Distancia y compromiso (segunda parte). Romanticismo militar y Defensa Social en las primeras décadas del siglo XX en Argentina1
Aldo Avellaneda
Universidad Nacional del Nordeste, Argentina
aldo.avellaneda@comunidad.unne.edu.ar
Fecha de recepción: 28/9/2021
Fecha de aprobación: 14/4/2022
Resumen
En el presente artículo procedo a vincular algunas metamorfosis en el pensamiento militar de las primeras décadas del siglo XX en Argentina con la denominada “cuestión social”. En esa dirección, parto por consignar una mutación en dicha forma de pensamiento, a la que refiero como “romanticismo militar”, dada en el periodo de la Gran Guerra y la Revolución Rusa y, en este marco, la asociación de la Defensa Nacional a la Defensa Social. En una dirección inversa a la recorrida hasta aquí por la literatura, me intereso por los rasgos de los propios espacios militares y no por los escenarios de intervención pública de la fuerza. En ese sentido, describo tres vías de producción y propagación de estos nuevos tonos reflexivos al interior del mundo militar en la tercera década: el grado de circulación de la literatura propia y su tonalidad, la función de los casinos de suboficiales, así como nuevas intensidades en los vínculos religiosos.
Palabras clave: Mundo militar, Cuestión social, Ejército, Historia del pensamiento, Romanticismo militar
Involvement and Detachment (Second Part). Military romanticism and Social Defense in the first decades of the 20th century in Argentina
Abstract
This article links some metamorphoses in the military thought of the first decades of the 20th century in Argentina with the so-called “social question”. In this direction, I start by consigning a mutation in this way of Thought, which I refer to as “military romanticism”, given in the period of the Great War and the Russian Revolution and, in this framework, the association of “National Defense” to the “Social Defense”. In contrast to the one covered up to now by the literature, I am interested in the features of the military spaces themselves and not in the scenarios of public interventions. In this sense, I describe three routes of production and propagation of these new reflective tones within the military world in the third decade: the degree of circulation of own literature and its tonality, the function of the NCO Casinos, and new intensities in the religious ties.
Keywords: Military world, Social question, Army, History of thought, Military romanticism
Introducción
En líneas generales, la literatura ha utilizado el sintagma “cuestión social” para referirse a una gama variada de conflictos y situaciones percibidas como perjudiciales para un sector de la población (aunque y dependiendo del caso, con efectos sobre la seguridad y salud públicas) y a la panoplia de nuevos diagnósticos y mecanismos de intervención que sobre tales conflictos y situaciones se proponía, estimulaba y ejecutaba desde el gobierno político y/o desde algunos sectores sociales dirigentes con el objetivo de proceder a una “integración”, “asimilación”, “pacificación”, de acuerdo a los peligros identificados. Para el caso argentino, el trasfondo de estas convulsiones y de la percepción de un escenario de riesgos e inseguridades es generalmente apuntado a la reorganización socio-económica del país en las últimas décadas del siglo XIX y primeras del siglo XX: la industrialización, la urbanización, la inmigración y sus aspectos derivados.
En torno a este escenario, y como menciona Suriano (2000: 8), la cuestión obrera era central, aunque a la vez resultaba rebasada y excedida por problemas asociados pero heterogéneos, como el rol de la mujer o la situación indígena. Del mismo modo, tampoco los mecanismos de intervención provenían exclusivamente del campo económico. Por caso, el nuevo fenómeno del pauperismo urbano en las últimas décadas del siglo XIX aglutinó sobre sí vectores de intervención económico-laborales, pero también sanitarios y morales. La gama de “poblaciones blanco” resulta, además, variada: menores, mujeres, trabajadores, menesterosos, discapacitados, en fin, toda una progresión de “desafiliados” de los mecanismos de productividad y contención social que pasaron a representar, de modo potencial y no tanto, peligros de diverso tipo, según las preocupaciones e intereses de los sectores política y económicamente dirigentes.
Los estudios relacionados a estos aspectos pueden individualizarse según el vector de indagación privilegiado: la especificidad temática o la delimitación político-territorial, aunque en la mayoría de los casos aparecen combinados. Se han desarrollado estudios sobre la cuestión social y sus vínculos con la economía, la religión, el trabajo, la educación, la infancia, las mujeres y el hogar, las políticas públicas y los saberes expertos, la salud y la seguridad (Aguilar, 2013, Asquini, 2016; Castelfranco, 2016; Girbal de Blacha y Ospital, 1986; Farías, 2013; González Leandri 2000 y 2013; Lvovich y Suriano, 2006; Mollés, 2012; Moretti, 2016 y 2017; Santos Lepera, 2015; Suriano 2000, 2001 y 2013, entre muchos otros).
En este marco, la vinculación del ejército con la “cuestión social” ha sido abordada en unos pocos casos de modo explícito, asumiéndose en general su intervención como parte de la política de los grupos liberales reformistas de la esquina de siglos XIX y XX. De ese modo, aunque algo más tácito que descripto y analizado, se ha establecido una relación de proximidad entre los programas militares de principios del siglo XX y la “cuestión social”, fundamentalmente con la conocida “Ley Riccheri” de Servicio Militar Obligatorio (en adelante, SMO) y durante los años posteriores (Ablard, 2017; Rodríguez Molas, 1983; Silliti, 2018). En la misma dirección, para Forte, dicha reforma militar
[…] fue formulada en el intento prioritario de resolver el problema de la integración nacional de una población que en porcentaje cada vez mayor era de origen extranjero y reducir al mismo tiempo las medidas de represión violenta en contra de las categorías populares urbanas (Forte, 1999: 105).
En estos casos, se ha visto la organización del ejército en el proceso más general de construcción de una identidad nacional e incluso y de forma indirecta como pieza relevante en la nacionalización de la sociedad (Bertoni, 2007). En otros casos, el ejército ha sido visto como uno de los factores de movilización social, en el marco de la formación de corrientes nacionalistas (Cantón, 1971). El trasfondo común a todos ellos parece ser la prescindencia de las vicisitudes del mundo militar, sea en su especificidad técnico-profesional o en la regularidad de sus formas de comprensión de sí mismos y de sus entornos.
Un estudio reciente y de singular cercanía para estas páginas es el de Marina Franco (2020). Se observa allí un esfuerzo explícito por tratar de aislar los rasgos peculiares de las formas de percepción que habitaban ese mundo militar de la década de 1920. Dos líneas argumentales resultan importantes al efecto. En primer lugar, la autora cifra la singularidad de esos años en la comprensión de la “defensa nacional” como un prisma de inteligibilidad y de acción en relación al mantenimiento del “orden interno”. Con ello aspira a discutir cuestiones de periodización con aquellos estudios en los que “la asociación entre seguridad interna y defensa nacional aparece mayormente tematizada como un cambio en el poder militar recién desde fines de 1950, en el contexto de la Guerra Fría” (Franco, 2020: 212). Por otra parte, y en relación con lo anterior, vincula de ese modo las nociones de “defensa nacional”, “seguridad interior” y “orden interior”, trazando así una misma articulación conceptual para los años de su interés y aquellos normalmente visitados en los estudios relativos a los fenómenos de represión social por parte del ejército, aunque en las últimas líneas señale que entre ambos periodos “no hay una relación ni un proceso lineal”. Estos desarrollos brindan posibilidades de interlocución. A continuación, repongo brevemente el esquema analítico con el que vengo trabajando hace algunos años.
Como he tratado de mostrar en trabajos anteriores (Avellaneda, 2017a, 2017b, 2019a, 2019b y 2021; Avellaneda y Quinterno, 2021), puede caracterizarse el ethos militar (en este y en todos los demás casos, ceñido a las fuerzas de tierra) que habita esa esquina de los siglos XIX y XX en Argentina como apoyado en dos grandes campos de metamorfosis ligados, claro, entre sí. Por un lado, el aspecto técnico-profesional, vinculado a la incorporación de artefactos, la reorganización general de las armas y servicios, la profesionalización de combatientes, etc.2 Por otro, el diagnóstico que hacían los cuadros militares de sus múltiples entornos (económico, político, social, etc.) y los nuevos modos de verse a sí mismos en ellos. Considero que lo que llamamos “ejército moderno” es la resultante de este doble proceso, pues no pueden comprenderse los aspectos de profesionalización y modernización de la fuerza desligados de la simbiotización con los entornos, es decir, los modos en los que los propios cuadros se pensaban en la coyuntura de su tiempo. Y este aspecto de la simbiotización puede comprenderse a su vez por medio de las nuevas formas de distanciamiento y compromiso que se asumían reflexiva y afectivamente respecto a determinados dominios de la realidad.
En trabajos anteriores he denominado a este proceso el “doble esquema reflexivo-afectivo de la distancia y el compromiso”. He dedicado dos estudios previos a caracterizar el esquema de la distancia, describiendo la legitimación de un aparato jurídico de excepción y a la vez narrando la paulatina separación del campo político (en su función electoral, representativa). Este estudio viene a complementar a aquellos, y su objetivo radica en presentar las principales características de un pensamiento y una afectividad que, por el contrario, estuvieron vinculados con su tiempo a través de nuevas responsabilidades y nuevos sentidos del deber. Junto al interés y a la preocupación por la conducta económica del Estado, la implicación en la llamada “cuestión social” es otro de los rasgos capitales en esta metamorfosis de los compromisos en el mundo militar a inicios de siglo.
En este marco, la categoría de “romanticismo militar”, a diferencia de la de “defensa social”, no es nativa, sino analítica, en el sentido que con ella aspiro a nombrar y caracterizar lo que entiendo es una variación importante en el modo en que los cuadros militares pasaron a considerar sus entornos a partir de una coyuntura crítica emergente desde la mitad de la segunda década. Por el contrario, la categoría de “defensa social” fue utilizada de modo recurrente por los actores históricos. Fue promovida en un primer momento a través de saberes expertos particulares aunque luego, y de un modo más amplio y metafórico, por los cuadros militares hacia el final de la segunda década y comienzo de la tercera. Me sirvo de dicha categoría (de su uso por parte de los cuadros militares y de los objetos que por su intermedio se volvían inteligibles) para referir a la principal característica de ese romanticismo militar: la expansión y la heterogeneidad de elementos que buscaron ser resguardados bajo el paraguas de una nueva “defensa”.
El escrito está dividido a partir de aquí en tres apartados. En el primero presento, como episodio singular de la segunda y tercera décadas del siglo XX, lo que considero variaciones en el pensamiento militar que tienen como uno de sus efectos diluir lo “meramente militar” en un campo comparativamente extendido de preocupaciones e intereses. Seguidamente expongo el solapamiento que se produce entre Defensa Nacional y Defensa Social, a partir de la reconsideración de los peligros y los riesgos en el propio territorio. En tercer lugar, me detengo en lo que me parece fueron tres vías internas de canalización de estas sensaciones de nuevas obligaciones y responsabilidades: la rica gama de lecturas que fluye a lo largo de todo el arco de jerarquías, el rol de los casinos de suboficiales desde finales de la Gran Guerra, y una incipiente relación entre mundo militar y mundo religioso. En las conclusiones presento algunas consideraciones generales respecto a la vinculación de este estudio con la literatura sobre el tema.
Días de romanticismo militar y vinculación con la “cuestión social”
El “Programa” con el que en 1880 la Revista Militar y Naval (en adelante, RMyN) explicitaba sus objetivos comenzaba de la siguiente manera:
La aparición de la presente Revista, viene indudablemente a suplir la falta de un órgano especial, destinado a propagar en el ejército y en la marina, los adelantos y perfeccionamientos que recibe diariamente la ciencia militar y naval, y a facilitar a los gefes (sic.) y oficiales de mar y tierra, un medio de publicar y discutir las ideas y conocimientos propios, adquiridos con el estudio y práctica de la carrera que abrazaron; haciendo aplicaciones peculiares a nuestro país, a la calidad de nuestras tropas y a la topografía de nuestros ríos, puertos y costas (RMyN, 1, 15 de enero de 1880: 1).
En un mismo tono se presentaba, cuatro años más tarde (1884), la revista El Club Naval y Militar (en adelante CNyM) en su primer número.
La hora que marca la verdad científica o filosófica ha señalado un nuevo rumbo a la humanidad, mostrándole horizontes más despejados y correctos.
Lo misterioso, lo ficticio, lo irracional, tiende a desaparecer a medida que la ciencia penetra en las masas populares siendo el reactivo que disuelve el precipitado de ignorancia, que enturbia las acciones humanas, y enseña al hombre las leyes de la Naturaleza tan poco conocidas.
[…]
El hombre aislado nada puede; unido mucho.
Esta idea ha tomado tal incremento y dado tan fecundos resultados, que la vemos representada en todos los ramos del saber humano.
¿Era posible que el militar fuese ageno (sic) a toda idea de progreso, permaneciendo impasible al movimiento intelectual, sin importarle los beneficios que harán a los pueblos como al soldado mismo el ennoblecimiento de la profesión militar? (CNyM, junio de 1884: 1-2).
La voluntad y el afán por acuñar publicaciones para hablar de las artes militares y las artes de guerra fue por muchos años el norte conocido de los esfuerzos.3 En cambio, para los primeros años de la década de 1920, es decir, más de cuatro décadas después de aquel “Programa” de la RMyN, tres de las cinco publicaciones que circulaban en el medio militar dedicaban diferentes esfuerzos a combatir en el terreno ideológico-social y por lo menos dos de ellas debían sus nacimientos a tales combates.4 A diferencia de las publicaciones de las últimas dos décadas del siglo XIX, en estas últimas la mitad de las páginas elaboradas por todo concepto estaba más cerca de la formación cívica y moral antes que militar, en un sentido singularmente técnico-científico. La publicidad de los desarrollos intelectuales, los progresos técnicos, los adelantos y los perfeccionamientos en materia militar vendrían a quedar paulatinamente confinados a un sector de tales publicaciones (fundamentalmente aquellos que tenían por destinatarios a oficiales superiores y subalternos) y debían sobrellevar una tensa convivencia con una decidida y tenaz propagación de temas y posiciones que también eran materia de controversias en el mundo no militar. Pues bien, es en este fenómeno de interés por parte de los cuadros militares sobre objetos, temas y problemas, en parte novedosos y en parte antiguos, pero considerados en otro tiempo ajenos a sus reflexiones, en el que deseo detenerme en este apartado, señalándolo como uno de los aspectos más peculiares en las metamorfosis del pensamiento militar.
La conciencia del tipo de enfrentamiento con el que desde finales del siglo anterior venían dirimiéndose los conflictos interestatales quedó plenamente confirmada en la Gran Guerra. Las “luchas de naciones” dispusieron a los cuadros militares a enfrentar las vicisitudes de su formación en dos planos. Por un lado, la instrucción técnica y la modernización artefactual ligadas –como queda expuesto en el trabajo de Enrique Dick, aunque su límite temporal es 1912– a discusiones sobre estilos y concepciones de organización armada (vínculo de las armas entre sí, servicios auxiliares, proporción numérica entre personal de mando y personal subalterno, entre muchos otros aspectos) y a posibles “dependencias de camino” sobre modelos externos de organización militar y provisión de armamento.
Pero por otro lado estaba la cuestión del “espíritu nacional” y la necesidad de un vínculo afectivo, no solo entre los cuadros combatientes, sino con la población en general, y esto por razones igualmente militares. En ese sentido, los artículos, conferencias y libros sobre el “factor moral” producidos desde la segunda década en adelante no debieran comprenderse unilateralmente desde el punto de vista de un ejército preocupado por fenómenos “extramilitares”, tal como ha sido la línea de interpretación de algunos de los clásicos (Cantón, 1971; Rouquié, 1984). Las nuevas miradas al territorio, los factores económicos y el papel del Estado o los rasgos idiosincráticos de la población no forman parte en este nuevo escenario de un suplemento a la formación militar. Por el contrario, con las “guerras nacionales”, no pocos cuadros militares comenzaron a identificar la potencia y fortaleza de su organización con algo que en años anteriores les resultaba ajeno o extraño. Me refiero a la opinión pública, a los afectos y los humores de la población con respecto a lo militar. Esta fue otra de las novedades que trajo la guerra. Los libros del Tte. Cnl. Jáuregui (1916 y 1921), del Grl. Munilla (1916) y el del Tte. Cnl. Smith (1918) son pioneros en su género. Asegurar la paz, Defensa Nacional, Al pueblo de mi patria y El oficial como educador (La forja de un mañana vigoroso) están escritos para intervenir directamente sobre la opinión pública, interpelando nominalmente a un pueblo en el marco de lo que consideran una preparación imperiosa de la “defensa nacional” –en las cuatro obras la fórmula estaba consignada explícitamente como el trasfondo que les otorga sentido– (Jáuregui, 1916 y 1921; Munilla, 1916, Smith, 1918). Sus lectores no deben buscarse solamente en las instituciones militares. “Entregamos este modesto libro al afecto de nuestro pueblo” (Smith, 1918: s.n.).5 De ese modo se inicia el prefacio de un libro cuyo autor asumía en plenitud la originalidad de su empresa. “Este libro es el primero de su índole que aparece en el país, escrito por militares” (Smith, 1918: s.n.).
Con excepción de El oficial como educador, estos trabajos están signados por la angustia y la excitación de la primera guerra y aunque el país no se encontrase en zona ni riesgo directo de confrontación, la cohesión, la disciplina y la fortaleza psíquico-moral de los soldados vinieron a ser algo del mayor celo.
La noble Francia, que por sostener una libertad sin control, había permitido los desmanes antipatrióticos de dos franceses [se refiere a Urban Gohier, que confunde con Gustavo Hervé, y a Jaurés] y que por ceñirse a ese culto exagerado que confundió la libertad con la anarquía y la disolución, no impuso sino tres meses de arresto a uno de ellos dos años antes de la conflagración actual, tuvo que fusilar sin embargo, a muchos hombres, franceses también, cuando vino la guerra y la propaganda malsana dio sus frutos.
[…]
Así también en nuestro país, se anuncia públicamente por los diarios de Buenos Aires y de Montevideo, que los desertores argentinos han celebrado una reunión preparatoria de otra más numerosa, que será presidida por un miembro de nuestro parlamento nacional, a fin de convenir la fecha y forma en que se presentará al Congreso la ley de amnistía.
[…]
Los hechos relatados antes, además del perjuicio general que ocasionan a la reputación exterior e interior del país, están pervirtiendo cada vez más la moral y disciplina de nuestro ejército… (Jáuregui, 1916: 84-86).
En periodo de guerra, la opinión pública y, de un modo más general, el apoyo de la población, no es un asunto extramilitar. Su efecto sobre los combatientes y por su intermedio sobre el resultado de la contienda, tal como resultaba hipotetizado por los cuadros militares, ayuda a comprender el reclamo velado desde las páginas de la RM y de estos libros a los cuadros políticos, a fin de lograr su intervención en alguna forma.
Mientras que el Grl. Munilla identifica parte de la “modificación fundamental” que necesitaba el SMO con la inclusión de analfabetos como “plazas obligadas” (ingreso por selección y no sorteo), el Tte. Cnl. Smith señala al ejército como el lugar por definición de las nivelaciones que se le exige a la democracia.6 En el ejército no importan los títulos de nobleza y los atributos pecuniarios, y a la vez es el ejército el que enseña que el principal instrumento de nivelación social es el propio esfuerzo. A pesar de ello, debe sufrir abnegadamente las resistencias públicas, cuando no las deserciones tan veladas como planificadas.
Hay que vencer las prevenciones de la masa ciudadana, hay que destruir las propagandas que ponen su gota de veneno en el alma popular y nunca mejor remedio que abrir las puertas del cuartel para que se palpe la obra cultural que realiza el ejército, para que al contacto con los hechos irrefragables todas las prédicas se hundan y todos los prejuicios se evaporen.
Seguro de la pureza de su obra, el militar debe llamar al pueblo, debe atraerlo para que viva familiarmente con la vida del cuartel, y mañana no esquive su concurso ni haga lo que tantos padres que hasta expatrían a sus hijos, y esto cuando no se alegran de que algún defecto físico los libre del cumplimiento de ese deber nacional (Smith, 1918: 142).
La novedad que portan estos enunciados es su recurrencia. Las manifestaciones de pena y desazón militar ya las encontramos en los primeros tiempos del SMO (y de hecho fueron asimiladas en términos de una crítica interna a la ineficacia del programa adoptado, como lo precisé en trabajos anteriores). Pero los vínculos entre esa misma resistencia sistemática al ingreso a los cuarteles, la identificación de una propaganda comprendida como consecuente y planificada, las posiciones políticas concertadas en contra de la guerra y de lo que tenga relación con ella o viva a su sombra (esta era una de las muletillas del socialismo en esos años para entender al ejército) habían terminado por hacer emerger una fuerte sospecha respecto de algunos actores públicos, e incluso en algún caso por desvalorizar parte del sistema político que mediaba entre ellos (los cuadros militares) y esa “savia” de la cual vivían (el vínculo con la población ajena a los espacios militares). “[L]a verdadera fuerza de un ejército reside en la armonía de sus relaciones con el pueblo” (Smith 1918: 151). Y es ahí donde el “pueblo”, como un nuevo objeto de atención e interés, entraba por la puerta grande al espacio de las reflexiones militares.7
Esta novedosa vinculación del ejército con el pueblo, o los cuadros militares hablándole a un “pueblo”, actualizó antiguas familiaridades lingüísticas y al poco tiempo las reformuló. La apelación a los “pacifistas” y a los “cosmopolitas” en los primeros años de la guerra produjo un solapamiento con la ya caminada noción de “antimilitaristas” de la década anterior, con la diferencia de que los primeros no eran simplemente quienes se oponían al SMO o a un aparato militar del Estado (modalidad de crítica que los socialistas sostuvieron desde el proyecto Roca-Ricchieri y a lo largo de la primera década). Los “pacifistas” afrontaban una acusación más grave. Ponían hipotéticamente en riesgo y en juego la salud del país, toda vez que retaceaban su apoyo, cuando no obstaculizaban frontalmente la organización militar al minar las preferencias y la confianza de ese “pueblo” en el ejército.
Ahora bien, una segunda reformulación del antimilitarismo (ya no solamente como pacifistas o cosmopolitas) aparecerá a finales de la segunda década y principios de la tercera, cuando ya no sea una amenaza externa el centro de preocupación, sino la “cuestión social”. Es que, hasta lo que se consideró como reverberaciones locales de la revolución rusa, la gran preocupación militar había sido la unidad de un “espíritu nacional” ante la guerra, lo que no deja de ser una radicalización de la pauta iniciada con el SMO a principios de siglo: el programa de aculturación y homogeneización interna.8 A partir de 1919/1920, dicha pauta sufre una metamorfosis y la preocupación por una misma tonalidad cultural cede ante el problema de esgrimir reflexivamente otros modos de nivelación económico-social opuestos en no pocos casos de forma combativa a los programas anarquistas y comunistas fundamentalmente. Esquematizando quizá más de lo razonable, podría decirse que un problema recostado mayormente en coordenadas culturales (la homogeneización identitaria de los jóvenes y la función del SMO) devino luego un problema social (la imposibilidad de la homogeneización identitaria derivada de las fracturas y conflictos sociales).
Un esquema social-tutelar se acentúa entonces en la reflexividad militar y las páginas se pueblan de admoniciones morales e instrucción cívica. Me detengo en sus detalles en los próximos apartados. Aquí solamente deseo consignar que la mención de un romanticismo militar intenta señalar precisamente estos lugares extraños, o en todo caso novedosos, de asimilación, como materia de interés y preocupación militar, de objetos que no existían como tales en el pensamiento militar a principios del siglo. Esta reformulación de lo “meramente militar” como plano de interés es el rasgo central del periodo de romanticismo militar que emerge al calor de la Gran Guerra y la Revolución Rusa. Las preocupaciones y los intereses se desplazaron y expandieron, y nuevos diagnósticos y propuestas vieron la luz en esos días.
Uno de los lugares que acusó el impacto de todos estos movimientos fue precisamente el sentido de una “Defensa Nacional”. En el ejército de finales del siglo XIX, un problema importante de la organización armada había orbitado sobre el asunto continuamente relanzado del vínculo óptimo con la población masculina, de modo tal de llevar adelante una instrucción militar general y al mismo tiempo disponer de recursos considerados como suficientes. Ya a la vuelta del siglo, entre finales de la primera década e inicios de la segunda, comienza a ser utilizada con regularidad, aunque no de manera unívoca, la noción de “defensa nacional”. De acuerdo al valor semántico asociado, podría tipologizarse el concepto en tres variantes de utilización claramente vinculadas a una concepción de la guerra cada vez más ampliada, debido a su cercanía reflexiva con la idea de “nación en armas”, es decir, un tipo de enfrentamiento en el que se ponen a disposición todas las energías disponibles en un territorio dado y de las cuales las de las fuerzas de guerra son solo una parte.9
En un primer sentido, esta noción refiere a la formación de recursos humanos, temáticamente orientado a hipótesis de guerra, y más directamente a la preparación de combatientes. En este caso se utiliza el término para dar continuidad a las discusiones sobre el SMO. Aquí puede verse el libro del Gral. Munilla (1916) o el artículo del Grl. Uriburu respecto a la concepción socialista de la defensa nacional y la controversia entre éste y el Cnl. Molina en 1927.10 Varios artículos en la RM también desplegaron sus opiniones sobre la defensa nacional en este registro, que tendrá largas vinculaciones en el tiempo.11
En segundo lugar, existe un uso del concepto de Defensa Nacional que refiere a una compleja adecuación del campo burocrático estatal en relación con la defensa armada. Aquí tenemos el proyecto del Grl. Aguirre, elaborado al poco tiempo de asumir como diputado nacional en 1914, sobre la creación de un “Consejo de Defensa Nacional” de características muy similares al Consejo Superior de Defensa Nacional creado en Francia en 1906 y con el cual el pensamiento republicano francés intentaba asociarse a una estrategia gubernamental de integración nacional, movilizada desde el campo estatal. Más allá de alguna mención en la RM, esta propuesta no tuvo presencia regular siquiera en el mundo militar, aunque este modo de comprender la Defensa Nacional será recuperado en las décadas siguientes, fundamentalmente en el campo de la planificación militar-industrial.12
Por último, el uso más elíptico y metafórico, y por eso mismo más extendido, la vincula a aspectos nuevos para el mundo militar, como la acción de las organizaciones obreras y los partidos políticos de izquierda, los tumultos públicos y los escenarios urbanos. En este caso deben tomarse necesariamente como coyunturas críticas tanto la Gran Guerra como la Revolución Rusa y las agitaciones sociales y políticas asociadas a ellas. Es necesario considerar esta inflexión de la “Defensa Nacional” con esas nuevas formas de racionalización y afectividad del periodo 1915-1920 de romanticismo militar, tal como lo precisé más arriba. De otro modo no sería posible identificar la asociación entre “Defensa Nacional” y “Defensa Social” que entonces se produce, cuestión en la que me detengo a continuación.
La defensa nacional como defensa social
En el tiempo inmediatamente posterior a haberse producido, la Revolución Rusa como tal no parece haber tenido mayor impacto en la organización perceptiva de los cuadros militares, de su mundo y su presente. Más bien, parece haber sido la diseminación de las formas bien diversas y locales de los conflictos por la organización que debía tomar la vida económica y social en el país la que produjo, en el ejercicio reflexivo de las elites, el diagnóstico puntual que trazaba un vínculo directo entre aquella y estos. Fueron los episodios de la “semana trágica”, el asesinato del Tte. Cnl. Varela en el marco de represión del ejército a las huelgas en el sur, o el intento de asesinato del Dr. Carlés, todo en el contexto general de excitación y conflictividad político-urbana en el cambio de década, las claves de una nueva coyuntura crítica que, haciendo entrar como blanco de problematización el mundo de los obreros y de la juventud, abrirá el diagrama comprensivo de tutelarización social en el ethos militar.13
Un primer punto de referencia que permite atisbar este desplazamiento son las trayectorias políticas post mortem de dos militares, cuyos asesinatos estuvieron relacionados con su función represiva. El asesinato del Cnl. Falcón en 1909 y el del Tte. Cnl. Varela en 1922.14 Desde el punto de vista de la conflictividad social, el final de la primera década estaba muy lejos de resultar pacífico. Las huelgas obreras venían escalando en regularidad y aún antes de la “semana roja” los grupos anarquistas ya resultaban identificables a las elites. La “Ley de Defensa Social”, sancionada en junio de 1910, tuvo una decidida defensa por algún articulista en la RM, en donde incluso se advertía sobre el carácter poco suficiente de la medida para el objetivo propuesto, en cuyo caso se hacía ver la participación del ejército en una “cura definitiva” (RM, agosto de 1910: 787-793). Y sin embargo, estos conflictos no entraban al mundo de las reflexiones militares al punto tal de hacer reconsiderar el modelo del crisol, es decir, de la tonalización de las diferencias étnicas y culturales. El campo de las pequeñas, aunque cada vez más grandes y asiduas, batallas urbanas no ponía en jaque aún –de acuerdo al tenor de los juicios y léxicos militares y de época– el organismo social. La defensa que se hace del SMO en los días del Centenario pertenece aún al registro de Riccheri y aquellos años de cambio de siglo.15
En este punto, el asesinato del Cnl. Falcón no produjo una cadena de enunciados que lo ubicasen en el panteón de los mártires, ni tampoco fue interpretado –como fue el caso de Varela– como una acción cuyo verdadero destinatario fuera a la vez el ejército y el pueblo.
La muerte en manos de un simpatizante anarquista no colocó a Falcón en la cima del panteón oficial y tampoco le aseguró un reconocimiento apoteótico y sin vacilaciones de los dirigentes e instituciones del Estado. En una coyuntura local dominada por protestas y huelgas obreras, el asesinato no disparó la promulgación de más leyes represivas, tampoco tuvo una relación directa con la ley de Defensa Social sancionada en junio de 1910, ni alentó movilizaciones por demandas de mayor rigorismo (García Ferrari y Gayol, 2015: 62.63).
El asesinato del Tte. Cnl. Varela en 1923 movilizó, en cambio, desde la Revista Militar, la Revista del Suboficial (en adelante, RS) y la revista El Soldado Argentino (en adelante, ESA) relatos, imágenes, poemas y ensayos socio-políticos sobre el contexto de su muerte y la función social del ejército.16 La imagen tiesa de Varela en el velatorio del conscripto Fischer (también muerto en los enfrentamientos en el sur) y luego su propia imagen vedada por un cajón mortuorio fueron señaladas explícitamente y por primera vez de modo sistemático como un ataque a un modo de vida y de organización social, que por eso mismo excedía el espacio de las barracas y los patios militares.
Desde 1919, pero en lo fundamental a partir de 1921-1922, comienza a tomar forma en el ethos militar una condena al anarcosindicalismo y al comunismo como algo menos vago y espasmódico de lo que se pensaba, sino más bien de carácter sistémico y representativo de fuerzas sociales en América y Europa y de actores de peso en las disputas por la organización de las formas de vida. Al comunismo se le achaca el autoritarismo económico y político, pero también tempranamente fábulas culturales respecto a la desintegración de la familia, el amor libre (la “nacionalización de las mujeres en Rusia”), la vida sin ley ni juez. En forma independiente a la procedencia de estos rasgos, su trasfondo histórico directo remite a esos fenómenos de agitación urbana y conflictos sociales locales en los que tanto la revolución rusa y los bolcheviques como el partido socialista argentino, los sindicatos o los extranjeros resultaban cruzados por un mismo vector moral. La violencia, la negación de los sentimientos nacionales y un combate directo a la existencia de los ejércitos los unificaba en un mismo conglomerado significante.17 “Cuando oigas hablar de comunismo, pregunta al que habla, si conoce lo que es comunismo, luego le preguntarás: ¿prefiere que haya o no vigilante y ejército, vigilante para cuidar el barrio y ejército para defender a la Nación?” (“Comunismo”. ESA, 8, 1 de noviembre de 1921: 5).
Este diagnóstico es el producto de la identificación de un problema que no existía para los cuadros militares en 1901, 1910 o 1914. Es lo que diferencia la vida política post mortem del Cnl. Falcón y del Tte. Cnl. Varela. En este último caso, la sociedad y grupos específicos dentro de ella, como los colectivos obreros o la juventud, pero incluso la mujer, como sector de particular atención en el debilitado “organismo social”, y no el Estado, la población masculina o el espacio territorial, resultaron el centro de preocupaciones y pesares.18 En términos comparativos, el atentado contra el coronel Falcón había producido una condena mucho más focalizada y espasmódica.
Un segundo punto de referencia para captar las diferencias en los juicios sobre la función militar del Ejército y su entorno puede verse en el discurso del Grl. Justo en el Colegio Militar, en 1921, en ocasión del egreso de una nueva cohorte de subtenientes, pieza que le valió la consideración de sus pares, posibilitando su visibilidad como uno de los candidatos al Ministerio de Guerra en el gobierno de Alvear (Orona, 1965: 104; Franco, 2020: 217-218; Potash, 1985: 41). Este discurso convoca buena parte de los elementos dispersos, señalados por otros materiales en esos años, respecto a los conflictos sociales. En primer lugar, la convicción de ser testigo de una situación conflictiva extraordinaria que rebasa los límites geográficos y culturales de lo nacional, en la que la figura del extranjero es la pieza que explica ese rebasamiento.
La sociedad humana vive en la actualidad una de esas horas que jalonan las épocas; cuando, dentro de varios siglos, nuestros descendientes miren, como siempre, hacia el pasado para escudriñar el porvenir, contemplarán los días que vivimos como el momento más interesante de la historia.
Iniciáis así vuestra carrera en horas que son difíciles aun para los veteranos del pensamiento y de la acción: es este el momento en que chocan las más opuestas tendencias en que se desmoronan los más viejos ideales y en que se niega lo que hasta ayer fuera axioma […].
La hora actual es, por cierto, más difícil entre nosotros que en parte alguna. La República Argentina es, de las naciones civilizadas, quizá la que más extranjeros tiene en su seno, extranjeros… en busca muchos de más justicia y de mayor libertad, y también, y no pocos, en busca de un asilo donde ponerse a cubierto de la vindicta de la sociedad justamente indignada por sus actos.
[…] Es natural… que muchos de esos extranjeros, sin arraigo en nuestra tierra, comiencen por negar la patria, ya que de la suya sólo tienen el recuerdo amargo de los oprobios a que en ella estuvieron sometidos, de las injusticias que con ellos se cometieron o de los crímenes a cuyos castigos escaparon… Con ellos, algunos ilusos pretenden fundar la gran hermandad humana suprimiendo las fronteras, destruyendo el vínculo sagrado de la patria, sin reparar que si algún día se logra constituirla será por un agrupamiento de pueblos y no de individuos, en la misma forma que la tribu primitiva se formó no por la reunión de hombres aislados sino por la unión de las familias (RM, enero de 1921: 2-3).
En segundo lugar, la plena asunción de que la organización de la vida económica es un asunto a resolver en Europa, pero también aquí. Y a esto debe agregarse un principio de equidistancia de los actores económicos contendientes (que no significa una posición de neutralidad en los conflictos socio-económicos ni mucho menos que tal equidistancia esté fundada social o culturalmente). “Ni con los retrógrados ni con los demoledores” es una fórmula que agrega, a la esperable y reiterada condena a los grupos de izquierda organizados, un señalamiento a “los que quieren fundar su bienestar únicamente sobre el esfuerzo ajeno”. Este conflicto es de una importancia vital para el pensamiento militar, toda vez que se da en un tiempo en el que se considera –como lo expresé en el anterior apartado– que las estructuras militares deben el tenor de su potencia a su organización material y económica, pero también al nivel de homogeneidad de un espíritu colectivo, de un “pueblo” que no puede ser subsumido en una clase social. “Nuestro patriotismo contempla a ricos y a pobres, a trabajadores y a enriquecidos”.19
Al calor de los crecientes niveles de conflictividad social, la función social y la función estrictamente militar se solaparon fuertemente y produjeron la articulación del ejército con las instancias estatales y, como veremos, otras instancias públicas no estatales. Este es el lugar por el que puede comprenderse el sentido de una defensa nacional como defensa social, así como el ocaso de la función cultural del ejército proyectada desde la “Ley Ricchieri” en la figura del “crisol”.
Más allá de las piezas denigratorias, pasionalmente cargadas, y junto a una autoconciencia de un conflicto dentro y fuera de los límites territoriales nacionales, se pueden identificar otros elementos del esquema de tutelarización social. En primer lugar, la autosugestión de que la política debe poder decir algo sobre las condiciones de vida. El ethos militar solicita una actitud activa por parte del Estado con relación a los conflictos (por medio de las demandas centrales de orden y seguridad), sin invisibilizar por ello las situaciones de pobreza y miseria existentes.20 Ahora bien, y este es otro de los elementos, lo anterior va acompañado de la producción de una separación de los obreros de aquellos que buscan organizarlos. Si el ethos militar recupera a los obreros y a las clases populares carentes de fuerza y organización, asumiendo una tonalidad descriptiva definida por la orfandad de recursos intelectuales y materiales, al mismo tiempo cristaliza en los grupos que buscan organizarlos y dotarlos de mayor fuerza, la plenitud de su rechazo.21 Un tercer elemento es la perennidad de la idea del mérito al esfuerzo y al sacrificio, aunque ahora como petición de principio para lograr una ciudadanía socialmente apta. Toda una profusa literatura de superación personal, de cuidado y de autocontrol, que venía desarrollándose tímidamente años atrás, cobra en la RS y ESA a principios de la tercera década una fuerza mucho mayor. Y como ha sido señalado por algunos enfoques sociológicos, la exigencia de un mayor autodominio ha sido acompañada también aquí de una paralela definición de las expectativas y los horizontes que se esperan del ámbito puntual de socialización del individuo.22 Por último, existe una clara demanda al Estado por la asunción de un mayor protagonismo en la producción simbólica del mundo social, como el garante de la conciencia de un espíritu colectivo. Y es este aspecto el que cobrará en el ejército, particularmente en el mundo de los suboficiales y soldados y en el marco del SMO, un papel central en la década del ’20.
Todo lo anterior no incluía bajo ningún aspecto juicios críticos respecto al Estado o la democracia en cuanto tales. Por el contrario, el tipo de organización política del país fue en reiteradas ocasiones expuesto de modo pedagógico para el conocimiento de los conscriptos, ensalzado en la revista de los oficiales e incluso utilizado estratégicamente en varias publicaciones para diferenciar unas supuestas cualidades político-organizativas autóctonas en comparación con las del régimen soviético.23 No tener en cuenta lo anterior podría hacer suponer que algunos acercamientos al fascismo que se perfilan en esa década pueden vincularse a alguna búsqueda de orientaciones en el plano político, o incluso servir de eslabones de contacto con el golpe de Estado de 1930 por medio del perfil de su principal referente, el teniente general retirado Uriburu.
El juego de las jerarquías en el medio social, la sacralización de lo nacional en la organización de una comunidad, el perfil de las instituciones que buscaban un desarrollo homogéneo de aptitudes específicas en sectores particulares de la población o, por último, el papel explícitamente tutorial del Estado respecto a –pero no solo– la definición de los conflictos sociales, resultaron aspectos que no pocos cuadros militares asimilaron como respuestas particularmente acertadas del fascismo italiano para la situación local.24 Sin embargo, nada de esto parecía derivar en juicios relativos a un problema de legitimidad de las estructuras representativas o a un socavamiento de la matriz republicana de organización estatal. Hasta finales de la década del ’20, al menos, el fascismo y la política estuvieron en coordenadas diferentes de problematización para el ethos militar.25 La cuestión social, el problema del orden y la seguridad pública, pero también la necesidad moral y particularmente militar (solidez de la fuerza armada) de un espíritu colectivo resultaron las llaves de una lectura más bien socio-cultural de la experiencia fascista italiana, que de todos modos no parece haber gozado de una trascendencia regular y sostenida entre los cuadros. La vinculación de la Defensa Nacional a una Defensa Social, sobre el trasfondo de un romanticismo militar, no debería comprenderse entonces como promotora de una metamorfosis en la percepción de la organización política del Estado.
En el marco de estos nuevos diagnósticos y problemas asumidos desde el pensamiento militar, y en paralelo a una densa gama de conflictos, una no menos espesa articulación por parte de los cuadros militares con otros grupos y organismos públicos no estatales (particularmente la “Liga Patriótica”, “Asociación Pro-Patria”, “Acción Católica Argentina”, entre otros), un alto grado de autonomía jurídica, una “retirada” del campo político (electoral, profesional) y una incipiente penetración en las discusiones económicas, intentaré en el tercer y último apartado de este escrito precisar algunas dinámicas específicas gracias a las cuales esta gama de reflexiones era producida y puesta a circular al interior de los espacios militares.26
La cuestión social en las barracas. Tres vías de circulación capilar
En lo que sigue consigno tres variantes de intervención efectiva sobre ese espacio militar interno que vivifica, produce y reproduce los diagnósticos de ese nuevo mundo: a) la configuración de un vasto y segmentado campo de lecturas para la población militar; b) la visibilidad y el estímulo de nuevos espacios y modos de socialización particulares (lo folclórico y lo tradicional como fenómenos de promoción cultural y los casinos de suboficiales como espacios singulares de socialización); y c) una primera imbricación entre religiosidad y vida militar. No podrían comprenderse estas zonas de interés y problematización interna sin tener en cuenta el tenor de los diagnósticos y la preocupación por el mundo social, así como el romanticismo militar que los propiciaba.
Al cumplirse el primer cuarto del siglo XX, el flujo de las publicaciones militares difícilmente podría ser equiparado al de cualquier otra repartición estatal. Una media docena de títulos cubrían los requerimientos burocráticos y se enfocaban en cada uno de los grupos jerárquicamente distinguibles en el mundo militar. Junto al Boletín Militar y a la Revista Tiro Nacional Argentino –material burocrático-administrativo con su primera salida en 1906, el primero, y órgano de difusión de la “cultura cívico-militar”, el segundo– se disponía además de la edición de publicaciones como Estudios y Comunicación de Informaciones, la Revista Militar, la Revista del Suboficial y El Soldado Argentino, que cubrían simultáneamente las trayectorias formativas esperables de los oficiales superiores, oficiales subalternos, suboficiales y conscriptos.27
Estudios y Comunicación de Informaciones (en adelante, EyCI) era la más reciente (1923) y la sede de su publicación era la Escuela Superior de Guerra. De periodicidad mensual, con una tirada muy limitada y de carácter reservado, se enfocaba invariablemente en estudios geopolíticos e hipótesis de conflicto posibles con los estados vecinos.28 En cuanto a Tiro Nacional Argentino, había sido una iniciativa del Grl. Munilla en 1910 y estaba enfocada en la promoción cultural del “tiro ciudadano” (en realidad se trataba de la práctica concreta con armas largas en relación a un blanco definido y situado de modo estático, dentro de otras especies posibles). Desde sus inicios, junto a la función de control centralizado de las numerosas Sociedades de Tiro existentes en el país, funcionó además como uno de los medios de difusión de toda nueva normativa respecto al SMO, así como de propaganda de los valores cívicos del ejército.29
La Revista Militar era la más antigua. Con ese nombre se remonta a 1900, aunque tiene un largo antecedente que remite a El Club Naval y Militar (1884) y que, aún mutando de nombres (Revista Militar Argentina, Revista del Club Militar, Revista del Círculo Militar), se había mantenido en la mayoría de los casos bajo la dirección del Círculo Militar desde principios de siglo.30 En buena medida ha sido la que ha editorializado las posiciones de los cuadros de oficiales, tanto en coyunturas críticas como sobre temas perennes al ejército. Mientras que la EyCI circulaba, sino fundamental al menos primariamente, entre los oficiales superiores, la RM los hacía sobre todo en el campo de oficiales, con mayor acento sobre cuadros medios y oficiales subalternos.
Por su parte, la Revista del Suboficial había sido pergeñada en 1918 junto a una colección de material bibliográfico específica para los suboficiales (Biblioteca del Suboficial). La decisión había sido tomada en el Círculo Militar y respondía a una iniciativa del My. Diana (uno de los referentes del ejército para la Liga Patriótica, organización paramilitar que participó de las represiones de 1919).31 El objetivo de esta publicación estaba en “facilitar la preparación de los suboficiales y neutralizar las ideas anarquistas de la época”.32 Gozaba de una amplia circulación por todas las unidades militares en el territorio, con un sistema de delegados encargados de mantener o elevar el número de suscriptores en sus unidades, de proveer a la dirección de la revista de nuevos materiales y de ser el nexo entre la administración y el territorio.33 Los 15 “conceptos básicos” con que la revista se caracterizaba a sí misma en 1925, y que proponía “para orientar todo esfuerzo individual o colectivo en bien de nuestra defensa nacional”, eran el efecto de un fuerte paralelismo entre formación militar, conflictos sociales y orientaciones morales (“La voz de la comisión”. RS, mayo de 1923: 2-5).
Con un número de suscriptores superior a mil quinientos en los primeros meses, la revista había cumplido su primer lustro festejando un incremento significativo, llegando a mediados de 1925 a contar con más de cinco mil quinientos suscriptores, entre los que deben incluirse más de setecientos oficiales y un número no menor de trescientas personas de carácter externo a la institución. El resto figuraba como suboficiales y conscriptos.
Cuadro Nº 1. Incremento de suscriptores a la Revista del Suboficial
Fuente: Elaboración propia a partir de las contratapas de la Revista del Suboficial, en un periodo discontinuo entre mayo de 1920 y noviembre de 1925.
Para mediados de 1922, desde la RS se calculaba en algo más de cuatro mil trescientos los suboficiales con los que contaba el ejército, de los cuales más de dos mil doscientos estaban suscriptos a la revista (“La revista y la biblioteca del suboficial”. RS, junio de 1922: 27-28). No debe subestimarse la posibilidad de una suscripción forzada, lo cual y de ser el caso no invalida la hipótesis aquí presentada respecto al esfuerzo puesto en el fortalecimiento interno de diagnósticos puntuales sobre su presente, por medio de estas redes de lectores y lecturas.
Por último, la otra publicación reciente junto a EyCI era El soldado argentino, la publicación más combativa en el mundo militar, que comenzó a editarse a mediados de 1921 desde el comando de la Primera División del Ejército. Tenía una periodicidad quincenal y los conscriptos eran su blanco principal, aunque numerosas pistas señalan a suboficiales como lectores, además de articulistas. Asumía una clara función pedagógico-paternal y en ocasiones más bien excepcionales sus páginas albergaban algún contenido técnico-militar.
Todos estos títulos tenían un perfil particular y aún en el caso de tratar los mismos temas, el modo de enfocarlos resultaba significativamente diferente. Es que la jerarquía militar de la población a la que estaban dirigidas era inversamente proporcional al grado de moralización y politicidad explícita de sus contenidos. Esto último, que refleja el diagrama pedagógico general de las publicaciones, indica también las apuestas políticas y morales del cuerpo de oficiales (de ese mismo cuerpo que presentaba otro tipo de contenido en publicaciones dirigidas a sus pares), y a la vez permite comprender la agenda temática que daba sentido a su mundo.
Por otra parte, los materiales reflejaban la atención de los cuadros militares hacia el sistema público de las opiniones en general, al consignar con asiduidad comentarios a notas o artículos de opinión aparecidos en la prensa o incluso al incorporarlos a sus propias páginas cuando acentuaban alguna opinión compartida por los responsables de las publicaciones.34 Lo anterior puede comprenderse sin mayores problemas como un indicador para rearmar el tejido de voces que ofrecían como palabras autorizadas en el mundo militar, y a la vez daban forma a ese espacio interno, pues la heterogeneidad de las voces y su recurrencia es mayor a medida que se desciende en las jerarquías-blanco de las publicaciones. Escritores consagrados y no tanto aún como Ricardo Rojas, Ricardo Güiraldes, Godofredo Daireaux o Leopoldo Lugones (padre e hijo), referentes de la justicia como Ricardo Guido y Lavalle (futuro ministro de la Corte Suprema de Justicia en 1930), políticos como Carlos Rodríguez Larreta o político/militantes como Manuel Carlés (cuyas conferencias en espacios militares, iglesias o espacios públicos resultaban muy publicitadas en las páginas de ESA) formaban parte del paisaje de voces y firmas que bocetaban y coloreaban, desde afuera, el nuevo mundo. Más allá de estas rúbricas, lo relevante aquí es que para mediados de la tercera década existían unas condiciones materiales definidas (publicaciones que cubrían los diferentes sectores de la población militar, buen número de escritos propios, articulación con publicaciones externas, circuitos de traslado y una relativamente buena diseminación en los puntos de destino) para la producción y reproducción, difusión y promoción de aquellos diagnósticos y preocupaciones a los que me referí en los dos apartados anteriores. Junto a estos importantes flujos y canales de diseminación de la literatura militar disponible a lo largo de la tercera década, el espacio militar interno resultó abierto a otro rango de sociabilidades: los espacios de formación y camaradería de los suboficiales.
Los espacios de socialización en las altas cumbres del mundo militar han resultado un tópico por sí mismo. Ya Ernst Renan (2010), a fines del siglo XIX, había vinculado la consolidación de aristocracias militares con las épocas tempranas de formación de grupos nacionales en el alto medioevo europeo. Tanto Huntington (1964) como Janowitz (1967) repararon a su vez en la importancia de espacios de alta densidad simbólica en la conformación de cuerpos militares homogéneos en las sociedades modernas, y diversos historiadores militares han valorado la presencia de un microambiente militar como pauta de una reproducción simbólica endógena. Entre ellos y para el caso argentino, Robert Potash (1985) y Alain Rouquié (1986) no han olvidado resaltar en algún momento la importancia del Círculo Militar, más allá de los aspectos de socialización, en la orientación del gobierno del ejército e incluso del estado nacional en algunos momentos críticos.
Muy posiblemente sobre este tema también se haya elaborado una “dependencia de camino” en la literatura y por la cual algunas trayectorias y formas específicas de socialización militar (muy particularmente la alemana) hayan servido de modelos poco revisados para caracterizar los vínculos de comunión y las trayectorias en otros casos. La fundación del Club Naval y Militar en 1881, antecedente del Círculo Militar, parece haber sido un hecho más bien marginal en la vida del ejército de ese entonces y si bien no hay trabajos específicos al respecto, sus orígenes parecen distantes de la fastuosidad y la amplitud de los salones y jardines del Palacio Paz.35
De todas maneras, la camaradería de los cuadros de suboficiales estaba con seguridad bastante alejada de ese halo –efectivo o pretendido– de honorabilidad pública y sentimiento aristocrático que la literatura ha consagrado para el caso de los oficiales superiores. Por el contrario, los episodios que se publicitan paralelizan una y otra vez la trayectoria profesional a la necesidad de una formación básica (alfabetización) y ética, el vínculo de compañerismo y la consagración de actitudes militares.
Sobre estos aspectos y previo a los casinos, lo más cercano a un espacio de socialización para este sector de la población militar fue la Escuela de Clases, creada en 1908 (renombrada como “Escuela de Suboficiales” en 1916).36 De acuerdo con los diagnósticos emitidos en esos años, difícilmente se le podría asignar un peso ascendente en la formación técnica y moral de los suboficiales. El número de egresados de las sucesivas promociones desde 1912 parece haber ido en constante descenso, al menos hasta finales de esa década (RS, abril de 1920: 296). A ello había que agregar las preocupaciones por los niveles de deserción de quienes egresaban de la Escuela, debido en lo fundamental a lo magro del salario. Un estudio publicado en la RS en el segundo semestre de 1923, elaborado desde el Estado Mayor, señalaba con preocupación que nada más un tercio de los egresados alcanzaba los diez años de servicio y que una pequeña minoría llegaba a los 15 años, “límite general aceptado de la aptitud física del suboficial” (se conjeturaba además que para el caso de los suboficiales formados en los cuerpos, la cifra era aún menor). Finalmente, el estudio concluía con relación a esa minoría, que “se retira con el 50% del sueldo mínimo y orienta su vida en otras actividades” (RS, septiembre de 1923: 32-35).37 Junto a ello, los juicios críticos sobre el grado de formación cultural y, fundamentalmente, el hecho de que cabos, sargentos y conscriptos no se comportasen de un modo debido en los espacios públicos, llevaban por lo general como diagnóstico el poco apego a las normas tácitas de los comportamientos militares asumidos.38
En ese cuadro (un microambiente devaluado motivacionalmente, con bajos niveles de retención de los recursos de cuadros subalternos y un clima social hostil), los casinos de suboficiales intentaban cumplir –modestamente y según la percepción de suboficiales y oficiales que escribían sobre ello– las dos últimas funciones que señalé más arriba, un mayor vínculo de compañerismo y una consagración de las actitudes militares. Casi al mismo tiempo que se publicaban artículos en los que se alentaba a los suboficiales a perseverar en su formación intelectual, a corregir sus comportamientos públicos o a la necesidad de formar una familia, se creaban los casinos de suboficiales como espacios –entre otros– de consagración de ese tipo de vida al que las parábolas, las crónicas y los artículos de opinión daban forma.
Imagen N 1. 28 de septiembre de 1922. “Fiesta social” en el casino de Suboficiales del R. 6 de infantería, con motivo del Juramento a la Bandera realizado por los conscriptos de clase 1901
Fuente: Revista del Suboficial, noviembre de 1922: 57.
Los banquetes festejaban los matrimonios, los patios congregaban a las familias para conmemoraciones y festejos patrios, los salones recibían a otros camaradas, cuando no se realizaban encuentros regulares entre el personal de la misma unidad para “confraternizar” y recordar el vínculo de unión militar. Incluso en algún caso se llegó a programar una comida de camaradería por trimestre con el único objetivo de socialización.39
Imagen N 2. Nochebuena de 1922. Banquete que los suboficiales del R. 10 obsequiaron a sus camaradas del C. 3
Fuente. Revista del Suboficial, febrero de 1923: 68.
Lo que deseo remarcar aquí es que los casinos de suboficiales, que comenzaron a poblar las guarniciones militares en los años finales de la Gran Guerra, resultaron un espacio cuyo sentido debe comprenderse también a la luz de un contexto social particular. De hecho, fueron vistos explícitamente desde la Revista del Suboficial y El Soldado Argentino como zonas propicias para la promoción de un tipo de vida militar que, consideraban, formaba parte de las controversias culturales e ideológicas de la época, pues se la percibía como asediada por otras “ideas” y “valores”.
La presencia de guitarras en las imágenes de patios y salones me permite señalar un último aspecto al respecto. El estímulo a un “mayo liberal”, al que me referí al pasar más arriba, remitía a un plano histórico-político, que los casinos y otras páginas de esas mismas publicaciones acentuaban desde un costado más bien cultural. En este caso, la fuente de apoyo no era la Constitución Nacional, sino huellas o signos culturales asumidos ahora como “típicos” o “autóctonos”. Tópicos como el gaucho, el campo, el mate, las quebradas y las selvas, el puma y la guitarra resultaban objeto también de distintas expresiones de un lirismo literario que desfiló por las páginas de algunas publicaciones militares y que, a su modo, buscó singularizar una identidad arquetipo.40
Imagen N 3. Reg. 10 de Caballería, Campo de Mayo. Imagen de una “cacería y pic-nic familiar” del grupo de Suboficiales y sus familias.
Fuente: Revista del Suboficial, Año II, Nº 24, diciembre de 1920: 581.
Sin duda esta novedad de la incorporación de géneros literarios a la RS era el efecto combinado de una concepción del ejército con una fuerte función social y la existencia de otros campos de producción literario-nacionalista. No podrían comprenderse muchas de sus páginas sin tener presente una correlativa consolidación en el país de un campo literario que venía tejiendo por su parte y desde hacía algunos años estrechos vínculos entre lo nacional y lo costumbrista, el nativismo y el tradicionalismo.
Una tercera y última modalidad en la que los nuevos diagnósticos y problemas circularon y se reprodujeron en los espacios internos fue el vínculo con la dimensión religiosa de la vida militar, aunque lejos estuviera de llegar a representar una clericalización de la vida cotidiana de los soldados y cuadros. Los Reglamentos para las Conferencias del Clero Castrense de 1915 y 1923 consideraban a éstas como un recurso más para la formación moral y cívica de los individuos y en ningún caso se estipulaba en ellos la difusión de un particular contenido religioso. Casi por el contrario, parece existir más bien una solicitud de prudencia sobre un trasfondo de tolerancia religiosa.41
Los Capellanes, al menos a mitad de la segunda década, permanecían adscriptos a los comandos regionales y debían realizar giras por las unidades correspondientes para cumplir con el programa previsto de las conferencias. Los gastos de manutención y alojamiento quedaban a cargo de los comandos de la unidad que los recibía (Domínguez, 1916: 775). Las unidades no contaban con un servicio religioso propio aunque no por ello hay que descartar una familiaridad con el ambiente religioso, producto más bien de las redes y vínculos locales y casi por entero variables en función de las comunidades en las que la unidad tenía su asiento.
Ahora bien, los sucesos de 1918-1919 habían puesto en contacto a los cuadros militares con otros actores e instituciones que, como ellos, se situaban del lado de la línea de reacción. Un auténtico plano de las redes del nacionalismo resultó entonces de la articulación con la Liga Patriótica, los Stands de Tiro, el Scoutismo, diversas y coyunturales agrupaciones cívicas (Asociación Pro-Aniversario de Mayo, por caso) y medios de comunicación (diarios La Nación y La Prensa).42 En este nuevo contexto, las conferencias religiosas efectivamente dadas a lo largo de la tercera década o los artículos escritos que buscaban transmitir un vínculo específico entre religiosidad y vida militar estaban un tanto alejados de aquella tonalidad más bien serena que los legitimaba normativamente y parecían, por el contrario, absorber la situación y el clima reinantes. Muy lejos del tono expresado en los reglamentos, uno de los primeros números de ESA dedicaba un artículo a una visión del catolicismo mucho más combativo. “La religión cristiana es la religión más pura, más divina, por eso es la religión argentina. La heredamos de nuestras madres y está consagrada en la constitución nacional” (“La voz de la esperanza. Dios y Patria”. ESA, 4, 1 de septiembre de 1921: 9). En el mismo registro, una de las conferencias reproducidas en ESA por el capellán de la cuarta división del ejército mimetizaba su condición de pastor con la de un soldado más, anteponiendo su cuerpo a las críticas “anti-militaristas”.
Soldados: una secta perniciosa y cruel titulada “antimilitarismo” y compuesta de parias degenerados, sin Dios, sin Patria y sin Ley, propaló hace mucho tiempo la calumniosa especie de que en el ejército se embrutecen los ciudadanos, pierden su salud, se les convierte en idiotas de los tiempos de Espartaco y sufren en el orden físico y moral todas las penas del infierno bíblico y… hasta las del infierno del Dante! Son hombres… proscriptos por sus maldades como el Judío Errante de la leyenda (ESA, 46, 1 de junio de 1923).
Aunque no podría decirse que los materiales de contenido religioso gozaran de una apretada recurrencia en las páginas de las publicaciones militares, el tono de los escritos en la RS o en ESA, en el primer lustro de la tercera década, resulta lo bastante homogéneo como para señalar su decidida adscripción a un tipo de vínculo de apoyo y defensa mutua, en el marco de los alineamientos internos debido a los conflictos sociales.43
Por lo anterior, resulta algo forzado señalar para todo el arco temporal de este estudio (las primeras décadas del siglo XX) una presencia, sino permanente, siquiera oscilante de un catolicismo institucionalizado en el ejército y, particularmente, de un vínculo identificable en las formas de reflexión militar entre vida militar y devoción religiosa. Sin embargo, tampoco podría utilizarse una disyuntiva esquematizante como la de un ejército liberal seguido por una suerte de confesionalismo descendente que habría originado un ejército católico.44 Teniendo a mano la tipologización pensada para otros fines por Mallimaci (2015), creo que aún estamos en la era de un “catolicismo sin iglesia” en el ejército, es decir, de unas redes en parte itinerantes y en parte locales de propagación de una doctrina católica, que si bien comenzaba a asumir un carácter más integrista, se encontraba todavía bastante desvinculada de marcos orientativos y tonalidades reflexivas explícitas emanadas desde las cumbres de una institución eclesiástica nacional, por lo demás aún no romanizada. Y sin embargo, por esa misma razón parece ser el caso de que la radicalización del discurso religioso no esperó, al menos en aquellos eslabones que lo ponían en contacto con el mundo militar, esta nueva orientación y empuje descendente-centralizado.45 Los patios de formación u otros sitios pensados para otros fines al interior de los cuarteles muy posiblemente hayan sido los primeros espacios de sinergia entre mundo militar y mundo religioso que, en el caso del ejército, potenciaron un microambiente de cuidados y gobierno bajo un ethos militar que asoció Defensa Nacional a Defensa Social ante un mundo considerado de modo creciente como hostil y peligroso. Estos paisajes de unos nuevos esquemas reflexivos y afectivos del compromiso y del deber en el mundo militar, derivados de un ambiente romántico cuyo efecto, entre otros, fue el de proceder a una mutación de lo “meramente militar”, bien merecerían otras exploraciones.
Conclusiones
En este artículo he tratado de caracterizar un aspecto de los nuevos compromisos y deberes asumidos desde el mundo militar en las primeras décadas del siglo XX. Lo hice precisando los vínculos tanto reflexivos como al nivel de la dinámica interna de los espacios del ejército argentino con la denominada “cuestión social”, es decir, con el entorno de controversias y conflictos mayormente urbanos e ideológico-políticos que preocuparon a los sectores dirigentes a principios del siglo XX.
Si bien he señalado en otros trabajos una preocupación temprana respecto a la función cultural del ejército en relación a la población masculina, creo sin embargo que es posible identificar una mutación en sus formas de considerar la función de la fuerza armada en el marco del medio en el que interactúa. Tal es así que no es posible ver, antes de la Gran Guerra o de la Revolución Rusa, al pueblo y a los sectores obreros como objetos distinguibles de preocupación. En este trabajo he propuesto que esto ocurre por dos vías. Por un lado, por la plena asunción a partir de la primera guerra mundial del tipo de conflictos bélicos a los que las organizaciones armadas debían adaptarse: las guerras nacionales. Es esto lo que los lleva a considerar el “frente interno” como algo de la mayor importancia. Aunque esto por sí solo parece ser una profundización de la pauta de intervención “cultural” y de homogeneización identitaria como prisma de inteligibilidad dominante desde la “Ley Ricchieri”, el episodio de la revolución rusa en este contexto de guerra y la gama de conflictos que se sucedieron en el país con regularidad creciente en los últimos años de la segunda década permiten finalmente el solapamiento entre Defensa Nacional y Defensa Social, la expansión de las zonas de preocupación e interés y la emergencia de un tipo de afectividad y reflexividad ligada a la tutelarización social. A estos nuevos rasgos del ethos militar los he referido como romanticismo militar.
He tratado además de precisar las vías concretas por las cuales estos nuevos diagnósticos circularon y se reprodujeron al interior de los espacios militares. Las referencias a la diversidad de publicaciones, la socialización producida en los Casinos de Suboficiales y las zonas de articulación entre mundo militar y mundo religioso resultaron momentos importantes para la consolidación de estas nuevas tonalidades afectivas y reflexivas.
A la luz de estas consideraciones, creo que podrían revisarse algunas lecturas, tanto respecto al modo y tiempo de vinculación del mundo militar con la “cuestión social” como a su caracterización a fines de la tercera década del siglo XX. En cuanto al primer punto, considero que hay elementos para precisar una mutación en las formas de razonar la vinculación de sí mismos por parte de los propios cuadros militares con sus entornos, según atendamos a los primeros años del siglo o dos décadas después. En este sentido, las indicaciones de Marina Franco respecto a la peculiaridad de ese pequeño paréntesis temporal (finales de la segunda década, principios de la tercera) deben tomarse con seriedad, aunque a la vez queda por ver en qué medida la decisión metodológica de remontar la historia (ir de la década de 1950 a la de 1920) no es un recurso que prolonga una misma forma de problematización de los actores históricos en el marco de diagnósticos, en principio, disímiles (la Defensa Social y su función como prisma de inteligibilidad de un tipo de crimen y la doctrina de Seguridad Nacional como mecanismo de ostracismo ideológico-político).
En cuanto al segundo punto, las apelaciones y consideraciones sobre el fascismo a lo largo de la década de 1920 se dieron en un tono más bien socio-cultural, y en ningún momento resultaron antagónicas a una organización de tipo liberal-republicana del Estado, la que resultó distinguida y resaltada en la misma matriz reflexiva. Pero, por esta misma razón, parece que aún queda trabajo por hacer para reponer la complejidad de las formas de pensamiento sobre el entorno social y político de esa tercera década del siglo XX desde los espacios militares. En ese sentido, el romanticismo militar incluía elementos tanto de corrientes de pensamiento nacionalistas, pero también liberales y fascistas, cuya convivencia parece ser un rompecabezas todavía por armar.
El objetivo fue tan solo proceder a observar, con alguna intención de precisión, la existencia de un modo particular de problematización de las funciones militares sobre los entornos dinámicos locales en los que se encontraban los cuadros militares y el modo en que sobre ellos definieron, afectiva y reflexivamente, nuevos compromisos y responsabilidades. Quienes hayan procedido a su lectura, podrán ponderar el grado en el que esto pudo haberse cumplido.
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Sobre el autor
Aldo Avellaneda es profesor en la Facultad de Humanidades de la Universidad Nacional del Nordeste (Argentina) e investigador en el Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas. Ha publicado diversos estudios sobre el pensamiento militar en Argentina a finales del siglo XIX y principios del XX así como también sobre aspectos analíticos derivados del enfoque de la gubernamentalidad. Es codirector del libro Conductas que importan. Variantes en los estudios de gubernamentalidad (Editorial Eudene, 2019) y próximamente publicará su tesis doctoral sobre el “gobierno de sí mismos”, una historia del pensamiento militar respecto a sí mismos y a sus entornos a principios del siglo XX. En la actualidad se encuentra en los inicios de una investigación sobre el pensamiento militar en Chile, para el mismo periodo.
https://orcid.org/0000-0002-0577-043X
About the author
Aldo Avellaneda is a professor at the Faculty of Humanities of the Universidad Nacional del Nordeste (Argentina) and a researcher at the National Council for Scientific and Technical Research. He has published various studies on military thought in Argentina at the end of the nineteenth and beginning of the twentieth centuries and analytical aspects from the governmentality approach. He is co-director of the book Conductas que importan. Variantes en los estudios de gubernamentalidad (Editorial Eudene, 2019) and will soon publish his doctoral thesis on “self-government”, a history of military thought itself and its environment at the beginning of the twentieth century. He is currently initiating an investigation on military thought in Chile during the same period.
Esta es la segunda parte de un estudio destinado a indagar en las mutaciones del pensamiento militar respecto a sí mismos y sus entornos en un sentido amplio. Para el estudio anterior, ver “Distancia y Compromiso (primera parte). El mundo militar y la cuestión política en la Argentina a inicios del siglo XX”, (Avellaneda, 2019a). En la medida en que pude seguir las sugerencias de los evaluadores anónimos, estas páginas se habrán visto sin duda enriquecidas. Mi agradecimiento.
En los últimos años algunos colegas vienen avanzando con estudios enriquecedores sobre este plano del mundo militar. Se pueden ver los trabajos de Cornut (2017 y 2018), Cornut y Soprano (2020), Dick (2014), Dick y Schiavo (2020) y Soprano (2019 y 2021b). Germán Soprano nos ha dejado también un trabajo de puesta al día de nuestros intercambios y puntos de vista sobre este periodo en el mundo militar (Soprano, 2021a).
Pueden verse los objetivos del Semanario del Ejército, Armada y Guardia Nacional (SEAGN), publicado por primera vez el 1 de septiembre de 1883 bajo la dirección del Cap. Malarín y del teniente primero de Urquiza (ver SEAGN, 1(1), “Nuestro programa”), así como de la Revista Militar Argentina (ver “Tendencias de esta publicación”, 1 de mayo de 1889) o del Semanario Militar (SM), creado en agosto de 1896 desde el Estado Mayor y a instancias del Grl. Capdevila (ver SM, 49, 1 de agosto de 1897 y 97, 1 de agosto de 1898). De la misma manera, al celebrar su primer año de publicaciones continuas, la Comisión de Redacción de la Revista Militar indicaba que “La dirección de la Revista y su cuerpo de colaboradores… imprimió a la Revista el carácter de una publicación científico-militar al estilo de las que se publican en Europa, siendo los autores de los trabajos publicados tanto aquí como allí, todos militares” (RM, mayo de 1901: 469).
Me refiero a la Revista Militar, Revista del Suboficial, El Soldado Argentino, Tiro Nacional Argentino y Estudios y Comunicación de Informaciones. Me detendré en estas publicaciones en el tercer apartado.
En el caso de la obra del teniente coronel Jáuregui, “está especialmente dedicada a los padres de familia, ellos deben saber que además de la instrucción militar, sus hijos aprenden en las filas muchas cosas útiles, para cuando deban comenzar solos la lucha por la vida, trabajar bajo la dirección de terceros o bien dirigir a otros hombres” (1921: s.n.).
Para el libro del Grl. Munilla ver “El llamamiento a las filas”, 101-105. En cuanto a la obra del Tte. Cnl. Smith, ver capítulos 7 y 9 fundamentalmente.
Dicho objeto es mucho más recurrente que los materiales que se refieren a él de modo explícito, algunos de los cuales quedan consignados a continuación. Ver “Realidad y Utopía” (RM, 1915: 286-292); “El oficial argentino. El ejército debe sustentar los ideales del pueblo (capítulo de una obra en preparación)” (RM, 1917: 137-142); “El pueblo y el ejército” (RM, mayo de 1917: 257-259); “La vinculación del ejército con el pueblo” (RM, marzo de 1918: 341-343); “Vinculación del pueblo con el ejército” (RS, noviembre de 1923: 22-24); “El ejército y el pueblo” (RS, mayo de 1924: 4-6); “Las fuerzas morales. El pueblo y el ejército ante la historia” (RM, febrero de 1927: 113-124). Para otros trabajos del Cnl. Smith, pueden verse “Las realidades del patriotismo” (RM, 1926: 351-353); “El factor moral” (RM, 1926: 837-841); “Cómo se prepara la derrota. Algunas lecciones de la historia” (RM, 1916: 281-287); “El ideal de la patria” (RM, enero de 1927: 7-13).
En un trabajo anterior me detuve en precisar que, en términos comparados con la ley de 1895, los fundamentos de la Ley 4301 de 1901, tal como fueron expuestos en el debate de finales de ese año y posteriormente esgrimidos ante las críticas recibidas, provenían débilmente de un saber experto en artes militares y de la guerra, sino que más bien aludían a la función cultural que el servicio militar estaba llamado a prestar. Ver Avellaneda, A. (2017b). “El ciudadano de las barracas. Genealogía del servicio militar como problema y preocupación en los cuadros militares argentinos en la esquina de los siglos XIX-XX”. Revista Coordenadas, 4(3).
En un trabajo sobre la recepción por parte de los oficiales argentinos del pensamiento de Clausewitz en las primeras décadas del siglo XX, Cornut nos provee de un estudio sobre las variantes del pensamiento militar alemán que dieron forma a la organización de una doctrina militar en estas tierras por esos años. En este trabajo señala que la noción de nación en armas, acuñada como concepto militar específico por Colmar von Der Goltz en 1883, “configuró un punto de inflexión en el pensamiento militar argentino” (Cornut, 2021: 14) y fue uno de los elementos que dieron forma a una “impronta doctrinaria” en el marco de una concepción de la guerra crecientemente asimilada a un juego mecánico de pesos y contrapesos con cada vez menos lugar para la “flexibilidad de diseño que el talento y la experiencia del conductor aplican en diferentes grados según las situaciones a enfrentar” (Cornut, 2021: 4).
“Socialismo y defensa nacional” (RM, febrero de 1914: 213-227). Para el debate Molina-Uriburu puede verse “La defensa nacional” (RM, noviembre de 1926: 697-706); “A propósito de ‘Defensa Nacional’” (RM, diciembre de 1926: 826-835). El Cnl. Molina había publicado un pequeño estudio en abril de ese año sobre la Defensa Nacional, que había sido republicado parcialmente en mayo por la RM. Allí afirmaba que la guerra en Sudamérica no sería guerra de posición, repensaba el peso de las armas necesarias para el país (relativizando los avances de la artillería liviana tras la guerra), y proponía la creación de ocho divisiones del ejército que resguarden todo el perímetro territorial de fronteras, lo que incluía una nueva división territorial, un aumento de seis mil conscriptos, 650 suboficiales y 250 oficiales. El Grl. Uriburu responde, por medio del diario La Nación, a algunas de las afirmaciones de aquel estudio. Estas resultan a su vez el blanco de una carta del Cnl. Molina en el mismo diario y una extensión de sus consideraciones en otro artículo en la RM. El escrito de diciembre en la RM del Grl. Uriburu es una respuesta a este último. En términos comparativos, el Grl. Uriburu manejaba un concepto más extendido de la noción de Defensa Nacional, aunque no entraba en consideraciones sobre cuestiones industriales, de comercio, etc.
Se pueden ver “Necesidad de que el país intensifique su defensa nacional” (RM, enero de 1918: 1-11; junio de 1918: 1019-1022); “El problema de nuestra preparación militar. I Parte. La seguridad Nacional” (1225-1258); “Necesidad de que el país intensifique su Defensa Nacional” (RM, agosto de 1918: 1411-1413); “Defensa Nacional. Consideraciones sobre la importancia del poder militar y naval” (RM, noviembre de 1918: 1916-1924); “Estudio sobre la Defensa Nacional” (se trata de la reproducción de un escrito de un militar del Ejército de Chile, RM, julio de 1926: 15-39); “Defensa Nacional. Organización e instrucción de la reserva y sus cuadros” (RM, marzo de 1928: 277-285). Los trabajos del Cnl. Crespo “La organización, el territorio y las fuerzas de tierra” (1936) y “La nación y sus armas” (1938) también pueden ser ubicados en esta clasificación, así como la conferencia del Grl. Perón en 1944 al crearse la cátedra de Defensa Nacional en la Universidad Nacional de La Plata.
Para el proyecto y fundamentación del Grl. Aguirre, véase Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados, 1914: 314-317. Fue reproducido ese año en el número de julio-agosto de la RCM, 104-106. El mismo proyecto fue presentado dos años más tarde (Diario de Sesiones de la Cámara de Diputados (1916: 430-431). Biblioteca del Congreso de la Nación. Buenos Aires, Argentina). Para el caso francés, pueden verse los trabajos de Gautier, L. (2017). Le SGDSN au coeur du continuum de défense et de sécurité de la France. Revue Défense Nationale, 800, 24-30; Imlay, T. (2008). Preparing for Total War: The “Conseil Supérieur de la Défense Nationale” and France’s Industrial and Economic Preparations for War after 1918. War and History, 15(1), 43-71; Vial, J. (1955). La défense nationale: son organisation entre les deux guerres. Revue d’histoire de la Deuxiéme Guerre Mondiale, 18; Vial, P. (2015). La défense nationale avant 1914, une utopie institutionnelle?. Comité d’e etúdes de Défense Nationale, 278. En un trabajo anterior traté de reconstruir en detalle la asociación de la Defensa Nacional a la nueva preocupación por la conducta económica del Estado: Avellaneda, A. (2019). La primera guerra mundial y la conducta económica del Estado en el pensamiento militar en Argentina. Iberian Journal of History of Economic Thought, 6(1), 17-36.
No ha sido elaborado aún un trabajo que exponga los vínculos del Dr. Carlés con el ejército, en cuyos espacios educativos ocupaba lugares destacados, así como cuyas publicaciones periódicas albergaban sus ideas. Una semblanza general en el marco de la Liga Patriótica Argentina, en Tato (2006).
Trato aquí de seguir de un modo breve y modesto los sugerentes análisis para este y otros casos de Sandra Gayol (Gayol, 2012; García Ferrari y Gayol, 2015; Gayol y Kessler, 2018).
Ver, entre otros, “Preparación física de la nación por el ejército” (RM, septiembre de 1907: 300-307); “Reclutamiento” (RM, noviembre de 1910: 501-503); “El servicio obligatorio: sus beneficios sociales y militares” (RM, noviembre de 1910: 616-617); “Argumentos a favor del servicio obligatorio” (RM, junio de 1908: 74-75); “El tiro y la gimnasia en los colegios nacionales” (RM, marzo de 1909: 209); “República Argentina. La instrucción de tiro y gimnasia” (RM, junio de 1909: 282-287); “Educación patriótica” (RM, junio de 1909, 401-403), “Campeonato escolar” (RM, junio de 1909, 407-414); “La acción educadora del oficial” (RM, 2120-2123); “El humor en los cuarteles” (RM, agosto de 1910: 823-826). En el mismo sentido, la cartilla militar del Tte. Cnl. Moscarda (1907), destinada a ser distribuida en las escuelas públicas, remitía únicamente en su segunda parte a cuestiones militares, siendo la primera un “tratado de ética general” que coloreaba afectivamente las ideas de patria y patriotismo (RM, 1907: 168; ver Moscarda, 1907).
Ver “Tte. Cnl. Don Héctor B. Varela” (RS, febrero de 1923: 2-3); “Reminiscencias de la semana Trágica” (RS, febrero de 1923: 54-55); “El asesinato del 25 de enero” (RS [escrito por la redacción], marzo de 1923: 5); “Al malogrado Tte. Cnl. Varela” (RS, marzo de 1923, 5-6); “El anarquismo en acción” (RS, marzo de 1923, 6-8); “Generosidad argentina y desvergüenza bolchiviqui” (sic.) (RS, marzo de 1923: 42-44); “Tte. Cnl. Héctor Varela” (ESA, 38, 31 de enero de 1923: 1); “Que los extranjeros que vienen a nuestro país, juren, respeten y acaten las leyes de la Nación Argentina” (ESA, 39, 15 de febrero de 1923: 1-3); “El asesino” (ESA, 39, 15 de febrero de 1923: 4); “El anarquismo extranjero en la República Argentina” (ESA, 41, 15 de marzo de 1923: 1).
Ver “Patriotismo. Su crisis y su afianzamiento” (RM, julio de 1920: 410-415); “Los incapaces” (ESA, 7, 15 de octubre de 1921: 1); “Comunismo” (ESA, 8, 1 de noviembre de 1921: 5); “La aspiración anarquista” (ESA, 14, 31 de enero de 1922: 1-2); “El hambre” (ESA, 14, 31 de enero de 1922: 5-6); “El bandolerismo en el sur y su origen” (ESA, 14, 31 de enero de 1922: 8-98); “Cómo los socialistas adquirirán la tierra y el capital” (ESA, 18, 31 de marzo de 1922: 1-2); “Lo que deben saber y sentir los argentinos” (ESA, 35, 15 de diciembre de 1922: 6-7); “El anarquismo extranjero en la República Argentina” (ESA, 41, 15 de marzo de 1923: 1); “El cáncer se cura brutalmente o no se cura” (ESA, 41, 15 de marzo de 1923: 2); “El mal que aqueja a la República Argentina” (ESA, 41, 15 de marzo de 1923: 3); “Venimos a poblar…” (ESA, 42, 30 de marzo de 1923: 2-3); “Efecto de la ignorancia” (ESA, 42, 30 de marzo de 1923: 3-4); “El comunismo” (ESA, 48, 1 de julio de 1923: 3-4); “La muerte del maximalismo” (ESA, 62, 15 de febrero de 1924: 1); “Ideal” (RS, marzo de 1924: 52-53); “Un juramento sagrado” (RS, septiembre de 1924: 8-9); “Patriotismo y comunismo” (ESA, 80, 15 de noviembre de 1924: 1-3); “Organizaciones subversivas” (ESA, 93, 1 de junio de 1925: 1-2); “El régimen del soviet es inhumano y monstruoso” (RS, septiembre de 1927: 20-21); “El imperialismo comunista” (RS, noviembre de 1927: 4-87); “Alerta” (RS, diciembre de 1927:6-8).
Un punto que no se ha abordado aún es el de la posición percibida de la mujer desde las publicaciones militares (fundamentalmente RS y ESA) en esa época. Aparece en su doble imagen de “guardiana del hogar” y de “guardiana de la patria”, preparando armas y practicando el tiro. Pueden verse, entre otros, “El Hogar” (ESA, 4, 1 de septiembre de 1921: 1); “De la madre de un conscripto” (ESA, 18, 31 de marzo de 1922: 2-3); “Familia” (ESA, 21, 15 de mayo de 1922: 3-4); “Cooperación de la mujer” (RS, 76, abril de 1925: 17 [imagen]); “La mujer argentina” (ESA, 152, noviembre de 1927: 8).
Repongo el pasaje completo, pues da una idea de la percepción de sí mismos, en el marco de escenarios convulsionados. “Nuestro patriotismo contempla a ricos y a pobres, a trabajadores y a enriquecidos; a los ricos para aconsejarles menos egoísmo, a los pobres para enseñarles a no serlo; a los trabajadores para que enriquezcan y a los enriquecidos para que destinen su fortuna al perfeccionamiento de la República.
Combatimos a los inmorales y a los explotadores. Son inmorales los que corrompen el alma de la multitud aniquilando la bondad, la esperanza y la alegría; son explotadores los que enarbolan banderas llamativas para atraer incautos, y atemorizar miedosos con quienes forman comparsas que a modo de río revuelto, ofrecen pesca abundante” (“Trabajo argentino”. ESA, 76, 15 de septiembre de 1924).
Existía, al contrario de lo que podría pensarse, cierto margen para la descripción de escenarios que no reflejaban las condiciones óptimas para la unificación espiritual (incluso al interior de la fuerza, ya que uno puede encontrarse con escritos críticos respecto a la situación salarial de los suboficiales). A continuación, dos segmentos descriptivos muy vívidos con relación a la atmósfera social. “Una criolla, una pobre mujer del pueblo, trabajadora y buena como todas ellas, quejábase ayer de la vida cara. No serían nuestras palabras tan elocuentes, si intentáramos comentar lo que nos dijo; por eso, es ella quien habla. Escuchémosla con cariño, con atención, con interés porque es la voz de la verdad la que sale de su boca desdentada ya, es la voz de la vida, la voz de la experiencia…” (ESA, 41, 15 de marzo de 1923: 7). “Señores idealistas, señores intelectuales, señores gobernantes: no es con palabras floridas ni con gestos rotundos, no es con discursos fogosos ni con banquetes opíparos con lo que se hace patria. El reunirse en las festividades cívicas en las plazas y las calles alrededor de las banderas desplegadas, cantar himnos, pronunciar vibrantes palabras y cubrir de flores el pedestal de los prohombres, es muy digno de aplauso, muy loable y muy justo, pero es una gran farsa cuando se mira con tanta indiferencia y despreocupación a esa niñez astrosa y miserable con que el Destino [sic] abastecerá mañana el hospital, el manicomio y el presidio” (“Motivos de la ciudad de Corrientes. ¡La infancia abandonada!”. RS, octubre de 1925: 21).
Ver “Los principios y las federaciones” (RS, febrero de 1923: 21-24); “Redentores” (RS, diciembre de 1923: 57-58); “Las sociedades obreras de resistencia. Su funcionamiento ilegal” (ESA, 78, 15 de octubre de 1924: 1); “Organizaciones subversivas” (ESA, 93, 1 de junio de 1925: 1-2).
Son numerosas las notas y los artículos sobre este aspecto. La familia, el alcoholismo, el juego, la prostitución, la buena alimentación, los horarios de descanso, el cuidado de los hijos y de los padres, el rol de la mujer, la higiene, las actividades físicas son algunos de los temas que una y otra vez aparecen cubiertos en las páginas de RS y ESA.
También en esta tercera década cobra fuerza en el pensamiento militar la percepción de un “mayo liberal” que, a contracara del “mayo soviético” (una disputa simbólica y paradojal entre los años 1853 y 1885), pasa a ser comprendido como un rasgo característico de la identidad nacional. Ver “Contraste” (ESA, 3, 15 de agosto de 1921: 1-2); “El pueblo es uno en la República Argentina; es el gobierno de la igualdad, la igualdad en los derechos y en los cargos” (ESA, 4, 1 de septiembre de 1921: 4-5); “La democracia argentina” (ESA, 22, 30 de septiembre de 1922: 3); “Ideología del pronunciamiento de mayo y su influencia en nuestra organización nacional” (RS, mayo de 1923: 13-15); “La igualdad social” (ESA, 45, 15 de mayo de 1923: 4-5); “El movimiento de mayo y la revolución rusa” (ESA, 45, 15 de mayo de 1923: 52- 54); “En 1810” (ESA, 109, 1 de febrero de 1926: 2-3).
Algunas de las referencias al fascismo son “El triunfo del fascismo” (ESA, 35, 15 de diciembre de 1922: 1-2) “Fascismo” (RS, enero de 1923: 23-24); “La razón de la Dictadura” (RS, mayo de 1924: 14-17); “Organizaciones subversivas” (ESA, 93, 1 de junio de 1925: 1-2); “¡Salve Italia!” (RS, marzo de 1927: 36-40); “La obra nacional Balilla” (RM, junio de 1930: 915-943; cont. julio de 1930: 91-109; cont. agosto de 1930: 305-325).
Este es un punto que, en sus propios términos, también señala el trabajo de Marina Franco (2020: 222).
En cuanto a la autonomía jurídica y a la retirada del campo político, remito a dos trabajos anteriores, Avellaneda, A. (2021). Fragmentos del pensamiento militar. Desarrollos sobre un estatus jurídico de excepción. Argentina, 1894-1927. Revista Argentina de Historia del Derecho, 61, 81-109; Avellaneda, A. (2019). Distancia y Compromiso (primera parte). El mundo militar y la cuestión política en la Argentina a inicios del siglo XX. Cuadernos de Marte. Revista Latinoamericana de Sociología de la Guerra, 17, 217-267.
Respecto al campo de revistas militares de este periodo, Marina Franco (2020) se ha detenido en tres de ellas. Aquí las dispongo en torno a otro marco analítico y objetivos. A su vez, Hernán Cornut dispone de un estudio de próxima aparición en el que señala la importancia de las publicaciones dependientes del Círculo Militar entre 1910 y 1920. Deben nombrarse de todos modos algunos títulos de los cuales quedan ejemplares y otros que parecen haberse perdido en la historia o aún aguardan, acumulando valor, en el estante de algún archivo. Hay constancia de la existencia, entre finales del siglo XIX y principios del XX, de las siguientes publicaciones: Ejército Argentino; Revista Científico-Militar; Marte. Revista militar y literaria; Porvenir Militar; Enciclopedia Militar.
Pueden verse no obstante y de modo excepcional materiales que reflejan aspectos de intervención interna de las fuerzas. El número correspondiente al primer semestre de 1924 contiene la traducción de un informe sobre aspectos de guerra química en el ejército de los Estados Unidos de América. Se incluye allí, en un anexo, “Instrucciones provisionales para la dispersión de tumultos por medio de la Guerra Química” (EyCI, 7, 1924: 42-68).
“Tiro Nacional Argentino era publicada por la Dirección General de Tiro y Gimnasia del Ejército en un formato mensual, aunque ocasionalmente se publicaran tres números juntos (sobre todo los correspondientes a los meses de verano, enero-febrero-marzo, cuando las sociedades de tiro –y los colegios– no tenían actividad). La revista se distribuía gratuitamente en las sociedades de tiro y los colegios nacionales donde se practicaba el tiro. Todas las personas que participaban en esos ámbitos podían acceder a la misma” (Raiter, 2015: 52). Ver además, Raiter (2022).
En tanto dependiente del Círculo Militar, tuvo un primer periodo de publicación entre 1884 y 1889, momento en que algunos conflictos internos entre el Subt. Mendoza (director de la publicación) y la Comisión Directiva del Círculo Militar terminaron por producir la separación de este y la disolución de aquella (ver para este punto, Revista Militar, julio de 1889: 369-377). Apareció fugazmente (un semestre) en 1894 con la leyenda “Segunda Época”. Volverá a aparecer hacia 1900 y aunque varíe su denominación más adelante, ya no tendrá interrupciones. Para 1913 se abonaban dos pesos m/n por página, como un incentivo a la realización de materiales, y la distribución era de cuatro ejemplares por cada unidad (CLyDM, T 8, 1913: 173-174). Unos años más tarde y por razones de reducción de presupuesto, se reduce su tirada así como la del Boletín Militar (CLyDM, T8, 1916: 713). En un trabajo inédito, Cornut señala que hasta 1917 convivían publicaciones de idéntico nombre, aunque provenientes de fuentes distintas (Ministerio de Guerra y Círculo Militar).
Para la participación del My. Diana en la Liga Patriótica, ver RM, 1919: 197-202. En cuanto a la intervención de la Liga en acciones represivas, ver McGee Deutsch, S. (2003).
“Breve reseña de la formación de la revista” (RS, enero de 1925: 14-16). Algunos integrantes de la comisión de la Biblioteca del Suboficial, así como varios de los primeros directores de la revista, pertenecían a la Logia San Martín, a la que ya me he referido en otro trabajo (Avellaneda, 2019b).
Las contratapas de cada número de la RS dejan ver la identidad del delegado de cada unidad, así como el número de suscriptores que le corresponde atender, incluyendo categorías como “oficiales” y “otros”.
En realidad, esto venía ocurriendo desde finales del siglo anterior. Algunos números del Semanario Militar (1896-1899) ya entablaban debate público con algún título de la prensa periódica por alguna opinión o tema. En este punto puede observarse una profundización de la tendencia.
Puede verse el primer artículo del primer número “El Club Naval y Militar” (RCNyM, junio de 1884: 1-7). Los parámetros de sociabilidad de los oficiales argentinos en esos años (haciendo abstracción de sus diferencias internas, que muy posiblemente respondían aún y por varios años a factores externos al ejército) parecen ser más bien el caso de un tertium genus, a mitad de camino entre la autoconciencia de una distinción y la gramática de las necesidades. En un artículo de finales de 1888, titulado “Fraternidad Militar”, su autor se lamentaba de que la muerte de un Capitán del Ejército lo haya sorprendido sin ahorros y que “sus huesos [fueran] a mezclarse en la tierra común, en la fosa de la miseria y de la pobreza”, pero se regocijaba a la vez porque la solidaridad de los pares lo había impedido, posibilitando una sepultura digna. Y no solamente eso, saludaba la idea de crear una “Sociedad de socorros mutuos militares” (RMA, diciembre de 1888: 272-273). Años más tarde, una pieza sobre “Sociedades Cooperativas entre militares” caminaba los mismos senderos. “Dignificada cada vez más la carrera militar, que obliga al jefe u oficial, así como a sus familias, a alternar en primera fila en la sociedad, y por lo tanto a presentarse con la corrección debida, se impone la lucha entre las exigencias que estas traen aparejadas y la escasez universal de los sueldos militares” (RCM, julio de 1900: 283).
Sin tener antecedentes directos con experiencias de instrucción específica para este segmento de la población militar, deben reconocerse de todos modos intentos anteriores que no tuvieron continuidad, como la Escuela de Cabos y Sargentos suprimida en 1890, la Escuela teórica y práctica para la instrucción y provisión de clases creada en 1897, la Escuela teórico-Práctica para clases de 1899, que directamente no tuvo funcionamiento, y la Escuela de Aplicación de Clases creada en 1902 y disuelta en 1905.
Por estos años, el servicio activo de un suboficial llegaba excepcionalmente a los quince años. Puede verse la biografía del sargento Juan González, realizada para la RS (“En el R. 6 de Infantería. Retiro”. RS, marzo de 1923: 68).
Un caso muy publicitado en las revistas militares fue el de una joven que, ante la postura indiferente de algunos conscriptos, reprendió duramente a una persona que había agraviado a un pelotón que circunstancialmente desfilaba cercano al vagón del tren en el que se encontraba. Recibió por ello, entre otras condecoraciones, la “Medalla de oro del Círculo Militar”. Ver “Conscriptos que no saben respetar el uniforme que visten” (RS, junio de 1923: 51). Para el mismo caso “Lección de cultura y patriotismo” (RM, 1923: 888-889). Véase además “Instrucción de suboficiales. Obra necesaria en nuestro Ejército para que pueda cumplir su elevada misión” (RS, octubre de 1923: 37-38); “Algo más sobre la vida exterior del suboficial” (RS, diciembre de 1923: 46-48); “El deber social del suboficial” (RS, agosto de 1924: 13-14).
Se pueden ver, entre otras, las siguientes crónicas: “R 11 de Infantería Grl. Las Heras. Inauguración del Casino de suboficiales” (RS febrero de 1920: 36); “Una simpática fiesta” (RS, julio de 1923: s.n.); “Casino de suboficiales A.3. Agasajo” (RS, diciembre de 1920: s.n.); “Fiesta de camaradería en el R. 10 de caballería” (RS, diciembre de 1920: 581); “Inauguración del casino de suboficiales del III Batallón de Zapadores Pontoneros” (RS, enero de 1922: 11); “Compañerismo y camaradería militares. Como debe entenderse y practicarse en tiempo de paz. Influencia moral y beneficio en campaña” (RS, enero de 1923: 56-57); “Casino de suboficiales” (RS, marzo de 1923: 67-68); “El casino de suboficiales en los cuerpos del ejército” (RS, septiembre de 1923: 45-46); “Banquete en el III/Ac.” (RS, febrero de 1924: 75); “En el R. 6 de Infantería” (RS, marzo de 1924: s.n.); “R 14 de Infantería. Su 23 aniversario” (RS, marzo de 1925: s.n.); “IV Grupo de Artillería a caballo. Aniversario” (RS, abril de 1925: 77).
“Oración al gaucho” (RS, agosto de 1922: 33); “Era nueva” (junio de 1926: 14-165); “El gaucho y el ejército” (RS, agosto de 1926: 13-16); “Folklore argentino” (RS, septiembre de 1926: 41-43); “El mate” (RS, octubre de 1926: 30); “Páginas Criollas” (RS, noviembre de 1926: 29-40); “El puma” (RS, enero de 1927: s.n.); “Los gauchos” (RS, enero de 1927: s.n.); “El gaucho” (RS, enero de 1927: 10); “La selva misionera” (RS, junio de 1927: 22-24).
Dicha tolerancia parece haber sido el modo de vinculación entre el mundo militar y el mundo religioso hasta entonces (ver “El Espíritu Religioso en el Ejército”. RM, septiembre de 1902: 295-299). En cuanto al Reglamento de 1915, puede leerse “Los señores comandantes de Región tomarán las medidas necesarias para el más amplio y eficaz desarrollo del programa [de conferencias] durante el periodo de instrucción de la clase; de manera que cada uno de los capellanes del Ejército adscriptos a su Región por lo menos dos veces por semana, dé conferencias en uno u otro de los cuerpos de Región, sobre algunos de los tópicos que se expresan en el programa y otros análogos, de modo que sin que puedan dar lugar a críticas de personas que pertenezcan a otras religiones o creencias o aún al sectarismo, enseñen principios sanos indiscutiblemente establecidos en todas las religiones y que toda persona honrada cualesquiera que sean sus creencias esté forzosamente obligada a reconocerlos como principios fundamentales de moral, benéficos para consolidar el espíritu nacional, el patriotismo, la institución armada, la honradez, la familia y en general el bien de los ciudadanos” (CLyDM, T8, 1915: 275, véase también CLyDM, T10, 1932: 418). El programa contenía, a modo de pequeñas reflexiones, 55 temas entre los cuales los capellanes debían escoger algunos y armar con ellos sus exposiciones en las unidades. Ninguno de ellos se vinculaba unilateralmente con una profundización de la doctrina católica.
Si bien el centro de articulación entre militares y civiles para la coordinación de las acciones represivas en la “Semana Trágica” estuvo en el Centro Naval, y uno de los principales promotores fue el Almirante Domeq García, la colaboración y adhesión explícita de algunos cuadros del ejército a la “Proclama de la Liga” hacía evidente los vínculos (entre ellos, el Mayor Diana, creador de la RS, y el Grl. Eduardo Munilla). En las páginas de la RM se publicitaron el programa y otros documentos de la Liga (RM, 1919: 197-202) y el Círculo Militar adhirió expresamente a la conformación de esta “corporación de individuos” con el objetivo, entre otros, de “cooperar con las autoridades en el mantenimiento del orden público” (RM, 1919: 199-200). El acelerado grado de integración en estas nuevas redes motivó posteriormente la solicitud del Ministro de Guerra de evitar la adhesión a “asociaciones creadas con fines públicos” (CLyDM, 1919: 703-704).
Algunos materiales que pueden consultarse para una visión de conjunto son “El clero argentino y su obra en bien del país” (ESA, 35, 15 de diciembre de 1922: 7-8); “El 1 de mayo” (ESA, 44, 30 de abril de 1923: 4-5); “La iglesia en el concepto nacionalista” (ESA, 67, 1 de mayo de 1924: 15-17); “Dios y la Patria” (ESA, 67, 1 de mayo de 1924: 18-19); “Fragmentos de una conferencia dada por el capellán de la D. 2 a la tropa el día 7 de abril” (ESA, 45, 15 de mayo de 1923: 5-6); “El padre Beltrán en la organización del ejército” (ESA,1926); “Dios y la patria” (ESA, 170, 15 de junio de 1928: 2-3).
Tal pareciera ser una de las líneas argumentales del libro de Loris Zanatta, al referir que la “penetración del nacionalismo católico entre los oficiales… formó parte de un nuevo acercamiento general de la Iglesia a las instituciones armadas, alentado y dirigido por la jerarquía eclesiástica” (Zanatta, 2005: 31). Espero poder dedicar un próximo estudio a las formas de imbricación en el pensamiento militar entre mundo militar y mundo religioso para las primeras décadas del siglo XX.
Miranda Lida ha puesto en duda esa visión rupturista entre la iglesia de la década del ’30 y la anterior, y aquí creo que pueden verse huellas tempranas de un catolicismo integrista. Ver Lida, M. (2009). Los orígenes del catolicismo de masas en la Argentina, 1900–1934. Jahrbuch für Geschichte Lateinamerikas, (46). Por lo demás, los estudios respecto al “catolicismo capilarizado” (expresión que tomo de Diego Mauro) de esos años, así como la romanización de la iglesia en los años posteriores (fundamentalmente en la década del ’30), lamentablemente no han llegado aún a los espacios militares. Sin dudas, podría ganarse una mayor comprensión de las redes de sociabilidad militar-religiosa para estas primeras tres décadas del siglo XX a partir de una mayor atención a la particular dispersión territorial de las unidades militares y sus vínculos con las comunidades locales.