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Movimientos Estudiantiles durante la Guerra Fría Latinoamericana. Una revisión situada de análisis locales, comparados y transnacionales

Nayla Pis Diez

Instituto de Investigaciones en Humanidades y Ciencias Sociales, IdIHCS - UNLP/CONICET.
Correo electrónico: nayla.pdiez@gmail.com.

Guadalupe Seia

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” - UBA/CONICET.
Correo electrónico: guadalupeseia@gmail.com.

Fecha de recepción: 20 de septiembre de 2022
Fecha de aceptación parcial: 28 de diciembre de 2022
Fecha de aceptación definitiva: 16 de marzo de 2023

Resumen1

Este trabajo busca interrogar y sistematizar miradas sobre la actuación estudiantil durante tres décadas de la historia reciente latinoamericana (1960, 1970 y 1980), en momentos diferentes de la Guerra Fría. La producción sobre el sujeto estudiantil atravesó un auge durante los años sesenta y setenta; y si durante los ochenta se consideró que el movimiento estudiantil perdía centralidad, las resistencias frente a las políticas neoliberales sobre la educación superior reavivaron las reflexiones sobre el actor a nivel internacional. En ese marco, el desarrollo y la consolidación de la Historia Global y el enfoque transnacional estimularon la producción de estudios sobre los movimientos y la protesta estudiantil. Sobre estos despliegues nos interrogamos: ¿Qué se ha dicho desde los “centros” sobre el student power? ¿Y desde América Latina? ¿Es posible establecer ejes de comparación entre casos regionales y nacionales? ¿Qué límites y qué potencias tienen las perspectivas transnacionales y comparativas? Proponemos como tesis analítica la importancia de recuperar dos elementos propios de nuestra geografía: por un lado, las tradiciones político-organizativas universitarias, resignificadas a lo largo del siglo XX como la herencia de la Reforma Universitaria de 1918; y, por otro, las historias sociopolíticas locales, atendiendo a la mediana y larga duración.

Palabras clave: Movimientos estudiantiles, Guerra Fría Latinoamericana, historia reciente, historia global.

Student Movements during the Latin American Cold War. A Situated Review of Local, Comparative and Transnational Perspectives 

Abstract

This work seeks to interrogate and systematize viewspoints on student activism during three decades of recent Latin American history (1960, 1970 and 1980), during the Cold War. The academic literature on the student movement experienced a boom during the sixties and seventies, although during the following decade scholars claimed that student mobilization was losing centrality. Nonetheless, resistance against neoliberal higher education policy stimulated new interest in the student movement. The development and consolidation of Global History and the transnational approach also contributed to the expansion of the field of study. In that framework, we propose some analytical interrogations: What did scholars from the academic centers say about the “student power”? And from Latin America? Is it possible to establish lines of comparison between regional and national cases? What are the limits and powers of transnational and comparative perspectives? To answer those questions, we outline two elements of our geography: on the one hand, the political-organizational traditions of the university such as the University Reform of 1918; and, on the other hand, the local socio-political mid and long-term history.

Keywords: Student movements, Latin American Cold War, recent history, global history.

Introducción

En la última década, hemos observado el protagonismo social y político de los y las estudiantes a nivel latinoamericano e internacional (Altbach y Klemenčič, 2014; Guzmán-Concha, 2019). Transcurrida una pandemia global, aún nos resuenan las movilizaciones estudiantiles de Chile en 2019, México en 2019 y 2020, Colombia durante 2021, su masividad y su capacidad de tejer lazos (o fundirse completamente) con las protestas feministas y sociales de sus países. En paralelo, el campo de estudios académicos sobre el actor se desarrolló y consolidó a nivel nacional, regional y, también, global. En efecto, un notable volumen de trabajos sobre los movimientos estudiantiles del siglo XXI desplegó diversas propuestas de análisis comparativas,2 globales3 o transnacionales,4 en el marco de importantes avances y debates en torno a los desafíos epistemológicos que la adopción de cada una supone. En el centro de estas investigaciones, se localizó el caso chileno que fue puesto en diálogo con otras movilizaciones estudiantiles anti-neoliberales en países como Argentina, Canadá, Inglaterra, Italia, Sudáfrica y Uruguay (Palacios-Valladares, 2016; Della Porta, et al., 2020; Bessant, et al., 2021; Cini, et al., 2021).

También, en el marco de los aniversarios de la Reforma Universitaria de 1918 y los movimientos de 1968, la producción sobre estos períodos creció y, a partir de campos de estudios nacionales relativamente consolidados, comenzaron a desarrollarse investigaciones con escalas latinoamericanas; análisis comparativos sobre las conexiones y circulaciones transnacionales de ideas, personas y repertorios de protesta. No obstante, exponentes del campo latinoamericano expresaron sus reparos sobre los marcos analíticos globales, en particular, para pensar los procesos de movilización y radicalización estudiantil de la década de 1960 en América Latina (Marchesi, 2017; Millán, 2018; Markarian, 2019).

Desde allí parte nuestra reflexión en torno a las potencialidades y limitaciones que los enfoques globales y transnacionales suponen al momento de analizar los movimientos estudiantiles latinoamericanos durante las décadas finales de la Guerra Fría: 1960, 1970 y 1980. Para recorrer y reflexionar sobre la producción académica acerca de las movilizaciones y militancias estudiantiles durante la Guerra Fría Latinoamericana, proponemos dos ejes para problematizar y dialogar con la bibliografía. Por un lado, la cuestión temporal para la construcción de periodizaciones en el marco de una contienda internacional como la Guerra Fría. Por otro, la dimensión espacial en la medida que es relevante interrogarse por la sincronicidad y/o contemporaneidad de fenómenos más o menos similares en coordenadas geográficas diversas, cercanas o lejanas. ¿De qué modo podemos reconstruir con rigurosidad ciclos de protesta estudiantil globales o regionales? ¿Qué factores deben ser considerados? ¿En qué medida la comparación, las interacciones transnacionales y las perspectivas globales aportan a este desafío analítico? En buena medida, buscamos aquí ensayar respuestas para esos interrogantes desde una aproximación multidisciplinar: histórica (al anclar el actor a la lógica de los acontecimientos y procesos ocurridos en un lugar y tiempo dados, las décadas finales de la Guerra Fría)5 y sociológica (tomando en consideración diversos aparatos conceptuales y analíticos que, si bien recuperan algunos aportes de las teorías de los movimientos sociales no se concentran exclusivamente en ellos).6

En este estudio bibliográfico proponemos por lo menos dos elementos fundamentales para considerar en el análisis del movimiento estudiantil durante la Guerra Fría Latinoamericana. En primer lugar, las tradiciones ideológicas y organizativas universitarias, en buena medida deudoras (por oposición o filiación) de la Reforma Universitaria de 1918.7 En segundo lugar, las historias sociopolíticas locales, atendiendo a la mediana y larga duración histórica. Consideramos que estos factores son de suma relevancia para repensar los grandes “relatos” construidos, la mayor parte de las veces, desde los países centrales y con limitado basamento empírico.

Este texto se organiza en dos partes, divididas cronológicamente. El objetivo central de cada una es tanto la revisión crítica y situada de los estudios principales de cada período, como también la presentación de tesis propias, que intentan dar una respuesta a nuestros interrogantes articuladores. En concreto, los dos períodos históricos que aquí estudiamos son (1) la década del sesenta o los llamados global sixties, incluyendo el importante año 1968 y las temporalidades y procesos locales que nos aportan matices a esa fecha tan emblemática; (2) los últimos años setenta y la década de 1980, que funcionan casi en contraste con la década anterior si no prestamos debida atención a las reconstrucciones empíricas que han logrado ver en los movimientos estudiantiles (ME de aquí en más) actores importantes en revoluciones, resistencias antidictatoriales y transiciones políticas de ese período.

Antes de avanzar, consideramos pertinente e importante detenernos en algunos aspectos del contexto de producción del presente trabajo. En primer lugar, este es fruto de lecturas, intercambios compartidos entre nosotras las autoras y también con generosos y generosas colegas de diversos países del continente a lo largo de los años que han transcurrido desde el inicio de la pandemia de Covid-19. En ese marco, y, en segundo lugar, se trata de un estudio que surgió de la oportunidad y la necesidad de actualizar nuestras lecturas en un momento en que no podíamos acceder a los acervos documentales donde realizábamos nuestros trabajos de investigación empírica cotidianamente.

La Guerra Fría Latinoamericana

Como se mencionó anteriormente, este estudio busca sistematizar miradas y estudios en torno a la actuación estudiantil durante dos períodos consecutivos de la historia reciente latinoamericana. Dos períodos que concentran tres décadas, 1960, 1970 y 1980, con despliegues bien distintos cada una de la contienda global llamada Guerra Fría. Si bien no existe un consenso sobre su cronología y características para América Latina, cabe colocar aquí algunos elementos que la “nueva historiografía” sobre la Guerra Fría precisó. El primero de ellos tiene que ver con el objetivo de construir una mirada descentrada sobre la contienda, es decir, no enfocada ni en la política exterior norteamericana ni en los acontecimientos y procesos que hicieron a la geopolítica euroasiática. Siguiendo a especialistas como Tanya Harmer (2014), Vanni Petinná (2018) y Odd Westad (2018), el triunfo de la Revolución Cubana en 1959 abrió una etapa particular en la región, dada por la intensificación y radicalización del conflicto entre los modelos capitalista y socialista. Y aunque no se ignora que dicho conflicto nos remite también a 1917 o 1945, los años sesenta marcan una “latinoamericanización” de la Guerra Fría en la medida que sus dicotomías ordenaron más sistemáticamente las luchas políticas nacionales y estas, a su vez, adoptaron métodos cada vez más radicales.

Directamente relacionado con 1959 y la Revolución Cubana, una segunda cuestión que queremos retomar nos habla del carácter de una Guerra Fría que en el continente no tuvo nada de “fría” ni de pacífica distensión. Tal como han afirmado Harmer o Greg Grandin (2007), es imposible ver el período 1960-1980 sin atender a la violencia política, a la intensificación de la represión estatal, y la intervención cada vez más acentuada, radical y opresiva de las Fuerzas Armadas (apoyadas, financiadas o formadas por Estados Unidos). En verdad, más que la dinámica de tensión/distensión entre las dos potencias internacionales, lo que se observa en esos años de la historia latinoamericana es un ciclo de auge de proyectos, discursos, acciones y actores revolucionarios, contestado por otro de contrarrevolución, que significó una sucesión de golpes cívico-militares profundamente represivos.

Este estudio también se sitúa en un campo de debates contextuales e interpretativos. Por un lado, buscamos dar cuenta de la historiografía sobre la acción de los ME del continente en dos momentos disímiles. Por otro, nos interesa dialogar con las nuevas perspectivas sobre la Guerra Fría desde la historia reciente de los movimientos juveniles, protagonistas ineludibles de ambos ciclos y los procesos señalados.

Es preciso decir que una buena parte de esa “nueva historia” se ha realizado desde los enfoques Global y Transnacional, en auge en las academias norteamericana y europea, con un desembarco más bien tardío y esquivo en América Latina, tal como ha caracterizado Aldo Marchesi (2017). En buena medida, coincidimos en señalar que tanto los recursos financieros como las tradiciones académicas locales y regionales han colaborado en esa sospecha. Por caso, las historias globales ¿desde qué punto del globo se escriben y piensan? ¿Importa el idioma en el que se publica? Al respecto Marcelo Casals (2020) observa cómo en el estado de la cuestión historiográfico propuesto por Joseph Gilbert (2019) sobre la Guerra Fría Latinoamericana, se incluye menos de un 10% de bibliografía en español y no se considera la producción académica en portugués. Acordamos con el historiador chileno que la producción académica, entonces, se ve limitada por la falta de un intercambio intelectual comprometido y significativo entre quienes estudiamos esta etapa desde América Latina (aquí vivimos, leemos y escribimos principalmente en español y portugués) y quienes lo hacen desde los centros universitarios anglosajones.8

Además, y en lo que a América Latina refiere, no es fácil hacer a un lado la “historia nacional” con todo lo que supone, historias de conflictos y disputas por la dominación, en contra de imperialismos y dependencias. Entonces, ¿cuál es la utilidad de pensar global o transnacionalmente la historia reciente de las juventudes latinoamericanas? Tal como dice Marchesi, ¿es una simple imitación, una moda? O contrariamente, si de lo que se trata es de “descentrar” la historia, ¿qué tipo de mirada global puede constituirse desde el Sur, desde América Latina? Al respecto, Casals sostiene que las investigaciones originarias de estas geografías suponen un aporte relevante que “complementa, complejiza y desdibuja” consensos historiográficos “explícitos e implícitos” sobre la Guerra Fría (2020: 2). Es por ello que, en este ensayo procuramos no concentrar nuestra reflexión sobre la producción académica en inglés, recuperar aquellas investigaciones desarrolladas en español y portugués, aunque no exclusivamente.

Dentro de esas nuevas miradas, cabe destacar las investigaciones sobre diversos actores y dimensiones de las llamadas “guerras frías locales” (Franco y Calandra, 2012). En este subcampo, contamos con trabajos referidos a las universidades, a la educación y sus actores. Se destacan, entre ellas, las indagaciones sobre los organismos norteamericanos de financiamiento, como las fundaciones Rockefeller o Ford, ubicando una fuerte interrelación entre esa acción filantrópica extranjera y los actores locales o regionales con objetivos propios (Iber, 2015; Quesada, 2020; Markarian, 2020; Morales Martín, 2018). Otra línea de trabajo relevante analiza discursos y tradiciones organizativas universitarias ordenadas en función de las coordenadas de la Guerra Fría (comunismo/anticomunismo), pero resignificadas regional o nacionalmente y al calor de las identidades locales (Patto Sá Motta, 2014; Manzano, 2014; Pis Diez, 2022). Nuevamente, estas referencias enmarcan las discusiones a la que nos proponemos aportar desde un estudio crítico y situado sobre los ME de América Latina, durante dos momentos bien distintos de la Guerra Fría.

¿Global Sixties? Tiempos, demandas y tradiciones para una versión latinoamericana

Como es conocido, el año 1968 condensó una ola de protestas juveniles en buena parte del globo, con temporalidades, despliegues y características diversas que aún hoy son objeto de profuso y debatido análisis (Barker, 2008; Chen, 2018; Millán y Bonavena, 2018; Mc Adam y Monta, 2021). Entre los debates sobre el período, se encuentra a la orden del día el cuestionamiento hacia las miradas globales del fenómeno, pues si las protestas juveniles de 1968 y los sesenta constituyen un fenómeno de características globales, ¿cómo estudiarlo? ¿Qué implica pensar globalmente esas protestas situadas en la región periférica? Claro que estas preguntas no cabe presentarlas como una novedad. Las formas del conflicto juvenil, obrero, campesino fueron temas clave del pensamiento social de América Latina en los años sesenta y setenta, junto al de desarrollo/dependencia, tal como lo muestran las obras de Darcy Ribeiro o Juan C. Portantiero, entre otros. El sociólogo argentino, por ejemplo, propuso comprender la radicalidad estudiantil regional analizando la estructura socioeconómica de sus países, la masificación de sus universidades, las expectativas sociales de ascenso en el marco de mercados laborales marcados por sucesivas crisis (o fenómenos de tipo “cuello de botella”) de crecimiento e industrialización (Portantiero, 1978). En el marco más amplio de esos debates, y con el objetivo de pensar qué se ha dicho recientemente sobre y desde América Latina, presentamos un repaso por un conjunto de aportes destacados para proponer, finalmente, algunas claves que nos permitan acercarnos a una versión latinoamericana de los sixties.

Por un lado, encontramos la tesis de que 1968 y las protestas estudiantiles deben ser pensados como un fenómeno global. Varios autores y autoras defienden esta idea con planteos contundentes que cabe retomar. Por un lado, el historiador británico Eric Hobsbawm, nos habla de que en ese año de protestas el mundo era realmente global, en la medida en que la comunicación y la circulación de ideas, libros, fotos, canciones así lo permitía: los y las estudiantes de los años sesenta no tenían dificultades para conocer lo que sucedía en otras partes, eran parte de la “misma aldea global” (2006: 445). El fenómeno de las protestas juveniles se inscribe así en el proceso más general de cambios sociales y culturales que el historiador observa para el siglo XX en buena parte de occidente. También, el norteamericano Immanuel Wallerstein (2007) definió al ‘68 como un momento de revolución mundial, caracterizado por manifestaciones, desórdenes y violencia en diversos territorios que se constituyeron, para él, en expresiones locales de un fenómeno global. Para el autor, 1968 supuso dos cuestionamientos fundamentales: hacia el intervencionismo de Estados Unidos y hacia las estructuras de la política, sobre todo de la izquierda, consideradas caducas o burocratizadas. Más recientemente, desde nuestra región, el colombiano Álvaro Acevedo Tarazona (2017) ha definido al ‘68 como una “revolución cultural planetaria”, cuyos procesos centrales tuvieron cierta concordancia con lo sucedido en América Latina; luego, desde México, Federico Saracho López y Judit Bokser (2018) retomaron esta mirada para sostener que 1968 mostró el surgir de lógicas de protesta globalizadas, basadas en la circulación de ideas, proyectos y personas (p. 15). En este marco, Saracho López y Bokser propusieron ejes articuladores de esa globalidad, esto es, pistas que nos ayudan a comprenderla, entre ellos: el rechazo a la guerra de Vietnam y las luchas por la ampliación de derechos civiles y anti racistas.

Desde la academia norteamericana, Eric Zolov (2018) y Richard Jobs (2009) han intentado dar una respuesta concreta (y operativa en el sentido metodológico) al interrogante en torno a cómo aprehender esa globalidad de las protestas juveniles. Para ellos, existen espacios y áreas que nos hablan de la materialidad de esas protestas y de los cauces reales que la volvieron global: los congresos de solidaridad internacional; los viajes hacia los centros de experiencias revolucionarias (URSS, China, Cuba); los “paisajes sonoros” y los “paisajes visuales” (la canción de protesta y gráfica política). Por un lado, estas dimensiones abren panoramas sobre vínculos transnacionales entre países de América Latina, África y Asia. Por otra parte, la jerarquía otorgada a esos “paisajes sonoros, visuales, artísticos” coloca a este enfoque como uno que debe abordar el tipo de relación que se tejió entre la contracultura juvenil y las estructuras políticas tradicionales, y que consideramos un tema insoslayable para los debates respecto del período. Sin proponer esquemas dicotómicos, existe un conjunto de importantes trabajos (sobre todo norteamericanos) que observan en los sesenta una revolución cultural dada por la proliferación de nuevas actitudes culturales, nuevos patrones de consumo y hábitos de creación, vinculados a la música o la literatura, la vestimenta, la sexualidad, el acceso a la educación y a la participación política (Siegfried, 2006; Marwick, 2006).9 Jeremi Suri (2009), por su parte, nos habla de un movimiento de “contracultura internacional” cuyas características estuvieron dadas, no solo por su expansión geográfica. Por sobre todo, y aunque representaba también una “disidencia política”, se centraba más profundamente en la “rebelión cultural y la experimentación”; más en las demandas de realización “espiritual” que en los materiales.

Aunque siempre en diálogo, otro conjunto de autores presenta cierta distancia sobre esas perspectivas. La primera crítica a aquellas cuestiones menciona que los sixties globales se pensaron siempre desde Estados Unidos, Alemania y Francia. Por caso, el uruguayo Aldo Marchesi (2018) sostiene que el punto de partida para pensar los sesenta globales y dentro de ello, el 68, siguen siendo los países centrales. En esta propuesta, por ejemplo, el lugar de Cuba y el Che Guevara, de la Teología de la Liberación, el surgir de las guerrillas urbanas y la influencia sobre la radicalidad de los y las jóvenes, incluso de Europa, permanece poco trabajado. Stephan Scheuzger (2018) afirma también que el enfoque de la historia global aplicado a la década de 1960 dejó al margen al Tercer Mundo, considerado justamente un caso “periférico” (p. 316). Para Scheuzger, también los criterios temporales para pensar los global sixties también deben ser debatidos. ¿El inicio está en 1959 o en 1963/1964 con las primeras revueltas estudiantiles norteamericanas? ¿Hasta dónde se extienden? ¿hasta la llamada “crisis del petróleo”, el inicio de las dictaduras de la Doctrina de la Seguridad Nacional o la Revolución Nicaragüense?

Jeffrey Gould (2009), académico norteamericano latinoamericanista, también ha escrito en este sentido. El autor afirma que en los sesenta latinoamericanos hay elementos propios vinculados a, por un lado, la violencia y el compromiso político pues, para él, las protestas juveniles lejos estuvieron de ser apolíticas y totalmente influenciadas por los hechos de París. Por otro, a las tradiciones militantes propias del continente. En este sentido, su artículo propone debates que hoy se han retomado. Entre ellos, sostiene un contrapunto con Wallerstein en torno al lugar de las izquierdas clásicas en las protestas juveniles de los sesenta y las críticas recibidas por, por ejemplo, los Partidos Comunistas. Con atino, Gould afirma que esa crítica puede ser un dato clave de los 68 de Europa, pero no lo fue para América Latina, donde los contextos autoritarios, represivos, pusieron en otro lugar político a los comunismos. Este elemento ha sido investigado para los casos argentino (Califa y Millán, 2019), chileno (Loyola Tapia y Álvarez Vallejos, 2014) y uruguayo (Markarian, 2019), encontrando en los comunismos de fines de los 60 un protagonismo imposible de ignorar en la historia de los ME de esos países.

Ahora bien, dentro de este marco de discusiones, un elemento debe ponderarse y es el que nos habla de los contextos sumamente represivos para los movimientos de protesta juveniles del continente latinoamericano. Angélica Müller (2021) ha realizado un estudio de caso que aporta a los debates propuestos por Scheuzger, Marchesi y Gould. La historiadora brasilera retoma el interrogante general en torno a la posibilidad de trazar paralelos entre el 68 global y el brasilero, propone observar los repertorios de acción que el ME de Brasil utilizó en “su 68”. Con este foco, las acciones artísticas o contraculturales aparecen como una forma de resistencia estudiantil frente al régimen militar instaurado en 1964: revistas, música, teatro, cine fueron las expresiones que contribuyeron a la acumulación de fuerzas del ME, cuando el uso de los repertorios “clásicos” estaba vedado por la vigilancia militar. Coincidimos con la autora en que preguntarse por los 68 y los global sixties de una parte de América Latina, es también preguntarse por las formas de resistencia estudiantil a los regímenes autoritarios, instalados en Brasil y Argentina, y a las prácticas represivas de los gobiernos democráticos, como en México, Uruguay y Colombia, también inmersos en la lógica de la Guerra Fría y el “enemigo interno”. En la muy reciente compilación Global 1968, James Mc Adams (2021) propone un repaso por estos debates, visualizando las ventajas y los puntos ciegos de esa mirada global. Entre esos puntos sostiene el hecho de que en América Latina, y a diferencia de Estados Unidos y Europa, las protestas juveniles no tuvieron efectos democratizantes sino más bien de fortalecimiento de las prácticas represivas contra los movimientos estudiantiles y de protesta en general. Esto es cierto, en parte, en la medida en que un mediano plazo encontramos una buena parte del continente inmerso en regímenes autoritarios que se mantuvieron hasta la década de 1980; sin embargo, debemos también considerar que en casos como México o Brasil, los movimientos de 1968 contribuyeron (y fueron protagonistas con sus prácticas), en un mediano plazo, con las luchas por la apertura de cauces democráticos (Müller, 2016).

Asimismo, en la dicotomía que suele proponerse entre las acciones políticas y/o partidarias, y las acciones culturales de los y las jóvenes de los ‘68 encontramos una suerte de espacio intermedio con ejes de protesta y acciones no encasilladas tan fácilmente en una u otra arista: las demandas corporativas y los proyectos de transformaciones universitarias, la mayor parte de las veces basados en el modelo de la Reforma Universitaria de 1918. Por ejemplo, las movilizaciones que en junio de 1971 mexicano acabaron en la matanza del Jueves de Corpus Cristi pueden ser comprendidas bajo esa óptica. Esto, en la medida en que los ejes de las acciones de ese día tuvieron que ver con la autonomía y el gobierno universitario (en este caso, de la Universidad de Nueva León, aunque despertando solidaridad nacional). Conocidas son también las protestas estudiantiles que, en Colombia, marcaron todo el año 1971 promoviendo, centralmente, una reforma universitaria democratizante que tenía como foco el debate sobre la conformación del gobierno universitario y la crítica hacia el financiamiento de organismos norteamericanos (Acevedo Tarazona, 2011; Cruz Rodríguez, 2018). Y aunque existen sendos debates historiográficos en torno al balance del 71 colombiano, lo cierto es que algunos elementos fueron propios de la etapa: la fuerte represión sobre un ME nacional que, para sortear dicha política, consiguió aliarse a otros actores educativos y al movimiento campesino; segundo, la radicalización del ME y la existencia de fuertes disputas internas entre grupos de izquierda clásica y de la denominada “nueva izquierda” que acabaron debilitando el proceso.

Para el caso argentino, este tema constituye también un punto debate en el campo de estudios sobre los ME, sobre todo entre las investigaciones centradas en el ciclo 1966-1973. Frente a trabajos pioneros que observaban allí una politización “absoluta” de las universidades, seguida de una fuerte crisis del Reformismo y las banderas universitarias, en los últimos años han ganado espacio estudios de caso que encuentran más bien una interrelación o potenciación entre los ejes de movilización políticos y los gremiales y universitarios. Universidades como Buenos Aires, La Plata o Córdoba se encontraron inmersas en movimientos de protesta contra el restrictivo sistema de ingreso, que había impuesto el régimen militar asumido en 1966. Claro que ello se articuló con las demandas antidictatoriales y, en muchos casos, con discursos políticos radicales, revolucionarios, combinándose en un amplio movimiento de oposición a un régimen militar que debió convocar a elecciones democráticas en 1973 (Millán y Califa, 2019a; Pis Diez, 2022). Otro caso que cabe mencionar es el de la llamada “reforma universitaria” de Chile, proceso que entre 1967 y 1973 abarcó a sus instituciones más importantes (aunque tuvo centro en la Universidad de Chile), impulsado por sus movimientos estudiantiles en torno a dos ejes: la democratización de la estructura de poder y la toma de decisiones, la modernización y reorganización académica en aras de una universidad “crítica” y comprometida socialmente (Garretón, 2011; Ponce, 2014; Casali Fuentes, 2015). Sin dudas, estos casos hacen parte de un clima regional. A los casos de Colombia y Chile, debemos sumarle los de Uruguay (Markarian, 2019; Gapenne, 2021) o Venezuela, países donde fuertes debates atravesaron también a sus universidades en 1968 y 1969, intentando combinar perspectivas modernizantes, críticas y democratizadoras. El tipo de estructura (académica y política) que necesitaban las universidades latinoamericanas, atravesadas por la colonización, el crecimiento poblacional y la politización, era un interrogante que estaba a la orden del día para ME, autoridades y docentes. Sostenemos que no es posible pensar en los años 68 latinoamericanos (sea que hayan ocurrido en 1968, 1969 o 1971) y en las protestas estudiantiles de la región sin este aspecto de transformación universitaria.

Entonces, cuando volcamos nuestras miradas sobre los ME del continente latinoamericano de ese período histórico, aparecen elementos nuevos, más allá de las réplicas o las menciones al 68 parisino.10 Hay dos que vale la pena mencionar que, ubicados en planos de análisis distintos, se nos aparecen como claves para pensar esos movimientos. Por un lado, referimos a un elemento estructural relativo a las características de los regímenes políticos: los contextos de regímenes dictatoriales y las políticas represivas extremas de las democracias formales, fenómenos ambos que atravesaron a una buena parte de la región y tuvieron a las juventudes (no sólo universitarias) como uno de sus blancos predilectos de la represión. Por otro lado, la “cuestión universitaria” y las banderas corporativas de los ME, muchas veces asentadas en la tradición de la Reforma Universitaria de 1918 y sus significaciones cambiantes a lo largo de la historia y las geografías. Aunque podemos observar un debate en torno a su permanencia en los años sesenta y setenta, sí podemos definirla como identidad juvenil vigente y cambiante desde 1918 y, al mismo tiempo, modelo universitario basado en la autonomía y la participación estudiantil en el gobierno de las instituciones. Al observar las protestas universitarias de México, Argentina, Chile, Colombia, Venezuela y Uruguay, entre 1968 y 1973, este aspecto no puede pasarse por alto. Es más, ayuda a configurar una versión latinoamericana de los sixties. En ese sentido, vale destacar los esfuerzos recientes por realizar trabajos con análisis comparativos, fundamentalmente a partir de fuentes secundarias, sobre los 68 (Pensado, 2018; Califa y Millán, 2019; Luciani, 2019). Lo llamativo, sin embargo, es que se encuentra prácticamente ausente de la bibliografía global y los consensos historiográficos sobre el tema.

Los segundos 70 y la década de los 80: ¿ha muerto el movimiento estudiantil?

A cuarenta años de los 68 globales, el especialista marxista en movimientos sociales Collin Barker (2008) reflexionó sobre los contrastes entre los ME de los sesenta y de los setenta. En su artículo, el británico destacó los principales rasgos de las movilizaciones de fines de la década de 1960 en Europa Occidental y Estados Unidos: la radicalidad política e ideológica, la constitución de alianzas por parte del estudiantado con otros actores sociales como trabajadores urbanos y rurales, el aporte a la conformación de una cultura underground y la conquista de importantes reformas en el funcionamiento y la estructura universitaria. En cambio, a partir de mediados de los setenta, en el transcurso de la reconstrucción capitalista se impusieron reformas regresivas, en un marco en que la política estudiantil y sus formas de organización y movilización habían sido “normalizadas” y canalizadas institucionalmente. La agenda estudiantil, según Barker, se concentró en aspectos gremiales ante los importantes recortes presupuestarios que la educación superior europea enfrentó, incluso ante un proceso de masificación de su matrícula. Así, observaba, además, la despolitización y la desradicalización de sus demandas y acciones.

Vale detenerse en esta contraposición construida a partir del análisis de casos europeos para interrogarnos si es posible encontrar similitudes y trasladar estas generalizaciones a nuestros países: ¿Qué ocurrió en América Latina con el ME a partir de mediados de los setenta? Esta última pregunta convocó a académicos contemporáneos a ese momento histórico desde la Ciencia Política y la Sociología. En la región se vivía bajo una heterogénea situación político-institucional en el marco de los años finales de la Guerra Fría. En el Cono Sur se imponían dictaduras inspiradas en la “Doctrina de la Seguridad Nacional”, mientras que en otros países hacia el norte del sub-continente perduraban regímenes democráticos como los de Colombia y México que también desplegaron sus modalidades de “guerra contrarrevolucionaria”. Por su parte, en Centroamérica se ponían en marcha procesos revolucionarios que pondrían fin a regímenes autoritarios de larga data que Enzo Traverso (2019) identificó como “el epílogo de la ola revolucionaria” que atravesó el mundo durante los años previos.

Los textos tempranos de Daniel Levy (1981; 1991), Joaquín Brunner (1985) y Philip Altbach (1989) abordaron los cambios del ME latinoamericano de la década de 1970 en relación con el de la década anterior. Levy (1981), desde una perspectiva comparada, se propuso dar cuenta del nivel de politización estudiantil y su impacto en la política nacional y universitaria en los países latinoamericanos durante la década de 1970. Para ello consideró dos variables fundamentales: tipo de régimen político y tipo de universidades. Una de sus preocupaciones era que en la comparación entre los 60 y los 70, la actividad estudiantil durante la segunda década pasara desapercibida o pareciera insignificante. El autor concluyó que el activismo político estudiantil estaba determinado desde afuera, ya que dependía fundamentalmente de la política nacional. Bajo los regímenes autoritarios era menester considerar los niveles de represión que sufrió el ME de cada país para entender la caída de su actividad. En esa línea, en 1981 sostuvo que el ME latinoamericano estaba lejos de ser parte del pasado (por caso, en algunos países como Nicaragua, Brasil y Chile, fue un actor de oposición al régimen más o menos importante) y que la falta de estudios sobre su reconfiguración en los años finales de la Guerra Fría tenía más que ver con la pérdida de atención académica que con el fin de su actividad, en un marco en que, debemos añadir, adquirieron relevancia otros actores políticos y movimientos sociales. No obstante, una década después, el mismo autor afirmó que el activismo estudiantil se había reducido y había perdido su posición central en la política latinoamericana desde 1970 (Levy, 1991).

Desde el campo de los estudios sociológicos sobre la educación superior, dos referentes insoslayables como Philip Altbach y Joaquín Brunner también atendieron la situación del ME durante las décadas de 1970 y 1980. Con una mirada generalizadora, Brunner (1985) declaró “la muerte del Movimiento Estudiantil”, producto de la masificación y diferenciación del sistema universitario y la fragmentación de la cultura e identidad estudiantil, perdiendo, además, centralidad la herencia de la Reforma Universitaria de 1918. En cambio, afirmó el nacimiento de “los movimientos estudiantiles” en plural. Su hipótesis suponía que las bases de constitución del ME universitario habían cambiado drásticamente en los últimos 20 años. El sociólogo chileno concluyó que el ME (como masas juveniles homogéneas en su identidad de posición y con alianzas estables con capacidad de incidir en la marcha institucional) había desaparecido y no volvería: sólo quedaba un recuerdo del movimiento de Córdoba y nostalgia de los episodios de los 60. De este modo, Brunner planteó una ruptura en la continuidad histórica del ME latinoamericano. Los movimientos estudiantiles que describió se encontraban diversificados, localizados geográfica e institucionalmente y movilizados únicamente en defensa de intereses gremiales/corporativos. Por su parte, Altbach (1989) planteó que en los países que ubicaba como parte del Tercer Mundo, el actor atravesó un ciclo de “quietud” durante la década de 1980.

Las conclusiones de Levy, Brunner y Altbach fueron planteadas en momentos de cambios de los sistemas de educación superior y, también, de cambios políticos-ideológicos de enorme profundidad como el desenlace de la Guerra Fría y la caída de la Unión de Repúblicas Socialistas Soviéticas. Dichas explicaciones han sido matizadas y complejizadas a partir de estudios de caso por país, realizados durante las dos primeras décadas del siglo XXI, cuando la búsqueda por explicaciones generales perdió protagonismo en las Ciencias Sociales. Para los países del Cono Sur, las investigaciones recientes coinciden en destacar el temprano y activo compromiso del ME con la resistencia anti-dictatorial en Chile y Brasil (García Monge, et al., 2006; Müller, 2016); o al menos con la lucha contra la política universitaria de dichas regímenes en Uruguay y Argentina (González Vaillant, 2019; Seia, 2020). En el marco de las dictaduras conosureñas, los ME no atravesaron un proceso de total refundación, sino que recurrieron a formas de organización y modelos universitarios propios de sus tradiciones históricas, apostando a la reorganización de sus Federaciones a nivel regional y nacional, así como también exigiendo autonomía y participación en el gobierno universitario, banderas típicas de la Reforma Universitaria. En cada país, los ME tuvieron diferente éxito a la hora de influir en los modelos universitarios construidos al calor de las transiciones democráticas. En algunos casos, como el argentino, se logró la eliminación de cupos de ingreso y de aranceles para la cursada, así como también se inició un proceso de normalización universitaria bajo los preceptos reformistas de 1918. Esto, entre otros elementos, fue impulsando un proceso de progresiva institucionalización de la participación estudiantil que tuvo como consecuencia el hecho de que el ME fuera aceptado como un actor político legítimo y fundamental para la superación de la universidad dictatorial (Cristal y Seia, 2022). En contraste, el caso de Chile ilustra una modalidad “pactada” de transición democrática que implicó la pérdida de protagonismo del ME con una movilización de baja intensidad y limitados resultados (Thielemann, 2016). Debemos considerar estos elementos para reflexionar, por ejemplo, sobre la radicalización del ME chileno a partir del siglo XXI. No obstante, las investigaciones orientadas por preguntas comparativas para explicar las diferencias entre los sistemas universitarios y los ME de países vecinos –atravesados por procesos políticos con similitudes y temporalmente cercanos– aún permanecen son escasas.11

La participación estudiantil en la resistencia a regímenes autoritarios y en proceso revolucionarios de América Central también ha sido analizada considerando estudios de caso como Nicaragua (Rueda, 2019) o Guatemala (Vrana, 2017). Allí, el lugar protagónico del ME no puede ser ignorado, incluso a partir de la importancia que también tuvieron diversas demandas gremiales a nivel de las escuelas secundarias y universidades. En ese sentido, la agenda estudiantil propiamente dicha fue un eje común a movilizaciones estudiantiles en el sur, el centro y el norte de Latinoamérica, tal como Iván Molina (2019) y Denisse Cejudo (2020) muestran sobre los casos de Costa Rica y México, respectivamente. ¿Implicó la importancia de la agenda gremial la pérdida de la politización estudiantil en América Latina? Aquí, insistimos sobre la necesidad de plantear dimensiones de análisis interrelacionadas, pues la militancia gremial no supuso necesariamente una derrota del ME politizado. En todo caso, a través de estudios locales será necesario evaluar de qué manera la agenda corporativa estudiantil se articuló con discursos político-ideológicos más o menos radicalizados en un marco de creciente hegemonía capitalista a nivel regional y global. En ese contexto, será fundamental considerar la pérdida de utopías y proyectos alternativos de izquierda que supuso la caída del bloque soviético en los años finales del siglo XX. ¿Cómo se vincularon las demandas específicas de los ME ante la derrota de las expectativas revolucionarias, de los horizontes de un sistema social no capitalista bajo la hegemonía neoliberal?

En línea con lo planteado hasta aquí, Imanol Ordorika (2021) afirma que los ME han permanecido vivos y con una presencia sostenida en la vida universitaria y política en casi todos los países de la región, incluso a pesar de los cambios profundos que atravesaron sus sistemas de educación superior. Los ME han sido un fenómeno social constante entre 1900 y 2020 en América Latina, identificando ciclos de mayor movilización que compartieron, recuperaron, ignoraron y resignificaron agendas, formas de acción, identidades y tradiciones.12 Al respecto, Yann Cristal (2018) ensayó, a partir de literatura secundaria, algunos contrapuntos sobre las formas en que los ME de Argentina, México y Uruguay recordaron y se vincularon el ‘68 durante la década de 1980. Mientras en los dos primeros países, las críticas y la diferenciación con el pasado sesentista del ME son más explícitas, en Uruguay se observan trazos más nítidos de continuidades y recuperación de la memoria de sus “mártires”. Esto último ha sido matizado en el trabajo reciente de Gabriela González Vaillant y Cecilia Muniz (2021) en donde sostienen que la reivindicación de las experiencias del ME sesentista fue más explícita durante las movilizaciones del estudiantado secundario recién en 1996 contra la reforma educativa que en la década de 1980.13 Así, los estudios de caso nacional suman matices que las comparaciones construidas exclusivamente a partir de literatura especializada pueden perder de vista al presentar líneas analíticas generales. Sin embargo, estas no dejan ser productivas a la hora de someter a nuestros casos de estudio y sus fuentes primarias a otras preguntas, a otros debates a la luz de otras geografías o momentos históricos.

Por último, vale destacar que los estudios desde perspectivas transnacionales sobre los ME en los años finales de la Guerra Fría recién inician un proceso de renovación para superar las miradas generalistas de los textos canónicos de las décadas de 1980 y 1990. Algunos aportes relevantes en ese camino son los trabajos de Pablo Vommaro (2021) sobre el XI Festival Mundial de la Juventud y los Estudiantes realizado en La Habana en julio de 1978 y de Paula Fernández Hellmund (2015) sobre las misiones juveniles solidarias argentinas con la Revolución Sandinista en Nicaragua. De esta manera, quedan abiertos múltiples interrogantes sobre los diálogos, los viajes, los encuentros de militantes estudiantiles de tendencias políticas y países latinoamericanos diversos en el marco de organismos, eventos y procesos históricos, así como también sobre el desarrollo (o no) de campañas de solidaridad en momentos en que compartían problemáticas como las políticas educativas de las dictaduras y su herencia, y desafíos comunes como el cambio social y la democratización de las universidades.

A modo de cierre: desafíos abiertos

A lo largo de este trabajo hemos propuesto un recorrido bibliográfico acompañado de interrogantes y reflexiones que, en buena medida, se alimentaron del auge de los estudios globales y transnacionales sobre la Guerra Fría y los ME de los años recientes. Desde nuestros lugares y con escasos recursos disponibles, hemos realizado investigaciones de caso con un gran esfuerzo por dialogar con libros y artículos publicados en el exterior. Esta situación material y objetiva plantea un punto de partida imposible de abstraer a la hora de realizar nuestras lecturas y nuestros análisis.

En efecto, gran parte de la bibliografía especializada que propone una mirada global o comparativa ha sido producida en inglés desde centros académicos ubicados en Europa Occidental y Norteamérica donde existen recursos para viajar, ricos acervos documentales y bibliotecas actualizadas. Desde allí, son contados los casos latinoamericanos que han convocado la atención académica para el análisis de las movilizaciones estudiantiles, en relación o en comparación con otros procesos más o menos contemporáneos a éstas. A pesar de las dificultades, hemos dado cuenta de esfuerzos colectivos e individuales por poner en diálogo casos locales con otras experiencias nacionales a partir, sobre todo, de fuentes secundarias.

Hemos destacado que sobresalen los estudios sobre los ciclos de protesta que ponen el foco del análisis en las demandas, las alianzas y los resultados de las movilizaciones estudiantiles y que, en general, soslayan aspectos nodales para nuestros contextos regionales como los tipos de regímenes políticos vigentes en cada país, las tradiciones políticas, ideológicas y organizativas de los y las universitarias. A partir de la propuesta de Marchesi (2017), consideramos que reflexionar sobre los ME latinoamericanos en el marco de la Guerra Fría desde un diálogo regional e internacional permitirá comprender mejor sus desarrollos y estrategias en tanto que la interpretación de las experiencias en países más o menos cercanos puede haber influido –en diferente medida– sobre las acciones y la militancia estudiantil de cada ciudad y país. Esto, incluso, permitirá problematizar el lugar de estos movimientos que han sido soslayados por la producción historiográfica desde la historia global y, también, en las investigaciones sobre las transformaciones de la educación superior en la segunda mitad del siglo XX y las primeras décadas del XXI. Tal como afirma el historiador uruguayo, “(...) se trata de invertir el sentido común académico, que asume que lo que se produce en los estados nacionales del sur es local y lo que se produce en el norte es global para reflexionar sobre las condiciones locales que influyen en la perspectiva global del norte y para asumir la perspectiva global como necesidad para un mejor entendimiento de las historias nacionales en el sur” (p. 200).14

Con este horizonte analítico, proponemos dos elementos para incorporar a las historias escritas desde nuestra región. Por un lado, es central recuperar las maneras en que se fue trasladando, reconfigurando y resignificando la Reforma Universitaria de 1918, tanto geográficamente como a lo largo del tiempo. En segundo lugar, y en relación con el primero, insertar los estudios sobre ciclos de movilización en trayectorias históricas de mediana y larga duración permite iluminar continuidades y rupturas, particularidades locales, problemáticas compartidas e intereses sociales similares en cada formación nacional. Analizar el conflicto universitario, político y social, en términos generales, de manera ahistórica presenta enormes limitaciones que pretendemos superar a partir de una reconstrucción minuciosa de tradiciones y contextos locales, nacionales e internacionales. El ME, como cualquier otro actor político o movimiento social, no surge de un día para otro ni como reacción exclusiva a factores externos, expresa solidaridades compartidas, intereses contrapuestos, identidades, organizaciones y demandas construidas a lo largo del tiempo y sin dudas, de forma situada.

En función de lo recorrido, consideramos fundamental que los trabajos comparativos avancen a partir de la acumulación y socialización de conocimiento a nivel nacional como regional. Entendemos que el estado del campo de estudios latinoamericano sobre los ME, a nivel de cada país, se encuentra en buenas condiciones para dar ese salto analítico, sin abandonar el trabajo empírico.15 Asimismo, las posibilidades de realizar análisis comparativos de calidad requieren de la digitalización y acceso libre a repositorios documentales y bases de datos para no recaer exclusivamente en fuentes secundarias. Por otro lado, entendemos que vale la pena poner el foco sobre las interacciones, los vínculos, las solidaridades, los debates que tienen lugar en mayor o menor medida a nivel regional. De este modo, también, será posible indagar en aquellas preocupaciones y objetivos compartidos, así como las problemáticas comunes de los ME latinoamericanos durante la Guerra Fría. Esta perspectiva de tipo transnacional posibilita superar las dicotomías entre lo interno y lo externo, reconstruir convergencias y también, superar a los ciclos u olas de mayor de movilización como forma exclusiva de analizar a los ME más allá de las fronteras nacionales.

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1 Este trabajo es una versión reelaborada de la ponencia “Protestas estudiantiles, miradas comparadas y transnacionales: una revisión situada sobre el campo de estudio” presentada en las XIV Jornadas de Sociología de la Universidad de Buenos Aires (2021). Agradecemos la generosidad de los comentarios y sugerencias de las y los participantes de la mesa, en especial la atenta lectura de colegas como Mariano Millán, Denisse Cejudo Ramos y Gabriela González Vaillant. Por supuesto, todas las posiciones aquí expresadas corren enteramente por cuenta nuestra.

2 Soledad Lastra (2018) destaca los aportes de comparación para el desarrollo de los estudios sobre el pasado reciente, entendida como el estudio sistemático de similitudes y diferencias entre dos o más fenómenos para contribuir en su mejor descripción, explicación e interpretación. La comparación histórica tiene, entre otras potencialidades: la construcción de problemas de investigación e hipótesis de trabajo que difícilmente surgirían al mirar un único caso; la desprovincialización y desnaturalización de perspectivas y sentidos extendidos en el campo académico local; y, también, la visualización de interacciones sin perder de vista las particularidades nacionales (Kocka, 2003; Barros, 2007; Haupt y Kocka, 2009).

3 Sebastian Conrad (2017) señala que mediante la llamada Historia Global, los y las académicas buscan situar asuntos concretos con un potencial global, experimentando con nociones alternativas de espacio y poniendo en relación diferentes escalas. De este modo, destaca Marchesi (2017), se proponen abandonar explicaciones endógenas de cambio. Por otra parte, se resalta la sincronicidad de fenómenos más o menos similares en diferentes espacios geográficos del mundo.

4 Micol Seigel (2005) afirma que la Historia Transnacional examina unidades que desbordan y se filtran a través de las fronteras nacionales. Se trata así de una manera particular de observar los objetos de investigación, basada en exaltar las interconexiones, las redes, los procesos, las creencias y las instituciones, trascendiendo el espacio nacional. En algún punto similar, el indio Sanjay Subrahmanyam (1997) propuso la noción de Historias Conectadas, con una crítica más enfática hacia lo que considera la “visión tradicional” de la historiografía europea sobre el mundo no-europeo.

5 William H. Sewell Jr. (2005) propone interesantes reflexiones sobre las complejas relaciones entre Historia, Teoría Social y Sociología.

6 Entre las reflexiones teóricas sobre movimientos estudiantiles y las teorías de los movimientos sociales que vale la pena considerar se encuentran los trabajos de Sánchez Aranda (2010); Cejudo Ramos (2019); Della Porta, Cini y Guzmán-Concha (2020). César Guzmán-Concha (2022) retoma los aportes de Klemenčič (2014) y Klemenčič y Park (2018) para pensar en términos de “poder estudiantil” y “política estudiantil”.

7 Cuando se habla de movimiento estudiantil en América Latina, es imposible no remitirse a uno de sus hechos fundacionales, la Reforma Universitaria de 1918. Esta fue, en principio, un acontecimiento puntual que se propuso transformar las Universidades, primero argentinas y luego latinoamericanas en función de un proyecto de gestión basado en la democratización política de sus órganos de gobierno, en la libertad de cátedra y en la renovación pedagógica y modernización curricular. Al mismo tiempo, la Reforma se constituyó en el programa político de la juventud universitaria latinoamericana de buena parte del siglo XX, con base en principios antiimperialistas, anticlericales, antioligárquicos y humanistas. Puede decirse incluso que, con sus Congresos, Federaciones y Partidos, constituyó una temprana red transnacional para la política juvenil de ese período del siglo XX. Ver: Bergel (2008), Buchbinder (2018), Rodríguez (2018).

8 Acerca del monolingüismo académico del inglés como lengua predominante entre las publicaciones sobre la temática con una mirada transnacional o global, vale consultar la presentación de Ernesto Bohoslavsky en el Coloquio “América Latina y la Historia Global” que tuvo lugar el 6 de julio de 2022 en la Universidad de San Andrés, Buenos Aires, Argentina. Disponible en: https://www.youtube.com/watch?v=OHvd9BO0cj8&t=3s [Última consulta: 17/02/2023].

9 Recuperando estas líneas interpretativas, Valeria Manzano (2017) y Patrick Barr-Melej (2017) desarrollaron la historiografía pionera sobre las juventudes en Argentina y Chile, respectivamente.

10 Sobre las modalidades de circulación del Mayo Francés de 1968 en América del Sur y Uruguay en particular, ver la Tesis Doctoral de Camille Gapenne (2022).

11 Entre las excepciones se encuentran las investigaciones doctorales de Javiera Errázuriz Tagle (2013) que ha comparado el papel de los ME en las ciudades de Madrid (1969-1980) y Santiago de Chile (1986-1997) durante sus respectivas transiciones democráticas; de Víctor Muñoz Tamayo (2015) sobre las juventudes universitarias de Chile y México entre 1984 y 2006; y, más recientemente, los trabajos de Gabriela González Vaillant y Guadalupe Seia (2022) sobre las militancias universitarias bajo las dictaduras en Uruguay y Argentina.

12 Otro autor en sintonía con estos planteos es Andrés Donoso Romo (2018) quien analizó los rasgos comunes y las particularidades de los ME de Argentina en 1918, Brasil en 1968, México en 1968 y Chile en 2011, atendiendo a sus formas de organización y sus demandas, en función de las particularidades locales y de los diversos momentos históricos en que se desarrollaron.

13 Sobre el caso de Brasil y la construcción de las memorias sobre su movimiento estudiantil se destacan los trabajos de Victoria Langland (2013) y Angélica Müller (2016).

14 Queda abierto y pendiente el debate sobre las potencialidades de la categoría “Sur Global” para las investigaciones sobre la movilización estudiantil y los estudios de la juventud. Al respecto, ver: Bessant, et al. (2021); Cooper, et al. (2019) y Cuervo y Miranda (2019).

15 Solo como muestra, Renate Marsiske (1999, 2002, 2006, 2015, 2017) ha coordinado y editado cinco volúmenes sobre los ME en la historia latinoamericana a partir de reunir trabajos de caso de escala nacional. Asimismo, más recientemente, se publicaron dossiers temáticos sobre las disputas en y por las universidades en el marco de la Guerra Fría y el pasado reciente en las revistas Contemporánea. Historia y problemas del siglo XX (Uruguay), Cuadernos de Marte (Argentina) y Esboços (Brasil). Allí, ya encontramos algunos ejercicios de análisis transnacionales o comparativos entre diversos casos.