (re)construir un pensamiento geográfico más pluralista y menos excluyente. Este posicionamiento va a tener un eco propio con los feminismos descoloniales que busquen compensar ese espacio generizado europeo. Si bien acuñar el género para democratizar el espacio social constituye un quiebre en las prerrogativas instauradas, el programa de género tiene algunas limitaciones de cara a alumbrar otras minorías en este nuevo contexto.

En este orden de ideas, la defensa de un espacio sexual que hace García Ramón es más bien la defensa de un espacio social generizado que sigue respondiendo a un binarismo difícil de sostener cuando se agregan otros atributos como la orientación sexual y la identidad de género. Desde este punto de vista, lo sexual no solo evoca el sexo de las personas, es decir, lo biológico y anatómico, sino también sus identificaciones, expresiones y prácticas sexuales, lo que obliga necesariamente a un cambio de encuadre o un ajuste de lo que la autora concibe como meramente sexual. En este sentido, en las relaciones de género que García Ramón concibe y piensa, sigue existiendo un componente intocable: lo que pone en relación y en tensión a hombres y mujeres es un sistema bajo un imperativo cis-heterosexual. Sin embargo, ¿qué ocurre cuando el sexo/género no nos dice nada acerca del deseo? O, en otras palabras, ¿qué implicancias tiene para el espacio todo aquello que no se adecua al sistema heteronormativo como condición estructural y estructurante?

El deseo como clave del espacio sociosexual y sexual

Si bien García Ramón (2012) realizó un esfuerzo por romper esos roles de género en alguno de sus títulos , esto es, masculinidades y feminidades espaciales, dicha maniobra no contó con el suficiente sustento para advertir sexualidades no heterocentradas en esas pluralidades. Más tarde, esta irregularidad es confirmada en la reedición mencionada: “La sexualidad es otro tema que se ha introducido más recientemente y que ha tenido también cierta repercusión en medios feministas, aunque todavía se debate si los estudios de la sexualidad se han de incluir o no en la geografía feminista” (García Ramón, 2005:59). Aquí aparece un primer punto de tensión para referirse a las experiencias de opresión entre mujeres y personas LGTB, al menos desde un tratamiento teórico. Lo que sí se sigue compartiendo es la devaluación y sospecha, producto de una linealidad investigador-investigación que es condenatoria por parte la comunidad académica. Si el estudio de las mujeres afilia a una persona obligatoriamente al feminismo, el de las sexualidades LGTB la perfila automáticamente como gay o, mínimamente, como rara.6

Las dificultades en esta combinación quedaron rápidamente expuestas en el desequilibrio que tiene la cuestión de las mujeres en relación con el colectivo LGTB, a pesar de la emergencia de fórmulas como geografías del género (Soto Villagrán, 2010) o géneros que resultan más románticas que eficientes para dar cuenta de las especificidades de cada colectivo. A su vez, la retroalimentación con la teoría feminista en algunos trabajos que buscan dar cuenta de esas vivencias se torna forzada y, en este sentido, los estudios gay-lésbicos y la vanguardista teoría queer7 vienen a promover usos más compatibles en la aprehensión de las realidades encarnadas por estos sujetos.

No es casual que la obra fundante de la geografía de las sexualidades, Mapping Desire (Bell y Valentine, 1995), en ningún momento se haga eco de los estudios de género e inclusive se desmarque de esta genealogía:

Si bien estas áreas de la geografía se abren a las posibilidades de las sexualidades, un área de la disciplina, la geografía feminista, tal vez necesite un divorcio o al menos una separación de la sexualidad. A medida que el estudio de la sexualidad ha hecho incursiones en la disciplina, este creciente cuerpo de trabajo ha sido etiquetado constantemente en la geografía feminista. De conferencias a libros y revistas, género y sexualidad se están uniendo problemáticamente como gemelos siameses de la geografía (Bell y Valentine, 1995:10, trad. propia).

En este sentido, puede existir una insistencia más política que teórica para aunarlos.En este punto, es conveniente sumar la contribución de Browne, Lim y Brown (2007) vinculada a esta línea que explicita aún más los subtemas en el nexo sexualidades LGBT y espacio casi diez años después, y que discrepan con los desarrollos de la geografía del género. El VIH, los barrios gays, la subversión de los estereotipos de género a partir de identidades trans, los desafíos de las vivencias LGTB en el entorno rural y el turismo bajo esta óptica son clivajes de problematización propios. Sin embargo, es necesario señalar el sesgo honestamente recalcado en esta línea: “Las geografías de las sexualidades en este libro son principalmente las experiencias de los blancos en las ciudades contemporáneas de EE. UU. y el Reino Unido” (Bell y Valentine, 1995:9, trad. propia).

Volviendo a la reflexión sobre el espacio y si se consideran las sexualidades, el análisis debe tener en cuenta también el régimen de invisibilidad que se ve envuelto en los temas que convoca el deseo sexual. Lo que aquejaba a los primeros estudios sobre el papel de las mujeres no era tanto la visibilidad, sino su comprensión y profundidad emancipadora. En cambio, para conocer la construcción de los espacios LGTB se requiere, en alguna medida, detectar esos paisajes invisibles/invisibilizados que, generalmente, escapan a las normas sociales y al espacio panóptico, dado que el deseo no siempre se comunica a simple vista y conforma un atributo complejo, en ocasiones contingente y, sobre todo, de gestión personal. Esta visibilidad no solo se ha visto dificultada por una fuerte persecución histórica de distintos sectores –la petrificación de la familia heterosexual como único modelo y la patologización llevada a cabo por organismos como la Organización Mundial de la Salud (OMS),8 que obligó a diagramas clandestinos de expresión–, sino por la misma omisión de estas existencias en registros censales y otros instrumentos de recolección poblacional.

Lo cierto es que poner al espacio primero, como sostiene Edward Soja (1989), permite identificar el dónde de estas minorías que, a pesar de ser encapsuladas en la totalidad LGTB, tienen particularidades y tensiones entre sí. Lo LGTB engloba cosas muy distintas : deseos homosexuales, bisexuales y otros, identidades de género cis y trans e inclusive performatividades que necesariamente tienen una relación directa con el espacio. De esta manera y con un fuerte énfasis en las prácticas, el espacio puede entenderse de dos formas: como sociosexual y como sexual. Como sostiene el sociólogo Weeks:

Escribir sobre sexo implicaba algo más que hablar de orificios, deseo, comportamientos y placeres […] era también, y, sobre todo, hablar de la historia, la sociedad, las culturas y los lenguajes que le dieron sentidos a los actos, que proveyeron un contexto para el surgimiento de subjetividades, identidades y creencias, y que volvieron importante en términos humanos a lo erótico. La sexualidad puede ser sobre los cuerpos, pero es también sobre la sociedad (Weeks, 2012:12).

A nuestro entender, las sexualidades siguen teniendo un papel preponderante en la comprensión de las sociedades y, como expone Córdova Plaza (2003), ostentan un papel decisivo en la manera en cómo se organizan y otorgan significado a su entorno. A su vez, el peso específico que se le pueda otorgar a la cuestión sexual no permanece constante en el tiempo ni en el espacio. Por lo tanto, para entender que el deseo es constructor y descriptor de espacialidades, se debe tener en cuenta que la orientación sexual puede repercutir en una identificación sociosexual (y no solo sexual), que presenta distinciones de grado conforme su ámbito espacial9 y que no debe reducirse a la resistencia que emprenden los llamados disidentes en las marchas. Resulta muy injusto subestimar el impacto político que sigue teniendo la disponibilidad de espacios de ocio LGTB en algunos contextos; por ejemplo, los no metropolitanos.

Como sostienen algunos autores (Kuo 2006; Blidon 2011), luego de la salida del clóset en términos psicológicos empiezan las otras salidas que se deben dar en el espacio exterior, por ejemplo, al elegir un lugar para bailar, al demostrar afecto a una pareja, al decidir participar de una revuelta. A esta hilvanación de espacios en función del deseo, los autores lo denominan geografía del armario. Por lo expuesto, el espacio de las personas LGBT es un espacio sociosexual, donde las afinidades construidas por el deseo y la identificación no cisheteronormativa remiten a estos armados de sociabilidad, organización y comunicación que el espacio social por sí solo no logra albergar ante el binarismo hombre-mujer planteado. Si el espacio generizado brinda una entidad más real y materialmente más completa del espacio social al incluir la otra mitad del género humano, este no deja de ser un producto de mayorías numéricas y simbólicas. Con esto no quiere decir que los estudios de género o de las mujeres no sean relevantes y productivos desde distintos subcampos de la geografía, pero, por momentos, resultan sumamente forzados en la comprensión del espacio sociosexual.

Por otro lado, lo sexual remite a lo erótico y concretamente a la práctica sexual, y aquí creemos que vale la referencia al espacio sexual a secas. Si bien esta viene siendo una tarea más de antropólogos y sociólogos que de geógrafos, existe una clara dimensión espacial en funcionamiento y ya no parece conducente un límite por condición de género u orientación sexual. La exploración de la sexualidad y consigo la posibilidad de flexibilización que contornean algunos repertorios como el cruising, el turismo sexual o el espacio virtual vuelven este encuadre espacial interesante, pero hasta ahora de casi nula indagación en lo revisado.


Figura 1. Claves analíticas Geografías Culturales Contemporáneas. Fuente: elaboración propia.

El esquema (Figura 1) quiere mostrar las claves analíticas puestas en juego con sus respectivas líneas de indagación dentro de las geografías culturales contemporáneas. La generalización androcéntrica de las experiencias espaciales es discutida a partir de la inclusión mujer en el análisis del espacio laboral, el espacio cotidiano y el espacio doméstico que termina por completar esa idea de espacio social y repercute en el despertar epistemológico, ocasionado por los feminismos en general y la geografía del género en particular. Aun cuando se dan importantes ajustes en la forma de pensar y observar el espacio en un sentido científico, estos elementos no son suficientes para hacer inferencias sobre la sexualidad espacial desde un punto de vista más complejo. Es así que se propone la dimensión sociosexual, donde el capital espacial que se construye no aúna a hombres y mujeres predeterminadamente cis heterosexuales, sino que se articula la intimidad con el espacio exterior (la expresión “salir de clóset” es más que explicativa). Aquí también es importante tener en cuenta los paisajes invisibilizados de las subculturas LGTB y su marcado despliegue en el espacio nocturno a través de fiestas, discotecas y bares; y en el espacio diurno, a partir de las movilizaciones y las relaciones con el entorno barrial.

Por último, lo puramente sexual está contemplado en el espacio sexual, a pesar de que lo erótico también puede ser parte del espacio sociosexual. Esta dimensión aparece aislada en el gráfico, ya que las categorías de género o identificación sociosexual empleadas aquí pueden ser inexactas y se trata más bien de considerar la sexualidad como plástica en términos de Giddens (1998). Varones que tienen sexo con otros varones, mujeres que tienen interés por otras mujeres o personas curiosas que no necesariamente asumen alguna de las etiquetas sociosexuales y socialmente morales disponibles son parte de este espacio, coronado en espacios de exploración y consumación sexual. En estos espacios, se desmontan las seguridades planteadas en los registros previos y pueden instalar otras subculturas/contraculturas. Los repertorios espaciales más usuales de esta flexibilización responden a una lógica anónima, muchas veces, permeada por lo efímero y virtual y condicionada por la oferta metropolitana que produce el interés libidinal. Así, las geografías del cruising,10 del BDSM,11 los clubes swingers y las plataformas virtuales (como Grindr, Tinder y OnlyFans) son parte importante de este espacio en evolución.

Espacio social, sociosexual y sexual en la geografía latinoamericana y argentina

El puente teórico e idiomático que realizó María Dolors García Ramón permitió que un grupo de geógrafas argentinas comenzaran a construir la geografía del género en nuestro país a partir del Encuentro de Geógrafos de América Latina (EGAL) de 1997.12 Mónica Colombara, Nidia Tadeo, Leticia García y Diana Lan producen los primeros aportes (Colombara 1992, 1995; Tadeo, 1997; García, 1999; Lan, 2000). Sin embargo, en dichas preocupaciones estaba mucho más presente la noción de género que de sexualidades. Como sostiene Rocha (2020), la producción argentina de las geografías feministas está marcada por las perspectivas de la “segunda ola” del movimiento , entre las que se destaca la perspectiva de diferenciación sexual en relación con diferentes fenómenos espaciales y relaciones de poder. Pensamos que esto se debe a una circunstancia lógica de aquel momento y también a las condiciones de existencia subjetivas de quienes lideraban estas apuestas.13

En Brasil, la discusión sobre la sexualidad se encuentra más avanzada que en la Argentina. El Grupo de Estudios Territoriales (GETE) de la Universidad Estadual de Ponta Grossa, liderado por los geógrafos Joseli Silva y Marcio Ornat, ha sentado las bases para que actuales y futuros investigadores construyan argumentos y epistemologías de cara a las geografías de las sexualidades, principalmente a través del análisis corporal y el énfasis en personas trans. Incluso, este grupo ha creado la primera publicación en la región sobre la temática: la Revista Latino-americana de Geografia e Género, que data del 2010 y en ella se citan contribuciones en la materia desde la academia y el activismo a nivel iberoamericano. Cabe destacar que, en ella, se pudo detectar el auge de la temática de género y trans/transfeminista, un menor caudal de trabajos sobre geografías gays y una alusión mínima acerca de las geografías lesbianas. Asimismo, este grupo ha puesto a disposición, de forma pública y gratuita, obras de gran importancia para el quehacer geográfico contemporáneo. Entre ellas, se pueden mencionar Geografias Malditas (2013), Geografias feministas e das sexualidades (2016) y Diálogos ibero-latino-americanos sobre geografias feministas e das sexualidades (2017), que condensan una preocupación más profusa en torno a las geografías trans en comparación con las demás.

A partir de estas iniciativas aisladas, pero más visibles, emerge un esfuerzo por empezar un trabajo sobre el estado de la cuestión primero (Veleda da Silva y Lan, 2017) y políticamente situado desde el sur después. Este último aspecto va a ser compartido por referentes de otros países de Latinoamérica, como Colombia, Ecuador, Chile y México y, de a poco, emerge la idea de Geografías Feministas/Geografías Feministas del Sur, donde resultan comprendidos los temas de género y sexualidades con una prerrogativa geográfica activista y transformadora, generalizada en reuniones científicas y trabajos disponibles.

En 2019 tuvo a la Argentina y, específicamente, a Tandil como sede del IV Seminario Latinoamericano de Geografía, Género y Sexualidades, la reunión científica más importante en estas líneas puntuales. Durante tres días, se discutieron a lo largo de ocho ejes temáticos, mesas redondas y conferencias magistrales los horizontes de estos temas en la región. El eje más directamente alineado con el espacio sociosexual fue el denominado “prácticas, sexualidades y violencias”, mientras que en los restantes el género (en singular) era la palabra clave convocante en el tratamiento investigativo. A pesar de esto, en esta última instancia se pudo observar la presencia de trabajos asociados con la diversidad sexual presentados por ponentes brasileños, particularmente en el eje cuerpo. En el balance de cierre del evento14 aparecieron cuestiones interesantes. En primer lugar, se alertó sobre los pocos trabajos teóricos, epistemológicos y, en relación con el corpus geográfico a lo largo de las exposiciones, lo que dejó como saldo una discusión más feminista que geográfica en la mayoría de las mesas.

En 2020, en medio de la convulsión del COVID-19, se exhibieron las mesas temáticas confirmadas en el marco del XVIII Encuentro de Geografías de América Latina (EGAL) que tuvo lugar en diciembre del 2021 de forma remota (por la pandemia) con directiva de la Universidad Nacional de Córdoba, Argentina. Allí se pueden apreciar los títulos y resúmenes de cada una de las noventa mesas de debate y discusión. Aquellas que se pueden vincular rápidamente con el género y las sexualidades son las siguientes: “¿Cómo vivenciamos nuestras geografías a partir de las intersecciones entre género/sexualidad, clase y etnia/raza?”; “Géneros: brechas, desigualdades, resistencias y políticas públicas en territorios urbanos y rurales en tiempos de pandemia”; “Prácticas, discursos, debates y reflexiones desde los feminismos en diálogos con las geografías” y “Geografías trans, travestis y no binaries”. Otras en las que pueden encontrarse indirectamente este tipo de aportes se relacionan con mesas con claras interpelaciones en el título, como “Geografías Silenciadas” y “Cartografías Insurgentes”.

A grandes rasgos, se asiste a una mayor cantidad de instancias de discusión sobre estas geografías culturales contemporáneas, pero desde marcos interpretativos concretos, como los feminismos y la interseccionalidad.15 En las mesas restantes, aparece un recorte más territorial y contextual (ámbitos urbanos y rurales durante el COVID-19) y una selección de subjetividades del colectivo LGTB, esto es, personas trans, travestis y no binaries. Se piensa que, tanto los enfoques como los sujetos en cuestión, responden a una singularidad de la región que tiene cada vez más injerencia en la agenda académica. El impacto del feminismo y de la marea verde latinoamericana a partir de discusiones sensibles como la violencia de género y el aborto;16 y la situación de extrema precariedad y silenciamiento de las personas travestis y trans (mismo dentro de sus colectivos) son otras emergencias en estos años en la región.17

Sin embargo, y más allá de que el EGAL es tradicionalmente un evento contestatario, masivo e interdisciplinario, se cree que, en muchas de estas derivas, no ha existido una fuerte relación con el abordaje cultural en geografía, sino una impronta activista. Es contrastante la situación en el Norte Global, donde la academia suele no presentar esta retroalimentación con la calle. Al respecto, Domosh (2011) asume que la cultura realmente todavía no ha “girado” en la geografía feminista europea debido a varias razones: sus asociaciones elitistas, una creencia de que los estudios culturales son superfluos y apolíticos, una desconfianza con lo visual y lo textual y la sospecha de oportunismo académico.

Para quien escribe estas líneas, este breve panorama en la región latinoamericana, en general, y la Argentina, en particular, sigue siendo una fuente de preocupación porque, como se intentó exponer, no todo espacio sociosexual y muchos menos sexual puede ser explicado bajo ciertos marcos e ideas como la de geografías feministas. De esta forma, aquel esfuerzo por fuera de estos marcos analíticos resulta difícil de acomodar en mesas temáticas de congresos, compilaciones y, ni hablar, de ciertos activismos. Con esto, se quiere alertar sobre la necesidad de mayores aperturas que permitan una construcción del conocimiento que se corresponda con la complejidad de los territorios y los sujetos en cuestión, a pesar de reconocer la fortaleza y novedad que aporta la acción política en la disciplina.

En Latinoamérica, el espacio en su dimensión de género, sociosexual y sexual está en plena construcción y en los últimos dos casos es muy reciente. Por eso, desde una geografía cultural, se piensa en más contingencias, donde todo pasa al mismo tiempo (género, sexualidades, feminismos, cuerpos), que en fases evolutivas, como ha pasado en los repertorios del Norte (estudios de género, estudios feministas, estudios LGBT, estudios queer). Eso nos parece una riqueza que no está siendo del todo aprovechada.

A modo de cierre

En este esfuerzo, se quiso dilucidar los límites de delinear unidireccionalmente las experiencias de mujeres y el colectivo LGTB en su relación con el espacio concreto. Las automatizaciones entre minorías son frecuentes cuando son atravesadas por el discurso de la opresión; sin embargo, las formas, los procesos de construcción y las lógicas espaciales encaradas por ellas distan entre sí y esto es importante de remarcar. En general, las mujeres discuten con la idea de patriarcado y empoderamiento en tanto y en cuanto existe una intención de justicia espacial y simbólica que tiene que ver con un mundo compartido con pares hombres. Ahora bien, en muchas ocasiones, detrás de esta demanda, se apoya una fuerte cosmovisión cis-heterosexual de las cosas. La cuestión del varón cis en las demandas feministas puede ser un problema para muchos varones cis autodefinidos como gays que no desean ser equiparados a los varones cis-heterosexuales. Lo mismo pasa con las mujeres trans que no son vistas como “verdaderas” mujeres por un sector del feminismo.

En cambio, las estrategias del colectivo LGBT han sido históricamente escaparse o apartarse de ese mundo (aquí vale la pena recordar la contundente frase de Wittig: “Las lesbianas no son mujeres”). La construcción de refugios (con sus complicaciones endogrupales) a lo largo del tiempo ha sido de forma paralela con el mundo cis-heteronormativo y de estas lógicas se sabe poco. Por lo tanto, los cruces entre estos asuntos recién empiezan a darse y su comprensión también, y es por eso necesario no relegar ni las especificidades ni los debates que pueden traer aparejados sus presuntas convivencias.

Con este artículo, se quiso advertir, desde la inquietud espacial, sobre la necesidad de no mimetizar las alteridades y que en este reparo haya una mayor disposición al discernimiento que no niegue las singularidades históricas, sociológicas y geográficas que presentan. Existen numerosos artículos donde la perspectiva de género incluye a la diversidad sexual pero solo en una referencia semántica o no representativa de la sigla LGTB y es preciso ser cuidadoso con estos arreglos. Si bien es afortunado el diálogo actual, muchas veces sigue siendo importante repensar cómo la frase “juntos, pero no revueltos” sirve para establecer límites constructivos en virtud de cada colectivo y movimiento más allá de sus posibles imbricaciones. Esta riqueza puede ser advertida por las claves espacio social, espacio sociosexual y espacio sexual brindadas.

Esta propuesta buscó distinguir estas geografías del género, de las sexualidades y del sexo a partir de un encauce teórico y empírico que evidencia diferencias en las prácticas y los roles de los sujetos que repercute en las (in)visibilidades espaciales aparejadas asociadas con la búsqueda de sociabilidad, placer, trabajo, ejercicio del poder, entre otros. La Nueva Geografía Cultural nos parece crucial en este camino dado que, si a estos procesos socioespaciales so lo se les contrapone un marco feminista, puede resultar difícil la irradiación de nuevos conceptos e inclusive la incursión a ciertas dinámicas que no funcionan y, muchas veces, no están interesadas en funcionar en un engranaje feminista, pero que igualmente son interesantes por su dimensión espacial. Se piensa que la antítesis de García Ramón alrededor del espacio neutral, asexual y homogéneo puede ser complementada por las claves brindadas, especialmente la del espacio sociosexual y el sexual, para abarcar al resto de las geografías subalternas.

De esta forma, queremos reconocer la importancia de un posicionamiento político dentro de la comunidad geográfica (la pasividad política suele ser un punto de crítica hacia las geografías posmodernas), pero también las dificultades que se presentan cuando ese posicionamiento es el único posible en derivas de geografías emergentes como el género y las sexualidades. No obstante, se entiende que esto puede ser parte de una emergencia coyuntural de resonancia regional y de una demanda estratégica en los frentes más formales o informales que con la intención o la disponibilidad de espacios de discusión.

La geografía interesada en estos temas debe seguir reflexionando sobre el corpus geográfico más allá de las sensibilidades ideológicas en pugna porque tanto la deconstrucción como la flexibilidad son insignias del posmodernismo. En un camino que aspira a ser más equitativo entre el involucramiento y la teorización, estas propuestas dentro de las geografías culturales contemporáneas pueden encontrar un lugar más cómodo para dar cuenta de esos espacios complejos, contradictorios y paradójicos por el simple hecho de estar atravesados por la condición humana.

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José Ignacio Larreche / joseilarreche@gmail.com

Doctor en Geografía. Docente del Departamento de Geografía y Turismo de la Universidad Nacional del Sur (UNS) y miembro de la Red de Estudios de Geografía, Género y Sexualidades Ibero Latinoamericana (REGGSILA). Sus principales intereses se concentran en la geografía de las sexualidades, los estudios urbanos y el turismo desde una perspectiva cultural.


1 En otras latitudes, la preocupación en torno a la mujer es previa al giro cultural. Es el caso de la geografía anglosajona que ya tenía un recorrido hecho como eco de los movimientos feministas de los sesenta y setenta (Guberman, 2019).

2 Con esto no se suscribe a una división tajante entre geografía social y geografía cultural, pero sí se quiere manifestar que no todo el repertorio de la geografía social tiene una perspectiva cultural detrás.

3 El tema doctoral se ocupó de indagar las geografías de las sexualidades en el espacio no metropolitano de Bahía Blanca (Argentina).

4 A lo largo de la investigación, parte de los testimonios recabados pusieron en tensión el presunto entendimiento entre el movimiento de mujeres y el movimiento LGTB en la escala local, principalmente a partir de las consignas de marchas y experiencias heterocentradas de algunas activistas feministas que eclipsaban otras formas de deseo y opresión.

5 Si bien esta sigla puede adquirir múltiples extensiones como LGBTIQ, LGBTTTIQ, LGBTIQ+, este arreglo es suficiente para esta contribución.

6 Para una profundización de esta premisa, revisar el trabajo de Xosé Santos (2016).

7 Su surgimiento responde a un conjunto de argumentos emancipadores que se desprenden principalmente de la impronta filosófica. Judith Butler, Teresa de Lauretis y Paul Preciado son algunos de sus referentes.

8 La homosexualidad fue considerada una enfermedad hasta 1990 y la transexualidad trastorno mental hasta el 2018.

9 Para acceder a un rápido panorama general de estos espacios y sus implicancias, ver Larreche (2018).

10 Esta práctica que convencionalmente se corona en plazas y parques, hoy puede sustanciarse en formatos predestinados para esta, como los saunas, cines y cabinas que se pueden encontrar en las grandes ciudades. La privatización del cruising es un punto de discusión en torno a la moralidad que permea el espacio exterior que merece mayores discusiones.

11 Bondage, domination, submission and masochism.

12 Hoy Encuentro de Geografías de América Latina. Para entender esta transformación semántica desde una postura epistemológica y semiótica, ver Lebus (2021).

13 Sin embargo, es pertinente destacar la tesis pionera de Daniela Guberman (2019), quien desde un interés vinculado a la geografía escolar rescata genealogías, referentes, teorías de apoyo y debates del género, pero también de las sexualidades de una manera integral.

14 Este fue coordinado por la Prof. Magdalena Moreno y el Dr. Alejandro Migueltorena y contó con la presencia de un número interesante de oyentes además de protagonistas de conferencias de jerarquía.

15 Lo interseccional es una forma analítica que surge del feminismo negro y que da cuenta de las superposiciones que caracterizan las vivencias de vulnerabilidad de mujeres y personas LGTB desprendidas de la clase social, la etnia, la edad, la nacionalidad, entre muchos otros factores.

16 Para considerar el atravesamiento de estos impulsos en trabajos incómodamente académicos, como define la coordinadora, se recomienda hacer foco en la sección “Rebeldías Urbanas”, del libro digital Desamarradas: geografías de mujeres en movimiento (Varela Conesa, 2021).

17 En el pre V Seminario Latinoamericano de Geografía, Género y Sexualidades, llevado a cabo de forma online en 2021 por la Universidad de Chile (la presencialidad del encuentro se postergó hasta 2022), hubo una centralidad en estas subjetividades y cuerpos.