Romeo, María Cruz, Salomón, María Pilar, Tabanera, Nuria (Eds.) (2021).
Granada: Comares, 242 páginas.
Diego Mauro
ISHIR-CONICET/Universidad Nacional de Rosario, Argentina
El libro propone un recorrido de larga duración sobre los vínculos entre nación y catolicismo en Europa y América Latina. Fruto de un largo recorrido en común, signado por diferentes proyectos de investigación, las coordinadoras reúnen un conjunto de trabajos que incorporan algunas de las perspectivas más renovadoras. Ante todo, sobresale un explícito apartamiento del “paradigma clásico de la secularización”. Dicho paradigma partía del supuesto de la existencia de una incompatibilidad esencial entre modernidad y religión y, por tanto, auguraba la declinación de lo religioso en el mundo contemporáneo, cuando no directamente su desaparición. Su influencia en las ciencias sociales y en las humanidades fue amplia y persistente hasta las décadas finales del siglo XX. En la historia de América Latina su impacto invisibilizó muchos de los procesos de transformación y reconfiguración de las instituciones religiosas y condujo a la frecuente y arbitraria postulación de “renacimientos” católicos. En las últimas décadas, sin embargo, en parte como consecuencia de la acumulación de fenómenos que escapaban al corsé de la secularización, comenzaron a revisarse de manera más profunda sus bases epistemológicas y a avanzar en diferentes reformulaciones teóricas. En este camino autores como José Casanova, David Martin, Karel Dobbelaere o Danièle Hervieu-Léger, entre otros muchos, contribuyeron no sólo a abandonar los viejos presupuestos, en parte heredados de las filosofías de la ilustración, sino también a dar forma a nuevas conceptualizaciones. En buena parte de ellas, más allá de sus diferencias, se coincidió en redefinir la secularización como un proceso multidimensional de cambio y recomposición de la religión y sus instituciones, dejando definitivamente atrás las ideas de retracción, crisis y declive.
En sintonía con este proceso de renovación, las coordinadoras de Católicos, reaccionarios y nacionalistas... parten de aceptar que no existe una relación problemática entre religión y modernidad. Dicho con otras palabras: no hay allí ninguna “anomalía” o “deformación”. Desde este punto de vista, el libro explora las variadas formas de reconfiguración de lo religioso frente a los nacionalismos y a la idea de nación como un proceso “no patológico”, entendido, más bien, como consustancial al mundo contemporáneo. Los beneficios de esta perspectiva son incalculables en comparación con los enfoques que, como señalábamos, concebían lo religioso como un “resabio contaminante” de un pasado condenado a la extinción. Como señalan las propias coordinadoras, lejos de dichos postulados, en el libro entienden “la religión como un componente de la identidad nacional, sin que ello presuponga el carácter tradicional o retardatario de tal identidad”.
En los sucesivos capítulos, asumiendo esta apuesta teórica, el libro presenta un rico y variado abanico de experiencias a través de un interesante juego de escalas en las que confluyen lo regional, lo nacional y lo transnacional. En esta clave, resulta particularmente estimulante la discusión de lo que María Cruz Romero denomina “la tesis del catolicismo nacional ausente” para el caso español, en una línea que dialoga constructivamente con el capítulo de Alexandre Dupont sobre la idea de nación entre los legitimistas franceses decimonónicos. De igual manera, las contribuciones de Alessandro Corradini sobre las “derechas italianas” y la de Ana Isabel Sardinha Desvigenes sobre la producción intelectual y los proyectos políticos de Antonio Sardinha, convergen con las conclusiones de Romero y Dupont.
Otro acierto del libro reside sin duda en la atención que varios capítulos brindan a la esfera transnacional de los fenómenos estudiados. Como las coordinadoras lo señalan ya desde el comienzo: “el volumen [...] hace una apuesta firme por promover una de las posibilidades de análisis más atractivas de los últimos años: la dimensión transnacional de las culturas políticas de las derechas occidentales”. En este registro de análisis, varios colaboradores del libro, muy especialmente Ismael Saz Campos y Alfonso Botti, cuestionan con acierto el corsé del “nacionalismo metodológico” y ensayan teorizaciones en clave transnacional sobre categorías como “nacionalcatolicismo” y “nacionalismo reaccionario”, fundamentales para abordar el siglo XX europeo y latinoamericano. De igual modo, sobresale la apuesta de Nuria Tabanera por utilizar la celebración del centenario de la independencia en Argentina como prisma para explorar las transformaciones en las ideas de nación y los modelos de “nacionalismo” en América Latina en las décadas iniciales del siglo XX. Una perspectiva a la que también contribuye en una tónica semejante el capítulo de Daniel Lvovich sobre el caso argentino.
Por último, un tercer acierto reside en la preocupación por dar espesor histórico a las propias categorías empleadas. Se advierte, asimismo, la influencia de la historia conceptual y, tanto las coordinadoras como varios autores, se hacen eco de algunas de las advertencias metodológicas provenientes de dicho enfoque. Aún así, en este plano se aprecia un cierto desbalance y una disparidad en los recorridos. Fundamentalmente a la hora de pensar “los catolicismos” en comparación con “los nacionalismos”. En la mayoría de los capítulos la idea de nación se explora en sus variados matices –plasmados a veces en intentos de modelización– y se periodiza siempre con rigurosidad. Por el contrario, la noción de catolicismo tiende a permanecer más estática y compacta. Si bien el libro es contundente al demostrar cómo los diversos nacionalismos encontraron infinidad de vías para comunicarse con el catolicismo y abrevar en él, creo que lo es algo menos a la hora de captar la diversidad de los catolicismos, igualmente cambiantes desde mediados del siglo XIX. De hecho, como bien advierte en su capítulo María Pilar Salomón, la llegada de León XIII supuso una verdadera “revolución” y el inicio de una gran transformación que, entre otras cosas, dio pie al tendido de numerosos puentes con la idea de nación. Se tratan, además, de las décadas en las cuales, tras el fin de los Estados Pontificios, el papado se reconstruye como un poder a escala universal. Como gusta señalar a José Casanova, un poder capaz de globalizarse a través de diferentes procesos de particularización y nacionalización. En este marco, el impulso a la nacionalización y regionalización de las devociones marianas –un aspecto que se ve de soslayo en el capítulo de Javier Esteve Martí– resulta esencial para calibrar la dimensión de los cambios en curso. El libro es consciente de todo esto, pero, finalmente, no profundiza en esa dirección. Por otro lado, si bien los autores tienen perfectamente claro que el catolicismo es diverso, los sustantivos catolicismo/Iglesia tienden, por momentos, a homogeneizar demasiado y a proyectar la existencia de un actor social y político allí donde no siempre está necesariamente presente. De hecho, incluso después de que los trazos gruesos de la romanización han sido marcados, el catolicismo no deja de funcionar con una lógica en muchos sentidos bastante más constelar que piramidal.
Más allá de esto, creo que el balance que arroja Católicos, reaccionarios y nacionalistas... es altamente positivo. El libro nos brinda una excelente puesta a punto de todo lo que se ha logrado en las últimas décadas y de los numerosos diques teóricos e ideológicos que fue preciso derribar para estudiar las relaciones entre nación y religión. Al mismo tiempo, nos permite también confeccionar un listado de lo que aún queda por hacer. Seguramente las coordinadoras nos regalarán en el futuro nuevos libros que, como este, no vienen a pasar desapercibidos en el mar de las publicaciones académicas sino a hacernos pensar y debatir.