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¿Fue la Argentina realmente rica?

Una aproximación al debate desde el capital humano

Pablo Schiaffino

Universidad Torcuato Di Tella, Argentina. Correo electrónico: pschiaffino@utdt.edu.

Fecha de recepción: 15 de abril de 2021
Fecha de aprobación: 22 de julio de 2021

Resumen

El término ‘riqueza’ puede interpretarse de distintas formas. Aquí discutimos una en un momento histórico particular: el capital humano argentino entre fines del siglo XIX y principios del siglo XX. Esta nota pretende sintetizar los resultados de dos trabajos de reciente publicación que abordan la cuestión sobre los niveles de educación argentinos y muestran que la Argentina enfrentó dos grandes problemas: bajos niveles de capital humano en comparación con países llamados de “reciente poblamiento” (Canadá y Australia) y un problema de desigualdad regional que jamás pudo solucionar.

Palabras clave: capital humano, primera globalización, Australia, Canadá, Argentina, desigualdad, desarrollo económico argentino.

Was Argentina Really Rich? An Approach To The Debate From Human Capital

Abstract

The term ‘wealth’ can be interpreted in different ways. Here we discuss one in a particular historical moment: Argentine human capital between the end of the 19th century and the beginning of the 20th century. This essay attempts to synthesize the results of two recently published works that address the issue on Argentine education levels and show that Argentina faced two major problems: low levels of human capital in comparison to countries called “recently settled” (Canada and Australia) and a problem of regional inequality that could never been solved.

Keywords: human capital, first globalization, Australia, Canada, Argentina, inequality, Argentine economic development.

1. Introducción

Desde el campo de la historia económica, la evolución de la Argentina a lo largo del siglo XX y XXI se interpretó como decepcionante. Un simple indicador permite ilustrar esta idea haciendo un llamado de atención sobre un retroceso crónico: en términos del producto per cápita, entre 1885 y 1930, Argentina desciende del puesto 7 al 14 y, desde 1981 y hasta la actualidad, nunca baja del puesto 35. Llach (2014) acierta al afirmar una notoria particularidad: se trata del único país de la historia moderna que, luego de navegar por las aguas del Primer Mundo, termina alejándose de ese grupo.

Esta aparente decepción fue estudiada desde múltiples ángulos. En un artículo de 2005, Míguez (2005) ensaya un buen número de explicaciones que van desde la desigualdad en la distribución de la tierra, las políticas de industrialización “desacertadas” durante el siglo XX, los conflictos institucionales, el intervencionismo estatal en exceso o, según la época, un intervencionismo estatal insuficiente, entre otros. Se trata, en definitiva, de un ejercicio de entendimiento que intenta responder en qué momento preciso y por qué la Argentina se alejó de ese aparente camino primermundista al que estaba destinada, si es que, realmente lo estaba.

Pero Míguez también cuestiona en sus conclusiones un punto que motivó a esta investigación: ¿la idea del fracaso argentino podría ser atenuada? Si pensamos, como sugiere este autor, en la importancia que se le otorga a “las condiciones iniciales” con las que un país cuenta, a comienzos del siglo pasado, estas condiciones eran menos promisorias de lo que se consideran. Como bien señala, Argentina poseía un verdadero problema vinculado al capital humano que podría, de alguna manera u otra, contaminar las bases del desarrollo económico venidero.

Sería conveniente preguntarse, antes de avanzar, si es relevante el capital humano en el crecimiento de largo plazo de un país. La respuesta parece ser que sí. Por un lado, autores como Glaeser (2004) y Barro (2001) afirman que el capital humano es la fuente esencial del crecimiento del largo plazo. Entonces, si entendemos que el capital humano es una medida importante de la riqueza de un país, la Argentina de la primera parte del siglo XX era, según sostiene Míguez, considerablemente más pobre y estaba peor preparada para el crecimiento.

Por el otro lado, hay suficiente literatura económica que muestra que las habilidades cognitivas de las poblaciones contemporáneas, más que el mero logro escolar, están fuertemente relacionadas con los ingresos individuales y el crecimiento económico. Aquí la idea es que una educación mejorada, de calidad, aumenta las probabilidades de que las personas se involucren en diferentes tipos de trabajos, se eleva la rentabilidad del empleo y es un componente clave de los niveles de vida y la calidad de vida y, en definitiva, de la promoción del bienestar económico (Hanushek y Woessman, 2008). Lo que sugiere esta línea de investigación es que no solo el capital humano viene a representar la riqueza de un país, sino que es el medio, tal vez más genuino, de mejorar la vida de las personas.

La ´falla´ en los niveles de capital humano en Argentina, sin embargo, no es una novedad. En trabajos de mediados del siglo pasado ya se advertía, para ese entonces, la existencia de una “Argentina abanico”, en referencia no solo a los bajos niveles de capital humano sino también a las desigualdades territoriales en diversas variables socioeconómicas (Bunge, 1940). Tedesco (1970) también hace referencia a esta desigualdad en los niveles educativos de la población. Recientemente, Santilli (2019) hace un repaso exhaustivo y nos deja la evidencia de que, desde múltiples ángulos, la desigualdad en la Argentina fue una suerte de “enfermad crónica”. En definitiva, el señalamiento de la problemática como un todo –tanto de Míguez, Bunge, Tedesco y Santilli– nos señalan algo de crucial importancia para el entendimiento de la historia económica de Argentina: la aparente existencia de “un pecado original” basado no solo en niveles bajos de capital humano, sino también en un problema de desigualdad regional existente en un comienzo y persistente a lo largo del tiempo.

Interesante como suene, llegado este punto, tenemos un problema. Míguez lo menciona, pero no presenta datos; Tedesco y Bunge, por su parte, se limitan a presentar evidencia a nivel provincial (cuando es sabido que existen diferencias incluso a nivel intra-provincial) y cubren períodos temporales distintos (Tedesco cierra su análisis en 1895, y Bunge en las décadas de 1920 y 1930); en esta línea de trabajos no se realizan comparaciones internacionales; y tampoco estudian la evolución de esa desigualdad a lo largo del período, hecho que permitiría, por ejemplo, entender la eficacia de las políticas públicas del período. Entonces, ¿qué más se puede aportar, sobre lo dicho, sobre los problemas del capital humano en la Argentina?

2. El análisis puertas adentro

En sus conclusiones, Santilli (2019) hace notar que su intención no es otra que hacer un llamado de atención para motivar a los investigadores a que completen los espacios, los temas y las épocas que en las que aún falta análisis. En un trabajo publicado por Ladeuix y Schiaffino (2020a) titulado “Riche comme un argentin: desigualdad educativa en la Argentina de la belle époque”, los autores abordan el problema de la Argentina “puertas adentro”. Utilizando la denominación más pequeña posible, la de partido, y usando los censos nacionales de 1895 y 1914 y el censo escolar de 1883 y principios de 1884 muestran una distribución geográfica del capital humano muy desigual. En primer lugar, se evidencian diferencias significativas entre las tasas de alfabetización de localidades urbanas y rurales y entre las tasas de alfabetización de las capitales y los interiores provinciales, algo que no está presente ni en Australia ni Canadá: estos países no tienen diferencias significativas entre su población rural y su población urbana (el porqué de esta comparativa es discutida más adelante). Este resultado ya había sido sugerido por Glaeser y Campante (2009) donde los autores hacen una comparación entre las diferencias en los niveles de capital humano de Chicago y de Buenos Aires: existen diferencias fundamentales en los niveles de educación de la población que había migrado del campo a vivir en la ciudad. ¿Qué razones encuentran para estas diferencias? En la primera parte de siglo XIX, existió un fuerte accionar por parte de los agricultores norteamericanos que habían apoyado la educación de sus hijos como un proyecto conveniente, y las zonas rurales tendieron a apoyar al movimiento por la educación pública que comienza a fines de la década de 1830.

En segundo lugar, Ladeuix y Schiaffino (2020a) encuentran un resultado novedoso: si bien los docentes y las tasas de enrolamiento se distribuían en el país de forma mucho más pareja (lo que evidenciaba un intento “educador” a través del Estado), no vale lo mismo para la alfabetización escolar. Más aun, tanto “maestros” como “asistencia”, entre 1885 y 1914, se expanden de manera considerable a lo largo del territorio y contribuyen, de alguna manera, a una reducción de la desigualdad (por eso mencionan en su artículo la presencia de una suerte de convergencia leve). De Sarmiento (1868-1874) a Roca (1880-1886 y 1898-1904), se observa el despliegue de una fuerza de política pública educativa agresiva, aunque bien, con resultados algo decepcionantes: la desigualdad persiste.

Es interesante preguntarse: ¿cómo era posible, entonces, que a pesar de los esfuerzos educadores de los gobernantes los resultados no fuesen como los esperados? Un análisis que realizan los autores entre oferta educativa (a la que podríamos definir como escuelas, maestros, etc.) y demanda educativa (recibir al menos algún tipo de instrucción en la escuela, en el taller o en la casa) echan luz sobre el asunto. La falta de la demanda por educación en algunas zonas del país contribuye a explicar la ausencia de correlación entre las tasas de alfabetización y las tasas de enrolamiento, mientras que, la correlación entre las tasas de instrucción y las tasas de alfabetización escolar parecen ser significativas en dicho trabajo.

Profundicemos este punto. Si de la demanda educativa se trata, se observa que en algunas zonas tales como la Capital Federal, Rosario, La Plata y Córdoba la demanda por educación era elevada. Esto lleva, sin preámbulos, a una pregunta: ¿Qué había allí que no había en otros lados? La respuesta es, retroalimentados entre sí o no, existía migración europea y riqueza del suelo. La primera de ellas fue estudiada en diversos trabajos donde la hipótesis principal trata sobre la importancia de la inmigración europea en los niveles de capital humano para el caso argentino (en particular Glaeser y Campante, 2009; Droller, 2017; Sánchez-Alonso, 2007), y con trabajos que resaltan la importancia, en general, de la presencia europea en tiempos coloniales para el crecimiento económico de largo plazo mediante un impacto positivo en el capital humano (Glaeser 2004; Easterly y Levine 2016).

No obstante, este punto es conflictivo, ya que es probable que la distribución de los europeos no sea completamente aleatoria, sino que dependa en parte de la riqueza inicial o de la riqueza potencial del suelo sobre el cual el migrante se asienta, y esta riqueza, como evidencia Santilli (2019), estaba distribuida de manera heterogénea. ¿Podremos hablar de la existencia de “dos argentinas” productivas? ¿Una basada en la herencia colonial que languidece contra otra que surge bajo un nuevo patrón de crecimiento orientado hacia el comercio exterior de la belle époque? En definitiva, la desigualdad de capital humano sería el reflejo, en este sentido, de una desigualdad de ingresos donde se mezclan riqueza del suelo, mercados de trabajo y migración.

3. Puertas afuera

La información hasta aquí nos muestra que la Argentina de la primera parte del siglo XX poseía una desigual distribución de capital humano. Este resultado tiene, en definitiva, más implicancias de las que se cree. Si avanzamos aún más en el ejercicio y se intenta hacer una comparación internacional de la Argentina, ¿contra qué grupo de países seria idóneo? ¿contra países de la región? ¿contra las economías de “reciente poblamiento” como una larga tradición historiográfica ha hecho? ¿Podría la Argentina parecerse en muchos aspectos, como se ha sostenido, a Canadá y Australia, pero diferenciarse en una cosa fundamental como el capital humano? ¿Por qué Argentina no fue Australia o Canadá?

El historiador argentino Ezequiel Gallo fue un precursor de estos estudios en la década de 1970.1 Nurkse (1961), algunos años antes, había propuesto el concepto de “economías de reciente poblamiento” para designar a Argentina, Australia y Canadá, entre otros, como países de praderas fértiles y clima templado. La primera globalización impactaba, por lo tanto, de manera similar en la canasta exportadora de fines del siglo XIX y la primera parte del siglo XX para este conjunto de países. Tal como sostiene Sánchez-Alonso (2007): “Dada la existencia de un verdadero mercado mundial de mano de obra (con claridad hasta 1914) resulta ineludible la comparación con otras políticas migratorias, en particular con Brasil, Australia, Canadá y los Estados Unidos”.

Ahora bien, esta comparación puede generar algunos interrogantes. Ladeuix y Schiaffino (2020b) proponen realizar un cotejo sistemático de los niveles de capital humano de una perspectiva comparada que incluye a Argentina, Australia y Canadá (y, en una parte específica de la argumentación, a la región del Midwest de los Estados Unidos). Si bien existe un margen de comparación a través de variables como los suelos, las migraciones y el clima, desde el punto de vista del capital humano los resultados son distintos.2 Llama la atención, al mismo tiempo, el trabajo historiográfico que realizan los autores donde muestran crónicas y testimonios de la época en los que los contemporáneos de aquel entonces veían la comparación más que válida. En su trabajo, los autores arrojan tres grandes conclusiones que ponen en duda, de alguna manera u otra, la validez de esta comparativa.

La primera, algo evidente, sugiere que los indicadores educativos generales de la Argentina fueron marcadamente menores a los de Canadá y Australia en los años de la Primera Globalización. Este resultado presenta evidencia complementaria a la ya presentada por Campante y Glaeser (2018) y Llach (2014) donde la idea de Argentina “como un país rico, pero no como un país moderno” es mencionada: el país presentaba similitudes en términos del PIB per cápita, aunque los indicadores de capital humano se encontraban lejos del resto de los países del Nuevo Mundo anglosajón.3 El capital humano parece explicar la mayor parte del camino divergente entre Argentina y el resto de los países anglosajones de las diferentes regiones de áreas templadas.

En el segundo resultado Ladeuix y Schiaffino muestran que, utilizando indicadores al nivel más desagregado posible (la unidad territorial del partido en Argentina, del condado en Australia y el Midwest estadounidense, y del distrito en Canadá) provenientes los censos nacionales y provinciales/estatales de fines del siglo XIX y principios del XX, la Argentina es el único país que presenta una profunda desigualdad regional en sus indicadores de capital humano, no así presente en el caso de Canadá y Australia.

El tercer resultado va aún más en profundidad: no solo se trató de un punto en el tiempo donde existió esa desigualdad, sino que la evolución de esta a lo largo del período encuentra que Argentina no logra solucionar su problema a pesar de importantes esfuerzos de educación pública que realizan los Gobiernos del período, y la notoria diferencia en este sentido con Australia (sociedad que parece haberse configurado igualitaria en sus inicios en términos de capital humano) y de Canadá (que parece haber solucionado problemas menores de desigualdad en indicadores socioeconómicos).

Las explicaciones que subyacen detrás de este fenómeno vuelven a coincidir con los señalados en la sección anterior: la inmigración europea, la riqueza de los suelos y los mercados de trabajo. Sin embargo, otras explicaciones no abordadas en aquellos trabajos pueden servir de material para futuras investigaciones. Estas son comentadas brevemente en la siguiente sección.

4. Líneas de futura investigación

La relación entre concentración de la tierra y la desigualdad en el capital humano, entre otras, ha cobrado importancia en los últimos años. Un trabajo de Droller y Fiszbein (2019) aplicado a la Argentina argumenta que aquellos lugares que se han especializado en la ganadería (largas extensiones territoriales) tuvieron vínculos más débiles con otras actividades, mayor concentración en la propiedad de la tierra, menor densidad de población y menos inmigración que las áreas productoras de cereales. Con el tiempo, las localidades ganaderas mostraron una menor densidad de población y experimentaron una industrialización relativamente lenta. Droller, Llach y Schiaffino (2022) muestran que aun las herencias ganaderas, aun en lugares que luego se volvieron agrícolas, crean un fenómeno de persistencia en la desigualdad de la tierra. En este sentido, Galor, Moav y Vollrath (2009) sugieren que la concentración de la propiedad de la tierra puede tener un impacto negativo sobre el gasto en educación y retrasar la implementación de instituciones educativas y, en consecuencia, afectar al crecimiento económico. Con base a la evidencia empírica de principios del siglo XX en EE.UU., señalan que la desigualdad en la distribución de la propiedad de la tierra afectó adversamente al surgimiento de instituciones promotoras del capital humano (por ejemplo, la educación pública) y, por lo tanto, condicionó el ritmo y la naturaleza de la transición de una economía agrícola a una industrial, contribuyendo al surgimiento de gran divergencia en el ingreso per cápita entre países.

De acuerdo con esta interpretación y la formalización del modelo teórico de Galor et al. (2009), algunos estudios posteriores, como Cinerella y Hournung (2016), han señalado una asociación negativa entre la concentración de la propiedad de la tierra y las tasas de matrícula en Prusia durante el siglo XIX y que las reformas agrícolas impulsaron la demanda privada de educación y la inscripción de matrículas. El retraso en la expansión de la educación formal se debe a que los grandes terratenientes influyen en el proceso político para evitar reformas educativas y reducir la movilidad de la fuerza laboral rural, mecanismo que también se ha visto en la Rusia imperial Buggle y Nafziger (2021). El caso español también ha sido analizado recientemente para la época moderna. De manera similar, estudios ya clásicos, como los de Engerman y Sokoloff, sugirieron que la élite en América Latina se opuso a la expansión del sufragio y la inversión masiva en capital humano para evitar que la mayoría pobre llegara al poder.

5. Conclusiones

La intención de esta nota es presentar los principales resultados de dos trabajos que, si bien fueron publicados en partes separadas, deben leerse en clave. De esta obra completa podemos visualizar con datos al nivel más desagregado, y considerando al capital humano como una fuente de progreso, que la Argentina tenía en sus inicios niveles bajos de dicho capital y además una notoria desigualdad. Precisamente, estos resultados coinciden con la ubicación final de los inmigrantes y las zonas más ricas del país. ¿Se trataba de que no existían incentivos a la educación en aquellos lugares más pobres? ¿Había una economía colonial que menguaba ante una economía moderna triguera que se integraba a la primera globalización? ¿Cuánto de estos resultados finales fueron influenciados por la migración europea? Creemos, sin ánimo de pecar de generalistas, que un poco de todo eso ocurrió. Lo cierto es que, a diferencia de sus “comparables” como Canadá y Australia, la Argentina no solo tuvo que lidiar con bajos niveles de capital humano, sino también con una profunda desigualdad que se extiende hasta nuestros días. Sugerimos, a modo de incentivar futuros trabajos, que la distribución de la tierra y los procesos productivos asociados pueden ser, también, el explanandum de los bajos niveles de desigualdad.


1 Desde el Instituto Torcuato Di Tella, en Buenos Aires, Gallo lideró una serie de conferencias y publicaciones que culminaron en el libro Fogarty, Gallo y Dieguez (1979). Esa perspectiva comparada sería continuada en Duncan y Fogarty, (1984); Platt y Di Tella (1985); Solberg, (1987); Adelman, (1994); y Gerchunoff y Fajgelbaum, (2006), por citar algunos ejemplos importantes.

2 Ver, por ejemplo, Campante y Glaeser (2018).

3 Campante y Glaeser (2018) comparan la trayectoria económica de largo plazo de Chicago (como capital del Midwest norteamericano) y de Buenos Aires (como capital de las Pampas argentinas) para concluir que las diferencias en el capital humano de ambas regiones a principios del siglo XX pueden explicar buena parte de sus caminos divergentes.

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