Sara Koopman
School of Peace and Conflict Studies, Kent State University, Estados Unidos.
ORCID 0000-0003-4093-5567
Traducido por la autora1
Recibido: 25 de abril de 2023. Aceptado: 6 de septiembre de 2023.
En una época de creciente (in)seguridad estatal, existen grupos que se están uniendo por su cuenta para construir seguridades alternativas noviolentas. Establecen conexiones a través de la distancia y la diferencia que se centran en la seguridad de los cuerpos (a menudo con moverlos), y aterrizan la geopolítica en la vida cotidiana. El término antigeopolítica se refiere a la resistencia a la geopolítica hegemónica (material o discursiva), más que en este tipo de esfuerzo por construir algo nuevo. La geopolítica feminista es una forma de antigeopolítica que no solo desmonta, sino que también junta las piezas de nuevas maneras, con definiciones más amplias de seguridad para más cuerpos en más lugares. Sin embargo, por lo general no se ha examinado esta práctica fuera del ámbito académico. Propongo el término altergeopolítica para un tipo de geopolítica feminista, para así ampliar los conceptos de antigeopolítica y geopolítica feminista. Defiendo el término como un recordatorio de fijarnos en las prácticas de base, en las formas en que los grupos hacen geopolítica en las calles, en los hogares, en las selvas y en muchos otros espacios “fuera de la página”. Aunque no consideren su trabajo como geopolítica, enmarcarlo de este modo puede abrir conversaciones fructíferas. Como académicos, tenemos mucho que aprender y ofrecer a través del pensamiento colaborativo con estos grupos sobre temas de seguridad. He estado haciendo esto con acompañantes internacionales en Colombia y acá presento su trabajo, y el de la comunidad de paz de San José a la que acompañan, como formas de altergeopolítica.
Palabras clave: Geopolítica. Geopolítica crítica. Antigeopolítica. Geopolítica feminista. Geopolítica progresista. Geopolítica alternativa. Alter-geopolítica. Paz. No violencia. Acompañamiento. Solidaridad. Colombia.
In an age of increasing state (in)security, some are coming together on their own to build alternative nonviolent securities. They are making connections across distance and difference which focus on the safety of bodies (often by actually moving bodies), and ground geopolitics in everyday life. The term anti-geopolitics focuses on resistance to hegemonic geopolitics (material or discursive), rather than this sort of effort to build something new. Feminist geopolitics is a form of anti-geopolitics that not only takes apart but also puts the pieces together in new ways – with broader definitions of security for more bodies in more places. Yet it has not generally looked at that practice as engaged in outside of academia. I propose the term alter-geopolitics for a type of feminist geopolitics as a way to extend both the concepts of anti- and feminist geopolitics. I argue for the term as a reminder to look to grassroots practice, to the ways that groups are doing geopolitics in the streets, in homes, in jungles, and in many other spaces ‘off the page’. Though they may not think of their work as geopolitics, framing it in this way can open fruitful conversations. As academics we have much to learn and offer through collaboratively thinking with such groups about security. I have been doing this with international accompaniers in Colombia and discuss their work, and the peace community of San José that they accompany, as forms of altergeopolitics.
Keywords: Geopolitics. Critical geopolitics. Anti-geopolitics. Feminist geopolitics. Progressive geopolitics. Alternative geopolitics. Alter-geopolitics. Peace. Non-violence. Accompaniment. Solidarity. Colombia.
Palavras-chave: Geopolítica. Geopolítica crítica. Anti-geopolítica. Geopolítica feminista. Geopolítica progressista. Geopolítica alternativa. Alter-geopolítica. Paz. Nãoviolência. Acompanhamento. Solidariedade. Colômbia.
Introducción
Llegué a la altergeopolítica en el “ferrocarril sobretierra”, llamado así para contrastar con el “ferrocarril subterráneo”, el cual de manera clandestina liberaba a personas esclavizadas del Sur de los Estados Unidos. Era 1984 y viajábamos hacia el norte por la I-5, la principal autopista de la costa oeste de los Estados Unidos. Los letreros en las ventanas decían “caravana de santuario”. En el coche que nos precedía viajaban Sandra, Sergio y su hija Natalia, refugiados que iban al santuario en nuestra iglesia cuáquera en Seattle. Les ofrecíamos santuario,2 porque el gobierno estadounidense estaba negando el asilo a los salvadoreños, ya que eso significaría admitir que los Estados Unidos estaba dando más de un millón de dólares al día a un gobierno salvadoreño que los usaba para atacar a su propio pueblo. Resistimos eludiendo al gobierno y creando nuestra propia seguridad, al unir nuestros cuerpos por seguridad, y al establecer nuestras propias relaciones de pueblo a pueblo.
Desde entonces he sido activista del movimiento de solidaridad, incluyendo varios años como organizadora de planta con CISPES, el Comité de Solidaridad con el Pueblo de El Salvador. También he trabajado como intérprete y traductora profesional, y he organizado la interpretación para lo que en los EE. UU. se suele llamar simplemente “el movimiento de solidaridad”, con lo cual nos referimos a los movimientos del Norte que trabajan junto con los movimientos de Latinoamérica por la paz, la justicia y en contra del imperialismo estadounidense. Regresé a la academia para entender de otra manera qué estamos haciendo cuando construimos solidaridad y cómo hacerlo de manera más efectiva. Encontré útiles los conceptos de antigeopolítica y geopolítica feminista y quiero construir sobre ellos. Abogo por prestar atención a una especie de geopolítica feminista que está ocurriendo fuera del ámbito académico, una altergeopolítica.
Para llegar a esto, analizo el significado generalizado del término geopolítica y luego cómo la geopolítica crítica lo ha desglosado. Hablo de la antigeopolítica como un tipo particular de geopolítica crítica, y luego de la geopolítica feminista como un tipo específico de antigeopolítica. Luego, defiendo la altergeopolítica como un tipo particular de geopolítica feminista y exploro cómo dos grupos en Colombia la están haciendo. Fue tratar de entender el trabajo de estos grupos lo que me llevó a lidiar con esta pregunta de qué es la geopolítica y cómo se está haciendo de manera distinta. Recurro a estas alternativas como fuente de inspiración y esperanza. Para entender por qué algunos lo hacen de forma diferente, permítanme primero aclarar lo que entiendo por la geopolítica dominante.
Fuera del ámbito académico, la geopolítica se imagina (dependiendo de la generación) como el ajedrez, el juego de mesa Risk o los videojuegos de Total War. Grandes hombres moviendo grandes armas a través de un gran campo de juego. El mundo dividido en bandos claros. Todo está en el mapa, como figuritas. Pon un fuerte aquí, una mina de uranio allá. Han estallado la pista. Defiende el puerto. ¿Por qué hacer todo esto? Ah, claro, por seguridad. Para evitar, o ganar, la guerra. Para mantener a la población a salvo. O tal vez, quizás, para mantener a salvo las inversiones, para construir un imperio.
El término ‘geopolítica’ fue acuñado en 1899 por Kjellen. En esa época, Kjellen, Ratzel, Mahan y Mackinder desarrollaron ideas sobre cómo los Estados se configuran a través de conflictos por territorio y recursos (Kearns, 2009). Repartir África. Dominar el heartland (el corazón de Euroasia) para dominar el mundo. En la actualidad, el término ‘geopolítica’ suele asociarse con interpretaciones “realistas” de las relaciones internacionales, pero a menudo quienes lo utilizan no lo definen.
¿Cuál es la diferencia entre política y geopolítica? Este debate es recurrente en geografía, a menudo planteado como la distinción entre la política con ‘P’ mayúscula (Estados) y la política con ‘p’ minúscula (¿todo lo demás?) (Flint, 2003). ¿Qué hace que sea ‘geo’? ¿El territorio? ¿La tierra? ¿El espacio? Dado que ‘geo’ se refiere a la tierra, ¿tiene que ser necesariamente global? ¿Es considerado ‘geo’ solo cuando se trata de la política exterior de los Estados? ¿De la guerra? ¿De la seguridad? Pero, ¿seguridad de quién y definida de qué manera? Temo que estas discusiones han sido marcadas por el género. La escasez de mujeres y feministas en la geografía política ya ha sido señalada en numerosas ocasiones (Staeheli y Kofman, 2004; Sharp, 2007). La geografía política feminista ha redefinido el concepto de lo “político”, pero todavía muchos de los que trabajan en lo que podría llamarse la “p minúscula” no se identifican como geógrafos políticos (Flint, 2003). Incluso aquellos que sí lo hacen parecen mantener conversaciones distintas. Mientras que la geopolítica crítica tiende a enfocarse en la lógica del Estado (Dalby, 2008), la geopolítica feminista no solo se concentra en el Estado, sino que también tiende a mirar más allá y dentro de él, aunque ha venido sosteniendo que las escalas están entrelazadas (regresaré a este punto más adelante). Mezclar estas conversaciones ayudaría a comprender mejor tanto los drones como el día a día. Para mí, la geopolítica significa centrarse en la(s) paz(es) entre lugares, incluido el lugar del cuerpo. Pero generalmente se enmarca como la seguridad en el espacio, y con demasiada frecuencia simplemente como el estudio de la guerra.
La geopolítica hegemónica se centra en cuestiones de ubicación, recursos y terreno, y estas ciertamente tienen un impacto en la seguridad y el bienestar tanto de los Estados como de las personas. Pero cómo importan tiene más que ver con la forma en que los entendemos y, en consecuencia, con lo que hacemos con ellos, que con cualquier determinante de la “naturaleza” (Dahlman, 2009). Cerca de la comunidad de paz de San José, en Colombia, convergen cinco ríos. Por sí solos, esto no los hace más o menos seguros. Sin embargo, el biodiésel está en auge y los narcoparamilitares están blanqueando su dinero a través de plantaciones de palma aceitera que requieren un riego abundante, lo cual otorga importancia a estos ríos (Hylton 2006).3
La geopolítica crítica4 entiende que la geopolítica incluye los discursos e imaginarios de la P/política, es decir, la forma en que entendemos y representamos el mundo. Si la geopolítica es como el juego Risk, la crítica no se centra en mover las figuritas de los tanques sobre el mapa del tablero, sino en el paso previo: averiguar de qué lado están. ¿Quién y qué en el mapa está marcado con el color “nosotros” (¿azul?) o con el color “ellos” (¿rojo?)? Se han analizado estos imaginarios en estudios, informes y argumentos del mundo académico y los think tanks (centros de análisis) (es decir, la geopolítica formal); los discursos políticos y las acciones estatales (es decir, la geopolítica práctica); y los medios de comunicación de masas y la opinión pública (es decir, la geopolítica popular) (Ó Tuathail et al., 2006:8). Sin embargo, tengo la impresión de que fuera del ámbito académico, muchos piensan que se trata solo de “geopolítica práctica”, es decir, Kissinger moviendo figuritas azules o Estados Unidos estableciendo siete bases militares en Colombia inmediatamente después de que Ecuador cerrara su base allí. Es ampliamente considerado como el ‘Gran Juego’, las luchas de los Estados por la expansión imperialista, en lugar de los discursos que lo hacen posible, o como algo hecho por la gente común.
¿Quién tiene el poder de dibujar el mapa? ¿Y quién tiene el poder de colorearlo? A menudo se asume que la geopolítica es una actividad de élites. La geopolítica popular, los imaginarios de los medios de comunicación (principalmente corporativos), raramente representa la geopolítica “del pueblo” (una frase utilizada por Dittmer (2007)). Recientemente, se ha prestado especial atención a la recepción de estos imaginarios por parte de diversos públicos y a cómo estos elaboran activamente significados geopolíticos (Dittmer, 2008), pero es poco común encontrar un análisis de los imaginarios en los medios de comunicación más “populares”, es decir, los medios de comunicación de base alternativa como Indymedia, Witness.org o las alertas por correo electrónico (aunque véase Attewel, 2012).
La tarea de la geopolítica crítica de cuestionar cómo las élites moldean el espacio sigue siendo importante, pero quiero argumentar en favor de que todas las personas tengan acceso a la revisión y redefinición tanto del mapa como de sus reglas, incluyendo quién puede observar, hablar, actuar y cómo todos podemos movernos. Volveré a este punto cuando esboce la altergeopolítica. Por ahora, quiero destacar que ya sea que concebimos la geopolítica como mover objetos en el mapa o como ver y pintar el mapa con diferentes colores, en ambos casos se considera generalmente como algo hecho “desde arriba”, por las élites y a través del marco del Estado. Si queremos imaginar la geopolítica como algo a lo que todos tenemos acceso, desde todas las direcciones, es importante especificarlo cuando usemos el término.
A veces, aquellos que critican la geopolítica hegemónica se han centrado tanto en observar a quienes observan los mapas que no han visto a las personas representadas en el mapa, y mucho menos han reconocido su capacidad de acción. Al principio, la geopolítica crítica no solía estar “poblada” más que por Grandes Hombres. Es decir, no se abordaba cómo las políticas basadas en estos discursos afectan y son afectadas por la vida cotidiana (y la resistencia) de aquellos que no forman parte de la élite (Sharp, 2000a y 2000b; Sparke, 2000; Dowler y Sharp, 2001). Tampoco estaba ‘poblada’ en el sentido de que los propios autores no estaban presentes en sus escritos, sino que escribían de forma incorpórea (Sharp, 2000a y 2000b; Sparke, 2000). Las nuevas corrientes de la geopolítica crítica han trabajado para poblarla de varias maneras.
Una de estas corrientes es la antigeopolítica. La antigeopolítica pone la mirada en las personas en el mapa que están empujando contra lo que no quieren, que intentan moverse por sí mismas en lugar de ser movidas desde arriba. Aunque el término fue previamente utilizado por Abdel-Malek (1977), Dalby (1990, 1993) y Ó Tuathail (1996), se ha asociado con frecuencia a Routledge, quien lo ha definido de manera más explícita (1998, 2003, 2006). Mientras que la geopolítica hegemónica es típicamente realizada por aquellos con poder político, económico y cultural, la antigeopolítica, como la describe Routledge, es la “geopolítica desde abajo”. No se trata de un paralelo con la “historia social desde abajo” de E.P. Thompson (1968), sino un desafío a la hegemonía del Estado y sus élites por parte de aquellos que están subyugados por ella. La antigeopolítica resiste a las prácticas geopolíticas, ya sean materiales o discursivas, de la élite dominante, a través de formas de resistencia, que también pueden ser materiales o discursivas.5 Puede manifestarse como una resistencia a las políticas y representaciones del Estado, de las instituciones financieras o de los medios de comunicación.
Así como lo plantea Routledge, no es necesariamente, como dicen los zapatistas, “desde abajo y a la izquierda”, sino más bien cualquier desafío, ya sea material o discursivo, a la hegemonía geopolítica realizado por aquellos que están dominados por ella (2003). Pero ¿hasta qué punto están subyugados los ciudadanos estadounidenses por el imperio estadounidense? Aquellos de nosotros que no pertenecemos a la alta élite también estamos ciertamente afectados negativamente ya que, por ejemplo, más gasto militar significa menos dinero para las escuelas; pero no estamos dominados.
Si “desde abajo” no significa desde la izquierda, ¿implica ser parte de un movimiento social? Esta parece ser una impresión errónea común del término, ya que otros geógrafos, al revisar brevemente el concepto, sugieren que se refiere a la resistencia de los movimientos (Kofman, 2005:527; Agnew, 2003:116; Power, 2003:202). Esto quizás se debe a que Routledge mismo ha trabajado mucho con los movimientos y ha llamado a la geopolítica crítica a comprometerse e identificarse críticamente con ellos (1996). Sin embargo, en su introducción a la sección de antigeopolítica del Geopolitics Reader, Routledge afirma que “la antigeopolítica puede adoptar innumerables formas de resistencia, desde los discursos de oposición de los intelectuales disidentes, las estrategias y tácticas de los movimientos sociales hasta la insurrección armada y el terrorismo” (2006:233). El término antigeopolítica es una reelaboración del término antipolítica de Konrad, que describe la actividad política de “aquellos que no desean ser políticos y se niegan a compartir el poder” (2006:260). Parece entonces que la antigeopolítica representa a personas que simplemente desean moverse por sí mismas en el mapa, y no mover a los demás.
Para entender el activismo solidario, como nuestra caravana de santuario, el término antigeopolítica parece demasiado amplio (incluye todo tipo de desafíos, incluso los violentos) y demasiado específico (dependiendo de cómo se defina “desde abajo”). Tampoco aborda la parte del santuario y los esfuerzos similares que más me importa. No quiero simplemente resistirme a que me muevan los que juegan al Gran Juego, ¡quiero jugar otro juego! Quiero cambiar las reglas. Empujo contra lo que no quiero en el mundo para crear espacio para lo que sí quiero. Ser crítico significa hacer ambas cosas. Como afirma Blomley (2007), significa estar animado tanto por la ira como por la esperanza.
La geopolítica feminista sí recurre a la esperanza, y es otra forma de ‘poblar’ la geopolítica crítica. Se incluye como una variante de antigeopolítica en el libro Geopolitics Reader (Ó Tuathail et al., 2006). Resiste a las representaciones dominantes, pero va más allá de la deconstrucción o la resistencia para enfocarse de manera más positiva en comprensiones alternativas de la geopolítica (Dowler y Sharp, 2001; Hyndman, 2001). Desafortunadamente, el término geopolítica feminista es ampliamente malinterpretado para significar simplemente género y geopolítica. En realidad, se trata de un proyecto mucho más amplio que replantea el significado de la geopolítica al replantear quién la hace, cómo y a qué escalas.
El libro de Cynthia Enloe Bananas, beaches and bases (2000 [1990]) no empleó el término geopolítica feminista, pero fue una importante y temprana reescritura feminista de lo que significa la geopolítica. Enloe argumentó que lo personal es internacional y lo internacional es personal. Las feministas han continuado explorando esta relación.6 La colección Lo Global y lo Íntimo, editada por Rosner y Pratt (2006), reconoce que ambos están entrelazados. Interrumpe las grandes narrativas de las relaciones globales al enfocarse en lo específico, pero sin esencializar lo local. Argumentan que lo íntimo no es lo opuesto a lo global, sino su complemento, su reverso, incluso cuando lo global puede acechar a lo íntimo. Lo íntimo no es un refugio, sino una esfera politizada que las feministas pueden utilizar para acercarse al mundo. Para revisiones de trabajos que abordan este tema, se puede consultar a Mountz y Hyndman (2006) y Wright (2008).
Otra colección reciente, Fear: critical geopolitics and everyday life, editada por Pain y Smith (2008), trabaja con este reconocimiento de que la escala de los fenómenos como geopolíticos o cotidianos, globales o locales, es una construcción artificial y política. Encontré útil la metáfora que ofrecen para ilustrar esta relación. Observan cómo el miedo circula dentro y fuera de la vida no como una ontología plana, sino como un ensamblaje, algo similar a las hebras del ADN, donde
las “dos hebras” llevan la misma información y están unidas por numerosos conectores ... Podríamos ver estas conexiones como acontecimientos, encuentros, movimientos, diálogos, acciones, afectos y cosas... estas conexiones son frágiles... las rupturas y discontinuidades... podrían representar la naturaleza incómoda, inacabada, desunida y conflictiva de las relaciones entre lo geopolítico y lo cotidiano; pero en última instancia son interdependientes y complementarias. (2008:7)
Buscan reimaginar el nexo entre lo geopolítico y lo cotidiano para abrir posibilidades para que las vidas ordinarias ofrezcan soluciones a problemas políticos. Resaltan las formas en que lo cotidiano responde a y modifica fuerzas que parecen inamovibles. Esta cuestión de qué es ‘lo político’ y su relación con la escala ha sido durante mucho tiempo un enfoque central en la geografía política feminista anglosajona. Una compilación clave de este trabajo es Mapping Women, Making Politics, editado por Staeheli, Kofman y Peake (2004).
El término geopolítica feminista se utilizó por primera vez en forma impresa en 2001. Ese año, Dowler y Sharp organizaron un número especial de Space and Polity sobre geopolítica feminista (Secor, 2001; Dowler y Sharp, 2001; Staeheli, 2001; Smith, 2001) y Hyndman (2001) publicó su propio llamado a una geopolítica feminista. Cuando utilizaron el término geopolítica feminista, Dowler y Sharp (2001) estaban abordando esta relación entre lo internacional y lo cotidiano: cómo las identidades y las prácticas mundanas dan forma a las reconstrucciones de la nación y lo internacional, del mismo modo que el discurso geopolítico global da forma a las vidas y los cuerpos cotidianos. Abogaron por ampliar el ámbito de lo político. Esto significa no solo incluir a las mujeres, sino también fundamentar la geopolítica en la práctica y en el lugar, de forma que las experiencias de los marginados sean más visibles. El discurso geopolítico se puede entender de manera más amplia, no solo como representación, sino también como las formas en que el discurso geopolítico se elabora y siempre se incorpora en las prácticas cotidianas mundanas. Abogan por los cuerpos no solo como “superficies para la inscripción discursiva”, sino como “lugares de actuación por derecho propio” (2001:169). Dowler y Sharp nos recuerdan que el peligro de hablar de una geopolítica feminista es que puede convertir la crítica feminista en algo singular, y defienden la importancia de colaborar con feministas “no occidentales”.
En su artículo de 2001, Hyndman defendía la geopolítica feminista no como una nueva teoría, sino más bien como un imaginario o marco analítico que no solo revela las implicancias de los imaginarios geopolíticos dominantes, sino que también trabaja para –como ella dice– recomponer los fragmentos, apuntando así a nuevas formas de avanzar en la práctica, reconociendo la contingencia del lugar, la gente y el contexto en la realización del cambio. Hyndman expone aquí tres pasos que pueden tomarse en un enfoque geopolítico feminista: utilizar una escala de seguridad “más fina y más amplia” que la del Estado, centrada en el bienestar integral de las personas, tanto individual como colectivamente; analizar los espacios de violencia que cruzan las distinciones entre público/privado y nacional/internacional; y centrarse en la movilidad variable de las personas como forma de analizar el poder geopolítico a través del espacio.
Hyndman ha escrito varios artículos sobre geopolítica feminista (2003, 2004, 2005, 2007) y ha hecho mucho por difundir y definir el término. Ahora son muchos más los interesados en esta área, como evidencian las tres sesiones de ponencias y el panel sobre geopolítica feminista de la Asociación Americana de Geógrafos (AAG)7 de 2009. Dado el significativo aporte de Hyndman a la reflexión sobre lo que es y puede ser una geopolítica feminista, a continuación, profundizaré en su trabajo.
¿Cómo podría abordar la geopolítica feminista la violencia? En un artículo de 2003, donde utiliza la geopolítica feminista como marco para analizar los atentados del 11 de septiembre de 2001, Hyndman sostiene que la geopolítica feminista es “una noción más responsable y encarnada de la política que analiza la intersección del poder y el espacio a múltiples escalas, y que evita la violencia como medio legítimo para alcanzar fines políticos” (2003:3). Aquí va más allá de su argumento de 2001 para analizar los espacios de violencia y afirma que el propio análisis en sí debería “evitar la violencia”. Otros no han retomado esto, y Hyndman no ha vuelto a hacerlo de esta manera.8 Su trabajo posterior destaca cómo la geopolítica feminista ve más tipos de violencias, y las ve de más maneras. La geopolítica feminista ofrece poderosas vías para realizar un análisis incorporado (es decir, desde el cuerpo) de la violencia a través de escalas entrelazadas. Sin embargo, me intriga la idea de que el análisis en sí podría evitar la violencia. ¿Podríamos extender esto para referirnos al análisis que se lleva a cabo a través de y con la acción no violenta? Argumentaré esto a continuación.
¿De la violencia a qué? Hyndman, en su artículo de 2001, argumenta que la geopolítica feminista debería señalar caminos a seguir, y en su artículo de 2004 argumenta que funciona para hacer posible caminos de cambio. Pero, ¿qué de las vías y caminos que ya están siendo trazados por las personas que se organizan para el cambio? ¿Cómo puede comprometerse con ellos? Más adelante, en su artículo de 2001, Hyndman menciona que un proyecto geopolítico feminista se basa en y tiene como objetivo fortalecer una sociedad civil saludable que no tolere la violencia sistemática contra los ciudadanos (2001:219). Aunque no aborda directamente si las organizaciones de la sociedad civil forman parte de ese proyecto, parece dejar abierta esa posibilidad. Aunque no menciona explícitamente la relación entre la geopolítica feminista y la sociedad civil en artículos posteriores (2004, 2007), se refiere al reportaje de O’Kane desde Bosnia como una especie de geopolítica feminista “en acción” (Hyndman, 2004:311). En 2003 argumentó que “una geopolítica feminista podría verse a la vez como un enfoque crítico y un conjunto contingente de prácticas políticas que operan a múltiples escalas que incluyen, pero no se limitan, al Estado nación” (2004:4). Aquí no está claro quién participa en estas prácticas, pero diría que muchos fuera del mundo académico lo hacen. En 2003, Hyndman continuó argumentando que ‘una geopolítica feminista lleva este impulso deconstructivo un paso más atrás hacia el ‘mundo real’, por así decirlo, para que las identidades, las formas de ver y la intervención sobre el terreno también puedan reconstruir futuros alternativos’ y que ‘busca formas encarnadas de ver y nociones materiales de protección para las personas en el terreno’ (2003:5, énfasis añadido).
¿Entonces, la geopolítica feminista es el subconjunto de la antigeopolítica que realizan los movimientos sociales? No lo creo. Aunque las sesiones de la AAG 2009 sobre geopolítica feminista incluyeron varias ponencias sobre movimientos sociales, en general ofrecieron un análisis de la geopolítica feminista de este activismo, en lugar de argumentar que estos grupos participan ellos mismos en la geopolítica feminista. Ha habido bastante trabajo en geografía sobre movimientos sociales, incluso en geopolítica crítica, e incluso sobre activismo político feminista en particular (Dalby 1993; Sparke 1996), pero no he visto este activismo enmarcado como geopolítica feminista en la práctica. En cambio, la geopolítica feminista ha sido ampliamente adoptada como marco analítico, en lugar de ser descripta como una práctica que también se lleva a cabo fuera del ámbito académico.
Dowler y Sharp (2001) critican la geopolítica crítica por dar “poco sentido de posibilidades alternativas” y abogan por la geopolítica feminista como una forma más constructiva de geopolítica crítica (2001:167). Sin embargo, la geopolítica feminista hasta ahora ha dado poco sentido a las muchas alternativas que se están elaborando en ‘las calles’. Hay mucho que aprender de los caminos a seguir que se están elaborando en la práctica. Quiero tanto imaginar un mundo mejor como trabajar con otros para construirlo y vivirlo.
Otro mundo es posible, y todos parecen tener ideas diferentes sobre cómo puede ser. Quiero escuchar más sobre ellos. Muchos grupos de base no solo están rechazando las políticas hegemónicas de (in)seguridad (antigeopolítica), sino que también crean otros tipos de seguridad no violenta por medio de la conexión que sí quieren, lo que he estado llamando altergeopolítica (Koopman, 2008). Los grupos de base no esperan por (o confían en) el Estado, sino que se unen por su cuenta, de manera no violenta, por seguridad.
Las seguridades que pueden crear no se parecen a las tradicionales. Como dicen los zapatistas, hay un no y muchos síes. No hay un Sion a donde escapar, nunca estamos completamente fuera del Matrix, o totalmente seguros. Pero todos podemos estar más seguros, de distintas maneras. En Colombia puede ser la seguridad de resistirse a ser desplazado por los paramilitares viviendo y trabajando juntos en zonas rurales, formando parte del catastro alternativo u operando una escuela independiente para que los niños no sean reclutados por los grupos armados. En la República Democrática del Congo, las mujeres recorren zonas remotas en busca de víctimas de violaciones abandonadas a su suerte para acogerlas y cuidarlas hasta que recuperen la salud. No, no es seguro, pero más seguro. En Uganda, los refugios reúnen a los niños “viajeros nocturnos” que resisten al reclutamiento. En los Estados Unidos, las iglesias una vez más están recibiendo inmigrantes en santuario para resistir la deportación. En Palestina, las mujeres israelíes vigilan en los retenes.9 En países de todo el mundo, las marchas “Recuperemos la noche” crean seguridad con sus números,10 el movimiento copwatch11 vigila a la policía con cámaras de video para disuadir de los abusos, y los acompañantes internacionales caminan junto a las personas amenazadas.
Me interesa cómo se piensa diferente la geopolítica no solo escribiendo sobre cuerpos, sino moviendo cuerpos. Me interesa la reflexión que se hace en y a través de la acción, en particular por parte de quienes utilizan sus cuerpos, juntos, para construir seguridades alternativas no violentas. Quiero comprometerme con la geopolítica feminista tal y como la están haciendo los cuerpos “en las calles”12 (y en los hogares, las iglesias, la selva, en YouTube, etc., pero en cualquier caso “fuera de la página”13 como ha dicho Pain (2009b).
La geopolítica feminista no consiste solo en criticar la hegemonía, sino también en señalar, y yo diría que también crear, alternativas. ¿Cómo se ve eso en acción, fuera de la página y en la lucha? Permítanme ahora profundizar en dos formas de altergeopolítica a las que me he acercado, las comunidades de paz y el acompañamiento internacional, y luego volveré más específicamente a lo que caracteriza a estos y otros trabajos similares como altergeopolítica.
Acompañamiento internacional
Recientemente, pasé más de un año en Colombia pensando junto con algunos acompañantes sobre lo que hacen. El acompañamiento protectivo pone cuerpos que corren menos riesgo junto a cuerpos que están amenazados, como una especie de “guardaespaldas desarmado” (Mahony y Eguren, 1997; Henderson, 2009; Pratt, 2008). Aunque fue descripto por Gandhi y utilizado en la India por su Shanti Sena (ejército de la paz), fue utilizado ampliamente por primera vez por el movimiento por los derechos civiles estadounidense cuando blancos acompañaban a negros.14 El término acompañamiento fue utilizado por primera vez para este trabajo por las Brigadas Internacionales de Paz (PBI por sus siglas en inglés), que envió el primer equipo internacional a Guatemala en 1983. Ahora hay acompañantes internacionales en diez países. Aunque Colombia no recibió un equipo hasta 1991, en la actualidad es el país con mayor número de grupos internacionales (diez,15 incluido el equipo más numeroso de PBI). También hay acompañantes internacionales que trabajan en Sri Lanka, Filipinas (Mindanao), Palestina, Guatemala, México, Indonesia, Nepal, Irak (Kurdistán), Sudán y el territorio de las Primeras Naciones de Canadá.
¿Por qué el simple hecho de caminar con alguien los protege (Figura 1)? Bueno, por lo general no se acompaña a cualquier cuerpo en riesgo, sino a los cuerpos de quienes luchan por construir la paz y la justicia en medio del conflicto. No es generalmente cualquier cuerpo que está haciendo el acompañamiento, sino un cuerpo privilegiado de alguien de afuera, quien es menos probable de ser asesinado. La idea es que, como suelen decir los acompañantes, al estar allí, los acompañantes “crean espacio” para la paz. Pero también se trata de algo más que estar allí en el momento, caminando al lado. También depende de redes con la capacidad de presionar cadenas de influencia política y militar en otros espacios/tiempos, lo cual eleva las apuestas de un ataque.
Figura 1. FOR acompaña a miembros desplazados de la comunidad de paz de San José en su regreso a sus hogares, febrero de 2008. Foto de la autora.
Como se suele desarrollar el pensamiento en movimientos sociales, tuve muchas conversaciones informales con los acompañantes sobre lo que significa crear espacio para la paz y cómo el privilegio es parte de eso. El haber estado activa durante mucho tiempo en el movimiento de solidaridad fue clave para hacer posible este tipo de conversaciones. No siempre es seguro tener estas conversaciones en Colombia, pero encontramos maneras, a menudo durante el almuerzo, en fiestas, etc. Estas conversaciones eventualmente se convirtieron en una serie de talleres interactivos que realicé con seis de las organizaciones.
Figura 2. La comunidad de paz de San José está cerca de la frontera con Panamá. Mapa de Eric Leinberger, UBC.
Trabajé más estrechamente como colaboradora crítica con FOR, el Movimiento de Reconciliación, que cuenta con dos o tres acompañantes (en su mayoría estadounidenses) que viven a tiempo completo en la comunidad de paz de San José de Apartadó, Colombia (Figura 2). Los miembros de la comunidad de paz luchan por resistir la presión de los grupos armados para expulsarlos de sus tierras y convertirlos en uno más de los 1 de cada 10 desplazados colombianos que han tenido que huir de sus comunidades. En Colombia, luchar por permanecer en tu tierra, o incluso cerca de ella, es peligroso para los campesinos, pero hay un movimiento creciente que está haciendo precisamente eso, donde familias se unen y forman lo que llaman comunidades de paz, o a veces zonas humanitarias, para evitar que los diferentes actores armados utilicen la violencia para expulsarlos de sus tierras. El acompañamiento ha sido fundamental para que esto sea posible.
En 1996 y 1997, el ejército colombiano llevó a cabo dos masacres cerca de San José. La mayoría de los sobrevivientes huyeron a la ciudad, pero algunos solo bajaron de las montañas y se reunieron en el centro del pueblo, que en ese momento era un pueblo fantasma. Unas 500 personas que habían bajado de las montañas decidieron quedarse en el pueblo. Hicieron una declaración pública de que no colaborarían en modo alguno con ninguno de los actores armados, es decir, ni con los militares, ni con los paramilitares, ni con la policía altamente militarizada, ni con la guerrilla, ni con los simples narcotraficantes (aunque de esos había pocos, porque todos los anteriores están implicados en el tráfico). La comunidad se declaró neutral en no violencia activa, y no se permitió a nadie portar armas. La idea era que declarándose comunidad de paz dejarían claro que ninguno de estos actores armados tenía motivos para atacarlos.
Pasmosamente, esto se ha considerado muy amenazador: todos los actores armados siguen afirmando que la comunidad apoya al otro bando y continúan atacándolos. Estos ataques han incluido más de 186 asesinatos en los últimos diez años,16 casi treinta de ellos a manos de la guerrilla, el resto a manos de militares y paramilitares, a menudo trabajando en estrecha colaboración. La comunidad ha crecido a alrededor de 1200 personas a medida que otros que habían huido regresaban y se unían, pero 186 muertos sigue siendo una cifra enorme. Los ataques también han incluido violaciones, incendios de viviendas y de la escuela, robos a mano armada de los escasos recursos de la comunidad, bombas abandonadas en los campos y un bloqueo de la carretera para cortar suministros durante meses, así como constantes amenazas de muerte.
Esta comunidad es increíblemente valiente y decidida, y después de un par de años, en 1998, decidieron que un grupo de 50 familias intentarían trasladarse de nuevo a La Unión, una de las pequeñas aldeas (caserío en terminología colombiana) más cercanas, a varias horas de marcha montaña arriba. En respuesta, los paramilitares, escoltados por el ejército, cometieron una masacre en La Unión, matando a 6 personas en 2000. Sorprendentemente, esta vez no todos los supervivientes huyeron. En su lugar, buscaron una forma de aumentar su seguridad y poder quedarse.
En ese momento, las Brigadas de Paz (PBI) acudían al centro del pueblo unos días a la semana, y la comunidad había comprobado que los ataques disminuían con PBI allí. Consideraron que la acción más arriesgada de permanecer en la aldea más remota de La Unión requería más apoyo, y pidieron a otra organización parecida, FOR, que los acompañara allí a tiempo completo. FOR empezó a hacerlo en enero de 2002 y desde entonces cuenta con un equipo de dos internacionales ahí.
Hace unos años, la comunidad decidió que algunos intentarían volver a Mulatos, otra aldea situada aún más arriba por los senderos de montaña. En 2005, Luis Eduardo Guerra, un líder de la comunidad, estaba allí con su familia trabajando sus cultivos para preparar el área para el regreso cuando él, su familia y otra familia (incluidos 3 niños pequeños en total) fueron masacrados y sus cuerpos descuartizados por militares en colaboración con paramilitares.17 Debido a que Luis Eduardo había viajado por todo el mundo contando la historia de la comunidad, incluso hablando en la vigilia para cerrar la Escuela de las Américas del ejército estadounidense en Georgia (Figura 3), esta masacre se ha convertido en un caso clave en la lucha contra la impunidad en Colombia.
Figura 3. Luis Eduardo Guerra hablando en la vigilia para cerrar la Escuela de las Américas del ejército estadounidense, noviembre de 2004. Foto de Linda Panetta, www.opticalrealities.org, utilizada con permiso.
En ese momento, la policía insistió en instalar un puesto policial en el pueblo principal. La comunidad tiene tan claro que no va a tener a nadie con armas en su espacio que se desplazaron, una vez más, y reconstruyeron el pueblo un poco más abajo por la carretera, lejos de la policía. También siguieron trabajando para volver a subir a las montañas.
El 21 de febrero de 2008, tercer aniversario de la masacre, cinco familias valientes siguieron adelante y regresaron de todos modos a la aldea de Mulatos. Un grupo de acompañantes internacionales y 150 miembros de la comunidad recorrieron con ellos las 9 horas de camino hasta el lugar de la masacre para celebrar una ceremonia de conmemoración y bendición de las casas. Fue un honor estar ahí con ellos. Varios de los acompañantes habían venido de ciudades hermanas españolas e italianas expresamente para la ocasión, y algunos de ellos quedaron tan conmovidos que establecieron allí un acompañamiento permanente, como “Operación Paloma”.
El acompañamiento sigue creciendo porque parece que funciona. Por supuesto, es difícil saber exactamente por qué los actores deciden no atacar, pero un miembro de una comunidad de paz me contó que, incluso después de haber estado allí durante varios años, cuando se cruza con actores armados en caminos más arriba de las montañas le preguntan: “¿todavía están allí con ustedes esos internacionales?”. Desde que FOR está en La Unión, los ataques se han producido lejos de la aldea, lejos de los internacionales.
FOR trabaja para poner fin a la ayuda militar estadounidense a Colombia (que ha alcanzado los 6000 millones en los últimos 10 años)18 y documentar cómo esa ayuda militar está vinculada a abusos de los derechos humanos contra la comunidad de paz y en todo el país. Sin embargo, a medida que se oponen a lo que no quieren, también utilizan sus propios cuerpos para centrarse en y apoyar de forma no violenta a la creación de lo que sí quieren en este mundo.
Los acompañantes a menudo describen su trabajo como “crear espacio para la paz”.19 Se ha escrito mucho en geografía sobre la guerra, pero sorprendentemente poco sobre los espacios de paz (McConnell y Williams, 2011). Incluso las colecciones de geografías de paz han sido más sobre la guerra (Flint, 2005; Pepper y Jenkins, 1985). Lo mismo puede decirse del reciente número especial del Annals of the Association of American Geographers sobre geografías de paz y conflicto armado. Hubo muy pocos artículos centrados en la consolidación de la paz, y la mayoría de ellos se centraron en intentos tecnocráticos de construcción de paz que fracasaron (Kleinfeld, 2009; Stokke, 2009; Akçalı y Antonsich, 2009). Un artículo sí analizó formas de compartir en disputas territoriales (Cohen y Frank, 2009). Solo dos artículos de los 24 analizaron la construcción de paz hecho por grupos de base (Blumen y Halevi, 2009; Henderson, 2009). Agradezco que haya salido este número, pero me hubiera gustado que hablara más del significado de la paz. En vez, la introducción y la mayoría de los artículos parecen dar a entender que la paz es simplemente la paz negativa (es decir, la ausencia de guerra). Uno de los peligros de esta definición es que fácilmente se desliza hacia la paz como simplemente la ausencia de muerte, o simplemente ciertas muertes, y como tal ‘paz’ se convierte en algo que tropas de ocupación pueden mantener. Loyd (2009) es la única autora del número que complejiza la definición de paz y recurre a visiones de paz positiva, o paz con justicia (aunque Coleman (2009) cuestiona los significados de seguridad).
En mi propio trabajo sobre geografías de paz (Koopman, 2014) he estado explorando tanto lo que el pensamiento geográfico sobre la creación relacional del espacio puede ofrecer al trabajo de acompañamiento, como lo que el trabajo de los acompañantes sobre la creación diaria de espacios de paz y valores alternativos podría ofrecer a dicha teorización, y a nuestra comprensión de la paz y su espacialización. Aquí, en lugar de profundizar en lo que podría significar el espacio de paz en un contexto concreto, abogo para que los geógrafos escuchen a más grupos que trabajan por diferentes visiones de este sobre el terreno, y por entender su labor como una forma de geopolítica.
Mis conversaciones más animadas con los acompañantes han sido sobre la paradoja inherente a su trabajo. Utilizan el hecho de que sus vidas “cuentan” más (debido a los privilegios de pasaporte/económicos/raciales, que son difíciles de desenredar), para construir un mundo en el que las vidas de todos “cuenten”, en el que importe que un campesino que cultiva cacao sea asesinado en la selva colombiana. Cuando utilizas el privilegio de esta manera, ¿lo refuerzas? Al observar de cerca con los acompañantes cómo “crean espacio para la paz”, cómo el espacio es algo que practican, producen y crean con performance todos los días, obtuvimos una idea de las muchas maneras en que el privilegio está funcionando (Koopman, 2014). Claramente, los proyectos altergeopolíticos están lejos de no ser problemáticos. Sin embargo, es precisamente el proceso de lucha contra estas contradicciones, y la reflexión sobre lo que funciona sobre el terreno, cómo y por qué, lo que merece la pena tanto para aprender de como para contribuir a él.
Características de la altergeopolítica
El término ‘geopolítica alternativa’ se ha utilizado antes con varios significados. Lacoste lo utilizó para referirse a una preocupación por los dominados más que por los dominantes (Parker, 2000). Scott (2005) lo utiliza para referirse a Estados que encuentran seguridad a través de cooperación en vez de competencia (por ejemplo, la UE). Ó Tuathail (2010) sostiene que es inherente a la geopolítica crítica una geopolítica alternativa, con lo que se refiere a una más fundamentada y localizada. Slater ha abogado por una geopolítica alternativa de la memoria y por una geopolítica poscolonial (2004, 2007). El término geopolítica pacífica es utilizado por Megoran (2010) para referirse a un enfoque en las posibilidades de paz. El término geopolítica emocional ha sido propuesto por Pain (2009c, 2010) para señalar cómo se reelabora nuestra comprensión de la geopolítica cuando nos fijamos en cómo se despliegan y se sienten las emociones en los acontecimientos geopolíticos, especialmente si ese pensamiento se hace con los que están en el extremo agudo del miedo. Sharp (2011) utiliza la geopolítica crítica subalterna para referirse a la crítica geopolítica desde fuera del Norte global. En América Latina ha habido una discusión creciente sobre cambiar la geopolítica del conocimiento (Mignolo, 2001; Walsh et al., 2002; Ulloa, 2010). Todas estas son formas útiles de pensar sobre geopolítica de manera diferente. Utilizo aquí el término altergeopolítica para señalar algo más, relacionado pero más específico. La altergeopolítica es la geopolítica hecha de otra manera. Por supuesto, este hacer también implica pensar a través de y con la acción.
El término “geopolítica progresista” ha sido utilizado recientemente por Kearns (2008, 2009) para defender la geopolítica como algo más que lo que se hace a través de los Estados, la fuerza y los mercados capitalistas. Kearns amplía la perspectiva de lo que es la geopolítica para incluir las entidades no estatales, la cooperación y las formas de trabajo no mercantilizadas. Como él dice, si solo estudiamos a los Estados que recurren a la fuerza, nunca imaginaremos, ni comprenderemos, cómo se hace la paz de otras maneras (2008:1610). Kearns aboga por observar cómo la geopolítica también es llevada a cabo de forma no violenta por actores no estatales, y por prestar atención a estas prácticas desatendidas y a sus posibilidades de cambio progresivo, no en lugar de la importante labor de la crítica, sino junto a ella. Me inspira este llamamiento y lo recojo aquí. La geopolítica alternativa cae bajo esta rúbrica, aunque como un tipo muy específico de geopolítica progresista.
La altergeopolítica es la geopolítica feminista hecha a través de la acción. Es gente uniéndose para construir seguridades alternativas no violentas. Son grupos estableciendo conexiones que se centran en la seguridad de los cuerpos (a menudo moviéndolos realmente) y que aterrizan la geopolítica en la vida cotidiana.
¿Qué caracteriza a la altergeopolítica? En primer lugar, permítanme aclarar lo obvio. Ni los acompañantes ni las comunidades de paz ni ningún otro grupo que realiza este trabajo utilizan el término altergeopolítica. La mayoría no utiliza el término feminista, ni siquiera el de geopolítica. Al igual que la geopolítica feminista no trata necesariamente de género, el género puede no ser el centro de atención de un grupo, como en estos dos casos. Sin embargo, las considero feministas en el sentido de que, para utilizar una definición ofrecida por Hyndman (2003:3), “abordan las relaciones de poder desiguales y violentas entre personas y lugares basadas en diferencias reales o percibidas”. Los grupos de solidaridad no hablan de su trabajo como “hacer geopolítica”, pero yo sostengo que sí lo es. Sigue teniendo que ver con la ubicación, los recursos e incluso el terreno, pero al establecer conexiones a través de todo tipo de distancias y diferencias, los activistas de la solidaridad reelaboran quién tiene acceso a qué, y dónde, y cómo juntos nos mantenemos seguros y bien.
En segundo lugar, estos grupos “pueblan” la geopolítica muy literalmente. Lo encarnan con cuerpos reales. Ponen de relieve la seguridad cotidiana de los cuerpos al juntarlos, ponerlos en lugares insólitos, ponerlos en juego. En el caso del acompañamiento y las comunidades de paz, se trata de cuerpos que permanecen juntos, caminan juntos, viven juntos, de forma no violenta, por seguridad. Lo hacen de formas que desafían tanto la dominación material como las representaciones dominantes (antigeopolítica), pero que también consisten en vivir el cambio que desean, en crear colectivamente sus propias seguridades alternativas aquí y ahora.
En tercer lugar, los grupos que hacen altergeopolítica entretejen varias escalas. La geopolítica feminista entiende que las escalas están entrelazadas, la altergeopolítica ata más hilos a través de ellas. En lugar de ver la comunidad de la paz como “saltando” escala, me gusta la imagen de Pain y Smith (2008) de lo cotidiano y lo global como un ensamblaje con muchos conectores. La geopolítica no solo se filtra desde las élites a través de las imágenes de los medios de comunicación y las políticas. Los acompañantes hacen su propia geopolítica, pero no solo “desde abajo”, entendida en términos de escala. Retejen las conexiones entre lo cotidiano y lo global, insertando la seguridad de los campesinos que cultivan cacao en las montañas de Colombia en los debates del Congreso estadounidense sobre la ayuda militar a Colombia. De hecho, el asesinato de Luis Eduardo inspiró procesos de organización de base en todo Estados Unidos que llevó a la congelación de gran parte de esa ayuda durante muchos meses.
Crear un binario entre lo que es geopolítico/global/discursivo y lo que es cotidiano/local/vivido es engañoso (Pain, 2009a:220). Estos grupos modifican estas relaciones y tejen conexiones que dan forma a espacios de seguridad en solidaridad. Aunque no asumen que el Estado es el contenedor de la seguridad, esto no significa que ignoren el Estado (Sharp, 2004:98). Muy al contrario, en Colombia y en muchos lugares del mundo, la (in)seguridad a la que se enfrentan viene determinada en gran medida por el Estado. Sin embargo, enhebran conexiones entre y a través y más allá del Estado para tejer su propia seguridad.
En cuarto lugar, la altergeopolítica no se hace “desde abajo”, entendida en términos de poder, sino desde todos los lados. De hecho, algunos utilizan explícitamente los privilegios a los que tienen acceso. Los acompañantes internacionales lo hacen utilizando el peso “global” de su pasaporte para que los acompañados puedan pasar por los retenes diarios. También están tejiendo el trabajo cotidiano para construir seguridades alternativas al y a través de la geopolítica dominante. Cuando el presidente colombiano Uribe se reunió con miembros del Congreso estadounidense en julio de 2007, estos le plantearon su preocupación por el allanamiento de la oficina de los acompañantes de FOR en Bogotá (los miembros del Congreso habían recibido cientos de llamadas y cartas sobre el allanamiento).
En quinto lugar, la altergeopolítica es colectiva, no individualizada. La hacen grupos, pero estos puede que no cuenten como movimientos sociales ni que se consideren a sí mismos como tales. Hay desacuerdo entre los acompañantes sobre si lo que hacen es “activismo” o un “movimiento”. El creciente número de comunidades de paz en Colombia no están todas de acuerdo ni trabajan juntas. No parece útil tener cualquier prueba definitiva para saber qué tipo de grupo se puede entender como uno que hace altergeopolítica. Pueden ser grandes o pequeñas, organizadas o desordenadas, estables o efímeras. Podría tratarse de una reunión espontánea de vecinos para detener de forma no violenta una incursión militar (véase León, 2004). Incluso podrían ser acciones de bricolaje (DIY, hazlo tú mismo), como tomar fotos cuando te topas con abusos policiales. Aunque existe un movimiento organizado de vigilancia de la policía, no es necesario haber participado activamente en él para hacerlo. Sin embargo, parece que las acciones de bricolaje tienen un impacto cuando muchas personas las hacen y corren la voz, por lo que, aunque no se realizan en grupos per se, considero que se trata de una acción de un grupo de personas.
La altergeopolítica no es, sin embargo, una hipervigilancia paranoica parental de bricolaje. Como argumenta Katz, la videocámara oculta dentro del mono de peluche (para vigilar a la niñera) también está profundamente dentro del estado de seguridad (2009). Este tipo de respuestas que individualizan y privatizan la seguridad no están vinculadas a grupos que promuevan alternativas. No están construyendo conexiones a través de la diferencia, sino más bien distanciando. Brindan una falsa sensación de seguridad física que desvía la atención de las inseguridades sociales más amplias, como la atención médica, la educación y el empleo.
En sexto lugar, la altergeopolítica es no violenta. Megoran (2008) aboga por un pensamiento geopolítico crítico que contribuya a la no violencia activa como visión y método. Hyndman (2003) afirma que la geopolítica feminista en particular “evita la violencia”. Quiero argumentar aquí que, a medida que se traslada a “las calles”, se vuelve más activamente no violenta. No todos los grupos de base que trabajan por valores alternativos están haciendo altergeopolítica, ya que muchos de ellos utilizan la violencia. Las milicias, los paramilitares, la seguridad privatizada y las comunidades cerradas proliferan, tanto en el Norte como en el Sur. En cambio, la altergeopolítica trabaja para construir y vivir alternativas a la (in)seguridad de la violencia. Intenta vivir el cambio que busca en el mundo. La altergeopolítica no trabaja para mantener a “nosotros” seguros al mantener a “ellos” fuera, sino que trabaja para mantener seguros a un nosotros más grande, al establecer conexiones con los que antes eran “ellos”. Los miembros de la comunidad de paz trabajan sus cultivos junto con sus vecinos por seguridad. Ciudadanos estadounidenses viven en la selva en Colombia para detener a escuadrones de la muerte. Este no a la violencia no significa necesariamente un no al Estado, pero puede ser un involucramiento con la (in)seguridad estatal, un intento de cambiarla. En el caso del acompañamiento, esto se hace a través del monitoreo y de reuniones periódicas con militares y funcionarios tanto colombianos como estadounidenses.
En séptimo lugar, la altergeopolítica trabaja para construir la seguridad en un sentido más amplio y múltiple. Es gente que se une por encima de las diferencias, no solo para seguir con vida y estar a salvo, sino para vivir bien, vivir con dignidad y justicia. La paz positiva es más que la simple ausencia de violencia. Para empezar, el bienestar también requiere seguridad alimentaria, vivienda y salud. Sin embargo, con demasiada frecuencia la prioridad es la seguridad física. No puedes organizar a tu comunidad para que tenga acceso a comida si te matan por denunciar que los paramilitares se están apoderando de la tierra. La comunidad de paz de San José ha podido resistir más desplazamientos y permanecer cerca de sus tierras originales uniéndose para trabajar la tierra y pidiendo acompañamiento internacional. A diferencia de la videocámara en el mono de peluche (Katz, 2009), la altergeopolítica no se centra en la seguridad corporal para ignorar otras seguridades, sino para hacer posible la lucha por seguridades más amplias para grupos más amplios de personas.
La altergeopolítica, entonces, para usar el eslogan zapatista, dice no a la violencia y muchos síes a varias visiones de la seguridad. El no es a hacer que nosotros estemos seguros a través de volverlos a ellos inseguros. El no es al Estado de (in)seguridad, a la geopolítica de siempre. Los muchos síes a las seguridades alternativas son necesariamente diferentes según los contextos. Se están elaborando diferentes visiones de lo que es y puede ser la seguridad, a medida que los grupos trabajan para crearla.
Me ha sorprendido la frecuencia con la que los grupos que construyen seguridades alternativas recurren a juntar cuerpos por seguridad, ya sea por la noche –viajeros nocturnos ugandeses–, o en el desierto –mujeres que caminan para encontrar a sobrevivientes de violaciones abandonadas en el DRC (Consejo Danés para los Refugiados)–, o en callejones oscuros –marchas “Retomemos la noche” en todo el mundo–. El objetivo principal de estos grupos es la seguridad física. Pero los que tienen suficiente seguridad física para trabajar por otras formas de seguridad podrían hacerlo no juntando cuerpos, sino quizá juntando alimentos, o tierras, o dedicándose a otras formas de promover los bienes comunales. En el caso de la comunidad de paz también ha significado guardar semillas, escuelas alternativas, un programa de alimentación para niños y ancianos, control de infecciones y certificarse como comercio justo para que puedan ganar más por su cacao. Los acompañantes en la comunidad de paz trabajan para detener los abusos militares como una forma de resaltar la necesidad de detener la ayuda militar de los Estados Unidos, que regularmente señalan es dinero que podría usarse para necesidades sociales en dicho país. Por ahora, me he centrado en cómo los grupos construyen formas alternativas de seguridad física, pero a menudo esto se hace para poder trabajar por seguridades más amplias, y estas seguridades económicas, alimentarias, de salud, medioambientales y otras están entrelazadas.
Por último, la altergeopolítica trabaja para cambiar las reglas del juego. La geopolítica no es simplemente un Gran Juego jugado por Grandes Hombres. Los acompañantes y los miembros de la comunidad de paz lo están haciendo por sí mismos. La altergeopolítica significa no solo que las piezas se muevan por sí mismas en el mapa, no solo cambiar la forma de dibujar y ver el mapa en sí, qué colores, qué cuerpos, se ven, y en dónde, sino también cambiar quién consigue mover qué, dónde, cuándo, cómo y por qué. Esto no significa que los grupos que hacen altergeopolítica aboguen por un solo nuevo conjunto de normas, ya que estas serán necesariamente diferentes según los contextos.
Si la altergeopolítica ocurre “fuera de la página”, ¿cuál es el papel de los académicos? No quiero “estudiar” estos grupos, ni hacer teoría de movimientos sociales sobre ellos. Me interesa entender lo que hacen estos grupos como forma de geopolítica y pensar la seguridad con estos grupos, a través de la teorización colaborativa. Tradicionalmente, los académicos pensaban en la geopolítica al servicio del príncipe, no del pueblo, pero yo quiero apoyar la reflexión y la organización que se está produciendo “en las calles”. Hago este trabajo académico tanto sobre como en solidaridad. Como sostiene Haraway (1988), nuestro conocimiento es situado y parcial (en ambos sentidos de la palabra), por lo que es importante pensar a través de lo que ella llama ‘conversaciones-no-inocentes’ con varios otros, de modo que podamos fortalecer tanto nuestras solidaridades como nuestras comprensiones.
El ferrocarril sobretierra hacia el santuario, una comunidad de paz en las montañas de Colombia, acompañantes internacionales viviendo con ellos, todas estas prácticas de altergeopolítica tienden a ser realizadas por pequeños grupos de personas, pero no son “pequeñas cosas” (Thrift, 2000; Müller, 2008), y pueden tener un mayor impacto si como académicos honramos, escuchamos, aprendemos de, contribuimos a, conectamos y compartimos el trabajo que están haciendo. Del mismo modo que el enfoque de Gibson-Graham (2008) en las prácticas económicas alternativas ha sido una forma de reimaginar lo que puede ser la geografía económica, el reconocimiento de las prácticas alternativas de paz y seguridad replantea lo que la geografía política puede ser y hacer. Abogo por hacer visibles y alimentar “esas alternativas que ya están entre nosotros” como forma de pensar de manera diferente (Blomley, 2007:60).
Abogo para que los académicos se pregunten qué es la paz positiva en diferentes contextos, cómo puede ser creada y reflexionen sobre ello con quienes están construyendo esas paces. Ciertamente, también merece la pena analizar los grupos con visiones violentas de la seguridad, como el trabajo de Gallaher sobre las milicias (2003). La crítica, tanto de esos grupos como de la geopolítica más hegemónica, puede inspirar y abrir espacio a la resistencia. Pero ser crítico, tal como lo plantea la escuela de Frankfurt, implica un movimiento en dos direcciones: tanto desmontar aquello contra lo que se está como construir aquello por lo que se está (Benhabib, 1986). Esto no significa que los académicos no deban criticar proyectos de construcción de paz. De hecho, muchos miembros de estos grupos son bastante críticos de su propio trabajo. Más bien, me interesa participar en esa crítica con ellos, como colaboradora crítica, de manera que se aprenda de ese trabajo y también se fortalezca.
De nuevo, no estoy sugiriendo hacer estudios de movimientos sociales sobre grupos que construyen seguridades alternativas. No me interesa describir y criticar cómo estas luchas se forman, sino comprometerme con ellas en torno a sus propios porqués y para qués. En lugar de lo que tiende a ser un análisis seco y distante sobre lo que hacen los movimientos,20 abogo por desordenarnos y hacer teoría juntos. Es el pensar mientras se hace, la teoría en acción de estos grupos, de que hay mucho que aprender de y con.
Reconozco que incluso la etnografía es inusual en la geografía política (Megoran 2006), y que el trabajo participativo y colaborativo más aún. Sin embargo, tengo la sensación de que muchos geógrafos políticos ya colaboran de algún modo con diversas organizaciones, aunque rara vez se hable de ello. Esto es especialmente cierto en el caso del trabajo feminista, que forma parte de un proyecto feminista más amplio que traspasa “fronteras” tales como lo que es académico y lo que es político. Espero que podamos seguir abriendo más espacio para la colaboración apoyándonos mutuamente como académicos en honrar las prácticas y el pensamiento colaborativos.
Este argumento no es nuevo. Routledge (1996) ha llamado a los académicos que hacen geopolítica crítica a ser solidarios y a trabajar como colaboradores críticos con los movimientos sociales. En lugar de la indignidad de hablar por otros, aboga por la política de articulación de Haraway (1992), por tejer una interconexión de ideas como sujetos trabajando juntos para comprender. Los geógrafos realizan cada vez más investigación participativa, aunque no mucha en geopolítica crítica. Pain (2009b) y Askins (2008) son excepciones notables.21 Pain aboga por una coproducción del conocimiento y sostiene que “la investigación comprometida y explícitamente relacional tiene mucho que aportar a la geopolítica crítica” (2009c). Sparke (2005) sostiene que, como académicos, tenemos la responsabilidad de examinar otras grafías del geo. Me ha parecido no tanto una responsabilidad como una alegría comprometerme con las grafías que se hacen con y a través de la acción.
¿Es esto geopolítica? Si geo significa solo internacional, solo Estados, entonces no. Si geo significa global, y vemos cómo lo global está siempre entrelazado con lo íntimo, entonces sí. ¿Es esto geopolítica crítica? Si eso significa solo desarmar las grandes estrategias de guerra de la Política con P mayúscula (Dalby, 2010), entonces no. Si crítica significa también nuevas formas de rearmar los pedazos y la(s) paz(es), entonces sí.
Si la geopolítica es ajedrez, ¿qué clase de juego es la altergeopolítica? Si la geopolítica hegemónica consiste en grandes hombres moviendo piezas en el tablero, la geopolítica crítica ha tendido a centrarse en el pensamiento que hay detrás de sus movimientos. La antigeopolítica es un peón, o muchos peones, que protestan por ser movidos. La geopolítica feminista ve tanto a los jugadores como a las piezas del tablero, la relación entre ellos y las formas en que las piezas pueden moverse por sí mismas. La altergeopolítica es no solo los peones, sino todo tipo de piezas, de ambos lados, trabajando juntas para moverse hacia formas que las hacen a todas más seguras.
Pero si las piezas se mueven solas, ¿son peones de alguien? ¿Es el mismo juego si los jugadores cambian las reglas sobre quién puede moverse con quién, dónde? ¿Si juegan juntos, en lugar de unos contra otros? ¿Si ven que el tablero no es plano y se entrelazan a través de sus muchos niveles? ¿Pueden simplemente deshacerse del tablero de juego, con su mano desde arriba? El problema es que no hay ninguna Sión fuera de Matrix a la que ir. Mientras algunas piezas trabajan para cambiar las reglas y jugar su propio juego, otras tratan de moverlas, de jugar el juego sobre ellas. No son solo los peones los que están cambiando las reglas y la configuración del tablero. Las leyes de la guerra han cambiado rápidamente. Qué vidas cuentan. Quién consigue un día en el tribunal. Qué cuerpos pueden ir dónde.
Los grupos de base suelen recurrir a las normas, al derecho internacional. La comunidad de paz de San José ha apelado en innumerables ocasiones a la Corte Interamericana, que ha dictaminado repetidamente que necesitan medidas de protección por parte del Estado. Sin embargo, siguen siendo atacados por el ejército y los paramilitares, por lo que buscan cierta medida de seguridad con acompañantes internacionales. Se juntan con aquellos para los que las normas podrían ser más eficaces, pero el simple hecho de estar juntos en sí es una desviación de las normas a su manera. Las bases pueden desear que las reglas del tablero sean fijas, pero es más estratégico reconocer y exponer que están cambiando, y formar parte de la realización de esos cambios.
El movimiento por la justicia global (o red de movimientos) ha insistido ampliamente en los últimos años en que no se le considere anti globalización, sino que trabaja por otro tipo, una alterglobalización. El lema del Foro Social Mundial es “otro mundo es posible”. En los últimos años se suele añadir “y se está construyendo”. Es con ese espíritu de honrar y aprender de y con los que ya están construyendo seguridades y haciendo geopolítica de manera diferente para construir otro mundo que propongo el término altergeopolítica.
Agradecimientos
Un sin fin de gracias a Derek Gregory, por ser tan generoso con su apoyo. Muchas gracias a Rachel Pain, Jennifer Hyndman y Deborah Dixon por leer cuidadosamente versiones previas. Gracias también a Fiona McConnell, Nancy Hiemstra, Katie Willis y los pares anónimos por encontrar huecos. Claro que los que quedan son solo míos. Gracias también a demasiados geógrafos como para poder nombrarlos que han hablado conmigo de esto en los últimos años. Estoy tan agradecida de ser parte de una disciplina tan viva con tantos colegas comprometides a la justicia social. La lucha sigue y sigue. Mil gracias a John Lindsay-Poland y todos los acompañantes que pensaron en esto conmigo. Esta investigación fue financiada por el Consejo de Investigación en Ciencias Sociales y Humanidades de Canadá y la Asociación Americana de Mujeres Universitarias. Por último, en cuanto a esta traducción, un enorme aprecio por el trabajo de los editores, en particular por su paciencia y atención con los detalles.
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Sara Koopman / skoopman@kent.edu
Soy una geógrafa política feminista interesada en los aspectos socioespaciales de la paz y la construcción de la paz, así como en cómo los sistemas interconectados de poder y privilegio desigual los moldean. Por lo tanto, examino los esfuerzos de solidaridad que trabajan tanto a través de la distancia como de las diferencias para construir la paz y la justicia. Estoy particularmente centrada en la solidaridad internacional entre el Norte y el Sur globales, cómo puede caer en patrones coloniales y cómo puede ser descolonizada. Escribo sobre esto en mi blog: decolonizingsolidarity.blogspot.com.
1 Este artículo se publicó originalmente en Koopman, S. (2011). Alter-geopolitics: Other securities are happening. Geoforum, 42(3), 274-284.
2 Los agentes de migración no entran a las iglesias.
3 El libro de Hylton es una buena introducción al conflicto colombiano, donde uno de cada diez ha sido desplazado por la guerra (la tasa de desplazamiento más alta del mundo después de Sudán) y se está produciendo una enorme reforma agraria a la inversa mediante la violencia empleada para el acaparamiento de tierras. Para un análisis geográfico de este proceso y de cómo crea paisajes de terror, véase Oslender (2007). [Actualización de la traducción: según los números de la comisión de la verdad es más cercano a uno de cada seis].
4 La geopolítica crítica se popularizó a principios de los 90, en particular por Ó Tuathail (1996) y Dalby (1990). Para conocer el aspecto actual de este pensamiento, véase el número especial de 2008 13:3 de Geopolitics, el número especial de 2009 75:4 de Geojournal, en particular la mesa redonda (Jones & Sage 2009), y el número especial de 2010 29:5 de Political Geography. [Actualización de la traducción: Para un foro reflexionando sobre 25 años de geopolítica crítica véase Koopman et al. (2021)].
5 Routledge ha argumentado que “desafía tanto el poder geopolítico material de los estados y las instituciones políticas como también las representaciones impuestas por las élites políticas y económicas sobre el mundo y su gente para servir a sus intereses geopolíticos” (P. Routledge, 2003:237), pero en comunicación personal (2007) enfatizó que podría ser uno u otro o ambos.
6 La propia Enloe ha continuado realizando una intensa labor en esta línea, véase en particular su más reciente Nimo’s War, Emma’s War: Making Feminist Sense of the Iraq War (Enloe, 2010) y su uso de historias personales.
7 Conferencia anual de la Asociación Americana de Geógrafos. Estas sesiones fueron organizadas por Deborah Dixon y muchas de estas presentaciones se publicarán en un número especial de Gender Place and Culture editado por Deborah Dixon y Sallie Marston.
8 Sin embargo, recientemente ha defendido la geopolítica crítica en general como “un espacio para la producción de universalismos menos chovinistas y, con suerte, noviolentos que no vienen con un contenido predeterminado, valores políticos y resultados prescritos, sino que atienden al contexto , historia y vulnerabilidad a la violencia” (2010:254; énfasis añadido), aunque en ese mismo artículo cita a Butler sobre que la noviolencia no es una regla que se puede aplicar en todas las situaciones, implicando que hacerlo sería fundacional, mientras que Hyndman argumenta convincentemente a favor de lo que ella llama una ‘ética del encuentro posfundacional’. Al privilegiar el pensamiento que se produce en y a través de las prácticas noviolentas, no estoy diciendo en absoluto que la noviolencia sea la única respuesta correcta a la injusticia. El propio Gandhi reconoció que la no violencia no siempre era posible y dijo que era mejor resistir violentamente que ser pasivo (Hardiman, 2003:59).
9 Véase www.machsomwatch.org/en
10 Tras una serie de violaciones en mi barrio de Bogotá, organizamos una marcha para recuperar la noche, recorriendo nuestras manzanas al grito de “solidaridad es seguridad”.
11 Hay más de setenta grupos de vigilancia policial en Estados Unidos, y otros en Canadá, Australia y Francia que utilizan un modelo noviolento de vigilancia directa de la policía con cámaras de video para disuadir y documentar los abusos policiales. El movimiento tiene unos 20 años (Fischer, 2007). En Palestina, B’Tselem tiene un programa de distribución de cámaras para fomentar este tipo de vigilancia.
12 Cuando empecé a escribir sobre altergeopolítica (2008) la describí como “geopolítica feminista sobre el terreno”. Sin embargo, Hyndman entiende que toda geopolítica feminista es “sobre el terreno”, en el sentido de que se centra en los cuerpos materiales en la vida cotidiana (comunicación personal, 2009).
13 Escribir páginas sobre estas acciones es a menudo una parte clave de la propia acción, pero estas suelen circular en foros que son más de base que, por ejemplo, Geoforum (donde primero apareció este artículo en inglés).
14 Ciertamente, no todos en el movimiento veían el papel de los aliados blancos de esta manera.
15 Los equipos en 2011 en Colombia eran: Christian Peacemaker Teams (ahora renombrado como Community Peacemaker Teams o Equipos y Comunidades de Acción por la Paz) (EE.UU./Canadá), Fellowship of Reconciliation (ahora renombrado como FOR Peace Presence, Presencia de paz) (EE.UU.), Swedish Fellowship of Reconciliation SweFOR (Movimiento Sueco por la Reconciliación), Presbyterian Peace Fellowship (La Asociación Presbiteriana por la Paz) (EE.UU.), Projet Accompagnement Solidarité Colombie (Proyecto de Acompañamiento y Solidaridad con Colombia) (Quebec, Canadá), the European Solidarity Network (la Red de Hermandad Europea), Espacio Bristol (Reino Unido), Peace Brigades (Brigadas de Paz) (Europa/EE.UU.), International Peace Observatory (Obvservatorio Internacional de Paz) (Europa/EE.UU.), Witness for Peace (Acción permanente por la paz) (EE.UU.) y Palomas de Paz (Italia).
16 [Nota de la traducción: 186 era el número en 2011, cuando originalmente se publicó el artículo].
17 Un militar (el capitán Gordillo) se declaró culpable e implicó a sus superiores. Otros diez militares fueron absueltos. Cinco paramilitares han sido declarados culpables a través del supuesto proceso de desmovilización. No se han presentado cargos contra los oficiales superiores responsables de ordenar la operación (los generales Fandiño y Montoya), ni contra el coronel Duque, que la coordinó. El caso se ha convertido en emblemático de cómo el ejército ha pasado de tolerar la actividad paramilitar a coordinar atrocidades con ellos. [Actualización de la traducción: en 2019 dos oficiales y cuatro suboficiales fueron condenados por el caso pero no Duque. Fandiño se murió antes de cargos. Montoya ha sido imputado por la Jurisdicción Especial para la Paz establecido por el acuerdo de paz con las FARC].
18 Para documentación sobre la ayuda militar de EE.UU. a América Latina, véase Just the Facts en www.justf.org (nota de traducción: ese sitio web ya no está vigente pero se puede ver en securityassistance.org).
19 Nota de traducción: En inglés, PBI usa el lema making space for peace. En español, suele usar el término más limitado de abrir espacio en vez de crear espacio.
20 Para una crítica de los estudios sobre movimientos sociales en esta línea, véase Croteau et al. (2005).
21 Por supuesto, también se han realizado trabajos de colaboración feminista que no se han enmarcado dentro de la geopolítica feminista, pero que sin duda podrían considerarse como tales; por ejemplo, el análisis de la colaboración en Mountz (2002) y Mountz et al. (2003).