Marchesi, Aldo (2019).
Buenos Aires: Siglo Veintiuno, 267 pp.
"Manuel Martínez Ruesta
Instituto de Historia Argentina y Americana, “Dr. Emilio Ravignani”-Universidad de Buenos Aires/ Conicet, Argentina.
El último libro del historiador Aldo Marchesi, “Hacer la revolución. Guerrillas latinoamericanas, de los años sesenta a la caída del Muro”, es fruto de su tesis doctoral defendida en New York University (2012) y de su profusa participación en el Grupo de Estudios Interdisciplinarios sobre Pasado Reciente (GEIPAR) de la Universidad de la República. En él se propone analizar tanto el surgimiento como el desarrollo y posterior fracaso de una red de organizaciones de jóvenes militantes latinoamericanos de izquierda, que a fines de los sesenta y comienzos de los setenta, promovieron la violencia política y las estrategias transnacionales como la vía para alcanzar el cambio social. Puntualmente, la obra se centra en el recorrido individual y en la trayectoria colectiva de cuatro organizaciones del Cono Sur: el Movimiento de Liberación Nacional - Tupamaros (MLN-T) de Uruguay, el Movimiento de Izquierda Revolucionaria (MIR) de Chile, el Ejército Revolucionario del Pueblo (ERP) de Argentina, y el Ejército de Liberación Nacional (ELN) de Bolivia.
A partir de estos cuatro casos, el autor busca reconstruir, a lo largo de tres convulsionadas décadas, el proceso local que estimuló la conformación de cada organización armada, el contexto regional que precipitó la construcción de un proyecto común y los factores estructurales que fueron diluyendo aquella impronta revolucionaria global. Para tal fin, se vale de diversas fuentes y estrategias; entre las primeras, cabe destacar: escritos internos y publicaciones de las organizaciones, testimonios de sus militantes, documentos estatales y la prensa de la época.
En cuanto a las estrategias de análisis, en pos de reconocer tanto las particularidades de cada organización y su contexto nacional, como los elementos que estimularon un corpus ideológico común entre los militantes de éstas y el desarrollo de un proyecto a nivel regional –como lo fue la Junta de Coordinación Revolucionaria (JCR)–, el doctor Marchesi propone una aproximación en múltiples escalas, transnacional, regional y local. Esto permite comprender en forma interconectada los procesos políticos y culturales sobre los cuales esta generación construyó su proyecto político.
Por otra parte, a partir de retomar categorías inspiradas en la sociología de los movimientos sociales –“proceso político”, “repertorio de protesta” y “estructura de oportunidades políticas”– logra pensar desde novedosas perspectivas el origen, desarrollo y resignificación tanto de las prácticas como de las representaciones de estas organizaciones; la tensión entre la “vieja” y la “nueva” izquierda latinoamericana; la radicalización de la “revuelta global” de los sesenta y el devenir de la oleada de los autoritarismos en el Cono Sur (Brasil, 1964; Bolivia, 1966; Argentina, 1966), entre otros temas.
En cuanto a la estructura del libro, el mismo está compuesto de siete apartados. En la introducción, se presenta a la nueva generación política inmersa en una creciente movilización social expectante frente al nuevo panorama abierto tras la revolución cubana y consternada ante la emergencia de regímenes autoritarios en la región.
Dentro de las expresiones de aquel caldeado período, el autor se detiene en las organizaciones armadas como protagonistas centrales de aquella ola de movimientos de la “nueva izquierda”, para posteriormente presentar las inquietudes que buscará ir respondiendo a lo largo de la obra: reconocer las causas que estimularon los orígenes de las movilizaciones sociales de los sesentas; reconstruir el lugar que ocupó el Cono Sur en relación con Europa y Estados Unidos; analizar las rupturas y contactos prácticos y discursivos entre la “vieja” y la “nueva” izquierda; explorar la conformación de una cultura política transnacional desarrollada por los grupos armados y basada en: acciones, ideas, sentimientos e interpretaciones del proceso político regional; describir cuál fue la trayectoria de cada organización tanto durante los procesos cívicos militares que tuvieron lugar en sus respectivos países como en el contexto de las transiciones democráticas a lo largo de los ochenta.
En el primer capítulo, tomando como caso testigo a los tupamaros, Marchesi describe lo complejo que fue para las organizaciones, que reconocían el liderazgo de la revolución cubana, comprobar en carne propia que “su método” –foco rural– no era tan infalible ni se adaptaba a las condiciones geográficas, políticas ni sociales de todos los países de la región. Particularmente, al ser Montevideo, a lo largo de los cincuenta y sesenta, una ciudad que acobijó a una gran cantidad de exiliados políticos, los tupamaros se valieron de las voces de aquellos para convencerse de las falencias del foco rural y terminar de diseñar una estrategia heterodoxa.
Sin dejar de reconocer el contexto político, económico y social local que promovió la formación del germinal MLN-T, el historiador uruguayo hace hincapié en los encuentros que los tupamaros mantuvieron con ellos, como el factor que terminó de inclinarlos por la vía urbana. Dicha opción, en un contexto en el cual el asesinato de Ernesto Guevara parecía cancelar el primer ciclo de las guerrillas, reavivó en la región las expectativas de quienes aún creían en la vía revolucionaria.
En continuidad con este último punto, en el segundo capítulo, a partir de episodios como la campaña del “Che” Guevara en Bolivia (1966-67) y la Conferencia de la Organización Latinoamericana de Solidaridad (1967), Marchesi analiza la construcción de la noción de “cercanía subjetiva” en el mapa de latinoamericana; en donde el conflicto global contra el imperialismo borró ciertas particularidades nacionales y estableció para los pueblos un horizonte revolucionario común.
En el tercer capítulo, se retoma la escala nacional para reflexionar sobre la implicancia que tuvo en la región el triunfo de Salvador Allende en las elecciones presidenciales de 1970. A partir de dicho momento, y ante el aumento de la represión de los gobiernos vecinos, Chile se convirtió en un refugio, en donde numerosos exiliados políticos se encontraron para debatir problemáticas comunes y coordinar estrategias.
Fruto de aquella interacción es que se desarrollaron espacios como las revistas Chile Hoy y Teoría y Práctica, diversos centros de investigación, y tuvo lugar la concreción, en 1972, de la Junta de Coordinación Revolucionaria, una red transnacional a partir de la cual los militantes del MIR, el ERP, el MLN-T y el ELN pasaron a ser “hermanos” revolucionarios con un proyecto político y una línea militar común.
En el cuarto capítulo, Aldo Marchesi marca un punto de inflexión en la historia de las organizaciones. Tras el golpe cívico militar acaecido en el país andino, el nuevo polo receptivo de exiliados pasó a ser Buenos Aires; allí, con la excepción de los militantes del MIR –que establecieron una política de no asilo–, volvió a erigirse la JCR. Pero como el autor deja de manifiesto, Juan Domingo Perón no era Allende, y de esto se percataron rápidamente las organizaciones revolucionarias, que en pocos meses vieron mermadas sus fuerzas y sus planes de crear “territorios liberados” en el norte del país.
Aquel panorama se terminó de precipitar tras el golpe de Estado de 1976, el cual canceló por completo las posibilidades de la JCR en la Argentina. El margen de maniobra de las organizaciones se redujo al máximo, ya no había más espacios de refugio. Ante la derrota el escenario era desolador, las denuncias por secuestros y torturas se multiplicaban, las organizaciones se fragmentaban, los militantes que podían abandonaban el Cono Sur y la JCR se extinguía lentamente; el sueño de la revolución continental había terminado con el triunfo de la contrarrevolución.
En el anteúltimo capítulo, contextualizado en los ochenta, el foco está colocado en las diversas experiencias nacionales de transiciones a la democracia, en donde los militantes de los sesentas ya no pensaban en la JCR, sino en “sobrevivir” a la democracia. Fueron tan particulares aquellas transiciones y los avatares internos de cada organización por intentar adaptarse al “nuevo clima de época” sin perder los aspectos constitutivos de su identidad, que Marchesi decidió –a nuestro entender acertadamente–, dedicar un espacio específico a cada gesta nacional.
Por último, en el apartado de las conclusiones, el historiador uruguayo vuelve a retomar las escalas transnacional, regional y local, para resumir los factores que estimularon el surgimiento, desarrollo y posterior vínculo de los militantes conosureños: la idea de revolución global antiimperialista planteada por Immanuel Wallerstein; los descontentos de los sectores medios y trabajadores (urbanos y rurales) ante la debacle del modelo de sustitución de importaciones; la reestructuración de la izquierda latinoamericana; el divorcio entre las expectativas de movilidad social que posibilitaba la modernización educativa y la realidad de la crisis, y la reestructuración de los partidos tradicionales, entre otros. Para finalizar, realiza un racconto de los elementos más destacados de cada capítulo.
En síntesis podemos señalar que Hacer la revolución nos presenta una apreciación innovadora sobre un período que si bien fue ampliamente trabajado, no lo había sido desde esta “impronta revolucionaria conosureña”. Desde dicha perspectiva, es posible aplicar una renovada mirada sobre la vinculación entre la “vieja” y la “nueva” izquierda; el rol activo del Cono Sur y su influencia en los países centrales a lo largo de tres décadas; el papel específico que tuvo la campaña del “Che” en Bolivia para precipitar la segunda oleada revolucionaria en Sudamérica; el contexto en que se gestaron publicaciones icónicas como Prensa Latina, Época y Punto Final, y lo complejo que resultó para los militantes de aquellas organizaciones armadas afrontar la transición democrática y adaptarse a las nuevas “reglas de juego”.