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Desde la orilla. A modo de balance y agenda de investigación sobre la historia sociocultural de Malvinas

Andrea Belén Rodríguez

Grupo de Estudios de la Norpatagonia sobre el Pasado Reciente/ Centro de Estudios Históricos del Estado, Política y Cultura (Facultad de Humanidades- Universidad Nacional del Comahue)- Instituto Patagónico de Estudios de Humanidades y Ciencias Sociales (CONICET-Universidad Nacional del Comahue)-Universidad Nacional del Sur.
Correo electrónico: andrea_belen_rodriguez@yahoo.com.

Fecha de recepción: 17 de marzo de 2023
Fecha de aprobación: 10 de abril de 2023

Resumen

El artículo realiza un comentario al texto de Federico Lorenz “Todo está (ba) por hacer. Un recorrido personal. Reflexiones y propuestas a cuarenta años de la guerra de Malvinas”. A partir de las propuestas de Lorenz, retoma y profundiza el análisis de los desafíos, condicionantes y dificultades que enfrentamos las/los historiadoras/es que investigamos sobre Malvinas (el símbolo que representa tanto un territorio y una causa nacional como una guerra). En particular, el trabajo aborda dos de dichas limitaciones: aquellas provocadas por plantear una problemática que se vincula a la construcción de una causa nacional, y por ende indiscutible y sagrada; y las producidas por las luchas por el sentido de la guerra al interior del campo disciplinar.

Palabras clave: Historiografía, historia sociocultural de Malvinas, historia reciente, desafíos, limitaciones.

From the shore. A balance and research agenda on the sociocultural history of Malvinas

Abstract

The article makes comments on the text by Federico Lorenz’s “Everything is (was) to be done. A personal tour. Reflections and proposals forty years after the Malvinas war”. Based on Lorenz’s proposals, it resumes and deepens the analysis of the challenges, conditioning factors and difficulties that we historians who research on Malvinas (the symbol that represents both a territory and a national cause as well as a war) face. In particular, the work addresses two of these limitations: those caused by taking care of a problem that is linked to the construction of a national cause, and therefore indisputable and sacred; and those produced by the struggles for the meaning of war within the disciplinary field.

Keywords: Historiography, sociocultural history of Malvinas, recent history, challenges, limitations.

El texto de Federico Lorenz revela la reflexión serena de quien, tras un periodo de gran intensidad, está cerrando un ciclo, terminando un viaje. Retomando su metáfora, se asemeja a la mirada de un navegante que, desde la tranquilidad de la orilla, observa el mar revuelto y tormentoso que acaba de transitar y que –con dificultades– pudo dejar atrás. El ensayo es, por un lado, un balance de su propia trayectoria como investigador de Malvinas –ese símbolo que representa tanto un territorio, una causa nacional y una guerra–1 y de la constitución de un campo disciplinar, la historia sociocultural de Malvinas. Asimismo, por otro lado, es la propuesta de una agenda de investigación, en la que Lorenz tanto reconoce con generosidad los avances que ha habido desde inicios del siglo XXI, cuando iniciaba su viaje, como señala los vacíos y posibles caminos a recorrer en el futuro.

En el presente, no se navega sobre res nullius como hace 20 años en cuanto a las investigaciones sobre Malvinas desde una perspectiva sociocultural. En gran parte gracias a los aportes tanto suyos como de la antropóloga Rosana Guber –pioneros del campo–, y los avances que hemos realizado las generaciones siguientes, tenemos ya un piso, cierta acumulación, que funciona como una brújula que nos guía, sobre la cual situarnos, referenciarnos y desde la que continuar. A diferencia de la época en que Federico Lorenz iniciaba su trayectoria, hoy sí tenemos –como explica el historiador– grupos y proyectos de investigación, cursos de grado y posgrado, subsidios y becas destinadas a quienes pensamos la construcción histórica de la causa nacional; los vínculos humanos, familiares y comerciales entre quienes habitaban las islas y la Patagonia; la experiencia de guerra de los combatientes y los civiles que permanecieron en el continente; las luchas por el reconocimiento y la memoria de Malvinas en la posguerra; las políticas estatales al respecto, entre otros.

Sin embargo, algunas de las limitaciones y dificultades que podemos rastrear desde el inicio del campo disciplinar continúan y se han profundizado a medida que Malvinas fue adquiriendo visibilidad y retomando un lugar prioritario en la agenda pública a partir del vigesimoquinto aniversario del desembarco en el archipiélago. Uno de los grandes aportes del texto es justamente el análisis de esos condicionantes, que Lorenz identifica a partir de historizar su propio recorrido como investigador, docente y divulgador. Mi comentario en las páginas siguientes se focalizará en esas dificultades porque creo que se alzan como un desafío para quienes pretendemos continuar atravesando esas aguas por momentos turbulentas y que ya han expulsado/ahogado a varios navegantes.

I. La causa nacional, sagrada e indiscutible

En primer lugar, se presentan un cúmulo de limitaciones al pensamiento crítico debido a que la causa de soberanía del archipiélago se ha convertido en un símbolo de nuestra nacionalidad. Es decir, a lo largo del siglo XX el reclamo diplomático sobre las islas Malvinas –y por extensión Georgias y Sándwich del Sur– se ha transmutado en una causa nacional y popular apropiada por amplísimos sectores sociales, que provienen de diversas extracciones ideológicas, políticas y económicas.2 Como todos los símbolos nacionales, la causa Malvinas también se ha sacralizado y convertido en una cuestión esencial e indiscutible, en un mandato irrenunciable para todos los argentinos. Por ende, en ocasiones resulta extremadamente difícil la apertura de preguntas y nuevas perspectivas allí donde solo hay mandato, afirmaciones y supuestas verdades consabidas. Como indica Federico Lorenz, no se trata de cuestionar la argentinidad del archipiélago, sino la mera intención de poner en suspenso esa afirmación de cara a construir nuevos interrogantes es ya una operación riesgosa, pasible de ser interpretada como una traición a la patria.

Esas limitaciones en la construcción del conocimiento operan de distintas maneras. En algunos casos, pueden ser autoimpuestas y asumidas por el campo académico por el peso social que tiene la causa nacional en el imaginario colectivo. La conmemoración de los 40 años de la guerra estuvo plagada de situaciones en los que se evidenciaron explícita o implícitamente ese tipo de condicionantes. A modo de ejemplo, del 6 al 8 de abril del año 2022 el Grupo de Estudios sobre Arte, Cultura y Política en la Argentina Reciente del Instituto de Investigaciones Gino Germani (Universidad de Buenos Aires) junto a investigadores de Cardiff University llevaron a cabo las jornadas virtuales internacionales denominadas “Repensando Malvinas/Rethinking Falklands: visiones y versiones en las culturas argentina y británica/Vision and version in Argentinian and British Cultures”. El objetivo era “la reevaluación del legado cultural del conflicto, más allá de los relatos ofrecidos por las historias política y militar”,3 haciendo hincapié en el estudio de las luchas por la memoria en ambos países; aunque luego el programa iba más allá de ello. Sin embargo, la denominación Falklands generó irritación en muchos actores sociales, y la publicación en el Facebook de la Dra. Cora Gamarnik, la referente argentina del comité organizador de las jornadas, comenzó a acumular comentarios cargados de violencia sobre los “académicos colonizados”, “cipayos”, “lo ofensivo y agraviante del acto”, la “pseudoacademia” y la “vanguardia iluminada”, entre muchos otros.

La tensa situación desbordó al punto que las autoridades del Instituto Gino Germani se vieron obligadas a expresarse y emitieron un comunicado contradictorio, en el que a la vez que decían defender a sus docentes investigadoras de las “injustificadas e inadmisibles agresiones” y afirmaban la total libertad de cátedra que reinaba en la entidad, tomaban la decisión de mantener sólo el título en castellano de la actividad: “considerando que el objeto de reflexión toca un capítulo sensible de nuestra historia nacional y que el nombre dado al evento ha suscitado la desaprobación de parte de la comunidad académica por prestarse a una posible lectura ambigua con respecto a lo que debe ser una defensa clara de nuestra soberanía nacional”.4 De todas formas, las y los integrantes del comité organizador sostuvieron la denominación, pero se vieron en la obligación de aclarar: “Como se ve figuran ambos términos en el título, Malvinas y Falklands. No porque pensemos que sean nombres equivalentes o porque nuestro reclamo de soberanía sobre las Islas esté en duda sino porque el debate mismo que proponemos empieza por dar cuenta de que nombramos a las Islas de manera diferente, nombres que cargan sentidos e historias”.5

En ese caso, se trató de un conflicto que se visibilizó públicamente y que demostró que las presiones sociales son también políticas, y traspasan las fronteras del campo académico condicionando el trabajo de investigadores e investigadoras. Claro que esto no es una novedad, ya lo advirtió Eric Hobsbawm en su desafiante ensayo “La historia de la identidad no es suficiente” cuando dio cuenta de la dualidad de la labor de los historiadores: “El problema para los historiadores profesionales es que su tema tiene importantes funciones sociales y políticas. Estas funciones dependen de su trabajo (…) pero al mismo tiempo están en contradicción con sus criterios profesionales”;6 no siempre, podría agregar, pero sí muchas veces se produce esa contradicción que trae aparejado todo tipo de consecuencias en su trabajo cotidiano. Situaciones como la narrada son un indicio que advierten claramente que las limitaciones para pensar Malvinas continúan vigentes con toda su crudeza; más aún cuando la defensa de dicha causa de soberanía costó una guerra, cientos de muertos y más marcas en miles de ciudadanos.

En otras situaciones, en cambio, esos condicionantes atraviesan a los historiadores e historiadoras en soledad, en las decisiones que toman diariamente y en las tensiones con las que conviven, sin que ello tome estado público. Ese fue el caso cuando le solicité al editor de una compilación de un libro publicado en inglés que, en el capítulo de mi autoría en el que abordo las experiencias de posguerra y subjetividades de un grupo de ex-combatientes, no aparezca la palabra Malvinas seguida de Falklands porque consideraba que no estaba respetando a quienes me habían brindado su testimonio para la investigación.7

Sin embargo, en otros casos, dichas limitaciones son producto de políticas estatales, en ocasiones en forma de direccionamiento de recursos, esenciales para toda investigación. Ya lo demostró también Federico Lorenz cuando analizó su experiencia como director del Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur.8 Aquello también fue evidente en la convocatoria de los Proyectos de Investigación Científica y Tecnológicas Orientados y Asociativo (PICTO) “Malvinas, Antártida y Atlántico Sur” lanzada en el año 2021 por la Agencia Nacional de Promoción a la Investigación, el Desarrollo Tecnológico y la Innovación y la Secretaría de Malvinas, Antártida y Atlántico Sur. Se trató de un concurso que apuntaba a financiar proyectos de investigación con tres objetivos –como indicaban las bases–: “promover el conocimiento multidisciplinar” sobre la temática, “articular redes de investigación sobre un mismo campo de estudio”, y “aportar a la defensa de los derechos soberanos argentinos” sobre las islas del Atlántico Sur y el mar circundante, así como la Antártida.9 Algunos investigadores e investigadoras decidimos no presentarnos a la convocatoria debido a ese último requisito, nuevamente no por no estar de acuerdo sobre los derechos argentinos sobre las islas, sino porque no nos parecía adecuado/nos tensionaba que ese fuere a priori un objetivo de la investigación. Por supuesto, existen muchas otras posibilidades de financiamiento de proyectos de investigación sin este tipo de condicionantes en esas mismas agencias –en las que muchos participamos–; lo relatado es solo para mostrar en situaciones concretas como –para el caso de Malvinas– cuestiones que hacen al derecho y las relaciones internacionales siguen interviniendo en la construcción del conocimiento histórico.10

II. Las luchas por el sentido de la guerra al interior del campo

La otra dificultad nodal refiere a las pugnas por la interpretación del conflicto que atraviesan, dividen y fragmentan el campo disciplinar, que Federico Lorenz menciona en su texto, pero en la que creo que vale la pena explayarse. Por supuesto que no es una particularidad de los estudios sobre Malvinas (todos los campos están atravesados por discusiones historiográficas), y además en principio no tendría por qué ser una limitación: los debates, los intercambios y aportes podrían construir un campo activo y vital, en construcción y en continuo crecimiento. Sin embargo, ello no ocurre por lo irreductible de cada posicionamiento, que conduce a un “diálogo de sordos” –en el mejor de los casos– y en muchas ocasiones directamente al no reconocimiento del trabajo de colegas, a los que ni siquiera se lee por no compartir la propia perspectiva.

En el caso de la guerra de Malvinas, las dos perspectivas que –en términos generales– han primado sobre el conflicto refieren a aquellas que la interpretan como una gesta o como una aventura militar.11 Así, los historiadores militares o investigadores vinculados a instituciones castrenses comparten la visión del conflicto como una guerra justa por la defensa de la causa de soberanía y, en esa misma operación, descontextualizan el conflicto de su coyuntura inmediata: la última dictadura militar. Por el contrario, los círculos académicos “progresistas” –que Lorenz caracteriza ampliamente como democráticos y de izquierda12– interpretan el conflicto solo desde una perspectiva política y por ende lo conciben únicamente como una estrategia de legitimación de la dictadura militar, subsumiendo la guerra internacional al contexto inmediato. Frente a posicionamientos tan irreductibles, se ha producido un verdadero divorcio entre los historiadores militares o que trabajan en entidades vinculadas a las FF.AA., y aquellos que se inscriben en las universidades y organismos de investigación públicos.

Si bien desde principios del siglo XXI podemos identificar una tercera corriente, la historia sociocultural de la guerra, que justamente vendría a tratar de aportar otros interrogantes para pensar el conflicto bélico como un fenómeno humano y proponer grises allí donde todo es blanco o negro, lo cierto es que esa ruptura en el campo continúa al día de hoy. Ello se debe a que los investigadores e investigadoras que integran esta última vertiente (en la que me inscribo) comparten redes académicas y espacios de trabajo en universidades públicas y organismos nacionales de ciencia y técnica. Entonces, cada uno de ellos se encuentra encerrado en su propio espacio, en la comodidad de su propia institución y grupos de referencia que comparten la misma perspectiva, y en las raras ocasiones que se producen intercambios entre ambos colectivos, suelen estar plagados de suspicacias y preconceptos, lo que no habilita una escucha abierta y sincera. Esta situación conduce a la atomicidad del campo: grupos de investigación que existen contemporáneamente pero que no se reconocen, no comparten encuentros ni intercambios, y avanzan en sus investigaciones “en paralelo”. En tal sentido, suscribo plenamente a la reflexión de German Soprano en un estudio que hace referencia a este mismo divorcio, pero en términos generales entre la historia militar y las perspectivas que vienen a renovar los estudios de la guerra, cuando concluye que:

… continuar apelando tácita o explícitamente a la indiferencia, el desconocimiento e incomunicación, o bien reproduciendo rótulos diferenciales erigidos como marcas de identidad y escudos para librar disputas político-intelectuales, son alternativas que no facilitan el más elemental diálogo académico entre los historiadores argentinos.13

Las luchas por el sentido de la guerra que fragmentan el campo académico son, en realidad, la reproducción de pugnas por la memoria del conflicto bélico que atraviesan más ampliamente a la sociedad argentina, solo que con dinámicas y lógicas propias. En tal sentido, otra de las variables a considerar en cuanto a las complejas relaciones entre Historia y Memoria en los estudios de Malvinas es la presencia de protagonistas de la guerra (ex-combatientes/veteranos de guerra y familiares de caídos) que investigan y estudian sobre la problemática o que –sobre todo desde fines de la década del 90– intervienen continuamente en los espacios educativos y académicos, y en las políticas estatales al respecto. Tengamos presente que, al igual que en otros temas del pasado reciente, los y las cientistas sociales comenzamos a estudiar el conflicto bélico en forma tardía, cuando ya existía una ingente bibliografía producida por politólogos, periodistas, especialistas de relaciones internacionales, pero sobre todo historiadores militares y protagonistas de la guerra, que dejaban por escrito sus memorias de guerra, o las de sus unidades –en libros autorreferenciales–, así como realizaban obras más generales sobre el conflicto. Ante lo que percibían como una falta de interés o de voluntad social de escucha de sus testimonios, ellos comenzaron a intervenir en el espacio público, pugnando por un sentido del conflicto, dando charlas en las escuelas, produciendo material escrito y audiovisual sobre Malvinas, escribiendo libros, entre otras.

Entonces, cuando las y los cientistas sociales llegamos a estudiar la problemática a fines del siglo XX y comienzo del siglo XXI, se produce un encuentro con los sobrevivientes de la guerra que desde mucho antes se habían erigido como la palabra autorizada sobre Malvinas (la guerra y por extensión la causa soberana), tanto porque habían ocupado un espacio que percibían vacío y disponible como por la legitimidad que les daba el haberlo vivido “en carne propia”. Esos encuentros han estado plagados de posibilidades: quienes trabajamos historia oral aprendimos que las voces de los y las testigos son fundamentales para comprender las marcas que dejó la guerra en sus cuerpos, identidades y memorias, y para abordar la dimensión subjetiva de los procesos históricos. En otras palabras, los testimonios orales se alzan como una de las fuentes privilegiadas para devolverle a la guerra su dimensión humana, para reconstruir las vivencias, identidades y memorias de los sujetos marcados por una forma de violencia extrema.

Sin embargo, dichos encuentros también han estado atravesados por tensiones y conflictos, ya que –como indica Enzo Traverso– la labor de los historiadores es inscribir esas experiencias vividas, que son únicas y singulares, “en un contexto histórico global, tratando de esclarecer las causas, las condiciones, las dinámicas de conjunto, en una explicación que aspire a ser general”,14 sin someterse a dichas memorias. Por lo tanto, ello trae aparejados conflictos casi inevitablemente. Así, como en tantos otros procesos del pasado reciente, a veces las y los protagonistas de la guerra consideran su experiencia personal –que es intransferible e indiscutible– como el tamiz para medir la “verdad” o “falsedad” de determinada interpretación histórica. Esto ha conducido a cortocircuitos sociales, puesto que las interpretaciones y análisis de los/las investigadores/as muchas veces no concuerdan con la memoria de los actores ni son “complacientes con sus representaciones del pasado y de la propia experiencia”.15

Por caso, para la Guerra de Malvinas una de las investigaciones centrales y necesarias en el presente es aquella que reconstruya y sistematice las violaciones a los DD.HH. que se produjeron en las islas para comprender cabalmente las vinculaciones del conflicto con el terrorismo de Estado, para abordar sus particularidades y reflexionar hasta qué punto pueden pensarse las mismas únicamente desde la lógica dictatorial. Sin dudas, las FF.AA. que fueron a la guerra son las mismas que reprimieron en los años 70 y hubo militares en las islas que replicaron los métodos represivos hacia el personal a su cargo en la guerra, y deben ser sometidos a la justicia por sus crímenes.16 Sin embargo, desde el punto de vista de la interpretación histórica, ello no nos habilita a extrapolar automáticamente la misma lógica del terrorismo de Estado a la Guerra de Malvinas, y a pensar las islas como una continuidad de los centros clandestinos de detención. Más bien, esa constatación nos abre una serie de preguntas: ¿Cómo se vinculan los tormentos y maltratos injustificables que se produjeron en el conflicto con la cultura institucional de abuso y subordinación que pueden rastrearse desde los inicios mismos del servicio militar obligatorio (y que se imbricó con el método represivo de los 70)?17 ¿Cómo abordar la diversidad de actuaciones en el conflicto y la existencia de unidades que se desempeñaron con gran profesionalismo en esas mismas FF.AA. que se habían preparado para reprimir en el marco de la Doctrina de Seguridad Nacional? Sin embargo, el mero planteo de estos interrogantes puede ser percibido por algunos sectores como el cuestionamiento del dolor de los conscriptos que padecieron esas violaciones a los DD.HH., o incluso de su condición misma de víctimas, o la relativización de la demanda de justicia, aun cuando de ninguna forma se está poniendo en discusión la necesidad de que estos crímenes sean juzgados y no queden impunes.

Entonces, en esas contradicciones entre la memoria de los testigos y la labor de los/las historiadores/as se produce un doble desafío: el poder convivir con otros relatos que muchas veces impugnan la interpretación histórica, y el sostener cierto distanciamiento y mirada crítica, más allá de la empatía con el dolor ajeno. Como afirman Marina Franco y Florencia Levin en un texto icónico e inaugural de la Historia Reciente Argentina:

Cuando este (el investigador) aspira a producir una interpretación crítica del pasado, a deconstruir categorías dadas, cuestionar sentidos comunes y enfrentarse a representaciones “sagradas”, no tiene más alternativa que aceptar los costos emocionales de semejante empresa. Y aun adoptando esta posición, esa distancia construida y esa mirada crítica serán siempre un imperativo solo parcialmente realizable cuando se trata de la historia de los sujetos y experiencias pasadas aun presentes.18

Esas luchas por el sentido del pasado en las que las/los historiadoras/es intervienen muchas veces son también políticas, y allí los costos de actuar a contracorriente son mayores. La experiencia que narra Federico Lorenz como director de Museo Malvinas e Islas del Atlántico Sur y, sobre todo, su decisión de renunciar son una muestra palmaria de ello.

Avances y desafíos más allá de todo

Las dos dificultades o limitaciones que abordamos previamente, y retomamos del texto de Federico Lorenz, demuestran la existencia de un campo disciplinar en el que los matices, los grises, no son bien recibidos. Ambas se alzan como un obstáculo para el pensamiento crítico, más aún en una coyuntura política a nivel nacional atravesada por “la grieta”, la oposición kirchnerismo-antikichnerismo, que profundiza las perspectivas dicotómicas, irreductibles e intolerantes.

Sin embargo, a pesar de esas dificultades, ha habido avances importantes en los estudios de Malvinas, que Lorenz identifica con precisión. A paso lento, los estudios socioculturales sobre Malvinas se han ido consolidando y constituyendo como campo, en vinculación con otros espacios.

En cuanto a los estudios de la guerra en sí (en los que se inscriben mis investigaciones), paulatinamente los análisis críticos sobre el conflicto fueron incorporándose en la Historia Reciente y ganando su lugar, intentando tejer cruces y diálogos con los estudios sobre los 70 y la dictadura, y actualmente la llamada “transición democrática” (que también gozaron de una gran renovación, los primeros desde principios del siglo XXI y los segundos en la última década). Entonces, creo que en términos generales ya no puede sostenerse, como en el inicio de la trayectoria de Lorenz, que, para muchos colegas, Malvinas todavía es “un tema de milicos”. Queda demostrado en las tesis de maestría y doctorales defendidas o en curso con directores referentes del campo, la existencia de colecciones de libros sobre historia reciente que incluyen la temática, la paulatina inclusión de Malvinas en las Jornadas de Trabajo sobre Historia Reciente, entre otros. Sin embargo, sí creo que todavía algunas de las preguntas sobre la guerra y la causa de soberanía en la más larga duración y en un espacio extendido en el Atlántico Sur son percibidas –como indica Lorenz– como una “afrenta para los sectores reivindicadores de la gesta”, que –agrego– no es sinónimo de castrenses

La historia sociocultural de Malvinas –guerra, causa y territorio– ha logrado avances, ha conquistado un espacio y de a poco está ganando reconocimiento, en gran parte gracias a los múltiples aportes de Federico Lorenz como divulgador, investigador y docente. Él abrió un campo, construyó preguntas allí donde solo había afirmaciones, marcó un camino que de a poco fuimos recorriendo y repensando otros. Sus investigaciones van a ser siempre una referencia obligada para aquellos que quieran bucear en interrogantes incómodos, en grises y verdades en ciernes y no cerradas, para los que busquen tanto reflexionar como la emoción de quien se encuentra “atrapado”, “embrujado por el objeto”, pero que no por eso se asimila ni somete a él. Sus reflexiones desafiantes son una alerta para los que continuamos navegando en las turbulentas aguas de los estudios de Malvinas. Nos alertan sobre la responsabilidad del/la historiador/a de no dejarse llevar por las derivas “de una empatía en sentido único, desprovisto de distancia crítica respecto del objeto”.19 La lectura de sus textos nos advierte una y otra vez, como afirma Hobsbawm, que la historia de la identidad no es suficiente, que la historia realizada por y para un grupo puede ser reconfortante para ese colectivo social y para quienes las cultivan, pero sustrae al historiador/a de “su norte”: el deber del universalismo, de contribuir a la historia de la humanidad.20


1 Guber (2001).

2 Sobre esta construcción histórica, ver Guber (2001); Palermo (2007); Lorenz (2014, 2022); Tato y Dalla Fontana (2020); y Rodríguez (2022).

3 Programa de las Jornadas, disponible en la página web del Grupo organizador: http://aypariigg.sociales.uba.ar/event-directory/?fbclid=IwAR1M0IhV9rDtq2fbkFtv6Ed6YdEShj0Qhu5l_9qzBq4pEnBJc9cX_7emTz8. Ingreso: 9/3/2023

4 Comunicado del Comité Académico del Instituto de Investigaciones Gino Germani, 30/3/2022. En su momento el comunicado se difundió en su sitio web institucional, pero hoy en día ya no se encuentra disponible.

5 Tanto los comentarios como esta aclaración se pueden encontrar en el Facebook de Cora Gamarnik, en publicaciones de los días 29/3 y 6/4/2022. Ingreso: 8/3/2023.

6 Hobsbawm (1998: 269).

7 De hecho, esa solicitud aparece explicitada en la primera nota a pie del capítulo: Rodríguez (2021).

8 Lorenz (2021).

9 Extraído de la publicación oficial de la convocatoria, disponible en: http://www.agencia.mincyt.gob.ar/frontend/agencia/convocatoria/459. Ingreso: 9/3/2023

10 Para un recorrido historiográfico al respecto, ver Lorenz (2022).

11 Sobre la historiografía de la guerra de Malvinas en Argentina, ver Rodríguez (2017).

12 Lorenz (2007).

13 Soprano (2021: 83).

14 Traverso (2011: 24).

15 Franco y Levin (2007: 61).

16 Desde el 2007, algunas agrupaciones de ex-combatientes han llevado adelante denuncias para que se juzguen las violaciones a los DD.HH. que se cometieron en las islas. Hasta el presente, esas causas judiciales están sin resolución. Sobre las denuncias y las idas y vueltas de los juicios, ver Vassel (2007); Niebieskikwiat (2012); y Guerrero Iraola (2021).

17 Si bien faltan investigaciones al respecto, sobre denuncias de maltratos en el servicio militar obligatorio en distintas coyunturas, ver Ablard (2017); Sillitti (2018); y Garaño (2014).

18 Franco y Levin (2007: 61).

19 Traverso (2011: 36).

20 Hobsbawm (1998: 276).

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