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Respuesta a los comentarios de Roy Hora y Vicente Palermo

Beatriz Bragoni

Instituto de Ciencias Humanas, Sociales y Ambientales (INCIHUSA) - CONICET, Universidad Nacional de Cuyo, Argentina.
Correo electrónico: bragonibeatriz@gmail.com.

Eduardo Míguez

Instituto de Estudios Histórico-Sociales “Prof. Juan Carlos Grosso” - Universidad Nacional del Centro de la Provincia de Buenos Aires.
Correo electrónico: eduardojosemiguez@gmail.com.

Gustavo Paz

Universidad Nacional de Tres de Febrero. Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, UBA/CONICET. Argentina.
Correo electrónico: glpaz2@yahoo.com.

Fecha de recepción: 25 de septiembre de 2023
Fecha de aceptación: 1 de noviembre de 2023

Resumen

El presente ensayo responde a las contribuciones de Vicente Palermo y Roy Hora presentes en este mismo número.

Palabras clave: Prosopografía, historia política, Argentina.

Response to comments by Roy Hora and Vicente Palermo 

Abstract

This essay responds to the contributions of Vicente Palermo and Roy Hora present in this same issue.

Keywords: Prosopography, political history, Argentina.

Pocas cosas más agradables que encontrarse con dos estimulantes lecturas de un esfuerzo que llevó varios años de trabajo y una larga espera de edición. La generosidad de los comentarios lleva ante todo al agradecimiento por haber dedicado tiempo a una labor que, por su propia especificidad, es también demandante. Pero más allá de los elogios, que agradecemos, es, por un lado, la empatía que los comentaristas muestran con nuestro trabajo y, por otro, la agudeza de las observaciones, que nos obligan a repensar de una manera renovada los problemas que consideramos en nuestros textos, lo que resulta más estimulante. Con Roy Hora retomamos un diálogo, tanto personal como con sus textos, que ha sido parte de nuestro proyecto. La intervención de Vicente Palermo abre un intercambio más allá de fronteras disciplinares que, como ella muestra, es siempre una promesa de ricos frutos. Nos congratulamos, entonces, de haber podido dar oportunidad a un diálogo sin duda enriquecedor. Y no quisiéramos cerrar este párrafo de agradecimientos sin incluir al Instituto Ravignani, y a su directora Noemí Goldman, por haber acogido esta reunión académica y sobre todo al conjunto de los integrantes del equipo que llevó a cabo la investigación, cuya voluntad de trabajo y colaboración fue la base imprescindible para que el proyecto llegara a buen término.

Parece conveniente iniciar nuestra intervención respondiendo algunos de los aspectos más puntuales. La observación de Hora sobre la ausencia de algunas provincias, como él seguramente sabe, la lamentamos nosotros aún más que el lector. En efecto, Catamarca, La Rioja y Santiago del Estero, por un lado, constituyen un conjunto de provincias que, por la especificidad de su perfil, hubiera sido más que interesante poder haberlas incluido. En estos casos, como en el de San Luis, que también presenta sus particularidades, nos resultó imposible convocar a colegas con experiencia de campo suficiente para aplicar el abordaje prosopográfico en el estudio de las dirigencias locales. Y el caso de Santa Fe, cuya presencia estaba prevista pero no pudo concretarse por razones que estuvieron más allá de la voluntad de las personas que llevarían a cabo esa tarea, ofrecía la posibilidad de analizar un contexto con una alta dinámica social, con un nuevo centro de poder en competencia con la vieja capital, con el dinámico proceso de colonización que dio lugar a fenómenos muy particulares, como las revueltas estudiadas por Ezequiel Gallo.1 Esperamos que estas ausencias motiven a otros investigadores a emprender la tarea de analizar sus dirigencias, de forma de completar el panorama que aquí ofrecemos.

Debemos reconocer que la variable de la corrupción no fue considerada en nuestro esquema de análisis, seguramente por la razón que señala Palermo: más allá de las posibles fuentes que él sugiere, hubiera sido muy difícil medir o documentar ese aspecto para el conjunto de individuos que abarca nuestro estudio. Nosotros buscamos caracterizar una dirigencia política más que un sistema político, y ese diseño de investigación dificulta y hace riesgoso intentar una caracterización del “grado de corrupción” de cada integrante de los elencos provinciales relevado. Podríamos poner un ejemplo bien conocido, la austeridad republicana de Mitre es tan ostensible como lo es la corrupción en los suministros para la guerra contra Paraguay. Es evidente que el Presidente y Comandante en Jefe de las tropas hizo lo posible por ignorar lo que era más que notorio, y que involucraba tanto a sus amigos políticos como a sus rivales, con los que trataba de encontrar formas de convivencia. ¿Como calificar esta actitud? Lo que sí debemos dejar en claro, creemos, es que la caracterización de la dirigencia como una meritocracia ilustrada no la exime en absoluto de los cargos de corrupción tan frecuentes entonces, así como en la historiografía, especialmente en la vertiente revisionista. Y como bien señala Vicente, sabemos que los estándares morales de aquel sistema político distaban de ser intachables. La pregunta relevante es cómo influyó el grado de corrupción existente en el desarrollo histórico de esa etapa. Una clásica interpretación de la crisis de 1890 asigna gran peso a la generalización de la corrupción en el gobierno Juarista. Los historiadores económicos han puesto más énfasis en la laxitud de las políticas monetarias y administrativas que, en si mismas, no dejan de asemejarse a una forma de corrupción. En todo caso, concluye Palermo, no pareciera que aquel régimen político se caracterizara particularmente por su corrupción y seguramente, más allá de circunstancias particulares, parece una conclusión razonable.

En lo que se refiere a la cuestión cronológica, señalada por Roy Hora, coincidimos plenamente. Solo cabría precisar que si bien el ingreso al elenco estuvo marcado por la actuación entre 1860 y 1890, tuvimos en cuenta la trayectoria pública completa del elenco estudiado, anterior y posterior a esas fechas. Ver la actuación anterior a 1860 es muy interesante, porque permite percibir rupturas y continuidades (estas últimas de particular interés) antes y despues de Caseros, Cepeda y Pavón. En cambio, como bien sugiere Hora, lo que predomina ampliamente en las trayectorias posteriores a 1890 son las continuidades.

Sobre la profesionalización de la política, creemos que las observaciones de ambos ayudan a precisar nuestros hallazgos. En efecto, en términos weberianos, se trata más de vivir para la política que de la política.2 La compatibilización entre vida intelectual, actividad profesional y cargos de conducción en el Estado es un rasgo muy frecuente. Desde luego, en un número importante de casos un sólido respaldo económico hace que los ingresos de la política no sean relevantes, aunque hay un reducido número de actores para los que los generados por sus cargos públicos son su medio de vida habitual. Por otro lado, como bien advierten los comentaristas, las demandas tanto en dedicación como en saberes de la actividad pública, hacen difícil ejercerla para quienes deben dedicar esfuerzos a administrar sus bienes, cuya inclusión en las listas parlamentarias es más bien honorífica. Una excepción importante, también advertida, son quienes poseen saberes específicos que los habilitan a cumplir funciones administrativas compatibles con su labor particular.

En este sentido, la pérdida de peso de los militares en favor de abogados y financistas muestra el paso de un Estado en el que la función represiva y la militarización de la política van cediendo a la administración y a la construcción de redes profesionales específicas de aquella actividad. Por otro lado, como ya había marcado el estudio de Leandro Losada sobre la “alta sociedad”,3 la creciente tendencia a la especialización de esferas de acción va marcando el rumbo de nuevos círculos profesionales aun antes de las reformas de 1912. En el ámbito castrense esto comienza después de la Guerra de la Triple Alianza, y aquellas reformas lo harán contundente en el caso de la política, como bien señala Hora. Así, salvo excepciones como Roca, a partir de los años setenta los militares se abocan a su profesión con creciente frecuencia y solo intervienen en política en las coyunturas revolucionarias, que no cuestionan el régimen representativo liberal. Por su parte, los intelectuales seguirán encontrando en la función pública un campo para desarrollar sus talentos y obtener reconocimiento hasta comienzos del siglo XX; en este sentido, Estanislao Zeballos, un “sabio” de su tiempo, es una buena contracara del ejemplo de Ingenieros. Como bien señalan los comentaristas, la ilustración de las clases políticas era un requisito para la construcción de los propios sistemas políticos, las finanzas y administraciones, y todos los sistemas de un Estado moderno para su época, tanto en la nación como en las provincias.

Un tema que nos interesó particularmente, y que ambos comentaristas retoman, es el grado de apertura de la clase política a nuevos integrantes (newcomers).4 La pregunta de Palermo: ¿cómo se trasladan, se reconvierten, los valores de un capital a otro?, es muy pertinente y funciona en ambos sentidos. Al respecto, podría convenirse que la posibilidad de heredar capital simbólico, relacional y/o económico resulta clave o facilita adquirir capital cultural para ingresar a la política. Y todos ellos ayudan a conformar un capital propiamente político, que es específico a la actividad, sobre el que deberemos volver. Así, quienes provienen de “familias de abolengo” ven facilitado su ingreso a la política, si ella es su vocación, por su herencia material e inmaterial.5 Y la mayoría de nuestros elencos tienen ese origen. Pero lo interesante es cómo se adquiere el capital político cuando se carece de un origen en sí mismo legitimante. Nuestra investigación sugiere que es precisamente la traslación entre capitales lo que lo hace posible. Personas “nuevas” pueden adquirir notoriedad por su éxito militar, económico o intelectual, ya que estas vías no estaban cerradas. Que ello fuera más factible en las dinámicas economías y sociedades de Buenos Aires y el litoral no sorprende, como tampoco que en el interior haya una correlación entre la dinámica y la apertura social. Quienes se destacan en las filas castrenses (sobre todo, en épocas tempranas), o enriquecen y descuellan por su formación profesional o destrezas periodísticas, tienen grandes posibilidades de construir su propio prestigio, una trama relacional y/o adquirir las bases materiales que faciliten sus carreras políticas.

Esto, sin embargo, no responde a la incisiva pregunta de Palermo, “¿a quiénes incluyen y a quiénes excluyen [las oligarquías] para perpetuar una inclusión restringida?”. Como señala, no es fácil de contestar, y nuestra investigación no nos permite una respuesta. El juego de exclusión, a veces desembozado, a veces sutil, de una sociedad que no fue tan cerrada como a veces se supuso, pero tampoco tan abierta como a parte de ella le hubiera gustado representarse, es algo difícil de describir, y si bien nosotros pudimos encontrar a los que lograban ingresar, no es tan fácil definir a quienes no. Es la tensión, por ejemplo, de Sarmiento, que en tanto brega incansablemente por una educación popular de modelo norteamericano que habilite a todos a compartir el amplio espacio social, a la vez, en Recuerdos de Provincia, busca su propia legitimación en las más arcanas fuentes de la tradición cuando no era aún conocido en Buenos Aires. Qué componentes se cristalizaban en esos techos de los que habla Roy es algo complejo de dilucidar. Previsiblemente, en una sociedad fuertemente desigual, en algún caso muy excepcional no era imposible para un individuo acercarse a los círculos de poder, pero sí lo era para la enorme mayoría de los actores. No obstante, la idea de exclusión deberá matizarse en lo que Hora subraya como hallazgos interesantes de nuestro trabajo: una mayor restricción en la cúspide de la pirámide del poder local y nacional y una mayor movilidad y rotación de actores en la base, características que prevalecen en la mayoría de los espacios provinciales analizados.

Ahora bien, más allá de la restricción social, aparece la pregunta sobre en qué consiste el capital propiamente político. Como bien sugiere Roy, antes de la transformación democrática hay ciertos canales que son propios de esa actividad y que no son evidentes. Desde luego, aquí también funciona la herencia inmaterial y una larga lista de nuestros elencos porta apellidos se vinculan por vía materna o conyugal a reconocidos clanes políticos (lo que, desde luego, no siempre implica afinidad en ese campo). Al respecto, y salvando las distancias organizacionales partidarias, si se tiene en cuenta lo que ofrece el caso de Estados Unidos, posiblemente la sociedad más abierta y móvil de los siglos XX y XXI, la reiteración de apellidos como Roosevelt, Kennedy o Bush demuestran condiciones distintas al mero azar. Pero en aquel sistema de moderna democracia, la capacidad de reclutar el voto popular es lo que determina el éxito político. Como remarcan ambos comentaristas, antes de 1912 este no parece ser el principal factor determinante en Argentina. Más allá de que el apoyo popular estuviera lejos de ser irrelevante, nuestro estudio sugiere que el reconocimiento dentro de la propia clase política por la especificidad de saberes, y la trama de vínculos dentro de ella, fueron elementos claves. Y si ese reconocimiento podía verse favorecido por la herencia, los talentos innatos o adquiridos jugaron un papel determinante: eso explica por qué aquello de una “meritocracia ilustrada”.

Ocasionalmente, como ocurre hasta la actualidad, alguna figura descollante en otros campos podía filtrarse en las listas parlamentarias para prestigiarlas, como se hace evidente en el caso del obispo Aneiros. Pero como señala Hora, eso dista de asegurar una trayectoria política exitosa. Pareciera que ante la necesidad de ir construyendo un Estado capaz de acompañar a la transformación que el país estaba viviendo, la necesidad de saberes específicos,6 y el talento propio del campo de la gran política, fueron los factores más determinantes de las trayectorias. Los vínculos personales, ya fueren producto de la pertenencia a un viejo círculo de familias de poder o surgido de manera más accidental a lo largo de la vida, en el ejército o los estudios, por ejemplo, pueden ser claves para una carrera; pero para que ello fuera posible, debían existir la oportunidad (y decisión personal) para desplegar talentos y habilidades que harían de esos vínculos un trampolín efectivo.7 Y esto explica los techos de cristal de los que habla Roy: una sólida trayectoria en otros niveles de la política rara vez abría las puertas para el selecto grupo de cargos que escogimos como la puerta de entrada a nuestro universo. Sería, desde luego, interesante poder estudiar aquellos otros niveles, pero esa es una tarea que dejamos a investigaciones futuras.

Para concluir, tomamos el comentario final de Palermo sobre la perspectiva comparativa. Desde luego, con la probable excepción parcial de Estados Unidos a partir de la presidencia de Andrew Jackson, el carácter “oligárquico” de la política era común a todas las “democracias” atlánticas del largo siglo XIX. Lo interesante, sin embargo, es cuánto tiene de específico y cuánto de general el caso que hemos presentado. ¿La famosa visión optimista del primer capítulo de la Historia de Belgrano de Bartolomé Mitre (1877) tiene un correlato con la realidad de la clase política de la que su autor formaba parte? Vale decir, ¿era realmente la dirigencia argentina (él se refería en especial a la porteña) más democrática que otras de América Latina? La propuesta comparación con São Paulo sería sin duda interesante, y también lo sería con países que se suponen más cerrados tanto como con las clases políticas de naciones como Francia, que habían atravesado varias tempestivas revoluciones sociales.8 Una tarea pendiente, sin duda muy prometedora en caso de encontrar estudios que la permitan.

En definitiva, nuestra investigación llega a una conclusión que ya había sido adelantada, en otros términos, por trabajos de algunos integrantes de nuestro equipo: si bien el panorama de formación de la dirigencia política argentina en el periodo estudiado es diverso, en muchas provincias gravita una meritocracia ilustrada entrenada en la administración, la justicia y la política local. Y en este sentido, aunque nuestra tarea no se propuso, como ya dijimos, caracterizar un sistema político, la respuesta a la pregunta ¿quién gobierna? ha sugerido, como bien señala Palermo, que, más allá de gobernar, obviamente, en función de su propia lógica autónoma,9 quizás la cuestión clave no es “para quién se gobierna”, si no más bien “para qué se gobierna”. Obviamente, en toda política hay sectores que son más beneficiados que otros. Parecería, sin embargo, que tanto nosotros como los comentaristas coincidimos en concluir que, por encima de la combativa lucha por el poder, el propósito de la mayoría de aquella gente era avanzar en un proyecto que, más allá de sus claroscuros, demandaba unos saberes que pesaban en la formación de una clase política.

Para cerrar, quisiéramos hacer una reflexión general sobre el proyecto. Décadas de una renovada investigación sobre la historia política del período, y la experiencia de los integrantes del equipo en el campo, hacían que cuando comenzamos no lo hiciéramos con la ambición de alcanzar descubrimientos imprevistos, si no tan solo de dar una sólida base empírica a hipótesis que ya estaban en circulación. Más que ver si la polisémica definición de “oligarquía” para aquella dirigencia fuese o no acertada, buscamos tratar de dar toda la precisión de la que fuéramos capaces a su caracterización, buscando que las etiquetas10 no ocultaran la complejidad del mundo real. Si la mayoría de los resultados confirmaron las hipótesis iniciales, tampoco faltaron algunos que ofrecieron perspectivas (insights) novedosas. Por lo demás, como bien señalan los comentaristas, esta investigación buscó ser una contribución que sirviera de estímulo a nuevos estudios. Para facilitarlo, intentaremos poner a disposición de la comunidad académica lo más significativo de las bases de datos sobre la que hemos trabajado.


1 Colonos en armas. Las revoluciones radicales en la provincia de Santa Fe. (2007 [1974 1° ed.]). Buenos Aires: Siglo XXI.

2 Max Weber (1979 [original alemán anterior a 1920]). La política como profesión, reproducido con otros títulos, en Economía y sociedad, México: Fondo de Cultura Económico, pp. 1056 y ss., ver nota 25 en pp. 1094.

3 La alta sociedad en la Buenos Aires de la belle époque. Sociabilidad, estilos de vida e identidades (2021 [2ª edición]). Bernal: Editorial de la Universidad Nacional de Quilmes.

4 Incluir aquí, y más adelante, un término en inglés, busca agregar un matiz de cuyo equivalente el castellano carece.

5 Obvia alusión al clásico de Giovanni Levi, L’ereditá immateriale (1983). Torino: Einaudi. Suscribimos aquí la observación de Palermo en el sentido de que “la juventud de ingreso de sus miembros a la política da la pauta de una distribución bastante tradicional de destinos...”.

6 Nótese, por ejemplo, que el general Nicolás Levalle solo entra en nuestros elencos por haber alcanzado el Ministerio de Guerra.

7 Para tomar el ejemplo mencionado por Palermo, más allá de un origen conocido en el campo político siempre “incorrecto” (el rosismo), fue la eficacia de su labor como secretario personal de Emilio Mitre lo que llevó a que este lo recomendara a su hermano y proyectara la carrera de Lucio Mansilla. En el caso de Eudoro Balsa, su vínculo, también con los hermanos Mitre, jugó un papel importante en instalar su figura, pero sin duda fueron sus propias habilidades las que le lograron un amplio reconocimiento.

8 En el caso argentino, como en otros de América Latina, las fuertes conmociones de la era post-revolucionaria parecen haber transformado poco la estructura social una vez que se asientan sistema de dominación (en términos weberianos) estables.

9 Aquí tomamos distancia de aquella vieja dicotomía, por ejemplo, utilizada en tempranos trabajos de Tulio Halperin, “dueños vs. administradores del poder”, de la que él mismo se distanció más tarde, Tulio Halperin Donghi (1992). “Clase terrateniente y poder político en Buenos Aires (1820-1930)”, Cuadernos de Historia Regional, n° 15, Luján, UNLu.

10 Ese “grupo fantasmal” al que alude Vicente Palermo.