A finales de enero: la historia de amor más triste de la Transición

Javier Padilla (2019).
Tusquets Editores: Barcelona. Colección Tiempo de Memoria, Serie Volumen Independiente, 420 páginas.

Horacio Bonelli

Con esta obra Javier Padilla-Torres se alzó con el Premio Comilllas en su XXXI edición, galardón señero del ámbito de la no ficción sobre temas y personajes de interés histórico, político y cultural establecido allá por 1987 por Antonio López Lamadrid, y patrocinado por el Fondo homenaje homónimo, constituido en la Fundación José Manuel Lara.

Para empezar, y desbrozando la arada, sería difícil realizar observaciones que no sean de fuste en cuanto a la composición del jurado constituido a los efectos de la presea. Presidido desde 2012 por José Álvarez Junco e integrado para esta ocasión por Miguel Ángel Aguilar, Francesc Carreras, José María Ridao y Josep María Ventosa.

Desde el Prólogo, Javier Padilla propone explícitamente una variedad de objetivos específicos: profundizar en las vidas de Dolores González Ruiz –Lola–, Enrique Ruano y Javier Sauquillo, junto a otros participantes del antifranquismo en las décadas de 1960 y 1970; elaborar una obra rigurosa aunque no estrictamente académica; controlar los sesgos de la memoria y siempre indicar la procedencia de la información; y conjurar en los casos de Enrique y Javier, y por el tiempo transcurrido, la deformación de sus personalidades. También, sin ser menor, ansía no quedar atrapado en algunas instrumentaciones políticas que se ensayaron de las truncadas vidas de Enrique (muerto en 1969 por la aparato represivo del dictador) y Javier (asesinado en Atocha por pistoleros de la extrema derecha en 1977), como además desterrar de plano descripciones psicológicas aventuradas e infundadas, y que tanto menoscabo hicieron ya en las épocas de los hechos a pesquisar.

Conviene advertir de manera llana y directa que tan esperanzados objetivos serán alcanzados. Ya la convocatoria del concurso establece que se valorará especialmente que las obras presentadas estén bien escritas, estructuradas y sean de lectura amena. Asimismo, en la historicidad misma de dicho premio, se sopesa el esfuerzo documental, de material editado e inédito, valioso y múltiple. En consonancia, la cantidad y calidad de citas, entrevistas, material bibliográfico, videos, documentales y hasta blogs personales dan probanza de la detallada selección y de la abrumadora exposición de fuentes y soportes novedosos que desafían la tarea autoral. Junto a la precisión evidenciada es meritorio el abonar una lectura agradable y ágil de la obra. Tal que su aparato erudito se despliega equilibradamente en la docena de capítulos que componen el cuerpo principal del texto; sustentando adecuadamente la propuesta investigativa con una narrativa acorde.

La reconstrucción de ese ramillete de vidas en sus múltiples e inabarcables aspectos se facilita desde el hilo conductor de la existencia de Lola González Ruiz, quien va liándose –y adrede escogemos el término–con la vida institucional, académica, intelectual y política de la España antifranquista. Y de sus dos aciagos y sucesivos amores: Enrique y Javier. Intelecto, acciones, sucesos y tragedias jalonan un devenir humano, político y sentimental que los toma como emblema pero los expone como prototipos.

Ese contenido y modo expositivo entronca en la historia narrativa reciente de España que viene trabajando filosas trayectorias personales o grupales que, por motivos diversos, distorsionan un panorama tan apacible como simulado. Vidas malditas, casi imposibilitadas de germinar, en una España anterior a la transición y que en la democracia amanecía trémula. Que exigió, en la curva histórica, encuentro, reconciliación y moderación. Alcanza con repasar las peripecias del Partido Comunista Español para ser legalizado en ese “rojo sábado santo” de abril de 1977. Por supuesto que los sectores y ámbitos que siempre se desplegaron en defensa de los derechos cívicos y políticos, continuaron haciéndolo. Pero fueron mermando para llegar a ser minoritarios y escasamente visibilizados. Resultó que el sosegado mundo construido desde un relato canonizado por variados oficialismos, pero también con participación de actores políticos y sociales diversos, devino en pretendida condición velada o expresa de la apertura política, y esa veladura viene rasgándose hace tiempo. Escenario ibérico vivido como ajeno y ficcional por muchos protagonistas de la época, un caso tan emblemático como omiso es el de esta Lola, pero también otros que volvían con gran protagonismo y promesa desde el exilio. Nos referimos concretamente a José Martínez Guerricabeitia, factótum clave de Ruedo ibérico

En la trastienda espera un contrasentido gravoso pues esa violencia desplegada en la transición fue la que concluyó reconduciendo y estabilizando la consolidación de la democracia, con las pústulas así adquiridas y que hubo de endosar.

Vidas paralelas doblemente malditas por no nacer plenamente en el escenario público de entonces y por protagonizar los episodios más violentos en el caso de Lola, u olvidos mayúsculos en el caso de José Martínez; de una realidad que obligó una momentánea marginación devenida en postrera.

Conviene detenerse en el capítulo “Crítica comunista y precursora del movimiento vecinal” que actualiza y despliega los últimos trabajos, registrando la ingente cantidad de víctimas letales y hospitalizadas por violencia política, entre 1975 y 1982, sustrato negado de una teleológica secuencia “virtuosa” que iría del óbito de Franco a la victoria del PSOE en aquel octubre de mayoría absoluta. Esta contabilidad trágica ubica a España en uno de los procesos más violentos de la Europa de la época, con una violencia oficiada a derecha e izquierda y con lugar descollante de ETA. La perspectiva temporal, y unos incuestionables archivos foráneos recientemente desclasificados, ponen sobre el tapete la perduración del desconsuelo, no solo la izquierda daba sus sablazos, una estructura fascista y paraestatal también, con el agravante del ocultamiento.

Microhistorias, heterogéneas pero todas dolorosas, enlazándose con la historia institucional, política y cultural de época, y que hacen crujir desde los márgenes eruditos el oficio histórico institucional de la España de la transición a la democracia.

Justamente destaca la obra en su andadura por los bordes académicos en al menos tres sentidos. Primero, no defrauda un modo expositivo que logra dar el tono de cada periodo y la selección de problemáticas planteadas y desarrolladas. Actores sociales relevantes, organizaciones operantes, hechos particulares y contextos históricos en sus especificidades locales e internacionales. Se cruzan testimonios y fuentes que advierten las tensiones, incongruencias, errores y aciertos sobre hechos y personajes. Segundo, ningún párrafo alberga proposiciones inapelables cuando no hay suficiente carga probatoria o razonabilidad, no prosperan descabelladas explicaciones o caracterizaciones, de las preferencias y definiciones de los protagonistas. Cautela, moderación y celo guían el recorrido a lo largo de las algo más de cuatrocientas páginas, afirmándose en no re victimizar desde la narración, a los personajes más infaustos. Tercero, la selección de problemáticas trabajadas resulta adecuada en la reconstrucción de esas vidas, reflejo de una obra elaborada y compleja, como la realidad que en perspectiva histórica recrea.

Mencionamos ut supra el acierto de las temáticas trabajadas a lo largo de la obra para lograr comprender las vidas de Lola, Enrique y Javier. En efecto, se analiza la niñez, las familias madrileñas de los años cincuenta, el lugar ocupado por el catolicismo, los espacios formativos o los grupos de referencia. Se aporta riquísima información del ámbito universitario bajo el franquismo: nombramiento y renovación de docentes, programas de estudios, depuración ideológica, enfrentamientos entre las agrupaciones estudiantiles y sindicales universitarias, encuentro y convivencia de jóvenes de diferente sexo, ebullición cultural y movilizaciones en el ambiente madrileño. Acciones, asambleas y enfrentamientos encuentran a nuestros protagonistas insertos en la comunidad académica en distintos momentos, como subalternos o protagonistas.

La vida de Lola, al sobrevivir a sus dos compañeros, manifiesta las dificultades de amoldarse a una España que, para intentar ese destino de país “normal”, al uso europeo, debió soslayar sucesos tan traumáticos de su historia reciente. Como otros, casi anónimos, esa frágil mujer quedo atrapada entorno a su pasado asfixiante y clavada en un presente perpetuo igual de agobiante.

Allí, en devenir análogo, también objeto de trabajo y estudio del ensayo español reciente,1 se nos aparece lo vivido por José Martínez Guerricabeitia, ese extraordinario personaje que desde el ostracismo en Francia generó, junto a otros, la editorial Ruedo ibérico y que iluminó la noche más oscura de España. Nuestros protagonistas, como Ruedo ibérico mismísima y literalmente, llenan las páginas de la historia antifranquista desde inicios de los años sesenta hasta bien entrados los setenta. Y desde adentro y afuera del terruño peninsular, en la clandestinidad política o libresca, dan batalla desigual al régimen casi omnipotente.

Pudieron ser Lola, Enrique y Javier jugándose en el derrotero del Frente de Liberación Popular (FELIPE), y luego desde el ala más libertaria del PCE. Pudo serlo, con igual validez, un José Martínez quién, sin renunciar a su opción anarquista, tomó a hombros una empresa editorial, radicalmente libre, estrictamente rigurosa y substancialmente pedagógica. Pero en definitiva fueron esos tránsitos los que se dieron de bruces con la España naciente de la transición. Lola por quedar presa de las desgracias, los asesinatos de Enrique y Javier, las secuelas en su cuerpo del “fusilamiento” de Atocha, el malestar, la incomodidad social y a la postre la depresión fatal. Todo acontecía en ese país cuyas nuevas generaciones, con la connivencia de sus dirigencias, resbalaban sobre un pactismo al uso propuesto por el régimen que, si bien lograría los cambios encomendados a la modernidad cívica y política, demandó la prescripción de muchas banderas salvaguardadas en la lucha opositora.

Claramente agonizaba una época y con ella una parte de sus protagonistas. José Martínez, experimentó en el posfranquismo el olvido y la desaparición pública. Al final de su vida dirigió sus postreros y críticos análisis contra la inauguración del felipismo (esta vez de un Gonzalez), que, y no podía ser de otra manera, también defraudaba a la supérstite Lola.

Por muchas de sus características creemos que obras como la de Javier Padilla convergen en tiempo y espacio, y ponen sobre el tapete provechosamente como desde las orillas soslayadas por los académicos, se comiencen a valorar y calibrar en su dimensión histórica esas incómodas trayectorias, que en su solo transitar desmontan mitos historiográficos justo antes de que se fosilicen y la faena se dilate en desmitificar antes de historiar. La demanda surge con toda su importancia al apreciar que el legado de una generación no se tiene que asumir fatalmente sin apelar al beneficio de inventario. Transitamos solicitudes de reapertura del caso de Enrique Ruano. Hay un intento de visibilizar en las nuevas generaciones la violencia franquista. Lola mereció recordatorios, llego a la asesoría técnica de actividades políticas y compromisos de la Fundación Abogados de Atocha. Pero las vidas se iba apagando, la de Lola y su compañero final José María Zaera. Ambos murieron juntos el 27 de enero de 2015. Las víctimas de una parte de la historia de España cerraban su ciclo existencial, en extraña coincidencia, por víctimas y, todas también, otra vez más a finales de enero.


1 Forment, A. (2000). José Martínez: la epopeya de Ruedo ibérico. Barcelona: Anagrama.