Andrés Núñez González
Pontificia Universidad Católica de Chile, Instituto de Geografía. Santiago, Chile.
ORCID 0000-0002-1661-845X
Santiago Urrutia Reveco
Universidad de Buenos Aires, Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”. Buenos Aires, Argentina.
Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Buenos Aires, Argentina.
ORCID 0000-0002-9208-4496
Matthew C. Benwell
Universidad de Newcastle, Escuela de Geografía, Política y Sociología. Reino Unido.
ORCID 0000-0002-1336-751X
Recibido: 17 de octubre de 2023. Aceptado: 27 de octubre de 2023.
Durante bastante tiempo distintas corrientes de teoría social y política han reconocido que la materialidad es importante. Sin embargo, en la mayoría de estas corrientes la materialidad se refiere principalmente a las estructuras y producciones sociales. En otras ocasiones, se interpreta como la encarnación en objetos concretos de significados socialmente construidos. Karl Marx decía allá por el siglo XIX que “el punto de vista del antiguo materialismo es la sociedad ‘civil’; el del nuevo materialismo, la sociedad ‘humana’ o la humanidad socializada” (1985:35). Pero, tratando de traer hacia nuestro presente esa imagen desde una perspectiva crítica, nos cuestionamos si será posible abrir la reflexión materialista en el siglo XXI hacia sociedades posthumanas, es decir, sociedades comprendidas como ensamblajes colectivos de relaciones entre humanos y no humanos. En esa línea, Bruno Latour se preguntaba si acaso no era “lo social” (aquello que comúnmente es considerado como lo dado o el presupuesto de base en los análisis sociales) lo que precisamente había que problematizar y explicar para “reensamblar” (2008).
En los últimos años, los enfoques que podríamos simplificar como ‘posthumanistas’ han estado trabajando activamente para desplazar al humanismo como concepción dominante y estructurante (Braidotti, 2015; Morton, 2019). En ese sentido, el denominador común para una amplia variedad de trayectorias teóricas que podemos ubicar bajo dicha categoría sería el desplazamiento del antropocentrismo, que ha dominado el proyecto de una modernidad donde el enunciado de una razón humana (occidental, capitalista, patriarcal) ha sido el elemento distintivo y de jerarquización de una especie por sobre todas las demás. En otras palabras, tal matriz ontológica ha organizado la relación cultura-naturaleza como dos polos separados e independientes en el que uno de ellos (cultura/humano) subordina e instrumentaliza al otro (naturaleza/no humano) (Descola, 2016; Viveiros de Castro, 2010; Svampa, 2019).
Como buena disciplina moderna, la geografía no ha quedado fuera de este tipo de prácticas de ordenamiento y repartición de la realidad. La distinción más básica y tradicional entre una geografía física y otra geografía humana resulta reveladora en este sentido. Asimismo, aquella distribución jerarquizada tiene sus resonancias en otras áreas de los estudios geográficos, por ejemplo, en el ámbito de la geografía política, en la medida en que la política, por un lado, ha sido comprendida como una actividad exclusivamente humana y, por otro lado, el campo de reflexión en torno a lo político ha quedado tradicionalmente circunscripto al rango de acción del Estado (o al menos posicionándolo como el protagonista principal), invisibilizando así otras potencias que sin duda afectan e inciden en la producción política del espacio.
En este contexto, una propuesta centrada en las cosas (y más todavía en la política de las cosas) puede resultar extraña, ya que, desde nuestra perspectiva, debiese no solamente descentrar la figura privilegiada de lo humano, sino desplazar también el foco de atención desde las esencias (el qué son) hacia los devenires que movilizan las prácticas (el cómo funcionan). Las cosas, en este sentido, no serían comprendidas como entidades inertes ni independientes, sino como nodos o lugares donde convergen múltiples relaciones sociomateriales que no siempre son evidentes. La mayoría de las veces, de hecho, deben ser desmontadas y también reconstruidas (Bennett, 2022). En efecto, nos parece que Tim Ingold (2010) es muy certero cuando dice que las cosas, muy contrario al sentido común que tiende a cristalizarlas en concreciones fijas, remiten en realidad a “flujos materiales” y que una de sus principales características sería el hecho de que permanentemente se “fugan”. Las cosas, por tanto, no “son” sino que siempre están “siendo”.
Es evidente que una apreciación tal tiene múltiples consecuencias. En términos metodológicos, por ejemplo, ¿qué implicaría este supuesto de que las cosas tienen vitalidad y que dicha vitalidad se deriva de que, como toda entidad viva, no son formas herméticas sino un lugar donde muchos caminos se entrelazan y otros tantos se fugan? Para Gilles Deleuze y Félix Guattari, implicaría desplazarse de la interpretación (que remite siempre a una imagen ideal re-presentada) al acto de “seguir” dichos caminos, dichas fugas o, en otras palabras, aquellos flujos materiales (físicos o semióticos) que componen nuestros entornos: “unirse al Mundo, o confundirse con él” (Deleuze y Guattari, 2004: 318). Es así que creemos el enfoque en las “cosas” podría convertirse en un fructífero campo para renovadas perspectivas en la geografía siempre y cuando la propia disciplina precipite el desplazamiento de sus imágenes más arraigadas (es decir, se indiscipline a sí misma) mediante movimientos aberrantes (Lapoujade, 2016) de crítica y creación que darían vida a lo que en otras instancias hemos denominado geografías nómades (Núñez et al., 2023).
Así, sobre la base de lo expuesto, este dossier propone incorporar estudios de caso o reflexiones teóricas cuyo foco de atención sean las materialidades, las “cosas” y los ensamblajes sociomateriales. En este punto, nos parece que nunca está de más insistir en un asunto cada vez más evidente: lo humano no existe cerrado sobre sí mismo, sino en relación y articulación con una multiplicidad de energías, materias y potencias. De allí que una perspectiva geográfica centrada en la vitalidad de las cosas pueda ser una oportunidad para observar algunas cuestiones fundamentales. Una de ellas, por cierto, es la relación con las potencialidades políticas de las materialidades que producen intervenciones de base y estructurantes en nuestros entornos cotidianos. Las “cosas”, en este sentido, pueden ser repensadas como altergeopolítica (Koopman, 2011), como incidiendo en la política cotidiana del espacio, y, desde este punto de vista, ser (re)apropiadas para criticar, provocar y protestar contra la configuración hegemónica de nuestra realidad.
Desde este punto de vista, este dossier apunta a poner entre paréntesis dos aspectos clave de la tradición geográfica: su matriz antropocéntrica y su sesgo estadocéntrico. Así, por ejemplo, podemos pensar la bandera negra que se hizo visible en el contexto del estallido social en Chile (2019), cuyo despliegue por y desde la sociedad movilizada generó ciertas atmósferas afectivas de vergüenza, luto y desesperación dirigidas al modelo pero, simultáneamente, contribuyó a reimaginar otros proyectos societales posibles (Benwell et al., 2021). Como vemos, estos “territorios” cofabricados sociomaterialmente desde abajo configuran una geopolítica cotidiana que no es neutra ni pasiva, sino, por el contrario, altamente significativa tanto en escalas micro como macropolíticas.
En resumen, nos interesa avanzar en los planteos de la altergeopolítica, así como en una perspectiva materialista posthumana para contribuir con elementos que permitan desplazar los modos hegemónicos de hacer y pensar la geografía. La idea sería, por tanto, colaborar en la generación de un espacio común que, sin perder ni desconocer matices y diferencias entre las distintas aproximaciones, sirva igualmente como terreno fértil para desarrollar un pensamiento que trastorne algunas de las distinciones centrales de la disciplina y que, en muchos casos, se presentan como piedras de tope para abordar problemáticas contemporáneas. En ese sentido, no se trata acá de un proyecto para producir “la”, y ni siquiera “una”, teoría sobre la política de las cosas, sino ofrecer un lugar para que converjan múltiples perspectivas y conceptualizaciones.
En el artículo “Geografías posthumanas en Patagonia-Aysén: ensamblajes, umbrales e intersecciones entre animal ∩ humano”, Andrés Núñez, Santiago Urrutia y Mathew Benwell analizan cómo la producción capitalista de nuevos territorios devenidos “verdes” implica una renovada configuración biopolítica de las especies (humanas y no humanas), es decir, una reorganización y reterritorialización de la variedad de modos de existencia y la relación de fuerza entre ellos.
A su vez, a partir del estudio de dos de las curvas más accidentadas del desierto de Atacama (Chile), en el artículo “La penúltima curva de Paposo. Agentividad técnica, social e histórica de una infraestructura vial”, Nicolas Richard y Diego Ortúzar se preguntan qué es una curva y proponen explorarla como objeto técnico y social a través de tres preguntas o dimensiones principales: i) la curva como agenciamiento o solución de fuerzas contradictorias (presupuestarias, orográficas, técnicas, conductuales, etcétera) y entonces como sección inestable o negociada de todo camino; ii) La curva como archivo, como lugar en que decanta, se deposita o se produce materia significante –nombre, memorias, animitas, ruinas, basura, escritos–; iii) La curva, punto más inestable y punto más significativo del camino, es entonces también el punto más denso, dramático y político, lugar en el que se libran batalla cotidiana máquinas, prohibiciones, prácticas, colectivos, dispositivos, memorias y olvidos.
Colectiva Materia (Noelia Billi, Paula Fleisner y Guadalupe Lucero) propone una lectura materialista posthumana del pensamiento de Donna Haraway poniendo énfasis, en particular, en la cuestión de la naturaleza. Al respecto, en el texto titulado “La cuestión de la naturaleza en el pensamiento de Donna Haraway. Una lectura desde el materialismo posthumano”, resultan interesantes algunas de las reflexiones políticas que se desprenden de este sugerente trabajo: si el capitalismo puede ser comprendido como el proyecto de una creciente abolición del espacio debido a la aceleración del tiempo, la intervención de Haraway en torno a la espacialidad común resulta particularmente sugerente, ya que ofrece un repertorio de herramientas para pensar la co-habitación en términos capaces de dar cuenta tanto de la relacionalidad siempre tensional (de la que surge lo que existe), como de las narrativas que tejen espacio y tiempo, mundo y relato.
En su artículo “Altergeopolítica. Otras seguridades se están construyendo” (publicado originalmente en la revista Geoforum bajo el título “Alter-geopolitics: Other securities are happening”), Sara Koopman nos aporta valiosas herramientas teóricas y empíricas para comprender otras maneras de pensar y hacer la geopolítica. En efecto, surgidas del diálogo entre, por un lado, un rico bagaje conceptual proveniente mayoritariamente de la geopolítica crítica, la antigeopolítica y la geopolítica feminista y, por otro lado, su sostenido trabajo de base con comunidades de Latinoamérica, estas herramientas permiten a Koopman delinear el término de altergeopolítica como propuesta para ampliar y profundizar perspectivas críticas ya existentes mostrando cómo diversos grupos hacen geopolítica en la vida cotidiana para afrontar y transformar sus propios contextos. En particular, nos muestra cómo, a través del establecimiento de conexiones múltiples y heterogéneas, distintos colectivos (en tanto comunidades humanas y no humanas) construyen sus seguridades no violentas en marcos donde lo que impera pareciera ser, tanto en la escala local como en la nacional y global, la (in)seguridad estatal y la violencia estructural. Desde aquí podemos observar entonces la potencialidad de pensar en la política de las cosas como una operación que, inserta en tramas humanas-no humanas, contribuya en la conformación de solidaridades y geopolíticas desde abajo como alternativas a las formas dominantes.
Desde un enfoque atento al vínculo entre imagen y educación, Wenceslao Machado de Oliveira Junior también realiza sus reflexiones en torno al material audiovisual. En efecto, en “Reparar (n)o lugar através do cinema: como fazer do lugar-escola uma floresta?”, el autor parte de dos interrogantes: por una parte, ¿qué potencia tendría la experimentación con el cine en el lugar-escuela para inventar otro tipo de atención que permita reparar (en)el mundo? Por otra parte, ¿qué potencia tendría el “concepto” de selva, un mundo todo vivo, tal como aparece en palabras de pensadores indígenas como Ailton Krenak y Davi Kopenawa Yanomami, para pensar las afecciones cinematográficas del lugar-escuela? Articulando la selva a los conceptos de lugar de Doreen Massey, y áreas de estar de Fernand Deligny, el artículo busca señalar cómo la pedagogía de los dispositivos propuesta por el cineasta Cezar Migliorin exige que se repare en el entorno y permite la creación de imágenes insospechadas que, quizás, reparen otras conexiones y acoplamientos entre humanos y no humanos.
En una línea de reflexión más propiamente teórica, el artículo de Ayleen Martínez-Wong propone, como anuncia el título “De monstruos, fantasmas y héroes del ‘progreso’. Contar historias para la vida en Patagonia”, una reflexión conceptual en torno a lo que un enfoque multisituado-multiespecie podría aportar a la discusión de los estudios geográficos. Como hemos señalado anteriormente, en estos aún predomina la mirada binaria que separa sujeto de objeto como dos mundos individuales y de fabricación autónoma, así como imágenes científicas encapsuladas que, en la práctica, devienen dogmáticas. En contraposición, la propuesta de Martínez-Wong busca resaltar la necesidad de intervenir la episteme geográfica creando nuevas maneras de narrar historias dentro de una compleja red de interacciones compartidas (humanas y no humanas) que se pueden comprender como sympoiesis o devenir con otros mundos.
Por su parte, en “Geo-grafías posthumanas de la tejuela de alerce”, Pedro Pablo Achondo analiza uno de los principales materiales usados en la construcción de viviendas, iglesias y edificaciones en el sur de Chile. Al respecto, se pregunta qué es una tejuela de alerce. O, más bien, ¿qué cúmulo de historias, relaciones y temporalidades alberga? Definida como una materialidad zoe-geo-tecno mediada, que vibra y genera correspondencias entre lo humano y otras materialidades, el artículo busca profundizar en la red de relaciones materiales, políticas y afectivas, poniendo en tensión al humano y sus vínculos con las materialidades, los territorios y sus multiplicidades.
Irene Depetris-Chauvin, en su artículo titulado “Escuchar la materia vibrante. Habitar y recordar el territorio desde una perspectiva fílmica sensorial”, propone analizar el modo en que desde el trabajo sonoro de EAMI (tercer largometraje de la directora paraguaya Paz Encina) se pone en escena un materialismo vibrante del mundo que “se hace escuchar” y permite no solo transmitir una memoria del territorio en proceso de destrucción, sino que traduce en términos aurales el modo nativo de experimentar la continuidad entre el bosque como espacio geográfico y el bosque como una multiplicidad ontológica repleta de relaciones, perspectivas y temporalidades. Así, en sus modos de dar cuenta del avance extractivista, el despojo territorial y el exterminio del mundo ayoreo, según Depetris-Chauvin, la película propone una estética de la memoria que se ajusta a la cosmovisión y a la concepción del espacio de esa comunidad nativa.
Finalmente, volviendo la mirada hacia el vínculo entre materialidad, política y Estado, en “Infraestructuras y colapsos de la expansión estatal en las tierras de montaña del Chile central. Preludio de un sacrificio anunciado”, Juan Carlos Skewes Vodanovic y Gabriel Espinoza Rivera centran su análisis en las instalaciones de modernización del territorio a expensas de colonización del ambiente y del espacio simbólico. La sedimentación, vitalidad y aperturas que la colonización del espacio por parte del Estado ha desplegado es rastreada por los autores en al menos dos elementos: la densidad volumétrica de las cosas mediante las cuales el Estado ha impreso su existencia sobre las montañas y la profundidad temporal de dichas huellas. Particularmente, la atención se concentra en carreteras, barreras, oficinas, hitos delimitadores, señaléticas, infraestructuras y en edificios que han significado la presencia estatal en el espacio, volviendo el terreno en territorio, durante los dos últimos siglos en las regiones señaladas.
En línea con la discusión planteada de manera más o menos evidente en las distintas contribuciones para este dossier, y para ir cerrando estas palabras introductorias, nos parece necesario preguntarnos por qué podría resultar valioso pensar en la vitalidad y política de las cosas más allá de los ámbitos de intercambio académico. Porque, al igual que múltiples pensadoras y pensadores que ya han formulado previamente esta cuestión y tal como lo demuestran en la práctica los mundos de vida no modernos, creemos que la imagen antropocéntrica de una materia muerta e instrumentalizable está en la base de nuestros grandes problemas y desafíos actuales. Creemos que ese es el hilo tensor de las diversas propuestas presentadas en este dossier especial. No es solo una “sensibilidad más ecológica” lo que estimamos habilita comprender la vitalidad de la materia, sino también una política de y en las cosas que, en el fondo atraviese la vida. En este modelo, insistimos, no debe comprenderse a los significados como siendo agregados a las cosas, sino a las cosas como habilitadoras de nuevas imágenes del pensamiento para componer modos de producción y de vida menos jerárquicos y desiguales, más solidarios con las distintas existencias humanas y no humanas.
Finalmente, solo nos queda contarles cómo ha surgido la figura de la portada que acompaña este dossier. Pues bien, es el resultado de un intenso diálogo con la joven artista chilena Renata Frigerio Fernández. Posteriormente, entre los tres elaboramos un texto y le pedimos que lo leyera para que, a partir de este, produjera su propio deambular junto a lápices, colores, acuarelas y herramientas digitales. El escrito que le enviamos fue el siguiente:
La tierra, la gran desterritorializada, dicen Deleuze/Guattari, aunque especialmente el cosmos, funciona en gran medida a partir del apoyo mutuo, la cooperación entre intensidades heterogéneas. ¿Por qué entonces todo se formaliza en una supuesta competencia “natural”? ¿Por qué las diferencias se ordenan desde posiciones privilegiadas de unas respecto de otras? Desde nuestro punto de vista, para volver a la tierra, habría que descentrar y desjerarquizar la vida –y con ello la posición verticalizada de lo humano– para abrirnos a composiciones ontológicas que desbordadas de sí mismas expresen giros permanentes, movimientos con sentidos pasajeros, sin centro, desplegando su loco transitar. No se trata de abandonar el territorio, sino tal vez abordarlo de otro modo, caminarlo como lugar de paso, como intermezzo, sin sus acaparamientos y confiscaciones. Desde allí, desde esas conexiones siempre en metamorfosis, hacer visible, sí, hacer visible la complejidad de su belleza, de su devenir, de sus vínculos y contradicciones, con el fin de comprender el territorio como un cóctel de expresividad sin trascendencia, como reunión de elementos plurales, como cualidad intensiva, es decir, como estética, como experiencia inacabada ¿Como música tal vez? Por eso, la tierra en su tránsito al cosmos resulta tan sorprendente ¿Será por su modo de reunir fuerzas? Una piedra, el agua, un pájaro, un glaciar o un humano, las materialidades, en definitiva, son antes cuerpos o intensidades rítmicas que solo puestas en relación configuran una medida, una forma. Pero esos ensamblajes son siempre inquietos, abiertos, juguetones, revoltosos. Y, sin embargo, existen fuerzas que desean capturarlos para evitar la expresividad de sus políticas y así arrogarse el derecho de ordenarlos, privatizarlos o producir una grandilocuente política, es decir, una mayoría, una ley. Por lo mismo, creemos junto a Viveiro de Castro que cada vez que queremos apropiarnos de la tierra perdemos un mundo, la tierra se empequeñece, pero a la vez, tal vez lo más relevante, dejamos de lado el rostro-arte-juego de la tierra misma. Dice Zourabichvili que, en tal sentido, hay que tomarse el juego de la tierra muy pero muy en serio, porque su sentido estético nos impone evitar la supuesta trascendencia de ciertos cuerpos respecto de otros para desde allí forjar un juego con la vida. Lo artístico, es decir, lo político de la vida, desde este punto de vista, no es originaria ni exclusivamente humano, antes es tierra. Es allí, desde su geomorfismo, que nos abre el camino al cosmos, de modo que, como han expuesto Deleuze y Guattari, el arte no espera al humano para comenzar, ya que su aparición es solo muy tardía, marginal, nimia incluso. El arte parte con la tierra y la expresividad de sus fuerzas y desde allí irrumpe en y desde el interés en la política de las cosas, en su infinito desplegar(se), en su lúdico devenir.
#Referencias
»Benwell, M.; Núñez, A. y Amigo, C. (2021). Stitching together the nation’s fabric during the Chile uprisings: towards an alter-geopolitics of flags and everyday nationalism. Geoforum, 122, 122-131.
»Bennett, J. (2022). Materia Vibrante. Una ecología política de las cosas. Buenos Aires: Caja Negra.
»Braidotti, R. (2015). Lo posthumano. Barcelona: GEDISA.
»Deleuze, G. y Guattari, F. (2015). Mil mesetas. Capitalismo y esquizofrenia. Valencia: Pre-Textos.
»Descola, P. (2016). La composición de los mundos. Buenos Aires: Capital Intelectual.
»Ingold, T. (2010). Bringing Things to Life: Creative Entanglements in a World of Materials. Realities Working Papers, 15.
»Koopman, S. (2011). Alter-geopolitics: Other securities are happening. Geoforum, 42(3), 274-284. [traducido en este número, ver “Altergeopolítica. Otras seguridades se están construyendo”].
»Latour, B. (2008). Reensamblar lo social: una introducción a la teoría del actor red. Buenos Aires: Manantial.
»Lapoujade, D. (2016). Deleuze. Los movimientos aberrantes. Buenos Aires: Cactus.
»Marx, K. (1985). Tesis sobre Feurbach. En: Trabajo asalariado y capital. Barcelona: Planeta.
»Morton, T. (2019). Humanidad. Solidaridad con los no humanos. Buenos Aires: Adriana Hidalgo.
»Núñez, A.; Martínez-Wong, A. (2023). “La geo-grafía como estética de desplazamiento”. En Castro, A., Futuros multiespecie. Prácticas vinculantes para un planeta en emergencia. España, Bartlebooth.
»Svampa, M. (2019). El Antropoceno como diagnóstico y paradigma. Lecturas globales desde el Sur. Utopía y Praxis Latinoamericana, 24(84), 33-53.
»Viveiros de Castro, E. (2010). Metafísicas caníbales. Líneas de antropología postestructural. Buenos Aires: Katz.
Andrés Núñez González / andresnunezg@gmail.com
Doctor en Historia de la Pontificia Universidad Católica de Chile y posdoctorado en Geografía en la misma casa de estudios. Sus intereses se movilizan en torno a la teoría cultural, geografía crítica y fundamentalmente a las geografías posthumanas. En la actualidad trabaja en torno al concepto de geografías nómades a partir de la obra de Deleuze y Guattari. Fue pescador y alguero en el litoral de Patagonia.
Santiago Urrutia Reveco / surrutiareveco@gmail.com
Licenciado y magíster en Historia por la Universidad de Chile. Diplomado en Estética y Filosofía por la Pontificia Universidad Católica de Chile. Doctor en Geografía por la Universidad de Buenos Aires. Miembro del Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”, de la Universidad de Buenos Aires, y del Grupo de Estudio Cultura, Naturaleza y Territorio, con sede en el mismo instituto. Sus líneas de investigación son la historia social del espacio, el estudio de las movilidades y la infraestructura.
Matthew C. Benwell / matthew.benwell@newcastle.ac.uk
Geógrafo político de la Universidad de Newcastle (Reino Unido). Su investigación contribuye a los debates en la geopolítica feminista/cotidiana, centrándose específicamente en las perspectivas y experiencias de niños, jóvenes y familias y ha abordado los conceptos de memoria intergeneracional (de, por ejemplo, la Guerra de las Malvinas/Falklands), la altergeopolítica y el nacionalismo cotidiano. Su especialidad regional se centra en el Cono Sur, que abarca Argentina y Chile (la Patagonia), el Atlántico sur y la Antártida.