Caleidoscopios en movimiento para pensar(nos) desde las geografías cotidianas. El Habitar como práctica múltiple y colectiva

Jean-Marc Besse (2019). Habitar. Bogotá: USTA y Editorial de la Universidad de Guadalajara.


"Silvina Fabri

Universidad de Buenos Aires, Facultad de Filosofía y Letras, Instituto de Geografía “Romualdo Ardissone”. Buenos Aires, Argentina.ORCID 0000-0002-4103-9097

Recibido: 23 de mayo de 2024. Aceptado: 24 de mayo de 2024.

El libro Habitar, de Jean-Marc Besse, nos sumerge en una reflexión particular de lo cotidiano y nos confronta con nuestras prácticas diarias en espacios propios, íntimos y personales, a la vez, colectivos. La relación con nuestro entorno y el modo singular que, de manera constante, construimos y experimentamos para habitar contemporáneamente nuestros lugares son la marca de este itinerario propuesto por cada uno de los capítulos que configuran y re-crean un sendero de exploración posible para pensar (nos) a través de las tareas diarias, memorias e interiores que nos enfrentan al cómo las cosas y los lugares nos habitan al mismo tiempo que estamos habitándolos.

Reseñar este libro es un desafío. Requiere dar cuenta de una bella partitura con tiempos múltiples.1 Se afirma, desde la introducción, la necesidad actual de redescubrir el significado del verbo habitar. Para ello, el autor propone describir con atención los gestos, las decisiones, hábitos, lugares, momentos y recuerdos por los cuales sentimos que habitamos el mundo y que este, a su vez, es nuestro porque nos habita. Resulta sugerente el modo en que lo aparentemente insignificante, común, ordinario y banal nos atraviesa de manera constitutiva (Hiernaux-Nicolas, 1999). Habitar es mantenerse en el mundo e intentar que este se mantenga.

Cada una de sus partes (un modo estratégico de abordar temas confluyentes que dan cuenta de la acción de habitar en un sentido amplio y diverso) presupone un posicionamiento que enuncia el modo de abordaje. Resulta claro y potente: hay que hablar siempre como geógrafo. Una de las convicciones que animan este libro es, en efecto, la fuerte idea de que habitar resulta principalmente una cuestión geográfica. Habitar es una geografía. Es un destino colectivo y una experiencia individual que remite a la organización, a veces conflictiva, de la vida, la definición de un tiempo, la medición de un espacio. Habitar cubre un conjunto vasto de actividades y de experiencias que superan ampliamente, en sus contenidos y escalas, el dominio de la arquitectura. También habitamos los umbrales, las calles, las ciudades. Habitamos también afuera y en una serie incesante de paisajes, del interior hacia el exterior y viceversa. Todos esos lugares en los que nos encontramos tienen su calidad propia, su profundidad particular, su resonancia en nosotros, su propia memoria y su desborde. Todos contienen sueños y deseos; también desesperanzas y abandonos. Describir esos lugares y las historias humanas que se inscriben en ellos potencia la lectura de Habitar.

El libro se concibe como una deambulación alrededor de algunos lugares más o menos vastos, de algunas situaciones más o menos banales y de algunos gestos que le parecieron reveladores al autor. Todos esos parajes son considerados como imágenes difractadas y fragmentarias de la palabra habitar. El lector puede decidir pasar por ellas sin un orden establecido. En esas imágenes se interroga un saber habitar, un saber-ser-habitante, un saber-vivir.

En el primer capítulo, “Oficios domésticos”, la propuesta consiste en revisar las tareas que involucran el faire le ménage (hacer los oficios domésticos). Esto significa cuidar la casa, mantener un orden. A partir de este presupuesto (¡qué hacemos en nuestra casa?) se despliegan tres niveles de análisis. El primero tiene que ver con el modo en que el aseo de la casa y su entorno se asocian con la alienación que la tarea le imprime a la condición femenina. Desde una mirada política, ideológica y cultural se da cuenta de la percepción negativa asociada a los oficios domésticos pues con ellos no se fabrica nada, se los consideran un mal necesario pero improductivo. Sin embargo, Besse plantea una pregunta que abre otra posibilidad para pensar el aseo: ¿cómo se puede aprehender el carácter positivo, incluso recreativo, del arte de habitar expresado en los oficios domésticos?

En el segundo nivel, más allá de la división sexual históricamente patriarcal del quehacer doméstico, la reflexión parte de las tareas que involucran el construir un lugar de vida (o de trabajo), donde intervienen con su presencia, los objetos que conforman el sitio, los lugares y momentos que se solapan allí. Es decir, una conjunción que propicia el ámbito que nos conforma como habitantes. ¿Cómo tratamos a nuestras cosas, a nuestro entorno? ¿Cómo nos pertenece y cómo les pertenecemos? La relación con las cosas plantea un modo de habitar: su disposición, sus colores, sus texturas, sus olores (Baudrillard, 1997), su organización re-acomoda el estar ahí como sujetos.

El tercer aspecto por destacar resulta ser la idea acerca de lo cíclico de la tarea doméstica. Un hacer constante, nunca finalizado. Mantener despejado, ordenado, decorado. La casa envuelta en un bricolage propio puede ser el modo de vivir habitando en ella. Cada interior es propio, único, como una huella dactilar irrepetible constituida por los objetos. Habitar y morar como acciones del ser nos enfrentan a la idea de que estos verbos no se efectivizan sin sus materialidades y acciones, son procesos simultáneos de una profundidad humana tan particular que la porosidad de nuestro andar redibuja en cada hábitat singular con sus luces y sombras, con sus fotografías y sus cajas que guardan memorias inmemoriales para los significados de cada quien y, sin embargo, ese modo es necesariamente colectivo y cultural: atado a los usos y costumbres de un tiempo, a una sociabilidad particular.

Con propia voz, el entorno nos nombra así como nosotros lo nombramos a él, lo que nos guarece, donde nos sentimos protegidos/as del atlas sonoro y visual del mundo porque allí recreamos la enciclopedia que nos hace nosotros en el lugar de salvaguarda que se elabora por la necesidad de seguir siendo mientras vivimos. Sacamos provecho del arreglo, la organización interna, de la fenomenología poética de cada espacio (Bachelard, 2013). La casa, con nosotros en ella, se transforma en un ser vivo que hay que reparar y mantener constantemente, afirma el autor. Allí los encuentros, las comidas compartidas, las reuniones, un baile, una celebración se solapan con lo pictórico o pasible de fotografiarse (como captura del momento instantáneo) dispuesto para compartir la experiencia de felicidad o tristeza, de despedida o ausencia que habitan nuestro entorno próximo.

Como un convivio teatral (entre lo interno y propio y lo externo otro que se conforman en un paisaje común y simultáneo), nuestra vida se escenifica en cada reunión familiar, en encuentro con amigos, en celebraciones de fin de año. El tiempo también se anida en el espacio. No puede ser uno sin el otro, hay un requerimiento mutuo y, a la vez, la disposición de los cuerpos convivientes de un lugar habitado son un desafío (una burbuja, una célula propia, una esfera envolvente recreada en una cercanía y proximidad con una lejanía y extrañar en un mismo pliegue) para habitar juntos. No es suficiente cruzarse en los mismos lugares, ni superponerse en los mismos espacios, ni ocuparlos de manera simultánea. Se ponen en cuestión la tecnología, la velocidad de las comunicaciones, la inmediatez de la proximidad siempre se encuentra atravesada por un halo de irrealidad propia de los medios virtuales, internet y las redes sociales in totto.

Por otra parte, cabe destacar que el umbral es siempre borde. Interesan las tangencias, las contigüidades y la cohabitación dentro de los cuales cada habitante construye su intimidad. Importan, en suma, sus bordes, sus umbrales/abismos, las fractalidades2 del afuera (las puertas, los muros, los vidrios de las ventanas). A su vez, la escala de la escucha en la que estamos inmersos nos habla de una historia y una geografía sonora del mundo (externo y lejano que involucra la proximidad del cuerpo con su entorno y su imaginación del mundo interno).

En “Superficie habitada”, la mirada está puesta sobre los numerosos experimentos terrestres que han alimentado al hombre pesando en su existencia, en el cosmos y la tierra, pues los seres humanos son seres históricos que articulan su propia geograficidad, terrestre, ser es siempre ser ahí: la descripción de la geografía como relato de cierta morada del hombre, con sus cielos, sus infinitos, sus mares a surcar y su tierra por habitar. Los lugares son el resultado de esa posibilidad de estar y ser con los demás (cafés, bancos de plazas, la esquina, la vereda, el umbral de la casa, la calle del barrio, el transporte público, entre otras). Vida pública y privada se conjugan en el habitar con los demás.

A partir de ello, resuena una consigna: la vida pública es en sí para ser vivenciada con los demás, es decir, una experiencia compartida referida a un tiempo y espacio de intercambio: el pasaje de lo íntimo a lo colectivo. De la casa, como figura conceptual de descripción íntima, se abren nuevas posibilidades hacia el afuera: al cruzar la puerta de entrada, camino a la vida social. La ciudad en sí es un caleidoscopio en constante movimiento que bascula con nuestro modo de asirla y observarla. Allí, la posibilidad del encuentro, el intercambio, la duda, el desorden, el desasosiego y la incertidumbre.

Desde Mercator el mundo se piensa como una casa, la palabra ecúmene como el mundo habitado y conocido refiere al oikos, la casa. El espacio habitado encierra una relación entre las prácticas sociales que dividen y organizan nuestro propio recorte del habitar la superficie terrestre. La idea propuesta por Vidal de la Blache: la superficie de la tierra es el campo de estudios por excelencia del geógrafo, se complementa con Yi-Fu Tuan, quien recupera todas las formas de vida que se reúnen en ella para la reflexión. Ideas complejizadas por Estrabón, Farinelli, Levinas, los que asumen que la tierra como superficie no es un sustrato plano y vacío, sino que es un espacio volumétrico que inscribe las lejanías y cercanías. Se comporta como una placa sensible donde se revela la historia de la naturaleza y las sociedades y por ello se la considera como el suelo de la historia.

Jean-Marc Besse se detiene en el “Paisaje” proponiendo para su indagación el corrimiento de una imagen cosificada desde el goce estético. Como herramienta epistemológica, el paisaje se torna un dispositivo para revisar su entidad simbólica, imaginaria y material. Este es, por caso, la expresión más directa de las diferentes maneras de habitar la superficie terrestre, en él radica con inmediatez el territorio. La territorialidad trasunta el apego a un lugar donde el modo en que las relaciones sociales lo constituyen. Quienes están autorizados para dar cuenta de un paisaje son en realidad actores que emplean el lenguaje con diverso anclaje para poder decir acerca del concepto: topógrafo, baquiano, conocedor. Desde distintas prácticas y perspectivas el paisaje es nombrado, al mismo tiempo que se lo re-elabora en la acción del decir sobre lo que vemos y, entonces, la mirada se construye como un ámbito conocido y apropiado.

El capítulo tres, focalizado en las “Ciudades Invisibles”, comienza con una idea que seguramente es común a quienes la vivenciamos a diario: habitar la ciudad es difícil y requiere aprehender su propia lengua. La experiencia y las prácticas en la ciudad involucran una destreza espacial, un conocimiento de su ritmo, de sus claroscuros, de sus grietas, materiales y superficies de las fachadas, de sus ruidos y voces, de rostros cotidianos. El relato descriptivo del rincón de París donde nació Jean-Marc Besse le imprime una profundidad a la atmósfera de evocación, de los recuerdos que se afincan en la memoria de su infancia. Plantea esa conexión intrínseca entre la ciudad vivida y conocida resultado de distancias y proximidades, de entradas y salidas, de sus atajos y su inconmensurabilidad particular. Desde esta perspectiva, la literatura que toma por objeto a la ciudad como figura conceptual centra su foco en la fenomenología concreta de la experiencia humana en el espacio.

Observar la ciudad repone un interés por el explorar en la Ciudad Mapa; necesario situarse para desandarla, allí interviene la Ciudad Imaginación, su representación escapa a la idea de la proyección de esa imagen, a la utopía de las ciudades e incorpora una topografía singular desarraigada del mapa de la ciudad objetiva. Ese mapa imaginado se recuesta en el modo que asume cada vida/ habitante. No hay coincidencia, en la mayoría de los casos, entre el mapa y la experiencia. En realidad, ambos planos se confunden entre sí. La ciudad vivida es un laberinto fabricado por los desplazamientos de los sujetos sociales donde interviene la memoria con sus materiales sedimentados de cada itinerario, donde la desorientación activa la exploración atravesada por un método de caos. En ese ejercicio de la imaginación urbana se manifiesta una transposición del espacio edificado, en un espacio afectivo, emocional y simbólico mediado por nuestros recuerdos. De allí aflora una nueva cartografía; una construcción abstracta de los lugares donde estamos siendo proyectados hacia un juego de la imaginación.

Finalmente, Soñar en la ciudad se despliega a partir de la distinción entre las palabras y las cosas. Los nombres devienen signos y nos fuerzan a identificar los lugares con su poder mágico (Proust, 2012) de toponimias que habilitan una posible revisión de una geografía de los sentidos. La ciudad en sí alberga múltiples ciudades invisibles. Cuando se habita una ciudad y su ambiente (sonoro, táctil, olfativo, visual), no pueden ser vistos desde arriba: se está adentro y se manifiesta en un paisaje que no es una imagen “la ciudad que tengo la sensación de habitar […] es el hogar secreto de mis miradas y de mis palabras. No es un objeto sino el suelo del que nacen mis deseos y la patria de mis pensamientos” (2019:119).

En el capítulo cuatro, “Memorias”, el disparador se manifiesta como un abanico de preguntas sobre el espíritu de los lugares, ¿con qué precisión se puede dar cuenta de su existencia? ¿Qué sucede en nosotros cuando regresamos a un país, una ciudad o una casa que hemos habitado y dejamos hace tiempo? ¿Nos hemos convertido en extranjeros de esos lugares? ¿Qué sucede con las casas cuando las abandonamos? ¿En qué se convierten los lugares cuando los dejamos? ¿Qué queda después de nuestra partida? El análisis de los vestigios de un pueblo abandonado, la visita a la casa de nuestra infancia, el estatuto del polvo reposando sobre los objetos que nos hablan desde un pasado, una pátina de los tiempos depositados sobre ellos que a la vez los conforman. El tiempo pasa por ellos y el pasado los habita, el polvo es como la memoria del tiempo, su huella.

La mudanza que anuda los objetos con los lugares y la necesidad de trasladarse requiere una atención singular. La tipología acerca de las démenager arraigadas en los nuevos comienzos y promesas cumplidas o las mudanzas de desgarramiento, desarraigo, nunca son indiferentes a la historia de quienes las experimentan. Mudarse implica vaciar, desechar, poner en caja, desmontar, desordenar todo lo que hasta ese momento y en ese lugar tenían un sentido más o menos fijo en la casa, dejar de ocuparse de esos entornos próximos. Todos nuestros objetos son parte de esta operatoria. La lista casi infinita muestra un movimiento difícil de asir, un espacio vital, con sus reglas y su organización sistemática. La experiencia de la mudanza ilustra a la perfección el hecho de que los humanos no son cuerpos físicos desplazándose en un espacio neutro, sino todo lo contario: al medio familiar lo habitamos tanto como él nos habita a nosotros.

Los lugares y sus fantasmas nos son propios, la presencia de los espectros nos acechan en nuestro andar, por lo cual, para que una mudanza sea exitosa, habrá que des-semantizar los objetos y restituirlos para una nueva causa de acción y de sentido. Hay que limpiar, acomodar, restituir y volver a ocupar. Sin embargo, los lugares habitados nunca nos sueltan por completo. Son siempre una sombra fantasmática de lo que ahora estamos siendo en otro lugar. A veces en el trayecto que anuda espacio y memoria, psicoanalista y arqueólogo son un mismo acompañante que visibilizan las capturas de los modos con los que nos permitimos recordar. Quien busca acercarse a su propio pasado debe comportarse como un ser que siempre cava, capa por capa, escansión tras otra.

En el capítulo cinco, “Interiores”, se aborda la idea del abrigo de lo conocido: las mesas familiares compartidas en celebración, las cajas de fotografías desempolvadas para recordar lo compartido en nuestro escenario familiar. Todo lugar bien habitado es un espacio onírico. Soñar bien es disponer de las cosas, de esos lugares, paisajes y personas que nos hacen sanar el andar. Soñar bien es no tener pesadillas. Se conjuga allí lo externo y la interioridad de cada sujeto. La intimidad, sus gradientes y su modo de mostrarse hablan de mi personaje frente al mundo desde mi casa, mi lugar, mi anclaje. Un modo de mostrarnos que respeta silencios y soledades en múltiples formas, esas que llevamos a todas partes para el buen observador/a.

Las “Direcciones”, sexta parte de este libro, se recuesta reflexivamente en las historias de vida como posibles relatos del movimiento. Habitar es entablar lazos con los demás. En esa especie de espacios los movimientos son en su propio ser. Largos, cortos, entrecortados como mapas vivientes tratando de decir, son una reposición de lo pasado pero también un sentido presente y un esbozo de ilusión de futro. No habitamos todo el tiempo los mismos lugares. Nuestras direcciones y destinos de recepciones son nimios, intermitentes; algún día nuestra dirección terminará de trasmutar donde no sabemos lo que efectivamente nos recibirá.

En la séptima, “Sin raíces”, como un archipiélago sin fin, la idea de mutar, ir y venir se manifiesta en nuestra apertura al mundo, el irse de la casa hace que ella se convierta en una estación en movimiento. Llegar y partir, volver a andar en el estar. Movimiento ritmado, ¿al ritmo de quién? Habitar en un sitio/habitar de multiplicidades de espacios y quizás el desafío sea viajar en la inmovilidad. Habitar es también permanecer inmóvil en alguna parte. La lejanía deja observar lo que nos es propio.

El libro finaliza (y recomienza, tal vez) en “Cosas que nos habitan”, donde la propuesta es detenerse en el irse en contraposición a la permanencia. De la lengua y del cómo ella nos hace y la manifestamos en el aire que respiramos por sentirnos vivos. Es lo que nos enlaza con el mundo, donde los suspiros que provoca la evocación y la desesperanza como un horizonte tangible e intangible a la vez, como parte de esta acción social, colectiva, poética, engarzada en duelos y sufrimientos cotidianos. Muchas veces la casa sigue sucia por más que la lustremos a cada segundo, pues en la acumulación de polvos, pelusas y platos por lavar, ropa que acomodar y vidrios que limpiar se conjuga el habitar y nuestro propio andar. El libro alberga, la emergencia de otras lecturas/interpretaciones de la partitura, otras reflexiones y atenciones que den cuenta de otros modos de quedarse o moverse de allí. Este libro, como un mapa del tesoro, habilita la búsqueda de cada quien, la melodía singular y colectiva, la mirada renovada para las cosas de cada día para seguir encontrándonos como habitantes de este oikos. Aprehender el saber-vivir, saber-estar, saber-ser en el mundo.

Referencias bibliográficas

»Bachelard, G. (2013). La poética del espacio. México: Fondo de Cultura Económica.

»Broudrillard, J. (1997). El sistema de los objetos. México: Siglo XXI.

»Hiernaux-Nicolas, D. (1999) Walter Benjamin y los pasajes de París: el abordaje metodológico. Economía, Sociedad y Territorio, II(6), julio-diciembre, 277-293.

»Proust, M. (2012). En busca del pasado perdido. Por el Camino de Swann. Buenos Aires: Alianza.

Silvina Fabri / fabrisilvina@gmail.com

Doctora en Geografía por la FFYL, UBA. Docente del Departamento de Geografía y de la Maestría en Políticas Ambientales y Territoriales en la misma facultad. Participa como investigadora formada en el Equipo UBACYT Políticas, lugares y paisajes de la memoria bajo la dirección del Prof. Juan Besse. Directora del Equipo de investigación FILOCYT: Memorias Barriales y prácticas vecinales, Secretaría de Investigación. Investiga y escribe sobre lugares de la memoria, marcas territoriales y políticas de la memoria, procesos de patrimonialización, musealización y prácticas vecinales.


1. El texto pasa por momentos de Grave (lento y solemne) a múltiples Adagios (momentos lentos y majestuosos), manifiesta tempos Andantes (de momentos al paso, tranquilos, un poco vivaces) hacia Allegrettos y Vivaces. Entonces, nuestra disposición para leer el libro se debe acomodar a su propia melodía y en cómo podemos interpretar esa partitura compleja, de 249 páginas, con nuestro propio ritmo.

2. Un fractal es un objeto geométrico cuya estructura básica, fragmentada o aparentemente irregular, se repite a diferentes escalas.