Latin America and the Global Cold War

Thomas Field, Stella Krepp y Vanni Pettinà (eds.) (2020).

Chapel Hill: University of North Carolina Press, 422 pp.

 

Salvador Lima

Universidad Autónoma de Madrid / GEHiGue, Instituto Ravignani

 

Durante la primera década del siglo XXI, una tendencia renovadora en la historiografía sobre el Tercer Mundo ha intentado complejizar las narrativas de temas como el Movimiento de Países No Alineados, las trayectorias superpuestas de la descolonización y la Guerra Fría y el auge del tercermundismo en las décadas de 1960 y 1970. Con todo, pocos historiadores han incorporado a América Latina a esta historia internacional, manteniendo concepciones estrechas del Tercer Mundo o las preferencias de las historiografías latinoamericanas por el Estado-nación y la influencia estadounidense en la región. El libro editado por Thomas Field, Stella Krepp y Vanni Pettinà es un intento por superar tales límites conceptuales, siguiendo la estela de historiadores como Odd Arne Westad y Vijay Prashad, quienes han demostrado la convergencia de las experiencias políticas e ideológicas de América Latina con los países y los proyectos del Tercer Mundo durante la Guerra Fría. De este modo, los autores que colaboran en Latin America and the Global Cold War reconocen el carácter internacionalista y político del tercermundismo, como una doctrina pragmática para diseñar estrategias solidarias de política exterior entre los Estados postcoloniales, y la participación de gobernantes, intelectuales, periodistas y militares latinoamericanos en la lucha mundial contra el imperialismo y contra la desigualdad entre el Norte y el Sur Global. En otras palabras, la obra explica la historia de América Latina dentro de la historia global de la Guerra Fría, asumiendo la pluralidad de experiencias del tercermundismo y, a la vez, reconociendo la importancia de los contextos nacionales y de los antecedentes ideológicos particulares.

La primera parte del libro, titulada “Nacionalismo del Tercer Mundo”, abarca desde las cautas posiciones de neutralidad de la década de 1940 hasta los proyectos nacionalistas de las décadas de 1960 y 1970, que intentaron acercarse al Tercer Mundo y al bloque soviético para obtener ganancias para el Estado nacional o utilizar la ideología antiimperialista para su propio beneficio. El capítulo 1 pertenece a Miguel Sierra Coelho y analiza las preocupaciones de la elite brasileña, que se identificaba como occidental, con respecto al Tercer Mundo, a través de las relaciones diplomáticas con la India, los conceptos de raza, los lazos Sur-Sur y los reclamos disputados a la modernidad del Tercer Mundo que despertó la apertura diplomática hacia los países descolonizados. En el siguiente capítulo, Thomas Field trata de explicar las limitaciones domésticas y externas del gobierno del Movimiento Revolucionario Nacional, en Bolivia, para construir una estrategia internacional autónoma. Asimismo, dispara preguntas relacionadas con la posición ambigua de América Latina entre el Tercer Mundo y el Occidente Atlántico. De manera similar, Vanni Pettinà aborda, en el capítulo 3, las tentativas de los gobiernos mexicanos del PRI de diversificar su agenda de política exterior, mediante acuerdos comerciales con la Unión Soviética y el Tercer Mundo, y cómo estas fracasaron debido a una combinación de resistencias anti-comunistas internas y de la realidad geográfica de México, que lo mantenía dependiente de los Estados Unidos. Si hasta aquí los autores resaltan más bien las fuerzas inerciales internas en los Estados latinoamericanos, en el capítulo 4 Stella Krepp hace más referencias a los obstáculos externos de la región, resultado de la polarización y de la rivalidad entre Estados Unidos y Cuba. Krepp vuelve sobre Brasil y explica cómo los gobiernos de Jânio Quadros y de João Goulart intentaron trazar una Política Exterior Independiente a partir del diálogo con las iniciativas del Tercer Mundo, como la UNCTAD y las cumbres de 1961, en Belgrado, y de 1964, en El Cairo.

Los siguientes tres capítulos de la Parte I tratan las direcciones divergentes que tomaron algunas versiones del nacionalismo tercermundista en América Latina, de acuerdo con los respectivos contextos nacionales. En el capítulo 5, Sarah Foss estudia las interacciones dentro de la comunidad de Tactic, en Guatemala, y cómo los planificadores gubernamentales utilizaron la identidad tercermundista para consolidar su poder y legitimar sus proyectos modernizadores en el interior de país mientras luchaban contra los intereses de los magnates locales. Por su parte, Michelle Getchell explica, en el capítulo 6, la proyección tercermundista de Fidel Castro como una manera de superar el aislamiento de su isla y de construir una política exterior autónoma, empujando a la Unión Soviética a la aceptación del bloque de los No Alineados y obligando a los Estados Unidos a reconocer el lugar de Cuba como actor regional. La autora examina las relaciones tensas entre La Habana y Moscú y explora las iniciativas de Castro hacia el Tercer Mundo y América Latina como formas de construcción de su liderazgo a nivel mundial. En el último capítulo de la sección, David Sheinin aborda los itinerarios del gobierno peronista de 1974 en sus relaciones con Estados Unidos y con La Habana, sosteniendo que la famosa “tercera posición” de Perón, tan celebrada por los nacionalistas locales de todos los colores, escondía una política exterior pro-norteamericana y anti-comunista que no podía ser declarada abiertamente. Sheinin afirma que los lazos cercanos de la Argentina con Estados Unidos, acompañados de una tradicional política anti-comunista en el plano doméstico y externo, fueron la base de toda la política exterior argentina durante la Guerra Fría.

La Parte II del libro, llamada “Internacionalismo del Tercer Mundo”, se aleja de los temas de resistencia, soberanía y excepcionalismo nacional para explorar cómo interactuaron en América Latina los ideales transnacionales del proyecto tercermundista, tales como la solidaridad y la igualdad. Lógicamente, el acento estará puesto en los movimientos de izquierda que atravesaron fronteras y que buscaron ligar a los partidos reformistas o revolucionarios latinoamericanos con las iniciativas del Movimiento de los Países No Alineados, con la Revolución Cubana y con la radicalización de la cruzada anti-imperialista en el Sudeste Asiático y en África Subsahariana. En el capítulo 8, Alan McPherson señala los orígenes caribeños del tercermundismo latinoamericano, analizando los casos de las ocupaciones estadounidenses en Haití (1919-1934) y en República Dominicana (1916-1924), para abordar los modos en que los discursos de solidaridad racial interactuaron entre los países del Sur Global y ofrecieron oportunidades para la solidaridad anti-imperialista. El capítulo siguiente de Tobias Rupprecht defiende la persistencia de la influencia intelectual soviética entre la intelligentsia latinoamericana de las décadas de 1960 y 1970, frente a la sabiduría convencional que afirmaba el reemplazo de La Habana por Moscú como faro revolucionario para la región. Tomando como caso de estudio las visitas de artistas, profesores y escritores a ciudades, fábricas y universidades soviéticas, Rupprecht sostiene que el anti-americanismo férreo de estos hombres, provenientes de distintas ideologías, alimentó su admiración por la Unión Soviética y sus intentos de vincular a sus países con el proyecto tercermundista.

El capítulo 10 de Eric Gettig quiere ir más allá de la “exportación de la Revolución” que hizo La Habana en América Latina y explora la influencia del comunismo castrista en las derivas ideológicas del Tercer Mundo, a partir de las actividades de la política exterior cubana en los foros tercermundistas, como las Conferencias de los No Alineados, el Grupo de los 77 y la UNCTAD. Según Gettig, la militancia cubana en estos espacios y la radicalización de sus grupos dependientes en América Latina contribuyeron a que los Estados Unidos incrementasen su hostilidad hacia Cuba y los partidos castristas y a que interpretasen la rivalidad con La Habana en términos globales. A continuación, Eugenia Palieraki evalúa las relaciones entre Chile y Argelia, en los años que van de 1956 a 1973, para examinar los mecanismos, medios materiales e ideas que hicieron del Tercer Mundo una red transnacional de movimientos, instituciones y personas que trascendió el orden internacional europeo. En el capítulo 12, Christy Thornton estudia la tentativa del presidente mexicano Luis Echeverría de construir su Nuevo Orden Económico Internacional como parte de los proyectos tercermundistas alternativos al modelo de modernización ortodoxo. De este modo, la autora describe la proyección internacional de México en el marco del Tercer Mundo y de una historia nacional de lucha por su independencia económica. El siguiente capítulo de Miriam Villanueva se aparta de las explicaciones políticas y económicas para abordar cómo el gobierno del general Omar Torrijos en Panamá fomentó el tercermundismo entre el movimiento artístico y entre la opinión pública para ganar apoyos populares y legitimidad a favor de su lucha por la liberación de la Zona del Canal. Al mismo tiempo, Torrijos utilizaría todos los foros internacionales conocidos, como la UNCTAD y los No Alineados, para vincular su causa con los otros movimientos anti-imperialistas en el Tercer Mundo. De manera similar, en el capítulo 14, Eline van Ommen estudia las actividades de los diplomáticos sandinistas en los espacios internacionales y su utilización de la retórica tercermundista para ganar apoyos en el Sur Global y entre las izquierdas occidentales, así como para superar el aislamiento que les planteaban los Estados Unidos. Además, el trabajo demuestra todas las dificultades que sufrió el gobierno sandinista para trazar estas redes de apoyo, en un momento en el cual el Tercer Mundo retrocedía y perdía peso en el escenario internacional frente al avance del consenso neoliberal.

En la conclusión del libro, Odd Arne Westad resume el conjunto de las ideas de los autores y hace un llamado a ampliar las consideraciones sobre la historia de América Latina durante la Guerra Fría y dentro del marco de análisis del Tercer Mundo. Para ello, Westad propone a los historiadores profundizar en algunos de los vínculos que ligaban a América Latina con el proyecto tercermundista, como la solidaridad continental del siglo XIX, las tempranas manifestaciones de simpatías comunistas en el siglo XX y la resistencia frente al neoimperialismo estadounidense. De este modo, el libro de Thomas Field, Stella Krepp y Vanni Pettinà no solamente aporta nuevos enfoques transnacionales para temas de la historia de América Latina en el siglo XX, sino que abre nuevos interrogantes y perspectivas para que la historiografía pueda superar la marginalidad que han ocupado tradicionalmente los Estados latinoamericanos en la historia y el marco teórico del Tercer Mundo, así como complejizar el entendimiento de las propias luchas políticas e ideológicas de la época en un entorno internacional.