Este trabajo está bajo una Licencia Creative Commons Atribución-NoComercial 4.0 Internacional

El asedio a la libertad: abolición y posabolición de la esclavitud en el Cono Sur

Guzmán, Florencia y Ghidoli, María de Lourdes (Eds.) (2020).
Buenos Aires: Biblos, 447 páginas.

Julio Djenderedjian

Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, UBA-CONICET, Argentina.

Hacia el año 1890 servía en la gran casa porteña de Adolfo Bioy una criada llamada Victoria; cierta vez, en que se mostraba reacia a cumplir una tarea, la madre del autor le dijo, por vía de admonición: “De ahora en adelante te voy a pagar sueldo”. La aludida replicó angustiada: “¡Ah, no, señora, por favor, eso no!”, ya que percibir un salario hubiera significado expulsarla de la seguridad asimétrica de la relación familiar. Victoria figuraría años después en el testamento de sus patronos, recibiendo una pequeña extensión de campo.1 Esa breve historia es significativa por varias razones, pero nos concentraremos sólo en su cruda evidencia de la muy tardía perduración de formas de relación laboral en las que los pagos en dinero no eran más que un suplemento adicional, una suerte de eventual recompensa a la fidelidad antes que el equivalente pesado y medido de una cierta cantidad de horas de trabajo. Y, desde ya, esa recompensa no se relacionaba con la compra de bienes de subsistencia o incluso ropas, puesto que los mismos eran provistos por el empleador, como lo había planteado Lanfranco Zacchia (1672: 5-11) en el ya entonces lejano siglo XVII. Es, así, el retrato de la perduración de un mundo de escasez y jerarquía donde, para muchos que vivían de sus manos, contar con bienes tan básicos como un simple camastro en una casa señorial era preferible a la incertidumbre y miseria del exterior. Un mundo sin espacios privados, de a menudo promiscua convivencia, en el cual el patrono regía hasta las dimensiones más íntimas y personales de las vidas de sus servidores.

Ese mundo había durante milenios cimentado la esclavitud, rodeándola de múltiples normas y costumbres destinadas a regular las complejas relaciones entre amos y sujetos, buscando limitar y a la vez prolongar y extender ese dominio como parte del orden natural de las cosas. El proceso de ruptura y disgregación de ese antiguo ámbito de derechos desiguales fue, como es lógico, muy largo y muy difícil; y es justamente eso lo que retrata con maestría el conjunto de trabajos de investigación reunidos en este libro. Ruptura que fue, por lo demás, doble: no es ocioso recordar que las atávicas ataduras de los esclavos aprisionaban también a sus amos, y que la liberación involucró tanto a unos como a otros. Eso es lo que hace particularmente importante a la primera mitad del siglo XIX: si bien la prédica antiesclavista era para entonces antigua, los avances en la destrucción de ese viejo orden tuvieron un teatro de excepción en las convulsiones que comenzaron con la época revolucionaria, entre los últimos años del siglo XVIII y las frenéticas décadas iniciales de la centuria siguiente. Ante una declamada igualdad de derechos, y en ejércitos de dimensión nunca antes vista, plebeyos y esclavos adquirieron un nuevo rol en la historia: más aún, tomaron súbitamente conciencia de que la distancia que los separaba de sus amos era, de algún modo, una convención, y por tanto pasible de ser contestada. Pero sobre todo emerge del caos primordial de esos años la posibilidad de intervenir, tomar partido, y, por primera vez, hacerse oír, al menos no ya tan sólo con la rendida pleitesía en que se modulaban las respetuosas peticiones propias del Antiguo Régimen.

El libro compilado por Florencia Guzmán y María de Lourdes Ghidoli cubre con amplitud aspectos fundamentales de esos años de transformación: y es, ya desde el estudio preliminar de Raúl Fradkin y la presentación elaborada por las compiladoras, una imprescindible referencia, no sólo en el tema sino incluso para poder comprender cabalmente toda una época. La complejidad de las bases jurídicas (tejido principal del orden social) recoge necesariamente esas transformaciones y las tensiones profundas que generaron: entre ellas, la conciliación fundamental entre el proclamado respeto a la propiedad y el principio básico de la libertad individual. Si bien el estudio de Lucas Rebagliati se refiere específicamente a ese aspecto, el mismo en realidad recorre con amplitud varios o todos los demás trabajos. Es visible en particular el dilema en torno a cómo encuadrar a quienes ya no podían ser legalmente esclavos, pero tampoco eran ciudadanos libres: y esto, en esencia, tiene que ver con las prestaciones que aún se esperaba exigir de ellos. El término liberto es en buena medida un catalizador de esas contradicciones: revitalizado desde la profundidad medieval, el estudio de Paulina Alberto lo sitúa claramente en la transición entre ese mundo y el moderno, con todas las dimensiones humanas que implicaba. Quizá lo más característico en ese recorrido sea el obvio choque con el ámbito del trabajo, clave de bóveda de la relación de sujeción: desarmar la antigua distinción jerárquica y entrar en un mundo medido y compensado en dinero implicaba cambiar de raíz las formas mismas de la relación laboral, y aun mucho más que ellas. Y en esos tiempos revolucionarios, a la demanda privada se unía la insaciable voracidad de los gobiernos por reclutar soldados; si la milicia y el ejército significaban campos adecuados de discusión y aun de obtención de derechos, también fueron propicios para avasallarlos por parte de quienes todavía tenían en sus manos algún poder de decisión. Es lo que se ve muy claro en trabajos como los de Florencia Thul Charbonnier o Guido Cassano, que recrean la tensión permanente entre objetivos y marco legal de esclavos y ex esclavos, en medio de las urgencias de la guerra y de una economía que crecía a borbotones. Y esas oportunidades, aun cuando asediadas por la permanente presión dictada por la necesidad de mano de obra, se superponían al emergente balbuceo de una voz propia y de una identidad que ex esclavos, libertos y, en general, afrodescendientes, iban descubriendo y desarrollando, por sí o por interpósitas personas, en el emergente espacio de la opinión pública; o con la cual buscaban romper, de cualquier modo, los techos de cristal que viejas instituciones aún intentaban vanamente sostener, como lo muestran los estudios de Alex Borucki y Hugo Contreras Cruces.

Pero esas rupturas iban a la par de permanencias apenas evidentes, y por lo tanto más sólidas. Una de las principales paradojas, puesta en claro por Florencia Guzmán en su estudio sobre domesticidad, género y desigualdad, radica en el hecho de que, mientras para los varones esclavizados había puertas que se abrían a través de la manumisión militar o de la que la proclamada igualdad jurídica debía teóricamente garantizarles, para las mujeres esas mismas, y otras puertas, estaban sólidamente cerradas. En esa sociedad que seguía siendo jerárquica, los varones podían a veces jugar a la igualdad entre sí; las mujeres, ya fuera como amas de leche, cocineras o sirvientas, o a través de una legislación que determinaba la nueva categoría de liberto a partir de la esclavitud materna, quedaban a menudo atrapadas en una doble subordinación: como constructoras y garantes del mundo doméstico de quienes hubieran sido sus amos, y como instrumentos de la nueva obediencia de sus hijos a una situación jurídica que esperaba de ellos el mismo sometimiento de antaño, al menos hasta que alcanzaran la pubertad. Esa subordinación por el color se superponía entonces a otras propias de la época, para la cual era normal que sólo los hombres pudieran decidir por sí y por otros. Entonces, si el camino a la emancipación sería para los varones desde ya largo y difícil, para las mujeres habría de serlo mucho más: incluso en el umbral del siglo XX, su rol en el orden doméstico de familias ajenas continuaba plenamente en vigor. No es de extrañar entonces que ese rol se afianzara asimismo con una educación segmentada y de contenidos orientados a preservarlo, como lo demuestra el trabajo de María Agustina Barrachina, aun a pesar de las flagrantes contradicciones con las ideas que inspiraban la normativa abolicionista y los principios de igualdad y libertad.

Pero esa sujeción a lugares más sombríos que los frecuentados por sus antiguos amos, o aun que sus compañeros varones, se naturalizaba lógicamente a través de muchas otras formas. El estudio de Magdalena Candioti sobre un raro manual para formar negros piadosos es un testimonio elocuente del largo y equivalente trayecto de valores y jerarquías, desde la Francia revolucionaria a la Buenos Aires rosista: ambas sociedades, que se habían atrevido a sacudir los cimientos de siglos de dominio político, seguían sin embargo atadas por las mismas concepciones paternalistas que habían dado su perfil fundamental al antiguo régimen. No se trataba sólo de que las restauraciones subsiguientes a las revoluciones se hubieran vuelto hacia aquél para encontrarse y justificarse a sí mismas en el orden que intentaban reinstaurar: en realidad, esas concepciones nunca habían sido del todo abandonadas, por más perturbado que haya sido el antiguo régimen por quienes buscaban clausurarlo.

El estudio de caso elaborado por Fátima Valenzuela, que casi cierra el libro, constituye un adecuado balance del estado de situación al final del ciclo abolicionista, y en una provincia de rasgos políticos bastante sorprendentes, como lo es Corrientes. Allí, una serie sucesiva de medidas gubernamentales fue estableciendo límites progresivos a la esclavitud, hasta extinguirla legalmente, tal como ocurrió en muchos otros lugares. Pero si ese proceso se llevó a cabo, en un largo período de décadas, sin conflictos, reclamos ni compensaciones pagadas a los antiguos amos, fue porque en la realidad los cambios fueron mucho menos notables que en las leyes, o al menos que en los términos empleados en las mismas. Muchos antiguos esclavos permanecieron con sus amos; éstos a su muerte les legaron unos pocos bienes, o la misma libertad; los decretos gubernamentales la establecieron al promediar el siglo para quienes aún no la poseían (generando un interesantísimo corpus documental a partir de los testimonios de los esclavos liberados); pero, sobre todo, aparecieron nuevas categorías (criado, sirviente) para condensar función y estado de las personas, las que se solaparon con las antiguas de raíz étnica o jurídica, y aun las reemplazaron, siendo muestra acabada de esa zona gris en la que se cruzaban las viejas jerarquías y desigualdades con la nueva legislación igualitaria. Ello ocurría en Corrientes hacia 1860; no puede así sorprender demasiado que, todavía al filo del nuevo siglo, en esa moderna ciudad de Buenos Aires en la que sonaban ya los primeros teléfonos, hubiera aún personas como Victoria, con cuya pequeña historia iniciamos estas páginas.

No hay duda de que el campo de estudios sobre africanos, afrodescendientes y esclavizados se ha desarrollado de manera espectacular en las últimas dos décadas, y este libro es de esos cambios un excelente testimonio; más importante quizá es que ese desarrollo nos ha obligado a repensar ideas aceptadas, y a mirar con otros ojos las permanencias y continuidades en el panorama radicalmente transformador del largo siglo XIX.

Bibliografía

»Bioy, A. (1997). Antes del novecientos. Buenos Aires: Guías de Estudio Ediciones.

»Zacchia, L. (1672). De Salario seu operariorum mercede. Roma: Lupardi.


1 En Bioy, A. (1997: 13). Adolfo Bioy fue el padre del conocido escritor Adolfo Bioy Casares.