La historiografía medieval
en Cataluña, 1970-1990

Josep M. Salrach

(Universitat Pompeu Fabra, Institut d’Estudis Catalans)

Resumen

El autor hace una pormenorizada travesía historiográfica por los estudios medievales en Cataluña entre 1970 y 1990. Desde su perspectiva, primero como estudiante universitario en la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona y luego como profesor e investigador, hace un racconto de las diversas etapas atravesadas por la historiografía catalana desde el tardo franquismo casi hasta la actualidad, análisis siempre transversal al acontecer político. Explicita el modo en que diversas escuelas, como el marxismo y Annales fueron dejando improntas y posicionando diversas generaciones de historiadores catalanes. Hace un explícito reconocimiento a figuras señeras de la historiografía catalana como Ferrán Soldevila, Jaume Vicens Vives, Ramón d’Abadal, Emilio Sáez, Manuel Sánchez, entre otros, dando cuenta del legado dejado por cada uno. Exalta los vínculos forjados tanto por la UB como por la UAB –cunas donde se nutrieron profesionales que participaron en las universidades que se fueron abriendo en otras regiones de Cataluña– con historiadores allende la frontera, enfatizando la riqueza científica que esta apertura significó al momento de pensar y repensar el medioevo catalán.

Palabras clave: Annales - Historiografía catalana - Marxismo - Mutacionismo - Noucentismo

Medieval historiography in Catalonia, 1970-1990

Summary

The author makes a detailed historiographical journey through medieval studies in Catalonia between 1970 and 1990. From his perspective, first as a university student in the Faculty of Philosophy and Letters at the University of Barcelona and then as a teacher and researcher, he gives an account of the various stages that Catalan historiography has gone through from the late Francoist period almost up to the present day, an analysis that is always transversal to political events. He explains the way in which different schools, such as Marxism and Annales, left their mark and positioned different generations of Catalan historians. It explicitly acknowledges leading figures in Catalan historiography such as Ferrán Soldevila, Jaume Vicens Vives, Ramón d’Abadal, Emilio Sáez, Manuel Sánchez, among others, giving an account of the legacy left by each of them. It highlights the links forged by both the UB and the UAB – cradles where professionals who participated in the universities that were opened in other regions of Catalonia were nurtured – with historians beyond the border, emphasizing the scientific wealth that this opening meant at the time of thinking and rethinking the Catalan Middle Ages.

Keywords: Annales - Catalan historiography - Marxism - Mutatism - Noucentisme


Los historiadores catalanes de la generación de postguerra que estudiamos en la Universidad en los sesenta nos sentimos especialmente deudores de tres historiadores de los que no recibimos enseñanza en directo, pero que fueron maestros por los libros. Estos “maestros que no tuvimos” fueron Ferran Soldevila (1894-1971), Jaume Vicens (1910-1960) y Pierre Vilar (1906-2003). Los medievalistas especializados en la Alta Edad Media, especialmente en los siglos IX-XI, también consideramos a Ramon d’Abadal (1888-1970) como un maestro que no tuvimos. La distancia temporal que nos separa de ellos y el conocimiento de su obra y orígenes historiográficos será de ayuda para explicarnos a nosotros mismos y valorar la aportación de nuestra generación a la historiografía. Pero antes pasemos por la Universidad.

I. La Universidad y los maestros que no tuvimos

La Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona (UB) de los sesenta no era un desierto cultural. Destacaban individualidades como Joan Maluquer (Prehistoria), Carlos Seco Serrano (Historia contemporánea), José María Valverde (Filosofía), Antoni Vilanova, José Manuel Blecua (Literatura española), Martí de Riquer (Filología románica), Antoni Comas (Lengua y literatura catalanas), Joan Bastardas (Latín) y Joan Vilà Valentí (Geografía). En el área de medieval había dos profesores, Alberto del Castillo (1899-1976) y Emilio Sáez (1917-1988).

Castillo, que llegó entonces al final de su vida académica, ocupaba la cátedra de Historia Antigua y Medieval; era un prehistoriador, más interesado por la arqueología de campo que por la investigación de archivo. Emilio Sáez, discípulo de Claudio Sánchez Albornoz, catedrático de Historia Medieval de España, dedicaba mucha atención a sus actividades de dirección en el Departamento de Medieval del Consejo (CSIC), quizá más que a la Universidad, donde Carme Batlle (n. 1931) y José Luís Martín (1936-2004), a la sazón jóvenes ayudantes, le sustituían a menudo en las clases. Con alguna excepción, los profesores de la UB no nos hablaban de aquellos maestros que no tuvimos. Para mí, la excepción fue Joan Bastardas (1919-2009), con quien cursé latín medieval. Él fue quien me indujo a leer a Abadal (1948, 1958, 1969-1970,1972) cuando me propuso como tema de tesis de licenciatura la biografía de Miró Bonfill, conde de Besalú y obispo de Gerona en el siglo X.

Con excepciones, en aquella universidad del tardofranquismo dominaba una visión conservadora, nacionalcatólica, de la sociedad y la historia, en la que España era una unidad de destino, escogida por Dios para defender y expandir la fe cristiana. Se alimentaban los mitos históricos que sustentaban esta visión. En este sentido el reino de Toledo era la encarnación política de una España ancestral; Covadonga simbolizaba los orígenes mismos de la nación española; la Reconquista era la misión sagrada de recuperación de la patria perdida que la Providencia encomendó a la monarquía asturleonesa y castellana y el descubrimiento y evangelización de América la culminación de la obra de un pueblo poco menos que escogido por Dios. A su vez, España y el pueblo español eran la gran obra de Castilla. En esta empresa histórica no contaban apenas los otros pueblos de España, en consecuencia, no había en la Facultad ninguna asignatura de historia de Cataluña. No era el único déficit. Echábamos de menos en las distintas asignaturas el estudio de la sociedad y la economía y la aproximación a la historia desde abajo. En su lugar, dominaba la historia de los poderosos y de los acontecimientos político-militares.

II. Primeros contactos con el marxismo

Algunos de mi generación tuvimos el privilegio de frecuentar, por así decirlo, una segunda “universidad”. Me refiero a las grandes editoriales que, en Barcelona, en los sesenta, se lanzaron a la producción de enciclopedias comercializadas a través de la venta en fascículos semanales. Allí, en Salvat Editores, Planeta y Gran Enciclopedia Catalana, trabajamos como redactores de artículos enciclopédicos a la par que estudiábamos. Nuestros jefes de sección fueron Ramón Garrabou (n. 1937), en Salvat y Josep Fontana (1931-2018), en Planeta, entonces jóvenes historiadores, pero para nosotros, ya auténticos maestros. Ellos distribuían el trabajo, nos orientaban sobre cómo ejecutarlo y nos aconsejaban sobre la bibliografía. Yo hice este aprendizaje de historiador de la mano de Ramón Garrabou que, como Fontana, era un historiador marxista, intelectual de izquierda, luchador contra la dictadura y militante del Partit Socialista Unificat de Catalunya (PSUC), el partido de los comunistas catalanes.

Fue por influjo de Garrabou y Fontana que leímos la Historia de España de Pierre Vilar (1946); su tesis entera o al menos la parte de medieval, recién traducida al catalán, Catalunya dins l’Espanya moderna (1964-68), y sus artículos recogidos en Crecimiento y desarrollo (1964). Vilar estuvo en Catalunya en los años veinte y treinta, cuando parecía orientarse, según sus propias palabras, hacia la realización de una tesis de geografía regional. Después de la II Guerra Mundial, que mayormente pasó en un campo de concentración, volvería a España, no sin dificultades (fue expulsado en 1948), y proseguiría sus investigaciones en Cataluña, ahora ya decididamente orientadas hacia la realización de la tesis que conocemos. De sus contactos de entonces con Jaume Vicens Vives ha quedado un testimonió importante para los historiadores de mi generación: el artículo “Le déclin catalán du bas Moyen Âge. Hypothèses sur sa chronologie”, escrito por Vilar (1956-1959) y publicado en Estudios de Historia Moderna, la revista que había fundado y dirigía Jaume Vicens. En los años sesenta muchos leímos y releímos este artículo, y con él no pocos hicimos nuestro el paradigma de una decadencia y crisis de Cataluña en los siglos XIV y XV, que no tendría causas directamente políticas (los Trastámara) sino materiales, demográficas y económicas. La guerra civil catalana de 1462-1472 habría surgido de la crisis. Era un primer contacto con la historiografía marxista, que entonces ya fue acompañado de la lectura de los fundadores de la escuela de Annales (Marc Bloch y Lucien Febvre) y también de Emmanuel Le Roy Ladurie.

III. Ferran Soldevila y la escuela “noucentista”

También fue en el medio editorial donde algunos tomamos contacto con los historiadores de la escuela catalana que la universidad franquista nos escamoteaba. De Ferran Soldevila recuerdo impresionado la lectura de su Historia de España (Soldevila, 1952-1959). La visión era muy distinta de la dominante en la UB, y el relato desmitificador. No confundía la historia de España con la de Castilla, sino que sustentaba históricamente una visión plurinacional de España. Cataluña y la Corona de Aragón formaban parte de la historia de España con personalidad propia. Su lectura era fundamental para dar a los artículos enciclopédicos que redactábamos una versión distinta, no canónica, de los personajes y hechos históricos.1 En mi caso, la lectura de la Història de Catalunya, la gran síntesis de Soldevila (1934-1935), en realidad una obra de investigación con infinidad de notas, muy bien escrita, ampliada y mejorada en sucesivas ediciones, fue paralela a la lectura de la Historia de España, y estuvo directamente vinculada a la redacción de artículos para el Diccionari Enciclopèdic Salvat Català y la Gran Enciclopèdia Catalana. Después ya seguirían las lecturas de sus biografías de los grandes reyes del siglo XIII, Jaime I y Pedro el Grande, y su edición de las cuatro grandes crónicas (Soldevila, 1955, 1971). Era más que suficiente para tomar conciencia de las dimensiones del último gran maestro de la escuela “noucentista” (del novecientos) catalana, que había estudiado en la Universidad de Barcelona con Antoni Rubió i Lluch (1856-1937), había ampliado estudios en Madrid con Ramón Menéndez Pidal, y en distintas universidades inglesas y en París con Maurice Prou, y en l’École de Chartes (Pujol, 1995).

El “noucentismo” fue un movimiento de modernización e institucionalización cultural y política de Catalunya, en cuyos inicios se sitúa la fundación del Institut d’Estudis Catalans (IEC, 1907) por obra del político catalanista, Enric Prat de la Riba, presidente a la sazón de la Diputación de Barcelona (Balcells, Pujol, 2008: 13-62). Después de la creación de la Mancomunitat (1914), ente regional que agrupaba a las cuatro diputaciones catalanas, el “noucentismo” adquirió mayor empuje hasta convertirse en la primera escuela historiográfica catalana con características propias integrada en un programa cultural de gobierno autóctono. Los miembros más representativos de la escuela, Antoni Rubió i Lluch, Joaquim Miret i Sans (1858-1919), Francesc Carreras i Candi (1862-1937), Guillem Maria de Brocà (1850-1918), Josep Puig i Cadafalch (1867-1956) y Josep Pijoan (1881-1963), reivindicaban una cultura y una historia desprovincializada, y preconizaban una mayor exigencia de rigor científico, que unida a la apertura a las corrientes culturales europeas, les llevaba a criticar de manera implacable las obras de sus predecesores del romanticismo como, por ejemplo, Víctor Balaguer (1824-1901). Batallaron también por difundir las normas lingüísticas del catalán aprobadas por el IEC (1913), y depurar la historiografía de elementos falsos y legendarios heredados de las crónicas medievales. Su lectura del pasado, del que formaban parte las excavaciones arqueológicas de Empúries y el estudio del arte románico, unida a las reflexiones teóricas del filósofo y ensayista Eugeni d’Ors (1881-1954), llevaron a la construcción de un paradigma clasicista de la historia catalana. Los tres eslabones del paradigma eran la entrada de Cataluña en los valores del clasicismo por obra de griegos y romanos, el desarrollo del arte románico como expresión primera de una cultura propia, y la expansión territorial y marítima pareja al esplendor del gótico, como punto final de una fase larga de afirmación que convierte al período medieval en el período nacional catalán por excelencia, un período clásico, de orden, unidad y crecimiento, como imaginaba d’Ors.

La dictadura de Primo de Rivera (1923-1930), abiertamente hostil al catalanismo (supresión de la Mancomunitat, 1925; asfixia de l’IEC), dejó a la escuela sin soporte institucional, quebró su marcha y la dividió (Balcells, Pujol, 2008: 197-228). Apareció entonces una segunda generación de historiadores, los “neo-noucentistes”, discípulos de los anteriores: Agustí Duran i Sanpere (1887-1975), Jordi Rubió i Balaguer (1887-1982), Ramón d’Abadal, Lluís Nicolau d’Olwer (1888-1961), Ferran Valls i Taberner (1888-1942), Ferran Soldevila y Pere Bosch Gimpera (1891-1974). Estos, a la sazón jóvenes historiadores, que entonces presenciaban en directo las consecuencias más violentas de la lucha de clases en Barcelona (el pistolerismo), criticaron la actitud sumisa de sus maestros frente a la dictadura y abandonaron las filas de la Liga Regionalista, el partido catalanista conservador y monárquico, hegemónico, en que aquellos militaban. Algunos fundaron entonces el partido Acció Catalana (1922), rompieron con el régimen monárquico y más adelante formaron parte del grupo de intelectuales de la Generalitat republicana.2

Después de Soldevila leímos a sus compañeros de escuela y a continuación a sus maestros. Dejando de lado por un momento a Jaume Vicens Vives, en conjunto, estos fueron los maestros no marxistas que tuvimos. En todos los casos constatamos el alto nivel de conocimientos, la extraordinaria erudición, el rigor en los datos, la fidelidad al documento y también el abanico de intereses: la cultura, literaria sobre todo (las crónicas), el arte, la biografía de los dirigentes y los grandes acontecimientos políticos y militares, y también, pero en menor medida, retazos de la historia de las clases populares. A través de los muchísimos escritos de Miret i Sans conocimos, por ejemplo, los primeros documentos de la lengua catalana, y descubrimos que muchos eran memoriales de agravios, no pocos de campesinos, contra la violencia señorial, y también aprendimos de la existencia en nuestros archivos de documentos con los que se podía hacer historia de la homosexualidad y del abuso de menores, aunque para Miret estos hallazgos quizá no fueran más que el fruto del azar y de su inagotable curiosidad.

La escuela “neo-noucentista” fue víctima de los avatares políticos de los años treinta, que culminaron con la sublevación militar y la guerra civil. En Cataluña, donde la guerra llegó acompañada de una revolución social inoportuna, en pleno conflicto militar, sin liderazgo y con una insensata dosis de violencia, la escuela “neo-noucentista” definitivamente se dividió y como tal desapareció: sus miembros tomaron caminos distintos e incluso opuestos. Lluís Nicolau d’Olwer, que fue ministro de la República y gobernador del Banco de España, tuvo que exiliarse en Francia y después en México donde murió. Y lo mismo le sucedió al prehistoriador Pere Bosch i Gimpera, que fue conseller de la Generalitat. La trayectoria de Soldevila fue algo distinta: abandonó Acció Catalana y la militancia partidista en 1931, pero se mantuvo fiel a la Generalitat republicana durante la guerra y participó en la lucha en el frente cultural y propagandístico. Exiliado en 1939, regresó en 1943, y fue depurado con lo que se le cerró el acceso a la universidad. Agustí Duran i Sanpere, que, durante la guerra, al frente del Servicio de Protección de Archivos de la Generalitat de Catalunya, llevó a cabo una labor fundamental de salvación del patrimonio documental, pudo superar los obstáculos de la depuración e integrarse en el Instituto Municipal de Historia, en 1942. Abadal, heredero de una familia de terratenientes, volvió a la Lliga en 1931. Durante la guerra se exilió en la Italia fascista desde donde apoyó la sublevación militar y a su vuelta abandonó la política, aunque formó parte de un ineficaz consejo de Juan de Borbón, y mantuvo una militancia cultural catalana inofensiva que, hasta cierto punto, el régimen toleró. Ferran Valls i Taberner, hijo de una familia de industriales y banqueros, evolucionó del catalanismo conservador al franquismo. Al estallar el conflicto, marchó a Italia, de donde volvió para recuperar la dirección del Archivo de la Corona de Aragó, que había tenido que dejar en 1936, e iniciar una carrera universitaria que la muerte truncó (1942).

A pesar de los cambios generacionales y rupturas políticas, franquismo incluido, hubo hasta la generación anterior a la nuestra un elemento de continuidad en la historiografía catalana. Nos referimos a los Estudis Universitaris Catalans (EUC), enseñanza en catalán de nivel universitario iniciada en Barcelona en 1903, fruto del movimiento por la catalanización de la universidad que había conducido a la celebración del Primer Congrés Universitari Català. Fracasado el intento de integrar el proyecto en la universidad pública oficial, donde sólo se reconocía la lengua española y se excluía la cultura catalana, se organizaron los EUC como una universidad paralela que recibió acogida en diversas instituciones de la ciudad, hasta que, en época de la República, en 1933-1934, fueron incorporados a la Universidad Autónoma de Barcelona. Después de la guerra, cuando de nuevo la lengua y la cultura catalanas fueron apartadas de la universidad, los EUC reprendieron sus actividades de forma clandestina en los propios domicilios de los profesores. Así, los maestros de la primera generación “noucentista” enseñaron a los de la segunda, y éstos (Soldevila en las clases de historia) a los de la generación de la República y la guerra (Josep Fontana, Núria Sales, Eulàlia Duran) y de la postguerra (Eva Serra, Jaume Sobrequés) (Pujol, 2003).

IV. Jaume Vicens Vives y el revisionismo

Al influjo de Pierre Vilar y la historiografía marxista, de Ferran Soldevila y la escuela “noucentista” y de la escuela francesa de Annales, los de mi generación sumamos la herencia de Jaume Vicens Vives (1910-1960) que recibimos a través de sus obras y de las enseñanzas de sus discípulos. Vicens, el gran maestro de la historiografía catalana de la postguerra, es incatalogable. Dotado de una enorme capacidad de trabajo, una inteligencia fuera de lo común y unas dotes organizativas y de dirección excepcionales, su desbordante personalidad y ambición le permitió en pocos años crear una sólida escuela, de la que formaron parte Joan Vernet, David Romano, Emili Giralt, Jordi Nadal, Manuel Riu y Josep Fontana, y con la que colaboraron historiadores de la generación de Vicens e incluso anteriores como Enric Bagué, Santiago Sobrequés, Joan Reglà y Joan Mercader. La creación y afirmación de la escuela fue pareja al revisionismo historiográfico. De sus predecesores de la escuela catalana, Vicens rechazó lo que creía había en ellos de presentismo romántico, falseador del pasado nacional, una crítica que incluía a Sodevila cuya Història de Catalunya era, a su entender, una fórmula positivista tardía de historia interna que privilegiaba la historia política de viejas raíces románticas. La crítica fundamental es que la escuela “noucentista” confundía historia y política. Vicens dirigió también sus críticas hacia la historiografía española, castellana, que consideraba irrealista, en exceso deudora del ensayismo filosófico de Ortega, culturalista e ideologizada, pero tuvo palabras de esperanza y elogio para “la generación del 1948” (Muñoz, 1997: 64-69, 163-169, 173-178, 224-236).

Vicens dedicó sus primeros esfuerzos como investigador al estudio de Fernando el Católico y los reyes Trastámara de la Corona de Aragón, lo que hizo sin apriorismos, con la pretensión de alcanzar el ideal de la historiografía científica, al que creía sólo se podía llegar desde la universidad y aplicando el método positivista de sujeción al documento. Lejos del paradigma teleológico de la escuela catalana para la que los Trastámara eran el eslabón de la cadena que llevaría a la sujeción-sumisión de Cataluña a España, Vicens estudiaba los monarcas de esta dinastía en la Corona de Aragón, sobre todo Fernando el Católico, sin dejarse contaminar por el futuro de aquel pasado. Su lectura del rey Católico no podía ser más positiva: moderador, racionalizador y modernizador de Cataluña frente al arcaísmo de las instituciones catalanas. La Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) lo demostraba. Las tendencias autoritarias de los Trastámara en Cataluña y la Corona de Aragón habrían preparado el terreno para el absolutismo de la Casa de Austria, la fórmula política propia de los tiempos, la más avanzada posible que quebraba el poder insolidario y retrógrado de los estamentos catalanes encastillados en el pactismo (Muñoz, 1997: 124-128, 144-148). En nuestra juventud admirábamos los componentes de este paradigma de Vicens, la guerra remensa, la única que habría ganado el campesinado en la Europa medieval, y el absolutismo como fórmula política de progreso, mitos que la historiografía posterior catalana, fuertemente influida por el marxismo, ha derruido.3

Vicens era un hombre de su tiempo, de una familia de clase media baja, que a pesar de su temprano fallecimiento (a los cincuenta años) protagonizó un claro ascenso social. Opuesto al franquismo dominante y con vocación política, intentó aproximar para el diálogo a miembros aperturistas del régimen con sectores catalanistas del interior y del exilio. Sus ideas entre liberales y conservadoras no pueden desgajarse de su experiencia de la República y la Guerra Civil, cuando era un joven de 20-29 años, con los ideales truncados por aquellos avatares. Era parte de su vida y de aquellos tiempos el temor entre muchos al conflicto social, las masas y la revolución política, de ahí la admiración por el gobernante fuerte (Fernando el Católico) capaz de evitar el conflicto o de imponer su arbitraje entre los opuestos. A su modo, también este debía ser un pensamiento político que debía influir en la historia que Vicens escribía.

Partiendo de una sólida formación positivista, Vicens recibió en los años treinta la influencia de Henri Berr que para las síntesis propugnaba el estudio y descripción de los sustratos (geografía, economía, sociedad, acontecimientos) que configuran la historia de pueblos y países, y también la influencia de Arnold Toynbee sobre la historia de las civilizaciones y el papel de las minorías dirigentes en la historia, y de la escuela de Annales, y especialmente la influencia del cuantitativismo de Charles Morazé que incorporó en la aplicación del método estadístico. A todo ello habría que sumar el conocimiento de los historiadores extranjeros, franceses sobre todo, que aquellos años frecuentaban los archivos barceloneses. Nos referimos por supuesto y ante todo a Pierre Vilar de quien ya hemos hablado anteriormente (Muñoz, 1997: 187-200).

La lectura de los primeros escritos de Vilar y el conocimiento de las investigaciones de historia económica (producción, comercio, fiscalidad, deuda pública) que en los años cincuenta llevaban a cabo jóvenes historiadores franceses en Barcelona (Claude Carrère, Jean Broussolle, Yvan Roustit) pudo influir en el Vicens de los últimos años que se alejó de una lectura política para dar un explicación decididamente material, pero en absoluto marxista, de la decadencia catalana de fines de la Edad Media. Esta evolución es bien perceptible en “La economía de los países de la Corona de Aragón en la Baja Edad Media”, ponencia del VI Congreso de Historia de la Corona de Aragó (1957), que los medievalistas de mi generación leímos en Coyuntura económica y reformismo burgués (1969), recopilación de artículos dispersos del maestro preparada por Josep Fontana.

Finalmente, no podemos dejar de referirnos a tres obras que tuvieron mucha importancia para algunos de nosotros: la Historia social y económica de España y América (Vicens Vives, 1957-1959), el Manual de historia económica de España (Vicens Vives, 1959), escrito con la colaboración de Jordi Nadal, y la colección Biografies Catalanes a partir de 1955. (Vicens Vives, 1955).

Las Biografies, que son de hecho una historia de Cataluña con un título engañoso puesto para escapar a la censura, es otra obra colectiva para la que Vicens, convertido ya en el maestro de la escuela catalana, convocó a historiadores de hasta tres o cuatro generaciones, desde Ramón d’Abadal (n. 1888) hasta Joan Ferran Cabestany (n. 1930), pasando por Ferran Soldevila (n. 1894), Ernest Bagué (n. 1900), Santiago Sobrequés (n. 1911) y Joan Mercader (n. 1917). Era todo un acto de afirmación historiográfica catalana. Para esta colección Vicens redactó el volumen dedicado al siglo XV, desde el Compromiso de Caspe al reinado del Fernando el Católico, que se abre con un amplio estudio de las coyunturas y las estructuras, la demografía, la economía y la sociedad que resume lo esencial del paradigma del maestro hacia el fin de sus días. Para muchos de nosotros, medievalistas, este libro marcó un hito en nuestra formación. También para esta misma colección, y quizá como un testamento histórico-político, Vicens redactó uno de sus mejores y más influyentes libros, Industrials i polítics (Vicens Vives, 1958), donde estudia el proceso de desarrollo económico que la burguesía catalana del siglo XIX fue capaz de protagonizar, a pesar de las limitaciones que la política de gobiernos españoles, ineficaces y retrógrados, le impuso.

La Historia social y económica, también una obra colectiva, se concibió con la voluntad de presentar la historia de España desde la perspectiva moderna de la escuela histórica catalana, algo que ya había hecho en solitario Soldevila, pero desde la perspectiva “noucentista”, de historia más bien política y de los acontecimientos. Para Josep Maria Muñoz, esta obra dirigida por Vicens tenía un carácter de “manifiesto generacional” (Muñoz, 2003: 1180). Fue precisamente la lectura de la parte redactada por Santiago Sobrequés, la “Baja Edad Media peninsular”, lo que despertó nuestra admiración por este historiador gerundense, compañero de estudios de Jaume Vicens y autor de investigaciones fundamentales sobre Juan II y la guerra civil de 1462-1472 (Clarà, 2011).

V. Ramón d’Abadal: los orígenes de Cataluña

Pocos, muy pocos, entre los historiadores que en los sesenta buscábamos un camino de especialización, que comenzaba con el trabajo de final de carrera, la tesina, nos sentíamos tentados por la Alta Edad Media. Pero, por circunstancias personales, la Alta Edad Media fue nuestra opción, y de ahí, la lectura de otro de los “maestros que no tuvimos”, Ramón d’Abadal. El descubrimiento de este autor de la primera generación “noucentista” muchos la hicimos a través de Els primers comtes catalans (1958), título inicial de la colección Biografies Catalanes, que ya conocemos. Para mi este libro fue una auténtica revelación. Abadal era un historiador, jurista de formación, que aplicaba al estudio de la historia el rigor asimilado en las clases de la Facultad de derecho en Barcelona y Madrid, más la técnica de análisis documental aprendida en los EUC, y perfeccionada en la École de Chartes, en París. Alejado de presentismos románticos, Abadal se aproximaba a aquel pasado remoto de hace mil años, con las solas armas de la exploración documental y el razonamiento. Su libro, profundamente desmitificador, era una aproximación política a los orígenes de las dinastías condales catalanas como fruto indirecto de un proceso simple de decadencia del poder carolingio. En la obra de Abadal no había héroes nacionales ni nada parecido, pero, a decir verdad, apenas nada de historia de los grupos sociales y menos de las formas de explotación social. Era una obra que, jóvenes como éramos, nos impresionaba por la honestidad: “La formación de Cataluña, decía, su gestación, fue muy larga, y nadie podrá decir nunca cuándo se produjo el nacimiento, porque las naciones no nacen como los hombres en unos minutos, sino en unos partos prolongados e indefinidos” (Abadal, 1965: 5).

De la lectura de esta síntesis, que presuponía muchísima investigación, pronto pasamos a la de un trabajo de pura investigación, la monografía sobre el monasterio de Cuixà en el Conflent, Com creix i com neix un gran monestir pirinenc abans de l’any mil. Eixalada-Cuixà (1954), que daba prueba de la riqueza del patrimonio documental de la Alta Edad Media, y las posibilidades de estudiar con estas fuentes los dominios monásticos y catedralicios. También entonces, Jaume Sobrequés (n. 1943), compañero de estudios y a la sazón secretario personal de Abadal, se ocupaba de reunir en dos volúmenes la obra dispersa del maestro (Dels visigots als catalans, 1969-1970), a partir de la cual tuvimos un mejor conocimiento de su dilatada producción, de los trabajos relativos a la Hispania visigoda hasta la presencia de las “Partidas” en Cataluña en los siglos XIV y XV.

Antes o después, según las prioridades de cada uno, leímos L’abat Oliba, bisbe Vic, i la seva época (1948), que nos introducía en el estudio del siglo XI. Esta obra traducía ya la convicción de Abadal de que son las élites dirigentes el verdadero motor de la historia. Es la visión que explícitamente defendió años después en su introducción al volumen XIV de la Historia de España (1958) dirigida por Ramón Menéndez Pidal, que fue traducida al catalán y publicada como libro con el título Pere el Cerimoniós i els inicis de la decadència política de Catalunya (1972). En este texto Abadal expone y sintetiza lo que podría considerarse modelo interpretativo de la historiografía nacionalista conservadora: más que rechazar el conjunto del análisis marxista de la historia, critica las derivaciones, a su entender, más economicistas de esta escuela, y acepta que no puede haber historia sin las masas, la mayoría silenciosa, pero afirma que, sin las minorías dirigentes, el mundo no avanzaría. Lo más sorprendente es que, después de expresarse de este modo, y antes de analizar la trayectoria política del Ceremonioso, Abadal dedica no pocas páginas a examinar la evolución demográfica y económica de Cataluña, es decir, incorpora no pocos elementos de análisis económico y social.

VI. Abriendo caminos

Para entender la evolución de la historiografía catalana de los sesenta y principios de los setenta, con la presencia del marxismo entre los jóvenes historiadores, además de las influencias mencionadas, hay que considerar la cuestión generacional y la política. El maestro que podía haber sido para los de mi generación y no fue, Jaume Vicens, murió prematuramente. Los otros maestros (Soldevila, Abadal) eran de la escuela anterior, la “noucentista”, que admirábamos por el rigor científico, pero criticábamos por la visión conservadora, sino romántica, del pasado. A pesar de la enseñanza que sus libros nos daban, sentíamos la necesidad de la diferencia que nos aportaba la lectura de Vicens, de las obras de la escuela de Annales y de los historiadores marxistas. Hasta cierto punto, para algunos de nosotros, la recepción y divulgación del marxismo historiográfico era también un deber, parte de la lucha contra la dictadura en el frente cultural.

VII. Historia y política

Algunas notas de historia ayudarán a entenderlo. Aquellos años, con la llegada de tecnócratas del Opus Dei al gobierno, se abandonó la política económica autárquica y se diseñaron los Planes de Desarrollo (1964-1975) que acercaron la vida de los españoles al modelo europeo. Los cambios sociales y económicos que entonces se produjeron, como el crecimiento de la masa obrera y estudiantil, acentuaron las contradicciones entre buena parte de la ciudadanía, sobre todo las generaciones posteriores a la guerra civil, que ansiaban la llegada de la democracia y el fin del inmovilismo caduco del régimen. La oposición política, dentro y fuera de España, incrementó entonces su actividad mientras las organizaciones se multiplicaban y aparecían grupos como ETA y el MIL (Movimiento Ibérico de Liberación) que optaban por la lucha armada.

En Cataluña a principios de los sesenta el catalanismo de inspiración demócrata cristiana se organizaba en torno a la figura de Jordi Pujol. Pero era el PSUC, el partido de los comunistas catalanes, dependiente, de hecho, del PCE, el más activo. En sus filas había obreros e intelectuales, estudiantes universitarios, gente de la clase media, un grupo significativo de cristianos (Cristians pel Socialisme) e incluso algunos sacerdotes, lo que guardaba paralelismo con el desarrollo de la teología de la liberación en América Latina. También entonces, en base a las discrepancias sobre el alcance de los cambios producidos en España y la forma política de actuar en tales circunstancias, se produjo la ruptura en el seno del comité central del PCE y la expulsión de Fernando Claudín, Jorge Semprún y el catalán Francesc Vicens (1964), lo que era un mal presagio para el futuro de la organización. Entretanto, la oposición crecía en la Universidad de Barcelona, la única existente entonces en Catalunya. A los estudiantes de los sesenta nos había llegado casi como un mito algún conocimiento de las protestas universitarias de los cincuenta (Hechos del Paraninfo, 1957), y sabíamos que en ellas habían compartido protagonismos estudiantes de izquierdas y nacionalistas. Sintiéndonos herederos suyos, dimos un paso más y rechazamos la adhesión al Sindicato Español Universitario (SEU), de carácter fascista, y creamos el Sindicat Democràtic d’Estudiants de la Universitat de Barcelona (SDEUB, 1966). Los líderes del SDEUB eran mayoritariamente jóvenes militantes del PSUC, aunque también los había de organizaciones situadas más a su izquierda. Cuando se produjeron los hechos de mayo del 68 muchos compañeros fueron a París, a vivir la revolución en directo, y parece evidente que esta experiencia influyó en el hecho de que muchos universitarios catalanes abandonaran el PSUC para fundar la organización comunista Bandera Roja (1968). Para combatir la agitación de aquellos años, el régimen recurrió al estado de excepción (1968, 1969, 1975) y a la pura represión (detenciones, torturas, prisión), mientras ETA proseguía la lucha armada y se encadenaban el célebre proceso de Burgos (1970) contra algunos de sus militantes, acciones armadas en Cataluña protagonizadas por el MIL, de inspiración anarquista, el atentado de Carrero Blanco en Madrid perpetrado por ETA (1973) y ejecuciones como las de Salvador Puig Antich, militante del MIL (1974), y Juan Paredes, Txiki, de ETA (1975), en Barcelona. Franco moría (1975) como había empezado, matando. Comenzaba entonces la transición, un periodo de reformas políticas y compromisos, porque ni las fuerzas del régimen eran suficientemente fuertes como para imponer la continuidad ni la oposición para forzar la ruptura. Esta transición se alargó hasta 1980, cuando las elecciones dieron el poder al Partido Socialista Obrero Español (PSOE) y alejaron temporalmente del gobierno a los herederos del franquismo.

VIII. La Universidad de Barcelona y el Consejo

Durante estos años se produjeron cambios importantes en el medievalismo catalán. Miquel Gual (1916-1974), medievalista valenciano, especializado en temas de historia económica valenciana, ganó la plaza de agregado de Historia de la Edad Media de la Facultad de Filosofía y Letras de la Universidad de Barcelona (1967), y se hizo cargo de una asignatura dedicada a la Historia de la Corona de Aragón, creada aquellos años y que tendría larga trayectoria.4 Era una novedad importante en un sistema universitario que fomentaba una visión política unitaria y centralista de España. Poco después, el curso 1969-70 llegaba a esta misma Facultad como catedrático de Historia Medieval Universal Manuel Riu (1929-2011), que había sido discípulo de Jaume Vicens, como sabemos, y ayudante de Alberto del Castillo, de quien había aprendido las técnicas de la arqueología y la visión del pasado a través del análisis de los restos materiales (Salrach, 2022). Riu, que tenía un extraordinario conocimiento de la bibliografía y las fuentes narrativas de la Edad Media europea, y que siempre supo combinar la arqueología con la investigación archivística, hizo una tesis de historia del monacato y publicó una cantidad ingente de trabajos, más de setecientos, desde libros de síntesis a artículos de investigación. Dirigió durante veinte años (1970-1990) el Índice Histórico Español, la revista fundada por su maestro, Jaume Vicens (1953), donde hasta el 2011 se registraron todos o casi todos los trabajos de historia de España e Hispanoamérica que aquellos años (1953-2011) se publicaron, y fue, por tanto, un instrumento de gran utilidad para los estudiosos.

De la Universidad de Granada, donde fue catedrático de Historia Medieval los años 1966-1969, Riu se trajo como ayudante a su discípulo Manuel Sánchez (n. 1944) que, con el tiempo, había de convertirse en uno de los grandes renovadores del medievalismo en Cataluña. Preocupado por la calidad de la docencia y muy abierto al mundo de las colaboraciones editoriales, Riu creó en la Universidad de Barcelona un grupo de trabajo, formado por los profesores Carme Batlle, Joan Ferran Cabestany (1930-2013), Salvador Claramunt (1943-2021), Manuel Sánchez y Josep M. Salrach, que, bajo su dirección, planificó y redactó los Textos comentados de época medieval. Siglos V al XII (Riu, M. et al., 1975), que aún hoy es un instrumento de estudio y trabajo en las universidades españolas. Pero el legado más importante de Riu ha sido la arqueología medieval de la que fue el maestro introductor en Cataluña. Cuando se jubiló en 1999 había creado una gran escuela de arqueólogos, forjada en la labor de equipo en múltiples excavaciones, y a través de iniciativas como la introducción de la arqueología en los planes de estudio, la creación de la revista Acta Historica et Archaeologica Mediaevalia con sus anejos y la fundación del Laboratorio de Arqueología Medieval de la UB. La lista de discípulos de Riu es larga. En ella no pueden faltar Prim Bertran (1948-2014), Jordi Bolós, Imma Ollich, José Ignacio Padilla (1953-2012), Marta Sancho, Eduard Riu, Montserrat Casas y Francesca Riera (1935-1980), entre otros (Salrach, 2022).

El medievalismo catalán de la década de los sesenta y setenta no puede explicarse sin la presencia de Emilio Sáez (1917-1988), catedrático de Historia Medieval de España en la Universidad de Barcelona (1958-1978), fundador del Instituto de Historia Medieval de España (1962), embrión del Departamento de Historia Medieval de esta universidad. En una época en que era administrativamente posible ser profesor universitario y miembro del Consejo Superior de Investigaciones Científicas (CSIC), Sáez fue jefe del Departamento de Estudios Medievales de esta institución (1964-1979), integrado en la Institución Milá y Fontanals (IML) que agrupaba a los investigadores de Humanidades, y de la que fue director (1974-1979).

Más que dedicarse a la propia investigación, los recursos de los que Emilio Sáez dispuso aquellos años, los invirtió en promocionar los estudios de historia medieval en general y de sus alumnos en particular: fundó el Anuario de Estudios Medievales (1964), que acabaría convirtiéndose en una de las revistas más prestigiosas del medievalismo español, y la Miscelánea de Textos Medievales; envió al Real Colegio de España de Bolonia, como becarios, a no pocos estudiantes; creó una gran red de contactos con medievalistas, universidades y centros de investigación de toda Europa, que incluía la URSS y los países de su área de influencia, como Polonia, y organizó congresos y reuniones científicas internacionales (Benito, 1987).

Entre sus estudiantes escogió y designó a dedo, como entonces se hacía, a becarios y profesores ayudantes. No se equivocó cuando ayudó de este modo a José Luís Martín Rodríguez (1936-2004), que fue catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Salamanca, donde creó una sólida escuela de medievalistas.5 Y tampoco se equivocó cuando escogió como colaboradora (1963) a Maria Teresa Ferrer (1940-2017), que ingresó en la Institución Milá y Fontals, en 1972, y fue directora de esta institución entre 1985-1994. Los que, como Jaume Sobrequés y yo mismo, debemos a Emilio Sáez nuestra entrada en la docencia universitaria a principios de los setenta, le agradecemos que no hiciera una elección política sino más bien de confianza en nuestras posibilidades, aunque a veces se sintiera incómodo y lo manifestara por nuestras actividades en el movimiento estudiantil antifranquista.

Esta apertura de miras en aquella universidad del tardofranquismo parece evidente en la promoción de José Luis Martín, que cuando era un joven profesor en Barcelona estuvo en la Capuchinada6 y después, ya catedrático, fue gobernador civil de Salamanca en la época del gobierno socialista de Felipe González. Y la mentalidad abierta también se manifestó en la confianza depositada en María Teresa Ferrer, a la que agradaría ser recordada como nacionalista catalana, y una de las mejores –sino la mejor– representante de la renovada escuela historiográfica catalana. María Teresa Ferrer se especializó en el estudio de las relaciones políticas y comerciales de Cataluña y la Corona de Aragón en el Mediterráneo: la navegación, la piratería y el corso; las minorías étnicas en las tierras catalano-aragonesas, y los problemas del patrimonio real a finales de la Edad Media (Salicrú, Vela, 2017). También ella creó su propia escuela de la que es digna representante Roser Salicrú (n. 1967), investigadora científica de la IMF.

Los mejores discípulos de Emilio Sáez en la Universidad de Barcelona fueron Josep Hernando, Prim Bertran y Antoni Riera. Dotado de una inmejorable preparación técnica para el trabajo de archivo y la lectura de textos eclesiásticos, poseedor de un bagaje erudito envidiable y de una capacidad de trabajo fuera de lo común, Josep Hernando es el gran estudioso de la cultura manuscrita medieval en Cataluña. Los temas de su historiografía, de tan numerosos, resulta imposible inventariarlos. Por ejemplo, se ha ocupado de Ramon Llull, Francesc Eiximenis, la Inquisición, la lectura, el notariado, la usura, las letras de cambio, la esclavitud, los judíos y conversos, los contratos de trabajo, la enseñanza, etc.

Prim Bertran, que, como sabemos, se hizo arqueólogo con Manuel Riu, fue uno de los becarios colegiales de Bolonia. Su conocimiento de la historia de Italia y de los monumentos de sus ciudades era proverbial entre los estudiantes a los que guiaba cada año en los viajes que organizaba. Su producción escrita como medievalista está estrechamente unida a los temas de investigación más propios de aquellos años como la fiscalidad eclesiástica, las minorías etno-culturales, la pobreza y asistencia, las órdenes militares y la alimentación (Baiges, Piñol, 2015; Hernando, 2015).

Antoni Riera (n. 1944), uno de los grandes del medievalismo catalán actualmente, en los años setenta y ochenta investigaba la política económica de los reyes de Mallorca, especialmente en relación con el comercio marítimo, y se interesaba también por el desarrollo de la industria textil de Cataluña. En los noventa comenzó a estudiar la alimentación de los hombres de la Edad Media, lo que hizo desde una triple dimensión, cultural, social y política, y continuó hasta convertirse hoy en un especialista de renombre internacional.7

En aquellos años en que Manuel Riu y Emilio Sáez dirigían el Departamento de Medieval en la UB se abrió un interesante frente historiográfico de contenido social: la historia de la pobreza. Entre los pioneros estuvieron Cabestany y Claramunt que, a principios de los setenta, investigaban la institución de ayuda a los pobres de la parroquia de Santa María del Pi de Barcelona (Cabestany, Claramunt, 1973). El interés por la pobreza y la asistencia fue general entonces en universidades y centros de investigación de muchos países europeos, y se consolidó aquí con la llegada de la obra de Mollat dedicada a los pobres (Mollat, 1978). Esta línea de investigación culminó y de algún modo se cerró a principios de los ochenta cuando Manuel Riu, que investigaba en el archivo de Santa María del Mar, dirigió una obra colectiva que recogía las aportaciones de unos veinte historiadores que trabajaban en este terreno, entre ellos Carme Batlle, Maria Teresa Vinyoles, Salvador Claramunt, Prim Bertran y el propio Riu (Riu, 1980-1981).

Como decíamos antes, Manuel Sánchez ingresó en 1969-1970 en el cuerpo docente de la Universidad de Barcelona. Fue ayudante de la cátedra de Historia Medieval Universal de Manuel Riu a la vez que nosotros lo éramos de la de Medieval de España de Emilio Sáez. Redactamos la tesis al mismo tiempo y la leímos un mismo día de 1974. La de Manuel Sánchez versaba sobre los recursos fiscales y financieros puestos en marcha por el rey Alfonso IV (1327-1336) para una cruzada contra el reino nazarí de Granada que finalmente no se llevó a cabo. La nuestra, a través de una biografía, trataba del poder y la cultura en la Cataluña carolingia.

En aquellos años de finales del franquismo y comienzos de la transición, en que se reorganizaban los planes de estudio, a Manuel Sánchez se le encomendó una asignatura nueva, la Historia de la Baja Edad Media Universal, que impartió hasta su marcha al CSIC, en 1986. Sánchez supo orientar a sus estudiantes en la lectura de los mejores medievalistas del momento a escala internacional, así como en el conocimiento de la historiografía marxista. Seguramente fue entonces cuando por primera vez en las clases del Departamento de Historia Medieval de la UB se tuvo conocimiento científico del primer debate sobre la transición del feudalismo al capitalismo, el debate Dobb-Swezzy, y se leyeron autores como Rodney Hilton, Guy Bois, Witold Kula, Perry Anderson y Robert Brenner. Para comprender mejor al personaje y su tiempo, conviene recordar que, como otros universitarios, militó en las filas del PSUC. A partir de 1986, en el CSIC, dedicado exclusivamente a la investigación y a la formación de una excelente escuela de medievalistas, Sánchez habría de desarrollar una línea profundamente renovadora de la historia medieval en Cataluña: el estudio de la fiscalidad real y municipal, que conlleva a su vez la investigación del patrimonio real, la financiación de las campañas militares, los debates y acuerdos alcanzados en las Cortes, la historia de la Diputación del General, la relación entre la fiscalidad municipal y la de Estado, la deuda pública, etc.8 La escuela de Manuel Sánchez, muy bien representada por Pere Ortí (profesor de la Universidad de Girona), Pere Verdés (investigador del CSIC) y Jordi Morelló, es hoy un gran activo de la historiografía catalana (Morelló, Ortí, Verdés, 2018).

Cuando en los años setenta, desde los Institutos de Ciencias de la Educación (ICE) de las universidades se pusieron en marcha los cursos de formación del profesorado, que permitían la obtención de los Certificados de Aptitud Pedagógica (CAP), necesarios para el ejercicio de la docencia, algunos impartimos en la especialidad de historia la asignatura de metodología. En mi caso la compartí con Carlos Martínez Shaw, profesor de historia moderna llegado a la UB desde Andalucía, como Manolo Sánchez, con el que tuvo en común una misma militancia política. En realidad, nuestra enseñanza para el CAP casi se limitaba a la exposición y comentario de trabajos de historiadores y teóricos marxistas, como el Vilar de “Le temps du Quichotte” (1956) y “Croissance économique et analyse historique” (1960), publicados en español en Crecimiento y desarrollo (1964), y Oro y moneda en la historia (1969). También el libro de Marta Herneker (1973), que nos acercaba al estructuralismo de Louis Althuser, y algo más tarde, en los ochenta, la Historia de Josep Fontana (1982). Añadíamos algún artículo de Jaume Vicens de los reunidos en Coyuntura económica y reformismo burgués (1969).

No podemos dejar la UB sin referirnos a la historia de las mujeres, un dominio historiográfico que aquellos años de reivindicación y lucha adquirió un especial protagonismo. Jóvenes historiadoras de trayectorias políticas distintas, convencidas, no sin razón, de que los historiadores tradicionalmente hemos escrito una historia de hombres, en el sentido de escasamente atenta a la acción de las mujeres, fundaron en 1982 el Centre de Recerca Històrica de la Dona. Entre las fundadoras estaban las medievalistas Milagros Rivera y Teresa Vinyolas de la UB a las que pronto se sumó Blanca Garí, llegada a la UB en 1986, y Elisa Varela, que en 1991 dejó la UB para incorporarse a la universidad de Gerona. Este mismo año el Centre cambió su nombre y adoptó el de Duoda por referencia a la condesa de Barcelona de este nombre, célebre por haber escrito (841-843) el Liber manualis, un manual para la educación de su hijo primogénito (Salrach, 2020). Hoy Duoda es un centro de investigación interdisciplinario reconocido internacionalmente por la actividad docente y las investigaciones y publicaciones de sus miembros.

IX. La UAB y las otras universidades

El otro gran centro de la historiografía medieval en Cataluña es la Universidad Autónoma de Barcelona (UAB), creada en 1968, y alejada de Barcelona, en Cerdanyola del Vallès. Durante sus primeros años de existencia, fue una isla de relativa libertad en el panorama universitario. Junto a profesores de la vieja escuela, se contrataron profesores jóvenes de espíritu crítico y renovador, mayoritariamente de izquierda, algunos incluso expulsados de la UB por razones políticas. Los estudios en la Facultad de Letras los organizó Federic Udina (1914-2011), medievalista de la generación de Vicens, de confianza del régimen, de orientación positivista y experto en la edición de textos, que fue director del Museo de Historia de Barcelona (1959-1976) y del Archivo de la Corona de Aragón (1961-1982). A través de Udina llegó a la UAB (1969) José Enrique Ruiz-Domènec (n. 1948) cuyas clases y escritos iban a marcar un contrapunto con la labor de sus colegas en la UAB y fuera de ella. Con buen dominio de idiomas extranjeros y gran capacidad de lectura, Ruiz-Domènec, que ganaría la cátedra en 1994, buscó un encaje propio entre la ortodoxia marxista, más o menos hegemónica en los medios universitarios catalanes más avanzados, y las últimas tendencias entonces de nuestros colegas italianos (Geo Pistarino, Gabriella Airaldi) y franceses, los de la Nouvelle Histoire, es decir, los de la tercera generación de Annales que en los años setenta orientaron los estudios hacia la historia de las mentalidades (George Duby, Jacques Le Goff, Pierre Nora). En aquella época, en que Vilar seguía presente entre nosotros con su propuesta de historia total y leíamos ávidamente sus análisis y reflexiones sobre el hecho nacional, la plurinacionalidad y el socialismo en España (Vilar, 1982), y se difundía entre nosotros el conocimiento de los marxistas ingleses, que apuntaban directamente a la historia como historia de la lucha de clases, Ruiz-Domènec marcaba distancia con esta tradición y se dedicaba al estudio del parentesco entre feudales, la sexualidad, los ideales caballerescos y el mundo de las mujeres. En el debate político e intelectual sobre el futuro de España a principios de los ochenta, cuando el PCE empezó a descomponerse y muchos se alejaban del marxismo que tenían por caduco, Ruiz-Domènec fue considerado como un modernizador de la universidad. Desde principios de los noventa, en que dejó la investigación directa de archivo, Ruiz-Domènec ha multiplicado las colaboraciones con los medios de comunicación (prensa, televisión) y sobre todo se ha lanzado a la publicación de libros de ensayo donde se unen el pasado y el presente de Europa, el Mediterráneo, España y Cataluña, de los que puede servir de ejemplo El sueño de Ulises (Ruiz-Domènec, 2022).

La otra novedad, no menos importante, fue la llegada a la UAB de Miquel Barceló (1939-2013), que había estudiado Filología Románica en la UB y había iniciado una carrera de escritor que quedó interrumpida. Barceló llegó a la UAB, por mediación de Martí de Riquer, después de una larga estancia en EE. UU, donde enseñó lengua y literatura española en varias universidades. Su entrada en la UAB vino precedida de la publicación de un ensayo introductorio que escribió para la edición española de la obra de Samir Amin, Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales (Amin, 1976). Aquel ensayo era una auténtica carta de presentación. Como es sabido, Samir Amin (1931-2018) fue un economista neomarxista que denunciaba la globalización como una nueva forma de dominación del capitalismo sobre los países subdesarrollados, para los que propugnaba la “desconexión” del sistema capitalista mundial como paso previo al socialismo. Su crítica se extendía al comunismo soviético que consideraba no socialista y creador de una nueva burguesía.

De algún modo, Barceló se mantuvo siempre en este lado de la historia. Desde su cátedra de la UAB, que ganó en 1988, llevó a cabo una investigación innovadora y creativa, y ejerció, se podría decir, un dictado intelectual profundamente crítico, incómodo para muchos, a través de la docencia, las publicaciones y las intervenciones en congresos y coloquios. Defendía la aproximación al pasado a través de la arqueología y consideraba que los medievalistas fácilmente nos dejábamos engañar por los documentos (Barceló, 1988: 73-87) lo que determinaba una visión incompleta o mendaz de los efectos de la conquista cristiana, la “reconquista”, que definía como un genocidio. Miquel Barceló no rechazaría seguramente el calificativo que algunos le han dado de historiador de la destrucción del pueblo andalusí, un pueblo cuyas formas de vida y organización político-militar consideraba opuestas a las de los feudales. Esta lectura la fundamentó en el estudio de la sociedad andalusí, la de Mayurca (Mallorca) sobre todo, antes de la conquista cristiana: los asentamientos árabe-bereberes, las formas de producción y reproducción social y la organización del poder (Barceló, 1984), lo que hizo desarrollando una metodología y campo de trabajo propios: la llamada arqueología de los sistemas hidráulicos andalusíes (Barceló, 1986; Barceló, 1995).

En sentido global, la trayectoria de Miquel Barceló formaba parte de una actitud de denuncia del subdesarrollo, ampliamente compartida entre la intelectualidad de izquierdas. La particularidad en su caso es que, como historiador, denunciaba la larga historia de los exterminios de sociedades no europeas o de civilización no latino-cristianas protagonizados por los poderes hegemónicos del mundo occidental, ya fueran estos feudales o capitalistas. No pocas veces le habíamos oído en los congresos como repetía las célebres frases del jefe indio Noah Seathl, dirigidas al presidente de los EE. UU, en 1854, en defensa de los derechos de su pueblo.

Miquel Barceló creó una escuela de historiadores y arqueólogos imbuidos del espíritu crítico y fuerza combativa de sus maestros, de la que forman parte Ramon Martí, Antoni Virgili y Helena Kirchner. Con la arqueología extensiva como instrumento de trabajo, esta escuela ha mostrado las bases materiales sobre las cuales se asentó el poder feudal y, trabajando sobre la ordenación de los espacios agrarios, ha puesto de relieve la ruptura ecológica que supuso la conquista cristiana del territorio andalusí.

Las restantes universidades catalanas, las de Tarragona, Lleida, Gerona y la Universidad Pomperu Fabra, de Barcelona, nacieron en la primera mitad de los noventa, y para ello se nutrieron de profesionales formados en la UB y la UAB como Coral Cuadrada, Jordi Bolós, Lluís To, Joan Busqueta, Flocel Sabaté, Pere Ortí y Víctor Farías, cuyas trayectorias docentes e investigadoras sobrepasan en mucho la cronología que nos ha sido asignada. En los años noventa Coral Cuadrada (n. 1954), discípula de Carmen Batlle, ya era conocida por su tesis sobre el dominio señorial en el Maresme medieval y, en general, sus publicaciones de historia social, rural y urbana, a las que acompañaría la publicación de documentos y el inicio de una dedicación a la historia de las mujeres (Cuadrada, 1988). Jordi Bolós (n. 1955), discípulo como sabemos de Manuel Riu, inició entonces una trayectoria que lo convertiría en el gran conocedor que es hoy del paisaje histórico de Cataluña y experto en cartografía histórica (Bolós, 2004). Lluís To (n. 1960), que empezó su formación en Barcelona con Josep M. Salrach y se especializó en Toulouse con Pierre Bonnassie, hizo aquellos años contribuciones sustanciales al debate sobre el cambio feudal, desde la perspectiva de la historia de la familia y de la pequeña explotación (To, 1997). Joan Busqueta (n. 1961) llegó a la Universidad de Lleida procedente de la UB, donde había hecho una tesis de historia local (Busqueta, 1991), un género que Guy Bois honró al decir que “el estudio en profundidad del particular aproxima más que aleja del universal”. Su directora fue Carmen Batlle. Flocel Sabaté (n. 1963), próximo a Antoni Riera, publicó entonces obras fundamentales sobre el veguer, funcionario de la jurisdicción real (1994), y la organización territorial de Cataluña (1997), que ya presagiaban las extraordinarias dimensiones cuantitativas y cualitativas de lo que sería años después su producción historiográfica. Pere Ortí (n. 1963), comenzó sus investigaciones en la senda abierta por su maestro Manuel Sánchez: el estudio del patrimonio y la fiscalidad real, de Estado y municipal. En este sentido, su tesis sobre renta y fiscalidad en Barcelona (Ortí, 2000) es uno de los títulos más relevantes de la escuela fiscalista. Con su maestro, editó también los capítulos del donativo concedido por Cortes y Parlamentos a lo largo del siglo XIV (Sánchez, Ortí, 1997). Por último, Víctor Farías (n. 1961), hijo del intelectual y profesor chileno del mismo nombre, estudió en Alemania, en la Universidad de Hagen, y en la UB con Josep M. Salrach, y, en 1996, ingresó como profesor en la UPF, donde, bajo la dirección de L. Kuchenbuch y la nuestra, defendió una tesis de historia agraria de muy alto nivel, que ha sido publicada (Farías, 2009).

X. L’Avenç y el mundo editorial

En diciembre de 1976 aparecía L’Avenç que nacía como una revista de alta divulgación histórica, escrita íntegramente en catalán y dirigida a lectores de Cataluña, Valencia y Mallorca. Franco había muerto un año antes y había comenzado la transición. La revista se proponía terminar con la larga sequía cultural creada por la dictadura; recuperar la historia colectiva del pueblo catalán treinta y seis años después de la derrota y ocupación de Cataluña; satisfacer el deseo natural de hablar y debatir sobre historia y política sin temor y censura, y participar en el proceso de reconstrucción nacional catalana. La fórmula era conocer el pasado para comprender mejor el presente y proyectar el futuro. El Consejo de Redacción y el Consejo Asesor integrado por gente de izquierda de distintas generaciones reconocía la unidad lingüística, cultural e histórica de las tierras donde se habla el catalán (Països Catalans) y precisaba que era de esta identidad histórica y cultural de lo que L’Avenç pretendía tratar.

Lejos de encerrarse en una introspección histórica complaciente la revista desarrolló una revisión crítica de la historiografía tradicional, y se abrió a la historiografía mundial haciendo un continuado esfuerzo renovador y modernizador. L’Avenç fue en aquellos años el mejor instrumento para la conexión de la historiografía catalana con la mundial más avanzada. Y lo hizo con matices propios. Sus creadores eran jóvenes recién salidos de la universidad, próximos al PSUC y a grupos socialistas, y deseosos de ayudar a construir una España federal o confederal que se reconociera a sí misma. Miquel Barceló fue el medievalista (estaría disconforme con el calificativo) que más colaboró en la revista. A través de ella propagó las ideas neomarxistas y tercermundista en el conflicto norte-sur que conocemos, unas ideas en las que muchos coincidíamos, pero que él expresaba con una acidez desconocida entre nosotros. Manuel Sánchez y yo mismo fuimos también asiduos colaboradores de la revista a través de la cual presentamos los libros y expusimos las ideas de no pocos medievalistas extranjeros, cuando no les dimos directamente la palabra (Rodney Hilton, Guy Bois, Pierre Bonnassie, Maurice Berthe, Chris Wickham, John Boswell). Un modo muy eficaz de hacerlo fue la confección de dossiers de grandes temas, a menudo objeto de debate, que coordinábamos y para los que pedíamos la colaboración de especialistas. Estos dossiers eran un eficaz instrumento de docencia en la Facultad.

“El que no es marxista es marxiano” dijo Philippe Wolff (1913-2001),9 discípulo de Marc Bloch, con referencia a los historiadores franceses de los años sesenta y setenta. Muchos en Cataluña nos sentíamos entonces formando parte de esta familia historiográfica, con la particularidad de que, entre nosotros, a causa de la pasada lucha contra la dictadura, que de algún modo tenía continuidad en la transición, el marxismo tenía un arraigo más fuerte. Así se explica que en los años ochenta, cuando en los medios universitarios e intelectuales de Occidente, el marxismo entró en crisis o perdió posiciones, en Cataluña las mantuvo con vigor. Sin duda, L’Avenç ayudó a ello.

El mundo intelectual y específicamente historiográfico catalán de los años 60-90 no se comprende sin el empuje editorial, privado, de aquellos años. Nos atreveríamos a decir que esto era, si no es todavía, una singularidad de Cataluña en el contexto español. Aquí, la extraordinaria riqueza documental de los archivos, otra singularidad, atraía desde años atrás a investigadores extranjeros, que se servían de este material para escribir sus tesis, las cuales, al principio de aquellos años, eran de un nivel científico normalmente superior al nuestro. Entre nosotros, algunos no lo vivían bien y tenían tendencia a pensar que se apropiaban de “nuestra” documentación. Cuando llegó al Departamento de Medieval de la UB la propaganda editorial de la tesis de Pierre Bonnassie enviada por les Presses Universitaires de Toulouse-Le Mirail, con el índice de la tesis, al catedrático de medieval con el que teníamos más proximidad se le escapó un “nos lo hacen todo”. Era un sentimiento absolutamente opuesto al nuestro. Admirábamos estas tesis, las incorporamos inmediatamente a los contenidos en nuestras clases y en cuanto fue posible buscamos fórmulas de colaboración con sus autores.10 Las tesis de estos historiadores extranjeros, muy pronto fueron traducidas y editadas en catalán. Nos referimos a las de Charles-Emmanuel Dufourcq (1966), Mario Del Treppo (1976), Claude Carrère (1977-1978), Pierre Bonnassie (1979-1981) y Christian Guilleré (1993-1994). Y a ellas habría que añadir todavía las investigaciones de Paul H. Freedman (1993) y Thomas Bisson (1997).

Buscando un público más amplio, pero sin rebajar contenidos, Salvat Editores encargó aquellos años a quien escribe la dirección de una Història de Catalunya (1978) en seis volúmenes, que fue la primera obra colectiva de este género editada después del franquismo. Sus autores fueron los de la generación de los discípulos de Vicens y los de la generación de quien escribe. Aunque bastante ecléctica en cuanto al método y las ideas, fue una obra muy representativa del momento. En base a esta experiencia, Salvat nos encargó después la dirección de una Historia Universal (1980-1983) en diez volúmenes que ya resultó mucho más unitaria: orientada a la izquierda dirían algunos colaboradores. Encomendamos la coordinación del volumen de medieval, que es el que aquí más nos interesa, a Manuel Sánchez, entonces compañero del Departamento de Medieval en la UB, que diseñó un proyecto y unas colaboraciones en las que destacaban medievalistas extranjeros de renombre internacional como Hélène Ahrweiler, Josiah Cox Russell, Guy Bois, Robert-Henri Bautier, Robert Sabatino Lopez, Tadeusz Roslanowski, Aleksander Gieysztor, etc. Por consejo de Pierre Vilar encargamos también entonces la coordinación del volumen de Edad Moderna a Michel Vovelle, que había sido discípulo de Ernest Labrousse y era considerado uno de los grandes expertos en historia de la Revolución Francesa. Vovelle era entonces el único historiador marxista que trabajaba en el campo de la historia de las mentalidades, donde se había convertido en uno de los más importantes. Vovelle y sus colaboradores escribieron el mejor de los volúmenes de la Historia Universal, que tradujo del francés Carlos Martínez Shaw (Salrach, 2019).

Salvat Editores fue el eslabón de una cadena. Desde la dirección de la Societat Catalana d’Estudis Històrics (SCEH), filial del IEC, aprovechamos las viejas estructuras de l’IEC, la autonomía que, como SCEH, el IEC nos reconocía y el escaso presupuesto de que disponíamos para llevar a Barcelona a algunos de los historiadores mencionados y otros, y escucharlos y debatir con ellos sobre los temas historiográficos más importantes del momento y que más no interesaban. Llegaron así para seminarios de tres días los medievalistas Guy Bois (1986), Rodney Hilton (1988) y Maurice Berthe (1989), y los modernistas Michel Vovelle, Jean-Paul Bertaud, François Furet y Colin Lucas (1990). Después, L’Avenç editó las conferencias impartidas por estos historiadores en la colección, Còrsia, creada al efecto. Estos seminarios abiertos a todo el público tenían una doble virtud: contribuir, desde una óptica de izquierdas, al esfuerzo modernizador de la historiografía catalana, y del propio IEC que nos acogía.

XI. Temas y debates

Para terminar, analizaremos brevemente algunos temas que han agitado nuestro pequeño mundo o que simplemente nos han tenido más ocupados.

XI.1. El “mutacionismo”

Los de mi generación tuvimos el primer contacto con la idea del cambio feudal a raíz de la recepción de la tesis de Pierre Bonnassie (1975). A partir de la documentación catalana de los siglos IX-XI, Bonnassie cimentaba con fuerza en esta obra el paradigma de la revolución feudal apuntado en 1953 por George Duby en su tesis sobre el Mâconnais. Esencialmente, la idea era que en los siglos IX y X en Cataluña había un orden social y político basado en el concepto romano de autoridad pública, y en la sujeción de todos, gobernantes y gobernados, a la ley escrita. Era justamente la fuerza de esta ley y del derecho, y de la autoridad pública que lo garantizaba lo que explica la pervivencia de un pequeño campesinado jurídicamente libre y propietario de la tierra. Además de los bienes que pudiera poseer, la aristocracia se sustentaba con los bienes públicos e ingresos fiscales (honores) asignados a los cargos que ostentaba. Este orden se quebró a mediados del siglo XI cuando la aristocracia asaltó el poder condal, con el objetivo de convertir cargos y honores en patrimonio, y se lanzó al expolio del campesinado. Fue una revolución de poderosos que, con su acción, destruyeron el sistema prefeudal y pusieron las bases para la construcción de un nuevo orden. La crisis se cerró poco después a través de un pacto entre el conde y la nobleza. El conde preservó su poder y función al precio de abandonar el campesinado a manos de la nobleza. Había nacido el feudalismo. Bonnassie completó el paradigma con un estudio sobre la supervivencia de la esclavitud durante la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media hasta su extinción alrededor del año mil.

Fuera o no una revolución lo que Bonnassie había descubierto en Cataluña mil años atrás, su lectura del pasado sí lo era. El propio Duby, que según algunos empezaba a dudar, recuperó la confianza. Pero el paradigma de la revolución feudal era un desafío para muchos en ambas orillas. Para los que se situaban en el antimarxismo, la tesis era inadmisible porque, de algún modo, abundaba en la idea de Marx de la lucha de clases como motor de la historia. Para la historiografía marxista, la que planteaba la cuestión en términos de transición de modos de producción, la tesis de una revolución aristocrática no encajaba. Tampoco en el tiempo. Para Marx el paso se habría producido cuando las invasiones germánicas y la caída del Imperio, en el siglo V, mientras que para Perry Anderson (1979) habría sido en un tiempo más largo, el de los reinos germánicos (siglos VI-VIII). Tampoco los historiadores de la Antigüedad estaban muy conformes con una supervivencia larga del esclavismo.

En Cataluña, el debate se mantuvo más cercano a los documentos. Quien escribe expresó en muchos trabajos la visión de un proceso largo de transición, que habría comenzado muy atrás, en el Bajo Imperio, en siglos III-IV; se habría interrumpido temporalmente en época carolingia, en el siglo IX, y se habría reprendido en el siglo X, para finalizar de forma precipitada y violenta en el XI y consolidarse en el XII (Salrach, 1987). Esta posición, que incorpora la revolución feudal dentro de un proceso largo, nos sitúa con matices propios en el grupo de historiadores que se ha dado en llamar mutacionistas (George Duby, Pierre Bonnassie, Eric Bournazel, Jean Pierre Poly), del nombre de la síntesis escrita por Poly y Bournazel (1980). Fue precisamente la proximidad en la lectura del pasado lo que nos llevó aquellos años a participar en seminarios y congresos organizados por Pierre Bonnassie en la universidad de Toulouse y a colaborar en Les féodalités (1998), obra colectiva dirigida por Poly y Bournazel.

La lectura, más tarde, del artículo de Chris Wickham, “The other transition…” (1984), fue para nosotros una aportación fundamental para repensar el cambio feudal. Con su visión de la coexistencia de tres modos de producción en el mundo antiguo, el tributario, el esclavista y el feudal, y la interpretación de la transición al feudalismo como un cambio de equilibrios y hegemonías entre ellos, Wickham ofrecía un plus de lógica y racionalidad a la lectura del proceso. Lo adoptamos excepto en la cronología. Para Wickham el proceso se podía dar por terminado en época carolingia, para nosotros no. Nuestra visión del sistema carolingio es la de un intento encabezado por la Iglesia de retorno al Imperio cristiano, lo que paralizó temporalmente el paso al feudalismo y precipitó después la revolución.

Los contactos que hemos expuesto con Guy Bois llevaron los cursos 1987-1988 y 1990-1991 a París, a la Universidad de París VII, donde multiplicamos los contactos e intercambios. Durante la primera estancia, Bois redactaba su libro La mutation de l’an mil (1988) cuyo contenido nos anticipaba en nuestras sesiones semanales de trabajo. En varias estancias en Lournand, donde tenía su segunda residencia, nos mostraba sobre el paisaje, en las formas de campos, caminos y bosques, y en las formaciones vegetales dominantes los testimonios más antiguos de la ocupación humana en aquella parte de la Borgoña. Su guía, en parte, era la tesis de André Déleage (1941),11 en cuya lectura entonces nos adentrábamos.

Con la contundencia y magistral capacidad analítica y argumentativa que le caracterizaba, Bois desarrolla en La mutation una visión muy sugestiva a la vez que cerrada, sin matices, del paso del sistema social antiguo al feudal en torno al año mil. Duby lo calificó de monumento, pero en sus fundamentos quizá era en exceso atrevido. Lournand y, en general, el mundo carolingio habría formado parte del sistema social antiguo hasta la víspera del cambio feudal hacia el año mil. Bois había leído a los mutacionistas y, para confeccionar el libro había leído documentos del cartulario de Cluny, quizá no muchos, pero suficientes, creía, para sustentar la tesis de la revolución feudal. No veía en Lournand un poder banal ni señorial arbitrario, sino campesinos medianos y pequeños propietarios, incluso esclavos, y poder público.

Nos ocupamos inmediatamente de la edición castellana del libro (1991), pero justamente entonces durante nuestra segunda estancia en París comenzó el “linchamiento”. Abrió la veda en Le Moyen Age (1990) un historiador, Alain Guerreau, supuestamente marxista. Fue patético. Guerreau, de quien todavía se espera la tesis tantas veces anunciada sobre la Borgoña de la Alta Edad Media, fue incapaz de situar el debate donde debía, las bases epistemológicas del cambio social, y se dedicó a señalar errores de lectura de algunos documentos. Dirigida por Monique Bourin, la revista Médiévales dedicó un número entero (1991) a debatir sobre el libro. Algunas reseñas fueron críticamente positivas (por ejemplo, las de Wickham, Bonnassie, Verhulst, To, otras simplemente ofensivas. La revista propuso a Bois responder a través de una entrevista, pero éste lo rechazó y exigió responder directamente con un texto propio. Dio así puntual respuesta a cada uno, a algunos con recíproca acidez, y a otros prefirió ignorarlos.

Entre los que contribuyeron al debate estuvo Lluís To, recién llegado como profesor a la Universidad de Gerona. Aunque en la actualidad se dedica más bien a la Baja Edad Media, aquellos años hizo contribuciones muy importantes al estudio del cambio feudal, en una línea muy próxima a Pierre Bonnassie quien, como ya hemos dicho antes, fue su director de tesis. Las hizo en tres direcciones: el estudio de las estructuras familiares (To, 1997), de la pequeña explotación campesina y de los orígenes del “hereu” y de la servidumbre (To, 1993).

Como en Francia, en Cataluña también ha habido historiadores que se han pronunciado contra el mutacionismo. Gaspar Feliu, historiador de la economía y autor de obras fundamentales de historia agraria y financiera, ha expresado opiniones contrarias a la existencia o importancia de un campesinado libre y propietario en época prefeudal. En su opinión, los supuestos pequeños propietarios, eran, en general, precaristas o enfiteutas, en una época en que la enfiteusis no se expresaba claramente como tal en los documentos (Feliu, 2010). De modo más sorprendente, Ramon Martí, profesor de la UAB, y Pere Benito, de la universidad de Lérida, que estuvieron como becarios en Toulouse con Bonnassie, se distanciaron muy pronto del maestro. Martí lo hizo a través del alodio, que a su entender no sería una pequeña propiedad sino un dominio, con lo cual los alodiarios ya no serían campesinos libres y propietarios sino señores (Martí, 1997). Benito tampoco cree encontrar pequeñas explotaciones propiedad de sus detentores sino sólo dominios. Tampoco está de acuerdo en situar el inicio de la servidumbre campesina en el siglo XI, como consecuencia de la revolución feudal, sino que la considera de desarrollo más tardío, del siglo XII o incluso del XIII, y la pone en relación con la labor de los juristas que aplicaron conceptos de derecho romano a las relaciones sociales agrarias (Martí, 2003). Se nota en ello la influencia de los estudios del profesor americano Paul Freedman (1993).

En Cataluña, no hubo ningún reflejo del debate fiscalista que se abrió en Francia a raíz de la obra de Jean Durliat, Les finances publiques de Diocletien aux Carolingiens (1990), que se situaba en las antípodas de las preocupaciones de los historiadores marxistas, pero que atrajo el interés de Guy Bois porque confirmaba su visión de continuidad del sistema antiguo hasta la época carolingia. Nosotros tuvimos ocasión de leer y discutir sobre el libro directamente con Bois en París, y hasta cierto punto lo incorporamos a nuestra reflexión sobre la transición y el cambio feudal (Salrach, 1993). Bonnassie, que era compañero de Facultad de Durliat, se sentía en cambio mucho más alejado.

Antes de abandonar el mutacionismo, conviene recordar que a finales de los ochenta y principios de los noventa Reyna Pastor nos invitó, a Lluís To y a mí, varias veces para debatir con ella y sus discípulos en el CSIC, en Madrid. Los temas eran, claro está, la propiedad campesina, la esclavitud, los comunales, los bienes y derechos públicos, la transición, la revolución feudal, etc. En aquel núcleo de historiadores marxistas se respiraban las reticencias. El punto más duro era el debate sobre la propiedad de los medios de producción y las formas de explotación: el alodio campesino, la tenencia, la esclavitud, la renta y el impuesto.

El interés que se despertó en el medievalismo catalán aquellos años por la naturaleza de la explotación campesina antes y después del cambio feudal (¿propiedad o tenencia?) tuvo una derivación hasta cierto punto inesperada: la tesis de mi difunta esposa Mercè Aventín (1996), de algún modo concebida en París a través de los largos diálogos que juntos tuvimos con Guy Bois aquellos años. Conocedora de los estudios de historia social agraria, centrados en el señorío y en los mecanismos de explotación del campesinado, Mercè Aventín quiso invertir la perspectiva y estudiar la sociedad rural desde abajo. El objetivo era demostrar la fuerza y resistencia de los trabajadores del campo, su capacidad de organización y la innecesaria presencia de los señores en su vida. Aventín conocía la historiografía marxista de los debates y las obras de referencia de la escuela de los Annales, Bloch, sobre todo, pero también Le Roy Ladurie y Maurice Aymard, muy próximo a Braudel, a los que añadió Chayanov, sus seguidores y críticos (Harrison, Shanin, Mendras), y las obras de historiadores dedicados a la época contemporánea como Amit Bhaduri que le mostraban los mecanismos que causaban pobreza y desigualdad en el seno de las comunidades campesinas. Para su propósito Mercè Aventín investigó directamente en colecciones de pergaminos de los siglos XIII-XVI que continúan todavía hoy en manos de muchas familias campesinas en la comarca del Vallès Oriental. Develó así los mecanismos de una economía campesina, con estrategias propias de crecimiento que pasaban por los mercados de productos, de la tierra y del crédito. La tesis tuvo mejor acogida fuera que dentro de Cataluña donde algún joven guardián de la ortodoxia la criticó porque no trataba o no se centraba en la explotación social. Impresionado por la lectura, Thomas Bisson, escribió:

If her findings cannot in every respect be replicated for other comparable regions of Catalonia, they amount nonetheless to a grande thèse in provincial history, perhaps the fullest yer attempted for the rural societies of later-medieval Catalonia. The results are altogether sufficient to justify modeling in the neo. Marxist categories of Guy Bois and others, so that a richly informed history of a rural society becomes the laboratory for an extended theoretical conclusion.12

XI.2. La crisis

En páginas anteriores nos hemos referido a un artículo de Pierre Vilar sobre la crisis bajomedieval catalana (Vilar, 1956) al que siguieron trabajos de Jaume Vicens donde la historia política del siglo XV y el conflicto remensa se situaban y comprendían mejor sobre un panorama de fondo de contracción demográfica y económica, y, finalmente, llegó la gran tesis de Claude Carrère, Barcelone: centre économique à l’èpoque des difficultés (1967). Para mí y algunos más de mi generación era más que suficiente para aceptar la idea de que, después de una fase de crecimiento territorial y marítimo, la Cataluña medieval conoció un tiempo largo de decrecimiento, y que este cambio, común con los países del entorno, no era motivado por la política de la monarquía, los Trastámara de Aragón, sino por causas materiales. Pero, en contraste con la investigación de Carrère, la del medievalista italiano Mario Del Treppo, centrada en el comercio mediterráneo catalán del siglo XV, dio un resultado distinto: encontró una sucesión de coyunturas que revelaban la existencia de dificultades, pero no de crisis. A su entender, Cataluña tuvo capacidad de recuperación hasta la llegada de la guerra civil (1462-1472) que agotó sus fuerzas (Del Treppo, 1967).

Las investigaciones llevadas a cabo desde la Institución Milá y Fontanals del CSIC sobre el comercio mediterráneo y la fiscalidad, a partir de los años setenta, han ido en esta misma dirección. Hoy es difícil escuchar a algún medievalista catalán defender la existencia de una crisis a finales de la Edad Media, aunque el libro de Guy Bois, La grande dépresion médiévale (2000), pudo hacer dudar a alguno. Nosotros, sin duda por la influencia de Vilar y Bois, siempre hemos pensado los siglos XIV y XV como un período en que los factores (de la demografía a la política, pasando por la economía y el movimiento social) se encadenaron para imprimir al conjunto del sistema social una tendencia al decrecimiento (Salrach, 2002).

La problemática de la decadencia catalana medieval nos acerca a la cuestión de fondo, la crisis del feudalismo. Ya nos hemos referido antes a los debates marxistas sobre la transición del feudalismo al capitalismo. Nos ocuparemos ahora de la recepción de la tesis de Guy Bois, Crise du féodalisme (1976). Después de su lectura, la Crise se convirtió para algunos de nosotros en una obra de referencia, admirada por el rigor científico y los logros de la lógica analítica. No fue así en todos los casos. Josep Fontana, cuyos consejos eran fundamentales para muchos de nosotros, criticaba el análisis de Bois porque consideraba que, a través de la productividad, mantenía en plena vigencia el tópico malthusiano (Fontana, 1982: 41). También la Teoría económica del sistema feudal, de Witold Kula (1979), le parecía una obra débil y ecléctica que recogía múltiples herencias pero que no pasaba realmente por el marxismo, opiniones que compartía Jaume Torres, también, como Fontana, discípulo de Vilar e historiador modernista. En el fondo era una crítica al economicismo que, de algún modo recogimos, cuando en un pequeño debate en el CSIC, Manuel Sánchez, sus discípulos y yo mismo planteamos abiertamente a Bois el tema del lugar de la lucha de clases en su esquema de dinámica del sistema feudal. Recibimos una respuesta política: el movimiento social con sus éxitos y fracasos viene condicionado por la dinámica económica de las estructuras con sus coyunturas y tendencias. Más receptivo estuvo a nuestra crítica sobre la ausencia de la ciudad y el comercio en su esquema. Reconoció el punto débil y nos remitió a los últimos trabajos de Rodney Hilton sobre las ciudades-mercado. El mismo desarrollaba entonces una reflexión al respecto, que acabaría exponiendo en un coloquio celebrado en Valencia (Bois, 1989).

Por encima de debates y matices, quizá hoy en Cataluña es Gabriel Jover, profesor de historia económica de la Universidad de Gerona, quien mejor aplica en el análisis histórico las propuestas metodológicas de Guy Bois. Jover investiga las transformaciones de la agricultura y la sociedad rural de Mallorca en los siglos XIV-XVII,

XI.3. La historia de las mentalidades

En los años setenta los medievalistas habíamos leído alguna de las muchas ediciones de El otoño de la Edad Media, de Johan Huizinga, que se ha considerado un precedente de la historia de las mentalidades, pero, a decir verdad, entonces aún éramos ignorantes en la materia. Se podría decir, incluso, que para nosotros la historia de las mentalidades tenía el atractivo de lo desconocido. El propio Jacques Le Goff, jefe de la escuela, en su colaboración a Faire la histoire, no acertó a definir y la calificó de “historia ambigua” (Le Goff, 1974). Al principio nos atrajo la imaginación que los historiadores de las mentalidades reivindicaban, sobre todo George Duby, y ponían al servició de la narrativa histórica. Muy pronto fue un hecho que, con este proceder, la historia de las mentalidades había ganado un público lector antes insospechado. Montaillou, village occitan, de Emmanuel Le Roy Ladurie (1975), recién editado, se disparó en las ventas mucho más que cualquier novela.

Con estos precedentes, puede decirse que la historia de las mentalidades entró de lleno en el medievalismo catalán a través de la historia de la muerte, cuando a principios de los ochenta se puso de moda estudiar los testamentos. Las obras de referencia en este dominio fueron entonces las de Jacques Chiffoleau (1980) y Marie-Thérese Lorcin (1981), a las que ya siguieron La naissance du Purgatoire (1981) de Jacques Le Goff y La mort et l’Occident de 1300 à nos jours (1983) de Michel Vovelle. Aunque a la historia de las mentalidades le reconocíamos un origen francés y la asociábamos a Annales, aquellos años leímos también al historiador italiano Carlo Ginzburg (1976) y la norteamericana Natalie Zemon Davis (1983), que, como es sabido, también se sitúan entre los historiadores de las mentalidades.

De esta tendencia historiográfica nos atraía la incorporación de temas no tratados antes, y la convicción de que, para mejor comprender el movimiento social, convenía abrir el horizonte e introducir en el análisis histórico la antropología y la psicología como hacían sus seguidores. Nos parecía que, más que una escuela o tendencia, era un movimiento renovador. Y llegó un momento en que en el campo de la historia sólo había, o eso parecía, dos corrientes dignas de consideración: la historiografía marxista, que muchos consideraban en declive, y la historia de las mentalidades que se consideraba en ascenso.

El éxito de esta tendencia, sobre todo entre la juventud universitaria era tan grande, que se hizo necesario hacer un alto en el camino, reflexionar y confrontar ideas. ¿Qué era en realidad la historia de las mentalidades? ¿A dónde nos llevaba? ¿Era una reacción contra el marxismo en la historiografía? ¿Era el resultado de un cierto cansancio de temas y métodos que parecían agotados? Josep Fontana, con la actitud abiertamente crítica que adoptaba cuando analizaba la producción de escuelas e historiadores extranjeros que a su juicio la merecían, ya había diagnosticado la decadencia de Annales: el alejamiento de la senda trazada por los padres fundadores, la desorientación, la fragmentación de la historia en migajas y la caída en una praxis empobrecedora (Fontana, 1979). La historia de las mentalidades sería el último eslabón del descenso. La suya era una posición de combate.

Para los de mi generación, sus discípulos, fue el momento adecuado para debatir. Lo hicimos en la UB en 1985. Moderados por Lluís Roura, historiador modernista de la UAB, tomamos la palabra sucesivamente Josep Fontana; Ricardo García Cárcel (n. 1948), que entonces ya había publicado sus libros sobre la Inquisición; Carlos Martínez Shaw, que había publicado su Cataluña en la Carrera de Indias (1981), y era asiduo colaborador de L’Avenç, y yo mismo. Fontana expresó un total menosprecio por la historia de las mentalidades, sus historiadores y obras. Empezó con un ataque a la persona: calificó a Philippe Ariès de hombre de extrema derecha e historiador dominguero, y adjetivó a Hervé Coutau-Bégarie de subnormal. Después lanzó los dardos contra escuela: una pequeña secta francesa que levanta castillos de fuegos artificiales, que no tiene metodología ni rigor, ni un dominio historiográfico preciso y hace literatura y no historia. Con contadas excepciones, como Piété baroque et déchristianization (1978), de Michel Vovelle, Fontana no encontraba nada aprovechable; todo eran ensayos vaporosos escritos sin mucho trabajo, haciendo correr la pluma. La popularidad de la historia de las mentalidades no era mérito propio sino una deriva del prestigio simbólico de Annales. Fontana terminó su intervención reivindicando el campo de la antropología histórica, la historia de la cultura popular y la historia de las ideas, un campo, dijo, legítimo y necesario, en el que pueden ser tomados como modelos historiadores como Thompson, Vovelle y Angus McLaren. Sus obras, añadió, son bien distintas de “la literatura, mala literatura, de Ariès, Le Roy-Ladurie y compañía”. Finalmente, se declaró abstemio de esta tendencia y nos invitó a alejarnos de la historia de las mentalidades.

Para García Cárcel, Martínez Shaw y yo, que teníamos por mutuamente enriquecedora la colaboración entre historiadores marxistas y de las mentalidades, fue como un tirón de orejas, que ya dábamos por descontado. Aceptamos parte de las críticas, pero defendimos la escuela, rechazamos que fuera una moda o frivolidad francesa y contraatacamos: el éxito de la historia de las mentalidades está en sus propios méritos, dijimos, pero también en los deméritos del marxismo vulgar dominante en la práctica historiográfica, en la miseria teórica, en la renuncia del marxismo a entrar en el tercer nivel y en los catecismos marxistas que digeríamos. Después de insistir en el agotamiento y la insatisfacción, valoramos el paso al tercer nivel, con la conversión de la historia de las mentalidades en la fine pointe de la historia social, como decía Vovelle, como un progreso hacia la consecución de la historia total que reclamaba Pierre Vilar. Y, ya situados en este plano, discutimos sobre la identidad, la definición y el campo de acción de las mentalidades, lo que nos llevó a tratar las relaciones entre la mentalidad, la ideología, la cultura y el imaginario, y la proximidad entre la historia de las mentalidades y la antropología cultural. Para hacerlo abordamos la cuestión de los temas de la historia de las mentalidades, la articulación de los niveles (estructura, superestructura), la larga duración, la historia inmóvil, el individuo y la colectividad, la historia individual y la universalizal (Fontana et al., 1985).

Aquel debate con nuestro maestro, en una sala abarrotada de jóvenes estudiantes, tuvo algo de conflicto intergeneracional seguramente, pero el fondo de la cuestión, que era la pregunta sobre la lectura del pasado que ayudara a un futuro mejor, requería una respuesta abierta, sin edad. Es lo que unos y otros intentamos hacer.

Bibliografía

» AAVV (1968). Diccionario de Historia de España. 3 vols., Madrid: Revista de Occidente.

» Abadal R. d’ (1948). L’abat Oliba, bisbe Vic, i la seva època. Barcelona: Aymà.

» Abadal, R. d’ (1954). Com neix i com creix un gran monestir pirinenc abans de l’any mil. Eixalada-Cuixà. Abadia de Montserrat.

» Abadal, R. d’ (1958). Els primers comtes catalans. Barcelona: Editorial Teide.

» Abadal, R. d’ (1969-1970). Dels visigots als catalans. 2 vols., Barcelona: Edicions 62.

» Abadal, R. d’ (1972). Pere el Cerimoniós i els inicis de la decadència política de Catalunya. Barcelona: Edicions 62.

» Amin, S. (1976). Sobre el desarrollo desigual de las formaciones sociales. Ensayo introductorio de Miquel Barceló. Barcelona: Anagrama.

» Anderson, P. (1979). Transiciones de la Antigüedad al feudalismo. Madrid: Siglo XXI.

» Aventín, M. (1996), La societat rural a Catalunya en temps feudals. Vallès Oriental, segles XIII-XVI. Barcelona: Columna.

» Baiges, I.; Piñol, D. (2015). In memoriam. Prof. Prim Bertran Roigé (1948-2014). Anuario de Estudios Medievales, 45, 1, 475-510.

» Balcells, A., Pujol, E. (2008). Història de l’Institut d’Estudis Catalans. I. 1907-1942. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans.

» Barceló, M. (1984). Sobre Mayurqa. Palma de Mallorca: Museu de Mallorca.

» Barceló, M. et al. (1986). Les aigües cercades. Els qanat(s) de l’illa de Mallorca. Palma de Mallorca: Institut d’Estudis Baleàrics.

» Barceló, M. et al. (1988). Arqueología medieval. En las afueras del “medievalismo”. Barcelona: Crítica.

» Barceló, M., Kirchner, H., Navarro, C. (1995). El agua que no duerme. Fundamentos de la arqueología hidráulica andalusí. Granada: Legado andalusí.

» Benito, P. (2003). Senyoria de la terra i tinença pagesa al comtat de Barcelona (segles XI-XIII). Barcelona: CSIC.

» Benito Ruano, E. (1987). El profesor Dr. D. Emilio Sáez Sánchez (1917-1988). Anuario de Estudios Medievales. 17, XI-XXXV.

» Bisson, T. N. (1984). Fiscal accounts of Catalonia under the early count-kings: 1151-1213. University of California Press.

» Bisson, T. N. (1997). L’impuls de Catalunya. L’època dels primers comtes-reis (1140-1225). Vic: Eumo.

» Bisson, T.N. (1998). La societat rural a Catalunya en temps feudals: Vallès oriental, segles XIII-XVI. Mercè Aventín I Puig. Speculum, 73:3, 805-806.

» Bois, G. (1976). Crise du féodalisme. París: Presses de la F.N.S.P.

» Bois, G. (1988). La mutation de l’an mil. Lournand, village mâconnais, de l’Antiquité au féodalisme. París: Fayard.

» Bois, G. (1989). Ciutat i camp en la societat preindustrial. En L’espai viscut. Col·loqui internacional d’història local. València, 7, 8, 9 i 10, novembre 1988. València: Diputació de València, 113-126.

» Bois, G. (2000). La grande dépresion médiévale: XIVe-XVe siècles : le précédent d’une crise systémique. París: Presses Universitaires de France.

» Bolós, J. (2004). Els orígens medievals del paisatge català. L’arqueologia del paisatge com a font per a conèixer la història de Catalunya. Barcelona: IEC.

» Bonnassie, P. (1975). La Catalogne du milieu du Xe a la fin du XIe siècle: croissance et mutations d’une société. 2 vols., Toulouse: Publications de la Université de Toulouse-Le Miral.

» Bonnassie, P. (1981). Catalunya mil anys enrere. Barcelona: Edicions 62.

» Busqueta, Joan (1991). Una vila del Territori de Barcelona: Sant Andreu de Palomar als segles XIII-XIV. Barcelona: Publicacions de la Fundació Salvador Vives Casajoana.

» Cabestany, J. F.; Claramunt, S. (1973). El “Plat dels Pobres” de la parroquia de Santa Maria del Pi de Barcelona (1401-1428). En A pobreza e a assistência aos pobres na península ibérica durante a Idade Media. Actas das 1as Jornadas Luso-Espanholas de história medieval, Lisboa 25-30 de setembro de 1972. Lisboa, 157-218.

» Carrasco, J.; Salrach, J. M.; Valdeón, J.; Viguera, M. J. (2002). Historia de las Españas medievales. Barcelona: Crítica.

» Carrère, C. (1967). Barcelona: centre économique à l’èpoque des difficultés, 1380-1462. París-La Haya: Mouton.

» Clarà, J. (2011). Santiago Sobrequés i Vidal. Barcelona: Editorial Base.

» Cuadrada, C. (1988). El Maresme medieval: hàbitat, economia i societat, segles X-XIV, Mataró: Caixa d’Estalvis Laietana.

» Chiffoleau, J. (1980). La comptabilité de l’Au-Delà: Les hommes, la mort et la religion dans la region d’Avignon à la fin de Moyen Âge. Roma: École française de Rome.

» Davis, N. Z. (1983). The Return of Martin Guerre. Harvard University Press.

» Déleage, A. (1941), La vie rurale en Bourgogne jusqu’au début du XIe siècle. Mâcon: Protat fréres.

» Del Treppo, M. (1967). I mercanti catalani e l’espansione della Corona d’Aragona nel secolo XV. Napoles: L’Arte tipográfica.

» Dufourcq, Ch. E. (1966). L’expansió catalana a la Mediterrània occidental. Segles XIII i XIV. Barcelona: Editorial Vicens-Vives.

» Durliat, J. (1990). Les finances publiques de Diocletien aux Carolingiens, 284-889. Sigmaringen: Thorbecke.

» Farías, V. (2009). El mas i la vila a la Catalunya medeival. Els fonaments d’una societat senyorialitzada (segles XI-XIV). València: Publicacions de la Universitat de València.

» Feliu, G. (2010). La llarga nit feudal. Mil anys de pugna entre senyors i pagesos. Valencia: Publicacions de la Universitat de València.

» Ferrer, M. T. (2003). Joaquim Miret i Sans: semblança biogràfica: conferència pronunciada davant el ple de l’IEC el 17 de juny de 2002. Barcelona: IEC.

» Fontana, J. (1979). Ascens i decadència de l’escola dels Annals. Recerques, 4, 283-298.

» Fontana, J. (1982). Historia. Análisis del pasado y proyecto social. Barcelona: Crítica.

» Fontana, J. et al (1985). La Història de les Mentalitats: una polèmica oberta. Manuscrits. Revista d’història moderna, 2, 31-55.

» Freedman, P. H. (1993). Els orígens de les servituds pageses a la Catalunya medieval. Vic: Eumo (la edición inglesa original es de 1991).

» Guilleré, Ch. (1993-1994). Girona en el segle XIV. 2 vols., Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.

» Ginzburg, C. (1976). Il formaggio e i verni. Il cosmo di un mugnaio del ´500. Turín: Einaudi.

» Harneker, M. (1973). Los conceptos elementales del materialismo histórico. México: Siglo XXI.

» Hernando, J. (2015). Las aportaciones historiográficas del Dr. Prim Bertran i Roigé. Índice Histórico Español, 128, 13-42.

» Kula, W. (1979). Teoría económica del sistema feudal. Madrid: Siglo XXI.

» Le Goff, J, (1974). Les mentalités, une histoire ambigüe. En Le Goff, J.; Nora, P. (eds.) (1974, III, 76-94).

» Le Goff, J.; Nora, P. (eds.) (1974). Faire l’histoire. París: Gallimard.

» Le Goff, J. (1981). La naissance du Purgatoire. París: Gallimard.

» Le Roy Ladurie, E. (1975). Montaillou, village occitan de 1294 à 1324. París: Gallimard.

» Lorcin, M. T. (1981). Vivre et mourir en Lyonnais à la fin du Moyen Age. París: CNRS.

» Martínez Shaw, C. (1981). Cataluña en la Carrera de Indias: 1680-1756. Barcelona: Crítica.

» Martí, R. (1997). L’alou a la documentació catalana d’època comtal: solució d’un problema historiogràfic genèric. En Actes del 4at curs d’Arqueologia d’Andorra. Andorra la Vella, 28-60.

» Mollat, M.; Wolff, Ph. (1970). Ongles bleus, Jacques et Ciompi, les révolutions populaires en Europe aux xive et xve siècles. París: Calmannn-Levy.

» Mollat, M. (1978). Les pauvres au Moyen Âge. Études sociales. París: Hachette.

» Morelló, J.; Ortí, P.; Verdés, P. (eds.) (2018). Renda i fiscalitat a la Catalunya baixmedieval. Estudis dedicats a Manuel Sánchez Martínez. Barcelona: IMF-CSIC.

» Muñoz, J. M. (1997). Jaume Vicens i Vives (1910-1960). Una biografia intelectual. Barcelona: Edicions 62.

» Muñoz, J. M. (2003). Vicens Vives, Jaume. En Simon (2003: 1178-1182).

» Ortí, P. (2000). Renda i fiscalitat en una ciutat medieval: Barcelona segles XII-XIV. Barcelona: CSIC.

» Poly, J. P.; Bournazel, E. (1980). La mutation féodale, Xe-XIIe siecles. París: Presses Universitaires de France.

» Poly, J. P.; Bournazel, E. (dirs.) (1998). Les féodalités. París: Preses Universitaires de France.

» Pujol, E. (1995). Ferran Soldevila. Els fonaments de la historiografía catalana contemporània. Catarroja–Barcelona: Editorial Afers.

» Pujol, E. (2003). Estudis Universitaris Catalans. En Simon (2003: 459-460).

» Riera, A. (2017). Els cereals i el pa en els països de lengua catalana a la baixa edat mitjana. Barcelona: IEC.

» Riquer, B. de (dir.) (2020). Vides catalanas que han fet història. Barcelona: Edicions 62.

» Riu, M.; Batlle, C.; Cabestany, J. F.; Claramunt, S.; Salrach, J. M.; Sánchez. M. (1975). Textos comentados de época medieval. Siglos V al XII. Barcelona: Editorial Teide.

» Riu, M. (dir.) (1980-1981). La pobreza y la asistencia a los pobres en la Cataluña medieval. 2 vols., Barcelona: CSIC.

» Ruiz-Domènec, J. E. (2022). El sueño de Ulises. El Mediterráneo, de la guerra de Troya a las pateras. Madrid: Taurus.

» Sabaté, F. (1994). El veguer a Catalunya. Anàlisi del funcionament de la jurisdicció reial al segle XIV. Barcelona: Universitat de Barcelona.

» Sabaté, F. (1997). El territorio de la Catalunya medieval: percepció de l’espai i divisió territorial al llarg de l’edat Mitjana. Barcelona: Publicacions de la Fundació Salvador Vives i Casajoana.

» Salicrú, R.; Vela, C. (2017). Necrologia. María Teresa Ferrer i Mallol (1940-2017). Anuario de Estudios Medievales, 47, 1, 361-395.

» Salrach, J. M. (dir.) (1978). Història de Catalunya. 6 vols., Barcelona: Salvat Editores.

» Salrach, J. M. (dir.) (1980-1983). Historia Universal. 10 vols., Barcelona: Salvat Editores.

» Salrach, J. M. (1987). Història de Catalunya. II. El procés de feudalització. Segles III-XII. Barcelona: Edicions 62.

» Salrach, J. M. (1993). Del Estado romano a los reinos germánicos. En torno a las bases materiales del poder del Estado en la Antigüedad Tardía y la Alta Edad Media. En De la Antigüedad al Medievo. Siglos IV-VIII. III Congreso de Estudios Medievales. Fundación Sánchez Albornoz, 95-142.

» Salrach, J. M. (2002). La Corona de Aragón. En Carrasco, J.; Salrach, J. M.; Valdeón, J.; Viguera, M. J. (2002, 305-344).

» Salrach. J. M. (2019). Michel Vovelle (1933-2018) i Guy Bois (1934-2019). Record i homenatge. Butlletí de la Societat Catalana d’Estudis Històrics, XXX, 339-346.

» Salrach, J. M. (2020). 805. Duoda, la comtessa escriptora i educadora. En Riquer (2020: 81-87).

» Salrach, J. M. (2022). Manuel Riu i Riu (1929-2011). Semblança. Barcelona: Institut d’Estudis Catalans.

» Sánchez, M. (1995). El naixement de la fiscalitat d’Estat a Catalunya (segles XII-XV). Vic: Eumo. Girona: Universitat de Girona.

» Sánchez, M. (2006). José Luís Martín, investigador de la Historia de Cataluña. Anuario de Estudios Medievales, 436, 489-505.

» Sánchez, M.; Ortí, P. (1997). Corts, Parlaments i fiscalitat: els capítols del donatiu (1288-1384). Barcelona: Generalitat de Catalunya. Departament de Justícia.

» Serra, E. (1980). El règim feudal català abans i després de la sentencia arbitral de Guadalupe. Recerques: historia, economía, cultura, 10, 2-32.

» Simon, A. (dir.) (2003). Diccionari d’historiografia catalana. Barcelona: Enciclopèdia Catalana.

» Soldevila, F. (1934-1935). Història de Catalunya. 3 vols., Barcelona: Alpha.

» Soldevila, F. (1952-1959). Historia de España. 8 vols., Barcelona: Ariel.

» Soldevila, F. (1955). Els grans reis del segle XIII. Jaume I. Pere el Gran. Barcelona: Editorial Vicens-Vives.

» Soldevila F. (ed.) (1971). Jaume I. Bernat Desclot. Ramon Muntaner. Pere III. Les Quatre Grans Cròniques. Barcelona: Selecta.

» To, Ll. (1993). Le mas catalan du XIIe siècle: genèse et évolution d’une structure d’encadrement et d’asservissement de la paysannerie. Cahiers de civilisation médiévale, 36, 151-177.

» To, Ll. (1993). Señorío y familia: los orígenes del hereu catalán (siglos X-XII). Studia Historica. Historia medieval, 11, 57-79.

» To, Ll. (1997). Família i hereu a la Catalunya nord-oriental. Segles X-XII. Barcelona: Publicacions de l’Abadia de Montserrat.

» Vicens Vives, J. (1936). Ferran II i la ciutat de Barcelona, 1479-1516. Barcelona: s.n.

» Vicens Vives, J. (1940). Política del Rey Católico en Cataluña. Barcelona: Destino.

» Vicens Vives, J. (1945). La historia de los remensas (en el siglo XV). Barcelona: Instituto Jerónimo Zurita.

» Vicens Vives, J. (1956). Els Trastàmares (segle XV). Barcelona: Editorial Teide.

» Vicens Vives, J. (dir.) (1957-1959). Historia Social y Económica de España y América. 5 vols., Barcelona: Editorial Teide.

» Vicens Vives, J. (1958). Industrials i polítics del segle XIX. Barcelona: Editorial Teide.

» Vicens Vives, J. (1959). Manual de historia económica de España. Con la colaboración de Jordi Nadal. Barcelona: Editorial Teide.

» Vicens Vives, J. (1969). Coyuntura económica y reformismo burgués. Barcelona: Ariel.

» Vicens Vives, J., Vidal Sobrequés, Taradell, M., D’Abadal R., et al. (1955). Biografies catalanes. Sèrie histórica. Barcelona: Ed. Vicens Vives.

» Vilanova Vila-Abadal, F. (2003). El lugar historiográfico de Ramon d’Abadal i de Vinyals en el siglo XX catalán. En R. d’Abadal (2003). L’abat Oliba, bisbe de Vic, i la seva época. Pamplona: Urgoiti editores, XI-CLXXXIII.

» Vilar, P. (1946). Histoire d’Espagne. París: Les Belles Lettres (edición española de 1959, reedición de 1988: Barcelona: Crítica).

» Vilar, P. (1956-1959). Le déclin catalán du bas Moyen Âge. Hypothèses sur sa chronologie. Estudios de Historia Moderna, 6, 3-68.

» Vilar, P. (1962). La Catalogne dans l’Espagne moderne. Recherche sur les fondements économiques des structures nationales. 3 vols., París: S.E.V.P.E.N. (edición catalana de 1964-68, Barcelona: Edicions 62).

» Vilar, P. (1964). Crecimiento y desarrollo. Economía e historia. Reflexiones sobre el caso español. Barcelona: Ariel.

» Vilar, P. (1969). Oro y moneda en la historia (1450-1920). Barcelona: Ariel.

» Vilar, P. (1982). Estat, nació, socialisme. Estudis sobre el cas espanyol. Barcelona: Curial.

» Vovelle, M. (1978). Piété baroque et déchristianisation en Provence au XVIIIe siècle. París: Editions du Seuil.

» Vovelle, M. (1983). La mort et l’Occident de 1300 à nos jours. París: Gallimard.

» Wickham, Ch. (1984). The other transition: from de ancient world to feudalism. Past and Present, 103, 3-36.


1 Una versión distinta, por ejemplo, de la que se daba en el Diccionario de Historia de España (1968) que también consultábamos para la redacción de nuestros artículos.

2 Puede consultarse la biografía de todos los historiadores mencionados en Simon (dir.), 2003.

3 Han sido sobre todo las historiadoras modernistas Núria Sales y Eva Serra las que han demostrado que la Sentencia Arbitral de Guadalupe (1486) propició el fin de la servidumbre, a cambio de la redención o conversión de los malos usos en censos, pero mantuvo y consolidó el régimen señorial, esencia del feudalismo, que así se mantuvo hasta el siglo XIX (Serra, 1980).

4 Precisamente cuando Miquel Gual dejó la UB para trasladarse a la Universidad de Granada en 1971, nosotros nos hicimos cargo de la asignatura de Historia de la Corona de Aragón que, en turnos de mañana y tarde-noche, compartimos con Jaume Sobrequés; la impartimos hasta nuestro traslado a la Universitat Pompeu Fabra (UPF) en 1993.

5 José Luís Martín publicó también sólidos trabajos de investigación sobre la Cataluña medieval (Sánchez, 2006).

6 Asamblea constituyente del Sindicato Democrático de Estudiantes de la Universidad de Barcelona celebrada en el convento de los capuchinos de Sarrià, en Barcelona, del 9 al 11 de marzo de 1966. Fue un acto político de oposición al franquismo.

7 La mejor prueba es su libro sobre los cereales y el pan (Riera, 2017).

8 Manuel Sánchez y sus discípulos han dado a conocer el resultado de estas investigaciones en muchos lugares, pero sobre todo en una serie de volúmenes anejos al Anuario de Estudios Medievales. Manuel Sánchez, además, ha publicado una breve síntesis de estos Trabajos (Sánchez, 1995).

9 De quien leíamos su libro en aquellos años sobre las revoluciones populares, escrito junto a Michel Mollat (Mollat y Wolff, 1970).

10 Como cuando en los ochenta organizamos con Pierre Bonnassie el intercambio de estudiantes Erasmus entre la Universidad de Toulouse-Le Mirail y la de Barcelona, que reservamos a estudiantes de Barcelona que iban a hacer la tesina a Toulouse bajo la dirección de Bonnassie y estudiantes de Toulouse que venían a hacer la maîtrise a Barcelona bajo nuestra dirección.

11 Déleage, quizá el principal discípulo de Marc Bloch, murió en el frente durante la II Guerra Mundial.

12 De la reseña de Thomas Bisson (1998): Si sus hallazgos no pueden ser replicados en todos los aspectos para otras regiones comparables de Cataluña, suponen, sin embargo, una gran tesis en historia provincial, quizás la más completa que se ha intentado para las sociedades rurales de la Cataluña bajomedieval. Los resultados son en conjunto suficientes para justificar la ejemplificación respecto a las categorías neomarxistas de Guy Bois y otros, de modo que una historia rica en información respecto a una sociedad rural se convierte en el laboratorio para una conclusión teórica ampliada. (Traducción del Comité Editorial).