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Los indios montoneros. Un desierto rebelde para
la nación argentina (Guanacache, siglos XVIII-XX)

Escolar, Diego (2021).
Buenos Aires: Prometeo, 291 páginas.

Mariana Alicia Pérez

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” - UBA/CONICET.

Hasta finales del siglo XX, los relatos hegemónicos sobre la formación de la Argentina sostuvieron la imagen de un país forjado por la inmigración blanca-europea sobre un “desierto” que debía ser ocupado por la “civilización”. Esta mirada –de fuerte arraigo en el sentido común de gran parte de los argentinos hasta el presente– ha comenzado a ser desarmada en las últimas dos décadas por numerosos estudios históricos y antropológicos y por la lucha de comunidades indígenas y de afrodescendientes que pugnan por el reconocimiento de otros grupos étnico raciales en el pasado y presente de la Argentina.

Los indios montoneros. Un desierto rebelde para la nación argentina (Guanacache, siglos XVIII-XX) se integra al conjunto de trabajos que prestan atención a las acciones, experiencias e identidades de los grupos subalternos, entre ellos los indígenas, en el proceso de creación de la nación argentina. No se trata del primer trabajo de Diego Escolar sobre esta temática, quien desde hace años se interesa en la construcción de las identidades étnicas y nacionales en Cuyo. En trabajos anteriores (por ejemplo, Escolar, 2007) analizó el caso de los huarpes, cuya identidad resurgió en la década de 1990 luego de que intelectuales y académicos los considerasen extintos desde el período colonial temprano por haber sufrido procesos de exterminio y mestizaje. Los indios montoneros retoma esta historia de invisibilización, poniendo el foco en las luchas por la tierra y el agua de los habitantes de las lagunas de Guanacache (un extenso espacio que actualmente comprende parte de las provincias de San Luis, San Juan y Mendoza) entre el último tramo del dominio colonial hasta mediados del siglo XX. Escolar muestra cómo la negación de las identidades indígenas formó parte indisoluble de la construcción de una Argentina moderna y capitalista en Cuyo, en la cual la apropiación de los recursos naturales por parte de las elites provinciales, y su expropiación a vastos sectores de la población indígena-criolla, fue esencial.

El libro comienza sugestivamente contando la existencia de los “archivos laguneros”, un conjunto de documentos dispares, fragmentados, trabajosamente copiados de generación en generación y atesorados por las familias laguneras, que testimonian su antigua posesión de las tierras y las luchas por su conservación. La persistencia de estos archivos revela la existencia histórica de demandas concretas, prácticas y discursos en los cuales los habitantes de Guanacache se identificaban como indígenas. Como se demuestra a lo largo del libro, las huellas de un pasado indígena de disputas legales, políticas y militares se observan también en gran variedad de fuentes que le permiten al autor reconstruir dicha historia: documentos judiciales, decretos, correspondencia, prensa, fotografías, canciones, memorias orales. Asimismo, el cuidadoso y secreto resguardo de los “archivos laguneros” da cuenta de su importancia como herramienta política y creadora de memoria sobre el despojo. De la lectura del libro quedan claras las razones de esta celosa custodia: los conflictos por las tierras fueron acompañados de una “guerra archivística” de robo y ocultamiento de los documentos que podrían legitimar su posesión por parte de los grupos indígenas.

Uno de los nudos argumentativos del libro pasa por la pregunta sobre cómo fueron las experiencias indígenas en la formación del Estado nacional. Esto lleva al autor a discutir dos postulados sobre la participación de los indígenas y de los sectores subalternos en dicho proceso, que han tenido gran influencia en los relatos historiográficos de los siglos XIX y XX. Por un lado, cuestiona las miradas que conciben al “pueblo llano” como apolítico, objeto de manipulación por parte de caudillos y, por lo tanto, participante secundario en las luchas por la creación de la nación. Por otro lado, discute los análisis que conciben a la sociedad indígena del siglo XIX como externa u opuesta a las formaciones estatales y separadas de la sociedad criolla. Por el contrario, para Escolar “los indígenas e indigenidades” no constituyen “una alteridad radical” sino que aparecen “inextricablemente ligados a una historia criolla por antonomasia” (p. 27). Siguiendo esta línea argumentativa, en Los indios montoneros demuestra con solvencia la existencia de discursos, prácticas e instituciones políticas autodefinidas indígenas que se identificaban con la estatalidad y el orden republicano y que procuraban también participar en su construcción.

El análisis de un período de más de dos siglos (algo poco frecuente en la historiografía local de la actualidad), y las preguntas que se van presentando en el recorrido por las demandas y movilizaciones indígenas, otorgan al libro una característica polifacética que Escolar logra articular en un único relato claro y coherente. El libro se nutre y, a su vez, hace valiosos aportes a variados campos historiográficos: dialoga con la historiografía sobre la sociedad y política colonial; con aquella que analiza las transformaciones que trajo la revolución a la cultura política y jurídica de la primera mitad del siglo XIX; con la que se cuestiona por los conflictos en torno a la creación del Estado nacional; con la historia social y económica que explica el proceso de construcción de un orden capitalista en Cuyo; con la que indaga sobre la formación de la memoria histórica, entre otras.

El libro se organiza en siete capítulos. Los dos primeros, “Liderazgo y política indígena en Cuyo a fines del período colonial” y “Tierras, servicios militares y geopolítica colonial en Corocorto y las Lagunas”, analizan los procesos de fundación de pueblos de indios y villas de españoles en el siglo XVIII y las estrategias de los indígenas para defender sus derechos sobre las tierras en dos áreas por entonces periféricas de Cuyo: en Jáchal, Valle Fértil y Mogna en San Juan, y en las lagunas de Guanacache y Corocorto en Mendoza (estas últimas zonas estratégicas para el gobierno colonial por su ubicación en la ruta hacia Buenos Aires y su cercanía a la frontera con los pueblos indígenas no sometidos). En estos capítulos se observa cómo los indígenas, representados la mayoría de las veces por caciques, litigaron judicialmente, negociaron, se valieron de los conflictos entre sectores de la elite colonial, y aprovecharon la necesidad del Estado de afianzar su dominio en las tierras del sur para imponer sus propios intereses en la fundación de los pueblos y lograr el reconocimiento por parte de las autoridades virreinales de los derechos sobre las tierras que ocupaban.

Los tres capítulos siguientes se focalizan en las Lagunas y analizan la defensa de los territorios de los antiguos pueblos de indios en conexión con la política provincial y nacional entre la independencia hasta la consolidación del Estado nacional en la década de 1880. El capítulo “Jueces indígenas, caciques criollos: autonomía y estatalidad a principios del período independiente” aborda las vías judiciales y políticas desplegadas para la defensa de las tierras en el nuevo contexto republicano inaugurado en 1810. Escolar observa que si bien la paulatina creación de un orden político y legal de corte liberal trajo consigo el avance privatizador sobre tierras indígenas, paralelamente persistieron las tradiciones jurídicas indianas que fueron invocadas con éxito por los representantes de los laguneros para su resguardo. Asimismo, la eficacia en la preservación territorial estuvo estrechamente conectada con el lugar que los jefes laguneros ocuparon en las instituciones estatales de la provincia, que les permitió sostener una posición de relativa autonomía política desde la que supieron negociar y defender los intereses laguneros.

Las derrota de los gobiernos federales luego de Pavón, en 1861, dio paso a un período de alta conflictividad política, represión y de profunda degradación de la negociación y las vías judiciales como herramientas para la defensa de los derechos indígenas en las Lagunas. Se abrió entonces un ciclo de rebeliones y revueltas que finalizaría con el asesinato del líder lagunero Santos Guayama en 1879. Los capítulos “Rebeliones montoneras y tierras indígenas: del levantamiento del Chacho Peñaloza a la Revolución de los Colorados” y “La república perdida de Santos Guayama” recorren esta historia de resistencia lagunera. Analizan las múltiples causas que llevaron a la insurrección (entre las que se destacan la creciente presión impositiva y la represión llevada a cabo por los liberales y el gobierno nacional), la organización de las montoneras, las diversas (y opuestas) narrativas sobre los laguneros insurrectos, y el programa político de Santos Guayama y sus seguidores. En este punto se destacan dos cuestiones. Por un lado, que no se trataba de movimientos de impugnación al Estado nacional, sino de oposición a un gobierno que consideraban había usurpado la soberanía política y excluido a los líderes laguneros de la burocracia estatal. Por otro, la notable variabilidad de las alianzas políticas laguneras (sobre todo luego de 1867) demuestra su autonomía y, a la vez, hacen difícil clasificar sus adscripciones partidarias.

A fines del siglo XIX, con la derrota de las montoneras y el cambio del modelo económico desde la ganadería en tránsito a Chile a la vitivinicultura en gran escala, se aceleró el proceso de apropiación de la tierra y el agua en la región, cuestión que es abordada en los dos últimos capítulos.

“El regreso del Inca Sayanca: aboriginalidad, propiedad y soberanía en Cuyo” estudia los conflictos legales en torno a la merced del cacique Sayanca (que en parte perduran hasta el presente) y las prácticas fraudulentas de apropiación de tierras por parte de la elite mendocina. El análisis de las construcciones discursivas e historiográficas sobre la legitimidad de la merced permiten observar la relación entre la invisibilización de la historia indígena y el proceso de constitución de la propiedad privada de la tierra en Mendoza, como también la creación de un discurso que anudaba la legitimidad de la propiedad privada a la condición étnica y social de los grupos que la sustentaban y que excluía a los indígenas como sujetos con derecho de acceso a ella por su cualidad moral inferior. El último capítulo, “La etnopolítica del agua. Inmigración europea y fabricación del ‘desierto huarpe’, 1880-1940”, analiza las políticas de acaparamiento y distribución del agua que llevarían al desecamiento de las Lagunas de Guanacache y su transformación en un “desierto”. Este proceso fue resistido por los laguneros mediante presentaciones al gobierno, la legislatura y la prensa, pero no lograron torcer las políticas que, guiadas por una ideología que asociaba el progreso a la inmigración europea y al desarrollo de la vitivinicultura, evitaron sistemáticamente dotar con agua a las lagunas y sus habitantes, que fueron asociados al “atraso”, la “barbarie” y “el desierto”.

En síntesis, Los indios montoneros es el resultado de una investigación sólida y original y constituye un aporte muy interesante a la historiografía sobre los grupos subalternos, la formación del Estado nacional argentino y de una sociedad capitalista. Además, interpela los discursos dominantes sobre los indígenas en la sociedad cuyana y las bases legítimas de la propiedad privada de la tierra en la región. Como tal, es un libro que interviene en la disputa política actual, atravesada por los conflictos por el reconocimiento de comunidades indígenas y la posesión de la tierra –como se puede observar en los acontecimientos en torno a la resolución del Instituto Nacional de Asuntos Indígenas que legitima la posesión de tierras de pueblos mapuches en Mendoza a principios de 2023–.

Bibliografía

Escolar, D. (2007). Los dones étnicos de la nación. Identidades huarpes y modos de producción de soberanía en Argentina. Buenos Aires: Prometeo.