La Generación Perdida y la primera posguerra estadounidense: ¿cosmovisión en conflicto?

 

 

Griselda Labbate

Universidad Nacional de Quilmes, Argentina

labbate.griselda@gmail.com

Fecha de recepción: 15/02/2022

Fecha de aprobación: 26/04/2022

 

Resumen

Luego de la Primera Guerra Mundial los valores propios de la moral burguesa comenzaron a ser revisados y cuestionados en distintos lugares de Occidente. En Estados Unidos se asistió a una serie de conflictos en el plano cultural que implicaron el cuestionamiento de ciertas creencias y prácticas vigentes, siendo la participación del país en aquel conflicto bélico un factor esencial para entender el proceso. Esta disconformidad se expresó en el campo literario estadounidense, en especial a través de los representantes de la Generación Perdida. El presente trabajo propone analizar las maneras en las cuales se expresó esa disconformidad, así como sus alcances y limitaciones, tomando a tres escritores representativos de esa generación.

 

Palabras clave: Primera Guerra Mundial, Cultura y sociedad estadounidense, Literatura, Generación Perdida, Felices años veinte

 

The Lost Generation and the first postwar in America. A conflicting worldview?

 

Abstract

After World War I, bourgeois morals started to be questioned in different aspects around the Western world. In the United States, we can observe a series of conflicts in the cultural sphere, which involved questioning thoughts, opinions, and practices established and supported by different powerful areas. This disagreement was expressed in American literature, especially through the writers of the Lost Generation. We propose to analyze in which ways that questioning has been expressed, including its advances and limitations, taking into account three novelists who belonged to that group.

 

Keywords: First World War, American culture and society, Literature, Lost Generation, The Roaring Twenties

 

Introducción

El presente artículo considera que la participación de muchos estadounidenses en la Primera Guerra Mundial fue un factor esencial en el shock cultural que se vivió en ese país durante la década de 1920. A pesar de haber tenido una participación más breve y distante en comparación con otros beligerantes, la vivencia del conflicto también contribuyó a poner en jaque, al igual que en Europa, algunos aspectos de la moral tradicional. En esta línea, nos concentraremos en el campo literario, con el objetivo de analizar la disconformidad que expresó un grupo de escritores de la llamada Generación Perdida con respecto a ciertos valores hegemónicos en la primera posguerra.[1] Esperamos identificar las maneras en las cuales las novelas que forman parte de nuestro corpus evidencian incomodidad frente a los discursos dominantes del período, enmarcados en una cosmovisión propia que parece entrar en conflicto tras el final de la Gran Guerra. Asimismo, exploraremos qué sentido se le otorga en estas obras a las relaciones interpersonales de posguerra, incluyendo el vínculo entre hombres y mujeres y las expectativas que pesaban sobre ellos. Observaremos, también, las heridas que dejó la experiencia bélica y la vuelta a la cotidianeidad tras ella. En función de estos ejes, consideraremos tres obras que abordan las vivencias de jóvenes norteamericanos en la Primera Guerra Mundial o en el servicio militar previo al conflicto.[2] Esto nos permite considerarlas fuentes históricas que nos ayudarán a observar la manera en la cual, luego de 1918, se hacen presentes en sectores de la sociedad estadounidense algunos cuestionamientos a los valores tradicionales, transmitidos desde las esferas de poder (campos económico, político y mediático), asociados a la llamada moral burguesa.[3]

Las fuentes seleccionadas fueron estudiadas en el marco de una investigación interpretativa que apunta a comprender e investigar un asunto, claro está, sin que sea necesario para ello estudiar a personas en sus contextos vitales, sino que se incluyen en este tipo de análisis a todo tipo de producciones culturales. Tomando en consideración, entonces, que el principal objetivo es interpretativo, el objeto a estudiar se entiende como un mensaje o código a descifrar (Ynoub, 2011). En esa línea, hemos hecho uso de técnicas cualitativas, las cuales se sirven de datos que no están expresados numéricamente. Se llevó adelante el estudio de documentos escritos a través de la observación documental, que implica la observación mediata de la realidad. Esto se aplicó en el caso de los textos bibliográficos y las fuentes narrativas, analizándolos de manera orientada por la hipótesis previamente planteada (Arostegui, 1995). Las traducciones, tanto de las fuentes como de la bibliografía de consulta, fueron realizadas por mí.

Esperamos dar cuenta, asimismo, de los alcances y limitaciones que poseen los cuestionamientos de estos autores; ello implicará exponer los motivos por los cuales estas obras no podrían enmarcarse dentro de lo que se denomina literatura de denuncia, entendiendo a ésta como una categoría en la cual, además de visibilizarse una o varias problemáticas, se expresan denuncias y propuestas claras, ubicándose el autor como sujeto político comprometido con su entorno social (González Sánchez, 2018).    

 

The roaring twenties: algunas consideraciones preliminares (1918-1929)

Estados Unidos atravesó un período de bonanza económica tras el final de la Gran Guerra, que se extendió hasta la crisis económica de 1929. Esos años de prosperidad impactaron en la cotidianeidad de los estadounidenses. Nuevos hábitos en la movilidad, así como en el uso del tiempo y del dinero disponibles, posibilitaron, entre otros espacios, la apertura de numerosos clubs y salas de baile en las grandes ciudades, especialmente en Chicago y Nueva York (Hernández Rubio, 2016). La vida nocturna atrajo a los jóvenes, quienes, de manera novedosa, ya no formaban sus familias a una edad tan temprana. Muchos de ellos fueron dejando atrás el tradicional cortejo del siglo XIX para pasar a establecer contactos más espontáneos e informales. Además, en estos escenarios se achicaron las diferencias entre jóvenes de clase media y alta, así como con otras subculturas. Estos valores y hábitos, por otro lado, también se fueron consolidando en parte de los sectores obreros urbanos, que accedieron a bienes materiales y simbólicos nuevos a partir de gozar de mejores salarios y empleos estables (Bosch, 2005). Esa flexibilización de los rígidos postulados morales que aún tenían una gran vigencia solía asociarse al consumo de alcohol, al que acabó por culparse, en múltiples ocasiones, de ser el factor responsable de la aparente desintegración social.

Las reacciones conservadoras frente a esa efervescencia no fueron aisladas. Tuvo lugar en estos años una marcada ola de nacionalismo y conservadurismo; los valores protestantes, rurales y suburbanos se exacerbaron y se planteaba el deseo de volver a un pasado idealizado. Es viable afirmar que en los años veinte se intentó, tal vez como nunca antes, asociar al americanismo con el evangelismo de los pequeños núcleos rurales, que proponían la moderación, el trabajo duro y la discreción como pilares de la vida social, intentando contrastar los estereotipos negativos con los que se intentaba asociar a los inmigrantes, como la ilegalidad, la corrupción y la decadencia moral en las grandes urbes (Bosch, 2005).

No resulta sorprendente, ante este panorama, encontrarnos con una redefinición de los roles asignados a los géneros, al menos en algunos sectores de la sociedad. Las mujeres jóvenes, además de incorporarse en muchos casos al mundo laboral, también cambiaron sus formas de divertirse, de vestir y de vincularse con sus pares (Yellis, 1969).

Gran parte de la prensa de los primeros años de la década veía con profundo desagrado las costumbres de esta generación de mujeres jóvenes; en Literary Digest, una publicación conservadora y masiva, diferentes notas de opinión firmadas por directores universitarios, religiosos y educadores planteaban la peligrosidad de esta revolución de la moral, que amenazaba, a sus ojos, a la ética y la femineidad tradicionales. Surge de esos artículos la sensación de amenaza en cuanto a la modestia, la castidad y otros conceptos, al afirmar, entre otras cosas, que se trataba de una generación desesperada por el sexo y que empujaba a la sociedad al desplome de la civilización, en tanto las mujeres ya no serían las guardianas de la moral. Por ejemplo, en Cap’n Billy’s Whiz Bang, una popular revista cuya circulación alcanzaba los doscientos cincuenta mil ejemplares por mes, aparecían estos versos dedicados a una chica flapper en el año 1928 (Stevens, 1988).

Quiero todas las luces que brillan

Quiero a los hombres – quiero al vino

Quiero divertirme sin preocuparme por el precio

Quiero ser caprichosa y seguir siendo bella.

 

The beautiful and damned, de Francis Scott Fitzgerald

Esta historia gira en torno a la pareja protagonista: Anthony Patch, un joven aspirante a escritor que espera gozar pronto de la herencia de su abuelo, y su esposa, Gloria Gilbert, una muchacha ociosa y superficial. No podemos afirmar que exista aquí una oposición tajante con respecto al pasado, pero sí disconformidad con él, así como una percepción pesimista del presente e incierta con respecto al futuro. Aunque los hábitos y creencias tradicionales son cuestionados en la novela, se presentan como valores abarcativos, sólidos y enérgicos, en detrimento de una sensación de inercia e inconsciencia en el presente, siendo Anthony Patch, un claro ejemplo de ello (Stern, 2003).

El matrimonio protagonista lleva una vida social agitada, sumido en los excesos y el despilfarro. El consumo de alcohol se presenta como una práctica que busca la diversión y la evasión.

El licor se había transformado en una necesidad para divertirse y no como el fenómeno aristocrático que había sido en el siglo anterior; ahora, era algo alarmante en una civilización que inexorablemente se volvía cada vez más apocada y circunspecta; ¿qué importaba? ¡Esa noche, ese pasajero fulgor, el final de la ansiedad y la sensación de que la vida no tenía ningún propósito eran, en todo caso, esencialmente románticos! El licor lograba que su fracaso pareciera heroico.

Sin una ocupación fija, ambos esperan vivir de la herencia que recibirán; existe en ellos un notable desprecio por los hábitos de rutina y laboriosidad que, hasta ese momento y a ojos de gran parte de la población, poseían un gran valor.

Mi papá está enojado conmigo —observó desganada.

—¿Por qué? Siempre me pregunté por qué es tan difícil para un norteamericano el ocio fácil. (…) No entiendo por qué la gente piensa que todos los hombres jóvenes deben subir hasta el centro de la ciudad y trabajar diez horas diarias durante los mejores veinte años de su vida, en un trabajo insípido, poco imaginativo. (…) ¿No tienes ninguna opinión formada sobre las cosas? preguntó él, irritado. (…)

—Sólo creo que la gente —continuó ella— está bien donde está, y todos se ajustan perfectamente al cuadro. No importa si no hacen nada. No veo por qué deberían hacerlo; en realidad, me resulta asombroso que todo el mundo esté siempre haciendo algo.

—¿Tú no quieres hacer nada?

—Sólo quiero dormir.

El abuelo de Anthony, Adam, personifica a los pilares más conservadores de la sociedad; se presenta como un guardián de la moral, acérrimo nacionalista y reticente frente a las costumbres juveniles. Sus diferencias con el nieto acaban con la decisión de desheredarlo y hacer trizas el sueño de la joven pareja. El autor expresa, a través de la rivalidad entre ambos, un claro contraste generacional.

Cada día que pasaba todo era más descolorido en la vida de Anthony. Aunque podría parecer algo un poco absurdo, se sentía oprimido por una especie de pérdida; sin embargo, no podía negar que algo ingrato, el sobreviviente de un fetiche, lo había invitado tres semanas antes a la biblioteca pública, donde buscó media docena de libros sobre el Renacimiento italiano (…). Su forma de vida se justificaba por el sinsentido de la vida. (…) [Todo lo que tenía] era un departamento y todo ese dinero que sería suyo cuando el viejo, el que vivía río arriba, se asfixiara en su propia moralidad.

Desde que se les niega la herencia, el vínculo entre Anthony y Gloria se resiente. La pareja no trabaja, pero esto es un problema para ellos solo desde el momento en el cual son desheredados. A partir de eso, Anthony entra en una espiral de desesperación no solo para obtener dinero, sino para reafirmar su imagen frente a Gloria, quien parece ir perdiendo el interés en él. Ella, aún con costumbres disruptivas con respecto a la generación anterior, da por sentado que su pareja debe ser proveedor. Anthony busca, a lo largo de la novela, opciones que le permitan sostener su hogar y recuperar la admiración de Gloria. Entre esas alternativas, siempre truncadas por su falta de constancia y su adicción al alcohol, el protagonista decide enlistarse en el Ejército, a fin de participar en la guerra, algo que no llega a concretarse por padecer problemas con su presión sanguínea.

Lo que el joven parece buscar en el Ejército es una reafirmación de la virilidad que se disipa a ojos de su esposa. (“A Gloria le parecía que hasta Anthony tomaba un nuevo encanto bajo la intensa luz roja que iluminaba toda la Nación.”). La expectativa con respecto a la guerra y la reafirmación de la masculinidad se hacen presentes en sus compañeros de campamento en distintas oportunidades (“Se sentían ebrios de importancia. Esa noche les comunicaron a las muchachas que tenían en la ciudad que iban a ir a buscar a los alemanes.”). El autor describe el inicial entusiasmo que suscitó la declaración de guerra, destacando la valoración positiva que aún había en ese momento, para describir luego la forma en la cual esa valoración comienza a decaer, al menos para Anthony y muchos de sus compañeros en el Ejército.

En abril fue declarada la guerra con Alemania. Wilson y su gabinete, quienes recordaban a los Doce Apóstoles, soltaron a los perros de guerra hambrientos con mucho entusiasmo, y la prensa se dedicó a vociferar de forma maníaca contra la moral, la filosofía y la música de los alemanes, insistiendo en lo siniestro de todo aquello. (…) Por fin todos tenían algo de qué hablar, y lo disfrutaban mucho, como si cada uno de ellos estuviese cumpliendo un papel en una obra sombría y romántica. (…) El décimo Regimiento de Infantería, al arribar a Nueva York desde Panamá, fue escoltado entre los bares y, ante su gran confusión, vitoreados por los ciudadanos, quienes estaban embriagados de patriotismo.

Además, el autor insiste en que la participación en el conflicto igualaba temporalmente a estadounidenses de diferentes estratos sociales y podría, por otro lado, glorificar a personas que no se destacaban en otro ámbito. Esto último es considerado por Anthony antes de alistarse. El efecto homogeneizador de la guerra sobre las diferencias sociales es un tema recurrente en la obra de Fitzgerald (“la impresión general era que todo era glorioso (…) los desdeñados y los chivos expiatorios no tenían más que aparecer de uniforme para ser perdonados y, además, vitoreados”).

Una vez en el tren, su primera impresión es de rechazo al sentir el aire viciado por el aliento de los hombres, de los cuales varios eran italianos e irlandeses. Se siente ajeno y todo en el ambiente le resulta desagradable: la comida, el ambiente y el resto de los soldados forman un paisaje indeseable en el cual se siente abrumado.

(…) cada mañana despertaba tieso y quejumbroso, inmaterial como un espectro, y corría apurado a encontrarse con las otras siluetas fantasmales que se apiñaban como un enjambre en las descoloridas callecitas de la compañía. (…) Anthony se hallaba en el proyecto de un escuadrón de infantería del cual formaban parte cien hombres. Después del mismo desayuno todos los días de tocino grasoso, tostadas frías y cereales, el batallón entero corría a las letrinas. (…) Tenía tres compañeros. Uno de ellos era un tipo con la cara chata, concienzudo impugnador, oriundo de Tennessee; el segundo era un polaco enorme que estaba muy asustado; finalmente, el desprolijo irlandés. Los dos últimos pasaban muchas horas, durante la noche, escribiendo interminables cartas. El celta silbaba continuamente distintos cantos de pájaros, de forma aguda y monótona.

La percepción del protagonista sobre las relaciones humanas dentro del servicio militar es muy negativa. Anthony se alista por razones de índole económica y de estatus, algo que no sorprende en función de la moral burguesa. Sus amigos también se alistaron de inmediato, mostrando orgullo por ello. Sin embargo, al formar parte del universo militar sus expectativas no son colmadas. Anthony encuentra desagradable la convivencia y cuestiona la autoridad de sus superiores; cree que él y sus compañeros son víctimas de una violencia arbitraria e inconducente.

(…) Los demás oficiales y sargentos deambulaban alrededor de los hombres, con malicia infantil, agrupándose aquí y allá alrededor de algún pobre diablo al que le faltaba control muscular, para darle instrucciones y órdenes confusas. Cuando descubrían algún espécimen particularmente desamparado y desnutrido, pasaban todo el rato haciendo observaciones y riendo irónicamente. Un oficial llamado Hopkins (…) tomaba a la guerra como un regalo divino para vengarse, y el contenido de sus constantes humillaciones era que los reclutas no eran capaces de asumir la responsabilidad del servicio. (…) Parecían imitar a todos los tiranos bajo cuyas órdenes había estado alguna vez. (…) Anthony tenía la impresión de que el oscuro propósito de la guerra era permitir que los oficiales regulares del Ejército –hombres con mentalidad y aspiraciones de niños– tuvieran su oportunidad en una matanza de verdad. (…) No podía dejar de pensar en lo indigno de esa posición. Odió al oficial, a todos los oficiales –la vida era insoportable.

Aquellos que ocupaban cargos de mando tenían autoridad por la fuerza que ejercían pero, a ojos del protagonista, carecían de legitimidad. Eran autoritarios, abusaban de su poder y reproducían relaciones asimétricas de poder, de las cuales alguna vez habían sido víctimas.

Luego de los meses en los cuales Anthony forma parte de las Fuerzas Armadas, su vida personal acentúa la falta de rumbo. La primera consecuencia de sus meses de servicio parece ser esa aparente homogeneización que hemos mencionado. Luego de esta experiencia, los hombres parecían dividirse en dos grupos: aquellos que la vivieron y aquellos que no.

Él era un soldado; todos los que no eran soldados eran civiles. Esas eran las dos categorías en las cuales se dividía el mundo. De igual manera que en todas las clases fuertes, la militar dividió a los hombres en dos grupos: los que pertenecían a ella y los que no. (…) A medida que las tropas norteamericanas se vertían en las trincheras francesas y británicas, Anthony empezó a encontrar los nombres de muchos de sus compañeros de Harvard entre las víctimas registradas en los periódicos del Ejército y de la Armada.

En cuanto al regreso inmediato de los soldados a casa, ellos alimentaban la expectativa de que los civiles los recibieran con admiración y agradecimiento.

Después de una semana, el regimiento de Anthony volvió al campamento de Mississippi para ser disuelto. (…) Los soldados se embriagaban en los vagones todo lo que podían, y cada vez que se detenían en un pueblo inventaban historias; afirmaban estar regresando de Francia, donde, según ellos, habían exterminado al Ejército alemán (…). Alguien tomó un pedazo de tiza y escribió torpemente en un costado del tren, “Ganamos la guerra y ahora regresamos a casa”, los oficiales rieron y lo dejaron así, sin cuestionarlo. Todos trataban de sacar la mayor diversión posible de ese deshonroso regreso.

Esto contrasta con las sensaciones de Anthony al regresar a su hogar. Si bien se muestra expectante por reencontrarse con su esposa, la experiencia le deja un sabor amargo.

El capitán, por su parte, les habló emocionado sobre el placer, el trabajo, el tiempo no perdido y el deber. Todo fue melancólico y humano, y Anthony volvió a sentir repugnancia por la profesión militar y todo lo relacionado con ello. En sus mentalidades infantiles, dos de cada tres oficiales profesionales creían realmente que las guerras eran hechas para los ejércitos y no que los ejércitos eran hechos para las guerras. Se regocijó de ver al general y a los oficiales de campo deambular desconsoladamente por el campamento, sin sus subordinados. Sintió placer cuando oyó las risas despectivas de los hombres de su compañía ante las proposiciones de permanecer en el Ejército.

El pesimismo que aborda a Anthony al intentar reinsertarse en la vida social se corresponde con una real dificultad al momento de pretender hacerlo (“Era un hombre de treinta y dos años con una mente que naufragaba en el caos (…) Volvió hacia ella sus ojos inyectados en sangre, reprochándola… ojos que una vez fueron profundos y celestes, y que ahora eran débiles, tensos y medio arruinados por haber intentado leer borracho”). En la última parte de la novela la descripción que el autor realiza de los días del matrimonio es abúlica y decadente. No solo el vínculo entre ambos había decaído, sino que la desazón y la visión sombría de la vida se apoderaron de ellos.

Anthony odiaba estar sobrio. Era algo que le obligaba a tomar consciencia de la gente que estaba a su alrededor, de ese aire de permanente lucha, de ambición desmedida, de esa esperanza que las personas tenían y que le resultaba más indecente que la desesperación. (…) El sentido de la inmensidad de la vida, algo que nunca fue muy fuerte en él, se había eclipsado hasta casi desaparecer. Ahora, de tanto en tanto, tal vez algún gesto de Gloria despertaba sus fantasías; pero la oscuridad había caído definitivamente sobre él. A medida que envejecía se esfumaban todas esas cosas; lo único que siempre se quedaba ahí era el vino.

De esta manera, Fitzgerald parece creer que todos los aspectos de la vida de Anthony, sustentada en valores superficiales y frágiles, se desploman al volver a casa. Tras creer esfumado su prestigio social por no recibir la herencia familiar, el joven esperaba recuperarlo participando de la guerra. Ello no solo no sucedió, sino que a su regreso le esperaban más dificultades para obtener medios económicos y para sostener su matrimonio.

Finalmente, tras esta traumática experiencia, Anthony intenta reinsertarse en la sociedad pero no logra hacerlo de manera satisfactoria; empobrecido y desesperado lo alcanza la locura. En la escena final, Anthony, fuera de sí, abandona Estados Unidos junto con su esposa.

Antes de finalizar el apartado realizaremos algunas observaciones sobre la protagonista femenina, Gloria. Es una joven de diecinueve años desenfadada y un motivo de preocupación para sus padres. Su actitud es de reprobación y abulia frente a las opiniones de los mayores.

—¿Prohibieron los cigarrillos? Puedo ver en ello la mano de mi santo abuelo.

—Él es un reformador o algo así, ¿verdad?

—Sí. Siento vergüenza por él.

—Yo también –confesó ella–. Detesto a los reformadores, en especial si tratan de reformarme a mí.

—¿Son muchos?

—Son docenas. Me dicen: “Oh Gloria, si fumas tanto ya no serás tan preciosa”, y “Oh Gloria, ¿por qué no te casas y sientas cabeza?”.

Las apreciaciones superficiales de Gloria sobre la responsabilidad y el porvenir eran compartidas con su esposo. Si bien se casó con Anthony, no era su deseo primordial ni su proyecto de vida, y lo hizo porque consideraba que vivirían una vida juntos por fuera de los márgenes tradicionales. Su percepción crítica del rol doméstico que caía sobre las mujeres aparece repetidamente.

Quiero casarme con Anthony porque los maridos siempre son maridos y yo tengo que casarme con un amante (…). ¡Cuántas mujeres saqueadas, arrastradas sobre el vientre, forzadas a matrimonios aburridos! El matrimonio fue creado no para ser un telón de fondo sino para necesitar de uno. Quiero que el mío sea extraordinario. (…) No pienso dedicar mi vida a la posteridad. Seguramente una debe tanto a la presente generación como a los niños no deseados por una. Qué destino – volverse gorda y poco deseable, perder el amor propio, pensar en el momento de la leche, en la avena, en la alimentación, en los pañales. (…) No me digas “esposa”. Soy tu amante. Esposa es una palabra horrible. Mucho más real y atractivo es que me digas que soy tu amante permanente.

(…) En el fondo de su corazón sabía que nunca había querido tener un hijo. Lo cotidiano, lo terrenal, el dolor incomparable de parir un niño, el final de su belleza, la aterraban. Sólo quería existir como una flor perenne, que se preservaba a sí misma. (…) Así, sus sueños sólo giraban sobre niños espectrales: símbolos precoces y perfectos de su amor también perfecto por Anthony. A fin de cuentas, lo único que no le había fallado nunca era su belleza. Nunca había conocido una belleza como la suya.

A pesar de las libertades que Gloria toma para sí, ya hemos mencionado que sus expectativas alrededor de Anthony son bastante rígidas; y se siente decepcionada cuando Anthony se muestra débil o vulnerable. (“—¡No lo voy a permitir! –estalló–. No me vas a sermonear. ¡Tú y tu sufrimiento! ¡La realidad es que eres lastimosamente débil!”).

 

Soldiers’ pay, de William Faulkner

En Soldiers’ pay el escenario principal es Charlestown, un pueblo de Georgia. La historia gira en torno al regreso del joven Donald Mahon a su ciudad natal. Allí lo espera su padre, el Reverendo Mahon, quien se muestra expectante frente a la recuperación de su hijo. Ese optimismo carece de fundamentos: Donald, además de tener su cara atravesada por una terrible cicatriz que ha deformado su rostro, tiene amnesia, ceguera, apenas balbucea y no se vale por sí mismo. La novela relata el espacio de tiempo entre la vuelta de Donald a su hogar y su deceso.

Otras personas ven sus vidas alteradas tras ese regreso. Cecily Saunders, su prometida, siente repulsión al verlo y se debate entre casarse con él o huir con otro joven. A todos les cuesta asociar al recién llegado con los recuerdos que tienen de él. Quienes lo asistieron en el viaje en tren, el soldado Joe Gilligan y una pasajera, Margaret Powers, deciden acompañarlo a su casa y vivir allí, y son los únicos que perciben la gravedad del estado de Donald. El resto de la comunidad se encuentra conmovido tras el reencuentro, porque se produce un quiebre entre la idealización que tenían del War Hero y el estado lastimoso del joven. Ningún veterano parece reinsertarse con facilidad en esta novela; se observa un reacomodamiento de las relaciones sociales a partir del regreso de los combatientes, y los modos de ver el mundo que tenían vigencia antes de su partida parecen no cuadrar con estos incómodos reencuentros.

La marca en el rostro de Donald provoca envidia en uno de sus compañeros antes de volver a su pueblo natal; aparente símbolo de coraje y virilidad, el joven Julian Lowe, la desea (“Moriría mañana con tal de tener esas alas en mi pecho”). Paradójicamente, será la causa, al menos emergente, que aislará a Donald de la sociedad.

Tras volver a su hogar, Donald Mahon atrajo la atención de todos; a los nueve días había dejado de resultar interesante para sus vecinos. Pobre muchacho. Muchos de ellos, con amabilidad y curiosidad, fueron a visitarlo (hombres que se quedaban parados a su lado, con aires de solemnidad); en general, eran hombres de negocios que creían que la guerra tenía interés sólo por ser una consecuencia secundaria de la caída y el ascenso de Wilson. Era, para ellos, una cuestión de dinero. (…) Algunas muchachitas que él conocía, con quienes había coqueteado el verano anterior, se acercaban a ver su herida y se marchaban espantadas, disimulando las náuseas.

Es posible pensar a esa herida como un símbolo de la imposibilidad de comunicar las situaciones y las sensaciones que estos soldados vivenciaron. Faulkner dramatiza, así, la inhabilidad del joven a la hora de poner en palabras su dolor y la imposibilidad que encuentra para compartir su experiencia (Lynch, 1998).

En el primer capítulo se describe el regreso en tren de un grupo de soldados, que comparten la travesía con pasajeros comunes. Los recién llegados son arrogantes e insolentes (“La Estatua de la Libertad no me ha visto nunca pero, si algún día lo hace, tendrá que darse media vuelta”). En esta parte inicial, no obstante, se encuentran con muestras de que ese recibimiento no será como esperaban. Joe Gilligan (Yaphank) y Julian Lowe son dos de los soldados que viajan en el tren y se comportan de forma agresiva, bebiendo y gritando, lo que provoca una llamada de atención por parte del inspector.

De acuerdo, pero tiene que hacer algo. No puedo llegar a Chicago con todo el Ejército borracho en el tren. ¡Dios santo! – (…) Yaphank lo miró [al inspector] sin decir palabra. Luego se dirigió a sus compañeros. —Este hombre no nos quiere aquí –dijo seriamente– ¿Es esta la recompensa que recibimos después de darlo todo por nuestro país? ¡Pues sí, señor! (…) Bueno, si no hubiéramos acudido a la llamada de la Nación, ¿sabe qué clase de tren tendría ahora? ¡Un tren lleno de alemanes!

—Sería preferible a un tren lleno de soldados como ustedes que no saben ni dónde van –contestó el inspector–. (…) No les voy a exigir que se bajen. Sólo quiero que se comporten como corresponde y dejen de molestar al resto de los pasajeros. (…) Dios mío, creía que la guerra era terrible, pero, ¡Santo cielo!

—(…) No creo que usted detenga el tren por nosotros, así que no tenemos más alternativa que saltar. ¡Gratitud! ¿Dónde está la gratitud cuando los trenes no se detienen para que los pobres soldados puedan apearse? (…) ¡Pobres soldados! Woodrow (Wilson) jamás hubiese permitido este tipo de trato.

El resto de los pasajeros, aunque molestos, se sienten obligados a expresarles respeto y gratitud (“Esté tranquilo, soldado, nosotros cuidaremos de ustedes, los norteamericanos agradecemos lo que hicieron”; “Nadie respeta más que yo los uniformes. Me hubiese encantado luchar a su lado, ¿saben? Pero alguien tenía que quedarse a cuidar a la economía mientras no estaban”; “Cuando veo un uniforme, siento tanto respeto como si fuera mi madre”). Sin embargo, no cabe duda de que la presencia de los soldados es incómoda. A pesar de que los soldados intentan forzar un recibimiento glorioso, se perciben a sí mismos, desde este momento temprano, como un grupo diferente al resto (“No olvides que ahora estamos entre extraños”).

Los recién llegados se quedaron muy juntos para darse valor, inquietos pero decididos. Las cabezas tensas de los demás viajeros volvieron a su posición normal.

(…) Todos los rincones parecían feos. (…) Sorprendidos por la magia del cambio, los dos soldados se quedaron inmóviles, sintiendo la primavera en el aire frío, como si acabaran de nacer en un mundo nuevo, conscientes de lo pequeños que eran y convencidos de que les esperaba algo nuevo, desconocido. Ambos se avergonzaron de aquello, y el silencio se sentía tenso e incómodo.

(…) Cuando el mozo se hubo ido, los dos soldados se quedaron sentados en silenciosa camaradería, la camaradería de aquellos cuyas vidas han dejado de tener sentido debido a ciertos acontecimientos arbitrarios, del triste destino, de las circunstancias externas.

Asimismo, cuando los soldados conocen a Donald en el tren, dan por sentado que es extranjero, ya que ellos tampoco asocian a una persona herida, débil y moribunda con un War hero. La cicatriz parece representar, además de la animosidad de la sociedad toda, un quiebre (“Contemplaron su rostro joven, aunque tan viejo como el mundo detrás de aquella cicatriz pavorosa”). Tras la guerra, los veteranos no logran reinsertarse en la comunidad, que, al mismo tiempo que parece glorificarlos, los aísla. De acuerdo con Paul Fussell, se produce entre los soldados una disociación entre su cotidianeidad en la guerra y la que tiene lugar en su vida ordinaria, intentando recordar permanentemente, a fin de evadirse del horror, que la primera es temporaria. No obstante, al regresar a su vida diaria ya no se encuentran con la misma realidad que dejaron, contrastando, además, con lo que los demás esperaban de ellos (Fussell, 1975). Esto cobra vital importancia en las guerras mundiales, muy especialmente en la primera, que fue de una violencia inusitada y no se esperaba realmente que los jóvenes regresaran en pésimas condiciones físicas o mentales.

En Soldiers’ pay todo esto se evidencia en una fiesta del pueblo. Mientras todos bailan alegremente, el grupo de veteranos bebe en el pie de una escalera, sin intercambiar palabras con el resto de los asistentes (“—Míralos, Joe –dijo la señora Powers–, ahí sentados como almas en pena esperando entrar al infierno. (…) Hablo de los ex soldados. Míralos allí sentados, hablando el francés que aprendieron en la guerra, engañándose a sí mismos. ¿Para qué habrán venido?”).

El señor Rivers echó una mirada a su alrededor y divisó a dos chicas jóvenes que le dirigían sugerentes miradas, pero prefirió acercarse a un grupo de hombres sentados y de pie que estaban cerca de los escalones; le dio la impresión de que eran, al mismo tiempo, espectadores y protagonistas. Todos se parecían entre sí: tenían algo en común, un olor, una modesta beligerancia. Eran muy tímidos. Tímidos y desanimados. (…) Se habían apiñado cerca de la escalera, muy cerca unos de otros; parecía que se estaban protegiendo mutuamente. Al señor Rivers le llamó la atención escuchar esas frases en un francés mal pronunciado y decidió unirse a ellos.

(…) Aquellas muchachas, las que antes suplicaban sus atenciones, ahora pasaban de ellos: era un vestigio de la guerra en una sociedad que estaba cansada de ella. La sociedad, sedienta de guerra, los había convertido en hombres con una inclinación marcada hacia ella; pero ahora, esa misma sociedad ya estaba distraída con otras cosas.

Los veteranos pasan a ser extraños en su propia tierra, protegiéndose entre sí. Ya no atraían a las jóvenes, y la frivolidad con la que son recibidos provoca en ellos una marcada frustración (MacMillan, 1987).

En cuanto a las protagonistas femeninas, en esta historia son dos. Margaret Powers es una mujer de veinticuatro años; a pesar de su juventud, es madura y experimentada (“Era joven, tal vez le gustaba bailar, aunque había algo en ella, sin embargo, que la envejecía: la sensación de que ya lo sabía todo”). Como otras mujeres de su época, había contraído matrimonio con un joven oficial que estaba a punto de embarcarse a Europa. El hecho de que fuese soldado resultó muy atractivo en un principio:

 Para ese momento yo ya estaba acostumbrada a Dick, pero cuando se apareció con ese esplendoroso uniforme, y vi el respeto con el que se dirigían a él todos sus soldados, me sentí muy deslumbrada. Eran los tiempos en los que estaban todos excitados, histéricos… el país era un gran circo. (…) Seguramente recuerdas cómo eran las cosas en esos días: todos los soldados hablaban sobre lo glorioso de morir en la guerra, sin creer realmente en ello, ni tener idea alguna de lo que significaba.

Sin embargo, la decepción llegó rápidamente: los tres días que compartió con él no dejaron en ella un agradable recuerdo. La pronta muerte del hombre la cargó de culpa y su sensación de tener que expiarla pasa a regular varias de sus conductas, como cuidar de otro caído en el conflicto, Donald, y casarse con él cuando se encuentra próximo a morir. Podemos ver en ella comportamientos tradicionalmente asociados con lo masculino: aunque no tiene una actitud festiva, Margaret fuma en público y bebe con extraños, desafiando las normas de la época (“Seguramente soy la primera mujer que conoces haciendo algo que creías que sólo los hombres pueden hacer. Tienes ideas hermosas sobre las mujeres y yo te voy a decepcionar”).

Por su parte, Cecily Saunders es una joven de diecinueve años de aspecto ingenuo. Conviven tensiones en ella: el asco que siente por Donald hace que replantee su futuro.  Siente una gran confusión en relación con lo que debe hacer, lo que desea y las expectativas y presiones que están puestas en su persona. A pesar de mostrarse obediente a los mandatos, Cecily no se interesa por la maternidad ni por el matrimonio tradicional (“Y ahora estoy nuevamente comprometida. ¿Cómo será tener un marido y también una esposa… ¿O tal vez dos esposos? Me pregunto si quiero casarme realmente”).

Margaret se propone lograr que el matrimonio entre Cecily y Donald se concrete. El hecho de que el soldado se case, y se reintegre así al cuerpo social, es tomado por ella como una cuestión personal (“Supongo que, en cierto modo, intento reparar lo que pasó con mi esposo”). Encuentra en Cecily la recompensa que Donald debe tener por su participación en la guerra, su paga: el objeto que completaría el contrato social entre los hombres que van a la guerra y las mujeres que se quedan esperando por ellos. Aunque a lo largo de la historia se observa cierto desafío a los roles tradicionales de género, tanto Margaret como Cecily no alcanzan a romper realmente los códigos que existían, en ese sentido, antes de la guerra. Es probable que, para Faulkner, el retorno a los vínculos tradicionales sea presentado como una estrategia, seguramente provisoria, para rearmar el mundo de posguerra, que se presentaba moralmente desordenado (Lynch, 1998).

 

The Sun also rises, de Ernest Hemingway

The Sun also rises es protagonizada por un grupo de amigos estadounidenses de alrededor de treinta años. Instalados en París tras la guerra, decidieron pasar sus vacaciones en España, comportándose como un grupo de adolescentes (Cloonan, 2018). El protagonista, Jack Barnes, había participado de la Primera Guerra Mundial y debía a ello una herida en su ingle que lo había dejado impotente. Casi todos habían sido combatientes; las sensaciones que tienen con respecto a la guerra son negativas y la consideran un evento dramático, que implicó un esfuerzo inútil e ilegítimo.

(…)  —¿Condecoraciones?, ¿asquerosas condecoraciones militares? Bueno, me las arranqué y empecé a repartirlas. Regalé una a cada chica, como un souvenir. Creyeron que era el mismísimo diablo convertido en un soldado. ¡Regalar condecoraciones en un club nocturno! ¡Qué vanidoso!

Claro representante de la generación de posguerra, el grupo de amigos parece ser portador de secuelas traumáticas. Están oprimidos por un sentimiento de improvisación; el desasosiego se debe, en parte, a la incertidumbre del mundo en el que viven. La guerra ha destruido la posibilidad de planificar y lo imprevisto les produce temor (Campos, 2007). En un mundo sin futuro, resulta difícil encontrarle sentido a las acciones; es posible que ello explique la tendencia a disfrutar el momento presente, especialmente bebiendo o buscando emociones pasajeras, aunque intensas. Esta falta de una visión firme del futuro está representada en la estructura circular del relato, que empieza y acaba con los dos protagonistas de la novela tomando un taxi sin un destino fijo, discutiendo sobre deseos que nunca podrán ser concretados. Así, su relación se manifiesta como el mismo futuro: incierto (Saunders, 2018).

Nos encontramos aquí con personajes adultos que no han tenido hijos ni planean tenerlos. Jack, además de no sentir placer, tampoco puede reproducirse; tal vez en su herida esté simbolizada la manera en la cual la guerra ha erradicado la fuente de vida; la esperanza de una continuidad o de una regeneración parece estar perdida (Saunders, 2018). El autor simboliza, de forma similar a las historias anteriores, en la herida de Jack a la esterilidad emocional, cultural y espiritual de la generación de posguerra, que ha quedado privada de un futuro (Cloonan, 2018). Asimismo, resulta obvio percibir que la herida e impotencia del protagonista aluden a un daño irreversible en la masculinidad de Barnes y representa, tal vez, un guiño del autor para referirse a los cambios que sufrieron los mandatos vinculados con ella en este período.

Mi cabeza empezó a trabajar. Fue una gran injusticia y una horrible manera de ser herido, más aún volando en un frente ridículo, como era el italiano. (…) Yo estaba vendado de arriba abajo. (…) El doctor pronunció esta maravillosa frase: “Usted, extranjero, ha dado mucho más que su vida. (…) No se rió en ningún momento. Supongo que se ponía en mi lugar: “¡Qué mala suerte!”.

En cuanto a Brett Ashley, ella es, para muchos críticos, uno de los personajes literarios que mejor expresa la existencia de una transición entre la idea de una femineidad tradicional a otra moderna, debido a su pelo corto, su actitud desenvuelta y su vida abiertamente sexual. Así, se refuerza la línea que plantea que la herida de Barnes puede reflejar el miedo de los hombres frente a una eventual pérdida de masculinidad, incluyendo su autoridad y la capacidad de control (Cloonan, 2018). De todas formas, la joven oscila entre una actitud desenfadada y repetidas sensaciones de angustia, ansiedad, incertidumbre y culpa.

Me siento horriblemente –dijo Brett–. (…) ¿Me amas todavía? Es que soy una perdida. (…) Es algo que me está destrozando por dentro. Nunca he sido capaz de evitar nada. (…)  Tengo que hacer algo. Cuando quiero realmente hacer algo, tengo que hacerlo como sea. Ya ni siquiera tengo respeto por mí misma. (…) ¿Crees que significa algo para mí tener alrededor a ese maldito judío y a Mike, de la forma en la que se comporta? (…) Me la paso todo el día borracha como única solución a todos los problemas. (…) Dios sabe que nunca tuve tanto la sensación de ser una fulana. (…) —¡Me siento tan cualquiera, tanto! (…) ¡Dios mío! ¡Por qué cosas tiene que pasar una mujer! Me siento realmente una cualquiera.

Los protagonistas presentan dificultades para adaptarse al mundo de posguerra cargando con sus propios traumas y adaptándose a nuevas valoraciones y expectativas propias y ajenas. Sin embargo, conservan actitudes tradicionales que arrastran del período prebélico. Muchos estadounidenses vivían en París, esencialmente porque era más barato y porque esta ciudad parecía ser adecuada para un mejor desarrollo artístico (Campos, 2007). Francia seguía siendo un centro de cultura y arte, un lugar para crear, donde el alcohol no estaba prohibido, como en Estados Unidos. En el caso de los protagonistas de la novela, parecen vivir en París por motivos de ese estilo, es decir: no plantean severas discrepancias con la vida en Norteamérica, más allá de resultarles cara o aburrida. De hecho, demuestran adherencia a muchas actitudes propias de la cultura estadounidense de principios de siglo. Por otro lado, su frivolidad también se observa en el poco compromiso que tienen hacia responsabilidades laborales y económicas; la mayoría de los miembros del grupo no trabaja, o realizan actividades que no son suficientes para mantenerlos, obteniendo ingresos de sus herencias familiares o a través de giros postales que llegaban desde Estados Unidos. En una charla con Bill, el mejor amigo de Jack, ambos discuten sobre lo estéril que resulta el trabajo de los artistas estadounidenses en Europa. Como en varios pasajes de la novela, la embriaguez se presenta como un escenario propicio para la verborragia o la violencia, física y simbólica.

—(…) ¡Y luego dices que quieres ser escritor! Eres solo un reportero; un reportero extranjero. (…) Y de la peor especie. Nadie que haya abandonado su país ha escrito jamás algo digno de ser leído, ni siquiera en los periódicos. –Bebió su café–. Eres un expatriado. Has perdido contacto con la tierra. Te has vuelto un frívolo. Los engañosos esquemas de la vida europea te han destruido. Bebes hasta morir. Te obsesionas por el sexo. Pierdes todo el tiempo en lugar de trabajar. ¿Te das cuenta? Eres un expatriado. Pasas los días perdiendo el tiempo en los bares (…). Tú no trabajas. Unos creen que eres un mantenido; otros, que eres impotente.

Los protagonistas parecen no responder a expectativas tradicionales: no se interesan por asentarse en un domicilio ni formar sus familias, viven su vida sexual de forma libre, algunos no poseen ocupación fija, no se enorgullecen por haber participado de la guerra y no encuentran objetable beber ni trasnochar a diario. Sin embargo, no proponen más alternativas que vivir al día. Se muestran ansiosos, pero no parece preocuparles más el destino de la humanidad que el lugar donde beberán por la noche. Es un grupo que parece indiferente a su entorno social.

 

Reflexiones finales

En los tres casos podemos observar que los protagonistas no regresan del entrenamiento o del campo de batalla con entusiasmo ni con una visión positiva de su participación. Lo militar, asociado en los cánones tradicionales con la virilidad y la cuestión nacional, pasa a ser visto, por muchos civiles y veteranos, como un sistema obsoleto y autoritario. Lo que antes se consideraba proveedor de prestigio social, resulta para estos personajes un accionar inútil que los ha perjudicado. Las heridas que la participación militar deja en los protagonistas varones los han alejado de su grupo de pertenencia, o han entorpecido el vínculo con él. Desde una visión conservadora, la acción militar estaba íntimamente relacionada con una imagen de masculinidad fuerte; para los tres protagonistas, su participación en la guerra provoca lo contrario. Es muy probable que la presencia de la esterilidad en las novelas tenga que ver con ese sentido dañado de la masculinidad tradicional, a la que se asociaba, entre otras cosas, con la fertilidad y la posibilidad de encabezar familias numerosas y estables.

En cuanto a las protagonistas femeninas, son mujeres que no encajan con las características estereotípicas que la moral burguesa asignaba a la mujer adulta. No obstante, podemos dar cuenta en su accionar de la presencia, aún, de mandatos y valoraciones conservadores que pesan sobre su manera de ver la realidad. Esto es evidente en las expectativas alrededor del rol masculino. El hecho de que los hombres con los cuales se relacionan hayan regresado de sus experiencias militares heridos o tristes las desencanta. Por otro lado, ellas no trabajan. No se muestran inquietas por ser independientes económicamente, a pesar de que, tras 1918, la incorporación de las mujeres en el mercado laboral fue masiva. Tampoco hay referencias a otras luchas que las mujeres estaban llevando adelante en esos años, en especial en lo referido a la participación política.

Nos hemos concentrado en analizar  la manera en la cual los varones que formaron parte de la guerra o del entrenamiento militar para participar de ella se han reinsertado o no en sus grupos de pertenencia. Observamos que los personajes no se han encontrado con la gratitud que esperaban, y que quienes los esperaban no recibieron a los héroes felices, satisfechos y gloriosos que habían imaginado. El regreso no coincide con lo que la moral burguesa prometía sobre la gloria que implicaba la acción militar.

De todo lo planteado no inferimos que la Primera Guerra Mundial haya sido causante exclusiva de los cambios en el clima cultural tras 1918, pero sí creemos que resultó un factor esencial para poner en tela de juicio algunas creencias relacionadas con los ejes de análisis que hemos establecido.

Estas tres novelas expresan una profunda disconformidad con lo establecido, dejando entrever que los cánones tradicionales no resultan deseables ni suficientes para resolver las tensiones que estaban teniendo lugar en la década de 1920; prima la incertidumbre sobre el presente y esos valores tradicionales no se presentan como herramientas válidas para enfrentar el futuro, al que se espera con pesimismo. Es justamente ese pesimismo el que invita a los personajes de estas novelas a querer disfrutar el presente de manera frenética. Ello no implica que estas tres novelas puedan enmarcarse en la literatura de denuncia. No se observa una intencionalidad clara de denunciar desigualdades sociales ni se proponen alternativas; tampoco percibimos en estas obras la propuesta de los autores de visibilizar alguna problemática determinada con la intención de ponerla en discusión ni darle relevancia. El hecho de que Estados Unidos haya atravesado un período económicamente próspero en los años veinte no impidió la existencia de profundas problemáticas sociales. No obstante, en las novelas seleccionadas la mayoría de esos conflictos no se presentan como tales. El racismo, los conflictos laborales y la persecución policial y de grupos civiles a afroamericanos no tienen relevancia en estas novelas.

Percibimos una actitud ambivalente en los personajes; las actitudes de los protagonistas difieren ampliamente de lo que, dentro de los límites de la moral burguesa, se consideraba deseable y valioso. No obstante, tampoco encuentran placer, satisfacción ni convicción en las nuevas formas de ver y obrar que llevan adelante. Los personajes viven, en el mejor de los casos, una alegría basada en decisiones intempestivas o momentáneas; fuera de eso no hay disfrute ni apreciación del tiempo presente, así como tampoco perspectivas optimistas con respecto al futuro. De igual manera, en varias oportunidades se ve al pasado de forma idealizada, en concordancia con algunas formas de ver el mundo propias de la moral burguesa, pero esas visiones colisionan, en las novelas seleccionadas, con realidades en las cuales aquellas valoraciones ya no funcionan. Observamos, entonces, extrañeza frente al presente y nostalgia por el pasado, sin plantear una opción alternativa de cara al futuro, ni creer que alguna de las opciones anteriores es adecuada.

 

Bibliografía

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Sobre la autora

Griselda Labbate es Profesora y Licenciada en Historia por la Universidad Nacional de Quilmes. Ejerce tareas docentes en Nivel Medio y Superior. En cuanto al área de investigación, su interés se vincula con el encuentro interdisciplinario entre la Historia y la Literatura, muy especialmente en lo referido a las primeras décadas del siglo XX.

Picture 1  https://orcid.org/

0000-0003-1139-5215

 

About the author

Griselda Labbate is a Professor and BA in History from the Universidad Nacional de Quilmes. She teaches at secondary and higher education levels. Her research interest is focused on the interdisciplinary encounter between History and Literature, especially regarding the first decades of the twentieth century.

 

 


[1] Consideraremos aquí el concepto de hegemonía propuesto por Raymond Williams: “Una dominación más general entre cuyos rasgos clave se encuentra una manera particular de ver el mundo y la naturaleza y las relaciones humanas. (…) Es diferente, asimismo, de ideología en cuanto se considera que su influjo depende no sólo del hecho de que exprese los intereses de una clase dominante sino también de que sea aceptado como “realidad normal” o “sentido común” por quienes en la práctica se subordinan a ella” (Williams, 2000).

[2] Las novelas que componen el corpus de este artículo son: Faulkner, William [1926] 1951. Soldiers´ pay. Signet; Hemingway, Ernest [1926] 1955. The Sun also rises. Bantam Books; y Scott Fitzgerald, Francis  [1922] 1950. The beautiful and damned. Scribner’s.

[3] Cuando nos referimos a la moral burguesa estadounidense hablamos de un sistema de valores, creencias y prácticas que se consolidó en la costa este de Estados Unidos en el siglo XIX, muy especialmente luego de la Guerra de Secesión, finalizada en 1865. En Estados Unidos, donde la burguesía protestante dominaba a las instituciones políticas, económicas y educativas, su intensidad fue muy considerable, teniendo en cuenta además que se trataba de un Estado en formación, por lo cual factores tradicionales como el patriotismo y el nacionalismo jugaron un rol esencial. Además, la sociedad estaba atravesando intensos procesos que requerían, a los ojos de los sectores poderosos, invitar al orden: modernización, aumento de la población, migraciones internas, urbanización y cambios en las relaciones entre grupos sociales. Este sistema de valores está muy vinculado a esa burguesía emergente, que veía una utilidad práctica en muchos de sus preceptos (puntualidad, trabajo duro, moral estricta) y fue una ardua propagandista de ellos; no obstante, no es posible asociar este sistema de valores y creencias con una sola clase social, ya que sus preceptos se fueron internalizando en la clase media y en los sectores populares (Howe, 1975).