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The Global First World War. African, East Asian, Latin American and Iberian Mediators

Ana Paula Pires, Jan Schmidt and María Inés Tato (eds.) (2021).
Londres/Nueva York: Routledge, 248 pp.

Salvador Lima

Universidad del Salvador, Argentina
salvador.lima.89@gmail.com

Coordinada por Ana Paula Pires, Jan Schmidt y María Inés Tato, The Global First World War es una obra colectiva originada en las discusiones de tres talleres llevados a cabo en Buenos Aires, Lovaina y Sevilla, con motivo del Centenario de la Primera Guerra Mundial. La idea central del libro es explicar el modo en que el conflicto involucró a las sociedades de África, Asia, América Latina y la península Ibérica, regiones periféricas de los imperios en pugna o del sistema internacional vigente, que no participaron directamente de la conflagración o que lo hicieron de manera menos intensa y tardía. De este modo, los colaboradores tratan los efectos de la Primera Guerra Mundial en comunidades que, aunque alejadas de los campos de batalla, fueron plenamente impactadas por periodistas, intelectuales, activistas humanitarios, trabajadores, editores, militares y diplomáticos que mediatizaron el conflicto en los países periféricos, transmitiendo sus propias interpretaciones y experiencias de la guerra. Como se sostiene en la Introducción del libro, la mediación de estos actores fue una manera de dar sentido social a la guerra, a través de procesos que no fueron estrictamente neutrales. Siguiendo los avances producidos por el giro transnacional y la historia global, los autores explican la actividad de los mediadores como formas de representación, apropiación y transformación de las interacciones transnacionales, entre los hechos violentos de la guerra y sus sociedades domésticas.

Las colisiones y los intercambios de la guerra global produjeron un incremento de los encuentros culturales que los años previos del imperialismo y de la mundialización del comercio habían intensificado. Muy significativo fue el empleo de 140 mil trabajadores chinos por parte de los ejércitos británico y francés, explicado por Xu Guoqi, en el primer capítulo del libro. Según el autor, mientras que para Gran Bretaña y para Francia el empleo chino fue una manera de reemplazar a los trabajadores nacionales destinados al frente, el encuentro entre los campesinos chinos y los militares occidentales que los supervisaban medió en el proceso de acercamiento entre ambas culturas. A través de testimonios europeos, Xu explica las dificultades de adaptación de los trabajadores orientales a la comida, a la vestimenta, a la disciplina y al ritmo de trabajo que les imponían sus superiores, así como el impacto producido en los europeos. En todo caso, el encuentro cultural fue una avenida de dos vías, en la que las ideas y las costumbres de cada lado se cruzan y dan una imagen del carácter transnacional de la guerra.

Los contactos internacionales entre las naciones europeas y asiáticas eran previos al conflicto. En el capítulo dos, Maj Hartmann analiza el impacto de la guerra y las restricciones al comercio en Japón, donde el Estado había adoptado el interés por la cultura, la tecnología y la educación de Occidente como modelos para la modernización del país. De acuerdo con la autora, desde el momento en que la guerra naval redujo la llegada de libros, revistas y materiales educativos, el esfuerzo coordinado entre empresarios y ministros del Estado logró mantener la importación de papel y de productos literarios desde Occidente, creando nuevas formas de cooperación entre el sector privado y el público. Según Hartmann, al sostener el flujo de noticias y de publicaciones occidentales, estos grupos de interés hicieron de mediadores entre el conflicto europeo y una sociedad japonesa que, atravesando su propio proceso de modernización, estaba ávida de conocer las novedades de Occidente y los eventos de la guerra.

Lo mismo se puede decir de las sociedades latinoamericanas. Stefan Rinke dedica su capítulo a demostrar la mediación ejercida por la prensa, la literatura y la propaganda de guerra entre el público general y las elites de los países de América Latina. Según el autor, la diplomacia cultural francesa y los agentes económicos británicos se combinaron con la natural inclinación francófila de la dirigencia y de la intelectualidad para lograr una mayor penetración de la causa aliada, dificultando la labor de una Alemania demasiado mal conocida por parte de los ciudadanos latinoamericanos. Rinke logra demostrar los cruzamientos transnacionales de las representaciones de la guerra, ya que, a pesar de la neutralidad generalizada de América Latina, la propaganda, la prensa y la transmisión de noticias colocaron al conflicto en el centro de los debates del momento, produciendo divisiones políticas y movilizaciones urbanas.

A diferencia de otras regiones periféricas, las posesiones británicas en África vivieron el conflicto en su propio territorio. En el capítulo cuatro, Anne Samson analiza la mediación ejercida por la prensa y los funcionarios en las colonias del África Británica frente a las complicaciones económicas provocadas por la guerra. La proporción de población blanca, la extensión del control territorial y la vecindad con colonias alemanas determinaron la importancia de cada colonia a ojos de la administración y la prensa metropolitanas. En líneas generales, si la población blanca fue generalmente entusiasta con la guerra, dados los vínculos sociales y económicos con Inglaterra, Samson explica que las relaciones entre el Imperio y los súbditos indígenas eran más complejas de lo que parece, ya que no faltaron intelectuales africanos que criticaron el uso de soldados negros como carne de cañón, los métodos del colonialismo belga, las desigualdades raciales en las colonias y los efectos económicos del conflicto.

En el siguiente capítulo, Guillemette Martin toma el caso del periódico El Informador de Guadalajara, hoja liberal y favorable a los aliados, para evaluar la propaganda de los países beligerantes, los debates y la autonomía de la opinión pública en Jalisco. De este modo, Martin busca analizar la influencia de la guerra europea y el rol mediador de la prensa en parajes provinciales alejados de la centralidad de la capital mexicana, en un contexto de efervescencia interna, debido a la reciente guerra civil. De hecho, el debate sobre la guerra en México tiene particularidades que lo distinguen del resto de América Latina, ya que, por su historia de conflictos con Estados Unidos, la dirigencia posrevolucionaria y buena parte de la intelectualidad se inclinaron por Alemania. Dado que la legación alemana subsidiaba la propaganda en tono anticlerical y antiamericano, para congraciarse con el gobierno, los sectores conservadores y católicos apoyaron la causa aliada. En cuanto a El Informador, adoptó una postura independiente, liberal, crítica al gobierno y favorable a los Estados Unidos y los aliados. De este modo, Martin logra transmitir la especificidad de la influencia de la guerra en México, debido a las particularidades del país y de su historia reciente.

En el capítulo seis, Kwong Chi Man ubica el impacto de la Primera Guerra Mundial en un período de la historia china de conflictividad recurrente. Según el autor, los intelectuales chinos estaban sorprendidos por la magnitud del conflicto europeo, los niveles crecientes de nacionalismo y la importancia de la tecnología militar. Asimismo, formaron sus propias ideas sobre el nuevo orden internacional de Versalles, del que desconfiaban profundamente. El Estado envió sus propios observadores al teatro europeo, no solo para aprender de los desarrollos militares, sino también para estudiar su impacto en el conjunto de la sociedad. Como Kwong demuestra, la dimensión de la guerra total indujo a los ministros y militares chinos a considerar que, si querían restaurar la posición internacional de su país, debían imitar a las potencias beligerantes, extendiendo la injerencia del Estado en todos los niveles de la sociedad y de la economía para lograr la plena movilización de los recursos de la nación.

Como se señaló anteriormente, la guerra también fue representada y apropiada en Japón. En el capítulo siete, Jan Schmidt explica que el proceso de modernización del Estado y de la sociedad japoneses había producido una esfera pública desarrollada y una ciudadanía urbana informada, gracias a la extensión de la educación, la reproducción de la prensa y los contactos culturales y comerciales con Occidente. Al estallar la Gran Guerra, las discusiones intelectuales pasaron por todos los temas, desde las implicancias militares y territoriales del conflicto hasta cuestiones más profundas relacionadas con el orden internacional del futuro y el rol de Japón. El Estado japonés envió observadores a Europa y financió comisiones de investigación para el estudio del desarrollo tecnológico y de las consecuencias de la guerra económica desplegada por las potencias.

La prensa tuvo un lugar central en las percepciones de la guerra en Argentina. Como estudio de caso, María Inés Tato y Luis Dalla Fontana analizan las crónicas de guerra del teniente coronel Emilio Kinkelin, quien tuvo una serie de atributos que lo diferenciaron del resto de los corresponsales: era un militar de formación académica, manejaba el alemán y el francés, fue autorizado por el Ejército alemán a moverse con libertad entre ambos frentes y era una voz germanófila disonante entre la opinión pública argentina predominantemente favorable a los Aliados. Tato y Dalla Fontana logran exponer la lucidez de Kinkelin, sobre todo en sus conclusiones acerca de la evolución de la guerra como fenómeno. Además, transcriben sus columnas publicadas en el diario La Nación, en las cuales el teniente coronel mediatizó la causa alemana y polemizó con la prensa liberal, siendo acusado por los diplomáticos aliados de violar la neutralidad argentina y de colaborar con los alemanes. Los autores demuestran que, en una sociedad movilizada y con profundos vínculos con los países europeos, las mediaciones de los formadores de opinión, como Kinkelin, produjeron una suerte de beligerancia cultural intensa, que no logró romper el consenso en torno a la neutralidad.

La acción del personal consular de las naciones beligerantes también cumplió una función de mediación del conflicto en los países neutrales. Después de todo, los representantes diplomáticos debían tratar de convocar la mayor cantidad de apoyos y anular la influencia de sus adversarios. Como expone Carolina García Sanz, en el caso de España la actividad de las legaciones de los Estados en pugna se extendió al espionaje, la corrupción de políticos y de empresarios, la propaganda y los disturbios sociales. De acuerdo con la autora, las operaciones de los servicios de inteligencia de los beligerantes hicieron de España una suerte de escenario de “guerra encubierta” que, junto con las implicancias económicas desfavorables del verdadero conflicto, demostró la debilidad española y el escaso realismo de los que proponían utilizar la guerra europea para obtener ventajas en el sistema internacional.

El conflicto también fue vivido intensamente en Portugal. En el último capítulo, Ana Paula Pires y Rita Nunes explican que el período 1914-1918 fue un momento de afirmación internacional para la joven república portuguesa, la cual combinó la asistencia humanitaria en Europa con el envío de tropas a las colonias africanas. En esta dinámica, las autoras remarcan el rol de las organizaciones humanitarias y de las iniciativas voluntarias ciudadanas que articularon las campañas de propaganda en la Península y las necesidades de asistencia en el frente. Estos movimientos moldearon lo que los portugueses entendían por la paz y por la guerra y lograron la participación indirecta de la sociedad portuguesa en el conflicto. Las interacciones a favor de las contribuciones voluntarias y del esfuerzo de guerra también sucedían en Angola y Mozambique, así como entre las diásporas portuguesas en Brasil y Estados Unidos. Como demuestran Pires y Nunes, la guerra y la movilización humanitaria generaron un momento de unidad de la comunidad lusitana en tres continentes distintos.

En síntesis, los casos estudiados aportan múltiples perspectivas y nuevas preguntas sobre el carácter global de la Primera Guerra Mundial. A partir del enfoque transnacional y del análisis de las representaciones e interpretaciones que los mediadores domésticos realizaron del conflicto, la obra demuestra que no es necesario ser una nación beligerante para experimentar el fenómeno de una guerra mundial, observando las conexiones dinámicas entre el conflicto y las periferias y los efectos en la cultura y el debate político locales. Al descentralizar y deseuropeizar el eje de estudio, el libro contribuye a una comprensión más compleja y holística de la Gran Guerra y su dimensión internacional.