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Lía Schwartz en el recuerdo
El 31 de mayo 2020 falleció Lía Schwartz, insigne filóloga e hispanista, quien a lo largo de vasta y rica trayectoria honró con su conocimiento y amistad a la comunidad del Instituto de Filología y Literaturas Hispánicas “Dr. Amado Alonso”. La dirección de la revista Filología, como expresión de gratitud y sincero homenaje, publica a continuación un texto del profesor Juan Diego Vila.
Juan Diego Vila
Universidad de Buenos Aires, Argentina
El pasado 31 de mayo nos llegó la dolorosa noticia del fallecimiento de Lía Schwartz (Corrientes, 1941-Nueva York, 2020). Casi sin mediación, genuinas muestras de pesar se fueron sucediendo, al modo de necrológicas y semblanzas, con hermosos textos de circulación masiva o institucional y también soportes audiovisuales que procuraron cifrar, con la calidez y admiración que su persona merecía, a quien fue en vida incansable investigadora, docente dedicada y lectora perspicaz.
Lo propio de Lía, su marca distintiva en un universo académico cada día más volcado a los particularismos, a los compartimentos estancos y a la jerarquización distorsiva de inéditos, fue la delicada articulación de dos universos culturales que había aprendido a amar en sus años de formación en la Universidad de Buenos Aires: el de las antigüedades grecolatinas y el de los autores clásicos españoles de los siglos XVI y XVII.
No es dato menor ni azaroso que, en su modo de entender la filología y la práctica académica, hayan pervivido diversas señas de afiliación con sus maestros. Muchos han recordado sus clases de literatura inglesa con Jorge Luis Borges, pero ella atesoraba, con análoga valoración, el impacto de sus maestros de latín y griego (Eduardo Prieto, Eihardt Schlessinger y Guillermo Thiele), las clases de gramática e introducción a la literatura de Ana María Barrenechea y la oportunidad de haber participado en 1962 del último curso de posgrado sobre líricos renacentistas que impartió en Argentina María Rosa Lida de Malkiel.
Luces y sombras perfilan, desde esta terra australis, su recuerdo. El prolijo hilván de todo lo logrado profesionalmente con posterioridad por Lía en ámbitos internacionales dice también, para quien quiera oírlo, la pérdida sustantiva sufrida por tantas casas de estudio nacionales cuando ‘la noche de los bastones largos’ terminó expulsando de los claustros universitarios –y del país– a una eminente pléyade de académicos de las más variadas disciplinas. Lía, junto a su esposo Isaías Lerner, fue una más de ese sombrío contingente. Y si bien en reiteradas ocasiones los dos pensaron en reinstalarse en Buenos Aires junto a su hija Betina, lo cierto es que la complejidad y las particulares circunstancias de los exilios no habilitaron, en todas las ocasiones, segundas oportunidades.
Pero también es justo precisar, no obstante, la nostalgia que su ausencia pudo haber producido durante tantos años, cómo, en cada retorno a su país, obró generosamente con tantos colegas que reencontró o comenzaba a conocer; cómo, desde su posición central en tantísimas asociaciones profesionales, buscó potenciar y volver conocido el hispanismo argentino del que se sentía heredera.
Lía floreció profesionalmente en distintas universidades de Estados Unidos (Fordham University, Princeton University, Dartmouth College, The Graduate Center of The City University of New York). En todas ellas hizo gala de una capacidad de resiliencia única. Enseñó español cuando no era conocida, impartió los cursos que otros le asignaban o vivió en otra ciudad en ocasiones en que, legalmente, las casas de estudios norteamericanas impedían que dos cónyuges integraran el mismo departamento. Nada la detuvo. Al punto que podríamos decir que hizo carne el tópico cervantino de las ‘adversidades provechosas’: supo hacer de cada contratiempo existencial un crisol idóneo para fortalecerse. Todo lo cual, sin duda, explicará por siempre el legado de su producción crítica. Pues ella testimoniaba, a diario, la felicidad de trabajar incansablemente, de pensar, de sentir curiosidad.
Lía fue sin duda una de las más insignes quevedistas de nuestro tiempo: Metáfora y sátira en la obra de Quevedo (1984), Quevedo: discurso y representación (1986), Quevedo. Poesía selecta (1989) y Un Heráclito cristiano, Canta sola a Lisi y otros poemas (1998) (ambos en coautoría con Ignacio Arellano) o Quevedo a nueva luz: escritura y política (coedición preparada con Antonio Carreira, 1997) fueron sus primeros grandes aportes. Y resultó elegida, por la Editorial Castalia, para elaborar la edición crítica anotada de La Fortuna con seso y La Hora de todos (2003) en el proyecto general de las Obras completas en prosa. Sus lecturas, con todo, no se ciñeron al señor de la Torre de Juan Abad. En 2005 seleccionó, para la Universidad de Málaga, trabajos previos sobre muy varios autores cuya especificidad dilucidaba en el diálogo con los clásicos griegos y latinos (De Fray Luis a Quevedo. Lecturas de los clásicos antiguos). Por fin, en 2013, la Universidad de Salamanca editó Bartolomé Leonardo de Argensola y la sátira. Cinco ensayos.
Colegas y discípulos de todas las latitudes le rindieron tributo, en el año 2019, con el volumen de homenaje Docta y sabia Atenea. Studia in honorem Lía Schwartz. Los videos grabados en la presentación neoyorquina la muestran feliz, agradecida e igualmente entusiasmada por seguir pensando, leyendo y estudiando a sus autores dilectos.
Por eso, pienso que, como ocurre con todos los grandes maestros, su finitud no será tal, sino que siempre estará viva y actual en sus escritos. Por eso mismo, también, creo adecuado enfatizar que la literatura la hizo muy feliz y que ella misma, al pensar en su obra, bien podría haber remedado a su querido Horacio diciéndose “non omnis moriar”.