Platt, Tristan (2018).
La Paz: Biblioteca y Archivo Histórico de la Asamblea Legislativa Plurinacional,
Vice-Presidencia del Estado, 512 pp.
"Sergio Serulnikov
Universidad de San Andrés / CONICET, Argentina.
En un viejo artículo titulado “La búsqueda de paradigmas como un impedimento de la comprensión”, Albert O. Hirschman contrastaba los “estilos cognoscitivos” de dos libros sobre América Latina de por entonces reciente aparición, Patterns of Conflict in Colombia del politólogo James L. Payne y Zapata and the Mexican Revolution, de John Womack. El primero presentaba un paradigma teórico compuesto de “treinta y cuatro hipótesis (reproducidas, para comodidad del lector, en el apéndice del libro) que abarcan todos los aspectos de la conducta política de Colombia e, incidentalmente, también de los Estados Unidos”; se asumía como “la llave para la comprensión plena y total del sistema político colombiano”. El segundo, por el contrario, “renuncia en el prefacio a cualquier pretensión de un justo entendimiento pleno, diciendo que su libro ‘no es un análisis sino un relato… El análisis que pude hacer y que juzgue pertinente lo he tratado de entrelazar en la narración, de manera que aparezca en el momento justo para comprenderla”. El método holístico, procesual, multicausal de Womack generó en el gran economista alemán el siguiente efecto de conocimiento: “quien lea la obra habrá ganado inmensamente en la comprensión no solo de la revolución mexicana, sino de las revoluciones campesinas dondequiera se den”; su propia renuencia a plantear afanosas generalizaciones, “la ausencia casi completa, uno podría decir flaubertiana, del autor en sus páginas”, nos dice, “estimulan la curiosidad y la imaginación del lector”. El libro de Payne, por su parte, “explica en demasía y por ello sólo consigue provocar la resistencia y la incredulidad del lector; la única curiosidad que despierta es sobre la clase de ciencia social que hace que un joven indudablemente dotado vaya por un camino tan equivocado”. Y había algo más que no tenía ya que ver con el método de análisis sino con la premisa de la investigación: mientras “el tratamiento de Payne rezuma disgusto y desprecio hacia los colombianos en general y hacia los políticos colombianos en particular”, “Womack evidentemente está enamorado del México revolucionario y de los partidarios de Zapata”.1
Recorriendo las páginas del último libro de Tristan Platt, Defendiendo el techo fiscal: curacas, ayllus y sindicatos en el Gran Ayllu Macha, Norte de Potosí, Bolivia, 1930-1994, de inmediato me vino a la mente este texto de Hirschman que leí hace muchísimos años. Las investigaciones de Platt, que comenzaron en 1970 con un primer trabajo de campo que nunca se interrumpiría del todo desde entonces, se caracterizan por una inextricable combinación entre antropología e historia. Sus estudios sobre el grupo Macha y otros pueblos norpotosinos cubren un amplio arco temporal que incluye las organizaciones políticas precolombinas, el impacto de la conquista y la colonización europea, la relación entre los ayllus y el Estado republicano en el siglo XIX y, desde luego, la organización social de las comunidades andinas en el siglo XX. Su rango temático no es menos dilatado: las formas de organización económica y productiva, la ocupación discontinua del espacio, los sistemas de pensamiento, las prácticas religiosas y rituales, las relaciones de parentesco, las estructuras étnicas de autoridad, los modos de resistencia y acción colectiva. Ahora bien, si quisiéramos encontrar el hilo, o uno de los hilos, que atraviesa este polifacético corpus, es el permanente diálogo entre los modelos etnológicos de análisis y los avatares de la historia, entre las continuidades estructurales y las transformaciones impuestas por los variados marcos sociopolíticos en el que esas estructuras operaron, entre la observación etnográfica y la labor de archivo. Sus escritos, en otras palabras, condensan como pocos el rasgo distintivo de la gran tradición de estudios andinos que llamamos etnohistoria. Y es posible que desde las pioneras obras de John Murra, Nathan Wachtel o Tom Zuidema, no haya habido un cuerpo de trabajo tan interdisciplinario e influyente como el de Tristan Platt. A semejanza del libro sobre los pueblos campesinos de Morelos que despertó en su momento la admiración de Hirschman, sus estudios son a la vez una indagación en los ríos profundos que corren por debajo de las superficies y un ejercicio de contextualización. Constituyen también, y sobre todo, el resultado de una inconmovible empatía con los sujetos bajo estudio.
El volumen que ahora presenta corona en muchos aspectos su vasta producción sobre las sociedades norpotosinas. Se trata de una historia del Gran Ayllu Macha durante el siglo XX a través de un muy singular punto de mira: el archivo administrativo de los curacas de la parcialidad de Alasaya, Agustín Carbajal (1900-1985) y su hijo Gregorio Carbajal (1941-2014). Macha, cuyos orígenes remiten a uno de los grupos dominantes de las federaciones aymaras del Qullasuyu incaico, presenta una estructura segmentaria dividida en dos parcialidades (Alasaya y Majasaya), con diez ayllus menores cuyos nombres se han mantenido sin cambio desde el siglo XVI. En el siglo XX, la parcialidad de Alasaya consistía en cinco ayllus históricos, subdivididos a su vez en 25 cabildos territoriales, encabezados cada uno por alcaldes elegidos cada año por turnos. Siguiendo un antiguo modelo de complementariedad ecológica o territorialidad vertical consolidado durante los tiempos coloniales, ocupan predios de puna y valle en las actuales provincias de Chayanta y Charcas. Hacia finales del siglo XIX, debido al boom minero de Aullagas-Colquechaca y las intensas migraciones de Chuquisaca y Cochabamba, los indígenas de Macha adoptaron el quechua en lugar del aymara. Platt había conocido de la existencia del archivo personal de las autoridades de Alasaya durante sus primeras estancias de investigación y, a raíz de los riesgos de conservación en que hoy se halla, logró que el Archivo y Biblioteca de la Asamblea Legislativa de Bolivia, proveyera los medios para trasladarse a la zona y, con la colaboración de los descendientes de los Carbajal, escanear todo el archivo curacal. De modo que el presente volumen consiste de un extenso estudio en base a este material, más el catálogo de la documentación y un CD con el material digitalizado.
El archivo, escrito casi íntegramente en castellano, con una fuerte impronta del quechua en muchos de sus textos, cubre un haz de cuestiones que comprende la recaudación y pago de tasas, el curacazgo, la tenencia de la tierra, la religión, la educación, los conflictos con variados actores y otros. Aunque hay algunas fuentes de la época colonial y la república temprana: el grueso pertenece a los años 1930-1994. La riqueza de los testimonios hace posible extender al siglo XX los trabajos del autor sobre el siglo anterior en términos de la articulación de los ayllus de Macha con el Estado y la sociedad boliviana, así como las relaciones al interior de la comunidad. Un primer hito del período es la Guerra del Chaco y el reacomodamiento de las relaciones interétnicas que siguieron a la traumática derrota bélica, lo cual redundó en la realización, en 1945, del Primer Congreso Indigenal en La Paz, del que participó Agustín Carbajal (su foto, en medio de otras autoridades indígenas, exhibiendo prominentemente unos documentos, ilustra la portada del volumen) y que concluyó en el linchamiento del presidente Gualberto Villarroel. Mientras esta etapa conllevó cierto empoderamiento de los ayllus, los años de la revolución del Movimiento Nacionalista Revolucionario (1952-1964), que los curacas de Macha apoyaron durante su gestación, estarían signados por dos fenómenos hondamente disruptivos: la creación de sindicatos campesinos vinculados al Estado que procuraron suprimir los tradicionales sistemas étnicos de autoridad y una reforma agraria que quería rechazar la propiedad comunal en favor de un modelo de pequeñas explotaciones independientes. De hecho, entre 1954 y 1961, el curaca Agustín Carbajal quedaría marginado de su cargo. Los gobiernos militares que se sucedieron durante el resto de la década de 1960 y 1970, por motivos de estricta conveniencia política, en particular el combate contra las trabajadores mineros y las organizaciones clasistas, tendieron a adoptar una actitud menos intrusiva en la vida de los ayllus y, con ello, a apuntalar el poder de los curacas y el nexo fiscal de las comunidades con el Estado. Por el contrario, la restauración de la democracia representativa en la década de 1980 traería consigo ominosas novedades para la subsistencia del Gran Ayllu Macha: el intento desde 1986 de sustituir la contribución territorial de las comunidades con impuestos individuales y la agresiva expansión en las áreas rurales de nuevos sindicatos independientes. Como resultado de esta doble presión, en 1994, Gregorio Carbajal renunció formalmente a su cargo en favor del secretario general de la Fedración Única de Trabajadores Campesinos de Bolivia, Agustín Acho. 1994 parecía marcar, pues, el fin del curacazgo de Alasaya y del archivo curacal.
La reconstrucción histórica de Platt está informada por una serie de argumentos que, aunque no necesariamente novedosos en relación a su producción previa, cobran distintivas resonancias a partir del comprensivo examen de la documentación curacal. Señalaré tres. El primero hace a las formas y función de lo que define como “literacidad andina”. Lo que el repositorio de los curacas pone de manifiesto es la centralidad de la escritura en este universo rural. En su vastedad de temas, tipo de textos y rango temporal, revela un fenómeno ya muy visible desde los inicios de la dominación colonial: la capacidad de los indígenas para producir, requerir y conservar documentos mediante escribas, secretarios, asistentes y otros intermediarios culturales. Si bien en este caso Gregorio Carbajal sabía escribir, y algunos de los testimonios son de su autoría, la mayor parte del corpus se elaboró y acumuló antes de que pudiera asistir a su padre o sucederle en el cargo. Y, como se sostiene en el prólogo, nada impide pensar que no existan otros repositorios semejantes. Diríamos entonces, resumiendo, que estamos frente a una sociedad que ha sabido edificar sólidos puentes entre la cultura letrada y la cultura oral, entre el castellano y las lenguas nativas. Se trata de una suerte de bilingüismo funcional constitutivo de las prácticas políticas y la reproducción social de las comunidades que resulta por completo refractario a nociones binarias de hegemonía o aislamiento cultural. Lo fue en la época de los virreyes; lo es en la actualidad.
Otro concepto central del libro es el de “techo fiscal”. Refiere al hecho de que el pago de la contribución territorial al Estado boliviano (en rigor, al “pequeño Estado” representado por el Tesoro Prefectural de Potosí) constituyó, como el antiguo tributo colonial, una argamasa que cementó los vínculos sociales y espaciales entre las distintas instancias de Macha (los cabildos, los ayllus menores y las parcialidades), reforzando la autoridad de los curacas y la capacidad de defender la posesión comunal de los territorios étnicos, las llamadas “franjas verticales” de Alasaya y Majasaya. En rigor, los curacas aquí analizados emergen como funcionarios estatales que se valieron de su posición para proteger las condiciones de vida de las comunidades. Desde luego, el lector reconocerá en la expresión “techo fiscal”, y en otras tales como “equivalencia reconocida” o “relación fiscal con el Estado”, el “pacto de reciprocidad” que el autor formuló en su libro sobre el siglo XIX, Estado boliviano y ayllu andino. Tierra y tributo en el norte de Potosí (1982), y que tanto impacto ha tenido en la historiografía andina a ambos lados del Lago Titicaca. De acuerdo a Platt, mientras “los caciques apoderados” liderados por Santos Marka Tola hicieron foco en “la tierra y sus títulos”, y los “alcandes mayores” fundados por Gregorio Titiricu del lago Titicaca “enfatizaron la religión y la educación”, los curacas de Macha preferían culmplir con el nexo fiscal con el Estado como precondición para lograr sus otros objetivos (p. 273).
La última tesis que quisiera destacar hace a los fundamentos sociales y políticos de los colectivos indígenas. A efectos de teorizar las diferencias entre la lógica de los ayllus y de la sociedad criolla, el autor apela a un contraste paralelo entre las concepciones sobre la libertad de Jean-Jacques Rousseau y Benjamín Constant. El primero parte de un noción de “sociedad contractual” que implica “la obligación de los individuos de cumplir con los servicios y los cargos que les exigía la colectividad. Este ‘acuerdo’ era la expresión de la ‘voluntad general’ de la comunidad que garantizaba la “‘libertad’ de todos”. Es una idea asimilable a las prácticas igualitarias de los cabildos, las cuales se fundan en la “costumbre” (el equivalente de la “ley” de Rousseau) y los “turnos forzosos” para cumplir las responsabilidades rituales, civiles y tributarias del conjunto. Constant, en cambio, piensa la sociedad moderna en función de la libertad e iniciativa individual, del inalienable derecho de los ciudadanos de perseguir sus interesas y deseos al margen de cualquier constreñimiento social, salvo el fijado por las leyes a fines de evitar que se infrinjan los derechos ajenos (pp. 48-49 y 274-275). Esta distinción entre “libertad antigua” y “libertad moderna” da cuenta, para Platt, de dos notables paradojas en la relación históricas de los ayllus con el mundo exterior. La primera, de muy larga data, es que mientras para la población hispano-criolla los indígenas representan la sujeción irracional y barbárica a tradiciones político-culturales atávicas, para las comunidades andinas son las autoridades criollas y los habitantes de los pueblos rurales (los musus o mozos) quienes encarnan las fuerzas destructivas de la naturaleza. Son ellos los salvajes e incivilizados. La segunda paradoja consiste en que, al abrazar nociones de “libertad moderna”, tanto los gobiernos liberales surgidos del voto popular como los sindicatos procuraron suprimir, con singular eficacia a partir de la década de 1980, las bases sociales del ayllu. Lo cual a su vez explica el irónico hecho de que “los ayllus y el ‘pacto’ con el Estado persistieran y se recuperaran en períodos tan duros como los de la Rosca [1937-1952] o de las dictaduras militares posrevolucionarias [1964-1982]” (p. 273 y 62). No es que las comunidades indígenas tuvieran particular preferencia por los gobiernos autoritarios de derecha sino que muchos de los movimientos radicales y contestatarios del siglo XX, incluyendo el populismo nacionalista, diversas vertientes del marxismo o los programas de desarrollo campesino asociados al sindicalismo de izquierda, tendieron a replicar, en su bien intencionado celo reformista, las premisas últimas del discurso colonial.
El libro se cierra con una sugestiva expresión de deseos. Dice en su línea final que la historia de las “libertades” que moldean el funcionamiento de los colectivos indígenas es “una historia que aún pide ser narrada” (p. 284). La historia a la que Platt se refiere consiste de una narrativa que no esté sujeta al discurso de la dominación, colonial o republicana, e incumbe no solo a Macha sino al conjunto de los pueblos andinos. Por mi parte, aceptando esta principio, extendería el concepto en otra dirección más amplia y restrictiva a la vez. Recorriendo los avatares del siglo XX a través del prisma de un archivo curacal, uno no puede dejar de anhelar que antropólogos o historiadores con sensibilidad etnohistórica, surgidos tal vez de los propios miembros de los ayllus, emprendan alguna vez un estudio interpretativo de síntesis de Macha en la larga duración -una suerte de nuestro Pueblo en Vilo. Microhistoria de San José de Gracia de Luis González y González o La herencia inmaterial de Giovanni Levi, si se quiere. Es precisamente esa potencia narrativa, para volver a nuestro punto de partida, lo que un economista como Albert O. Hirschman apreció más en el análisis del zapatismo hecho por John Womack. Platt nos ha dejado muchos materiales para reconstruir esa historia desde los tiempos de la conquista en adelante, a la que ahora ha venido a sumar un meticuloso análisis de la documentación dejada por Agustín y Gregorio Carbajal.
Imaginándola en relación complementaria con este volumen, esa historia, creo yo, debería reconstruir las pluriseculares mutaciones que llevaron a que la soberanía se fuera con el tiempo concentrando en los cabildos territoriales y que la viabilidad política del Gran Ayllu Macha descansara en un acto volitivo de sus miembros (en “la voluntad general de los cabildos soberanos”), antes que en un imperativo sentido de pertenencia colectiva. Ello redundó en procesos de fragmentación por los cuales, entre los años 1930-1994, bajo variadas circunstancias, algunos cabildos y ayllus menores dejaron de pagar la contribución territorial a las autoridades de Alasaya, cuestionando no tanto su idoneidad personal como su jurisdicción: la institución curacal misma. Se necesitaría, en otras palabras, desandar el largo camino de la contestada, aunque perdurable, legitimidad política de los curacas, su percibida capacidad de representar los intereses compartidos ante propios y ajenos, pero también de las identidades sociales de los comunarios, tal como se materializaron en prácticas económicas, rituales y repertorios de acción colectiva. No se trata de cosificadas categorías censales, sino de la articulación específica entre los diversos (complementarios, conflictivos o antagónicos) estratos de pertenencia indígena (los cabildos, los ayllus menores, las parcialidades, el grupo Macha en su conjunto, y más allá aún, la República de Indios o la nacionalidad boliviana) y, sobre todo, de la manera cómo esa articulación hizo sistema, distintos sistemas, a lo largo de los siglos. No estaría mal tampoco que el examen se extendiera hasta el punto fundamental de inflexión en el reconocimiento de los derechos políticos y culturales de los pueblos originarios que, por obvias razones, este libro apenas llega a sugerir en un breve post scriptum: la presidencia de Evo Morales. ¿Cómo impactó en Macha, conforme a su convulsionada trayectoria pasada y reciente, el proceso que desembocó en la fundación del Estado Plurinacional de Bolivia?
Es una empresa de síntesis ambiciosa pero factible si consideramos la riqueza de la producción antropológica e historiográfica sobre Macha y los repositorios documentales disponibles. No es seguro que el propio autor esté dispuesto a embarcarse en este proyecto-sus inquisiciones tienden a gravitar en torno a la interpretación en profundidad de determinados corpus de fuentes más que a la construcción de narrativas históricas comprensivas-, pero a mi parecer sería deseable que algún día se concrete. Entretanto, es bueno saber que, tras cinco décadas de apasionada dedicación al estudio de las sociedades andinas, Tristan Platt continúa escribiendo su magnífica etnografía y microhistoria política norpotosina.
1 Hirschman, A. O. (1970). La búsqueda de paradigmas como un impedimento de la comprensión. Desarrollo Económico, 10 (37), pp. 4-5. Es una traducción de un artículo aparecido ese año en World Politics. En las citas, modifico levemente la traducción de Desarrollo Económico.