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Notas y debates

En torno al poder del disenso: reflexiones sobre los aportes historiográficos del nuevo libro de Sergio Serulnikov

Pablo Ortemberg

CONICET-Instituto de Investigaciones Políticas (UNSAM), Argentina.
Correo electrónico: portemberg@unsam.edu.ar.

Fecha de recepción: 24 de octubre de 2023
Fecha de aceptación: 29 de diciembre de 2023

Resumen

Este trabajo ofrece una descripción del contenido y una reflexión crítica de la nueva obra de Serulnikov, a partir de cinco apartados. Primero, se describe la estructura de este exhaustivo libro de historia política y se presenta la pregunta central que lo anima sobre “cómo nace lo nuevo”, o dicho de otro modo, cómo se produce el cambio histórico. En segundo lugar, se explicita la rica articulación de este libro con el precedente sobre las “culturas políticas étnicas”. En tercera instancia, se recuperan algunas líneas de debates sobre alcances y limitaciones de los conceptos de “cultura” y “cultura política”. La cuarta parte presenta el posicionamiento historiográfico del autor frente a las viejas y nuevas discusiones sobre las causas y las periodizaciones de las independencias. Por último, se focaliza en el diestro juego de escalas y la estrategia biográfica con los que trabaja la obra, para revisitar la cuestión metodológica de lo excepcional-normal.

Palabras clave: historiografía de las independencias, cultura política, excepcional-normal.

About the power of dissent: reflections on the historiographic contributions of Sergio Serulnikov’s new book 

Abstract

This essay offers a description of the content and a critical reflection of Serulnikov’s new work, organized five sections. First, the structure of this exhaustive book of political history is described and the central question that animates it is presented about “how the new is born”, or in other words, how historical change occurs. Secondly, the articulation of this book with the precedent on “ethnic political cultures” is made explicit. In the third instance, some lines of debate on the scope and limitations of the concepts of “culture” and “political culture” are recovered. The fourth part presents the historiographical position of the author regarding the old and new discussions about the causes and periodization of independence. Finally, it focuses on the scales and the biographical strategy with which the book works, to revisit the methodological question of the exceptional-normal.

Keywords: historiography of independence, political culture, exceptional-normal.

I. Estructura del libro y su gran pregunta

El nuevo libro de Sergio Serulnikov constituye, a todas luces, un acontecimiento historiográfico, tanto por su densidad investigativa con el trabajo de fuentes documentales, como por la discusión de fondo que entabla con las tesis de ayer y de hoy sobre las características del gobierno en Indias en el último tercio del siglo XVIII y las causas de los procesos independentistas. En sus páginas ofrece una nueva mirada para entender el cambio histórico en su dimensión política en esta parte del mundo.

La obra es el resultado de una investigación madura de más de una década, como prueban los diez artículos que el autor fue publicando sobre el tema en distintas revistas académicas y, ciertamente, se erige sobre una importante base en su otro gran libro de 2006 sobre los conflictos sociales e insurrecciones en la provincia de Chayanta.1 Sin embargo, es importante aclarar desde el comienzo que El poder del disenso… no es una compilación de aquellos artículos –de por sí innovadores en propuestas y fuentes– ni una prolongación de este último libro, sino la elaboración de una obra orgánica nueva, inmensa, con una escritura asumida desde cero y una arquitectura impresionante repleta de ideas y hallazgos inéditos. Conduce sus argumentos en un diálogo genuino con muchas zonas de la bibliografía, lo cual le permite intervenir con hipótesis propias en discusiones sobre la naturaleza del gobierno en las Indias, la práctica del derecho indiano, el lugar de los rituales del poder, las cuestiones de género y política, las mutaciones en las sociabilidades urbanas, la modelación de la esfera pública, los lugares de la cultura escrita y oral en sociedades de antiguo régimen, entre otros dominios.

Lo primero a destacar entonces es la exhaustividad y solidez de la obra. Y no podía ser de otro modo cuando sus 565 páginas explican la génesis de una nueva cultura política urbana contestataria en Chuquisaca, resultado de la acumulación de experiencias heterogéneas durante treinta años de reformas de la monarquía; una cultura que en última instancia permitirá entender mejor los sucesos de 1809, y los que siguieron, sin caer en trampas teleológicas.

En su ambicioso plan, el libro combina un desarrollo analítico y a la vez narrativo. La trama avanza desde la sofisticada disección de múltiples problemas conceptuales que el autor va presentando a partir de las mutaciones pequeñas o resonantes de la conflictividad social y política en Chuquisaca. La organización de sus 16 capítulos en cuatro partes sigue una progresión cronológica. En el último aborda el levantamiento del 25 de mayo de 1809 y destina una sección posterior (“consideraciones finales”) para extenderse hasta los años marcados por la Constitución de Cádiz, otros levantamientos en el espacio altoperuano y la aparición en escena de los ejércitos porteños. No obstante, este último recorrido se desarrolla desde un plano más analítico y a escala continental, con argumentos de orden historiográfico sobre las revoluciones de independencias. El otro momento exclusivamente analítico es el ensayo introductorio que da comienzo al libro. En el cuerpo principal, el análisis está magistralmente imbricado en la narración de los sucesos y personajes que aparecen y desaparecen teatralmente en los treinta años que abarca la construcción de la cultura del disenso urbana. Un ejemplo de esta combinación se aprecia en un subapartado del capítulo 8 de la 2ª parte, el cual comienza con las preguntas “¿Cómo nace lo nuevo? ¿Cómo surgen y consolidan nuevos modos de entender las relaciones con el poder, nuevos mecanismos de representación y nuevas prácticas políticas? Hagamos un alto para considerar estos interrogantes…” (p. 292). Este “alto” analítico en medio de la narración no es un ejemplo entre otros; a nuestro juicio, es la pregunta que anima en el fondo a toda la obra y a la que vuelve de diferentes maneras a lo largo de ella.

II. Dos culturas políticas articuladas

Si en su libro sobre los pueblos de la región aymara del norte de Potosí, Serulnikov abordó los conflictos en la zona rural con foco en las comunidades indígenas, podríamos decir, la cultura política rural, o como señala el mismo autor en aquella obra, las “culturas políticas étnicas” (p. 12) –básicamente una cultura política de negociación y resistencia–; en el libro actual, en cambio, se concentra en la ciudad de Chuquisaca para analizar una cultura política urbana del disenso, también afectada por las directivas reformadoras.

Los dos libros se complementan perfectamente, pese a que el primero empieza y termina antes –desde mediados de siglo XVIII hasta los levantamientos de 1780-1781–. Como si fuera un montaje cinematográfico de dos perspectivas, damos un claro ejemplo de esta complementariedad: en diferentes momentos, ambas obras refieren al pánico que se apoderó de los habitantes de Chuquisaca cuando en septiembre de 1780 la población indígena sublevada colocó la cabeza del cacique del pueblo de Moscari a la vista, en las afueras de la ciudad. Pero si el libro de 2006 prosigue con el estudio de aquel pueblo en el complejo mosaico étnico e indaga en el problema de los cacicazgos en el contexto de las sublevaciones, en el nuevo libro el episodio da pie a un minucioso análisis de las reacciones de los grupos sociales urbanos y la interacción que suscita entre ministros de la Audiencia, el virrey de Buenos Aires y las corporaciones chuquisaqueñas.

Es en ese marco que la población de Chuquisaca organiza una milicia “multiclasista” comandada por patricios. Paradójicamente su éxito en la represión contra los indios sublevados les acarreará luego graves conflictos con las directivas borbónicas. Si la cultura política urbana del disenso es el resultado de una acumulación de conflictos, uno de ellos será la reacción local ante el intento borbónico de desarmar la exitosa milicia y a la vez la implantación de un destacamento de soldados peninsulares en la ciudad, percibido, en resumidas cuentas, como un “ejército de ocupación” (esta presencia genera una serie de descontentos de distinto orden, como aquel debido al comportamiento de los peninsulares con las mujeres del vecindario).

En esa articulación entre las dos obras puede observarse que, en cierto modo, la cultura política urbana contestataria de petitorios y motines surge en contrapunto con la cultura política étnica de petitorios y sublevaciones. Serulnikov ya anunciaba este contrapunto en un artículo de 2007: “Las comunidades indígenas de Chayanta (…) pudieron organizar persistentes desafíos a las instituciones locales de gobierno gracias a las generalizadas pugnas entre las elites coloniales”.2

Los ecos de ese contrapunto establecido sobre fracturas y disputas sociales se verán reflejados posteriormente en la conformación del Estado e identidad nacionales en Bolivia. Por ejemplo, durante la celebración del Bicentenario del “Primer Grito de libertad” en 2009, una nota periodística sintetizaba la batalla conmemorativa heredera de esas grietas sociales: el presidente Evo Morales “centró su homenaje en la figura de la heroína mestiza Juana Azurduy de Padilla y varios caudillos indígenas que se rebelaron contra la corona española incluso antes del siglo XIX, mientras los líderes conservadores sucrenses exaltaron la revolución urbana del 25 de mayo de 1809”.3

III. El concepto de cultura política bajo análisis

Es cierto que los conceptos de “cultura” y el de “cultura política” no han dejado de recibir revisiones críticas hasta el día de hoy. El de “cultura”, sabemos, es problemático y holístico, y de por sí exige una aproximación que articule distintas dimensiones, es decir, no puede reducirse exclusivamente al estudio de la prensa, al vocabulario político o a las sociabilidades. Asimismo, una cultura es fruto del acontecer histórico y en consecuencia está en constante cambio. Entre las once definiciones de “cultura” planteadas por Clyde Kluckhohn y recordadas por Clifford Geertz hace ya medio siglo, una de ellas parece ajustarse perfectamente al recorrido que nos propone Serulnikov en su nuevo libro: “la cultura es un precipitado de historia”.4

Con respecto a la noción de “cultura política”, en Cultura política en los Andes (2007), Aljovín y Jacobsen, sus compiladores, defienden una perspectiva pragmática para su estudio, frente a las objeciones de principio esgrimidas por Alan Knight en el mismo libro. Knight señalaba la dificultad de la noción para encontrar causalidades que explicaran cambios y permanencias, así como también advertía sobre el peligro de enunciar como propensiones culturales conductas que posiblemente se deban a la fuerza de las circunstancias.5 En otra ocasión, Elías Palti también llamó la atención sobre el riesgo de entenderla como sistema cerrado, estático, completo (críticas similares a las del concepto de “cultura”).6 La investigación de Serulnikov, sin embargo, se aleja de estos peligros, porque consigue reconstruir un proceso de cambios y permanencias con actores y acontecimientos concretos –individuales e institucionales– abigarradamente concatenados, con una mirada que, además, se aparta de esquematismos, como la dicotomía tradición-modernidad tan cuestionada en los últimos tiempos.

Es a partir de la articulación de distintas escalas espaciales y temporales que Serulnikov explica, finalmente, cómo se dio ese “precipitado de historia”, en el que, en un lugar (Chuquisaca) y un tiempo (treinta años), hombres y mujeres de todas clases empezaron a considerar desde un nuevo “nosotros” que tenían el derecho a participar del diseño de los asuntos públicos. No se trataba solamente de cuestionar “el mal gobierno” sino de concebirse con la facultad para opinar y eventualmente oponerse a los principios de las directrices borbónicas. Aunque leales al Rey, esta progresiva cultura del disenso iba horadando los fundamentos del orden colonial.

IV. Viejos debates y nuevas perspectivas historiográficas sobre las independencias

En su recorrido, Serulnikov retoma viejas discusiones de fondo y expone sus argumentos en varios sentidos: vuelve a hablar del vínculo colonial y se aleja de la concepción que piensa el orbe hispánico formado por ecuánimes reinos; vuelve a pensar la relación entre los efectos de las reformas borbónicas –incluida la insurrección tupamarista y katarista– y los posteriores procesos independentistas; y en relación con esto último vuelve a poner el peso explicativo –aunque siempre cuidadosamente multicausal– en territorio americano y ya no en las abdicaciones de Bayona, las cuales, aunque decisivas en la debacle, son contempladas como aceleradoras de una crisis previa. Así, asume posicionamientos historiográficos fuertes que habían sido debatidos antaño por camadas de historiadores y que esta investigación situada en una experiencia histórica concreta en el escenario chuquisaqueño propone nuevamente para la discusión.

En la discusión sobre la conceptualización entre colonias o reinos de ultramar podemos remitirnos al por momentos hilarante debate de 2005 entre Juan Carlos Garavaglia y Annick Lempérière, entre otras intervenciones, publicado en 2005 en la revista Nuevos Mundos.7 El tema enciende todavía pasiones en mesas y simposios en Argentina, pero sobre todo en Perú y México, países con una historia y una historiografía colonial (o virreinal) de amplio desarrollo, por un lado, y que experimentaron, por otro, un proceso independentista –revolucionario y contra-revolucionario– más extenso que el rioplatense. La conquista y colonización, afirma desde el comienzo Serulnikov, “engendró una original estructura política que poco tenía que ver con lo que emanaba de la legitimidad dinástica que regía la relación de los monarcas con los antiguos reinos europeos bajo su égida” (p. 21).

En los agradecimientos, el autor comenta que el disparador de este libro fue el intento de conectar los dos motines populares de 1782 y 1785 contra dos regimientos de soldados peninsulares establecidos en la ciudad con los sucesos de mayo de 1809 (p. 563). ¿Qué sucedió en el ínterin? La hipótesis del autor es que los comportamientos revolucionarios de 1809 encuentran una “guía de acción” en la cultura del disenso gestada durante las tres décadas precedentes. Los sucesivos conflictos en Chuquisaca que se dan en forma acumulativa (entre funcionarios viejos y nuevos, entre milicias locales y peninsulares, etc.) llegan a producir un salto cualitativo en las representaciones y prácticas políticas que podrán explicar por qué 1809 y lo que siguió después no se debe únicamente a 1808.

En efecto, la conexión entre los citados motines y 1809 invita a pensar nuevamente la relación entre las insurrecciones indígenas de 1780 y los procesos independentistas. Si bien no es tema del libro la participación indígena en los sucesos abiertos en 1809 y la relación que pudieron tener las rebeliones anteriores, Serulnikov advierte sobre la importancia de volver a pensar cambios y continuidades entre esos dos momentos, pues en sus palabras, “existe una reconocible conexión causal entre ambos cataclismos políticos [;] 1809 debe ser pensado en relación a 1780” (p. 35). Pero esa conexión, sostiene el autor, no se debe a una continuidad ideológica sino todo lo contrario: el éxito que tuvo el vecindario chuquisaqueño en reprimir la insurrección katarista posibilitó una autoafirmación local que las posteriores reformas borbónicas parecieron lesionar –especialmente con el intento de desarme de la milicia local e instalación de destacamentos peninsulares– y en consecuencia estas no hicieron más que acrecentar el disenso.

Así, la relación entre insurrecciones anti-coloniales e independencia vuelve a analizarse, pero sin caer en argumentos ya superados y que gozaron de viva presencia en el discurso público en varios momentos de la historia de Bolivia y Perú. Por ejemplo, uno de esos momentos en que se experimentó un gran debate académico imbricado con intensos usos públicos de la Historia ocurrió en el contexto del Sesquicentenario de la Proclamación de la Independencia del Perú, bajo el gobierno militar de Juan Velasco Alvarado. Por un lado, los nacionalismos criollo e indigenista –respectivamente, el de los historiadores que integraron la Comisión del Sesquicentenario y el gubernamental– establecían, aunque de diferentes modos, una conexión entre la epopeya de Tupac Amaru y la gesta Libertadora de San Martín y Bolívar, mientras que la interpretación marxista de Heraclio Bonilla y Karen Spalding cuestionaba directamente la autoctonía de la independencia peruana.8 Los debates historiográficos en Perú continuaron en los años sucesivos influenciados por esas claves de interpretación.9 Actualmente, en el campo historiográfico peruano conviven el año 1808 y la década de 1780 para abordar el tópico de la independencia. Un ejemplo de ello se evidencia en los trabajos reunidos en el libro coordinado por Claudia Rosas y Manuel Chust en 2017, El Perú en revolución. Independencia y Guerra: un proceso, 1780-1826. Por su parte, la historiografía boliviana siguió otros caminos que el libro de Serulnikov recupera en su discusión. Uno de sus hitos importantes es la obra de José Luis Roca, Ni con Lima ni con Buenos Aires, la formación de un estado nacional en Charcas, de 2007, publicada en vísperas del Bicentenario del levantamiento de 1809. Sin embargo, aunque este libro subraya mediante un valioso análisis la singularidad del espacio altoperuano, su arco temporal se remonta demasiado atrás hacia los señoríos del siglo XII y luego se extiende sobre todo en la coyuntura revolucionaria.

V. El juego de escalas y lo excepcional-normal

En El poder del disenso…, la ampliación de la periodización hacia tres décadas atrás para entender el proceso independentista se combina con el juego de escalas: lo local está en conexión permanente con la dimensión americana e imperial. Ahí radica una gran pericia de historiador al lograr explicar en la trama de la narración la forma en que se retroalimentan los procesos generales y las experiencias locales. Pero los procesos generales, o las realidades compartidas, no carecen de contrastes. Por eso también compara y examina las articulaciones de la experiencia chuquisaqueña con las características de los conflictos en esos años, no solo en el espacio rural circundante sino también en ciudades cercanas como Oruro (donde sobresale el alarmante destino de su elite criolla tupamarista), La Paz y Cochabamba, pero también con ciudades de otros virreinatos, especialmente en estos casos para ponderar las dinámicas de las diversas revueltas anti fiscales y las acciones en contra de medidas reformistas.

En consecuencia, sin pretender encasillar esta gran obra de historia política en alguna corriente historiográfica particular no es difícil encontrar resonancias con la microhistoria, especialmente por la importancia en ella de los juegos de escala y por provocarnos en dos sentidos distintos una reflexión por lo excepcional-normal.10 En efecto, Serulnikov no está escribiendo solamente sobre Chuquisaca, sino que está ofreciendo una explicación de la reforma y crisis terminal del Imperio español. Y esto lo consigue no a pesar de la singularidad de esta ciudad, sino gracias a ella: a su peculiar perfil demográfico y social en el espacio charqueño, a la particular gravitación de su Universidad y de la Audiencia en su vida diaria, al hecho de que sea sede de arzobispado y por su exitoso desempeño en la represión de los levantamientos indígenas de la época.

La obra también tensiona el gran relato desde la singularidad biográfica de uno de sus principales actores: el quiteño Ignacio Flores de Vergara, primer intendente de Charcas. Este personaje nacido en Quito y formado en la península fue en todo momento un gran aliado de la sociedad local y, por lo tanto, una “flor exótica” del funcionariado borbónico, según la imagen empleada por el autor. En un estudio previo, Serulnikov ya indagaba en la biografía de Flores, porque, según sus palabras, “ofrece importantes claves para discernir los cambios en el dominio español y la sociedad de Indias en el período colonial tardío”.11 En ese sentido, “en la experiencia de Flores confluyeron los destinos de una cultura, un imperio y una región”.12 Por ello, su biografía, advierte Serulnikov en los agradecimientos del libro, “habita de algún modo en su interior” (p. 563). Sin duda la micro-escala que hace uso de la estrategia biográfica nos permite encontrar en Flores un personaje con un apasionante camino de éxitos: sociales (cuna de hacendado criollo), intelectuales (formación en grandes centros ilustrados de la península), militares (en Gibraltar pero también contra las sublevaciones indígenas) y, sobre todo, en la carrera administrativa borbónica (gobernador de misiones y luego primer intendente de Charcas). Pero también marca un recorrido con “singulares” tensiones morales e insatisfacciones intelectuales frente a las injusticias cometidas por un sistema expoliador de los indios (el reparto de mercancías de los corregidores, los aranceles eclesiásticos de los curas, pero también el trato dado por las autoridades a los indígenas sublevados) y lesivo de los intereses –y honor– locales, tanto de patricios como de plebeyos, al punto de concluir sus días con arresto domiciliario en Buenos Aires acusado de sedición. Salvando las distancias, el funcionario Flores nos recuerda, aunque más no sea por su singularidad como vector de mediaciones entre lo alto y lo bajo –aunque no por su muy diferente lugar en la estructura social y política, evidentemente–, al ya icónico molinero friulano de Carlo Ginzburg.

Podríamos preguntarnos sobre qué es lo normal en el derrotero biográfico de un funcionario borbónico en aquellos agitados años, sobre todo cuando la noción de reformismo borbónico está puesta en duda por la historiografía más reciente. De hecho, el mismo autor reconoce esta tendencia que sustenta su crítica en “las manifiestas divergencias de criterio entre los ministros del rey; entre los magistrados en América, o entre ambos” (p. 24). En todo caso, la reflexión queda abierta y, por extensión, podríamos preguntarnos qué es lo normal en cualquier vida humana –Caetano Veloso cantaba en “Vaca Profana”, “de cerca nadie es normal”–. También vale esta pregunta para las ciudades.13

Ciertamente, muchos conflictos que aparecen en Chuquisaca se observan también en otras ciudades, por ejemplo, las disputas jurisdiccionales son constantes entre cabildos y audiencias, el virrey y el arzobispo, o la Universidad (cuando ella existe). En este punto es de celebrar que la historia social contemple en sus análisis a los rituales del poder, pues lejos de ser meros detalles protocolares, las peleas por el lugar en las procesiones o el uso del cojín en los asientos durante las ceremonias son lenguajes intrínsecos de la interacción social y sus formas de legitimación. Aquellas peleas sirvieron de materia literaria para que en el siglo XIX el célebre peruano Ricardo Palma creara sus primeras “tradiciones peruanas”, y hoy podemos afirmar que constituyen el objeto de un campo de estudio imprescindible para indagar en las prácticas políticas, las representaciones y el ejercicio del poder en sociedades de Antiguo Régimen. Antes que establecer una tipología de estos conflictos, Serulnikov los analiza inscriptos en el “precipitado de historia” en consonancia con los enfoques más actuales.14 En efecto, considero que el gran desafío del libro consiste en demostrar cómo y por qué esos conflictos “protocolares” que existieron siempre –al menos desde la fundación de las ciudades coloniales– adquieren una nueva significación y dinámica en la Chuquisaca tardocolonial. Por el contexto en el que ocurren con relación a otras acciones (motines, juicios, encarcelamientos, petitorios, etc.) y por las reacciones sucesivas de los protagonistas contribuyen a la configuración, como hemos señalado, de una cultura política cada vez más contestataria, según la cual el vecindario se atribuye in crescendo el derecho a opinar y enfrentar las medidas de gobierno. Las reacciones ante nuevos impuestos, el monopolio del estanco de tabaco, las quejas ante la venalidad de magistrados y corregidores, las injerencias en la elección de rector en la Universidad, o ante el desarme de la heroica milicia local y la imposición de un destacamento peninsular dan motivo a numerosos petitorios, cabildos abiertos y pasquines, así como un reto cada vez más ostentoso a las deferencias hasta el estallido de motines. En estos conflictos y también en actos ceremoniales de intenso valor político, participan sectores patricios y plebeyos, lo cual alimenta una nueva autopercepción de un “nosotros” o una idea de “patria”. El estudio de la circulación de las nuevas ideas políticas no basta, sostiene el autor, para explicar estas mutaciones en la concepción y ejercicio posible del poder y la obediencia.

Concluyamos nuevamente con la pregunta: ¿cuál es la singularidad de Chuquisaca? Serulnikov demuestra que mientras en Quito y Arequipa, por ejemplo, los ricos o los patricios abandonaron la lucha callejera –y hasta pasaron a combatirla– cuando percibieron que sus privilegios comenzaban a verse amenazados por el clamor de la plebe, en Chuquisaca, en cambio, los motines, aunque menos violentos, dejaron una perdurable huella en la memoria social, oponiendo la ciudad frente a las autoridades borbónicas. Aquí el cabildo, órgano de la elite local, siguió operando como portavoz de la protesta, y enfrentando duramente a la Audiencia, al arzobispo y eventualmente al virrey de Buenos Aires. Una de las particularidades de este cabildo es que sus miembros eran en buena parte egresados de la Universidad y Academia carolina y no siempre representantes de las elites aristocráticas como podía ocurrir por ejemplo en su homólogo de Lima. Y por supuesto, estaban lejos de Lima y de Buenos Aires. La comparación con los cabildos de ambas capitales puede resultar interesante. La politización abierta del órgano limeño se agudiza mucho más tarde en el contexto de la aplicación de la Constitución de Cádiz. La práctica electoral inaugura allí, aunque por un tiempo breve, los cabildos constitucionales y sufren el embate constante del severo virrey José Fernando de Abascal. Para el caso del cabildo de Buenos Aires y su vecindario, un punto de inflexión importante en la concepción de lo público, el interés colectivo y posicionamiento ante la autoridad suprema ocurrió, sin duda, durante las invasiones inglesas de 1806 y 1807.

La dialéctica borbónica, en todo caso, apretaba cada vez más las riendas contra el cabildo chuquisaqueño y los intereses de la “república”, los cuales también eran representados desde el claustro universitario. Si el ayuntamiento fue tratado con consideración por el virrey Juan José de Vértiz, no encontrará similares miramientos en el Marqués de Loreto. Por lo tanto, las respuestas borbónicas, salvo excepciones, no hicieron sino agudizar las contradicciones, dando pie a un descontento cada vez mayor. Uno de los aspectos más interesantes de este estudio es la minuciosidad con la que Serulnikov muestra el funcionamiento de todas las instancias de gobierno –en todos los niveles– en las que la contingencia y la personalidad de los funcionarios tuvieron mucho que ver con los cambios en la relación entre gobernantes y gobernados, los cuales redundaron en la erosión progresiva de la gobernabilidad.

En suma, este libro explica con erudición y trabajo de archivo arrolladores por qué y cómo se creó un terreno propicio (“sostenidos cuestionamientos a la legitimidad de las estructuras de gobierno indiano”, p. 459) para que esta parte del mundo se “[abrasara] a la menor chispa que llegara”, según las proféticas palabras de 1797 del fiscal Victorian Villaga. Después de leer el libro de Serulnikov, antes que una profecía, esas palabras se parecen más a una conclusión.

Bibliografía

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»Serulnikov, S. (2014). Lo muy micro y lo muy macro –o cómo escribir la biografía de un funcionario colonial del siglo XVIII. Nuevo Mundo Mundos Nuevos, Debates. https://doi.org/10.4000/nuevomundo.66758


1 Serulnikov (2006).

2 Serulnikov (2007: 241-258, 250).

3 Quiroga (25 de mayo de 2009).

4 Kluckhohn (1995 [1973]: 20).

5 Knight (2007: 24-49).

6 Palti (2010).

7 Para seguir con el debate en torno al colonialismo... (2005).

8 Aguirre (2018).

9 Por ejemplo, Contreras y Glave (2015).

10 Grendi (1977).

11 Serulnikov (2014).

12 Serulnikov (2014).

13 El problema para definir lo normal se relaciona con la cuestión de la representatividad en historia. En este sentido, Loriga llama la atención sobre lo que denomina “utopía de la representatividad biográfica”, por cuanto “promete descubrir un punto que cierre todas las cualidades del conjunto”. Ver Loriga (2012: 163-183, 182).

14 Un ejemplo entre muchos: “el célebre conflicto que antecedió el levantamiento del 25 de mayo de 1809 entre la Audiencia y la Universidad por el derecho del rector a servirse de un cojín durante la misa no fue un hecho aislado o banal” (Serulnikov: 59).