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Todo está (ba) por hacer

Un recorrido personal. Reflexiones y propuestas a cuarenta años de la guerra de Malvinas

Federico Lorenz

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” – FFyL (UBA)/CONICET.
Correo electrónico: federicolorenz@gmail.com.

Fecha de recepción: 1 de noviembre de 2022
Fecha de aprobación: 20 de diciembre de 2022

Resumen

El artículo propone una reflexión historiográfica sobre la historia de la guerra y posguerra de las Islas Malvinas, así como de la presencia de la causa nacional de la recuperación en el espacio público argentino. Analiza algunas de las discusiones públicas en torno a esta cuestión desde el final del conflicto y propone una agenda de trabajo.

Palabras clave: Malvinas, guerra, memoria, historiografía, historia pública.

Everything was/is to be done.
A personal journey. Reflections and proposals on the 40th. Anniversary of the Malvinas War

Abstract

This article offers a historiographical reflection on the history of war and post war of de Malvinas/Falkland Islands, as well as about the presence of the national cause of the recovery of the islands in the Argentina public space. It analyzes some of the public discussions on the subject since the end of the conflict, and proposes a research agenda.

Keywords: Malvinas/Falklands, war, memory, historiography, public history.

Es muy probable que en la cultura política de los argentinos “Malvinas” y “guerra” sigan funcionando como sinónimos durante muchos años más. Es algo que se pudo comprobar con facilidad durante 2022, con motivo del 40° aniversario del conflicto bélico con Gran Bretaña. Hubo una gran cantidad de actividades que mostraron la fuerte presencia que el tema de la guerra tiene en la sensibilidad popular, asociado (en distintas intensidades y formas) con la reivindicación de la soberanía argentina sobre las Malvinas, ocupadas por Gran Bretaña desde 1833.

La variedad de actividades y producciones oficiales, publicaciones, estrenos cinematográficos, actividades conmemorativas y de homenaje, son para muchos un termómetro no solo de lo importantes que las Islas Malvinas son para los argentinos, sino de la ratificación de la argentinidad de las islas. Pero el hecho de que “Malvinas” presente un carácter doblemente esencial o esencializador (un reclamo territorial con rango constitucional, una guerra) puede derivar en el desarrollo de identificaciones y autorrepresiones que son contrarias a las características de la actividad crítica. Así, el potencial de esos atributos del símbolo malvinero puede ser también la fuente de limitaciones autoimpuestas o naturalizadas. Problematizar las características de la polisemia de “Malvinas”, y distinguir su incidencia en la actividad crítica conforma toda una agenda de investigación.

La distinción es válida porque también es cierto que, pasado el aniversario, al poco tiempo el impulso memorialista se agotó.1 Si una parte de este freno se puede explicar por el cansancio social producto de la pandemia y, más coyunturalmente, preocupaciones más urgentes derivadas de la crisis económica y política, creo también que ese apagón se debe a una ritualización memorialista que, de manera sostenida, se produce desde la década de 1990, con una aceleración a partir de 2012. Este proceso reconoce dos ejes: el énfasis en el recuerdo de la guerra, sus formas y las legitimidades para hablar de ella (al punto de que las disputas al respecto son parte del rito también) y la causa soberana. Ambas encorsetan reapropiaciones más amplias del tema, como también ha sucedido con otros temas de la historia reciente argentina. Por extensión, condicionan también las aproximaciones críticas, al punto de que de tan poderosas, en ocasiones estas imágenes y sentidos terminan atrapando a aquellos que se habían acercado a ellas para desmontarlas con los instrumentos de la investigación social.

Las líneas que siguen proponen una reflexión sobre las posibilidades y también las limitaciones que esta situación impone a los investigadores. Pero el aniversario de los 40 años de la guerra también es propicio para un balance personal, que espero que los lectores tomen con indulgencia, dado que lo pienso como una reflexión más general sobre algunas de las tensiones que el “campo Malvinas” plantea a los investigadores. En esta línea, es inevitable que me refiera a mis propios trabajos. Por un lado, porque puedo considerar que fue a partir de mis investigaciones y las de Rosana Guber que inicialmente el “campo de Malvinas” se instaló y profundizó en el mundo de las Ciencias Sociales.2 Por el otro, porque esta revisión implica referirse a mi formación como historiador, y por eso mismo creo que hacer ese recorrido puede ser de interés: la historización de temas, contextos y problemas a lo largo de un cuarto de siglo puede pensarse como una muestra del problema analítico que me interesa explorar.

Inicialmente la investigación sobre la guerra de Malvinas tenía mucho de denuncias de distintos tipos de silencios: sociales, contemporáneos a los hechos, y de los investigadores, que por distintos motivos no veían en el tema un objeto digno de atención. Esa orfandad y latencia de preguntas facilitaron un desarrollo muy creativo, no exento de problemas, de agendas de trabajo y avances importantes en la interpretación de las memorias de la guerra de Malvinas, algunas experiencias asociadas a ellas, las primeras agrupaciones de ex combatientes. Todo estaba por hacer.

Como consecuencia de esos vacíos, con todo ese espacio que pedía a gritos preguntas de investigación, muchos conflictos que hoy son evidentes (tensiones políticas, con instituciones, actores sociales o colegas, condicionamientos políticos, censuras y autocensuras) estaban en un segundo plano. No es que no existieran, sino que el vacío analítico sobre el tema permitía relegarlos, en tanto no había interlocución por parte de los colegas, y las luchas por la memoria en torno al repertorio malvinero aún eran algo demasiado grande para quienes escribíamos sobre el tema. Hace veinticinco años, quien investigaba Malvinas era como aquellos navegantes del siglo XVI, que trazaban las primeras líneas de costa mientras navegaban: avanzaba en terra incognita. Pero a medida que este campo se construyó, avanzó, e interactuó con el objeto que estudiaba, de forma tal que el mismo investigador fue vector de memoria, aparecieron los conflictos. Al construir el campo, de la misma manera se construía agenda, y esto no siempre fue armónico o estuvo exento de conflictos.

Por otra parte, si nos referirnos a la guerra de 1982 los trabajos sobre el tema presentan características propias de los estudios sobre la memoria, o de la historia reciente: en muchas ocasiones los investigadores somos parte de los procesos que estudiamos, aunque no siempre somos conscientes de esta dualidad. De allí que considero que la forma más productiva de pensar nuestras tarea es la de entender su anfibiedad: cómo entramos en el terreno de lo público para estudiarlo, cómo nuestras intervenciones participan de los procesos que estudiamos, pero también, cómo tales intervenciones modifican las formas de pensar nuestras disciplinas una vez que regresamos al puerto seguro del oficio. Esta dualidad es de gran potencialidad pero claramente obliga a repensar la forma en la que nos representamos nuestra actividad como investigadores.

En lo que hace a mi propio trabajo, con el paso del tiempo, este incorporó distintas facetas. Mis preguntas y acciones públicas en torno a Malvinas, desde las más íntimas de una entrevista o el trabajo solitario en un archivo, pasando por el recorrido por los cerros de las islas para llegar a la dirección del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, siempre estuvieron atravesadas por mi preocupación principal, que ha sido la de intervenir en la discusión pública con las herramientas propias de mi trabajo. Esa idea recorta una idea del “intelectual”, en la que confluyen distintas experiencias que conforman una mirada sobre cualquier problema que abordemos, y que se retroalimentan: la investigación, la divulgación (en distintas variantes) y la docencia.

Primer momento: no hay campo (1994-2006)

Mi primera aproximación a la temática de Malvinas fueron las entrevistas a veteranos de guerra y excombatientes, muchos de ellos mis compañeros de trabajo en la recientemente privatizada Telefónica, antes EnTeL.3 Como resultado, mi primera investigación tuvo que ver con la experiencia de guerra y de la posguerra. Que aquellas primeras investigaciones aparecieran como artículos en una revista de divulgación masiva en la Argentina, Todo es Historia, y en un libro sobre “trauma and life stories” publicado en Inglaterra muestran el carácter periférico del tema en el campo académico argentino de mediados de la década de 1990, y las formas híbridas en la que construí tanto mi camino profesional como mi objeto de estudio.4

Las formas de acercamiento y reflexión sobre Malvinas se parecen a las del tema de “los setenta”: primero aparecen las voces de los protagonistas (los testigos y sobrevivientes, los “afectados”), luego las dificultades de diálogo con sectores sociales más amplios a partir de la imposibilidad de visibilizar una experiencia límite. Sin embargo, la particularidad de la guerra de 1982 es que, en un contexto de rechazo general a la violencia y de crítica a las Fuerzas Armadas, el conflicto bélico y, por extensión, sus protagonistas tenían la mancha de origen de haberse producido durante la dictadura militar. A mediados de la década de 1990, para muchos de mis colegas, Malvinas todavía era “un tema de milicos”, así como algunas de mis preguntas eran una afrenta para los sectores reivindicadores de la “gesta”. Por otra parte, la mayoría de la bibliografía sobre Malvinas previa a la guerra había sido escrita en clave de historia política o diplomática, o con un sesgo ideológico reflejo de las intensas luchas de las décadas de 1960 y 1970, con lo que cayó en el campo de la crítica de una disciplina, la Historia, que estaba en un proceso de profesionalización mediante la incorporación de nuevas miradas y temas.

En ese contexto, mi aproximación a la historia de la guerra en las islas Malvinas se produjo desde mi formación en el campo de los estudios sobre la memoria, entendiendo como tales los “temas de derechos humanos y la dictadura”,5 en particular la historia de las conmemoraciones del 24 de marzo de 1976, y el episodio represivo de la Noche de los Lápices (1976). Como resultado, de manera muy temprana incorporé como referencia para pensar mis problemas de investigación un dato evidente: la enorme riqueza de poner la guerra en su contexto, una dictadura, y estudiar los puntos de contacto entre ésta y la represión ilegal, así como la posibilidad de explorar la vida cotidiana durante la dictadura, como una forma de devolverle mayor densidad a la época y, a la vez, abrir aristas de investigación para ambas experiencias.6

Por otra parte, el trabajo en formación docente mostraba la gran intensidad y las profundas contradicciones que el tema Malvinas generaba en los actores del sistema educativo. En particular, llamaban la atención tanto la vigencia de los tópicos nacionalistas para explicar la guerra como la intensidad emotiva del vínculo con las islas, muchas veces sin sustento informativo como no fuera la cercanía con la guerra. Esta sensibilidad se alimentaba de la idea conspirativa del ocultamiento o la negación sobre el tema, precisamente una situación que mis trabajos buscaban cuestionar.

Como resultado de estas observaciones, en 2006 publiqué Las guerras por Malvinas, un estudio sobre las formas en las que la sociedad argentina tramitó la guerra y la posguerra. Su origen es un curso para docentes en la ciudad de Buenos Aires: me proponía historizar las experiencias y memorias de la guerra y la posguerra mediante el traslado de preguntas sobre “la dictadura y los derechos humanos” a “Malvinas”. Se trataba de construir analíticamente una zona gris entre ambos campos y problematizarla; una investigación acerca de las memorias de los argentinos en relación con Malvinas. Pero seguía siendo, sobre todo, una mirada analítica sobre la experiencia y las memorias de la guerra y la posguerra.

La visibilidad que el libro tuvo, las discusiones que generó, reforzaron una idea con la que era difícil no estar de acuerdo en aquel entonces: la excepcionalidad de la experiencia de 1982. Hoy es más fácil señalar que esta valoración del objeto es diferente que señalar su especificidad. Lo “excepcional” colorea de otra manera el tema, añade a su importancia un aura de reivindicación, recuperación o reinstalación de algo que injustamente se oculta.7

En ese contexto pasé a ser una rara avis: trabajaba “Malvinas”, pero estaba “con los derechos humanos y la memoria”. En la práctica, tanto política como conceptualmente, para mí la guerra había dejado de ser un “tema de milicos”. Claro que, al interior del campo de estudios, eso también generó adhesiones y rechazos, en función de las preguntas que abría acerca de las formas en las que se recordaba la guerra y las relecturas que propiciaba del acontecimiento. Por aquellos años, los primeros del kirchnerismo, para mí se trataba de que al problematizar el tema le cerraba la puerta a apólogos de la dictadura, al amparo de la “causa sagrada”:8 siempre pensé y explicité que pienso a la guerra de 1982 como un caballo de Troya para reintroducir en el espacio público otras cuestiones, de la misma forma que el relegamiento de ciertos temas vinculados a los años setenta (la violencia guerrillera, el terrorismo paraestatal y estatal previo a 1976 son elementos argumentales que se regalan a los autoritarios). En definitiva, ambos señalamientos consisten en poner en acto la forma de pensar la época de la guerra y la dictadura como un todo.

Segundo momento: arte y parte (2007-2015)

Las guerras por Malvinas funcionó como el armazón conceptual de Pensar Malvinas,9 un material que elaboramos desde el Ministerio de Educación para el sistema educativo nacional, y en torno al cual se organizaron dispositivos de investigación y formación docente. Señalo esto para resaltar la estrecha relación entre la actividad de investigación y el mundo educativo y de la divulgación. Las discusiones en el campo académico se retroalimentaron con las actividades de divulgación y capacitación docente. Gracias a esto, en distintos trabajos, incorporé las preguntas por la dimensión regional, sobre todo de las ciudades patagónicas, y también sobre aquello que las fuentes más “tradicionales” que el testimonio, cartas, fotografías, tenían para decirnos sobre la experiencia de la guerra y la posguerra de Malvinas. Ganaba fuerza la idea de que, más allá de miradas construidas desde Buenos Aires, había diferentes formas de relacionarse con la experiencia de la guerra, sencillamente porque esta había sido vivida de distinta manera. Y esto llevaba a abrir el campo, no solo a ocuparse de las experiencias de los combatientes, sino también de los civiles que, por ejemplo, vivían en lugares dentro del teatro de operaciones. Con una mirada más distante, lo que también resultaba diferente era la adhesión al reclamo territorial, que a escala regional en ocasiones se apoya en marcas identitarias locales y provinciales. Gradualmente, cobró forma la idea de que si la guerra debía pensarse de forma diferente, con matices experienciales y regionales, teníamos que desplegar una agenda para entender la historia multisecular de las islas y el espacio atlántico de la misma manera, con preguntas y aproximaciones que permitieran dar cuenta de esos matices.

Fue en este punto que literalmente me topé con quienes en el sentido común y el desconocimiento están junto a los británicos, el otro extremo: los falklanders, kelpers o malvinenses. En 2007, gracias a la posibilidad de un viaje a las islas para realizar un documental para la BBC,10 entré en contacto con una realidad completamente diferente. Las islas dejaron de ser imaginarias11 y, con ellas, también sus habitantes. Fruto de este encuentro fueron un libro en el que trabajé en distintos registros, desde la crónica al análisis histórico,12 y la traducción al castellano de las memorias de quien era director de educación en las islas durante la ocupación argentina, John Fowler.13 Escribo “ocupación” con total intención, porque si se trata de reconstruir las experiencias, así fue vivida la guerra de 1982 por los isleños, y sostener analíticamente esto era algo que para mí, como investigador, era natural, pero que chocaba frontalmente con los sentidos comunes que yo también compartía por entonces. La mirada regional y local redimensionó mi perspectiva sobre las islas, en tanto pobladas, y los límites conceptuales del nacionalismo para pensar críticamente el problema Malvinas comenzó a hacerse cada vez más evidente para mí.

Esta constatación se extendió también a la historia de Malvinas previa a la guerra. Hacia 2010 comencé a expandir mi foco de interés, ya que para comprender la adhesión a la “causa nacional”, pero también las particulares memorias regionales, debía prestar atención a la historia larga del espacio atlántico.14 De manera embrionaria, las explicaciones en clave estatal-nacional comenzaron a hacerse cada vez más insuficientes, y enunciar esta constatación, cada vez más problemático. Desarrollé estas ideas en un breve ensayo que esperaba iba a generar alguna polémica, pero que no suscitó ninguna discusión. Al margen de que esto quizás se deba a su calidad, me parece más probable que la falta de debate se debe a que los distintos actores que yo esperaba interpelar estaban muy cómodos en sus respectivos territorios, cuando lo fructífero era, precisamente, forzar el encuentro polémico.15

En este momento de mi reflexión y producción sobre Malvinas, el contexto había cambiado notablemente. Hacia 2012, cuando Malvinas se transformó en nave insignia del oficialismo junto a los derechos humanos, la retórica pública y las prácticas políticas argentinas se radicalizaron, lo que tendría consecuencias en las formas en las que los temas propios se iban a tomar. La visibilidad que adquirió Malvinas, a la que mi trabajo había contribuido, llevó a que muchas de las cuestiones que por entonces circulaban de manera más visible y abierta fueran tomadas como propias por el gobierno. No es casual que el ex Ministro de Educación; Daniel Filmus (bajo cuya gestión habíamos impulsado el tema) pasara a ser en 2012 el funcionario a cargo de la flamante Secretaría Islas Malvinas, Antártida e Islas del Atlántico Sur. Tampoco que el entonces presidente del Sistema Nacional de Medios y actual Ministro de Cultura, Bauer, tomara Malvinas prácticamente como un tema propio, y pusiera al servicio de esta idea el Canal Encuentro y su ministerio, que confluirían en la creación de un museo dos años después.

Sin embargo, el kirchnerismo llegó tarde y sesgadamente al tema, y en consecuencia para hacerlo apeló a repertorios dispares. Tarde porque se subió a un proceso de memoria más por pragmatismo que por convicción, fruto de la necesidad de encontrar elementos aglutinantes en un contexto de confrontación política. Malvinas, en ese sentido, es especialmente convocante. Sesgadamente, porque esa adhesión tardía favoreció el resurgimiento de miradas apologéticas y acríticas de la dictadura, así como explicaciones históricas de largo plazo sobre la historia de las islas completamente ajenas a la producción más reciente no solo sobre Malvinas (casi inexistente) sino alimentadas por los nuevos enfoques sobre la historia regional y local.

La ausencia de crítica se reemplazó con retórica política y lecturas dogmáticas. Solo así se explica que en la misma gestión coexistieran el impulso a la identificación de soldados en las islas y las denuncias a represores con la reivindicación acrítica de la “gesta” y de los títulos argentinos sobre las islas. En síntesis, seguía sin establecerse ni problematizarse de manera eficaz la relación de causalidad entre una forma de entender la nación y la guerra de 1982, lo que sigue siendo hoy una vacancia, más allá de las manifestaciones en sentido contrario y la declamación de la vocación pacífica de los argentinos.

En la necesidad de “formarse” en la argentinidad de las islas se adoptaron dispositivos retóricos y bibliografía que no evidenciaban cambio alguno desde las vísperas de la guerra. Para muchos de quienes comenzaban a acceder al tema o a formarse como investigadores en torno a él, la única función de la investigación histórica era la de estar al servicio de la recuperación de Malvinas, y la argentinidad de las islas el filtro a través del cual se leían todas las producciones al respecto. Gradualmente, pero en un proceso que se agudizó debido a la radicalización de la polarización política, la profundización de mis preguntas me alejó de distintos grupos de pertenencia, tanto intelectuales como laborales, a partir de la creciente apropiación como eje retórico de la temática malvinera por parte del gobierno. Fue un proceso de ruptura frustrante y unilateral, porque pasaba por el silenciamiento o la hostilidad sorda de antiguos compañeros de ruta con los que habíamos construido agenda sobre Malvinas.16

Quizás la bifurcación definitiva para quien esto escribe haya sido en vísperas del anuncio de la creación del Museo Malvinas, en 2014, a partir de la cual el proceso de hostilización fue mucho más evidente e intenso. Si lo consigno es, sobre todo, porque no tengo duda de que este relegamiento incidió en las formas en las que a partir de entonces me aproximé al tema: se trata de considerar el componente irracional y emotivo en las decisiones de investigación. En mi caso, pasar de ser considerado alguien “propio” a ser un “opositor” fue algo muy doloroso en tanto esa exclusión provenía de personas con quienes me unían lazos profesionales y afectivos, por lo que es imposible que esta circunstancia no haya influido en mi trabajo. Al mismo tiempo, de no haber mediado esa frustración es probable que hubiera permanecido en la zona de confort intelectual que ofrecía “pertenecer”.

Tercer momento: disputas y apropiaciones (2016 al presente)

La dirección del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur, entre 2016 y 2018, fue un punto de inflexión conceptual y profesional en mi carrera.17 El Museo puso en tensión los distintos espacios en los que participaba. Claramente, la disputa política coyuntural (kirchnerismo versus macrismo) se superponía con los conflictos ideológicos y sectoriales en torno a Malvinas, y en ese proceso los potenciaba y confundía. Si el Museo Malvinas era la materialización simbólica de las islas en el continente, la encerrona que yo encontraba en la gestión del espacio no era muy diferente a lo que sucede en términos del pensamiento sobre Malvinas: la naturalización del dictum de que las islas son argentinas, la ausencia de los isleños en las representaciones sobre la historia y el lugar, el confinamiento en la historia diplomática, en suma: la mutilación, por distintas vías, de la mirada crítica, y la radicalización y empobrecimiento del pensamiento político, al trazar una raya entre los que sostienen las argentinidad de las islas y los que no.18

Retrospectivamente, puedo ver que algunas de las ideas que más avancé en relación con el problema histórico de las islas se deben a esa experiencia y, en consecuencia, desde el punto de vista del pensamiento crítico debería celebrarlo. De una manera paradójica, mis mayores avances intelectuales para pensar el tema de Malvinas tuvieron que ver con la constatación de la contradicción entre hacer bien mi trabajo como investigador y divulgador y servir a mi país como funcionario con las herramientas del pensamiento crítico.

Esa confrontación de los límites, como decía, me permitió avanzar en una reflexión que corriera los límites de las discusiones. Así, en 2017 publiqué una investigación en la que proponía pensar de manera sincrética la guerra de Malvinas y la represión ilegal a través de la historización de un rumor de la posguerra en el que se combinaban elementos de la represión ilegal y la guerra en las islas, en el contexto de la post dictadura.19 Es un estudio que buscó trabajar en la tierra de nadie entre ambos temas desde el punto de vista de algunas formas en las que la sociedad civil, y sus actores, habían procesado ambas experiencias, atravesadas por la violencia.20

Al mismo tiempo, la experiencia en la dirección del Museo me llevó a decidir un cierre personal sobre el tema. Debía ser tanto prospectivo como propositivo: el resultado fue un ensayo político basado en la reflexión historiográfica sobre Malvinas. Un trabajo que reconstruyó el proceso por el que llegamos a lo que considero una encerrona y que plantea la necesidad de problematizar de qué manera el pensamiento nacionalista limita la libertad y la creatividad de quien investiga. Este planteo se había plasmado, durante los casi dos años al frente del museo, en la constatación de la forma en la que el credo patriótico impedía analizar la guerra críticamente. Pero sobre todo, cómo la “causa nacional” de la recuperación impedía instalar miradas y preguntas sobre procesos más amplios en el Atlántico Sur, so pena de diluir los derechos argentinos.21

Lo que siguió fue el repliegue en la escritura y la intervención cultural en otros registros además del académico. En la literatura, capaz de correr las fronteras allí donde el pensamiento crítico solo busca el descanso y se embota. Y en la divulgación, destinada a otros públicos y a diferentes edades.

Todo estaba por hacer. ¿Todo está por hacer?

Por supuesto que esta es una trayectoria individual. No obstante, es cierto que hasta mediados del 2000, salvo los trabajos de las antropóloga Rosana Guber y los propios, no había textos importantes de investigadores sobre el tema Malvinas y, dentro de los historiadores, ninguno.

Si pensamos este recorrido de formación e investigación como un solo movimiento marcado por etapas, aparece la imagen de círculos concéntricos. En un proceso expansivo, desde la marca de la guerra y la posguerra en los primeros testimonios de los excombatientes las preguntas de investigación pasaron a ser más abarcadoras y matizadas. De la guerra como fenómeno específico, llegamos al conflicto bélico dentro de su contexto; y del mismo modo, los excombatientes además de soldados desmovilizados pasaron a ser jóvenes durante la dictadura militar y la transición a la democracia.

En ese movimiento prolongado, las luchas por la memoria de la guerra estuvieron imbricadas en el más amplio proceso de discusión social sobre las décadas del setenta y ochenta. Los jóvenes soldados, con las marcas particulares de una guerra, iluminaban la figura juvenil asociada a la represión ilegal y a la militancia y, a la inversa, al llamar la atención sobre la violencia, legitimada de distintas formas, recuperaban agencia también.22 En paralelo, las disputas simbólicas sobre la guerra iluminaron las distintas miradas regionales para pensar la experiencia bélica y, consecuentemente, las preguntas sobre los actores civiles durante el conflicto (maestros, empleados estatales, habitantes de la Patagonia continental e insular).23

Por último, más recientemente y seguramente como un movimiento intelectual lógico, las ondas expansivas llevaron a revisar la raíz de la presencia de Malvinas en la cultura política y su intensidad: los orígenes de una causa nacional, y las formas particulares en las que su presencia y latencia condicionan o determinan el trabajo de los investigadores. Seguramente mi propio trabajo fue preso de muchas limitaciones y se tiñó de ellas, aunque paulatinamente trató de romperlas. La reflexión me permitió constatar un gran problema: la pérdida de perspectiva y la negación de conflictos y contradicciones, no por una actitud obcecada sino por la naturalización de asunciones que son parte del problema a analizar.

¿Cuál es, entonces, el panorama a 40 años de la guerra? ¿Qué trazos, aunque sea gruesos, podemos hacer? Aún es evidente, aunque tiende a cambiar, que el recorrido más o menos profundo por la bibliografía relativa a la guerra, sobre todo europea, no encuentra su correlato en nuevas investigaciones sobre Malvinas, lo que sí se verificó, inicialmente, en el campo de los “derechos humanos”. Una señal de este cambio son las actividades regulares del Grupo de Estudios de Historia de la Guerra (GEHiGue) con sede en el Instituto Ravignani, muchos de cuyos integrantes, por otra parte, participaron recientemente en una compilación sobre la presencia cultural y política de Malvinas en el siglo XX.24 El dato alentador es que el grupo se nuclea en torno a los estudios de la guerra en un sentido amplio, sumándose a una tendencia que, asentada internacionalmente, es reciente en la Argentina.25

Actualmente contamos con una producción importante y diversa que permite matizar la idea de la excepcionalidad temática, en particular sobre la guerra, ya que existen varias monografías y algunos libros sobre la experiencia de guerra de los combatientes en Malvinas producidas por investigadores del campo académico.26 Es destacable, en primer lugar, el aporte de Andrea Rodríguez, que, desde sus trabajos iniciales sobre las experiencias y memorias de los combatientes del Apostadero Naval Malvinas, tema de su tesis doctoral y de un libro,27 ha incorporado a su agenda de trabajo preguntas por la sociedad civil durante la guerra, el papel de la Iglesia neuquina y, últimamente, una revisión sobre la actividad de los servicios de inteligencia y las auscultaciones mediante distintos dispositivos que hicieron sobre las actitudes sociales durante la guerra. Florencia Gándara ha concluido una investigación muy interesante28 sobre el regreso del personal de Ejército tras la guerra, demostrando dos cosas: la enorme cantidad de fuentes para nada inalcanzables sobre el conflicto a disposición de los investigadores, y la importancia nodal de prestar atención a los procesos de esos meses posteriores al conflicto para entender no solo la experiencia bélica sino el lugar de los jóvenes en la pos dictadura. De la misma manera, Daniel Chao es el autor de un trabajo muy completo sobre las políticas públicas hacia los excombatientes tras la guerra, que evidencia que la demanda de reconocimiento histórico convive con gran cantidad de iniciativas estatales de reparación material y reconocimiento simbólico, lo que cuestiona el mito de origen acerca del “olvido”.29

Tanto los trabajos de Gándara como los de Rodríguez se apoyan en bibliografía teórica y casuística europea pero también en trabajos de otros investigadores locales, lo que da cuenta de la vitalidad con la que más investigadores toman el tema. En el caso de Malvinas, esto se exacerba por el arraigado sentido común de la excepcionalidad y ninguneo del tema, idea que no se puede sostener actualmente pero que aún funge como condicionante para pensar la guerra y la posguerra. Así, en una reciente compilación, Rosana Guber afirma que “con excepciones, las ciencias sociales y las humanidades académicas han decidido abordar la guerra como la extensión a las islas, de los campos clandestinos de detención habidos entre 1976 y 1980, bajo el autodenominado Proceso de Reorganización Nacional”.30 La frase no evidencia tanto el desconocimiento de la producción de colegas como la adopción de una posición semejante a la de algunos actores objetos de estudio, que históricamente denunciaron el ninguneo por parte de los académicos y la relativización de la experiencia bélica. Esta postura, in extremis, habla vicariamente por el objeto y asume el relato que busca reinstalar la idea de la gesta a partir del recorte de la experiencia de guerra como excepcional e ignorada.

Han surgido algunos grupos de trabajo que se sostienen en la interdisciplinariedad, la diversidad regional y el trabajo colaborativo que se pueden encontrar en dos iniciativas institucionales. En sus producciones, y las reflexiones que propician, muestran la necesidad de las miradas de largo plazo y distintas escalas, para pensar el problema Malvinas, más allá de los condicionantes estatal-nacionales y abiertos a cambios de enfoque provenientes de distintas disciplinas. En el Centro Nacional Patagónico (CENPAT) de Puerto Madryn, el trabajo de Julio Vezub, Sofía Haller y Joaquín Bascopé ha producido importantes y novedosas aproximaciones a la historia regional del Atlántico Sur, enfatizando en el estudio de las actividades económicas y la circulación de personas. El análisis de Bascopé se enfoca en la historia de Tierra del Fuego, pero se abre a enfoques plurinacionales que enlazan esa isla con la zona antártica y las Malvinas, lo que lo lleva a decir que “las actuales poblaciones fuego patagónicas son el resultado de (la) actividad plurinacional autónoma, la cual ignora, desvía o adapta la mentalidad nortina sobre la región”.31 Haller, por su parte, historia la Patagonia marítima atlántica (con énfasis en las actividades balleneras y científicas) y reposiciona el tema de Malvinas en el más amplio de la historia atlántica y ambiental.32 La lectura de ambas obras nos permite construir una mirada sobre un proceso transnacional que abarca desde el siglo XIX hasta las décadas de 1910 y 1920, coincidente con la consolidación de los estados nacionales en la región: Argentina, Chile y el Imperio británico.33 En la misma línea, las exploraciones en arqueología antártica y la historia de la explotación de la fauna marina atlántica ofrecen interesantes aproximaciones al tema.34 Nuevamente, aquí la apertura temática, la interdisciplinariedad y los aportes de otras disciplinas, con preguntas específicas, son claves.

El Programa de Investigación y Extensión Universitaria Malvinas y Atlántico Sur, con sede en la Universidad de Rosario y la dirección de Darío Barriera, es un modelo de interdisciplinariedad, pluralidad de voces e iniciativas de extensión y formación. Seminarios, charlas y publicaciones sostienen una agenda diversa e intensa que aborda la temática de Malvinas en el largo plazo.

Además de estas líneas de investigación, basta un repaso, por ejemplo, por los numerosos dossiers temáticos publicados en 2022 para ver que contamos con estudios sobre la historia de la educación y Malvinas, la presencia de Malvinas en la literatura y en el cine, cuestiones de la vida cotidiana como los juguetes y su relación con la cultura belicista o nacionalista, entre otros. Del mismo modo, disponemos de trabajos de historia local sobre la experiencia de descendientes de británicos o chilenos en Patagonia durante el conflicto, o la vida cotidiana en localidades australes y acerca de la arqueología de los campos de batalla y las experiencias narradas en torno a objetos, la cultura material de la guerra.35

Seguramente es un recorte arbitrario, pero he intentado marcar las líneas y programas de investigación más fructíferos en un mapa amplio y diverso que sin duda refleja un campo en expansión más allá de las modas o de las fechas redondas, aunque claramente encuentra en estas un momento de crecimiento.

A partir de las formas que tuvo el estudio de la guerra y la posguerra de Malvinas, y, de manera más incipiente, de la revisión a partir de preguntas modernas de la historia multisecular del archipiélago y el Atlántico Sur, es posible delinear una somera agenda de trabajo, en torno a la cual se pueden tanto delinear proyectos como organizar preguntas que actualicen nuestras discusiones y la información que circula sobre la historia relacionada a “Malvinas”, ese polisémico concepto.

En primer lugar, en relación con la historia reciente de las islas, prácticamente no hay trabajos que analicen fuentes británicas. Algo similar sucede con la historia larga del archipiélago y el espacio atlántico. En general, las fuentes británicas se utilizan “en espejo” de las argentinas con el afán de refutarlas o reforzar argumentos nacionalistas, es decir, desde la perspectiva de la disputa diplomática.

De la misma manera, las fuentes isleñas son poco menos que inexistentes en la bibliografía argentina, no solo para la historia de su presencia en las islas, sino especialmente para analizarla experiencia de los meses de la guerra y la posguerra. Y no es que no existan, sino que por distintos motivos, no son consideradas.36 En una ampliación de esta idea, trabajos que vinculen archivos e historias de países limítrofes vinculados a Malvinas (Chile, Uruguay) aguardan el trabajo de los investigadores.

Un tema a profundizar es el de la historia de la ocupación del espacio y, en particular, la vida humana en el espacio malvinense y los vínculos que hubo y hay entre las islas y el Continente, sobre todo en los años 1970.37 A una escala micro, el estudio de los movimientos de personas y la ocupación del territorio patagónico ha sido descripto en algunos trabajos, pero merece una mayor exploración y su articulación con otras investigaciones regionales.38 La idea de las identidades múltiples y situadas es muy útil para pensar una región a la que el capitalismo y el estado nación llegaron relativamente “tarde”, pero que estaban ocupadas desde mucho tiempo antes.

El mayor desarrollo se ve en el estudio de la guerra y la posguerra de 1982, aunque aun así hay huecos y temas pendientes. Uno de ellos es el de la oposición a la guerra, difícil de rastrear pero no por ello desechable, lo que permitiría abrir nuevas aristas, en una mirada más amplia, a la oposición y resistencia a la dictadura militar. De la misma manera, uno de los puntos más difíciles de reconstruir, debido a la fuerte sanción que implicaba no presentarse a combatir, es el de la deserción. Si bien las actitudes sociales durante el conflicto y la posguerra han sido exploradas de la misma manera, faltan aún estudios de caso a escala regional. Una vía fructífera es la de explorar las memorias de docentes durante el conflicto: en las escuelas confluyen las experiencias regionales con los relatos nacionales, y es un laboratorio para analizar su interrelación.39 En relación con esto, un tema estratégico es el estudio de las rupturas y continuidades en la presencia de “Malvinas” en las escuelas. Es un estudio, claro, sobre las formas de la transmisión y los vehículos de memoria, y permitiría, por extensión, hacernos preguntas acerca de las autopercepciones como nación.

La historia de las agrupaciones de excombatientes ha sido recorrida por Guber, quien esto escribe y otros autores, pero aun así hay tres cuestiones poco exploradas: la primera, la escasez de trabajos comparativos entre centros de veteranos de distintas provincias. Luego, la visión de los excombatientes y sus asociaciones como agrupaciones juveniles, sobre todo en la segunda mitad de la década de 1980, lo que contribuiría a desesencializar el objeto de estudio mediante el expediente de inscribirlo en un contexto más amplio de movilización y re-politización social que tuvo en las juventudes políticas uno de sus vectores. Por último, analizar las formas en las que como actores sociales y políticos, corporativos o no, los veteranos de guerra se insertaron en distintos proyectos políticos que accedieron al gobierno a través de áreas del estado u ocupando espacios en instituciones públicas como las universidades nacionales.

A esos ejes de la guerra y la posguerra los subtiende, como un bajo continuo, un hilo invisible pero persistente: la pregunta por la nación. Si el mayor esfuerzo es el de desesencializar el objeto de estudio, está claro que se necesitan muchos trabajos que problematicen la idea de la soberanía argentina sobre las islas. Es un mecanismo analítico imprescindible pero suele ser cuestionado en términos políticos y no metodológicos.

Campo abierto

Por último, podemos definir los dos límites que enfrentan los estudios sobre Malvinas, tanto sobre la guerra, como en el plano de la historia de larga duración. El primero de ellos, la idea de que la experiencia de guerra es un secreto, un tema soslayado debido a prejuicios ideológicos. El segundo, la cuestión de la soberanía de las islas. Por supuesto, se retroalimentan ya que, por ejemplo, la usurpación del territorio tiñe de sacralidad la guerra. Pero ambos comparten, sobre todo, la excepcionalidad a la que ya me he referido. En cuanto a la guerra y la posguerra, hay temas que no se han tocado y, por ende, aún aguardan ser explorados por quienes estén dispuestos a “abandonar sus prejuicios”. En cuanto al territorio, lo excepcional deriva de lo que no se cuestiona: su argentinidad.

A 40 años de la guerra, vemos que la excepcionalidad del objeto se ha transformado en un límite. ¿A qué nos referimos? Que el relato acerca de la negación y el ocultamiento de los combatientes, la idea de la historia que falta fortaleció la idea que solo algunos actores pueden narrarla, y permeó las preguntas de los investigadores (lo hace aún hoy). Esto se refuerza con el hecho de que la historia de Malvinas, y de la guerra que allí se combatió, entra en la clave nacionalista de un territorio irredento y un reclamo insatisfecho.

En cuanto a la guerra y la posguerra, el primero de los límites, en sus orígenes el campo de estudios sobre Malvinas se construyó a partir de la denuncia de la falta de interés entre los investigadores, lo que era visto como reflejo de un más amplio desinterés social. Pero esas características del objeto tiñeron al investigador, y de algún modo esa excepcionalidad fue naturalizada. Es un proceso común a otros temas de la historia reciente, pero las características políticas de Malvinas exacerbaron esta tendencia. El objeto y el campo se construyeron así. Pero cuatro décadas después de la guerra repetir una descripción y una denuncia que remiten al silencio no se condice con los avances de la investigación. Entonces, llega un momento en el que vale la pena preguntarse si esto no ha conformado no solo un campo, con sus límites, sino también una forma de trabajo y una mirada que, agotada o redundante en relación con un tema, puede revelarse fructíferas aplicada a otras cuestiones, o a los puntos de contacto con otros períodos. Así, considero que hoy en día la afirmación de que “no hay reflexiones, no se sabe, no se investiga” es más un intento por delimitar espacios de acción, áreas de influencia o de construcción de hegemonía sobre un campo que un intento por construirlo. Esa afirmación, válida hace quince años, hoy sencillamente es injusta con el trabajo de acumulación de numerosos investigadores. Así, las “ausencias” o los “silencios” sobre Malvinas hoy se deben a una suerte de profecía auto cumplida de ocultamiento, la misma que denunciaban nuestros objetos de estudio hace cuarenta años.

El segundo límite es más complejo. No es sencillo no digo ir contra, sino al menos poner en suspenso, una ficción orientadora nacionalista como lo es el de la argentinidad de las Malvinas. La cuestión central puede enunciarse así: desde la recuperación de la democracia, en el marco de la profesionalización de la disciplina, los historiadores nos preciamos de entender la idea de nación con una construcción, como un invento. ¿Por qué no extendemos esa idea a los estudios sobre Malvinas? ¿Por qué no somos capaces de hacerlo? Después de este largo recorrido abocado a Malvinas y muchas de sus aristas, esta es la mayor pregunta que me interesa instalar, quizás porque es la que ha estado detrás de la mayoría de las discusiones que me resultaron más costosas. Lo excepcional, que debe ser desmontado analíticamente, es que no nos podemos preguntar si la historia de las islas no puede tener otra forma u otra perspectiva. Por ejemplo, transnacional. O desde el punto de vista de los isleños, sin que el mandato nacionalista pese a la hora de formular hipótesis de investigación. Es imperioso explorar formas para pensar la historia de Malvinas poniendo en suspenso la perspectiva estatal-nacional, y de la historia diplomática, que limitan y condicionan material y conceptualmente las preguntas de investigación.

En esta línea, pienso mis trabajos sobre Malvinas como la primera oleada de un asalto. Mis investigaciones rompieron con algunas ideas, instalaron otras, y cuestionaron, o buscaron cuestionar, sentidos comunes sobre un tema intenso y polifacético. Pero como toda primera oleada, es la que más se desgasta. Si empleo una metáfora bélica para describir estos aportes, lo hago, para apropiarme de otra, con la actitud del viajero, que está dispuesto, sobre todo, a dejarse sorprender por lo que encuentra. Por supuesto que esta sorpresa nunca es un descubrimiento completo. En mi primer viaje a las islas, por ejemplo, planteaba la idea de que es posible volver a un lugar en el que nunca se estuvo. Lo aprendí, como no podía ser de otra manera, allí mismo, cuando las piezas de las islas que me había armado intelectualmente no encajaban en el marco del archipiélago que visité. En consecuencia, lo que no se puede hacer es ignorar los efectos de esos hallazgos –bajo la forma de vivencias, documentales, analíticos– en nuestro pensamiento.

Como conclusión, es importante ser capaces de romper con los límites conceptuales actualmente dominantes para pensar Malvinas. Esos límites, originalmente pensados como atributos exclusivos del objeto de estudio, terminan transformándolo en intangible: ante una misión (demostrar los derechos argentinos, reivindicar a los combatientes en función de estos, por ejemplo) no hay cuestionamientos. Reproducimos la lógica del objeto.

Investigar, en palabras simples, es salir de la zona de confort. En relación con Malvinas, delineamos dos: la excepcionalidad de la experiencia bélica, y la argentinidad de las islas. Pero una investigación no es un punto de llegada, sino la frontera caliente entre el conocimiento establecido y las fuerzas irregulares de las preguntas incómodas, el lugar donde coexisten la ley con los inmigrantes ilegales, los contrabandistas y los ocupantes de tierras. El espacio donde conviven todas las nacionalidades.

Si elijo estas imágenes es porque frente a lo sagrado de una guerra patriótica y de un territorio, al final del camino, ese ha sido el lugar más fructífero. También, costoso: porque es evidente que si “investigar”, “educar”, “divulgar” se hace, en gran medida, cuestionando cosas dadas como verdades, al igual que con otros temas del pasado, este no es un trabajo sencillo para quien lo realiza.

Emerge, como salida individual, el recurso a otros registros de escritura e intervención, como la ficción. Supongo que esa hibridez que reivindicaba al comienzo se traduce en que, en mi afán de participar en la discusión pública, encuentro la interdisciplinariedad y la multiplicidad de géneros como los registros potencialmente más ricos y disruptivos. Por encima de la especificidad de determinados registros para determinados temas, que tiene que ver con las fronteras disciplinares, en la memoria de las sociedades los vehículos culturales más diversos acumulan conocimiento, con el paso del tiempo, como los restos que el mar arroja en la playa, entre los que caminé fascinado tanto en las islas como en el Continente. Allí, en la línea de berma, se amontonan restos naturales: algas, huesos, conchas marinas, peces muertos. También hay maderos, piezas de barco, trozos de redes y cordajes: despojos de los intentos multiseculares de los hombres por controlar el espacio. La voluntad de explicación se parece mucho a ese espacio tan contrastante donde todo se mezcla, empieza y termina, en una superposición de las mareas humanas y marinas.


1 Me refiero sobre todo a iniciativas públicas con visibilidad nacional o de amplia escala regional, ya que la afirmación no es adecuada si analizamos las instancias conmemorativas, de edición o de producción cultural a escala local.

2 Vale señalar que esta afirmación no hace justicia a la inmensa e intensa producción en el campo de la investigación periodística y de literatura testimonial.

3 No es sorprendente si pensamos que las empresas estatales absorbieron a decenas de excombatientes.

4 Lorenz (1997: 28-42 y 1999: 95-112).

5 A la vez, el protocampo de lo que hoy llamamos “historia reciente”.

6 La forma en la que estaba (y aún está) naturalizada la separación entre ambos tópicos se evidencia en esta anécdota: acostumbrado a consultar el archivo de la DIPBA por temas relativos a la represión ilegal, caí en la cuenta de que podía hacerse lo mismo, al menos teniendo en cuenta el marco cronológico que este cubría, en relación con Malvinas. Al hacer mi pedido de materiales, aparecieron fotografías de seguimientos a los excombatientes e informes sobre la conformación de estas agrupaciones, informes ambientales producidos durante la guerra, infiltraciones en actos de apoyo a la guerra, etcétera.

7 En el “Prólogo” a la edición ampliada de 2012 señalé: “este es un libro de batalla. Como todo trabajo que se ocupa de la historia y de la memoria, Las guerras por Malvinas fue parte de las discusiones que estudiaba, y en ese camino fue cuestionado de diversas formas. Verificó de hecho una de sus ideas centrales: la fuerte presencia que el tema Malvinas tiene en los distintos espacios de nuestro país. Pero también, la gran cantidad de malos entendidos que aún genera”.

8 Al respecto, es sintomático que el CELS publicara un apartado sobre Malvinas en su informe del 2012. Lorenz (2012: 461-479).

9 Flachsland, Adamoli y Lorenz (2009: 196).

10 Como anécdota, tanto mi participación en ese documental, como la posibilidad de hacer una estancia de investigación de dos meses en Cambridge (Reino Unido) en 2014, iban a ser usados como argumentos para deslegitimar mi trabajo pocos años después.

11 Remito aquí al concepto de “comunidad imaginada” acuñado por Benedict Anderson, pero agrego que no se trata solo de cómo imaginamos a la Argentina en relación con las islas Malvinas (recuperadas o no) sino la manera en la que la disputa soberana condiciona lo que pensamos de ellas, las formas en las que nos las representamos, de la misma manera en la que un “porteño” se hace una idea de la “Patagonia”, por ejemplo, o un fueguino, de la gente del “Norte”. Y refuerzo, en el caso de Malvinas, el atributo de “orientadora” que tiene en términos de acción política e imaginación nacional.

12 Lorenz (2020 [2008]).

13 Fowler (2013), para el que escribí la introducción y preparé las notas.

14 Recordemos que el archipiélago malvinense, fruto de la expansión ultramarina europea, aparece de manera temprana en la cartografía náutica del siglo XVI. Se atribuye el primer avistaje de las Malvinas a desertores de la expedición de Fernando de Magallanes (1519-1522).

15 Lorenz (2018: 94).

16 El anuncio en 2012 de la publicación oficial del “Informe Rattenbach” fue la salida rápida y efectista al planteo, aún insatisfecho, de la necesidad de contar con una historia oficial de la guerra de 1982. Del mismo modo, la política de las identificaciones de los soldados enterrados en Malvinas fue el emergente virtuoso de la instalación de la idea de la necesidad de juicios por la verdad sobre Malvinas. Al respecto, ver Lorenz (23 de abril de 2007).

17 Una revisión crítica de esta experiencia en Lorenz (2021).

18 Uno hubiera esperado que las mismas personas que cuestionaban mi supuesto “macrismo” por el hecho de dirigir un museo abandonaran en masa, por una cuestión de coherencia, sus lugares de gestión o trabajo en el Estado. Esto obviamente no sucedió, lo que justificaron por el mero expediente de transformar retóricamente la “permanencia” en “resistencia”. Lo cual, además de distintos grados de mezquindad, revela la pobre concepción que tenemos en cuanto a lo “estatal” y lo “partidario”, y las dificultades para conformar burocracias estatales profesionales, eficientes y comprometidas más allá de las gestiones. Esto se debe a que esa superposición cortoplacista limita notablemente la reflexión acerca de qué entendemos que es el Estado, para qué debería estar, y cómo pensamos que debe construirse su funcionamiento. Si no se profesionalizan sus agentes y se incorpora la perspectiva ética a la tarea, es muy difícil que cualquier acción de gobierno tenga efectos, ni a corto ni a largo plazo. Imposible acumular o plantear objetivos que trasciendan mandatos presidenciales o de funcionarios de mucho menor rango. Agradezco a Mariana Nazar, un modelo a la hora de pensar las políticas de archivos y el papel del Estado, las numerosas charlas en las que compartimos frustraciones y esperanzas.

19 Lorenz (2017).

20 Una buena síntesis de esta apuesta, creo yo, es la reseña que hace Germán Soprano. Ver Soprano (2018).

21 Lorenz (2022).

22 Lorenz (2007).

23 Lorenz (2010).

24 Tato y Dalla Fontana (2020).

25 Un panorama en Lorenz (2015).

26 Un panorama en Rodríguez (2017).

27 Rodríguez (2020).

28 Gándara (en prensa).

29 Chao (2021).

30 Guber (2022: 14).

31 Bascopé (2018).

32 Haller (2022).

33 Es evidente que en esta perspectiva, la guerra de 1982 es un momento, dramático e intenso, en un proceso de larga duración.

34 García (2021).

35 Un muy buen panorama por parte de dos de los principales impulsores de esta aproximación en Ávila y Landa (2022).

36 Actualmente trabajo con un conjunto de ellas para analizar la experiencia isleña de la guerra de 1982. Pero es importante destacar que hay gran cantidad de fuentes primarias producidas durante el siglo XIX, época de la instalación británica en las islas.

37 Además de algunas investigaciones en clave de crónica, es muy útil el trabajo de Sebastián Carassai (2022).

38 Pierini y Beecher (2022).

39 Otero (2021).

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