Geo-grafías posthumanas de la tejuela de alerce


Pedro Pablo Achondo Moya

Facultad de Arquitectura y Urbanismo, Universidad de Chile, Chile.
ORCID 0000-0002-1247-5412

Recibido: 13 de marzo de 2023. Aceptado: 28 de junio de 2023.

Resumen

La tejuela de alerce (Fitzroya cupressoides) ha sido comprendida a partir de su uso, diseño e interés cultural, y ha devenido uno de los principales materiales y formas empleadas en la construcción de viviendas, iglesias y edificaciones en el sur de Chile y, en particular, en el archipiélago de Chiloé. Sin embargo, ¿qué es exactamente una tejuela de alerce? O mejor dicho, ¿qué cúmulo de historias, relaciones y temporalidades alberga? El presente artículo busca profundizar, desde el materialismo vitalista y las geografías posthumanas, en la intrincada red de relaciones que rodea a este material: desde el bosque que le da origen, pasando por los territorios que atraviesa, el oficio artesanal que la moldea, las diversas rutas que sigue hasta su destino y la serie de interacciones y ecologías afectivas que la nutren y fortalecen. A partir de un trabajo etnográfico en los territorios habitados por los alerces y tejuelas, se presentan las vibraciones de una tejuela y con ello geografías otras asociadas a su materialidad vegetal.

Dado que el alerce es un árbol endémico del sur de Chile y la Argentina, protegido y declarado monumento natural en 1976, tanto la tejuela como el oficio asociado a su creación conforman un territorio que se torna cada vez menos accesible.

Palabras Clave: Tejuela de alerce. Materialidad. Vibraciones. Relaciones. Geografía posthumanista.

Posthuman geo-graphies of a larch shingle

Abstract

The larch shingle (fitzroya cupressoides) has been understood from its use, design and cultural interest, being one of the main materials and forms used in the construction of houses, churches and buildings in the south of Chile and in particular in the Chiloé archipelago. However, what is a larch shingle? Or rather, what accumulation of histories, relationships and temporalities does it harbor? The article seeks to deepen, from the vitalist materialism and the posthuman geographies in the network of relations constituted by the forest, territories, a craft trade, the diverse routes that took it to arrive to its destiny and a series of interactions and affective ecologies that go, somehow, strengthening it. From an ethnographic work in the territories inhabited by larches and shingles, the vibrations of a shingle are presented and with it other geographies associated with its vegetal materiality. Given that the larch (alerce) is a tree, endemic to southern Chile and Argentina, protected and declared a natural monument (1976), the shingle, and the associated craft, constitute an increasingly less accessible territory.

Keywords: larch shingle. Materiality. Vibrations. Relationships. Posthuman geography.

Palavras-chave: telha de alerce. Materialidade. Vibrações. Relações. Geografia pós-humanista.

Introducción

Esos troncos descerebrados e inmóviles
se están protegiendo entre ellos.

Richard Powers, El clamor de los bosques

En las cordilleras y territorios del sur de Chile, que se extienden desde Valdivia hasta Chaitén, es posible encontrar una especie vegetal verdaderamente singular: el árbol endémico conocido como alerce (Fitzroya cupressoides). Una especie arbórea admirada por sus dimensiones y su longevidad, llegando a vivir más de cinco mil años (Barichivich, 2022). A lo largo de los siglos, su valor ha ido en aumento gracias a las características y condiciones de su madera, que destaca por su alta resistencia a la pudrición, su atractiva belleza estética y su facilidad de manipulación en forma de tejuela. Así pues, desde la época de la colonia española (siglo XVI) y posteriormente con la llegada de los colonos alemanes al sur del país (siglo XIX), la tejuela de alerce se convierte en uno de los materiales más empleados en la construcción de viviendas, iglesias y otros usos, como mausoleos en cementerios.


Figura 1. Tejuelas de alerce. Fotografía del autor.

La tejuela es una tabla pequeña o tablilla plana (Figura 1), rectangular de medidas que varían entre los 8 y los 15 mm de ancho y un largo promedio de 600 mm. En general, sus dimensiones dependen de quien las confecciona. Su borde o cabeza es recta, mientras que la terminación visible puede poseer diferentes diseños, muchos de ellos escogidos por la propia familia o el carpintero que las instalaba. Su materialidad de gran valor llegó a ser usada como moneda de cambio en tiempos de la colonia chilena (Urbina, 2011). De bellas vetas y un color característico que va cambiando con el tiempo y en diálogo con las condiciones climáticas, la tejuela de alerce ha llegado a ser considerada una piel cultural del archipiélago de Chiloé y otras regiones del sur del país (De la Sotta, 2009; De la Sotta y Lares, 2018).

Desde una perspectiva posthumanista, la tejuela trasciende su condición de simple trozo de madera y va más allá de ser únicamente un objeto cultural o un producto de la industria forestal. Tampoco se reduce a un oficio asociado a la madera. La tejuela, tal como aquí es interpretada, deviene en historias afectivas que entrelazan bosques, oficios, rostros, prácticas y territorios. La tejuela se convierte en un territorio afectivo, memorial y vegetal. En ella son albergadas geografías y temporalidades diversas; en ella se encuentran lenguajes humanos y más-que-humanos, que nos permiten reinterpretar los territorios y reconocer de otro modo la vida.

El presente artículo busca dar cuenta de estas dimensiones, explorando las vibraciones de la tejuela y las geografías que la acompañan, desde una lectura posthumana de la tejuela de alerce y explicitar su importancia en contextos de crisis climática y urgencia ecosocial y política. La tejuela, desde una mirada tentacular (Haraway, 2016), ofrece valiosas reflexiones a los seres humanos en términos cosmopolíticos y como emergencia/resistencia de los mundos otros posibles. Para respaldar esta perspectiva, me apoyo en tres años de trabajo etnográfico y en la interacción con comunidades y personas que han dedicado una parte significativa de sus vidas al alerce y al oficio del tejueleo. Además, me sustento en una interpretación hermenéutica de la materialidad vegetal que constituye aquella “cosa” que denominamos tejuela de alerce. A lo largo del artículo, se presentan tres líneas de análisis, organizadas con fines pedagógicos, que culminan en una serie de perspectivas y preguntas en el campo de la geografía, el pensamiento vegetal y los estudios vinculados al territorio.

Opto por una narrativa, en algunos momentos, autoetnográfica y, en otros, más cercana a la prosa poética; pues no solo los conceptos e interpretaciones de la materia son desafiados desde el posthumanismo, sino también los propios lenguajes con los que describimos estas realidades alternas que nos rodean y en las que estamos inmersos (Despret, 2022; Haraway, 2016).

La tejuela y sus tentáculos políticos (la tejuela memorial)

Tener una tejuela era un símbolo de poder y prestigio. A través de ella, era posible llevar a cabo intercambios comerciales y adquirir bienes que resultaban inaccesibles en las regiones montañosas cubiertas de alerces. La posesión de tejuelas estaba directamente vinculada al empleo en fundos o empresas madereras, o a la propiedad de porciones de bosques de alerce. La tejuela se tornó, por un período de tiempo, en una fuente de trabajo y comercialización. Movió personas, infraestructura y capital. Familias enteras se trasladaron a las cordilleras en búsqueda de trabajo y mejores condiciones de vida (Figuras 2a y 2b). El alerce, no solo en forma de tejuela, sino también de varones, tablas, basas y estopa, comenzó a descender de las alturas y viajar a través del mar. Los puertos a orillas del Pacífico sur, en especial Chaihuín en las cercanías de Valdivia, Caleta Cóndor en las proximidades de la ciudad de Osorno y las rutas fluviales hacia Chiloé, experimentaron un fortalecimiento de sus actividades. El alerce dominaba el panorama. La tejuela se volvía protagonista de nuevos vínculos y alianzas políticas (Escobar, 2020) entre pescadores, carpinteros, empresarios y lugareños.


Figuras 2a y 2b. Asentamiento maderero Fundo El Guindo. La Unión. Fotografía del autor.

Desde una perspectiva histórica, se han realizado estudios significativos acerca del alerce y su comercialización (Urbina, 2011; Molina et al., 2006; Urbina y Barichivich, [en prensa]), en los cuales se evidencia el vínculo de las comunidades Huilliche con el alerce y sus usos. Este vínculo ha evolucionado de un uso familiar y de subsistencia a un uso industrial y asociado a la comercialización con la llegada de los españoles primero y de los colonos alemanes después. La política del alerce posee una larga historia biocultural, desde los primeros hallazgos en el sitio arqueológico de Monte Verde, ubicado a escasos kilómetros de la ciudad de Puerto Montt, donde se han descubierto vestigios de utensilios de madera de alerce con una antigüedad que probablemente supera los catorce mil años (Molina et al., 2006; Urbina, 2011).

Por otro lado, es elocuente el testimonio de algunos cronistas de la época como Fray Pedro González de Agueros:

[El] Alerce, aunque por su naturaleza es vidrioso, se tiene experiencia de ser útil, y proporcionado para arboladura de embarcaciones: y su corteza es una particular estopa para calafatear las costuras que por lo regular están debaxo del agua, por ser muy permanente, y segura; pero de contrario efecto en los parages expuestos al sol y al ayre. (1791:127)

Unas páginas antes, el mismo fraile dirá que el gran comercio del alerce se encuentra en sus tablas (González, 1791).

O las palabras del científico y naturalista alemán, Federico Albert en 1903:

En el sur tenemos todavía estensos terrenos que están ocupados por bosques, de los cuales se aprovechan varias clases de árboles para los usos industriales i la, esportacion, entre los cuales figuran sobre todo los alerces, robles, raulies, lingues, avellanos, coihues, ulmnos, laureles, canelos, etc. Algunas de estas clases poseen una altura i diámetro verdaderamente admirables i existen en gran abundancia. Sin embargo ya se notan ciertos males. Los alerces se esplotan de una manera inconsciente i se han agotado ya en muchas partes, sin que se haya procedido a su replantación. (Albert, 1903:45)

¿Qué puede aportar un enfoque posthumanista a nuestra comprensión? ¿Cómo interpretar la tejuela y su historia desde su propia naturaleza, sus interacciones, desplazamientos y conexiones? En primer lugar, es crucial comprender que, desde su origen, la tejuela abrió una nueva puerta hacia el poder. La política de la tejuela comenzó a teñir el paisaje del sur de manera significativa. Al afirmar que la tejuela ejercía un poder y estaba tejiendo una red tentacular, estamos señalando que sus vibraciones (Bennett, 2010) también poseían implicaciones políticas. Las tejuelas marcaron el curso de familias y territorios; reconfiguraron la arquitectura y la identidad de una comunidad. Ya no se trataba únicamente de poseer una tejuela como símbolo de poder, sino de contar con una vivienda revestida de tejuelas e incluso de construir o habitar una iglesia hecha de tejuelas de alerce (ver Figura 3). Una cierta dosis de orgullo cultural, ligada a la materialidad de un árbol, establecía diferenciaciones. No obstante, como suele suceder en muchos oficios, el tejuelero seguía siendo una figura de recursos limitados, vinculada al mundo de los trabajadores y los menos privilegiados. El dominio del oficio no era valorado en la misma medida que la materialidad del objeto en sí. La tejuela poseía un valor que trascendía al oficio y, por ende, al propio trabajador.


Figura 3. Iglesia de tejuelas de alerce, Chiloé. Fotografía de Ariel López.

Si asumimos que la tejuela posee una agencia tangible, que transmite poder dentro de las comunidades relacionadas con el oficio, la comercialización y el trabajo, y genera en su seno distinciones políticas y sociales, habría que reinterpretar la mirada que culturalmente se ha tenido de las tejuelas. Desde 1976, el alerce ha sido objeto de protección, designado Monumento Natural (DS 490) y, por ende, se ha prohibido su tala. A partir de ese momento, y sin un profundo análisis ni conciencia, la tejuela se transforma en un objeto escaso. Su valor se multiplica y, con ello, el deseo humano de poseerlas. La tejuela alcanza su apogeo. En 1976, después de más de 250 años de historia documentada al menos, la tejuela se convierte en una entidad preciada. Solo es posible trabajar con el alerce muerto o derribado, del cual brotarán las nuevas tejuelas. Dado que la cantidad de estos alerces es limitada, la tejuela adquiere una nueva vida. Como resultado, el arte del tejueleo artesanal emprende el camino que caracteriza a todas las especies en peligro de extinción.

La tejuela política es ahora, también, una tejuela memorial. En cada una de ellas, se lee una historia –aún por contar– asociada al bosque. En cada una de ellas, se encuentran las huellas de un oficio cada vez más difícil de comprender. En cada tejuela, hay ahora una memoria llena de rostros humanos y otros que trascienden lo humano. No en vano las conversaciones con tejueleros y alerceros están llenas de nostalgia y emoción. Sus manos siguen sintiendo el frío de las cordilleras y sus cuerpos el cansancio de cada tarea. Las emociones y las políticas se entrelazan en cada relato humano y en cada reterritorialización de las tejuelas. Cada tejuela alberga una memoria viva de bosques ya extintos, recuerdos de luchas por el poder y transacciones económicas; una memoria de políticas extractivistas e ignorancia frente a un presente de crisis climática y ecológica. La tejuela memorial es un archivo posthumano de territorios que fueron habitados y después abandonados, ocupados y luego olvidados, usurpados y dejados a su suerte.

La tejuela, materialidad afectiva (territorio afectivo)

La tejuela posthumana continúa vibrando en el tiempo, desde su presente de existencia y situacionalidad, ya que es de esperar que se encuentre en alguna techumbre o pared; su vibración se extiende hacia un pasado memorial y nos interpela sobre el futuro. En estos contextos del Capitaloceno, la tejuela se convierte en una pregunta tangible, plasmada en la madera: ¿Qué potencialidades percibes en mí? ¿Qué interpretas en mí que pueda contribuir a otros modos de habitar? ¿Eres capaz de sentir o percibir el bosque del cual provengo? ¿Qué territorios puedes conocer o explorar a través de mí?

La tejuela posthumana es desterritorializada (Deleuze y Guattari, 2002) de la epistemología moderna, ingenieril y dualista para luego ser reterritorializada como entidad vegetal y correspondencia ecológica. En el próximo apartado, se profundizará sobre esta vibración. Ahora me interesa dar cuenta de que ella también alberga afectos. Nos vemos afectados por su propia materialidad. Ella establece una red de conexiones en el espacio-tiempo. El deseo de adquirirla afectó al bosque, llegando, aunque no exclusivamente por su causa, a poner en peligro la supervivencia del alerce en las cordilleras del sur. La tejuela se convirtió así en el gatillo de una irresponsabilidad ética por parte de los seres humanos relacionados con ese entorno. Para ser justos, esta falta de ética provino de algunos tomadores de decisiones que, sin una perspectiva de futuro y mucho menos socioambiental, optaron por la tala indiscriminada y agresiva desde mediados del siglo XIX, en contraste con la tala selectiva y controlada que se había practicado durante más de tres siglos (Torrejón et al., 2011). Las huellas del extractivismo forestal aún perduran en los montes y remanentes del bosque. Los antiguos locomóviles (Figura 4) se oxidan como memoriales de una época de devastación. Muchos de ellos yacen en plazas o terrenos baldíos de ciudades del sur de Chile.


Figura 4. Locomóvil abandonado. Caleta Condor, Osorno. Fotografía del autor.


Figura 5. A la izquierda, explorando el tejueleo en la cordillera. Fotografía del autor.
Figura 6. A la derecha, tejuela interpretada a través del arte. Trabajo y fotografía de Javier López.

Los afectos y afecciones ligados a la tejuela vibran en las manos de los antiguos tejueleros y alerceros (Figura 5). Portan memorias de familias huilliche que, con el paso del tiempo, tuvieron que reinventar sus modos de habitar, como pudimos constatar en comunidades como Mapu Lahual o al conversar con antiguos tejueleros y alerceros en otros territorios del sur. Emociones, recuerdos y nostalgias se entrelazan en aquellos y aquellas que crecieron en las cordilleras e hicieron del alerce y la tejuela una forma de vida. La tejuela, de este modo, genera una malla afectiva entre personas, bosques, construcciones y madera. A su manera, cuenta historias que trascienden lo meramente humano. Uno de sus modos peculiares se relaciona con el tiempo (Achondo, 2021). Vibra a diferentes frecuencias en múltiples temporalidades que le son propias: la temporalidad del bosque del cual proviene, la temporalidad del oficio una vez que el tejuelero comienza su labor, que también es la temporalidad de su familia, pues muchas veces todos ellos se involucraban en el oficio, con mujeres y niños llevando sobre sus hombros las tejuelas extraídas del monte; la temporalidad de su comercialización e instalación, y la prolongada temporalidad de su vida. La tejuela más adelante será reciclada, pintada, repintada y reinstalada. En no pocos casos, será recortada para un nuevo propósito e incluso, en otros, reinterpretada como objeto artístico (Figura 6). Son las múltiples vidas de la tejuela, todas ellas cargadas de afectos. En estos trayectos, la tejuela interactúa con el agua y el viento, se vuelve refugio de insectos y hogar de musgo, líquenes y otras formas de vida. La tejuela será como un microbosque en la techumbre de una iglesia chilota o en una pequeña esquina de una casa en la ciudad. Allí, invisible para los humanos, la tejuela sigue nutriendo la red de afectividad. Algún turista extranjero capturará la escena para compartirla en sus redes sociales. La tejuela, entonces, extiende sus tentáculos, ahora desde la virtualidad hacia rincones que quizás jamás experimenten el tacto de su rugosa materialidad tan llena de tiempo.

Somos afectados y afectamos (Spinoza, 2020; Giraldo y Toro, 2020). Humanos y otros-que-humanos compartimos la intrarrelación (Palacio, 2022) de la malla de la vida, de lo que existe. No cabe duda de que no todo concentra o manifiesta de la misma manera esta dimensión de lo afectado/afectivo. Hay elocuencias y modos de vibración diversos. Cada “cosa” a su modo. Cada relación con sus propias características. Muchas de ellas permanecen en silencio ante el oído epistémico de la modernidad capitalista, colonialista y patriarcal. Abrirnos a la materialidad afectiva de las tejuelas requiere un giro onto-epistémico; implica una opción ética (Braidotti, 2022) y una transformación ecológica en el sentido más amplio de la palabra. Forma parte de la metamorfosis (Coccia, 2022) necesaria para los tiempos del post-antropoceno. La tejuela es un capullo de experiencias. Constituye un lenguaje distinto que aquí consideramos en términos de materialidad afectiva, ya que accedemos a la tejuela a través de los sentidos. Ella es tocada y nos toca, percibida y vista. Los ojos humanos se encuentran con la pared multitemporal de tejuelas de alerce, como si fuera una verdadera cartografía de afectos e historias, tonalidades y conexiones. Este nuevo paisaje afectivo conduce a los humanos por caminos otros-que-humanos hacia los bosques milenarios de Fitzroya cupressoides. La tejuela vibra hacia ecologías, prácticas, territorialidades (Saquet, 2015) y formas de hacer propias de otros tiempos y especies. Un territorio de afectos continúa afectando, persiste en su ciclo de transformaciones mientras transforma su entorno, de manera similar a como lo hace una flor (Coccia, 2017).

La tejuela y su ecología vibrante (correspondencias vegetales)

Las lecturas de Tim Ingold me han evocado la noción de correspondencia (Ingold, 2012 y 2018), según la cual las cosas se conectan unas con otras en una red de relaciones. Estas relaciones involucran procedencias, movilidades, prolongaciones o ensamblajes. Es similar a lo que Latour ha denominado ensamblajes (Latour, 1986), pero con la salvedad de que las correspondencias enfatizan más los movimientos y dinamismos de cada cosa, mientras que los ensamblajes insinúan encuentros o posiciones. A partir de esto, es posible pensar y comprender las tejuelas de alerce como correspondencias de los árboles (alerces) de los cuales provienen, así como de los bosques y montes donde se encuentran (Figura 7). Sin duda, en estas correspondencias han tenido lugar una serie de otras correspondencias y relaciones: de poder, de trabajo, comerciales, ligadas a un saber hacer, correspondencias con el clima, las condiciones territoriales, culturales y otras interacciones que permitieron la existencia de las tejuelas.


Figura 7. El bosque de alerce.
Fotografía del autor.

Entre estas interacciones de la tejuela posthumana encontramos las correspondencias vegetales, es decir, los vínculos no siempre considerados y mucho menos explicitados entre las tejuelas y el bosque. Estas son las correspondencias que nos competen en este apartado y que presentamos como una tercera vibración. Además de vibrar en frecuencias políticas ligadas a la memoria y al modo de territorios que movilizan y conducen afectividades; las tejuelas también poseen una ecología propia. Una ecología ligada al mundo de las plantas. Ellas mismas son materialidad vegetal, son plantas que sufrieron una metamorfosis –por acción, deseo, necesidad e interés humano– deviniendo en objetos de madera. ¿Puede ser de interés reinterpretar y reconocer las tejuelas como prolongaciones materiales de una ecología vegetal vinculada al bosque y sus interacciones? Más aún, ¿este reconocimiento permitiría una apertura política, cultural y ambiental respecto de las tejuelas y sus correspondencias? Nos parece que sí. Y es precisamente aquello lo que se busca afirmar con esta tercera vibración.

Las plantas han regresado. Desterritorializadas de una extensa colonización botánica y biológica, han regresado con nuevos lenguajes y conocimientos (Mancuso y Viola, 2015; Marder, 2013; Gibson, 2018; Gibson y Warren, 2019). Lo mismo ha ocurrido, en menor escala y con un paso más lento, respecto de los bosques. Las plantas, separadas de su entorno, han ingresado en los espacios humanos, en las redes sociales, en los cuadernos de dibujo de artistas y en los libros de filósofos creativos. Los bosques avanzan con mayor parsimonia y, paradójicamente, con menos éxito. Quizás tenga que ver con sus dimensiones y tamaños. O quizás se deba a su complejidad: no es posible desmenuzar el bosque ni hacer una taxidermia de sus ecologías y temporalidades múltiples y enmarañadas. Aunque se intente, el bosque se defiende, no se deja domesticar. Pero también hay una tercera razón para esta dificultad: el bosque sigue bajo el dominio de la razón forestal (Vidalou, 2020) y de una cierta inmovilidad conservacionista. Ambos temas merecerían un debate mayor, el cual dejaremos para algún futuro trabajo. Por lo pronto, valga afirmar que el bosque, al igual que las plantas, anhela ser observado, escuchado y comprendido de formas distintas (Achondo y Guerrero-Gatica, 2022). Aguarda ser desterritorializado y descolonizado.

Los bosques de alerce conforman un ecosistema de gran complejidad y relevancia. Como ya se dijo, debido a la longevidad de la especie, los alerces han sido objeto de estudio en diversas áreas: climáticas, ecológicas y culturales (Donoso et al., 2006; Lara y Villalba, 1993). Su crecimiento lento y en regiones apartadas y de difícil acceso humano añade un componente territorial y dendrocronológico a su interés (Lara, 2016, 1998; Urrutia-Jalabert et al., 2015). Todas estas interacciones biológicas, multispecies y temporales convergen en las tejuelas. En ellas, el tiempo prolongado y el crecimiento pausado se ven interrumpidos y quedan plasmados en la textura de su madera. Las vetas y líneas representan huellas temporales y archivos culturales; pero también mantienen el hecho de haber sido árbol. No es posible separar la madera del árbol. Allí, en ese nuevo territorio continúa viviendo la planta. La tejuela ya no es el árbol, no cabe duda alguna; pero el árbol permanece presente en ella, en forma de tejuela. Para decirlo de otra forma, la tejuela vibra al modo del alerce (tejuelas de otros árboles vibrarán al modo de esos otros árboles y sus otras ecologías afectivas). Será su color, sus tonos, su olor y sus rasgos los que la hagan ser lo que ella es y manifestarse al mundo tal y como lo hace.

La tejuela posthumana es, así, una planta manufacturada. Un árbol transformado. Y como planta y árbol, en ella está contenido el bosque y sus ecologías. Son estas ecologías propias de los bosques de alerce las que reverberan al contacto con una tejuela (Achondo, 2022). En ella resuenan las altitudes montañosas, los terrenos abruptos y los climas implacables distintivos de los alerzales y las zonas boscosas del sur de Chile. En ellas se escucha la lluvia y el viento que mecía incansablemente los árboles. En ellas están los sonidos de los pájaros, los chucao (Scelorchilus rubecula) y los carpinteros (Campephilus magellanicus) que habitan los bosques. En ellas están presentes todas las plantas cohabitantes de los bosques: mañíos, tepas, lumas, canelos, coicopihues (Philesia magellanica) y coihues, entre otras. En muchas de ellas, el fuego, un componente vital de las ecologías de estos bosques milenarios y centenarios (Lara et al., 1998), también encuentra su hogar. No obstante, en la tejuela posthumana no solo permanece la zoe, sino también la tecné. Ella es portadora del ruido de las máquinas que subían al monte, de las sierras que derribaban los árboles y el retumbar de los camiones que transportaban las piezas. Su memoria vibrante conserva el proceso de su manufactura y no olvida las manos humanas que las labraban bajo la lluvia en el bosque, ni las espaldas que las cargaban monte abajo. También fueron desarraigadas de sus bosques y colinas. Ellas caminaron, con ayuda, por senderos y caminos; se subieron a embarcaciones y bajaron ríos hasta llegar a bodegas y aserraderos o talleres de carpintería y galpones madereros de construcción. Son el bosque que ingresa a los edificios humanos y adopta nuevos paisajes. Son ellas habitadas ahora por comunidades y familias. Reterritorializadas como muros, viviendas, techumbres e iglesias.

Es el ciclo de vida vegetal transitando a través de diversos momentos. Los alerces siguen en esta malla de correspondencias prolongando una vida múltiple y poliforme. Fueron semillas, diminutas semillas voladoras (Figura 8). Pasaron siglos y siglos hasta ser transmutadas en tejuelas. De semillas voladoras a tejuelas en techumbre pueden haber transcurrido varios centenares de años, rara vez menos de setecientos o mil. O incluso más. Nadie se preocupaba de calcular la edad de los árboles al momento de voltearlos. A nadie le interesaba el tiempo. Ahora, sin embargo, la pregunta asoma de manera tímida. Las vibraciones de la tejuela posthumana nos hablan del tiempo, lo reclaman en esta época de devastación y crisis. El tiempo mismo está en crisis, y las tejuelas nos lo recuerdan. ¿Qué residuo queda de aquellos árboles monumentales (Gutiérrez, 2016) en estas pequeñas tejuelas de madera? ¿Qué elementos nos transportan hacia las ecologías del bosque y su diversidad biológica? ¿Qué realidades, geografías y territorios están contenidos en las tablillas grisáceas? Finalmente, ¿qué historias de vida futura podemos aprender los humanos de esta compleja red de correspondencias vegetales que los alerces y las tejuelas representan?


Figura 8. A la izquierda, semillas de alerce. Fotografía del autor.
Figura 9. A la derecha, tejuelas en techumbre de Contao, Los Lagos. Fotografía del autor.

Conteniendo la vida vegetal, la tejuela de alerce traza una ruta: la de su propia (in)existencia en los bosques hasta su instalación probablemente no definitiva en alguna edificación humana. Esta vibración nos recuerda y nos insta a no olvidar sus vínculos vegetales, sus correspondencias con bosques ancestrales y la historia biocultural de los mismos. La tejuela posthumana es un vínculo o un cúmulo rizomático de vínculos (Figura 9): bosques, oficios, labores, transacciones, economías, ecologías, variaciones climáticas, diversas temporalidades vegetales, especies cohabitantes de los territorios, geografías… todo ello presente en cada tejuela y en cada lugar habitado por ellas. Con las tejuelas, así, los humanos habitamos un poco de la vida vegetal de los alerces.

Perspectivas para la geografía y las humanidades ambientales

En este último apartado quisiera invitar a la reflexión en el ámbito de la geografía y adentrarnos en el floreciente y creativo mundo de las humanidades ambientales. Aunque la tejuela posthumana, tal como la he interpretado basándome en las ecologías afectivas presentes en los territorios, es inherentemente interdisciplinaria, vale la pena decir unas cuantas cosas en lo que concierne a la geografía.

El campo de la geografía ligado a lo no representacional (Thrift, 2008), las emociones (Yi Fu Tuan, 2007) y las afectividades (Giraldo y Toro, 2020; Depetris, 2019; Gil-Fournier, 2022; Myers, 2015, 2017) posee hoy una fuerza inusitada. Tanto el posthumanismo como las humanidades ambientales, que beben de disciplinas como la geografía, la literatura y la botánica, le han ofrecido a la geografía un giro interesante. Los territorios se enriquecen a través de otras dimensiones inherentes a la vida que allí se gesta. El denominado “giro ontológico” (Escobar, 2014; De la Cadena, 2015; Tsing, 2017; Tsing y Bubandt, 2020; Viveiros de Castro, 2013) ha sido fundamental para abordar distintas perspectivas acerca de las materialidades y vitalidades presentes en los territorios, incluyendo los bosques (Skewes, 2019). De ese modo la geografía comienza un camino de diálogo entre la geo y los afectos, entre la geo y los entrelazamientos humanos y otros-que-humanos, entre la geo y la tecnología, entre la geo y las ficciones humanas que constituyen también la vida en cada territorio. Nos referimos no solamente a la geografía cultural o humana, sino a una concepción distinta de los territorios, como espacios multidimensionales donde la vida surge, florece y se percibe, no solo desde una perspectiva humana. De ahí que un riquísimo campo de estudio comience a desarrollarse, el de una geografía posthumana, geografías múltiples que se entrelazan con perspectivas feministas y decoloniales. Una nueva red de diálogos, miradas, intersecciones críticas y aperturas epistémicas nos permite apreciar la riqueza y complejidad de la vida, que comprende tanto la zoe como la bios. Siguiendo las palabras de la filósofa feminista y posthumanista Rossi Braidotti (2020, 2022), es el momento de abrazar con seriedad la trama entre geo-zoe-tecno. Precisamente aquello es lo que la tejuela de alerce, desde una mirada pluriversal (Escobar, 2020; Stengers, 2011) y posthumana, nos invita a explorar y profundizar: territorios, oficios y una vida plural y entrelazada.

La política de la tejuela corresponde a la riqueza que ella misma desprende desde su materialidad, historicidad, vida vegetal y entramado afectivo. Su dimensión política pone al descubierto la colonización de los bosques de alerce y la industria extractivista forestal. Como he planteado a lo largo de este texto, la tejuela se presenta como un actor político a través de vibraciones, estableciendo relaciones de poder y deseo con impactos sociales, ecológicos y culturales. Valga una mención al tráfico ilícito de alerce y las seguidillas de tala ilegal en los bosques de Fitzroya cupressoides (Navarro y Oñate, 2018).

Las humanidades ambientales ya han iniciado un camino irreversible en el cual la vida, las cosas, las conexiones y las relaciones dan lugar a nuevas miradas y conocimientos. Ya nada es lo que solía ser. Las cosas, como las tejuelas, se convierten en narrativas (Barad, 2012), relatos vivos de mundos que han sido invisibilizados, de bosques extintos y vidas abandonadas. La geografía, desde una perspectiva vegetal o material, que es inseparable en el caso de la tejuela, enfrenta un desafío monumental y una tarea prioritaria en esta época de devastación: la de nombrar de manera totalmente nueva lo que llamamos tierra (geo). Dicho de otro modo, la geografía, si quiere enriquecerse y enriquecer la labor científica y el conocimiento, debe ampliar su comprensión de lo geo al mundo de las plantas, los bosques, las materialidades, los afectos, los deseos y las representaciones que no son únicamente humanas del entorno y las cosas. La geografía se transforma en una cartografía del territorio múltiple, plural, complejo y más allá de lo humano. Y es allí donde la tejuela de alerce encuentra su resurgimiento, una vez más. Y los humanos con ella.

#Referencias

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Pedro Pablo Achondo Moya / pedro.achondo@ug.uchile.cl

Doctorando en Territorio, Espacio y Sociedad por la Facultad de Arquitectura y Urbanismo (FAU) de la Universidad de Chile. Magíster en Teología Moral y Práctica, y Licenciado en Filosofía por el Centre Sevres de Paris, Francia. Es escritor, poeta y coordinador de grupos de lectura y estudio ligados a la teología latinoamericana, al posthumanismo, la ecología, la ética y las humanidades ambientales. Ejerce docencia en universidades chilenas. Sus investigaciones recientes tienen que ver con el bosque y los afectos en contexto de crisis climática.