Mora Muro, Jesús Iván (2021).
México: El Colegio de Michoacán /El Colegio de la Frontera Norte, 275 páginas.
Jenny Zapata de la Cruz
Universidad de Guanajuato/ estancia posdoctoral CONAHCYT-México (2022-2023).
En Los historiadores: una comunidad del saber. México, 1903-1955, encontramos un ejercicio interpretativo sincrónico y diacrónico del nacimiento de instituciones dedicadas a la investigación, la educación y la formación de profesionales de la Historia durante los primeros cincuenta años del siglo XX en algunos estados de la república mexicana.
Para ello, Jesús Iván Mora recurre al concepto campo intelectual propuesto por Pierre Bourdieu, la noción de comunidad de Gerard Noiriel y hace un acercamiento metodológico a los estudios de revistas culturales, con la meta de ofrecer explicaciones concernientes a las asociaciones, relaciones e intereses políticos sobre el uso de la Historia de los letrados de finales del siglo XIX que transitaron a un siglo XX reestructurado por la revolución mexicana. El autor revela que esos historiadores formados de manera empírica con ideas decimonónicas sobre la búsqueda de la “verdad absoluta”, le darán paso al quehacer profesional de los historiadores de las primeras dos décadas del siglo pasado, los cuales labraron las rutas de la profesionalización con el entendimiento de que la Historia debía estar desvinculada de las visiones cientificistas y del fetiche del documento, cambios que se verán reflejados en las generaciones de historiadores de las décadas de 1940 y 1950 en México.
Así, a lo largo de tres capítulos, el autor se compromete a explicar qué entiende por intelectuales asociados en comunidad, quiénes son aquellos historiadores por oficio y por formación académica que se diferencian de la vieja escuela o de las prácticas de historiadores no profesionales. Además de exponer cómo los historiadores autodidactas y los profesionales construyeron espacios impresos para esparcir ideas respecto del saber histórico, la defensa de posturas políticas, visiones de nación y cuestiones historiográficas, también traza las transiciones de la comprensión del pasado en las primeras dos décadas del siglo XX, “Los primeros maestros del oficio”, hasta culminar en la década de 1950 con “Los historiadores: una comunidad de especialistas”.
Una de las preguntas planteadas en el libro –quizá la que conduce su pesquisa y reconstrucción del pasado– es la que Mora coloca en la mesa para discernir cuáles fueron las condiciones sociales, institucionales, epistemológicas para el surgimiento del historiador profesional, el académico del siglo XX. Para Mora, la respuesta se encuentra observando los intereses sociales, políticos e historiográficos de los historiadores –no profesionales y profesionales– y utilizando los debates teóricos y metodológicos de lo que ellos comprendían debía ser la Historia; lo cual se halla manifiesto en las revistas, memorias de congresos y libros.
Con el análisis de los textos desplegados en todos los capítulos, hace una explicación de por qué fue importante la circulación de las visiones históricas de la Conquista, la Colonia y el México Independiente, sin duda, textos cargados de ideales –de poder simbólico, en el sentido de Pierre Bourdieu– es decir, cómo debía ser el perfil profesional del historiador. Mora no nos permite perder de vista que los espacios impresos denotan el poder hacer, el poder decir y el poder circular lo que se piensa de los historiadores y de las instituciones que forman y profesionalizan el quehacer del historiador.
En este sentido, destaca en su reconstrucción histórica el empleo de fuentes poco analizadas entre los historiadores actuales, como las revistas: Ábside, América Española, Revista Mexicana de Estudios Históricos, Revista Mexicana de Estudios Antropológicos, Anales y el Boletín del Museo Nacional de Arqueología, Historia y Etnología, Revista Historia de América, Cuadernos Americanos e Historia Mexicana; además, la revisión de periódicos, documentos del Archivo Histórico de la UNAM y las memorias de los congresos de Historia patria. Todas estas fuentes se han considerado aquí como huellas textuales del pasado, que nos permiten entender los intereses del autor sobre la deconstrucción y comprensión de los discursos entre los historiadores de los años aquí referidos.
En este mismo contexto, plantea, a través del análisis de los congresos, la creación de revistas y la publicación de libros, cómo fue la transición de los debates históricos con intereses políticos a finales del siglo XIX e inicios del siglo XX, hacia las discusiones académicas ya de índole historiográfico en las décadas de 1940 y 1950. Nos exterioriza que aquellos debates eran álgidos, principalmente en cuanto a cómo debía entenderse el tiempo (el pasado en el presente) y la reconstrucción del pasado por medio del documento.
En esas mismas lides encontramos la profesionalización de la historia con la apertura de la licenciatura en 1927 en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad Nacional Autónoma de México (UNAM) y en otras universidades estatales. Empero, tales discusiones académicas respecto al rumbo que debía tomar la formación de historiadores y la profesionalización de la Historia, mucho tuvieron que ver con la forja de redes de historiadores formados en la UNAM de frente a la llegada de los exiliados españoles que, apoyados por Lázaro Cárdenas, abrirían la Casa de España en 1938, luego llamado El Colegio de México, y otras instituciones como la Escuela Nacional de Antropología e Historia, organizaciones del Estado mexicano, pioneras en los derroteros de la profesionalización del conocimiento histórico.
A través de una amplia revisión de intelectuales y académicos, Mora nos advierte que en las revistas, congresos y libros subyacen las relaciones sociales, la comunidad de intelectuales y profesionales, redes construidas desde principios del siglo XX en las que, a su vez, podemos encontrar el trance de la posturas historiográficas entre la generación de los historiadores no profesionales y aquellos que se formaron en la licenciatura en Historia (con posgrados en México y en el extranjero). Por ejemplo, para el estudio de la profesionalización de la historia y de los historiadores revisa –y reflexiona– los ideales de un Genaro García, Genaro Estrada o Luis González Obregón, o de los profesores Carlos Pereyra, Nicolás León y Jesús Galindo, enfatizando así la bisagra generacional entre la “vieja guardia” y la formada por intelectuales como Alfonso Caso y Manuel Toussaint; hasta colocar en escena al exiliado español José Gaos, quien dio nuevos bríos a la disciplina de la Historia en México. Finalmente, Edmundo O´Gorman y Daniel Cosío Villegas, estos últimos representantes del cambio generacional entre un historiador no profesional y el profesional e institucionalizado académico de la Historia.
Son varias las problemáticas que Muro nos invita a repensar en la formación y profesionalización de los historiadores en México; nos deja de tarea es cuestionar si hubo o no interés entre los historiadores de profesión de aquellos años por las consecuencias de la Segunda Guerra Mundial y la Guerra Fría en México, así como escudriñar si aquellos historiadores del medio siglo se manifestaron políticamente por los desaparecidos de los movimientos obreros, magisteriales, movimientos estudiantiles de universitarios y normalistas rurales, eventos ocurridos desde la década de 1930 hasta el “El Halconazo” en el sexenio de Luis Echeverría.
Otras reflexiones que incita la obra de Mora se refieren a la profesionalización de la historia en México después de 1955 y hasta la actualidad: ¿qué ha sucedido con la formación de historiadores a fuera de la UNAM y de El Colegio de México? ¿Cuáles caminos historiográficos han tomado los historiadores que no se han educado en este sistema de redes institucionales? Basados en que aquellas primeras generaciones de historiadores “profesionales” surgieron de las dos principales instituciones del país ya mencionadas, podemos preguntarnos cuán centralizado quedó el quehacer histórico y su aprobación después de la década de 1950, situación que prevalece en el siglo XXI: las pautas de cómo hacer y qué hacer con la Historia la marca el centro del país.
En conclusión, Los historiadores: una comunidad del saber. México, 1903-1955 nos estimula reflexionar los avatares de la profesionalización de la historia e historiadores durante medio siglo, cuya antesala fue el desgaste del cientificismo del siglo XIX. La obra alienta a repensar qué rumbos y en qué comunidades nos adherimos los historiadores de este siglo XXI y qué medios editoriales empleamos para esparcir nuestras visiones historiográficas.