Carlos Marichal
El Colegio de México.
Correo electrónico: cmari@colmex.mx.
Fecha de recepción: 6 de febrero de 2023
Fecha de aceptación parcial: 16 de mayo de 2023
Fecha de aceptación definitiva: 18 de mayo de 2023
La hipótesis de trabajo es que si bien se observó un descenso en el comercio global desde mediados de 1873, con un declive de los precios de muchas exportaciones de materias primas y minerales, así como una pronunciada caída de los flujos de capitales internacionales, las consecuencias del desplome no fueron uniformes en Latinoamérica. En varios casos, la crisis internacional tuvo efectos bastante retardados en la región, especialmente en lo que se refiere a los mercados financieros domésticos, donde se experimentó un severo pánico bancario en Argentina en 1876, luego una crisis bursátil y bancaria que llegaron a su cúspide en 1878 en Chile y, poco después, el colapso del sistema bancario de Perú entre 1878 y 1879.
Palabras clave: comercio, finanzas, América Latina, banca, precios.
The global crisis of 1873: consequences in the short and medium term in Chile, Argentina and Peru
The working hypothesis of this paper is that since mid-1873 there was a slowdown in global trade accompanied by drop a in the international prices of many raw materials and minerals as well as a sharp drop in the flows of international capital, but in fact the consequences of the collapse were not uniform in Latin America. In several cases, the crisis had delayed effects, especially in regard to domestic financial markets, where there was a severe banking panic in Argentina in 1876, a crisis in Chile in the stock market and banking sistema that reached a peak in 1878, shortly thereafter, the collapse of the banking system in Peru between 1878 and 1879.
Keywords: trade, finance, Latin America, banking, prices.
En el presente ensayo recogemos algunos elementos sobresalientes de lo que generalmente se ha considerado la primera auténtica crisis financiera global, la de 1873, que luego desembocó en fuertes recesiones en varios países del mundo del Atlántico Norte, siendo el caso más sonado el de los Estados Unidos, cuya economía tardó varios años en retornar a una senda de fuerte crecimiento. Es menos conocido el impacto en los países latinoamericanos, por lo que prestamos especial atención en este ensayo a tres casos regionales que disponen de un buen número de estudios relativamente detallados: Argentina, Chile y Perú. En particular debo mencionar el trabajo pionero de José Carlos Chiaramonte referente a la crisis en Argentina, y es precisamente a este gran historiador a quien deseo dedicar este artículo.1
Partimos de la observación de que las consecuencias de la debacle internacional de 1873 no fueron demasiado pronunciadas en las tres naciones latinoamericanas señaladas, al menos en primera instancia, pero que se volvieron severas al enlazarse, al cabo de dos o tres años, con diversos y severos problemas domésticos –de tipo fiscal y financiero, así como en algunos sectores productivos– en los distintos casos estudiados. La idea subyacente, por lo tanto, consiste en sugerir que la anatomía de las crisis fue compleja y que su análisis requiere combinar una reflexión sobre algunas de las tendencias más pronunciadas de la economía mundial con sus impactos bastante retardados en los tres casos sudamericanos señalados, enfatizando la dispar evolución del comercio, producción, banca y finanzas durante el lustro de 1873-1878.
Como es bien sabido, a partir del último tercio del siglo XIX la reflexión sobre las causas y consecuencias de las crisis económicas y financieras se convirtió en uno de los temas más visitados por tempranos economistas interesados en la Historia. Desde los trabajos pioneros de Clément Juglar (1862 y 1889) sobre los ciclos comerciales en Francia, Inglaterra y Estados Unidos y los de Mijail Tugan Baranowsky (1913) acerca de las sucesivas crisis industriales en Inglaterra, el análisis de ciclos y crisis se convirtió en un clásico de la investigación económica en clave histórica.2 Esta preocupación se enriqueció durante la primera mitad del siglo XX con los escritos realizados por parte de un selecto número de economistas interesados en esta temática y en la reconstrucción de series de largo plazo, entre los cuales descollaban figuras ilustres como Kondratieff, Schumpeter, Mitchell y Simiand, quienes desarrollaron profundos estudios tanto de teoría como de historia económica empírica para entender los ciclos económicos o “business cycles”.3 Durante la Gran Depresión de los años 1930, estos enfoques fueron dominantes dentro de algunas esferas de la docencia de la economía en buen número de universidades angloamericanas y europeas, pero no es ningún secreto que la literatura sobre las crisis y los ciclos fue relegada a la periferia de la disciplina de los economistas neoclásicos desde los años de 1950 y por varias décadas, debido al supuesto de que no se podrían volver a repetir colapsos tan graves como el de 1929. Hoy en día, después de la experiencia traumática de la crisis financiera global de 2008, los debates sobre las crisis han retornado a las palestras entre economistas, si bien siguen escaseando cursos sobre la historia financiera dentro del currículo habitual de los departamentos de Economía o de Historia.
En el caso de Latinoamérica, la relativa escasez de estudios históricos sobre las tempranas crisis económicas y financieras del siglo XIX sugiere la conveniencia de ahondar en esta temática. Sin embargo, también es reflejo de la dificultad en explicar este tipo de eventos debido probablemente a la necesidad de estudiar una multiplicidad de factores que entran en juego, además del reto de prestar atención al entrelazamiento de dinámicas económicas a partir del estallido de crisis con fisionomías diversas, sean de tipo bancarias, comerciales, bursátiles, monetarias, fiscales, de deuda externa, o combinadas. Al respecto, son de especial utilidad para fines comparativos la consulta de los trabajos de Michael Bordo y Barry Eichengreen, dos de los economistas contemporáneos que han estudiado más a fondo la anatomía de las crisis internacionales en distintas épocas al comparar sus complejas trayectorias.4
Al respecto, nuestro objetivo en el presente estudio consiste en sugerir cuán extendido pero también cuán diverso fue el impacto de las que pueden denominarse crisis de los años setenta (década de 1870) en América Latina.5 En esencia, nos interesa destacar algunas cuestiones referentes a las características específicas de las crisis en Argentina, Chile y Perú y su comparabilidad. En primer lugar, subrayamos la abrupta interrupción de los flujos de capital externos, desde mediados de 1873 y durante varios años, lo que creó algunos problemas en las balanzas de pagos, los sistemas monetarios y el servicio de las deudas externas de los países sudamericanos estudiados. Existe bastante consenso dentro del conjunto de estudios publicados sobre la importancia de estas tendencias, aunque es claro que merecen estudios más detallados.6 En cambio, son más cuestionables los argumentos de buena parte de la literatura que ha sostenido que, en el caso de los tres países sudamericanos estudiados, se trató de crisis comerciales que fueron resultado de una supuesta baja en la demanda en los mercados internacionales de productos primarios y, por consiguiente, una caída prolongada de precios.7 Nuestro acercamiento al tema sugiere que se requiere un análisis más fino, ya que no se observa que se produjo un colapso de las exportaciones, y que tampoco debe sobredimensionarse la caída de los precios de todas las mercancías, que además experimentaban fuertes fluctuaciones en esta época. Asimismo, el hecho es que durante los años 1870 las balanzas comerciales de Argentina y Chile mejoraron sustancialmente, ya que las importaciones bajaron mientras que las exportaciones se mantuvieron o, en ciertos casos, ascendieron en volumen y/o valor. Por ello, en las páginas que siguen efectuamos una comparación de las tendencias de las exportaciones de los tres países entre 1870 y 1880 que incidieron directamente en la evolución de los sectores agrario y/o minero en cada caso. Esto nos puede sugerir en qué medida la recesión internacional afectó a sectores productivos clave de las economías de Argentina, Chile y Perú. En todas estas instancias, una mirada cuidadosa a los diferentes rubros de exportaciones indica que inicialmente no hubo un desplome local de las exportaciones en 1873, que sólo tuvo lugar en el caso de algunas mercancías un par de años después de los colapsos financieros internacionales.
Finalmente, cabe apuntar a causas domésticas como factores importantes en la intensificación de las crisis a escala regional entre mediados y fines de los años setenta. Enfatizamos las crecientes dificultades fiscales que enfrentaron los gobiernos de los tres países estudiados –que tenían sobre todo causas locales y se vinculaban con la generación posterior de pánicos bancarios en cada uno de los mercados domésticos–. Inicialmente, y pese a algunas quiebras de bancos en 1873 y 1874, no se produjeron verdaderos colapsos de los mercados financieros domésticos en ninguno de los tres casos estudiados. Sin embargo, después de algunos años, se desataron severos pánicos bancarios –acompañados por crisis monetarias y desequilibrios fiscales– que se manifestaron con fuerza algo tardíamente: en Argentina en 1875/1876, en Chile 1877/1878, y en Perú entre 1876 y 1879. Evidentemente, lo peor de las crisis en los tres países sudamericanos llegó con bastante retraso con respecto a lo ocurrido en los países del Atlántico Norte, algo que quizá ayude a modificar una visión demasiado homogénea de las cronologías de la recesión internacional en esa época, y que pueda abrir debates sobre algunos presupuestos de la historiografía general al incorporar las experiencias latinoamericanas.
Si bien el estallido de la crisis internacional suele identificarse con el pánico bursátil y bancario que se desató desde principios de mayo de 1873 en Viena, capital del Imperio austrohúngaro, y su consiguiente contagio en los mercados financieros de Alemania e Italia, este desplome se vio reforzado por el colapso de Wall Street en septiembre del mismo año, provocando gran número de quiebras bancarias en los Estados Unidos, seguidas por una larga recesión.8 En pocas palabras, tanto la literatura clásica sobre las crisis económicas decimonónicas, así como ciertos textos de la literatura más reciente sobre este evento particular, sostienen que la crisis tuvo su arranque a partir de la eclosión de manera paralela de burbujas financieras en varios mercados bancarios y financieros en naciones que experimentaban procesos avanzados de industrialización, con algunas diferencias cronológicas en cuanto a los momentos de mayor desequilibrio.9
El carácter internacional de la crisis financiera de 1873 ha sido ampliamente debatido en la historiografía económica, siendo especialmente citada la explicación multicausal que ofreció Charles Kindleberger en un texto clásico, en el que establecía determinados paralelos entre lo ocurrido en los mercados financieros de Austria, Alemania y los Estados Unidos en esta coyuntura.10 Su argumento sobre las causas de la crisis centraba la atención en la generación previa de una serie de burbujas bursátiles y bancarios entre 1867 y fines de 1872, que fueron impulsadas por una intensa especulación inmobiliaria, especialmente en Viena y Berlín, un auge extraordinario de inversiones en ferrocarriles, especialmente en el oeste de los Estados Unidos (en parte financiado con fondos alemanes y austriacos), y una notable multiplicación de bancos y empresas financieras en esos años.11 Los respectivos pánicos bancarios y desplomes bursátiles en Viena, Berlín y Nueva York, generaron gran incertidumbre y redujeron la disponibilidad de crédito internacional, afectando gravemente al comercio mundial.
La trasmisión de los pánicos desde Europa central y Norteamérica también afectó al mayor mercado de capitales contemporáneo, el de Gran Bretaña, aunque lo cierto es que merced a una cuidadosa supervisión por parte del Banco de Inglaterra de la evolución de las reservas de los principales bancos comerciales de Londres, no hubo un verdadero pánico en la City, como el experimentado en la crisis previa de 1866. Sin embargo, la inestabilidad financiera internacional disminuyó el apetito de los inversores que acudían a la Bolsa londinense para realizar colocaciones en el extranjero, como puede observarse en las tendencias abruptamente descendientes que están registradas en nuestra Gráfica 1 referente a los flujos británicos de capitales de portafolio a escala mundial desde 1873, que siguieron en niveles muy reducidos durante más de un lustro.
Se constata que Latinoamérica fue la región que primero experimentó el descenso en la entrada de capitales externos, pero faltan estudios que evalúen sus impactos locales. En todo caso, el hecho de que la crisis de 1873 sí alcanzó a sentirse tan ampliamente a nivel financiero sugiere que es aproximadamente alrededor de estas fechas cuando se puede percibir una articulación más compleja entre la evolución de las economías latinoamericanos con las fluctuaciones de las economías capitalistas ya maduras de Europa y Estados Unidos.
Fuente: Stone (1999).
Las primeras noticias de la posible reducción de inversiones externas y del crédito disponible para financiar el comercio internacional llegaron con los vapores-correo que fondearon en los puertos atlánticos de Latinoamérica a principios de junio de 1873: los periódicos europeos hablaban del crac ocurrido en la Bolsa de Viena el día 8 de mayo y del subsiguiente pánico financiero en los principales mercados monetarios en Italia y Alemania.12 Los informes preliminares eran inquietantes, pero tranquilizaba observar que inicialmente ni las bolsas británicas ni las francesas habían sido muy seriamente afectadas. Sería sólo en septiembre –cuando llegaron noticias del colapso del mercado bursátil en Nueva York– cuando se acabó de disipar por completo el clima de optimismo en ambos lados del Atlántico.13 A partir de entonces nadie pudo dudar de que se gestaba una crisis internacional de gran envergadura.
En cuestión de meses, el comercio entre Europa y Latinoamérica comenzó a declinar, pero sobre todo a partir del desplome de las importaciones latinoamericanas. Un dato es ilustrativo: las importaciones de manufacturas de Gran Bretaña al conjunto de la región se redujeron por 40% entre 1873 y 1876.14 La reducción de las inversiones externas sin duda influyó de manera importante, sobre todo en la baja de importaciones de Inglaterra, compuestas en gran parte por textiles, pero también por bienes de capital. Estos últimos estaban destinados a la construcción en esos años de flamantes ferrocarriles tranvías y líneas telegráficas, al igual que para equipar algunos puertos (como por ejemplo en Argentina, Chile y Perú). Es en ese sentido que puede suponerse que la crisis incidió en una reducción de la actividad económica en dichos países. Sin embargo, esta idea requiere validarse con estudios detallados de la evolución de cada proyecto de obras emprendido, algo que va mucho allá de los alcances de este ensayo y requeriría un ambicioso proyecto de investigaciones. Asimismo, sería de interés la elaboración de trabajos –aparte del caso británico– sobre el tipo y volumen de manufacturas importadas de otros países industrializados en la época, en particular los flujos de manufacturas de Francia, Alemania y los Estados Unidos que llegaron a Latinoamérica en estos años.
En contraste, si la mirada se enfoca en las exportaciones de productos agrícola ganaderos y minerales que realizaban Argentina, Chile y Perú, se observa que no se produjo un descenso abrupto en los años de 1873 a 1875, lo que ayuda a explicar algunas particularidades del impacto retardado de la crisis internacional en la región. Precisamente por ese motivo, en las páginas que siguen se compara la evolución de los productos exportados desde los tres países sudamericanos. Al respecto subrayamos que una hipótesis general es que los efectos de la crisis fueron bastante retardados, especialmente en lo que se refiere a las exportaciones, además de lo cual hacia 1875 comenzaron a observarse fuertes impactos en la producción local minera y agrícola ganadera, particularmente en Chile.
Por otra parte, adelantamos el argumento de que el impacto de la crisis internacional inicialmente tampoco fue muy pronunciado en los mercados bancarios domésticos de los tres países mencionados. Éstos harían eclosión luego del surgimiento de profundos problemas fiscales y financieros de los gobiernos de Argentina, Chile y Perú desde 1875, que fueron seguidos por una secuencia de violentos pánicos bancarios entre 1876 y 1879 en las tres naciones, que constituyeron el desenlace final de la crisis. Entre los factores que incidieron en la creciente fragilidad financiera deben tenerse en cuenta varias circunstancias que se fueron acumulando. En primer lugar, desde 1873 las restricciones que experimentó el crédito internacional afectaron a casas mercantiles y algunos bancos en Buenos Aires, Lima y Santiago de Chile porque encontraban cada vez más difícil descontar letras de cambio con sus corresponsales en Europa. En segundo lugar, la reducción de las importaciones provocó una baja en la recaudación de las aduanas que afectó a los ingresos de los tres gobiernos y creó problemas para cubrir el servicio ya abultado de sus deudas externas e inclusive de sus gastos ordinarios. Después de ensayar varias opciones para obtener un mayor volumen de fondos para cubrir los presupuestos, estas circunstancias llevaron a los respectivos ministros de Hacienda a presionar a los mayores bancos locales a proveer créditos directamente a las tesorerías, ya que era difícil colocar deuda externa en Londres y deuda interna en los mercados locales. Seguidamente, frente a las presiones ejercidas sobre los mayores bancos, éstos sufrieron corridas de sus clientes sobre los depósitos, provocando una fuerte disminución de sus reservas metálicas e impulsando la tendencia a emitir cada vez más billetes bancarios, pero sin el respaldo adecuado. Ello implicó que muy pronto se abandonasen las políticas de cambio fijo en los tres países, lo que despertó aún más desconfianza en los mercados financieros y el estallido de una secuencia de pánicos bancarios entre 1876 y 1878.
En resumidas cuentas, dada la complejidad de los problemas evocados y las limitaciones de este ensayo, proponemos limitarnos aquí a una revisión preliminar del papel de unas pocas variables en el estallido y desarrollo de la crisis en Chile, Argentina y Perú desde mediados de 1873, para discutir esencialmente dos cuestiones: 1) la evolución de las exportaciones de cada país, que demuestra que durante los primeros años de la crisis internacional, tanto Chile como Argentina y Perú no experimentaron caídas demasiado severas en el valor total de las mercancías exportadas, siendo solamente hacia 1876 o 1877, cuando sufrieron caídas realmente graves; 2) la naturaleza de las crisis bancaria/financieras, que también tardaron algún tiempo en hacer eclosión, como lo demostraron los colapsos bancarios en Argentina en 1876, en Chile en 1878 y en Perú entre 1878 y 1879.
El estallido de la crisis internacional de 1873 tuvo una serie de desenlaces directos en la economía chilena, en buena medida porque era una de las economías más abiertas de Latinoamérica en la época. Por fortuna, se han publicado algunos trabajos históricos que analizan el impacto local de la crisis internacional de 1873 y profundizan en algunos de sus aspectos, como es el caso de los estudios ya clásicos de Pierre Vayssière y el de William Sater.15 En ambas investigaciones, sin embargo, los autores tienden a sobrevalorar una supuesta caída de las exportaciones al inicio de lo que Sater denominó la “depresión mundial” de los años 1870. No obstante, puede observarse que las exportaciones chilenas tendieron a mantenerse bastante estables e inclusive aumentar hasta 1876, tal como lo evidencian los datos incluidos en el Cuadro 1, la Gráfica 2 de este ensayo, y en nuestro Apéndice 1.
Años |
Minería |
Agricultura |
Manufacturas |
Diversos |
Numerario |
Totales |
1870 |
16.337,620 |
8.281.406 |
——— |
1.099.418 |
1.157.375 |
26.975.815 |
1871 |
16.444.715 |
12.302.223 |
——— |
2.316.644 |
918.111 |
31.981.693 |
1872 |
18.285.140 |
13.598.389 |
724.184 |
3.491.695 |
1.024.234 |
37.122.460 |
1873 |
18.140.984 |
13.106.549 |
466.393 |
5.073.293 |
2.023.052 |
38.810.271 |
1874 |
16.564.206 |
15.859.200 |
298.752 |
36.468 |
2.072.987 |
34.831.613 |
1875 |
18.523.876 |
11.337.236 |
299.333 |
17.934 |
4.305.576 |
34.483.955 |
1876 |
21.940.167 |
10.001.551 |
323.540 |
84.391 |
4.015.352 |
36.365.001 |
1877 |
16.759.070 |
9.139.672 |
273.225 |
56.969 |
2.472.538 |
28.701.474 |
1878 |
17.525.866 |
8.673.561 |
229.463 |
65.393 |
4.145.410 |
30.639.693 |
1879 |
26.248.731 |
12.781.894 |
93.173 |
34.070 |
2.912.065 |
42.069.433 |
1880 |
37.812.150 |
11.663.015 |
94.101 |
109.093 |
1.217.142 |
50.895.501 |
Fuente: Resumen de la Hacienda Pública de Chile, desde la independencia hasta 1900 (1901). Santiago de Chile: Dirección General de Contabilidad, capítulo 5, pp. 5-6. Ver texto en línea en http://www.bibliotecanacionaldigital.gob.cl/visor/BND:618274
Fuente: Resumen de la Hacienda Pública de Chile, desde la independencia hasta 1900 (1901). Dirección General de Contabilidad: Santiago de Chile.
No debe olvidarse que desde mediados de siglo, la economía chilena había logrado un formidable aumento de una canasta diversificada de exportaciones y que esta tendencia mantuvo cierta vigencia, como lo demuestra, por ejemplo, el hecho de que hasta fines de los años de 1870 Chile seguía siendo el mayor productor y exportador de cobre en el mundo. En 1878 todavía producía el 43,6% del total a nivel mundial de este mineral, aunque su hegemonía en este campo pronto decaería: para 1880 ya había se había reducido al 31% de la producción mundial, y a 9,7% en 1890.16 El estudio de Vayssière sobre la minería chilena del siglo XIX demuestra que si bien los precios internacionales del cobre fluctuaron frecuente y violentamente desde 1840, ello no impidió que la producción de cobre chileno aumentara constantemente. En los últimos años de la fase expansiva de este sector, y más específicamente entre 1870 y 1876, el aumento de la producción local alcanzó un apogeo sin precedentes llegando a superar los 40 millones de pesos anuales en valores de las exportaciones de cobre. Esa participación chilena en los mercados internacionales permitió que algunos de los más prominentes comerciantes/banqueros chilenos y, sobre todo, Agustín Edwards, intentaran formar un monopolio internacional de la compra/venta de cobre de tipo coyuntural, uno de los primeros del siglo XIX ensayados en ese rubro. Se calcula que Edwards pudo obtener fabulosas ganancias del orden de 600,000 libras esterlinas en el año de 1872 con base a tal tipo de especulaciones.17
Después de 1876, en cambio, el auge cuprífero chileno entró en una fase recesiva. De acuerdo con Vayssière, ello se debió no solamente a la leve caída de los precios internacionales producida por la crisis sino además a la dificultad que tuvo la industria minera chilena en competir con nuevos productores como Estados Unidos y España. El tamaño relativamente pequeño de las empresas chilenas influyó en este declive en la competitividad de su propia producción cuprífera, debido en buena medida a las ventajas tecnológicas de la nueva industria rival del cobre desarrollada en los dos nuevos países competidores. Por otra parte, conviene señalar que si bien los precios internacionales se estancaron en 1873 y algunos años subsiguientes, la demanda por el cobre tendió a aumentar velozmente en los países industriales a raíz de la expansión de las nuevas industrias eléctricas y químicas. Tal situación ofrecía interesantes perspectivas para aquellos empresarios que estuvieron en condiciones de poner en explotación minas y refinerías nuevas de cobre que estuviesen más cerca de sus mercados que el metal chileno. En los Estados Unidos, grupos capitalistas como la familia de los Guggenheim se lanzaron a la explotación de yacimientos en el norte-centro y en el oeste del país para abastecer las industrias en el este pero, al mismo tiempo, y a partir de 1880, se dedicaron a promover la minería de cobre en México. En el caso de Inglaterra, el otro gran consumidor de este metal, poderosos comerciantes/banqueros y mineros encontraron en los depósitos cupríferos españoles una fuente inestimable de materia prima; desde 1870, la compañía Río Tinto (que fue comprada a accionistas españoles por un grupo de capitalistas británicos liderados por la rama inglesa de la banca Rothschild) pronto se convirtió en la mayor productora de cobre de Europa y la principal abastecedora de la industria británica. Los gastos de transporte con España eran mucho más favorables que los que había con Chile, lo que colocó a la minería del país sudamericano en una clara posición de inferioridad. En resumidas cuentas, los factores que favorecieron a esta nueva competición internacional resultaron tan decisivos en la declinación de la minería de exportación de Chile como algunos problemas internos que padecía el sector.
De todas maneras, si fijamos la atención en los valores totales de las exportaciones de cobre chileno durante la década de 1870, puede observarse que si bien se produjo una caída (de 165 millones de pesos para el quinquenio de 1870-1874 a 152 millones en 1875-1879) ésta no fue catastrófica. Por otra parte, el porcentaje de ingresos que derivaba el gobierno chileno del cobre tampoco se modificó notablemente, fluctuando entre 5 y 6% de los ingresos totales del Estado desde 1870 hasta 1880.18 El descenso de las exportaciones de este sector, por consiguiente, no fue tan grave como se podría suponer a nivel de la balanza comercial, ni de la balanza de pagos, ni con respecto a las finanzas gubernamentales. En cambio, sí fue mayor en lo que se refería a su impacto sobre un amplio número de pequeñas empresas fuertemente endeudadas que no pudieron sobrevivir a las fluctuaciones de precios y a la creciente escasez de crédito doméstico. Tal situación afectó, a su vez, a buen número de fundiciones y refinerías de cobre como se confirmó en la cotización a la baja de los valores de las empresas cupríferas en la Bolsa de Valparaíso.19
La crisis internacional afectó más agudamente a la minería de plata que a la de cobre. Mientras que el valor total de las exportaciones cupríferas chilenas aumentaba entre 1874 y 1876 (aun cuando los precios por unidad bajaban) en el caso de la plata no sólo bajaron los precios sino también las exportaciones (en valor y peso) de forma sustancial.20 La revista financiera londinense The Bankers Magazine señalaba que el precio de la plata ya había comenzado a declinar en 1867, desvalorizándose en 12% hasta 1872, y otra baja de 8% para julio de 1876, cuando tocó fondo en el mercado londinense.21 Se atribuía esta caída a diversos factores, entre ellos el descubrimiento de minas de plata altamente productivas en el oeste de los Estados Unidos, así como al abandono de la plata como circulante por varias naciones europeas, entre ellas Alemania, Holanda, los países escandinavos e, inclusive, los países miembros de la Unión Latina (Francia, Bélgica, Suiza, Italia y Grecia) quienes decidieron reducir sus compras de plata. Como en el sector de cobre, la crisis de la minería de la plata causó la quiebra de numerosas empresas chilenas, el cierre de fundiciones locales, la caída de los ingresos de los ferrocarriles vinculados al transporte de mineral y la huida de obreros desempleados del norte minero de Chile.
En comparación con la evolución despareja de la economía minera chilena, fue mucho más grave la depresión agrícola a partir de 1874. Sequías seguidas por violentas inundaciones causaron una progresiva caída de la producción de casi todos los productos agrícolas chilenos (trigo blanco, trigo amarillo, cebada, maíz, papas) entre 1874 y 1878, sólo recuperándose en 1879. Las exportaciones agrícolas chilenas (que todavía eran virtualmente iguales en valor a las mineras en 1874) cayeron en cerca de 50% entre 1874 y 1878.22 Ello se debió en parte a la crisis agraria local pero también a la creciente competencia del trigo norteamericano. Los chilenos perdieron parte de los mercados que habían ganado en Australia, California y Perú, siendo desalojados por el trigo más barato norteamericano. Después de 1880, los hacendados chilenos recuperaron una parte de sus mercados externos, pero con mucha dificultad. Al mismo tiempo, debe tenerse en cuenta que la depresión en el sector agrícola causó un alza de los precios de la alimentación en las principales ciudades chilenas, afectando sobre todo a las clases trabajadoras. La escasez provocó especulación y descontento generalizado. Eventualmente, el gobierno se vio obligado a importar cargamentos de alimentos para paliar la situación, pero ello a su vez empeoraba la balanza de pagos.
Pese a los desequilibrios externos e internos, las autoridades gubernamentales chilenas adoptaron algunas políticas para limitar los impactos negativos en las cuentas públicas. La crisis espoleó un fuerte déficit fiscal por la caída de las importaciones y, por ende, de los ingresos aduaneros. Entre 1874 y 1877, de acuerdo con el investigador Ignacio Briones, la caída de las importaciones significó una baja de 27% en los impuestos aduaneros, lo cual obligó a un aumento del endeudamiento del gobierno, inflando los gastos por el servicio de los bonos domésticos y externos. Al mismo tiempo, para contrarrestar estas tendencias, se puso en marcha un programa de austeridad en los gastos y se ratificaron algunas reformas fiscales novedosas que incluían impuestos sobre herencias y sobre rentas, que no eran comunes en el resto de Latinoamérica. Ello no impidió la aparición de los déficits públicos, pero la seriedad en la estrategia fiscal contribuyó a que se mantuviera una tasa de cambio bastante estable e, inclusive, facilitó la contratación de algunos préstamos extranjeros en un momento cuando los mercados internacionales se estaban cerrando.23
A pesar de los ajustes en las finanzas públicas, la economía chilena entró en una profunda recesión en los años de 1876-1878 a raíz de una serie de calamidades adicionales, entre ellos graves problemas que desembocaron en las quiebras de numerosas empresas locales. Aproximadamente 25 compañías que cotizaban en la Bolsa de Valparaíso quebraron entre 1876 y 1878; entre ellas sufrieron particularmente las empresas mineras, pero pronto se manifestó la crisis en el sector financiero. En octubre de 1877 se hundió el Banco Thomas. En enero de 1878 cerró sus puertas el Banco del Pobre y pronto comenzaron a vislumbrarse serias dificultades en el Banco de la Unión, el Banco Agrícola, el Banco Consolidado de Chile e, inclusive, el Banco Nacional de Chile (banco cuasi oficial). No obstante la creciente desconfianza de los clientes en el sistema bancario, el investigador Ignacio Briones ha argumentado que en última instancia el pánico bancario de 1878 realmente fue avivado como resultado de un gran préstamo que el gobierno solicitó a los bancos a principios del año. Las autoridades del Ministerio de Hacienda estaban preocupadas por el incremento del déficit fiscal que necesitaban cubrir con más deuda: habían intentado conseguir un nuevo préstamo en Londres pero fracasaron y, por ende, dirigieron sus miradas a los principales bancos de Santiago para gestionar un apoyo financiero a través de un fuerte crédito doméstico. El contrato fue firmado a fines de marzo de 1878 entre el gobierno y once bancos chilenos por una suma de 2.525.000 pesos, divididos entre los participantes, pero con predominio del Banco Nacional, que había de prestar casi la mitad de dicha suma. Las negociaciones fueron encabezadas por el ministro de Hacienda, Augusto Matte, que era nada menos que socio del Banco Matte y, además, accionista del Banco Nacional. Como compensación, los bancos fueron autorizados a emitir una cantidad adicional de billetes que estarían respaldados por el Estado, los cuales podían ponerse en circulación para sus negocios de préstamos a particulares. El Banco Nacional contaba con la posibilidad de emitir 45% del total de nuevos billetes de esta “emisión privilegiada”.24
En principio, los bancos recibieron autorización para aumentar su circulación por 12 millones de pesos, aun cuando sus reservas en oro y plata ya eran francamente escasas. El negocio era atractivo pero el riesgo enorme, como lo demostró el hecho de que en junio se produjeran grandes corridas de los clientes del Banco Nacional, que acudieron a retirar sus depósitos exigiendo en muchos casos el pago en oro. La entidad era considerada ya como riesgosa, como lo ilustró la caída sistemática en la cotización de sus acciones desde mediados de 1877 en adelante: sus títulos perdieron el 60% de su valor en apenas un año y medio, mientras que los demás bancos sufrieron pérdidas de no más del 30%.25 Evidentemente, se temía que las cuentas del Banco Nacional estuvieran contaminadas por ser la entidad que manejaba la mayor parte de las cuentas públicas que se encontraban en situación fuertemente deficitaria. El préstamo al gobierno reforzó esta percepción ya que las condiciones del contrato inducían a pensar que era altamente improbable que el Banco Nacional pudiera cubrir sus adeudos en metálico y que pronto habría peligro de una suspensión de pagos o, inclusive, una devaluación.
Cuando en julio de 1878 el presidente de Chile, Aníbal Pinto, fue informado por Melchor Concha y Toro, diputado conservador, que al Banco Nacional sólo le quedaban 400.000 escudos en metálico como reserva, no vio otra alternativa que declarar la inconvertibilidad de la moneda nacional, lo que produjo una efectiva moratoria de pagos internacionales. A su vez Pinto presionó para que el Congreso aprobase una declaración de inconvertibilidad de los billetes bancarios. En efecto, el 23 de julio, en una sesión secreta de la legislatura, se aprobó la medida del curso forzoso de dichos instrumentos monetarios.
Si bien la legislación permitió la emisión privada de billetes durante otros veinte años, se considera a este episodio como el hundimiento definitivo de la banca libre en Chile. Ello puede atribuirse al hecho de que a partir de 1878 el gobierno declaró la inconvertibilidad de los billetes bancarios y, al mismo tiempo, empezó a intervenir directamente en el mercado, emitiendo billetes de tesorería que competían con aquellos de los bancos privados. En última instancia, se trataba del fin de la época de la banca libre en Chile, crisis causada por una secuencia de factores que se fueron entrelazando, los cuales incluyeron la recesión económica que se ahondó en 1876, combinada con los problemas creados por la legislación bimetálica y por los nexos del sistema bancario con el gobierno, en particular su intervención en el mercado bancario en 1878. A su vez, debe notarse que la inconvertibilidad produjo una moratoria temporal de pagos internacionales. Las noticias sobre aquella decisión gubernamental causaron una inmediata baja en la cotización de los bonos públicos chilenos en la Bolsa de Londres, aunque es menester señalar que su caída fue mucho menos pronunciada que la que ya se había producido en los precios de los bonos de otros países latinoamericanos, como Perú, Uruguay, Paraguay o Costa Rica.26 De hecho, relativamente pronto el gobierno chileno pudo reanudar el servicio de la deuda externa con puntualidad y recuperó la confianza de los mercados.
Para concluir, el estallido de la crisis mundial de 1873 influyó de forma directa y negativa sobre los precios de varios de los productos importantes que exportaba Chile, pero el valor total de las exportaciones no disminuyó sustancialmente hasta después de 1876. La crisis externa, sin embargo, quizá no hubiera llegado a transformarse en depresión (1876-1878) si no hubiera sido por una serie de problemas internos, entre ellas las crisis agrarias, las quiebras de numerosas empresas locales y el pánico bancario de 1878. Esta coincidencia de factores externos e internos empujó a las élites gubernamentales a buscar nuevas salidas a la recesión, entre las cuales la más atractiva resultó ser la invasión de tierras costeras de Perú para apropiarse de abundantes recursos salitreros, lo cual desató la famosa Guerra del Pacífico (1879-1883). A raíz de su victoria en dicha guerra, el gobierno chileno impulsó las inversiones privadas en el sector salitrero, sector que pronto se convirtió en principal fuente de ingresos públicos a través de impuestos sobre las exportaciones, mientras que las aduanas perdieron peso relativo, al tiempo que las contribuciones directas, que habían sido ratificadas por la legislatura nacional durante la crisis, se estancaron. De hecho, desde 1880 hasta 1930, el salitre seguiría siendo el producto líder de las exportaciones chilenas y el rubro preeminente de los ingresos fiscales, tendencias que sólo cambiaron a raíz de una nueva crisis internacional que estalló medio siglo más tarde en 1929.
De manera algo distinta a la experiencia de Chile, en Argentina la crisis internacional de 1873 se hizo sentir casi inmediatamente por una baja pronunciada en las importaciones (ver gráfica del Apéndice 2 de este trabajo). Esta tendencia probablemente pueda vincularse a la abrupta caída en los flujos de capitales externos a la Argentina en esa coyuntura. La reducción en las importaciones provocó muchos problemas para una serie de casas comerciales importadoras de Buenos Aires, y posiblemente haya tenido un efecto depresivo sobre importantes obras en marcha, especialmente ferrocarriles, por el descenso de importaciones de bienes de capital, pero se trata de un tema que todavía no se ha estudiado en detalle. En cambio, el desplome de las importaciones tendió a ejercer el efecto positivo de reducir el desequilibrio en la cuenta corriente y, por ende, en la balanza de pagos. Por otra parte, las exportaciones argentinas no sufrieron demasiado en esta época del “boom lanero” rioplatense, que siguió con fuerza a lo largo de los años setenta, aunque sí hubo una baja en exportaciones de cueros. De acuerdo con los cuidadosos estudios de Hilda Sabato, no se dio una baja sustancial de los precios internacionales de la lana exportada, ni en Buenos Aires, Amberes, Le Havre ni en Londres, sino más bien fluctuaciones bastante dispares.27 En todo caso, la recesión en Argentina no habría de durar más allá de fines de 1877. Posteriormente, la situación comenzó a mejorar hasta tal punto que en 1880 su economía ya se situaba entre las más prósperas de América Latina.
En un libro clásico, José Carlos Chiaramonte argumentó que en el caso argentino, la preocupación por la crisis llevó a los grandes terratenientes, exportadores de lanas y cueros a presionar por una baja en los impuestos sobre exportaciones y, al contrario, a promover un aumento sobre las importaciones, conduciendo a la adopción de políticas proteccionistas o inclusive industrialistas avant la lettre, cuando aún era incipiente el establecimiento de fábricas textiles en Argentina. Más específicamente, la crisis impulsó a los dueños de la tierra (al menos de una minoría progresista) a apoyar la nuevas políticas proteccionistas adoptadas, especialmente la Ley de Aduanas de 1876.28 Si bien la hipótesis de Chiaramonte sigue vigente, también es cierto que nos remite a una serie de interrogantes adicionales que deben estudiarse más a fondo. En particular es importante contrastar las series estadísticas que este historiador presenta (véase Cuadro 2), con las series de exportaciones de Roberto Cortés Conde, Tulio Halperin Donghi y Haydée Gorostegui, que vio la luz en 1965 pero que se difundió poco porque hasta hace algunos años existían apenas tres o cuatro ejemplares mimeografiados, aunque hoy se encuentra digitalizado.29
Aunque es evidente que en el caso de determinadas mercancías, la crisis internacional causó una baja de los precios de algunas de las principales exportaciones de Argentina, también es cierto que si analizamos el volumen en toneladas de los productos exportados se descubre que no hubo una tendencia a la baja, sino más bien un aumento. Los únicos productos cuyo monto total en volumen físico tendieron a disminuir en los años de la década de 1870 fueron el sebo y los cueros vacunos, pero las lanas, el tasajo y los cueros ovinos crecieron. Es más, el promedio del valor total (y no solamente el peso bruto) de las exportaciones pecuarias se incrementó entre 1873 y 1879 en relación con el promedio de los años de 1864-1872. En resumidas cuentas, si bien la rentabilidad promedio del hacendado bonaerense probablemente disminuyó en alguna medida a partir de la crisis, ello no implicaba que la ganadería dejara ser un sector económico que seguía expandiéndose, aun cuando sufría algunos altibajos.
Lana |
Cueros |
Sebo |
Tasajo |
|
1865 |
12.246 |
7.218 |
2.269 |
1.217 |
1866 |
12.275 |
7.074 |
2.200 |
974 |
1867 |
14.574 |
9.197 |
4.130 |
1.039 |
1868 |
12.241 |
9.331 |
5.311 |
945 |
1869 |
10.708 |
13.786 |
7.610 |
1.264 |
1870 |
6.864 |
10.293 |
6.673 |
1.255 |
1871 |
7.471 |
8.957 |
4.527 |
1.060 |
1872 |
16.352 |
15.245 |
7.385 |
2.111 |
1873 |
19.605 |
14.239 |
5.487 |
1.383 |
1874 |
17.967 |
16.500 |
2.071 |
1.009 |
1875 |
19.960 |
17.360 |
4.677 |
1.363 |
1876 |
19.680 |
13.106 |
5.641 |
2.016 |
1877 |
18.112 |
11.637 |
4.134 |
2.712 |
1878 |
14.754 |
10.701 |
3.179 |
2.364 |
1879 |
21.674 |
12.408 |
2.034 |
2.812 |
1880 |
26.754 |
16.639 |
1.759 |
2.978 |
Fuente: Chiaramonte (1971: 52-53).
Fuente: Chiaramonte (1971: 52-53).
Los valores están en pesos fuertes.
Por otra parte, si fijamos nuestra atención en los sectores propiamente agrícolas en la Argentina, podremos observar que la producción de maíz, trigo, papas, lino, azúcar y vino aumentó de forma sostenida (si bien lentamente) desde 1875 hasta 1880.30 Tales productos eran destinados fundamentalmente al mercado interno, aunque un pequeño excedente de granos comenzó a exportarse a partir de 1876. En contraste con Chile, que sí sufrió una serie de crisis agrarias entre los años de 1873-1880, en Argentina no ocurrió lo mismo. La incorporación de nuevas y fértiles tierras a la producción avanzó rápidamente, especialmente en la provincia de Santa Fe, donde el establecimiento de decenas de colonias agrícolas atrajo considerable cantidad de inmigrantes europeos durante todo el periodo. Por otra parte, la demanda interna por todos los productos agrícolas mencionados creció rápidamente; en la práctica, se podría argumentar que el incremento de la producción agrícola doméstica ejerció un rol importante en reequilibrar la balanza comercial en tanto que permitió una sustitución de importaciones de productos alimenticios que antes se traían en cantidades sustanciales de Europa y ahora eran producidos mayormente a nivel local.
El panorama dibujado, por breve que sea, sugiere que para intentar explicar la naturaleza de la crisis económica en Argentina es necesario dedicar menos atención a las exportaciones y mayor atención a la esfera fiscal y financiera para explicar su trayectoria. De hecho, ese aspecto de la crisis provocó un intenso debate acerca de sus causas y posibles remedios dentro de la clase dirigente argentina contemporánea. Autores tan diversos y destacados como Francisco Balbín, Octavio Garrigós, José Terry y Juan Bautista Alberdi dedicaron largas páginas a discutir la problemática económica nacional, proponiendo varias hipótesis sobre el origen de la crisis argentina, centrando la atención en los años de 1873 a 1875.31 Todos estos escritores subrayaron la multiplicidad de inconvenientes que se enfrentaba en la época, aunque tendían a sugerir que los problemas más graves eran financieros y monetarios. En este sentido, nos parece que a futuro valdría la pena una discusión comparativa entre los planteamientos de estos tempranos expositores de la economía política, que comunicaron sus inquietudes y sus hipótesis en los más tempranos cursos universitarios de la época, tal como han demostrado Jimena Caravaca y Mariano Plotkin.32
El aspecto más desequilibrante de la economía argentina fue la evolución de las finanzas públicas, que generó una creciente incertidumbre en los mercados de cambios por la dificultad en cubrir el servicio de deudas del gobierno. A su vez, propició ansiedad entre los directivos de los principales bancos en Buenos Aires a raíz de las presiones ejercidos por los ministros de Hacienda, que exigían cada vez más préstamos a corto plazo para suplir la creciente escasez de préstamos externos. La revisión de las cuentas de inversión del gobierno durante los años de 1873 a 1875 ofrece pistas fundamentales que explican el creciente desequilibrio de las finanzas públicas. Los factores que influyeron en un aumento desmedido de los egresos fueron varios y coincidentes. Para comenzar, hay que tener en cuenta lo abultado de los gastos militares, que absorbieron grandes partidas del presupuesto federal. Los gastos militares para reprimir la rebelión del caudillo Ricardo López Jordán en Entre Ríos, que duró la mayor parte de 1873, implicaron erogaciones de 4.9 millones de pesos que debió cubrir la administración saliente del presidente Sarmiento. Medio año más tarde, al ser electo el nuevo presidente, Nicolás Avellaneda, el flamante gobierno tuvo que enfrentar la rebelión mitrista de 1874/1875, la cual implicó enfrentamientos militares en gran parte del país, y costó más de 5.8 millones de pesos para aplacarla de manera definitiva. Entretanto, entre 1873 y 1875, los salarios del ejército regular absorbieron más de 10 millones de pesos, los de la marina 1 millón y la compra de buques blindados y armamento otros 3.5 millones de pesos fuertes.33
En segundo lugar, hay que considerar el cuantioso incremento de los gastos del servicio de las deudas públicas que absorbieron 21 millones de pesos entre 1873 y 1875. En una situación en la que los ingresos ordinarios bajaban, era inevitable que el incremento del servicio de las deudas produciría un fuerte aumento del déficit público, y de allí que comenzaron a incrementarse las presiones del Ministerio de Hacienda sobre los bancos para obtener apoyos financieros que permitieran evitar la bancarrota del fisco. El verdadero impacto de estas políticas no se hizo sentir hasta el momento en que las reservas de los bancos argentinos descendieron de forma alarmante, debido a la retirada de depósitos y a la creciente demanda de los clientes por oro a cambio de los billetes bancarios en circulación.
La situación se tornó desequilibrante porque el sistema bancario argentino había crecido muy rápidamente en los años de prosperidad que precedieron a la crisis. Entre los bancos estatales podemos citar el espectacular desarrollo del Banco de la Provincia (establecido en 1854), el Banco Nacional (1872) y el Banco Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires (1872). Entre los privados se deben mencionar el Banco de Londres y Río de la Plata (1863), el Banco Argentino (1867), el Banco Mercantil (1872), el Banco de Italia y Río de la Plata (1872), el Banco Belga/Alemán (1872) y el Banco Carabassa. Al ver reducidas sus reservas progresivamente entre 1874 y 1876, los directivos bancarios no tuvieron otra alternativa que comenzar a subir las tasas de interés y a limitar sus créditos. El efecto de estas medidas fue fulminante. Los valores de los bienes raíces se derrumbaron mientras que el comercio vio sus negocios reducirse rápidamente. Los que más sufrieron eran claramente los acreedores de los bancos que habían hipotecado sus propiedades, los comerciantes que dependían del crédito bancario y los mismos banqueros.
La crisis en el sistema bancario, sin embargo, no se dio abruptamente sino por etapas. Los primeros síntomas visibles se registraron en 1874 cuando tanto el Banco Argentino como el Belga/Alemán se vieron obligados a pedir moratorias. De acuerdo con Chiaramonte, “la restricción del crédito alcanzó a comienzos de 1875 su punto culminante” y el pánico se desató en los mercados monetarios y comerciales del país. Ello coincidía con una baja temporal de los precios internacionales de las exportaciones argentinas. En 1876, dos bancos estatales, el Banco Nacional y el Banco de Provincia de Santa Fe, se encontraron al borde de la quiebra y sólo pudieron ser salvados gracias a una serie de operaciones poco ortodoxas realizadas con el apoyo del gobierno.
Durante largo tiempo el gobierno nacional se había acostumbrado a solicitar adelantos cuantiosos al Banco de la Provincia de Buenos Aires, si bien podían considerarse un negocio altamente rentable. Pero en 1874 el gobierno se vio obligado a retirar gran parte de los fondos depositados en el banco provincial por cuenta del Empréstito de Obras Públicas para solventar los gastos militares causados por la rebelión del partido mitrista que amenazaba la supervivencia del gobierno de Avellaneda. Una prolija investigación de Mariano Szafowal puntualiza:
“Para cumplir con sus obligaciones el Gobierno Nacional comenzó a retirar sus depósitos del Banco de la Provincia, el cual empezó a restringir el volumen de sus créditos. Los demás bancos particulares debieron seguir el mismo curso de acción: las operaciones sobre los bienes raíces se suspendieron, subió el interés en plaza, hubo escasez de circulante y se produjo drenaje de metálico en la Oficina de Cambio y en la Tesorería del Banco de la Provincia.”34
Para julio de 1874 ya no quedaban más que 300 mil pesos derivados del Empréstito externo de obras públicas –emitido en 1871 en Londres– en las arcas del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Entretanto, el Gobierno nacional también retiró del mismo banco los 2,5 millones de pesos que allí había depositado y que correspondían al capital realizado del Banco Nacional, fundado a fines de noviembre de 1872. Ello representaba un golpe directo para el Banco de la Provincia que, además, fue afectado por el traslado de depósitos fiscales y judiciales a su nuevo rival. Estas medidas habrían de generar una creciente tensión entre las dos entidades, que inevitablemente se reflejó en las vicisitudes de la política.
En el caso del Banco Nacional, que había logrado superar casi milagrosamente la reducción de sus reservas y una fuga de depósitos a fines de 1874, nuevas amenazas aparecieron desde junio de 1875 cuando el presidente de la entidad comunicó al directorio que pese a haber logrado utilidades de casi medio millón de pesos en el año anterior, también había sufrido pérdidas por una cantidad equivalente a raíz de una cantidad de letras protestadas, fenómeno que se vinculaba con el aumento de quiebras mercantiles. Por parte, la situación también se tornó crítica para el Banco de la Provincia, en tanto sus clientes continuaban exigiendo la entrega de metálico por los billetes del Banco Nacional en su poder, pasando de entregar 100.000 pesos a diario (a cambio de oro) y llegando hasta 400.000 pesos por día a mediados de 1875. La caída de reservas de ambas entidades se vio reflejada en el contagio financiero que ya envolvía todo el sector bancario y se confirmó en la suba de las tasas de interés en el mercado, las cuales treparon de 12% hasta alcanzar 24% anual en junio. Para retener clientes y recuperar reservas, el presidente del Banco Nacional afirmó que solamente les podía salvar el alza del interés y agregó: “Por este medio, si caemos caeremos combatiendo: de otro medio quedará la duda sobre si hemos empleado los medios más eficaces”.35
De nuevo, como el ave fénix, a fines de 1875, el Banco Nacional pudo sobrevivir, gracias en parte al desempeño favorable de las sucursales en las provincias que no sufrían demasiado por la crisis financiera en la capital. Sin embargo, en la primavera de 1876, las circunstancias se volvieron realmente apremiantes. El Ministerio de Hacienda indicó que ya no podía cubrir fuertes vencimientos pendientes con la entidad bancaria, lo cual obligó al Banco Nacional a anunciar que se veía obligada a suspender el descuento de las letras de proveeduría del gobierno.
Al mismo tiempo, el Banco de la Provincia ya había agotado sus reservas en metálico, y por ello el gobierno de la Provincia de Buenos Aires decretó el 16 de mayo que se suspendía “temporalmente la convertibilidad, declarándose de curso legal (entiéndase curso forzoso) su emisión de billetes metálicos y moneda papel para el pago de obligaciones en metálico en el territorio de la provincia. En ese momento la Tesorería del Banco Provincial contaba con apenas 138 mil pesos fuertes, mientras que la Oficina de Cambio disponía de 159 mil pesos fuertes”.36 El curso forzoso representó un cambio dramático en la política monetaria, ya que durante nueve años –desde 1867– tanto el Banco Provincial como la Oficina de Cambios (que estaba en el mismo banco) habían garantizado la convertibilidad de la moneda papel por moneda en oro a un tipo garantizado de 25 pesos papel por un peso fuerte. Pero esto ya se acababa y comenzaba la flotación libre de los billetes, desatando un aumento en la volatilidad monetaria y financiera de la economía argentina.
Las noticias cada vez más preocupantes sobre la caída en las reservas bancarias en metálico se difundieron de inmediato, y el 18 de mayo de 1876 se produjo una tremenda corrida sobre el propio Banco Nacional, que todavía convertía sus billetes a la vieja tasa. El presidente, Juan Anchorena, autorizó pagos al contado y a la vista “a todo lo que era exigible con este carácter” y se pagaron 600.000 pesos fuertes (en oro). El funcionario agregó: “Hoy desde las nueve de la mañana la gente se ha agolpado sobre el Banco. Creo que la existencia metálica alcanza para seguir pagando hoy y tal vez mañana”. Sin embargo, la situación ya era apremiante, y se comunicó al gobierno que la reserva “ha quedado reducido a la suma de 238.000 pesos fuertes”.37 No obstante, el ministro de Hacienda no respondió a los reclamos del Banco Nacional para evitar su bancarrota. Así las cosas, Anchorena señalaba al directorio: “Habiéndonos abandonado el Gobierno, he tenido una conferencia con el Sr. Sarmiento, miembro influyente de la Cámara Nacional de Senadores”. Se le propuso considerar una suspensión parcial de la conversión de los billetes, “limitándolo a tres horas (de 10 a 13 horas de la mañana) en vez de trabajar hasta la noche como se estaba haciendo”.38 De todas maneras, la mengua en las reservas fue tan acelerada que finalmente el ejecutivo del gobierno nacional intervino y el 29 de mayo decretó que también se suspendía la conversión de los billetes en circulación del Banco Nacional.
Al tiempo que se declaraba la inconvertibilidad, el Gobierno nacional se enfrentó con un conjunto de problemas cada vez más graves por sus dificultades en cubrir sus propios déficits e inclusive para realizar el pago del servicio semestral de su deuda externa a través de sus banqueros en Londres, Baring Brothers y Murrieta y Cía. La situación económica se agravó por la austeridad impuesta por el gobierno. Como señaló Juan Carlos Garavaglia: La política draconiana del presidente Avellaneda para enfrentar el pago de la deuda con “la sangre y el sudor de los argentinos” (tal como se conocen popularmente las palabras de un discurso de 1876) terminó siendo uno de los resultados de esta crisis”.39 Con objeto de equilibrar las cuentas públicas, Avellaneda resolvió reducir todos los gastos públicos, pero también procedió a solicitar un gran empréstito de 10 millones de pesos al Banco de la Provincia, el cual –pese a la baja en sus reservas en metálico– seguía disfrutando de un enorme monto de depósitos en sus oficinas en la capital y en todos los pueblos grandes de la próspera provincia. Tal como asentó Francisco Balbín, director del Banco Hipotecario de la Provincia de Buenos Aires: “Toda la sociedad es deudora del Banco, casi no hay nombre que no figure en sus libros”. Y como argumenta Mariano Szafowal, “Es por ello que los retiros de depósitos, con una gran probabilidad, volvían al banco en la forma de pagos de créditos recibidos. En consecuencia, el volumen de fondos mantenidos por el banco era lo suficientemente alto como para que los requisitos de reservas pudieran ser bastante bajos, lo cual hacía posible una gran expansión del crédito.”40
El debate en el Congreso sobre la negociación del empréstito fue agitado pero finalmente se aprobó una ley que permitió al gobierno contratar un gran préstamos de 10 millones de pesos con el Banco de la Provincia y, al mismo tiempo, facilitó las remesas de dineros a la casa londinense de Murrieta para el pago del servicio semestral de la deuda externa, con lo cual se recuperaron las cotizaciones de los bonos, que habían estado en caída libre desde junio.
El gran perjudicado en todo este episodio resultó ser el Banco Nacional, que perdió la mayor parte de su clientela privada y, además, quedó debilitada su relación privilegiada con el Gobierno, en tanto éste ya no aceptaba sus billetes para el pago de impuestos. En efecto, el Banco Nacional ya no gozó del privilegio de emisión, excepto en forma muy limitada. Sus operaciones fueron restringidas durante varios años, más allá de que las actas del Directorio indican que ya hacia fines de 1879 se habían reiniciado cautelosamente algunas operaciones de descuento de letras de comerciantes a un máximo de noventa días “con plazos recortados, amortizaciones estrictas, garantías numerosas”.41 Pronto la entidad habría de comenzar a extender préstamos chicos a diversos gobiernos provinciales, para los cuales abrió cuentas. En abril de 1881 podía anunciar que volvía a emitir billetes convertibles a oro, y estaba en camino de convertirse –de nuevo– en un verdadero banco nacional, con lo que finalmente puede decirse que se cerraba la larga crisis iniciada a mediados de 1876.
En resumidas cuentas, cualquier explicación de las causas de la crisis argentina de 1873-1876 debe tener en cuenta la coincidencia de una serie de variables diferentes que operaban en distintos planos, entrecruzándose: el congelamiento de las inversiones extranjeras, la caída irregular de los precios de las mercancías exportadas, el déficit de la balanza de pagos, y las debilidades del sistema bancario local. Pero el factor decisivo en generar desconfianza fue el persistente y creciente desequilibrio de las finanzas públicas. Concretamente, el argumento que adelantamos es que fue el déficit del gobierno, cada vez más abultado entre 1873 y 1876, el factor que creó los mayores problemas, especialmente para el Banco de la Provincia y el Banco Nacional, que eran los pilares del sistema bancario pero también claves para el manejo de las finanzas públicas. El gobierno no podía resolver el déficit con fondos del extranjero porque ya no tenía posibilidad de acudir al mercado de capitales londinense debido a las secuelas de la gran crisis de 1873 que redujo las emisiones en esa plaza financiera clave. Pero también fue un factor crucial la creciente desconfianza de los inversores ingleses en la capacidad del gobierno argentino para cubrir el desequilibrio de sus cuentas públicas.
La coyuntura era doblemente difícil porque las autoridades del Ministerio de Hacienda tampoco tenían la opción de colocar fondos en los mercados domésticos de capitales, ya que la cotización de los fondos públicos estaba en caída libre desde hacía varios meses. Su principal alternativa consistió en obtener adelantos y créditos a plazo del Banco Nacional o del Banco de la Provincia de Buenos Aires. Logró sus objetivos parcialmente, pero a costa de provocar un creciente vaciamiento de las reservas metálicas de ambos bancos. La situación se había complicado porque el sistema de convertibilidad vigente hasta 1876 alentó a los clientes del banco a convertir sus pesos papel a oro, provocando corridas que debilitaron aún más las reservas de ambos bancos. Finalmente, la administración de Avellaneda pudo comenzar a equilibrar las cuentas públicas. Al autorizar el giro de fondos por el Banco de la Provincia de Buenos Aires a la casa Murrieta en Londres, en agosto de 1876 para cubrir el servicio semestral de una parte de la deuda externa se calmaron los ánimos en la City y la cotización de los bonos argentinos volvió a ascender rápidamente.
En el caso de Perú, el impacto de la crisis financiera y mercantil internacional que se gestó a partir de mediados de 1873 no se manifestó de manera clara hasta después de tres años. Aunque la economía peruana se vio afectada por las fluctuaciones de precios de algunas materias primas en los mercados internacionales, su impacto fue desigual. Ello se debía a la considerable variedad de las exportaciones peruanas, cuyas trayectorias fueron dispares y nada coincidentes. Al revisar las cifras en el Cuadro 3 y Gráfica 4 de este ensayo, se observa que el valor de las exportaciones del guano peruano se mantuvo algo estancado desde 1873 hasta 1877, con un promedio anual de algo más de dos millones de libras esterlinas. En cambio, la producción y exportación de nitratos tendió a crecer rápidamente y, por consiguiente, el valor total de las exportaciones mineras del país no disminuyó sino que tendió a aumentar a lo largo de los años entre 1873 y 1877.42 Por otra parte, en la esfera agrícola, y a pesar de las crisis en las plantaciones algodoneras, se produjo un boom en el sector azucarero peruano que arrancó en 1869 y duró hasta 1878, debido en buena medida a los efectos de la Guerra de los diez años en Cuba, que empujó los precios mundiales del azúcar a la alza. En suma, varios de los sectores exportadores de la economía de Perú sobrellevaron la crisis de 1873 sin demasiadas dificultades, lo que sugiere que no hay que sobredimensionar las interpretaciones tradicionales sobre un impacto homogéneo y extensivo en el terreno productivo y comercial.
De todas maneras, hay que tener cuidado con las estimaciones de las exportaciones, no sólo por algunas fallas en las estadísticas que publicaba el gobierno peruano, sino también por la dificultad en dar un seguimiento preciso a todos los contratos del guano que manejaban distintos consorcios de comerciantes, ya que vendían en mercados muy diversos. Para Shane Hunt, en un estudio clásico de tipo cuantitativo, el pico de exportaciones de guano se alcanzó en 1870 (700.000 mil toneladas), para caer abruptamente en los tres años siguientes hasta llegar a un mínimo de 300.000 toneladas en 1874, aunque luego subiría a un promedio de 500.000 mil entre 1875 y 1878.43 Por otra parte, en la medida en que los depósitos naturales del guano disminuían, tendió a observarse una caída en la calidad del fertilizante y, por ende, un descenso en sus precios en los diferentes mercados donde se colocaba, que incluían a Gran Bretaña, Francia, Bélgica, Holanda, Alemania y los Estados Unidos, además de una serie de países adicionales que eran compradores menores. En este punto, por otra parte, hay que recordar que el guano aportaba un promedio de 70% de los presupuestos públicos del Perú entre 1869 y 1875, una proporción realmente asombrosa. De allí que el historiador Carlos Contreras haya argumentado que el gobierno peruano se había convertido en un auténtico Estado rentista, que continuaba una tradición colonial de dar prioridad a los monopolios fiscales para obtener ingresos.44
El guano claramente ya era una verdadera mercancía global, pero desde principios de los años 1870 iba cediendo lugar al nitrato, producido por un conjunto de empresas mineras salitreras privadas, británicas, peruanas y chilenas que ya contaban con numerosas explotaciones en los extensos desiertos del sur de Perú, aprovechando la demanda por este gran fertilizante rival que estaba ganando una amplia demanda internacional. Los informes consulares británicos proporcionan detalles del aumento constante de las exportaciones peruanas de nitrato de soda desde 1866 hasta 1876, cuando alcanzaron 7 millones de toneladas. En 1877, en cambio, bajaron a 4.7 millones de toneladas, pero después de la conquista de las regiones de Tarapacá y Antofagasta por el Ejército chileno en 1880, las minas de salitres muy pronto recuperaron su dinamismo.45
Años |
Guano |
Salitre |
Cobre |
Lanas |
Algodón |
Azúcar |
1870 |
3.941.274 |
1.687.103 |
137.592 |
519.580 |
95.109 |
70.474 |
1871 |
2.272.615 |
1.918.767 |
121.544 |
464.307 |
194.577 |
131.091 |
1872 |
1.018.615 |
2.290.233 |
164.458 |
504.721 |
281.393 |
184.232 |
1873 |
2.418.349 |
3.679.044 |
159.960 |
502.477 |
274.245 |
447.827 |
1874 |
1.998.513 |
3.399.455 |
470.350 |
456.028 |
191.322 |
663.314 |
1875 |
1.631.255 |
5.113.404 |
49.889 |
511.964 |
175.949 |
1.273.151 |
1876 |
2.759.579 |
5.255.694 |
79.100 |
433.736 |
163.505 |
1.287.924 |
1877 |
2.235.581 |
2.622.880 |
263.017 |
459.097 |
156.255 |
1.559.385 |
1878 |
1.827.620 |
3.137.132 |
734.116 |
500.715 |
106.140 |
1.561.837 |
1879 |
1.331.220 |
2.018.464 |
275.679 |
468.501 |
189.287 |
1.939.054 |
1880 |
969.745 |
1.880.910 |
379.902 |
185.917 |
122.627 |
1.404.384 |
Fuente: Bonilla (1972: 35-38).
Fuente: Bonilla (1972: 35-38).
Cifras en libras esterlinas.
Si se desea identificar cuáles fueron las principales fallas en la economía peruana durante los años 1870, es claro que las exportaciones no fueron su punto más débil, ya que, en conjunto, no disminuyeron después del estallido la crisis financiera internacional de 1873 sino que, al contrario, aumentaron. El reto más crítico que enfrentó la economía y el Estado peruano a en esos años no se derivaba tanto del ámbito productivo/exportador como de fallas en el manejo del sistema financiero estatal, que estuvo atado a una serie de complejos contratos de comercialización del guano y del nitrato. Desde 1869, el presidente José Balta decidió actuar para limitar el control que ejercía un poderoso grupo de comerciantes limeños sobre los contratos de exportación del guano en tanto consideraba que estaban sofocando las finanzas públicas. Balta nombró como ministro de Hacienda al joven Nicolás Piérola, quien pactó un acuerdo con la casa de Auguste Dreyfus, un comerciante francés radicado en Lima que disfrutaba de una red extensa de contactos mercantiles y financieros en Europa. Con extraordinaria temeridad, tanto el ministro como el comerciante/banquero se lanzaron a una operación de enormes proporciones, que consistía en trasladar los contratos para la comercialización del guano a manos de un sindicato internacional de casas comerciales y financieras que era liderado por el propio Dreyfus.46 El contrato especificaba que el gobierno entregaría al sindicato un paquete de libranzas por la enorme cantidad de 2 millones de toneladas de guano, estableciendo que el fertilizante sería colocado en los mercados europeos al precio promedio de 12 libras esterlinas por tonelada. Dreyfus se comprometió a pagar un adelanto a la tesorería peruana de 2,4 millones de soles como anticipo a fines de 1869 y, luego, suministrar sumas de aproximadamente 700.000 soles mensualmente, además de cubrir el servicio de la deuda externa peruana, que estaba creciendo a gran velocidad y cuyo costo superaba la cifra de un millón de libras esterlinas por año.
El contrato con Dreyfus se suponía que daría sustento a la contratación de dos gigantescos empréstitos externos en 1870 y 1872, que se concretaron en París y Londres, con la condición de que los ingresos provenientes del guano se dedicarían en parte a asegurar el pago de los intereses y amortización de dichas deudas, aunque en la práctica la mayor parte del dinero se canalizó directamente a la construcción de unos ferrocarriles que resultaron costosísimos.47 La clase dirigente peruana contemporánea estaba convencida de que el ferrocarril era el símbolo e instrumento del progreso y que debería garantizar el crecimiento económico.48 Sin embargo, pronto se hizo manifiesto que este plan no era rentable, pues las economías de la sierra andina estaban escasamente mercantilizadas y no podían ofrecer el tráfico requerido por las empresas para prosperar. Además fueron extraordinariamente elevados los gastos de la construcción de las líneas ferroviarias que subían desde el nivel del mar hasta una altura de más de 4,000 metros cruzando los Andes; siendo los ferrocarriles más altos del mundo eran también los más difíciles de construir.
Para realizar esta espectacular tarea fue necesario importar casi todos los materiales, la madera, los rieles, las locomotoras y gran variedad de equipamiento, pero también grandes contingentes de mano de obra e inclusive alimentos. La mayor parte de tales obras fueron dirigidas por un audaz empresario norteamericano, Henry Meiggs, que demostró tener pocos escrúpulos en lo que se refería a gastar dinero para pagar suculentas comisiones a los diputados de la legislatura peruana con el objeto de que aprobaran los proyectos de ley de obras públicas.49 Meiggs ya había construido algunos ferrocarriles en Chile y logró convencer a los políticos peruanos de los grandes beneficios que habrían de recibir si emprendían proyectos semejantes. Para la construcción trajo entre 20,000 y 30,000 trabajadores chilenos y bolivianos al Perú –los famosos “rotos” chilenos y los “yanaconas” bolivianos– empleando a una minoría de obreros peruanos. A los trabajadores chilenos tuvo que alimentarlos no solamente con productos locales sino también con harina, carne y vino importado de Chile. Al mismo tiempo, la mayor parte de los insumos para la construcción de los ferrocarriles fueron importados. Por las costas americanas del Pacífico, desde Chile y de Norteamérica, llegaron cientos de barcos que trajeron la mayor parte de la madera utilizada en la construcción. Y de Europa –particularmente de Inglaterra– se importaron los rieles, los materiales para los innumerables puentes que se construyeron en las sierras y montañas andinas, los vagones, locomotoras y gran variedad de instrumentos de trabajo.
Esta empresa épica llevó a Perú a la bancarrota. En un país con una economía todavía bastante tradicional, la inversión de enormes montos de capital en un sector escasamente productivo representaba un drenaje de fondos y un esfuerzo excesivo. El gobierno hipotecó la producción guanera con este fin y luego comenzó a utilizar los recursos del nitrato para el mismo propósito. Al mismo tiempo comenzó a presionar a los bancos domésticos para adelantar créditos con los cuales cubrir sus gastos ordinarios, pero pronto los requerimientos del Estado drenaron gran parte de los recursos del sistema bancario. Por consiguiente, la emisión monetaria por los bancos se convirtió en vicio, con el resultado de que los clientes comenzaron a retirar sus depósitos y pronto menguaron la mayor parte de las reservas en metálico de las entidades bancarias. En 1875 se declaró la inconvertibilidad del billete bancario y por esas fechas se dejaron de pagar los vencimientos sobre la deuda externa.
Esta difícil coyuntura fue generada en parte por los acreedores europeos, en particular por los comercializadores del guano y, sobre todo, por la casa del financiero francés, Auguste Dreyfus, que amenazó con dejar de entregar al gobierno los pagos acordados sobre las exportaciones del fertilizante. Dreyfus actuaba en connivencia con un grupo de sus principales socios europeos, entre los que destacaba la gran casa bancaria de Société Générale de París, que temía un posible default del Perú y deseaba proteger a su amplia clientela que había comprado bonos peruanos.50 En noviembre 1873 Dreyfus anunció que debido al alto costo de mantener el servicio de los empréstitos externos peruanos, no podrían seguirse cubriendo estos costos. Después de complejas negociaciones, se logró firmar un nuevo contrato con el gobierno en marzo de 1874, lo que permitió seguir con los pagos, que fueron destinados a los tenedores europeos de bonos, con el resultado de que se redujeron las entregas de las ventas del guano a la tesorería en Lima.>51 Al congelar la entrega de estos fondos, los agentes europeos protegieron sus clientes pero llevaron al gobierno peruano al borde de la bancarrota. De hecho, una primera suspensión de pagos a mediados de 1875 fue seguida por la definitiva cesión de los vencimientos sobre la deuda externa. Se trataba de un gigantesco default, el mayor experimentado hasta entonces en la historia latinoamericana.
En medio de las tensas negociaciones con el sindicato guanero, el gobierno peruano se dedicó a buscar una opción alternativa para compensar la pérdida de los ingresos del fertilizante guanero y poder cubrir los gastos ordinarios de la administración estatal, además de los gastos extraordinarios derivados de los empréstitos externos. El presidente Manuel Pardo resolvió nacionalizar la industria del nitrato, lo que justificaba en función del gran aumento de la producción salitrera en el territorio peruano de Tarapacá, donde ya trabajaba un conjunto variopinto de empresas privadas británicas, peruanas y chilenas. En 1875 el plan de nacionalización del salitre fue aprobado por la legislatura peruana con la condición de que se concertara un préstamo de 7 millones de libras esterlinas para indemnizar a los viejos dueños de las minas de nitrato y para coadyuvar a resolver la crítica situación de las finanzas gubernamentales. Por otra parte, el gobierno autorizó a los cuatro mayores grandes bancos de Lima –Banco de Perú, Banco de la Providencia, Banco de Lima y Banco Nacional de Perú– todas empresas privadas para que se encargasen de todos los aspectos de administración del negocio, incluyendo la producción del fertilizante, el envío al extranjero, el nombramiento de agentes, el cobro de derechos y demás tareas referentes al estanco.
La caída de los valores peruanos en las bolsas europeas, sin embargo, impidió la negociación del gran préstamo doméstico previsto, dificultando la implementación de este proyecto. A pesar de ello, los nuevos contratos para comercializar el nitrato de soda se lograron llevar a cabo al menos parcialmente, y en poco tiempo los ingresos gubernamentales comenzaron a aumentar, aunque bastante lentamente. De todas maneras, seguía subsistiendo un problema fundamental que era el de la comercialización internacional del nitrato, ya que los bancos limeños no tenían ni las redes mercantiles ni las financieras necesarias para llevar a cabo este fin de manera realmente eficiente. Por consiguiente, las autoridades del gobierno peruano no tuvieron otra alternativa que aceptar un nuevo pacto con la casa financiera londinense de Antony Gibbs y Cía., que se transformó en el principal consignatario de carácter cuasi oficial. Nada extrañamente, los conflictos entre los bancos limeños, el gobierno peruano y la casa Gibbs fueron constantes y cada vez más profundos.52
En enero de 1878, el Banco de Lima no tuvo otra alternativa que salirse del consorcio y pronto entró en liquidación. Poco después, el gobierno peruano decidió acabar el contrato con los demás bancos para buscar una forma distinta de administrar el negocio salitrero. Las arcas gubernamentales estaban vacías y no se podían pagar ni los intereses sobre la deuda externa, ni buena parte de los gastos ordinarios. Se iniciaron discusiones con algunos bancos franceses para que se encargaran de la comercialización del nitrato, pero fracasaron. Se negoció de nuevo con la firma inglesa de Gibbs, pero ésta tampoco aceptó las condiciones del gobierno. Finalmente, se concedió el contrato a La Compañía Salitrera, una entidad creada por los bancos Providencia y Nacional de Lima. Con esta medida se terminaban las relaciones con Gibbs y Cía., aunque dicha firma luego logró recuperar su control de la comercialización del nitrato en 1879 a través de una serie de intermediarios. No fue muy sorprendente que, cuando estalló la guerra con Chile pocos meses después, la influyente empresa de Gibbs y sus aliados entre las empresas mineras británicas se unieran con los chilenos en contra del gobierno peruano, que tantos problemas les había creado.
De acuerdo con los historiadores Greenhill y Miller, la expropiación del nitrato constituyó una medida innovadora y audaz que tenía ciertas posibilidades de éxito a pesar de la dificultad en desalojar a las poderosas firmas extranjeras que controlaban buena parte de la comercialización de las exportaciones mineras del país. No obstante, sin el apoyo concertado de los bancos peruanos, el gobierno no hubiera podido sostener este negocio en circunstancias nada favorables. Si nos limitamos a revisar la situación bancaria, se observa que la situación de la economía, y especialmente de las finanzas peruanas, era ya desesperante. En 1876 cerró sus puertas el Banco Angloperuano. En enero de 1878 entró en liquidación el Banco de Lima. Poco después el otro poderoso Banco de Crédito Hipotecario tuvo que reducir su capital a la mitad y pronto suspendió sus operaciones. Lo mismo ocurrió con el Banco Territorial Hipotecario y el Banco Mercantil del Perú. Como señala Camprubi, “En realidad a mediados de 1880 se hallaban ya en liquidación la mayoría de los bancos emisores...”.53 Lo que había llegado a ser en el plazo de 25 años uno de los más complejos y avanzados sistemas bancarios de América Latina colapsó.
La economía peruana, ya en estado crítico en 1878 y 1879, fue golpeada decisivamente por la guerra con Chile (1879-1883), que desembocó en la pérdida de sus ricos recursos de nitrato en la región de Tarapacá cuando las fuerzas armadas chilenas se apropiaron de una gran franja del territorio del sur de Perú. Sin embargo, debemos cuidarnos de ver en este proceso la consecuencia lógica de la crisis internacional de 1873. De hecho, como ya se ha indicado, la crisis internacional no golpeó tan duramente a la economía peruana como se podría suponer, al menos en las esferas productiva y comercial. La yuxtaposición y superposición de diversos ciclos de los productos exportables –algunos en fase de declinación y otras en etapa de expansión– limitó su impacto. Los problemas en realidad eran otros y estaban vinculados fundamentalmente con una perjudicial política de obras públicas y de financiamiento estatal. Ello debilitó al Estado peruano de manera profunda y, por ende, a varios de los sectores económicos más dinámicos del país.
Por último, proponemos una serie de conclusiones tentativas que pueden esbozar una agenda de problemas a discutirse que requieren una futura investigación más detallada sobre el impacto de la crisis de los años de 1870 en los tres países latinoamericanos que se han seleccionado para comparar. En lo que se refiere a la periodización de la crisis, es evidente por lo expuesto anteriormente que los efectos de la crisis de 1873 fueron desiguales y bastante retardados en cada una de las economías nacionales estudiadas. En los tres casos, se observa que no hubo un desplome grave ni en valores ni en volúmenes de las exportaciones hasta los años de 1876/1877. En Chile la crisis no llegó a convertirse en depresión hasta los años de 1876-1878, pero ya desde 1880 experimentó un aumento súbito de exportaciones mineras al incrementar su control de las minas de salitre, al tiempo que se diluyó la recesión agrícola. En Argentina las exportaciones se mantuvieron elevadas durante la mayor parte del decenio, salvo los años 1877-1878, por lo que es dudoso hablar de una recesión productiva. Por su parte, en Perú, la canasta variada de exportaciones parecía indicar que la situación no fue muy grave al principio, pero para 1876 ya era evidente que existían graves distorsiones en las finanzas públicas que influían en consecuencias negativas para las trayectorias de los distintos sectores económicos.
En segundo lugar, en lo que se refiere a los impactos de la caída de los precios internacionales por sectoriales específicos, se observan tendencias desiguales. El país más afectado fue Chile debido al tipo de productos que exportaba (cobre, plata, trigo) mientras que en los casos de Argentina y Perú la evolución de los precios de sus exportaciones (lana, cueros, sebo, en el caso argentino; guano, nitrato, azúcar en el caso peruano) fue más irregular y causó menores problemas, aunque algunos de ellos fueron importantes.
Finalmente, en los tres casos podemos observar que los mayores problemas que enfrentaron los tres países estudiados derivaron del manejo de las finanzas públicas en tanto enfrentaron crecientes déficits en las cuentas públicas con secuelas que afectaron a los mercados financieros domésticos. Los tempranos sistemas bancarios fueron seriamente golpeados especialmente en las tres naciones en 1876-1878, pero en el caso de Argentina y Chile la mayoría de los bancos domésticos pudieron sobrevivir, pese a algunas quiebras. En el caso peruano, en cambio, el sistema bancario y financiero se desplomó entre 1878 y 1879 debido en buena medida al enorme endeudamiento externo e interno acumulado, que había sido consecuencia fundamentalmente de políticas de desarrollo excesivamente ambiciosas del gobierno. Este tardío colapso sería rematado en definitivo por la guerra con Chile en 1880, después de la cual Perú experimentó al menos un decenio de lento crecimiento.
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4 Bordo y Eichengreen (2002).
5 No hay duda de que anteriores crisis capitalistas, como por ejemplo las de 1857 y de 1866, impactaron a más de una de las economías latinoamericanas, sin embargo, lo hicieron menos extensivamente que la de 1873. Sobre los primeros pánicos bancarios en América Latina en 1857 y 1864 en Brasil y Cuba, ver Marichal (2022: capítulo 5).
6 Sobre la relación entre flujos de capitales y los sistemas monetarios en el caso argentino ver Cortés Conde (1989: 50-142); sobre la evolución de las deudas externas latinoamericanas en los años de 1870, ver Marichal (1988b).
7 La caída de precios de numerosas mercancías en desde 1873 hasta 1896 era uno de los supuestos más citados por teóricos como Kondratieff, “Los grandes ciclos”, pero posteriormente ha sido cuestionada por diversos investigadores, como el caso de Saul, S. B. (1972). The Myth of the Great Depression, 1873-1896. Londres: Macmillan.
8 Sobre el colapso bursátil y bancario en Viena en 1873 ver Weber (2016). Sobre las cien suspensiones de bancos durante el pánico bancario de 1873 en los Estados Unidos ver Wicker (2000: capítulo 2).
9 Entre los pocos estudios recientes sobre esta crisis ver Davies (2018).
10 Kindleberger (1990: 69-81). Ver también Kindleberger (1978: 132).
11 De acuerdo con Robert Giffen, editor del Economist, que era uno de los analistas financieros más respetados de la época, la causa básica de la crisis provino del debilitamiento de una de las ramas más poderosas de actividad económica a escala internacional, la construcción de los ferrocarriles. Los avances realizados en los años anteriores a la crisis de 1873 habían sido decididamente espectaculares: en los Estados Unidos el kilometraje de vías férreas se había doblado desde el final de la guerra civil pasando de 80.000 a más de 160.000 kilómetros. Véase Giffen (1904).
12 Alessandro Polsi estudió el impacto casi inmediato del desplome en Viena en mayo de 1873 y su contagio en la banca y las bolsas italianas en Alle origini del capitalismo italiano. Stato, banche e banchieri dopo l’Unitá (1993: 169-172): allí se documenta que más de la tercera parte de los 300 bancos y cajas rurales italianas existentes quebraron entre 1873 y 1878.
13 La bancarrota más sonada en Estados Unidos fue la de Jay Cooke & Co. de Nueva York y Filadelfia. Véase Josephson (1962: 93-96, 165-170).
14 Las series del comercio entre Gran Bretaña y cada uno de los países latinoamericanos en Platt (1972: apéndices, 316-323). Sorprendentemente, son relativamente escasos los estudios equivalentes sobre el comercio de otros países europeos o de los Estados Unidos con los países latinoamericanos antes de 1880.
15 Vayssière (1980); y Sater (1979: 67-99).
16 Ver Culver y Reinhart (1989).
17 Vayssière (1980: 116).
18 Vayssière (1980: 97 y 121).
19 Para las cotizaciones en la Bolsa de Valparaíso ver Sater (1979: 80-81).
20 Para precios de la plata entre 1840 y 1900, ver Resumen de la Hacienda Pública de Chile, desde la independencia hasta 1900. Capítulo 4, pp. 33-35. Ver texto completo escaneado en sección digital de la Biblioteca Nacional de Chile.
21 Ver el artículo Depreciation of the Price of Silver (febrero de 1877). Bankers Magazine. Londres, pp. 580-585.
22 Sater (1979: 75).
23 El gobierno chileno pudo emitir deuda interna por 3 millones de pesos en 1876 y otros 5 millones de pesos en 1877, además de colocas dos cuantiosos empréstitos externos en Londres en 1873 y 1875; Briones (2016).
24 Los detalles en Briones (2016: 498-500 y Tabla 2).
25 Sater (1979: 80).
26 Para una descripción de las crisis de deudas en Latinoamérica después de 1873, ver Marichal (1988a: cap. 4).
27 Sabato (1983: 62-64).
28 Chiaramonte (1971).
29 Rayes (2021: 125-150).
30 Las estadísticas sobre producción agrícola en Argentina durante 1870-80 son escasas o irregulares pero se puede encontrar información interesante en algunos informes oficiales y en trabajos como los de Michael Mulhall, Manual de las Repúblicas del Plata, Buenos Aires, 1876 y su Handbook of the River Plate, Buenos Aires, 1885.
31 Se encuentran textos muy interesantes al respecto en Terry (1893: 16-23), que contiene un análisis de la crisis de 1873-1875; en el extenso volumen de Balín (1877); en Garrigós (1873); y en Alberdi (1916).
32 Veáse el excelente estudio de Caravaca, J. y Plotkin, M. (2009). Pensando la Economía entre Dos Crisis. La Enseñanza de la Economía Política y las Finanzas en la Universidad de Buenos Aires entre 1870 y 1900. XII Jornadas Interescuelas/Departamentos de Historia. Departamento de Historia, Facultad de Humanidades y Centro Regional Universitario Bariloche. Universidad Nacional del Comahue, San Carlos de Bariloche. Dirección estable: https://www.aacademica.org/000-008/137
33 El ministro Victorino de la Plaza publicó una secuencia muy detallada de cuadros estadísticos basados en la inversión de cuentas en la Memoria del Departamento de Hacienda correspondiente al año de 1876, que es la fuente más confiable para conocer el manejo fiscal y financiero real de esos años, ya que incluye muchos datos sobre el período 1870-1876.
34 Szafowal Samowerskyj (2009).
35 Banco Nacional (15 de junio de 1875).
36 Szafowal Samowerskyj (2008: 13).
37 Banco Nacional (18 de mayo de 1876).
38 Banco Nacional (23 de mayo de 1876).
39 Garavaglia señala que las palabras exactas de Nicolás Avellaneda fueron: “Hay dos millones de argentinos que economizarán hasta sobre su hambre y su sed, para responder en una situación suprema a los compromisos de nuestra fe pública en los mercados extranjeros”. Garavaglia (2016: 30, nota 80).
40 Ver Szafowal Samowerskyj (2008: 301-331).
41 Banco Nacional (22 de diciembre de 1879).
42 Los datos que proporciona Heraclio Bonilla en su estudio “La coyuntura económica del siglo XIX en el Perú” (1972), también incluyen alguna información sobre otras exportaciones minerales como el cobre y la plata pero de manera incompleta.
43 Hunt (1973: 57-58).
44 Contreras (2012: capítulo 2, en particular pp. 99-129).
45 De acuerdo con los informes de los cónsules británicos, las exportaciones anuales de guano promediaron 350.000 toneladas entre 1871 y 1876, y sólo cayeron después. La misma fuente también proporciona información sobre las exportaciones de salitre: ver Bonilla (Comp.) (1975: 191-193).
46 El detalle de los miembros del sindicato que incluyeron inversores y banqueros franceses, alemanes y acaudalados peruanos (algunos radicados en Europa) se incluye en Bonilla (1974: 96-98).
47 Sobre los empréstitos ver Palacio Moreyra (1983, capítulo 4).
48 Sobre las ideas económicas de la elite peruana contemporánea véase el magnífico libro de Paul Gootenberg (1973). Imagining Development: Economic Ideas in Peru’s “Fictitious Prosperity” of Guano, 1840-1880. Los Angeles: University of California Press.
49 El trabajo clásico es Stewart (1946).
50 Hubert Bonin incluye un capítulo detallado sobre las estrategias del poderoso banco francés que había logrado colocar una enorme cantidad de bonos de los empréstitos peruanos cuyo servicio debía ser cubierto por las ventas del guano: ver Bonin (2006: 414-482).
51 El mejor análisis de los pleitos legales sigue siendo el clásico de William H. Wynne (1951). State Insolvency and Foreign Bondholders, Selected case histories of governmental foreign bond defaults and debt readjustments. New Haven: Yale University Press, 2, pp. 112-163.
52 Sobre la nacionalización del nitrato y los conflictos con las casas mercantiles británicas ver el trabajo de Greenhill y Miller (2017: 321-383).
53 Camprubi Alcazar (1957: 413).
Fuente: Braun-Llona, J., Braun-Llona, M., Briones, I., Díaz, J., Lüders, R. y Wagner, G. (2000). Economía Chilena 1810-1995. Estadísticas Históricas. Universidad Católica de Chile. Puede consultarse en línea en http://www.memoriachilena.gob.cl/602/w3-article-9044.html
Fuente: Della Paolera, G. (1994). Experimentos bancarios y monetarios en Argentina, 1861-1930. Revista de Historia Económica, 12(3), p. 542.