Infraestructuras y colapsos de la expansión estatal en las tierras de montaña del Chile central. Preludio de un sacrificio anunciado


Juan Carlos Skewes

Universidad Alberto Hurtado. Santiago, Chile.
ORCID 0000-0001-9902-7550

Gabriel Espinoza Rivera

Universidad Alberto Hurtado. Santiago, Chile.
ORCID 0000-0002-0423-3915

Recibido: 16 de marzo de 2023. Aceptado: 10 de julio de 2023.

Resumen

La diversidad de hitos, monolitos, instalaciones e infraestructuras en diversos estados de conservación y uso son parte de las huellas del Estado en los territorios cordilleranos. Esta presencia se divide entre las obras de modernización del territorio a expensas de la colonización del ambiente y del espacio simbólico, y las construcciones desplegadas por los habitantes en la expansión estatal. En este caso, nuestra atención se concentra en las primeras. La sucesión de intervenciones públicas a lo largo del siglo XX es sintomática de los modos espasmódicos en que se instala, se mantiene y se renueva la hegemonía en el mundo cordillerano. El legado de instalaciones convertidas en huellas y el entramado geométrico irregular e inconcluso que permanece, materializado en las sucesivas transformaciones de la cuenca, contribuyen a la comprensión de la eficacia operacional de formaciones estatales exiguas. Nuestra atención se concentra en los procesos modernizadores asociados al transporte ferroviario, el turismo, la generación de hidroelectricidad y los embalses de regadío, iniciativas hegemonizadas por la presencia de la central hidroeléctrica Colbún. Todas estas iniciativas han sido impulsadas y sustentadas por el Estado, y sus huellas se han metabolizado en el paisaje actual, convirtiéndose en territorio a lo largo de los últimos dos siglos.

Palabras clave: Infraestructura. Montaña. Materialidad. Volumen. Estado.

Infrastructures and collapses of State expansion in the mountainous lands of central Chile: Prelude to an announced sacrifice

Abstract

Landmarks, monoliths, installations, and infrastructures in the most diverse states of conservation and use are part of the archaeological inventory of State presence in the Cordillera territories. This presence is divided between the installations of modernization of the territory at the expense of colonization of the environment and symbolic space, as well as the constructions deployed by inhabitants on the state expansion. In this case, our attention is focused on the former. The succession of public interventions in the more than two hundred years of the nation is symptomatic of the spasmodic ways in which hegemony is installed, maintained, and renewed in the mountain world. The legacy of installations that became traces and the irregular and unfinished geometric framework that remains, materialized in the successive transformations of the regional landscape, contribute to the understanding of the operational effectiveness of meager state formations. Our attention is focused on modernizing processes associated with rail transport, tourism, hydroelectricity generation and irrigation reservoirs, initiatives hegemonized by the presence of the Colbún hydroelectric power plant. All these initiatives have been promoted and sustained by the State and their traces have been metabolized in the current landscape that the State has converted into territory over the last two centuries

Keywords: Infrastructure, Mountains, Materiality, Volume, State.

Palavras-chave: Infraestrutura, Montanha, Materialidade, Volume, Estado.

Introducción

En una reciente instalación en la localidad de Panimávida, región del Maule en el centro de Chile, la artista plástica Carola Cofré ofreció en venta tierra de la represa de Colbún en cubos de acrílico. La artista puso en evidencia la frustración de las promesas de modernidad encarnadas en uno de los proyectos emblemáticos de la dictadura militar en los años 80 (ver el documental realizado por las organizaciones locales en Millakura, 2023). En este proyecto se conjuga la acción de un Estado modernizador que entrega a los privados las inversiones en infraestructura con los procesos de neoliberalización y con la expansión extractivista. El Embalse Colbún Machicura fue parte de un proyecto nacional de energía iniciado en la década de 1950, su construcción tuvo lugar en los años 1970, se inauguró en 1985 y pasó al sector privado en 1997 (González Colville, 2018).

La acción artística invita a reflexionar acerca de cuáles son las condiciones de gubernamentalidad (Foucault, 2014) asociadas a la forma en que el Estado interviene en los territorios. Un elemento clásico en los procesos de expansión estatal es la anexión, destitución y formación de nuevos regímenes de propiedad a partir de desposesión e instituciones que aseguran la centralidad de ese poder en un nuevo régimen político (Graham, 2011; Scott, 2008). Un régimen que se ejerce a través de las prácticas de vida de aquellos que habitan en él, depositando la vida común en una institucionalidad que termina por convertir lo obligatorio en deseable, para usar las palabras de Victor Turner (1967). Las huellas, conviene subrayar, “no solo se inscriben con sus intervenciones físicas; también las formas de concebir, percibir y conocer generarán transformaciones y marcas relevantes en el territorio” (Núñez González, Aliste Almuna y Bello Maldonado, 2014:6). Según Derrida (2019), la huella se describe como una imposibilidad y, al mismo tiempo, como el remanente de una acción que no tiene ni totalidad ni completitud en sí misma. Una suerte de reverberación que está llena de potencia y se actualiza de manera intermitente.

El foco de este estudio se inscribe en el marco de la construcción y expansión del Estado-nación, tal como se evidencia en la impronta paisajística de su acción, cerrando imaginariamente un territorio sobre el que, mediante ejercicios de poder, ejerce gubernamentalidad (Foucault, 2014), define leyes, establece límites y marca su excepción y totalidad (Elden, 2013). La acción del Estado no es uniforme en el tiempo; existen procesos de sedimentación irregulares dejados a su paso, un punto clave que Stoler (2013 y 2016) invita a explorar. Esta sedimentación reactualiza una presencia fantasmagórica que tiene un efecto sobre cuerpos, territorios y materias. Los rastros y huellas del Estado son fundamentales para mantener su hegemonía: la infraestructura pública establece de manera iterativa el vínculo entre ciudadano-ciudadanía y Estado (Jansen, 2018). Incluso en situaciones donde hay ausencia del Estado, surge la demanda por su intervención, lo que Gordillo (2014) describe como una ontología negativamente orientada.

La construcción del embalse es la principal, pero no única, huella que ha impuesto condiciones de gubernamentalidad tras un extenso letargo agrícola (Gartenlaub-González y Tello-Navarro, 2021). En efecto, el régimen hacendal prevaleció en el Maule hasta adentrado el siglo XX. En el nuevo siglo, las condiciones cambiantes del mercado y de los sistemas productivos exigieron transformaciones lideradas por el Estado y capitalizadas por las élites metropolitanas. La expansión del Estado se impone en territorios de autonomía relativa y transforma tanto el paisaje como la subjetividad de los habitantes a quienes somete: “Hay mucho balneario para arriba, hay muchas piscinas, muchas, de estas como se llaman las que vienen a veranear, harto camping para arriba, y están a la orilla del río”, arguye una vecina de Panimávida.

En este artículo, se pasa revista a algunas de las huellas que gravitan hasta la actualidad y que, por iniciativa pública –aunque en respuesta a intereses privados–, van trazando el territorio, mientras que existen otras marcas que han quedado relegadas al olvido o, literalmente, sumergidas bajo las aguas o el concreto. De particular relevancia son las trazas que configuran un núcleo modernizante centrado en el turismo en los comienzos del siglo XX, y las marcas dejadas por la incipiente infraestructura ferroviaria e industrial asociada al balneario termal y a la producción de agua mineral en esa época. Asimismo, la turistificación que se ha llevado a cabo en torno al embalse, que convirtió la tierra en agua y el agua en electricidad, es una marca destacable. Otro tipo de huella es la que separa lo estriado de lo desértico, en cuyo caso la construcción del canal del Melado y la instalación de barreras fitosanitarias para el control animal son los ejemplos más paradigmáticos.


Figura 1. Mapa de ubicación. Fuente: Elaboración propia.

El estudio se concentra en el Maule sur, una sección de la cuenca de ese río que históricamente ha tenido como eje dinamizador a las poblaciones de Colbún, Panimávida y Quinamávida, además del poblado de Rari (Figura 1). La agricultura, la industria forestal y la producción de energía hidroeléctrica han sido las prioridades que el Estado chileno ha promovido a través de sus inversiones en esta región. La población local se dedica principalmente a la agricultura y, en menor medida, a la prestación de servicios y a actividades independientes. Son notables en el territorio las artesanas de Rari, cuya técnica para el trabajo con la crin de caballo es reconocida como parte del patrimonio cultural del país, y los arrieros que han dominado las montañas.

La investigación es parte de un estudio etnográfico del territorio que incluye jornadas de campo a partir del año 2021 y hasta el 2023. El trabajo desarrollado se apoya tanto en el análisis documental –noticias de prensa, redes sociales y documentos oficiales– como en la observación directa en terreno, las entrevistas en profundidad y el trabajo colaborativo con organizaciones, artistas y educadores locales. En este contexto se mantuvieron conversaciones con las y los residentes y se llevaron a cabo rondas etnográficas para profundizar en actividades significativas. La caracterización del caso se basa en los hallazgos habidos en terreno, complementados con el material documental y la interacción con veintiséis personas que se distribuyen de acuerdo con la tabla siguiente:

Tabla 1. Distribución de las personas entrevistadas según actividad.

Actividad

Género

Total

Hombre

Mujer

Edad

Edad

Adulto Joven <30

Adulto

>30<60

Adulto mayor >60

Adulto Joven <30

Adulto

>30<60

Adulto mayor >60

Educador/a

0

0

1

1

2

0

4

Arriero

0

0

3

0

0

0

3

Agricultor

0

1

1

0

1

0

3

Empresario turístico

0

1

0

0

0

0

1

Funcionario público

0

2

1

0

1

0

4

Artesana

0

0

0

0

0

2

2

ONG

1

1

0

2

0

0

4

Dirigente vecinal

0

1

0

0

0

0

1

Estudiante

0

0

0

3

0

0

3

Trabajadora servicios

0

0

0

0

1

0

1

Total

1

6

6

6

5

2

23

Fuente: Elaboración propia.

Los testimonios recopilados dan cuenta de tres momentos de transformación paisajística experimentados en el territorio:

1. La transformación del paisaje en el contexto de un proyecto modernizador fordista.

2. La desestructuración del modelo fordista y del régimen hacendal, asociada tanto al fracaso del modelo industrial como a la Reforma Agraria y su transición hacia el régimen neoliberal, en el contexto de la instalación de la central hidroeléctrica Colbún.

3. El advenimiento de un paisaje neoliberal anclado en la mercantilización del agua.

El mundo de las termas y la hacienda, previo a la instalación de Colbún, es documentado a través de los adultos mayores (agricultor, arrieros, educador y artesanas), personas que sirvieron en las aguas termales y ejercieron el comercio de sus artesanías, así como el ex capataz de un fundo. Los adultos, a su vez, son testigos de las transformaciones ocurridas en el período posterior a la construcción de la obra y al cierre de las instalaciones turísticas, mientras que los jóvenes dan cuenta de un mundo dominado por el extractivismo.

El levantamiento y análisis no fueron actividades lineales, sino complementarias y superpuestas, lo que contribuyó a generar una mirada comprensiva sobre el fenómeno de estudio. Esto permitió capturar las temporalidades involucradas en el proceso de expansión estatal, la inmanencia de dicho proceso en las memorias de los residentes locales, la resistencia de los materiales en el terreno y las formas en que los procesos de expansión estatal sedimentaron nuevas articulaciones políticas, presentes y futuras en el lugar.

En lo que sigue, se abordan las huellas del Estado, partiendo con la instalación de un imaginario moderno en Colbún en los comienzos del siglo XX, para luego revisar los modos en que estas huellas se han reciclado en el tiempo actual y, finalmente, profundizar en la gran transformación ocurrida con la instalación de la central hidroeléctrica. Esta intervención marca de modo decisivo la transformación paisajística y la subjetividad de quienes habitan el territorio. El caso pone de relieve que el Estado, a pesar de su exigüidad, genera estrategias de gubernamentalidad, incluso en las condiciones más extremas, a través de intervenciones espasmódicas que responden a las expectativas de normalidad de la población local. Así, se coincide con Jansen (2018) y Billig (1995) al señalar que el Estado y la idea de nación son construcciones que también emergen desde abajo.

Elementos sobre Estado, expansión y conmensurabilidad

Los Estados modernos surgen asociados a procesos de acumulación que suponen la apropiación territorial tanto en lo material como en lo simbólico (Harvey, 2008; Marx y Engels, 1974). La construcción de un territorio ha sido una condición sine qua non para su producción (Elden, 2013). En esta producción se incluyen dimensiones topográficas, volumétricas o derivas políticas que vuelven conmensurable lo inconmensurable, nombrando y expandiendo la posibilidad de medición, cierre y proyección (Povinelli, 2001; Scott, 2009). El Estado abre pliegues, aplana las diferencias y asume localía en espacios foráneos. Al mismo tiempo, el espacio se ordena también desde los volúmenes (Billé, 2020), los cuales juegan un papel fundamental: gobernar el aire, el mar, las profundidades o las montañas. Para ser ubicua, la soberanía debe desprenderse de la mera territorialidad: desde aviones hasta telecomunicaciones, pasando por centrales eléctricas y obras viales, sirven al propósito de tornar presencial la figura del Estado.

La acumulación y expansión del ente público requieren la mantención de la población, la estabilización de actividades económicas y la producción de identidades que se vuelven nacionales (Joseph y Nugent, 1994; Scott, 2009). En la transición, el Estado absorbe, se reproduce y se instala mediante cuerpos, acciones, gramáticas y normas, desplegándose como un efecto que no está fijo, sino que se reactiva a través de una constante iteración (Mitchell, 1999). Es una formación activa –no pura abstracción– que está en constante agenciamiento por parte de personas e instituciones que lo ponen en marcha. El Estado depende, por lo tanto, de variables tanto exógenas como endógenas, y de ajustes que obligan a los márgenes y a las diferencias a reducir su complejidad a lo realizable, y a reprimir de un modo tolerable lo que se hace irreductible. En la proclamación de la soberanía estatal, Elden (2013) incluye no solo las leyes, sino también el deseo de futuras expansiones, el manejo de los cuerpos (Foucault, 2003) y el de las cosas (Stilz, 2019). El Estado no es solo espacio y topografía alineados al poder, sino también potencia que organiza lo posible, lo que se es, y también, si los vínculos territoriales operan de manera unilateral o, por el contrario, abren puertas a otras acciones (Espinoza Rivera, Skewes, Guerra y Catalán, 2023). En la co-construcción estatal, Thelen, Vetters y von Benda-Beckmann (2017) subrayan la producción del Estado como un fenómeno que se siente, se incorpora y se reorganiza a partir de sus variantes locales (Schwarcz y Szőke, 2014).

La acción pública aparece, desde esta perspectiva, como una fuerza moldeadora de los paisajes que prevalecerán en cada período. Aquí se adopta la perspectiva de Milton Santos, quien concibe el paisaje como el conjunto de formas resultantes de las relaciones que se forjan entre la sociedad y su entorno. Este conjunto se corresponde con lo que la visión abarca y adquiere una dimensión transtemporal (Santos, 2000:86). En este sentido, el paisaje puede ser considerado una historia congelada, una historia que cobra vida en su relación con la historia activa de la sociedad; es un producto de la acumulación histórica marcada por la transformación de los medios de producción.

La perspectiva de Santos puede complementarse al considerar las dimensiones semánticas involucradas en el paisaje y la subjetividad que se genera en la relación activa que los sujetos establecen con su entorno. La perspectiva de Augustin Berque (2007) sobre el paisaje como algo enunciado y, por lo tanto, separado de la actividad humana, en contraposición a un paisaje vivido de manera implícita por los actores, permite captar la dialéctica entre el habitar y el construir, dialéctica también presente en la obra de Ingold (1995). El paisaje como matriz, según la visión de Berque (2007), es aquello que el Estado intenta imponer mediante el paisaje como gramática, sin obviar las posibles disidencias surgidas de la práctica de los propios actores (Serge, 2011).

Infraestructuras y colapso

Infraestructura y territorio son dos elementos que permiten la expansión e instauración de la soberanía del Estado moderno: la implementación de diseños institucionales, la modificación de proyectos y el rediseño de las fuerzas que configuran un espacio. Como se ha señalado antes, la acción del Estado no es solo territorial, sino también volumétrica, de modo tal que su acción se traduce en efectos materiales que generan espacios de exceso, destrucción, monolitos y otras materialidades que ocultan la violencia y la desposesión que hacen posible su expansión, a través de su monumentalización (DeSilvey, 2017; Huyssen, 2006).

La expansión del Estado moderno deja a su paso escombros y ruinas de proyectos que han sido consumados por la historia o que en su momento fueron abortados. Los materiales de estas intervenciones son persistentes y trascienden los umbrales de su existencia: desde plantaciones forestales hasta ciudades completamente abandonadas, son testimonios de las oscilaciones de los mercados globales, de sus expansiones y contracciones (Grandin, 2009; Gordillo, 2014; Klubock, 2014; Stoler, 2014 y 2016). Las infraestructuras olvidadas resultan del término de los proyectos que les dieron vida, de la guerra o de los procesos destructivos posteriores (Gregory, 2004; Wagner y Frisch, 2014). El concepto de ruinación (ruination), propuesto por Stoler (2014 y 2016) y comentado por Mah (2017), brinda elementos importantes para abordar la debacle de cuerpos arquitectónicos, construcciones e infraestructuras.1 Este proceso es evidente en los objetos y su ocurrencia resalta las condiciones de precariedad en las personas y es, a la vez, social, lo que se evidencia en la pérdida de empleos, problemas de salud, ansiedad, exclusión y privación a la que son sometidas las personas que dependían de tales infraestructuras o cuyas vidas transcurren en su inmediatez. La ruinación, como sintetiza Mah (2017), permite identificar las consecuencias de la inminente e inevitable destrucción o truncamiento de vidas (Sassen, 2014). No obstante, entre los escombros también es posible encontrar la emergencia de la vida. Por ejemplo, Tsing (2015) destaca los procesos regenerativos del mundo social en territorios devastados por la actividad maderera.

Las infraestructuras no son una certeza en el mundo; más bien, suponen un juego de contradicciones. Como plantean Howe et al. (2016), las infraestructuras son sólidas y duraderas, se evaporan y son itinerantes; son rígidas y fluidas al mismo tiempo, destinadas a perdurar a pesar de volverse prematuramente obsoletas y ruinosas. Se las prefiere invisibles, pero para parte de la población constituyen una presencia cierta, como es el caso de las plantas de agua potable y su distanciamiento del consumo familiar. La visibilidad de las infraestructuras, según Graham y Marvin (2001), no es solo la presencia material, sino también una situación que surge del mal funcionamiento de ellas. El mal funcionamiento hace visible no solo la materia, sino también los procesos de administración y organización de las infraestructuras. De esta manera, mantener (refitting), actualizar y reparar dichos sistemas expertos es una parte elemental en la vida social de las infraestructuras (Anand, 2015; Howe et al., 2016).

En Latinoamérica, la vida de las infraestructuras es azarosa. Las obras de infraestructura a nivel continental han seguido los rumbos de economías que han hecho aparecer y luego desaparecer grandes inversiones, ya sea que sus frutos hayan sido consumados o no en períodos de bonanza. En la región, Velho y Ureta (2019) exploran los problemas del derrumbe y de la frágil modernidad asociados a una reorientación constante de los procesos que se despliegan, así como a los problemas crónicos de abandono y falta de mantenimiento en los que caen estas obras. No obstante, como sugieren los autores, el papel de la infraestructura ha sido fundamental para la producción de los Estados (ver también Hill, 2017). En las nuevas repúblicas latinoamericanas, fuertemente influenciadas por los procesos modernizadores del siglo XIX, se orientaron hacia el fortalecimiento o creación de infraestructuras, incluyendo el desarrollo portuario, la expansión vial y la construcción de puentes, la incorporación del ferrocarril y de la electricidad, obras orientadas a abastecer los mercados internacionales con materias primas. “Son la contraparte necesaria del polo desarrollado, plasmada para ejercer un papel subalterno y dependiente respecto a él, debido a la interacción expoliativa que le es impuesta”, de acuerdo con Darcy Ribeiro (1992[1972]:471).

El modelo agroexportador, como es sabido, cedió su lugar al de sustitución de importaciones (ISI) tras la crisis mundial de los años treinta, cuyo fortalecimiento se tradujo en el Cono Sur en un gran aparato industrial y en la generación de energía, la construcción de caminos y la conversión de la naturaleza en una potencia productora de futuros. Durante este periodo, los Estados latinoamericanos, según lo presentado por Velho y Ureta (2019), buscaron su industrialización. Posteriormente, a lo largo de las reformas neoliberales en los años ochenta, la infraestructura decayó para dar paso a proyectos subsidiados por el Estado con el fin de promover la inversión privada, tercerizar la actividad del sector público y liberalizar las diversas dimensiones de la vida social, incluida la espacial (Boano, Vergara-Perucich, 2018).

En el caso chileno, el desarrollo del Estado y su infraestructura ha estado históricamente vinculado a procesos de acumulación, privatización, definición de territorios y ordenamientos productivos. Klubock (2015) evidencia los esfuerzos de la industria y la propiedad forestal en Chile para expandir el control, proletarizar al campesinado y definir la soberanía territorial del país. Un caso similar es el examinado por Harambour-Ross (2016), donde la industria ovina en la producción, cuya fluidez fronteriza, lleva a definir leyes de propiedad y marcar la soberanía nacional en contraste con el territorio de Argentina en el sur del país.

Nuestra exploración, en esta línea, reconoce las complejidades de abordar el colapso y el abandono de la infraestructura, su ruinación e impacto en presencia de quienes son arrastrados hacia la ruina. En este punto, el colapso y abandono de la infraestructura industrial Colbún y su refundación en un contexto de neoliberalización del paisaje guardan estrecha relación con el territorio y cómo este pedazo topográfico y voluminoso bajo el manto del Estado organiza la vida de las cosas, personas, flora y fauna del territorio. Los propios actores reorganizan su vínculo territorial en función de los indicadores de soberanía, ya sea a través de las infraestructuras colapsadas, la ruinación de sus vidas por el abandono o, por el contrario, con los nuevos paisajes impulsados por el Estado y la empresa, y su compleja relación con el habitar y ser en el lugar. El trabajo perceptivo y afectivo de la cultura se asocia así con la huella de la experiencia social (Berque, 2007; Levy y Lussault, 2003; Tuan, 1974). Desde esta perspectiva, y adicionalmente a lo planteado por Santos, el paisaje es fruto del entrelazamiento recíproco de las trayectorias de la multiplicidad de actores involucrados en ellos (Cresswell, 2008; Levy y Lussault, 2003). Se inscriben en el marco de territorios imaginados, territorios vividos y territorios percibidos, para evocar la famosa tríada propuesta por Lefebvre (1974), que constituyen los escenarios de la pesquisa antropológica.

Las montañas del Maule sur no son solo un conjunto de piezas geométricas ensambladas unas con otras. Por el contrario, son más bien un amasijo de trayectorias, una notable confluencia de escalas y mundos cuyas disparidades no siempre se resuelven, a pesar de la inveterada persistencia de algunos de sus rasgos más estables y permanentes, como la topografía y el relieve, aunque no por ello indemnes a las transformaciones sucesivas a las que la historia los somete (Massey, 2005). Son la territorialización de la experiencia social vivida, imaginada y percibida por las comunidades locales (Bourdieu, 1972; de Certeau, 1990; Giddens, 1984; Skewes y Guerra, 2011, 2012). Cada evento es un puente para el flujo incesante de materiales con los que se reconstituye y crece la vida.

Una arqueología para el futuro    

La transformación de la zona cordillerana significó la emergencia de un paisaje cuya consolidación erosiona y oculta los vestigios de un mundo antecedente. La propia artista Carola Cofré subraya que “la gente se olvidó que no es un lago, sino que un embalse”, al punto de constatarse la emergencia de grupos de vecinos del modesto “balneario” que alzan sus voces para exigir la prolongación del pavimento hasta sus casas, al mismo tiempo que la propia Junta de Vecinos del sector se esfuerza por privatizar el acceso al lago para su propio beneficio (Canal 5/Linares, 2023). La intervención representa el esfuerzo por miniaturizar un mundo que escapó al control local. La instalación tensiona la presencia volumétrica de la represa a través de la cual el Estado recuerda su existencia en las montañas.

Tanto en la profundidad del embalse como en la geografía de la que es parte, se inscriben huellas que no se lograron borrar del todo. Entre los sedimentos se pueden encontrar los restos de la vida campesina del fundo San Dionisio, propiedad de sus trabajadores merced a la Reforma Agraria propiciada por la Iglesia Católica en los años sesenta (Magnet, 1964; Thiesenhusen, 1974). En la toponimia se multiplican, también, las huellas de una presencia más antigua: Machicura: piedra de la machi; Quinamávida: cerro de quinoa; Panimávida: cerro de pumas. La huella es una marca que refiere a un tiempo, una materia y una presencia que deben ser reorganizadas para traerlas al presente (Ogden, 2021).

El Estado se va formando mediante la implementación de infraestructura, la consolidación de la propiedad privada e inscribiendo entre las y los habitantes el deseo de modernización (Correa Cabrera, 2021). Estos procesos implicaron la re-gramatización de prácticas, cuerpos y posibilidades del yo y la colectividad. Los períodos aquí considerados dan cuenta de dos grandes transformaciones: una asociada a la construcción del canal del Melado con la instalación de la industria embotelladora, iniciativas concomitantes con el modelo de industrialización de los albores del siglo XX, y la otra a la construcción de la represa de Colbún, en las postrimerías de ese mismo siglo, la cual coincide con la implantación de un paisaje neoliberal que, en el sentido que Santos (2000) da al término, perdura hasta nuestros días.

La construcción del canal se inserta en esta historia de estrías y abandonos que dan cuenta de un Estado que, a pesar de su condición exigua y voluble, asegura gubernamentalidad en los territorios. En 1910, y tras la elección de uno de sus vecinos como presidente de la República, la prensa local de Linares alimenta esperanzas de progreso derivadas de un Estado al que dice amar y del que se siente defraudado (González Colville, 2018).

El período de esplendor (1873- 1950) de un territorio cuyo núcleo turístico lo constituyen los pueblos de Panimávida, Rari y Quinamávida en la comuna de Colbún creada en 1927 como parte de la provincia de Linares. El núcleo se articula en torno al ramal del tren al sur que conecta las localidades de Putagán, Yerbas Buenas y Panimávida para fines turísticos y de un incipiente desarrollo industrial asociado a la embotelladora de agua mineral (Figuras 2 y 3). 


Figura 2. Mapa turístico de la zona de estudio. Fuente: Ferrocarriles del Estado (1935-1936).


Figura 3. Panimávida. Estación de ferrocarriles. Fuente: Imágenes de Chile 1900 (2013).

A través de este nodo modernizador, la comunidad local procuró contrarrestar la influencia política de la vecina ciudad de Talca. La vinculación de tres políticos que además fueron jefes de Estado permitió, a partir de 1873, desarrollar diversas iniciativas. Además de este ramal, se consigna la construcción del canal del Melado, la presa de Ancoa, la definición de las termas de Panimávida como un núcleo turístico y la instalación de la Escuela de Artillería en 1921 (González Colville, 2018).2

La modernización acarrea consigo un creciente nivel de gubernamentalidad, en tanto que crea bases para profundizar la huella del Estado allí donde los territorios escapan a su regimentación (Katzer, 2021). El paisaje del mundo termal permaneció en la subjetividad de los actores, creándose las condiciones para congelar una pieza de historia que, hasta la actualidad, reverbera entre las personas entrevistadas de mayor edad. El recuerdo del tren, el hotel termal y la fábrica de agua mineral son los enclaves de dicho paisaje. “¿Ha oído hablar usted cómo era antes Panimávida, la fábrica con hoteles bonitos?”, pregunta una entrevistada.

La fábrica tenía tres turnos, había ¡mucha gente! La juventud trabajaba en la fábrica, y en el hotel también, buenas camareras, bañeras, porque había baños de barro, lo que usted quisiera, y eso se acabó… Yo iba… a buscar pasajeros al hotel, pasajeros al tren chico… y les llevaba al hotel o los llevaba a una pensión donde yo trabajaba.

El poder real que subyace a estas iniciativas es, sin embargo, el de los agricultores que, merced del apoyo estatal recibido, aseguran un creciente control territorial. El caso del ramal es elocuente. Definido como medio para acercar el turismo, su operación sirve a los propósitos agrícolas e industriales. “El tren se quedaba, a dormir le decíamos nosotros cuando chicos, a dormir en Colbún. Llegaba el tren ahí mismo. En la tarde echaba dos viajes, para repartir las aguas en Panimávida, lleno de jabas el tren de carga, pero mucha, mucha agüita salía de ahí, había mucho trabajo”, comentan unas vecinas de Panimávida. En efecto, el beneficio mayor tuvo otro destino: en 1929 el total de pasajeros transportados fue de 2253 mientras que en el mismo año se desplazaron 11045 toneladas de carga. “Se transportaba una media de alrededor de 11 pasajeros por viaje (1 coche), mientras que… se estima una carga media de productos agrícolas y envasados de 55 toneladas por viaje” (Vargas, 2021).

Mientras en el pueblo florece la imagen de una bella época, al alero de un Estado generoso y protector, en la trastienda –la construcción del canal del Melado– se hace patente el sacrificio que hace posible el disfrute de las elites agrarias. Dependientes, como lo eran, de la producción agrícola para los mercados exteriores, la expansión de la superficie regada por la vía de una construcción descomunal les aseguraba el control territorial por las décadas siguientes. Así, la construcción del canal del Melado no solo contribuyó a ampliar y profundizar el horizonte de la actividad agrícola sino que además a expandir la gubernamentalidad sobre el territorio: la obra permitió anexar más de treinta mil hectáreas de riego para los acaudalados agricultores de la zona, marginándose a la agricultura campesina y a las pueblas del monte (Panez-Pinto, Mansilla-Quiñones, y Moreira-Muñoz, 2018).3 Los espacios autonómicos se fueron restringiendo progresivamente a los ámbitos cordilleranos al Este de los ríos Melado y Achibueno, habitado por las mencionadas pueblas y por arrieros, contrabandistas, leñadores y pirquineros, herederos de una larga tradición a que, aunque asociada a la hacienda y el Estado, permanecía en una condición de autonomía relativa (Girón, 2008). Al cierre de las faenas del Melado, los trabajadores se sumaron a esta población montañesa (Navarro y Jofré, 2008).

El canal del Melado y las fronteras de la gubernamentalidad

El río Melado divide los dominios de la gubernamentalidad y los espacios desérticos donde el Estado aún no logra consolidar su hegemonía territorial. La expansión y formación del Estado también es una historia de perdedores y acumulación monopólica por las elites que potenciaron su expansión. En la trastienda del territorio maulino se conservan espacios de autonomía que hasta el día de hoy acogen expresiones de autonomía y autoexilio. En efecto, hacia el este del río Melado se despliegan los valles cordilleranos que permiten el pastoreo de los animales durante el período estival. Grandes extensiones de terreno, año tras año, reciben la visita de miles de bovinos y caprinos que pastan libremente en los campos de montaña. El límite lo define una modesta barrera fitosanitaria a cargo de personal controlado por el Servicio Agrícola Ganadero (SAG) para el control de la salud animal y una igualmente modesta avanzada de Carabineros a cargo de la vigilancia del contrabando y el abigeato. Más allá de esta frontera, el territorio se vuelve invisible para el Estado. Las tasas de cambio tornan al caballo chileno en un valor altamente preciado para los argentinos, mientras que el animal trasandino solo es considerado carne para los mataderos. Fruto de ello, un caballo chileno puede llegar a costar hasta 10 equinos trasandinos. Al tráfico de animales se suman otros contrabandos que, de acuerdo con las relaciones internacionales, varían en un sentido u otro: sean alimentos, artefactos eléctricos, vestuario, cigarrillos u otros (Girón, 2008). En la Figura 4 se aprecia el territorio entregado al libre albedrío de arrieros.


Figura 4. Las fronteras de la gubernamentalidad y los desiertos de montaña. Fuente: Servicio Agrícola Ganadero – Maule (2023). Mapa de las veranadas.

Establecer el origen, número y destino de los animales y sus propietarios, custodios o acompañantes es imposible de precisar. Para los funcionarios del SAG, es imposible hacerse cargo de animales robados y para la policía de la sanidad de estos. La ambigüedad y la indefinición de los términos hace que fácilmente puedan unos animales suplantar a otros. Algo similar ocurre en la frontera entre naciones. La eficiencia de la Gendarmería argentina induce al cuatrero a escapar dejando sus animales atrás; en territorio chileno se haría lo posible por esconder al animal para recuperarlo después. 

El Estado es, en este contexto, una institución feble. Sus huellas son modestas y cambiantes. El personal contratado habita en casas rodantes antiguas y prácticamente abandonadas. La policía no cuenta ni con comodidades ni con un adecuado entrenamiento. Muchas veces provienen de las ciudades y no saben montar caballos, esto es, el medio fundamental para desplazarse en las cordilleras. Tanto el SAG como Carabineros de Chile se vuelven dependientes de las comunidades arrieras que ocupan las montañas. En el primer caso, la obtención de los caballos debe hacerse por trato directo con crianceros locales. En el segundo, los arrieros son fundamentales para apoyar el desplazamiento de los uniformados. 

En estas condiciones, no obstante, los procesos de acumulación no están en modo alguno ausentes. La construcción de un Estado “por debajo” puede ilustrarse con la trayectoria de algunas familias cuyos orígenes se asocian al cuatrerismo. La partida inicial forjada en el contrabando y robo de animales permite adquirir recursos suficientes para comprar terreno y tornar a las pueblas, como se ha dicho, asentados y ocupantes informales de los territorios que se tornan dependientes de los nuevos propietarios, sean en calidad de cuidadores de animales o puesteros, provisión de servicios domésticos o apoyo en el arreo hacia y desde la montaña. Consolidada la posesión territorial, la familia puede avanzar en la escala social y económica dedicándose a la crianza de animales (de preferencia caballos) o a su engorde y posterior comercialización con grandes utilidades. La integración al sistema del valle, al sistema estriado, se perfecciona con la participación en los Clubes de Huasos y demás instituciones de la élite local.

También ocurre que los campesinos empobrecidos, especialmente en un contexto de crisis hídrica y cambio climático, ven mermar sus posibilidades de criar animales y comienzan a ofertar su fuerza de trabajo a otros productores. Sin animales, sus predios no se valoran sino como pedregales y, ante la necesidad de dinero, se dejan en garantía a las instituciones financieras que posteriormente los integran al mercado de tierras sea para proyectos inmobiliarios, exploraciones mineras o simple especulación.

En este contexto, la construcción del canal del Melado representa un hito centenario cuyo propósito fue el de transformar en aguas de riego las del río del mismo nombre (Figura 5). En el caso de Colbún: a través de mecanismos somatécnicos, se produce una reontologización del agua en su sentido hídrico, identitario, geográfico y político. Fruto de esta situación, dentro de las condiciones mismas de existencia material, se restringen las posibilidades de interacción con el ambiente para todos los actores involucrados.


Figura 5. Trazado del canal del Melado. Fuente: Thorsten Arnold (2012).

En 1914 se decide la construcción del canal del Melado como respuesta a la paralización de las salitreras. Cuatro años más tarde se inician las faenas cuyo propósito es desviar las aguas del río Melado hacia el río Ancoa, para luego distribuir el agua a través de distintos canales de riego. En la realización de esta obra fue necesaria la construcción de un túnel para atravesar el cordón montañoso del Melado. Por la vía de esta iniciativa la aspiración inicial era la de agregar treinta mil hectáreas de riego a los valles precordilleranos. La construcción se prolongó hasta 1930, iniciando el canal sus servicios en 1932 (Delpiano, 2014). Por las necesidades de mantención, el canal se mantuvo en manos del Estado.

En el canal del Melado la presencia numinosa de espíritus da cuenta del sacrificio que supuso, para la perforación del túnel largo, la operación de tres turnos diarios. Los derrumbes durante la construcción causaron la muerte de trabajadores en la faena (Delpiano, 2014). Por otra parte, lo que los residentes recuerdan como la “reducción” fue práctica común en la construcción de esta obra. Así lo expresa de manera exhaustiva una residente:

Mi abuelo me cuenta que se contrataban cuadrillas y que para mejorar el reparto del pago los trabajadores hacían desaparecer a uno de ellos. Podía ser un afuerino, un pendenciero o a alguien que el mismo capataz nombrara.

Bueno, lo que yo escuché de amigos o de historias que contaba mi tata fue que, claro, el canal del Melado fue el gran canal matriz que construyeron, que sacaron del río Melado y que de ahí derivaban varios canales. Y después de esos otros canales, derivaban otros canales también… Entonces se dio en la construcción de todos estos canales ya una práctica común que era la de reducir los grupos que le llamaban las rebajas. Así le llamaban a este proceso de construcción de canales y que las cuadrillas que hacían los canales cuando recibían la plata empezaban a hacer las famosas rebajas, que era que cuando recibían esa plata empezaban a matar a eliminar y a decir que, no sé, que los trabajadores se habían ido a otro lado cuando preguntaban por ello. O simplemente la gente no se enteraba que morían porque elegían a trabajadores … Los que se llevaban mal o que se portaban mal según los códigos de la cuadrilla, o a los que venían de afuera y que nadie los iba a echar de menos por ahí en la zona. Entonces a esos los mataban y los enterraban ahí mismo en el canal que iban construyendo. Y así murieron varios. De hecho, mi tata me contó, pero esto fue ya no del canal matriz, del túnel ni nada de eso del Mellado, pero él me contó del canal Melozal. Y esto tiene que haber sido ya después, porque el canal matriz creo que fue por los años 30, no sé. Entonces, los otros subcanales que derivaron se construyeron más tarde y por ahí se construyó el canal Melozal o Maitenes, que le decían. Y ahí me contaba mi tata que tenía algunos con los que se llevaba bien de una de las cuadrillas, se llevaba bien como con el jefe de la cuadrilla. Le tenía buena porque de repente mi tata, claro, les vendía vino porque tenía unas viñitas y por ahí les cayó bien […]. Así que eso es lo que yo sé de las rebajas de los trabajadores, de la escuadrilla.

“A mí me da miedo pasar por ahí”, continúa el relato de la nieta, “dicen que hay muchos muertos debajo del canal”. En un recorrido compartido con integrantes de la comunidad, uno de ellos afirma que cuando al recordar la historia del canal, “de los muertos que tiraban. Y claro, ahí a uno ya rápidamente la emoción te sitúa desde otro parámetro histórico”. El trauma se convierte en memoria y la memoria en referente para los cursos de acción a seguir, tal como lo sugiere la Figura 6.


Figura 6. El canal del Melado visto desde la perspectiva de las y los residentes. Fuente: Ejercicio de etnografía colaborativa con la comunidad de Tremen.

En este ejercicio de recuperación afectiva del paisaje, realizado por la comunidad de Tremen en Rari, junto con el equipo de investigación, se destaca, por una parte, la historia traumática (láminas de color rosado) pero, por la otra, la recuperación de la flora nativa como un acto de resistencia. “Voy a poner allá el renoval como un acto de resistencia y memoria, porque me habla del bosque que hubo, y que coexiste en sus renuevos”, afirma quien pidió poner esa imagen. Las huellas del Estado se materializan, además, en las plantaciones de pino insigne, mientras que la resistencia se expresa en el “desordenado” crecimiento de la flora nativa.

La relocalización de los campesinos del fundo San Dionisio ilustra el carácter residual de la acción de un Estado exiguo que, no obstante, asegura gobernabilidad en los territorios a los que impone su gramática. A quienes fueron desposeídos en términos de pérdida de terrenos y viviendas, compensaciones menguadas por los terrenos expropiados, reubicación en terrenos de poca superficie, pérdida de los suelos cultivables y de la fuente laboral se les fuerza ahora a aceptar la empleabilidad que ofrece la empresa (Rodríguez y Sepúlveda, 2011).

El pasado y la maquinaria moderna

El cambio económico y la reutilización de las tierras de los campesinos cobran nuevas dimensiones con el desarrollo de la hidroelectricidad. La reconversión ontológica del suelo y el ambiente da lugar a nuevas formas de acumulación que imparten transformaciones materiales que auguran un difícil, sino imposible, retorno a la condición anterior. Se trata de acciones que han ido fagocitando la geografía física y humana para transformarla en una geografía política de la gubernamentalidad. A ello contribuye, además, la desprotección del paisaje precordillerano por parte de las autoridades (Parra, 2022). Ejemplos como estos se suman en Chile: desde las relaciones extractivas internacionales vinculadas con la minería (Finn, 1998), la reconversión de cuencas y espacios hídricos, las formas de redistribución de la extracción y los espacios de sacrificio resultantes de decisiones públicas y privadas (Peragallo Díaz, 2020).

En este sentido, hay formas de extracción y desposesión que aseguran la supeditación del Estado al capital privado transnacional, que mira su futuro productivo en un espacio y tiempo de instrumentalización de los cuerpos humanos y geográficos (Sassen, 2014). A su vez, Bear (2016) plantea que hay técnicas de dominio y producción del tiempo que se dan en el contexto del capitalismo tardío, las cuales tienen consecuencias tanto constrictivas como otras que abren posibilidades de agencia y negociación con la densidad del tiempo.

Del pasado industrial de Colbún quedan restos materiales, pero en la subjetividad de la comunidad se han anclado el tren, el hotel y la embotelladora que legitimaron la sujeción al Estado. Una casa abandonada y metabolizada con la población de Chiripa de Colbún, barrio que albergó a los trabajadores de la empresa embotelladora, es lo poco que queda de la estación del “tren chico”. Estas iniciativas, sobrevivientes de un pasado fordista, no sortearon la neoliberalización. Endeudadas, con serios problemas de gestión y sin capacidad para innovar, terminaron literalmente en ruinas. La embotelladora, tras sucesivos cambios de dueño, deja tras de sí instalaciones que se han convertido en objeto de vandalismo (Figura 7).

Figura 7. Las ruinas de un pasado fordista. Fuente: fotografía de los autores.

La suerte del hotel de Panimávida no fue muy diferente. Según una de las entrevistadas, “la casa termal ya ni existe”. Las ruinas, al menos en parte, se han reciclado. Así, el hotel fue reabierto bajo un modelo de resort y constituye hoy un destino turístico. No obstante, la relación con el pueblo ha cambiado. Antes, el antiguo establecimiento permitía que vecinos y vecinas tuvieran acceso a las pozas termales para sacar agua. La nueva gerencia cercó todo el inmueble y las casas circundantes. Al decir de otra entrevistada: “Pero no compró no más el hotel el caballero, cerró todo Panimávida. Y el caballero cerró todo parejo y cercó casi todo Panimávida. Ahora no dejan entrar”.

Si estos vestigios de una temprana época industrial en el medio cordillerano son ruinas o escombros es materia de los lugares de enunciación. Como señala Gordillo (2014), la ruina es un lugar secular de memoria, de la magia del Estado, mientras que el escombro es la sobra de algo que es mejor olvidar. Sin embargo, es preciso atender aquí a la sugerencia de Stoler (2016) y dar un giro, para superar la visión de la sobra en tanto se hace necesaria “para atender a la vida de quienes viven en las ruinas” (Stoler, 2016: 357).4 La apropiación, reutilización y resignificación de esta arqueología de la modernización resultan sintomáticas, por una parte, de la presencia espasmódica del Estado en los territorios y, por la otra, del permanente reposicionamiento de los actores locales en su relación con los volúmenes y profundidad histórica del estriado que a su paso deja la acción pública.

Colbún Machicura y el advenimiento del concreto

La reinvención del Maule sur esperó hasta mediados de los ochenta para dar con un nuevo diseño paisajístico. La doble necesidad del empresariado nacional de expandir el sistema eléctrico interconectado y ampliar aún más la capacidad de riego en un contexto de apertura de los mercados internacionales y de privatización de la economía sienta bases para una obra descomunal que asegura para el Estado y la empresa privada no solo el control de recursos estratégicos, sino que también la infraestructura y gubernamentalidad del territorio: la construcción de la presa más grande del país (Colbún y su vecina, de menor tamaño, Machicura).


Figura 8. La gota de agua. Escultura bicentenaria. Fuente: fotografía de los autores.

La intervención material y los procesos industriales se convierten así en una fuerza que rearticula el volumen y ambiente regional. La instalación de la escultura bicentenaria de la gota de agua (Figura 8) ilustra la reconversión de los rastrojos del pasado en expresión del control tecnológico como único medio para protegerse de un medio ahora concebido como amenazante. La población queda entregada a las posibilidades de un futuro que escapa de sus manos. La construcción de la represa de Colbún entraña el anegamiento de los predios ocupados por los campesinos. En la profundidad de la represa, se encuentran los testimonios materiales de la vida que no fue. Una vecina de Rari cuenta: “Los abuelos de mi mamá tenían sitio allá arriba, y cuando le echaron el agua se inundó, quedó debajo del agua, y donde el agua ahora está baja, todavía está, hay partes que están los montoncitos de piedra de las murallas”.

“El terreno simplemente se inundó no más, y antiguamente no, la gente, bueno antiguamente eran como no podían reclamar, y gente que, de plata, usted no le paga nada a ellos, y gente que no entendía nada”, recuerda la misma vecina de Rari. “Antes de que hicieran la central, se dedicaban a la agricultura, criaban cabras, y los abuelos, el abuelo tenía cabras, caballos”. Ahora se ha podido recuperar algo. Unas primas hicieron las gestiones y “por los apellidos y todo y ahí salía, entonces eso se recuperó”. “Había varios herederos de parte de, los hijos de los abuelitos de ella”, interviene su hija y la madre responde: “Claro, y ahí se repartió, también se repartió allá, entonces cada uno tiene su trozo”.

Con el tiempo, los “trozos” de terreno han devenido en una densificación descontrolada que se traduce en la creciente contaminación de los cursos de agua, en escasez hídrica y hacinamiento. Al tiempo que naufragó un mundo, los mismos restos del naufragio se han constituido en condición amenazante para los sobrevivientes. Al tanto que las aguas de la cuenca del río Maule, ahora acopiadas en una represa instalada como lago en el sentido común ciudadano, sirven de soporte a las aspiraciones de modernidad de una población desposeída de sus vínculos con la naturaleza.

La construcción del embalse y de la infraestructura que se le asocia, junto con la necesidad de obras viales para el transporte de la fruta de exportación, convierte al concreto en un actor estratégico en la transformación del paisaje regional. “Pavimentar el futuro” es una expresión popular que acierta al identificar el triple efecto de ocluir alternativas al diseño establecido, tapiar los recuerdos de lo poseído y establecer jerarquías de inclusión. La huella del concreto no es la inmanencia de lo ausente, sino la cronificación de una humanidad que difícilmente desaparecerá. El concreto rearticula con material antrópico la litosfera. Colbún, desde esta perspectiva, no solo significó transformaciones en el poblamiento humano del territorio, sino también variaciones en la composición de la flora y fauna y en el microclima de la zona, transitándose de un clima boscoso a otro lacustre (Barriga 2006; Parra 2022). A la par, el complejo hidroeléctrico lleva a la urbanización de la cabecera comunal con toda la infraestructura que ello supone.

La paradoja de Colbún en tanto parte de un riquísimo sistema hidrológico radica, justamente, en que a pesar de la gran disponibilidad de agua usada principalmente para fines agrícolas y de generación eléctrica, la población local está expuesta a serias restricciones en su acceso al agua para consumo humano. Lo paradójico es que el mismo Estado que anegó las tierras del fundo que llevaba ese nombre, ahora es quien provee soluciones –vía programas– a los herederos del despojo de tierras y aguas. “Este proyecto beneficiará directamente a nuestra comunidad, ya que hay muchos vecinos que prácticamente no les llega agua”, afirma la presidenta de la Junta de Vecinos. Y el proyecto, sin duda, cuenta con el financiamiento de la empresa Colbún S. A.

Aquí el concreto es precisamente el material que añade una nueva capa a lo ambiental, mediante el ejercicio artefactual de producir un nuevo suelo, un suelo diseñado para lo humano en el sentido moderno del término (Edgeworth y Simonetti, 2022). En efecto, los procesos de modernización se deben a materiales que van cubriendo con una capa ideológica el concreto y, con ello, las posibilidades de su presencia y futuro. Al mismo tiempo, la producción de nuevos espacios humanos a través de sedimentación, con la correspondiente producción de materiales, es una historia y un presente lleno de contaminación, exclusión y fragmentos que acompañan la destrucción de cuerpos, ambientes y esperanzas de sobrepasar los errores industriales con nuevas tecnologías (Liboiron y Lepawsky, 2022; Serres, 2011).


Figura 9. La carretera hídrica, tramo 2: Maule. Fuente: NRDC, 2020.

En el caso que nos ocupa, las obras comienzan a articularse unas con otras, urdiendo la trama del futuro. Tras la construcción de la represa, las obras viales comienzan a multiplicarse de un modo vertiginoso hasta imbricar territorios cada vez más distantes y trayectorias cuya ubicación es más bien fantasmagórica para el sujeto local. Es lo que ocurre con el diseño y posterior construcción del puente sobre el río Maule en la misma comuna de Colbún, uno de los puentes más largos del país (1576 metros de longitud), inaugurado en 2015, y que fuera ideado con el propósito de capitalizar la ubicación estratégica toda vez que conecta la precordillera entre Molina (provincia de Curicó) y Linares, al tanto que une con la Ruta Internacional Pehuenche la ciudad de Talca y la provincia de Mendoza. El viaducto resulta clave para el flujo de camiones de carga que transitan desde Argentina hacia el puerto de Talcahuano (Plataforma Urbana, 2013).


Figura 10. Embalse Ancoa.
Fuente: fotografía de los autores.

El paisaje moderno neoliberal, encarnado en este entramado vial y de tendidos eléctricos que encuentran en la represa su nudo articulador, se complejiza con nuevos proyectos como lo es de la futura carretera hídrica que incluye en su trazado la cuenca del Maule y, en particular, los ríos Maule, Ancoa y Achibueno, y el propio embalse de Colbún (http://www.reguemoschile.cl/solucion.php). La carretera no tiene otro destino que no sea el de mantener e incrementar la producción de frutos de exportación (Figura 9).

No escapa, sin embargo, a la subjetividad local la memoria de lo que fue el fracasado intento de construir la segunda parte de la represa de Ancoa. En 1957, para aumentar la capacidad de acumulación del agua e incrementar la producción de hidroelectricidad, se inicia la construcción de dicho embalse. Los problemas ingenieriles de esta obra, los desbordes del río y las características geológicas del sector forzaron en 1965 la interrupción de la obra, permaneciendo sus ruinas a la vera del camino hasta el día de hoy. Estudios de factibilidad posteriores (1985) permiten insistir en el proyecto, reubicando el sitio de la construcción y proyectando una cobertura de 35 mil hectáreas de riego y una generación de 27,54 MW (Centro de Información de Recursos Naturales, 1986). En el 2013, se inaugura el embalse y al poco tiempo, es denunciada por no permitir el paso del caudal ecológico mínimo requerido por la autorización ambiental para su operación (INGEMAB, 2015) (Figura 10). En otras palabras, la abundancia del agua para riego se hace parte de la ruinación de los pequeños propietarios y residentes de las riberas río abajo.

Tanto el canal del Melado como el embalse de Ancoa representan un siglo de intervenciones estatales espasmódicas, que oscilan entre la euforia fundacional de la obra hasta su abandono por períodos prolongados de tiempo. A través de estas huellas, el Estado ha delimitado el espacio de gubernamentalidad, las que se han constituido en un recordatorio permanente de su capacidad para denegar o proveer de las condiciones básicas para la existencia social. Como lo analiza Jouannais (2017), estar rodeado de lo caído, tumbado, destruido genera la sensación de estar atrapado, de no tener salida, incluso si las acciones que permitieron dicha acción ya no están. La amenaza de la ampliación del embalse de Ancoa es testimonio de ello. Los vecinos de Roblería saben que una nueva ampliación del embalse de Ancoa hará de ellos los primeros expulsados. El problema afectivo que deja la huella de la destrucción, o su presencia fantasmagórica mantiene la amenaza del fin como algo que recubre un territorio, la psiquis y la humanidad de la población (Massumi, 2010). Esta puede presentarse antes, durante o después de los hechos que efectivamente pueden acabar con la vida.


Figura 11. Hogar destruido por las aguas del río Ancoa, a 6,7 kilómetros del embalse.
Fuente: Radio Ancoa, 2023.

Si las amenazas del fin son algo que aún no pasa, hay determinadas claves comunicacionales, políticas y materiales que transforman el presente en la imagen del fin de un periodo, y nos pone como testigos o protagonistas. Desde una falla en infraestructura hasta la inminencia de un conflicto, o la ausencia de suministros imponen el desafío de tratar de sobrevivir hasta ser reabastecidos. La huella es potencia e inmanencia y juega en el plano afectivo su papel como una fuerza que inhibe o motiva a la acción. Un testimonio registrado en uno de los ejercicios participativos con la comunidad del Maule sur, da cuenta de la instalación de estos temores en las comunidades locales frente al manejo de las presas y la liberación de sus aguas: “Y de repente, en la temporada, sueltan el agua… y sí, pues, se ha muerto gente ahogada”. En los hechos, en los temporales de junio de 2023 del centro del país, las únicas víctimas fatales fueron dos personas –un anciano y un bombero que fue en su rescate– tras la crecida del río Ancoa cuando la lluvia obliga a liberar agua de la presa (Cooperativa digital, 2023) (ver Figura 11).

El contraste de la imagen del embalse como un espejo de agua a pocos kilómetros de las ruinas del fallido intento inicial son un testimonio de esta ambigua presencia pública. Hay en este ejercicio dos dimensiones a considerar: la una es la desposesión (y posterior privatización) de los medios de vida, y, la segunda, la instalación de una frontera tras la cual se diluye la presencia de la institucionalidad pública. En el primer sentido, el libre acceso a los cursos de agua y la extensión de los pastizales de invierno y de verano se restringen (Navarro y Jofré, 2008). Como se ha señalado, una creciente restricción se traduce en procesos de dislocación y de proletarización para habitantes que libremente construyeron sus vidas en las montañas.

Reflexiones

Las grandes inversiones públicas en beneficio de los sectores agrícolas y de generación eléctrica han transformado radicalmente el territorio cordillerano del Maule sur. Las transformaciones inducidas por la vía de maciza infraestructura de concreto han ensanchado el ámbito de la gubernamentalidad de una forma sin precedentes en la historia del territorio. No obstante, el control y la legitimación del Estado y de las empresas beneficiadas por su acción no agota el espacio político en el área. Por una parte, allende el límite del canal del Melado, los controles públicos se debilitan, pasando a depender de las capacidades locales, las que radican en poblaciones relativamente autónomas. Por la otra, en el dominio de la gubernamentalidad se constituyen actores sociales surgidos de las grietas del orden impuesto. No obstante, cuando el Estado se convierte en un agente alicaído y debilitado, el deseo de statehood, de un sentido o condición de Estado, puede rearticular su fuerza desde abajo en la medida que pueda ser vista (Jansen, 2018). En contraste con los extensos análisis sobre el Estado como un enemigo, y problema para el individuo (Clastres, 1974; Hobart y Kapferer, 2012) y objeto de negociación que imbrica las artes del débil contra lo estratégico del poder (Certeau, 2000), Jansen plantea al Estado como una cosa construida desde abajo. En este sentido, una pequeña pieza de infraestructura constituye un sentido de vida normal que se asocia al Estado que brinda protección frente a la inminencia de fuerzas destructivas.

En este sentido, conviene recordar que la gubernamentalidad, asegurada por la acumulación que es, a su vez, el fruto de un acto de desposesión, desencadena procesos autoalimentados en los territorios sujetos a regimentación. La materialidad instalada por el Estado permanece como un recordatorio permanente de su presencia fantasmagórica que puede denegar o proveer de las condiciones básicas para la existencia social.

La naturaleza traumática de cada desposesión, inscripta en las huellas del Estado, constituye una memoria dolorosa para quienes han sido despojados de sus medios de vida. Como se ha señalado, lo destruido evoca la sensación de estar atrapado; lo construido, en cambio, informa de la inevitabilidad del curso del progreso. Sin embargo, el vínculo práctico y afectivo de quienes habitan el territorio se troca en una incipiente acción colectiva que, a través del arte, de la educación, de las expresiones culturales propias y de la búsqueda de modos alternativos de habitación confronta el sentido común hegemónico asociado al progreso materializado en represas, carreteras, o tendidos eléctricos.

La presencia material de los restos de la acción del Estado se convierte en campo de disputa. ¿A quiénes corresponde definir y con qué propósitos los residuos de los proyectos abandonados en el trascurso de esta historia? Desde las playas y el balneario del lago Colbún hasta los pozos de aguas termales de Panimávida, las huellas del pasado son reclamadas por quienes se sienten imbuidos por derechos que no ven reflejados en la gestión del paisaje local. La hegemonía, como se ha señalado, dista de ser absoluta.

Las tensiones experimentadas en el territorio sugieren que más allá de la contradicción entre los procesos de gubernamentalidad y las prácticas autonómicas se urden tramas en las que cabe la posibilidad de entender la construcción del Estado no solo como una imposición externa sino también como un fruto de la reconstitución de quienes habitan los territorios sujetos a regimentación. La interacción entre los territorios relativamente autónomos de montaña y los valles sometidos a un gobierno con atribuciones bien definidas se procesa socialmente, de manera que hay formas de acumulación gestadas autónomamente en la montaña que se capitalizan en los valles y a la inversa.

Las huellas del Estado representan, por otra parte, señales de alerta para una población local que más allá de conocer leyes, reglamentos y normativas, ve reflejados estos órdenes en las materialidades que, progresivamente, estrechan sus márgenes de autonomía. El disenso, puede colegirse, es también un proceso de (re)creación de la memoria y de aprendizaje derivado de las generaciones anteriores y emplazado bajo la forma ya sea de huellas, ruinas o escombros en el paisaje local.

La viabilidad de los proyectos de quienes han sido despojados de sus bienes se torna en condición inevitable para, continuar con sus vidas, tornándose dependientes de las nuevas formaciones fruto de estas acciones. El lago Colbún es un ejemplo de ello. Pero la experiencia de Carola Cofré deja planteada la interrogante acerca de hasta dónde el edificio de la gubernamentalidad está fisurado. ¿Cuántas llagas se van acumulando en un paisaje cada vez más tensionado? ¿Hasta qué punto las exclusiones no van generando procesos igualmente autoalimentados que, llevados a su extremo, pueden degradar y hacer colapsar un ecosistema trocándole en zona de sacrificio?

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Agradecimientos

Este artículo se inscribe en el marco de los proyectos Fondecyt F-1210680: “Lecciones para habitar el futuro. Los pueblos de la cordillera de los Andes de Chile central frente al cambio climático y la expansión extractivista” y del Anillo ATE 220008: “Mestizo cultural heritage and appreciation of the local culture”. Aprovechamos para agradecer a quienes han hecho posible este trabajo, especialmente a nuestras y nuestros interlocutores en la comuna de Colbún, cuyas identidades mantenemos en reserva por razones de confidencialidad. Finalmente, quisiéramos expresar nuestra gratitud a quienes revisaron este escrito y cuyos comentarios nos hicieron posible avanzar hacia su versión final.

Juan Carlos Skewes / jskewes@uahurtado.cl

Ph.D. en Antropología por la Universidad de Minnesota. Profesor del Departamento de Antropología de la Universidad Alberto Hurtado. Su trabajo se ha concentrado en patrimonio cultural de territorios rurales, indígenas y de montaña de Chile, con énfasis en relaciones ecológicas y políticas entre diversos agentes bióticos y culturales.

Gabriel Espinoza Rivera / gespinozarivera@gmail.com

Estudiante del Ph.D en Antropología por la Universidad de Pittsburgh. Su trabajo se ha vinculado a procesos de precarización, desecho y valor en contextos posindustriales.


1 A falta de un mejor término en español hemos conservado este anglicismo. Los procesos de deterioro de las estructuras que conducen a su destrucción se describen como ruinación, entendiendo que son igualmente afectados quienes viven en el entorno de lo devastado.

2 La Escuela de Artillería de Linares se convertiría en “uno de los principales centros de detención y tortura de la región de Maule. Prácticamente, todos los prisioneros fueron sometidos a un régimen de incomunicación permanente y de tortura física, psicológica y sexual, con un claro objetivo vejatorio y destructivo de la dignidad humana” (Memoria Viva, 2023).

3 Las pueblas, en el lenguaje de nuestros interlocutores adultos y de la tercera edad, correspondía a pobladores sin tierras que con sus animales –chivos, principalmente– se instalaban en las laderas y quebradas, haciendo una vida relativamente independiente.

4 Traducción propia.