Murray, Claudia (2023).
London: Anthem Press, 231 páginas.
Mario Graña Taborelli
Centre for Latin American and Caribbean Studies, ILCS, University of London, Reino Unido.
El trabajo de Claudia Murray es una revisión muy acabada de su tesis para doctorado en geografía y arquitectura en el King’s College London de la Universidad de Londres. Se trata, entonces, de un aporte interdisciplinario de una profesional actualmente dedicada al planeamiento y desarrollo urbano en la Universidad de Reading en el Reino Unido.
Colonial Urbanism in the Age of Enlightenment explora dos grandes tópicos en la historiografía: por un lado, el colonialismo; y por otro, la geografía humana de ciudades con su arquitectura y actores, a fin de detectar cómo éstos influenciaron el diseño, desarrollo y construcción del espacio urbano en los territorios de la Monarquía Hispánica. Lo hace focalizado en un periodo crítico para la historia rioplatense colonial, desde la implementación de las llamadas reformas borbónicas hasta el final del virreinato del Río de la Plata en 1810, a la luz de las ideas de la Ilustración. Entiende, de este modo, la arquitectura como una herramienta política que, paradójicamente, sirve a ciertos sectores de la población de Buenos Aires para usar las reformas como una forma de expresión de sus voluntades de expansión mercantilista asociada al orgullo de su ciudad. El libro se divide en siete capítulos que tienen como eje central el poder y la urbanización.
El primer capítulo prepara el terreno para las reformas borbónicas con una amplia explicación de la división geopolítica de los territorios de la Monarquía Hispánica y la prevalencia de sus ciudades, estableciendo una relación entre sus distintas jerarquías y los grupos sociales que las habitaban. Deja planteado así tres “herramientas de dominación”: los mitos fundacionales, la retícula y los estilos arquitectónicos, que tuvieron una importancia primordial en la construcción y diseño de esas urbes indianas.
El segundo capítulo nos lleva al Río de la Plata antes y durante las reformas borbónicas, analizando las fundaciones de Buenos Aires y la organización de la ciudad alrededor de su sector mercantil, producto del comercio y contrabando. Luego recorre las reformas borbónicas y su implementación en el distrito. El capítulo describe así una geografía urbana de Buenos Aires como una ciudad de infraestructura precaria, aludiendo a problemas medioambientales y edificios sin finalizar, pero asimismo con un próspero sector mercantil buscando desplegar su estatus en construcciones y ceremonias.
El tercer capítulo nos habla de la expansión urbana exponencial que la ciudad tuvo en el periodo borbónico, sobre todo desde la creación del virreinato del Río de la Plata, que movió trámites y autoridades a Buenos Aires, ahora transformada en capital virreinal, facilitando el papeleo administrativo y, en su defecto, la distribución de tierras. Con un virrey en la ciudad, el cabildo se constituyó, como en muchas otras ocasiones, en el centro de disputas sobre la interpretación de la normativa urbana, y los vecinos en sus acérrimos defensores como una forma de defender sus propios privilegios. La retícula de la ciudad se transformó en un bastión de la defensa de los derechos de ciertos sectores de los porteños de expandir sus intereses. Subsecuentes divisiones de la ciudad en cuarteles buscaron administrar la creciente población que, para 1790, llegaba a 30.000 almas. Los esfuerzos se inclinaron a llevar a la población afuera del núcleo de la plaza mayor, donde se concentraba la élite urbana. El proceso de regularización administrativa de la tierra y la reducción en el costo de los certificados rápidamente motivaron la emergencia de un sector de desarrolladores urbanos. Sin embargo, la distribución de los espacios nuevos no privilegió el centro de la ciudad sino sus corredores comerciales. Esto ayudó a la separación de la población del centro político, lo que la autora sugiere, tuvo su impacto sobre la concepción del poder en la urbe.
El capítulo cuarto alude a la Ilustración y su impacto sobre la urbanización mediante mejoras propuestas en los ámbitos sanitarios, de recolección de basura, iluminación pública y modernización de los servicios públicos. Nos habla de las ciudades como espacios facilitadores del progreso y la civilización y traducción de esos ideales en el espacio rioplatense de la mano de la Real Ordenanza de Intendentes de 1782 cuya implementación conllevó disputas con el cabildo local, teniendo como resultado un incremento de la burocratización que ocasionó problemas para construir nuevos edificios públicos que emulen el poder de la monarquía en su nueva capital virreinal. Tal tarea quedó mayoritariamente circunscripta a la remodelación de edificaciones existentes y la construcción de extensiones como en el caso de la Aduana. Sin palacio virreinal y con edificios provisionales, la transición hacia una ciudad sede de un alter-ego del monarca había sido principalmente simbólica con una materialidad más soñada e imaginada que real, pero que sin embargo generó una rica cultura ceremonial.
En efecto, el capítulo quinto explora esos despliegues teatrales que hacían a un lejano monarca presente en sus más remotos territorios obligando a procesiones y celebraciones de toda índole que marcaban el calendario político-religioso de las urbes indianas. Proclamaciones reales de todo tipo trazaban una geografía simbólica, la Carrera, que recorría la zona alrededor del fuerte en la ciudad, transformando a Buenos Aires en un escenario de arquitectura efímera. Cualquiera fuere el propósito de esos eventos, las contribuciones de los vecinos fueron una forma de fortalecer el sistema jerárquico al que pertenecían. Se constituyeron así en el habitus para desplegar y ganar poder en la distribución de la gracia real y la autora cita como ejemplo de tal arquitectura de lo efímero a los catafalcos.
Desde una óptica foucaultiana, el capítulo seis nos habla de los intentos de disciplinar la arquitectura privada de la urbe rioplatense mediante normas de planeamiento urbano. Examina la forma en que los superintendentes y el cabildo se apropiaron de un lenguaje arquitectónico, incluso del uso del estilo neoclásico en las construcciones privadas, para convertirse en sus referentes, algo que los vecinos mismos aceptaron. Esta alineación de intereses coincidió con un periodo de desarrollo del mercado de la propiedad en la urbe. Un ejemplo que la autora trae a colación es el de Mariana Padrón, esclava liberta que llegó a ascender en la escala social transformándose en propietaria de tierras y cuyo plano para una propiedad figura en la tapa del libro. La explosión del mercado inmobiliario coincide con este periodo en donde los precios de la tierra y los costos de construcción eran relativamente bajos para diversos sectores de la población con los recursos necesarios para ese tipo de empresas.
El capítulo séptimo y final nos traslada a la Buenos Aires invadida por tropas británicas y el impacto que la derrota de los invasores tuvo sobre la arquitectura rioplatense que se manifestó en una reconstrucción ideológica del espacio. La valentía de la ciudad apareció así representada en cambios de nombres de calles –con la aparición de Reconquista y Defensa–, o de nombres de miembros del cabildo porteño y la leyenda de la “ciudad más leal”, que nos hablan del orgullo ciudadano y de un primer patriotismo. La autora finaliza este capítulo analizando la transición a la Buenos Aires post-1810 que continuó con los mismos estilos arquitectónicos señalando la contradicción de la Ilustración, donde un mismo estilo podía adoptar distintas narrativas dependiendo del poder que lo manipulaba. Así, se transformó en la arquitectura de la libertad, incorporando un panteón ideológico distinto. La Pirámide de Mayo es, quizás, el mejor símbolo de este dualismo pudiendo ser leído como una alegoría a la República Romana o la representación de un sistema jerárquico. Dialécticas aún vivas en la Argentina presente.