Carlos Barros
(Red Académica Internacional Historia a Debate)
Resumen
A modo de ensayo autobiográfico, Carlos Barros desarrolla un detallado recorrido por su trayectoria profesional desde sus orígenes en el campo de las ciencias técnicas en la Universidad de Santiago de Compostela hasta su culminación como estudiante de la carrera de Historia en el mismo claustro y con un marcado compromiso político, en el contexto de la lucha antifranquista de esos años y el batallar clandestino en el seno del partido comunista. Revisa íntimamente su concepción de historiador militante comprometido con la causa de la libertad y la resistencia frente a la opresión. Desde la organización del I Congreso de la Historia a Debate, se exalta lo imprescindible del diálogo y el intercambio permanente de ideas. Repasa, desde lo historiográfico, las tesis fundamentales del feudalismo peninsular, sus más importantes representantes y sopesa la relación entre el marxismo y la Escuela de Annales. Finalmente hace un balance posterior a los 70 para pensar los nuevos paradigmas que la Historia presenta.
Palabras clave: Historiografía - Historia a Debate - Medievalismo español - Feudalismo.
Political and historiographical autobiography
Summary
In the form of an autobiographical essay, Carlos Barros takes a detailed look at his professional career from his origins in the field of technical sciences at the University of Santiago de Compostela to his culmination as a student of History at the same university and with a marked political commitment, in the context of the anti-Franco struggle of those years and the clandestine battle in the heart of the communist party. He intimately revises his conception of himself as a militant historian committed to the cause of freedom and resistance in the face of oppression. From the organization of the 1st Congress of History under Debate, he exalts the indispensability of dialogue and the permanent exchange of ideas. It reviews, from the historiographical point of view, the fundamental theses of peninsular feudalism, its most important representatives and weighs up the relationship between Marxism and the Annales School. Finally, it takes stock after the 1970s in order to think about the new paradigms that History presents.
Keywords: Historiography - History under Debate - Spanish Medievalism - Feudalism.
I. Militancia política y práctica historiográfica
Mis primeros estudios fueron de Perito Industrial (Electricista) en Vigo (Universidad de Santiago de Compostela),1 donde nací en 1946 y vivía con mis padres, trabajadores de los sectores naval y metal-gráfico. Después fui a completar mis estudios, entre 1965 y 1968, a la Escuela Técnica Superior de Ingenieros Industriales de la Universidad de Madrid. Ingresé en 1967 en las Comisiones de Estudiantes y el Comité Universitario del Partido Comunista de España, participando como delegado de Industriales en la creación del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Madrid (SDEUM).
Volví a Galicia después de mayo de 1968 y participé ya, a finales de año, en la fundación clandestina en París del Partido Comunista de Galicia. En 1972 fui elegido miembro del Comité Central del PCE, donde permanecí hasta pasada la transición. Intervine durante esos años 60 y 70 en Galicia en la constitución de los nuevos movimientos sociales obrero, campesino y autonomista, en contextos de represión y lucha por la libertad, la amnistía y los Estatutos de Autonomía de las nacionalidades y regiones históricas.
Después de la transición, aprobada en sendos referéndums la Constitución y los Estatutos, volví a la Universidad canjeando mis estudios de Ingeniería por Historia en la Universidad de Santiago de Compostela, donde terminé la licenciatura en 1986. En 1988, leí mi tesis doctoral. En 1989, entré en el Consejo Superior de Investigaciones Científicas (Madrid) como becario posdoctoral de Reyna Pastor. Y en 1990, me incorporé a la Facultad de Geografía e Historia de la USC como profesor ayudante, donde continué hasta mi jubilación administrativa en 2016. Con ésto dispuse felizmente de más tiempo para investigar, escribir y mantener la Red Académica Internacional Historia a Debate,2 creada en 1993.
Pertenezco, por tanto, a una generación académica 15 años más joven que mi generación cronológica-política del año 1968. Lo cual facilitó que pudiera recorrer nuevos caminos en los campos del medievalismo y de la historiografía en general, así como prolongar mi labor actual (post-jubilación) como investigador de la historia medieval y promotor proactivo del nuevo paradigma historiográfico de HaD.
Elegí lógicamente la Historia como segunda carrera universitaria por la influencia en mi formación juvenil del materialismo histórico, en el que milité de manera intensiva políticamente. Mi propia experiencia como parte activa de la generación militante del 68, en las condiciones ilusionantes pero duras de la lucha por la democracia, bajo la bota militar franquista, me ha convencido íntimamente de la utilidad social de la disciplina de la Historia para alentar, aquí y ahora, un cambio histórico guiado por una idea renovada de progreso, huyendo siempre de cualquiera manipulación o correa de transmisión.
Me consideré todo el tiempo un privilegiado, por haber accedido –en esta mi segunda vida– a la investigación y la enseñanza de la Historia, después de haber vivido en primera fila, desde la clandestinidad, los combates por la democracia y el “socialismo en libertad” en España.
¿Cómo pudo haber influido, más en lo concreto, mi militancia política en la ulterior práctica historiográfica? De una manera consciente y previsible pero también inconsciente e imprevisible. Se suponía que por mi ego-historia optaría por una especialización en historia contemporánea, pero yo quería ante todo hacer historia-historia, más que dar continuidad a una militancia “contemporaneísta” transpuesta de la política a la historia. Probablemente influyó también, de forma en este caso más involuntaria, en mi inclinación hacia la historia Medieval mis primeras, fervorosas y extraescolares lecturas infantiles de los tebeos del Guerrero del Antifaz, el Capitán Trueno y el Jabato. Y más racionalmente, mi preocupación tardía por la cuestión identitaria, al regresar a Galicia concientizado políticamente después del 68 madrileño. Galicia se constituye, precisamente, como nación o nacionalidad histórica (lo dice incluso la Constitución española) durante la Edad Media, para cuyo estudio mi patria originaria es, además, especialmente rica en fuentes históricas como bien sabía Don Claudio.
Una doble inquietud política e ideológica, marxista y galleguista, me condujo hacia 1985 (estando como oyente en 4º de Historia) a una prolija investigación empírico-teórica (con pocos precedentes) sobre el concepto de nación en Marx y Engels, obra que acaba de ser traducida y publicada en castellano como La base material de la nación (Barcelona, El Viejo Topo, 2020).
Supuso para mí, en su momento, una especie de puente entre la militancia marxista y la investigación estrictamente histórica-historiográfica, además de una asignatura pendiente en lo personal, toda vez que el pragmatismo, la dedicación y la urgencia de la acción política en la clandestinidad, había limitado nuestras lecturas de los clásicos al Manifiesto Comunista y poco más (leíamos sobre todo a Lenin). A ello se unía mi toma de conciencia sobre el nulo rigor heurístico con que el marxismo tradicional había tratado la compleja “cuestión nacional”. En fin, cuando tuve que elaborar mi Curriculum Vitae de profesor e investigador académico, me dio un especial gusto encabezar el apartado de publicaciones con la monografía inicial “A base material e histórica da nación en Marx y Engels”, lo que no a todo el mundo le gustaba en mi nuevo ámbito de trabajo, claro está.
Otra influencia consciente de mi práctica política, antifranquista y pro-democrática, en la historia medieval que después investigué de modo exclusivo fue, obviamente, la elección, a mediados de los años 80, de una gran revuelta social como tema de las tesis de licenciatura y doctorado. El marxismo historiográfico se desdobló, como es bien conocido, en una historia marxista estructural, más bien francesa, y una historia marxista de conflictos, revueltas y revoluciones, más bien inglesa, fundamentada en aquello que escribió Marx en el Manifiesto de 1848: “La historia de todas las sociedades que han existido hasta nuestros días, es la historia de las luchas de clases”. Mi opción para combinar estructura económica y sujeto social fue partir del conflicto, más que de la estructura para comprender globalmente la historia. Mi trayectoria juvenil en los movimientos sociales me ayudó no poco, a entender y valorar la trascendencia histórica de los conflictos, las revueltas y las revoluciones.
Ahora que lo pienso, después de tantos años, entre los aspectos menos conscientes o racionales de mi biografía política-juvenil, que han podido incidir en mis investigaciones histórico-historiográficas de los últimos 37 años, tal vez haya que añadir la traumática experiencia con la tortura al ser detenido cuando estaba organizando, en la clandestinidad, el movimiento campesino en Ourense (1969-1971). Pudo facilitar la singular atención y sensibilidad que presté a los agravios señoriales recibidos (que también incluía el tormento, por cierto) como factor desencadenante de la gran revuelta de los irmandiños, como demostré empíricamente en Mentalidad justiciera de los irmandiños, siglo XV (gal. 1988; cast. 1990). Especial susceptibilidad, personal e intransferible, de origen sobre todo inconsciente, hacia las víctimas de la violencia político-social de cualquier signo que, sin duda, reforzó también mi propuesta general de una Historiografía de valores en el IV Congreso Internacional de HaD (2010). Ella tenía como meta reformular, en tiempos de globalización, el compromiso del historiador de oficio con los valores universales más que con una ideología o una religión concretas, incluido el marxismo del siglo XX por supuesto, que tiene en su historia política e ideológica una parte turbia que no podemos ni debemos ocultar, y menos aún justificar.
Mencionar, por último, en esta introspección que me han solicitado para el dossier de Cuadernos de Historia de España (tengo que confesar que no lo había hecho antes, pese a mi respaldo al ejercicio necesario de la ego-historia), la repercusión de las habilidades prácticas y organizativas adquiridas durante la lucha contra la dictadura de Franco en mis posteriores tareas educativas e historiográficas, como hablar en público o planear y ejecutar actividades académicas colectivas. Me refiero sobre todo a la organización en Santiago de Compostela de los cuatro “macro congresos” de HaD (1993, 1999, 2004 y 2010), con recursos mínimos y por lo regular con poco tiempo... Me decía a mí mismo para animarme, cuando empecé con el ambicioso proyecto de HaD, que me iba a ser más fácil que organizar una huelga general en condiciones de dura represión, y desde luego lo fue.
II. Generación del 68, renovación historiográfica
y medievalismo
La crítica y la discusión historiográfica fue la razón de ser del I Congreso Internacional “La historia a Debate”, que organicé hace 29 años en Compostela. El debate continuo, crítico y autocrítico, es una seña de identidad del 68 académico y cultural. Por desgracia, no podemos decir todavía que sea un uso académico habitual, a pesar de nuestros esfuerzos. Tal vez con la edad nos apoltronamos y olvidamos de dónde venimos.
La generación universitaria de mayo de 1968 nació de los movimientos de estudiantes y profesores jóvenes y precarios (profesores no numerarios, PNN), que eran a su vez partes sustanciales de los movimientos sociales, antifranquistas y democráticos. Algunos participantes y dirigentes nos convertimos después (unos antes que otros) en profesores universitarios e investigadores con voluntad e ideas de terminar de arrinconar la historiografía tradicional y franquista, que venía perdiendo posiciones desde los años 50, y homologar España con las nuevas tendencias imperantes en Europa y el mundo. En nuestro campo académico podemos decir, sin ambages, que la “revolución historiográfica del siglo XX” triunfó en los años 70 en España, en buena medida por el cambio radical de contexto que supuso la transición a la democracia, en el cual la Universidad tuvo un rol protagónico.
Para ilustrar la relativamente rápida y efectiva victoria de las nuevas historias entre nosotros suelo referirme a un significativo libro colectivo, Once ensayos sobre la historia (Madrid, Fundación Juan March, 1976), donde tenemos ya bien representadas las dos nuevas corrientes: Annales (José Ángel García de Cortázar, Antonio Eiras Roel, Felipe Ruiz Martín) y marxismo (Juan José Carreras, Antonio Elorza, Jordi Solé Tura, Francisco Tomás y Valiente). Los historiadores tradicionales, José María Jover y Luis Suárez, cumplen el papel de legitimar –incluso auspiciar– académicamente las nuevas tendencias, tarea que Jover continuará como nuevo director de la Historia de España de Menéndez Pidal. El medievalista Luis Suárez, director de la tesis doctoral de Julio Valdeón, reconoce en su contribución, “la afirmación del marxismo-leninismo (sic) como escuela histórica”, si bien critica que se diga que el “materialismo dialéctico… es la única filosofía científica válida”, para terminar por definirse, con una rotundidad hoy sorprendente, en favor de una historia “total”: “La Historia ‘total’ sería, pues, la síntesis integradora de conocimientos. Vale la pena intentarla”.
En el departamento de Historia de mi Universidad compostelana coinciden en los años 70, Juan José Carreras, Antonio Eiras, José Ángel García de Cortázar, de las áreas de Historia Contemporánea, Moderna y Medieval, respectivamente. En 1973, Antonio Eiras organiza las I Jornadas de Metodología aplicada de las Ciencias Históricas que supusieron un gran impulso a la renovación historiográfica gallega y española. Participaron de las mismas también Julio Valdeón y José Luis Martín y fueron posible gracias al patrocinio de un Luis Suárez que era en aquel momento director general de universidades y mantenía, según ya vimos, una posición liberal-aperturista, si bien a mediados de los años 80 vuelve ideológicamente al franquismo ortodoxo, e historiográficamente a la historia política de los “grandes hombres” que nunca había abandonado del todo.
Por el lado de la ego-historia, ya lo he explicado, empecé a investigar en la USC así mismo a mediados de los años 80, cuando empezaron a mostrar síntomas de agotamiento los rompedores movimientos historiográficos de Annales y el marxismo.
Por lo demás, no creo que se pueda hablar, en lo esencial, de grandes diferencias en los años 70 entre las distintas nacionalidades y regiones españolas en cuanto a la entrada y hegemonía de las nuevas historias, Annales y marxismo. Con la salvedad de un Jaume Vicens Vives que, después de asistir en París al IX Congreso Internacional de Ciencias Históricas en 1950, inaugura una migración de la historia política a la historia económica-social, promoviendo activamente la escuela de los Annales. Su influencia historiográfica fuera de Cataluña fue escasa, demasiado temprana quizás, pues no se había desarrollado mínimamente, en la universidad y en la sociedad, el clima político prodemocrático necesario para la superación de la vieja historia política del Régimen.
III. Feudalismo hispánico
La investigación posterior ha relativizado mucho la tesis de la despoblación del Ebro. Es un debate hoy superado, al igual que la supuesta inexistencia de feudalismo en Castilla y León durante la Edad Media. La hegemonía de la historia económico-social en los años 70’, marginó en la práctica el concepto institucionalista de feudalismo, en favor de una noción que se hizo clásica de la sociedad medieval basada en las relaciones entre señores y vasallos, cuando menos a partir del año mil.
Lo que debería inquietarnos ahora, es el creciente olvido por parte de los jóvenes historiadores de la concepción de feudalismo a la hora de investigar la Edad Media. Consecuencia fatal de la crisis historiográfica de finales del pasado siglo tanto del marxismo como de Annales, y el auge posterior de un positivismo tradicional de “grandes figuras” (reyes, sobre todo) y “grandes acontecimientos”, que también ha marginado, por cierto, el feudalismo institucionalista de Ganshof, Sánchez Albornoz y Valdeavellano.
Impera hoy por hoy la periodización medieval de carácter cronológico (Alta, Plena y Baja Edad Media), que tiene desde luego su fundamento objetivo, pero no profundiza en el tipo de sociedad: origen, funcionamiento y declive. Si no se diferencia la Edad Media (siglos V-XV) de la Edad feudal (siglos XI-XV), es que se renuncia a investigar el medioevo como una “totalidad concreta”, en favor de una fragmentación hiperespecializada, cuando no de un enfoque superficial, descriptivista, historizante, évémentiel, que tanto criticaron –con razón– los fundadores de Annales y el marxismo historiográfico. Cuando no se practica un blanqueo conservador de nuestra realidad medieval, no diferenciando, por ejemplo, el derecho feudal de pernada –que hemos documentado desde 1991– de la simple violación o incluso de las relaciones sexuales extramatrimoniales.
Si queremos en verdad resolver el abandono de lo social y de lo “total”, entre los nuevos (y menos nuevos) medievalistas, hay que retomar el debate mal resuelto en los ’70 entre lo feudal jurídico-institucional y lo feudal económico-social, desde un ángulo diverso y más global, ampliando la idea básica, socioeconómica, de feudalismo a la superestructura mental y política. Empezando por lo que tiene de coacción y también de consenso el régimen feudal, siguiendo aquello que decía Marx en los Grundrisse cuando diferenciaba el capitalismo, donde la economía todo lo decide, de las sociedades precapitalistas, donde la coerción del poder es lo primero. Esto permitiría referir y conectar con más facilidad las investigaciones especializadas al conjunto de la sociedad y la mentalidad, la política y la cultura medievales.
IV. Annales y la historia de las mentalidades
La dictadura de Franco supuso, como hemos explicado, un enorme retraso en la recepción de las nuevas historias en la historiografía española del interior. Hay que recordar que la revista Annales d›histoire économique et sociale inicia su andadura, como tendencia historiográfica, en 1929 y lanza su difusión internacional a partir del fin de la II Guerra Mundial. ¿Cuál fue el historiador español que más publicó en la revista, fundada por Marc Bloch y Lucien Febvre, después de 1945? Claudio Sánchez Albornoz, que les enviaba sus pioneros trabajos de historia económico-social, investigaba paradójicamente la economía y la sociedad medievales peninsulares a la vez que encabezaba el medievalismo positivista, que en España representará su discípulo Luis García de Valdeavellano. Veinte años después aterriza la escuela de Annales entre los jóvenes medievalistas del interior, que cambian los temas de sus investigaciones de la historia político-institucional y biográfica, a la historia económica y social, más colectiva, como hiciera en los ’50 el precursor Vicens Vives.
El problema de los retrasos historiográficos es que son acumulativos. En los años 70, cuando los franceses transitaban ya de los Annales braudelianos a los terceros Annales (1969-1989) de las mentalidades, justamente se estaban publicando en España las primeras grandes tesis de historia económico-social… No hubo, como bien sabemos, en los años 70, transición historiográfica en España a la historia de las mentalidades por parte de la generación del 68. Mucho después todavía me comentaba Cortázar por correo electrónico, con ironía: “las mentalidades, ese mar proceloso…”. Así y todo, en el siglo XXI, se están normalizando el campo de estudio de las mentalidades entre medievalistas más jóvenes, como José María Monsalvo Antón y Francisco García Fitz –nacidos en 1959 y 1961, respectivamente–.
Josep Fontana ha sido, sin lugar a duda, el máximo exponente del marxismo historiográfico español, mayormente a partir de la publicación de Historia. Análisis del pasado y proyecto social en 1982, desde la siempre innovadora y fructífera Cataluña, y de su trabajo como editor en Crítica-Grijalbo publicando en español a los historiadores marxistas ingleses, labor que habían iniciado tímidamente otras editoriales a finales de los ’70. También con mucho retraso, puesto que, como es conocido, la revista Past & Present fue creada por la célula de historiadores del Partido Comunista Británico en 1952.
No ayudó a la difusión en España del marxismo historiográfico en los ’70 (posterior a los Annales por el influjo negativo del anticomunismo franquista), ni tampoco a la difusión de la mejor y más creativa tendencia historiográfica marxista occidental (inglesa) en los años 80, el artículo de Fontana de 1974 en la revista Recerques: “Ascens i decadència de l’escola dels Annales”. En ella se concluye de forma temeraria –pienso yo– que “l’hora de l’escola de ‘Annales’ ja ha pasat” y que “l’impuls renovador que va a comunicar a la investigació històrica europea s’ha exhaurit” (agotado). Para nada fue así, la fase de los terceros Annales de los ‘70 fue la de mayor difusión de la escuela, dentro y fuera de Francia. Al mismo tiempo, paradójicamente, se implanta con gran retraso entre los historiadores españoles la historia económica-social de los primeros y segundos Annales, frustrando el salto a la historia de las mentalidades.
El error de apreciación de Fontana residió en pasar por alto que la renovación historiográfica en España fue tarea de dos, Annales y marxismo: descalificar –no sin cierta base– la escuela francesa por despreocuparse por la teoría (“manca una teoría global de la societat que articuli tots aquests elements dispersos”), fue como echar piedras en el propio tejado de la casa común, ignorando la proximidad, el reconocimiento y la deuda de Annales con el materialismo histórico en todas sus etapas. Jacques Le Goff me confesaba, en los años 90, su preocupación por que, después de la caída del Muro, los historiadores del Este habían abandonado el marxismo que nos aportaba –decía– la única filosofía de la historia a la que podemos remitirnos los historiadores progresistas.
El fallo de 1974 de Fontana, seguido por otros, estuvo en poner el énfasis más en las diferencias que en los paradigmas compartidos con Annales. Todo lo contrario de lo que estábamos haciendo, en aquel momento, mutatis mutandis, los dirigentes del PCE y el PSUC en la clandestinidad, en relación con los antifranquistas y demócratas no marxistas. En cualquier caso, en la realidad la inmensa mayoría de los historiadores renovadores de aquellos años colaboraron en la construcción de una nueva historiografía española, con independencia del mayor o menor acento de carácter individual con el marxismo, el “annalismo” o el neopositivismo.
Con todo, a mediados de los años 80, el panorama historiográfico peninsular e internacional entrará en una nueva etapa: comienza una crisis del marxismo que se agravará con la caída del Muro en 1989, al tiempo que Annales también inicia una crisis irreversible, después de una fallido tournant critique también en el año 1989. Las consecuencias del declive de las nuevas historias fueron: una vuelta inesperada al positivismo historiográfico de Ranke, Langlois y Seignobos, y, en un plano más teórico, el auge de un posmodernismo, filosófico y fragmentador, que dio lugar después a un neoconservadurismo ideológico e historiográfico que todavía no hemos superado, porque hoy sigue floreciendo en el conjunto de la política, la sociedad y la cultura.
V. Historia social de las mentalidades
Sobre la relación marxismo-Annales ya realicé alusiones previamente, basándome en mi propia investigación acerca de las historiografías recientes españolas y europeas. Sí acaso precisaré más mi experiencia empírica y reflexiva, iniciada precisamente a mediados de los ’80 con la tesina y la tesis de temática irmandiña, a la hora de combinar en mi investigación con fuentes históricas la escuela inglesa de conflictos y revueltas con la escuela francesa de mentalidades. He bautizado, en resumen, como “historia social de las mentalidades” esta línea personal de investigación sobre los irmandiños, ampliada después a otros objetos de estudio, encuadrados –e interrelacionados– con la crisis del feudalismo, la guerra trastámara y la transición vertical de la Edad Media a la Edad Moderna.
Haciendo esta especie de “historia mixta como historia global” quise ir más allá del trabajo de Hilton sobre la conciencia de clase del campesinado, añadiendo otros factores de mentalidad (lo emotivo, lo imaginario, lo inconsciente, las prácticas) que juegan, o pueden jugar, papeles decisivos en la acción histórica de los colectivos sociales. También buscamos ir más lejos que los colegas franceses que analizaban las mentalidades al margen de la historia, tanto social y económica como política y de acontecimientos. Pretendía, en suma, rebasar la compartimentación estructuralista que investigaba los conflictos y las revueltas sociales de manera separada del resto de la historia, quedándose a menudo en una simple descripción factual. Lo que no fue poco, claro, si tenemos en cuenta que la historia tradicional los dejaba de lado. Un enfoque complementario, por consiguiente, de los trabajos pioneros de Julio Valdeón y Reyna Pastor sobre los conflictos sociales en la Corona de Castilla y León.
VI. Marxismo castellanoleonés
El primer introductor del marxismo en el medievalismo académico español en los años 70 fue Julio Valdeón (Universidad de Valladolid, próximo al PCE), en colaboración con las editoriales Akal y Ayuso. Fueron claves dos libros colectivos prologados por Julio: El feudalismo (1972), con autores franceses vinculados al PCF, y El modo de producción feudal (1976), con autores mayormente soviéticos (también participa Álvaro Cunhal). Además del libro de lectura obligatoria, en aquellos años, y aún después, Los conceptos elementales del materialismo histórico, que tuvo 36 ediciones en español por parte de Siglo XXI entre los años 1969 y 1976 (en 1967 se había creado su filial en Madrid). La autora del célebre manual marxista y estructuralista, Marta Harnecker, discípula de Louis Althusser, aconseja ante todo la lectura de Stalin al lector: “Si se quiere tener una visión rápida del marxismo, recomendamos leer antes de iniciar el estudio del capítulo 1, el texto de Stalin sobre el materialismo histórico” (51º edición aumentada y revisada en 1985, p. 230, nota 502).
Queremos decir con todo esto, que el marxismo divulgado en los años 70 era de “catecismo”, como le gustaba decir a Fontana del marxismo dogmático. Lo cual pudo contribuir a la rigidez de origen del marxismo medievalista español, el cual en cualquier caso, evolucionó rápidamente de forma más abierta, flexible y más autónoma, gracias ante todo al trabajo con las fuentes y el diálogo continuo con los colegas de Annales, algunos incluso de origen franquista, que también hacían historia económico-social y utilizaban aceptablemente el concepto de feudalismo: Salvador de Moxó es el mejor ejemplo.
En 1970 Manuel Sacristán selecciona y publica, desde la progresista Cataluña, también en la editorial Siglo XXI, una Antología de los textos de Antonio Gramsci que supusieron un gran revulsivo entre nosotros, cuadros del PCE y PSUC. No así entre los jóvenes que empezaban a investigar académicamente en los años 70 bajo la influencia de los esquemas cerrados del marxismo-leninismo. Una pena, desde luego, el concepto gramsciano de hegemonía y su dedicación a los estudios culturales subalternos, hubiera facilitado la introducción de los factores de mentalidad, poder y cultura en los estudios de economía y sociedad, tanto en su versión francesa (terceros Annales) como inglesa (E. P. Thompson), interrelacionando investigaciones que hubieran permitido aproximaciones globales más convincentes de la realidad medieval. Estamos a tiempo de hacerlo, por supuesto. La historiografía se mueve en la larga duración, para bien y para mal.
VII. Historia tradicional y renovación historiográfica
La renovación historiográfica de los años 70 tuvo en España, por lo tanto, tres patas: Annales, marxismo e historiadores tradicionales reciclados que, por lo general, también transitan de la historia político-institucional a una historia económica y/o social de tipo estructural (a menudo sin abandonar del todo la primera). Ya mencionamos el caso de José María Jover (liberal aperturista, próximo al Opus Dei) y los nuevos tomos económico-sociales de la monumental Historia de España de Menéndez Pidal. Entre los medievalistas tenemos que considerar los citados Luis Suárez y Salvador de Moxó, además de Sánchez Albornoz en el exterior, si bien el más representativo para los ’70 madrileños es Miguel Ángel Ladero Quesada (discípulo del prolífico Luis Suárez), menos interesado realmente en la historia social que en la historia económica, que combina crecientemente, hasta el día de hoy, con trabajos sobre la historia de España de corte más tradicional.
En fin, lo que llamamos “paradigma común de los historiadores del siglo XX” fue claramente hegemónico en la España que transcurre de la dictadura a la democracia. En los años 90 regresó –no sólo en España– la vieja Historia de España biográfica, política e institucional, la hiper especialización del medievalismo se acrecentó y la dedicación a la historia de la economía y la sociedad se retrajo extraordinariamente, proceso acelerado con la desaparición jubilatoria del escenario académico de la generación que vivió más o menos intensamente el 68 universitario.
VIII. Balance historiográfico
Ha pasado medio siglo desde la transición de la historiografía española del mero positivismo a las nuevas historias. El balance no puede ser más que favorable, muy favorable diría yo. Pero en la segunda década del siglo XXI vivimos un contexto histórico, historiográfico y político muy distinto, peor o mejor según se quiera ver.
Está por verse que los jóvenes que van conformando el grueso de nuestra disciplina (no siempre desde medios académicos convencionales) mantengan el espíritu innovador y la bandera imprescindible de la integración y la globalidad de los estudios históricos. Suele ser más cómodo asentarse en una micro especialidad (por suerte, hay dónde escoger) y olvidarse del resto de la historia.
Así y todo, los espectaculares y revolucionarios avances de la ciencia y la técnica, especialmente en lo tocante a la comunicación social, implican una ventana de oportunidad para retomar la ambición, hasta ahora incumplida, de una historia más global, tanto en el ámbito y la difusión de la investigación como en el esfuerzo empírico y reflexivo de ensamblar las diferentes dimensiones de los hechos y los procesos históricos haciendo converger fuentes, métodos, enfoques y temas de investigación.
IX. Nuevo paradigma
En 1993 organicé en Santiago de Compostela el I Congreso Internacional HaD, donde participaron representantes de las revistas-corrientes Annales y Past & Present. Mi ponencia fue digamos continuista, defendí oralmente la vigencia del paradigma común renovador del siglo XX y, en consecuencia, la convergencia del marxismo historiográfico y la escuela de Annales. La propia experiencia del congreso me convenció de tres cosas: (a) el agotamiento en los años 90 como tendencias historiográficas innovadoras de Annales y del materialismo histórico; (b) la necesidad y la posibilidad de construir un nuevo paradigma (‘consenso’, en el sentido de la historia post-positivista de la ciencia); (c) implementado tres criterios, incorporar los grandes avances de la historiografía del siglo XX y dar respuesta a los retos pendientes como “historia total” y otros, irresueltos en el pasado siglo, así como a las nuevas y cruciales preguntas que el tránsito al siglo XXI global plantea a los historiadores. El primer resultado de esta nueva andadura historiográfica fue el texto La historia que viene publicado, en 1995, como parte –y también conclusión– de las Actas del I Congreso de HaD, con 16 propuestas de epistemología, metodología, historiografía y teoría de la historia para el debate y el consenso.
Después, el 11 de septiembre de 2001, pasado nuestro II Congreso de 1999 (que organizamos ya vía Internet), dimos a conocer las 18 proposiciones del Manifiesto historiográfico de HaD, al que se han adherido 628 historiadores y profesores de historia de 39 países. Alternativa historiográfica colectiva que permea los temas tratados en los ulteriores III (2004) y IV (2010) Congresos de HaD como red académica y tendencia historiográfica internacional.
Durante la última década una gran parte de nuestra actividad de reflexión, debate y consenso, siempre combinada con la investigación heurística, se ha trasladado a las nuevas redes sociales donde tenemos miles de seguidores. Redes ideales para armarse de recursos para hacer frente al gran desafío de nuestro tiempo para los historiadores de oficio: dilucidar si regresamos al paradigma decimonónico de positivismo rankeano de la idolatría de las fuentes y la historia de los “grandes hombres”, o bien avanzamos en la definición de nuevos y autocríticos paradigmas que no hagan tabla rasa de la revolución historiográfica del siglo XX. De forma que, junto con la reivindicación del paradigma social del marxismo, proponemos incluir en nuestros principios historiográficos los nuevos paradigmas académicos, sociales y teóricos de las novísimas historias feminista, ecologista y globalista, al tiempo que redefinimos y actualizamos nuestra disciplina de la Historia como una ciencia con sujeto cognoscente.
En un seminario sobre el aniversario de la Revolución de Octubre en el Instituto Mora de la Ciudad de México, en 2017, proponía algo parecido y un colega y filósofo marxista argentino (Néstor Kohan) me decía, en el debate subsiguiente, que “todo” entraba en el marxismo, que no hacía falta, pues, un nuevo paradigma emancipador y/o epistemológico. No es cierto. Una cosa es que una lectura abierta del marxismo sea más o menos compatible con las proposiciones teóricas, metodológicas e historiográficas que surgen de los nuevos movimientos sociales, más globales que nunca. Otra bien distinta es que la alianza con éstos jamás será realizable si no es en un plano de igualdad y diálogo permanente. Tal vez haya que recordar que el propio marxismo surgió, hace siglo y medio, como un proyecto dialécticamente superador de una pluralidad de planteamientos de carácter ideológico y político, económico y filosófico, en parte compatibles, en parte antagónicos.