Las revistas estudiantiles latinoamericanas y la Gran Guerra

 

David Antonio Pulido García

Universidad Pedagógica Nacional de Colombia

dapulidoga@yahoo.com.co

Fecha de recepción: 12/5/2022

Fecha de aprobación: 30/8/2022

 

Resumen

El objetivo principal de este artículo es indagar sobre la participación de los estudiantes latinoamericanos en los debates generados por la Gran Guerra a través de los medios impresos que tuvieron a su disposición. En correspondencia, el análisis se efectúa en tres tiempos: primero, se estudia la forma en que la realidad política europea prebélica se encontraba presente en la agenda estudiantil de la región. En segundo lugar, se analiza el talante de las intervenciones impresas de los estudiantes durante el conflicto europeo, explicando por qué estas se realizaron, mayoritariamente, a través de las páginas de órganos periodísticos no precisamente universitarios. Finalmente, se examina el discurso estudiantil sobre la Gran Guerra en las publicaciones estudiantiles propiamente dichas, las cuales tuvieron su momento de mayor auge a partir de 1918, explicando cómo se puede rastrear en ellas una continuidad y organicidad de temas y reflexiones que hacen del fenómeno de la Gran Guerra un acontecimiento fundamental en la arquitectura ideológica de los movimientos estudiantiles latinoamericanos de la segunda y tercera década del siglo XX.

 

Palabras clave: Revistas, Primera Guerra Mundial, Estudiantes, Latinoamericanismo, Antimperialismo

 

Latin American student magazines and the Great War

Abstract

The main objective of this article is to inquire about Latin American students' participation in the debates generated by the Great War through the printed media they had at their disposal. Correspondingly, the analysis is carried out in three stages: first, how the pre-war European political reality was present in the student agenda of the region is studied. Secondly, it analyzed the mood of the printed interventions of the students during the European conflict, explaining why these mainly were carried out through the pages of not precisely university journalistic organs. Finally, it is examined the student discourse on the Great War in the student publications themselves, which had their moment of greatest boom after 1918, explaining how continuity and organization can be traced in them as themes and reflections, which make the phenomenon of the Great War a fundamental event in the ideological architecture of the Latin American student movements of the second and third decade of the 20th century.

 

Keywords: Magazines, First World War, Students, Latin Americanism, Anti-imperialism

 

 

Por fin comenzó la Gran Guerra. Un atardecer de agosto, los estudiantes llevaron a la

casa la noticia de que la caballería alemana acababa de invadir Francia. Estaban todos

en la mesa. Los que entraron, gritaron desde el umbral, emocionados, con la voz temblante:

—¡Ya empezó! ¡Alemania ha invadido el territorio francés!

El latigazo de una conmoción brutal dio de golpe a todos los que allí estaban.

Hubo un instante de silencio. Luego vinieron las palabras de asombro, de maldición, o de

simpatía hacia alguno de los bandos. Un estudiante se levantó y gritó un ¡Viva Francia!

 

Manuel Gálvez, Nacha Regules, epílogo, 1919.

 

Introducción

Pese a las continuas menciones que se pueden encontrar en la literatura, la prensa y la historiografía de la época, es poco lo que se sabe acerca de la participación de los estudiantes en los avatares sociales e intelectuales que la Primera Guerra Mundial generó en América Latina. El interés al respecto ha recaído en los dos países que delimitan nuestra geografía imaginada: Argentina y México.

En el caso argentino, la historiadora María Inés Tato ha hecho notar la presencia y activa participación del estudiantado durante las jornadas más álgidas de la movilización social que la guerra propició en distintas ciudades del país, especialmente en Buenos Aires (Tato, 2008 y 2017), mientras que, en el caso mexicano, el historiador francés Romain Robinet ha llamado la atención sobre la importancia que tuvo para el afianzamiento político del movimiento estudiantil, la activa participación de sus principales cuadros en las discusiones sobre la neutralidad del gobierno de Venustiano Carranza ante la guerra europea (Robinet,  2015 y 2017). Estas dos importantes contribucionesherederas directas de la reciente renovación historiográfica sobre la Gran Guerra inaugurada por Olivier Compagnon (2014) y Stefan Rinke (2019), cuyos trabajos más sobresalientes han señalado de forma muy breve la participación estudiantil en las vicisitudes latinoamericanas de la guerra europea fueron en su conjunto el punto de partida para la realización de una investigación que se encargó de estudiar con detenimiento el desarrollo político e intelectual de los movimientos estudiantiles de Argentina y México durante la Primera Guerra Mundial, cuyos resultados se dieron a conocer a inicios de 2022 (Pulido, 2022). Dicha investigación partió de la hipótesis de que la agitación intelectual y política suscitada por la Gran Guerra en cada uno de los países de la región aporta las claves para comprender el éxito de la movilización estudiantil más importante de la primera mitad del siglo XX, conocida comúnmente como el movimiento de la Reforma Universitaria; partiendo de la premisa de que la mayor conmoción bélica registrada por la historia de Occidente hasta ese momento no pudo haber sido ajena a uno de los sectores más dinámicos de la sociedad latinoamericana, como lo fue el estudiantado de aquel entonces.

En ese orden de ideas, el estudio concluyó que la Gran Guerra, lejos de ser tan solo un importante antecedente contextual de las movilizaciones estudiantiles inauguradas por el Grito de Córdoba, debía ser comprendida como un momento clave en la formación ideológica y en la movilización política del estudiantado latinoamericano, independientemente de su país de origen, lo que la posiciona como el sustrato fundamental sobre el que se erigió el éxito de la movilización continental universitaria y sin la cual es muy difícil explicarlo. Así, se ha logrado esbozar las líneas generales para la inserción de la historia intelectual de los movimientos estudiantiles en la historia cultural de la Gran Guerra en América Latina.

Es necesario señalar que la escasez de investigaciones sobre los estudiantes latinoamericanos durante la Primera Guerra Mundial tiene su paradójica explicación en la guerra misma: antes del inicio de las hostilidades europeas, la juventud del continente americano había alcanzado un grado importante de cohesión política, debido a la realización de tres congresos internacionales de estudiantes llevados a cabo en Montevideo (1908), Buenos Aires (1910) y Lima (1912), respectivamente.[1] Dicho proceso de maduración y cohesión política se vio truncado por el anuncio del estado de guerra en Europa, cuya primera consecuencia para el movimiento estudiantil latinoamericano fue la suspensión indefinida de la cuarta versión del congreso internacional que debía realizarse en Santiago de Chile, justamente en 1914. Fue así como el ruido de los cañones europeos se apoderó de la prensa y de la reflexión pública continental por cuatro años, condenando al silencio a todas las iniciativas de comunión internacional de los estudiantes de la región, las cuales prácticamente desaparecieron del mapa hasta que un grupo de estudiantes argentinos, en 1918, levantó nuevamente la voz anunciando la llegada de una hora americana.

Mientras duró la guerra, la actividad estudiantil a nivel internacional sufrió un repliegue sustancial, que se tradujo en una escasez de fuentes documentales a través de las cuales se podría conocer de primera mano la forma en que la juventud del subcontinente interpretó las implicaciones de la debacle europea en su formación ideológica. Esto no significa que dicha reflexión no haya existido, sino que se trasladó al ámbito estrictamente nacional y se hizo elocuente en escenarios diferentes a los propiamente universitarios. En este sentido, la historiografía de la Reforma Universitaria ha sido la principal perjudicada por la escasez documental que se ha venido anotando, ya que, en su afán de posicionar al Grito de Córdoba como el acontecimiento fundacional de una movilización de carácter continental, estableció continuidades poco reflexivas entre los congresos internacionales de estudiantes anteriormente citados, cuya última fuente escrita data de 1912, y la movilización estudiantil latinoamericana iniciada en 1918, omitiendo el intenso papel que desempeñó la guerra europea en la reformulación ideológica de la modernidad occidental. Esta omisión se ve reflejada en el hecho de que la gran mayoría de las menciones que se encuentran sobre la Gran Guerra en la historiografía reformista son de carácter contextual.[2] Así la cosas, la historia de la movilización estudiantil latinoamericana en tiempos de la Gran Guerra sigue siendo una tarea pendiente.

Lo exiguo del material disponible para los años que van de 1914 a 1918 contrasta radicalmente con la gran cantidad de publicaciones universitarias que inundaron el panorama intelectual latinoamericano en la inmediata posguerra y hasta finales de los años veinte. Este hecho, además de haber servido como sesgo de confirmación para quienes ven en la debacle europea tan solo un antecedente de la ebullición estudiantil de 1918, ha generado la impresión de que así también lo comprendían los principales cuadros estudiantiles de la región. Un análisis más cuidadoso evidencia que aquello que tuvo la oportunidad de registrarse en las páginas de las revistas estudiantiles de posguerra no fue una simple meditación a posteriori sobre el impacto del destino trágico de Europa sobre América Latina, sino que representó la parte más acabada de una ardua reflexión política e intelectual, mucho más profunda, que iniciaron los estudiantes del subcontinente, incluso antes del asesinato del Archiduque Francisco Fernando de Austria.

Con estas coordenadas, el presente artículo aborda el estudio de la opinión impresa de los estudiantes latinoamericanos sobre la Gran Guerra, desde sus prolegómenos hasta los primeros años de la posguerra, con el objetivo de evidenciar la magnitud y continuidad que tuvo el tema de la contienda europea en la formación intelectual y en la movilización política de los estudiantes.

 

Europa en la agenda estudiantil

Como se señaló en párrafos anteriores, las tres versiones del Congreso Internacional de Estudiantes Americanos que precedieron al inicio de la Gran Guerra habían logrado fortalecer y unificar ostensiblemente las iniciativas políticas del estudiantado latinoamericano. Dicho fortalecimiento tuvo su aspecto más acabado en la formulación de un tipo de americanismo juvenilista que, pese a reconocerse como tributario directo del arielismo,[3] en poco tiempo integró a su programa perspectivas políticas de corte mucho más liberal y algunas de corte abiertamente socialista. Así, “La solidaridad americana”, como la bautizaría Clotilde Luisi (marzo-junio de 1908, “Relación oficial del Primer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos celebrado en Montevideo de 26 de enero a 2 de febrero de 1908”, Evolución, 21-24: 135) desde el primer congreso de 1908, se convirtió, más que en una declaratoria de buenas intenciones, en un programa político concreto que soportó gran parte de la movilización estudiantil de las dos primeras décadas del siglo XX. En dicho programa, el significante juventud fue usado tanto para designar al sujeto político llamado a abanderar la unidad de los pueblos del continente –“la juventud de América”– como para referirse al objeto mismo sobre el que se debía operar dicha unificación –“las jóvenes repúblicas americanas”–, estableciendo en el discurso una identificación indisociable entre sujeto y objeto, cuyo resultado inmediato fue la reactualización de la prospectiva palingenésica del continente americano, que había sido un elemento ampliamente socorrido por el discurso americanista propio del modernismo latinoamericano finisecular, en declive para 1912.

Pensar a América como la depositaria de la estafeta civilizatoria de Occidente no fue producto de un acto voluntarista o un artilugio discursivo que echaba mano de motivos modernistas de amplia circulación entre los estudiantes. Por el contrario, esta invocación al papel redentor de América, hecha por la juventud del continente, atendía principalmente a una opinión informada sobre el devenir político de Europa a inicios de la década del diez, momento en el cual parecía inminente que las tensas relaciones entre las principales potencias económicas del viejo mundo desembocarían más temprano que tarde en una confrontación armada. Así lo demuestran las intervenciones del estudiante brasileño Leonidas Porto y del estudiante chileno Hugo Lea Plaza en el marco del Tercer Congreso Internacional de Estudiantes Americanos, celebrado en Lima en julio de 1912. El primero de ellos declaró:

Felizmente pasaron ya las grandes naciones del globo, la faz cruenta de sus luchas. Ahora, sintiendo como penoso y contraproducente el estado anómalo de la “paz armada”, continúan ellas fomentándola como una supuesta razón de equilibrio internacional, mientras tanto que la América joven y fecunda, recibe en su regazo los gérmenes de una futura grandeza. Sin prejuicios, liberal y sedienta de progresos, ella asimila prontamente el resultado evolutivo del occidente europeo y tomando sus formas más brillantes prepara, a su vez, un templo para cuando la civilización que en tiempos remotos abrió su cuna en el Himalaya venga a posarse majestuosa en el continente de los Andes (Porto, 1912: 345).

Por su parte, Lea Plaza sorprendió por las admoniciones que hizo al futuro del continente europeo, sin saber que dos años más tarde la guerra las haría realidad.

Y un día ha de llegar, señores, porque la historia de los pueblos lo demuestra, en que la vieja Europa de hoy sienta que el vigor huye, que el pensamiento se nubla, que su civilización se derrumba, como se derrumbó la de Roma […] pero cuando ya sienta su próxima y noble ancianidad, Europa ha de volverse a la América joven, llena de vida y de vigor, y le dirá: América, tú estás joven, yo vieja y abatida […], reemplázame tu hoy en esta marcha incesante, hazte cargo de lo que hasta hoy a mi correspondió, continúa la grande, la nueva, la santa obra del progreso humano, y será ese el día en que los americanos bendigan esta generación que aprendió desde joven a inspirarse en los grandes principios de la cooperación y del apoyo santo, amando y honrando la Universidad (Lea Plaza, 1912: 55).

Así pues, es evidente que el discurso americanista estudiantil, enunciado dos años antes de iniciarse la Gran Guerra, se encontraba en estrecha correspondencia con el análisis de la realidad política europea y sus implicaciones para “la América joven”. Europa estaba a la orden del día y, sin duda, las noticias de su crisis política, lejos de preocupar, entusiasmaban a la juventud estudiosa del continente, que veía en ellas una posibilidad para proyectar su influencia política sobre la sociedad. Un hecho que ha sido pasado por alto, debido a la preeminencia que se le ha endilgado al arielismo como el principal marco interpretativo del que disponía la juventud latinoamericana de entonces y, por ende, como el componente ideológico principal que subyacía a sus iniciativas de unión latinoamericana.

Ciertamente, el escenario dispuesto antes y durante la Gran Guerra propició la emergencia de nuevas sensibilidades políticas estudiantiles, que empezaron a cuestionar la pertinencia de la retórica idealista y espiritualista propia del arielismo en la coyuntura mundial.[4] Así lo hizo saber Luisa Luisi, hermana de Clotilde Luisi, a través del discurso que pronunció a propósito de la conmemoración del primer aniversario luctuoso de José Enrique Rodó, en mayo de 1918, el cual fue publicado en 1920 por la revista estudiantil uruguaya Ariel.

Rodó no escapa a la ley general de los acontecimientos. Su obra, como la obra de todos, está condicionada a la relatividad de un momento histórico que puede extenderse a una mayor o menor duración, según el fundamento más o menos firme de humanidad. […] No hay duda de que si él pudiera volver al mundo de los vivos cambiaría él mismo más de una faz de su doctrina, para adaptarla a las nuevas condiciones en que se encuentra hoy la humanidad. “El mundo ha cambiado completamente en estos últimos cinco años; pero su obra, no”.

Y, precisamente, el problema social de las naciones hispano-americanas, es tal vez uno de los que más graves cambios ha sufrido […]. Frente a la bancarrota dolorosa del continente europeo, toca a la América Latina una parte importantísima en la construcción futura del nuevo edificio social (Luisi, L., febrero-mayo de 1920, “Rodó. Conferencia pronunciada bajo los auspicios del centro de Estudios ‘Ariel’, en el salón de actos públicos de la Universidad, el 2 de mayo de 1918, por la señorita Luisa Luisi”, Revista Ariel, órgano del Centro de Estudiantes ‘Ariel’: 12-13).

Así las cosas, para muchos jóvenes intelectuales como Luisa Luisi, la coyuntura mundial generada por la Gran Guerra mostró la insuficiencia del arielismo para sustentar las iniciativas latinoamericanistas estudiantiles. Se comprendía como parte fundamental del arsenal ideológico que los había formado, es decir, como parte de su espacio de experiencia, pero al mismo tiempo eran conscientes de que el horizonte de expectativa desplegado por el tema de la Primera Guerra Mundial en América Latina lo había rebasado. En este sentido, siguiendo a Reinhart Koselleck, se podría afirmar que la trascendencia de la guerra europea provocó una importante modificación en la relación, de por sí irregular, entre la experiencia y la expectativa de la movilización estudiantil continental, ubicándola en un intenso momento de aceleración dentro del cual se debe intentar comprender su desarrollo en los años anteriores a la publicación del Manifiesto Liminar.[5]

 

Los estudiantes y el inicio de la Gran Guerra

Debido al limitado número de revistas estudiantiles de carácter abiertamente gremial que circulaban para 1914,[6] es poco lo que se puede reconstruir de primera mano sobre la forma en que los estudiantes latinoamericanos recibieron las noticias del inicio de la contienda europea. No obstante, una crónica aparecida en la revista argentina Caras y Caretas, titulada “Los estudiantes y la guerra”, indica que fue un acontecimiento que causó gran entusiasmo en el caso específico del estudiantado de Buenos Aires. En ella, el cronista relataba los sucesos que sobre el tema había “recogido en las facultades, en los colegios superiores, en las escuelas profesionales y en las guardias de los hospitales”. Señalaba cómo el eco de la guerra en Europa había aminorado la inquietud propia de los exámenes de fin de año y cómo la conflagración se había vuelto un tema cotidiano que pasaba rápidamente del comentario noticioso al debate agitado, incluyendo el divertimento humorístico. La crónica ilustraba, no sin cierto dejo de condescendencia, la forma en que los estudiantes llevaban detallados diarios de la guerra en álbumes que confeccionaron para tal fin y la creciente exaltación que entre ellos generaba la situación de los beligerantes al otro lado del océano:

El grave problema que han de resolver las más poderosas armas de la tierra, es para estos chicos un asunto sentimental, puramente de corazón. Y como no han de dar cuenta de sus opiniones, ni a Dios ni al diablo, hablan bien alto de sus afectos por los pueblos de alma pintoresca (Fuster, 19 de diciembre de 1914, “Los estudiantes y la guerra”, Caras y Caretas: 51-52).

Es poco probable que la animosidad estudiantil porteña por el inicio de la Gran Guerra haya sido una excepción dentro de sus pares del continente, máxime si se tienen en cuenta las alocuciones del estudiante chileno y del estudiante brasileño mencionadas en el apartado anterior. En el caso mexicano, los testimonios recogidos dan cuenta de que las tensiones previas al inicio de la guerra europea se sumaron al ya complejo panorama generado por cuatro años de revolución, la cual, lejos de ser leída como una tragedia, fue apropiada por el estudiantado mexicano como una oportunidad de acción y de renovación política en la que participaron con entusiasmo. Así lo dejaron plasmado en las páginas de El Estudiante, una de las principales revistas estudiantiles que circulaban por entonces en Ciudad de México.[7] Por su parte, en el Perú, desde el diario La Prensa, la pluma del joven José Carlos Mariátegui se pronunciaba, entre sombría y exaltada, al respecto de los acontecimientos europeos:

Ante el problema tremendo del presente, el espíritu se pierde en oscuras y laberínticas divagaciones. Todas son inútiles. El conflicto europeo nos coloca ante una sima insondable y misteriosa, ante una interrogación enigmática. Cabe sólo preguntarse si todas las conquistas pacientes y lentas de la civilización, si todas sus victorias por el predominio del derecho y la justicia, habrán de quedar desechas ante el estallido de una pasión, ante la ambición de un pueblo, ante la locura de un monarca, ante el amor propio de un diplomático (Croniqueur, 1 de agosto de 1914, “Cuenta el cable”, La Prensa: 4).

Así pues, es evidente que la expectativa generada por la contienda europea era unánime entre los jóvenes intelectuales latinoamericanos, quienes, independientemente de sus respectivos contextos nacionales, comprendían la importancia del momento histórico por el que atravesaba la humanidad. No obstante, sus medios impresos de comunicación gremial seguían siendo exiguos y en algunos países inexistentes, como en el caso colombiano, donde el primer órgano estudiantil de esta índole, llamado Voz de la Juventud, data de 1917.[8] Esta situación se vio agravada por la paulatina y creciente dificultad para acceder a materias primas vitales para la publicación de una revista, como el papel, debido a las contingencias económicas propias de un conflicto que rápidamente dejó de ser exclusivamente europeo.[9]

 

La expresión estudiantil durante la Guerra

Imposibilitados en su gran mayoría de contar con órganos impresos propios desde los cuales continuar con su labor de agremiación política y también de expresión en torno a los más recientes acontecimientos mundiales, los cuadros estudiantiles latinoamericanos se acercaron y fueron acogidos por empresas periodísticas ya constituidas en cada uno de sus países, la mayoría de ellas de carácter aliadófilo, que comprendieron rápidamente la importancia de tener entre sus simpatizantes y protegidos a los líderes de un movimiento juvenil cuyo potencial político empezaba a hacerse evidente.[10] Un caso icónico de esta alianza intergeneracional a través de un órgano periodístico en tiempos de la Gran Guerra puede encontrarse en la estrecha relación entablada entre el líder estudiantil mexicano Jorge Prieto Laurens y el diario oficialista Acción Mundial, dirigido por Gerardo Murillo (Dr. Atl), uno de los intelectuales más importantes del gobierno de Venustiano Carranza. De esta alianza, Prieto Laurens capitalizó la fundación y la presidencia de la primera agremiación estudiantil surgida de la Revolución mexicana, conocida con el nombre de Congreso Local Estudiantil del Distrito Federal, mientras que Gerardo Murillo encontró entre los estudiantes a los mejores propagandistas del proyecto de unidad latinoamericana que ideó al calor de la Gran Guerra con el fin de disputarle la hegemonía ideológica de la región a Estados Unidos.

Fue tal la libertad que Murillo le otorgó a los estudiantes en las páginas de su periódico, que solo allí pudieron expresar una francofilia militante que iba en contra de la posición neutral delineada por el gobierno revolucionario de Venustiano Carranza en tiempos de la Gran Guerra:

Hasta hoy […] se ha venido hablando mucho de la unión latino-americana, […] el Congreso Local Estudiantil […] se ha ocupado del asunto, y hay que hacer constar que se ha hecho mucho en pro del acercamiento de los países latinos del continente. Lo anterior […] es un gran paso: pero el problema tiene raíces más hondas […], lo que se impone no es sólo la unión de las repúblicas latino-americanas contra el yanqui, sino la unión de toda la raza latina contra las razas sajona y teutona. […]. Nosotros no podemos ser neutrales ante el conflicto europeo […]. Nosotros nos hemos sostenido en nuestra creencia: el triunfo de Francia es necesario para la conservación de la raza latina […]. Nosotros no sostenemos sólo la bandera de nuestra patria, pues para ello ya luchamos por unir a las repúblicas hermanas. Sostenemos el pabellón mundial de la raza latina. Por eso anunciamos el triunfo de Francia y por eso no somos germanófilos (“La unión de toda la raza latina es una ingente necesidad mundial”, 21 de julio de 1916, Acción Mundial: 1).

En otros países de la región, como es el caso de Argentina, esta alianza intergeneracional más que darse en los medios impresos se afianzó en la movilización política. Al respecto, los diarios nacionales australes dan cuenta de cómo los estudiantes fueron uno de los principales sectores de la sociedad que promovieron y militaron en los diferentes comités, especialmente rupturistas, que se constituyeron en varias ciudades del país en la coyuntura de 1917.[11] Esta alianza tuvo su corolario en la denominada Convención Patriótica, celebrada en Buenos Aires a finales de noviembre del mismo año.[12] No obstante, el proceso argentino contó con la particularidad de que previamente a la movilización antes mencionada, la cual surgió de manera independiente en las diversas facultades universitarias, un grupo de estudiantes de marcada sensibilidad socialista liderados por Alberto Palcos y Gregorio Bermann emprendieron la publicación de una revista estudiantil específicamente gremial llamada Ariel,[13] que si bien se mantuvo al margen de la movilización social y política generada por la Gran Guerra, no dudó en referirse a la conflagración del viejo continente como a “la bancarrota de un régimen”.[14]

Es muy probable que este doble proceso experimentado por los estudiantes argentinos haya redundado en el aumento de su capital político y con ello en el establecimiento de una relación mucho más horizontal con los intelectuales ya consolidados que se movilizaron a propósito del conflicto europeo, allanando de esta manera el camino para una alianza intergeneracional que sobreviviría a la guerra y que sería fundamental para el éxito inicial del movimiento de reforma universitaria en Argentina.

En lo que respecta a Perú y Uruguay, la estrecha alianza entre intelectuales, políticos y estudiantes propiciada por la Gran Guerra estuvo atada por el prestigio del que gozaron figuras como el entonces ministro de relaciones exteriores de Uruguay, Baltasar Brum, y el académico y también avezado diplomático peruano Víctor Andrés Belaúnde, quienes en su momento habían sido personalidades de suma importancia para la emergencia del movimiento estudiantil latinoamericano de principios de siglo, y que durante la guerra europea se prestigiaron como dos de las voces más autorizadas en lo concerniente a la posición que los gobiernos de esta parte del mundo deberían asumir con respecto de la Gran Guerra. Por ello, no es casual que, en octubre de 1918, durante una velada organizada por la Federación de Estudiantes del Perú, el tema principal de los discursos de Brum y Belaúnde fuera precisamente la política latinoamericana durante la contienda europea y el papel de la juventud en el panorama político generado por esta.[15]

 

De la Guerra a la posguerra… una continuidad

Pese a la importante movilización social y política que generó la Gran Guerra en América Latina, los debates entre aliadófilos y germanófilos, primero, y entre rupturistas y neutralistas, después, tenían una clara fecha de caducidad: el final de la guerra misma. Una vez terminada la contienda, los réditos políticos a corto plazo esperados por aquellos que habían participado abiertamente del debate público tardaron en llegar (o nunca lo hicieron), no solo porque fueron muy pocos los gobiernos latinoamericanos que rompieron su neutralidad en el conflicto, sino también porque dicha neutralidad fue usada como uno de los argumentos de los vencedores para negarles la entrada a formar parte de la Sociedad de Naciones. Así pues, el tránsito del entusiasmo al desencanto fue vertiginoso, específicamente en las filas aliadófilas, donde militaban la mayoría de los intelectuales más prestigiosos de la región.

Sin embargo, este proceso de rápido desencanto impactó de manera positiva en la organización gremial de los estudiantes latinoamericanos, ya que fue en el discurso estudiantil donde encontraron continuidad todos los motivos sociales y políticos que en su momento habían alentado las iniciativas aliadófilas y rupturistas,[16] tales como la unidad americana de talante palingenésico, el antimperialismo, el pacifismo, el antimilitarismo y sobre todo la creciente importancia del juvenilismo.[17] Dicho proceso mostró similares características y coincidencia temporal en todos y cada uno de los países del subcontinente, teniendo su ejemplo más acabado en el surgimiento del movimiento de reforma universitaria en Argentina, donde intelectuales como Joaquín V. González, Rodolfo Rivarola o Alfredo Palacios, otrora cabezas visibles del movimiento pro ruptura de relaciones diplomáticas con las potencias centrales, hicieron un tránsito de cierta manera “orgánico” entre el liderazgo pro rupturista y el soporte intelectual y propagandístico de los ideales reformistas.[18] De tal suerte que la sincronía y similitud de este proceso debe ser pacientemente considerada, pues se ubica en el centro mismo de la explicación de los motivos de la meteórica difusión y fácil recepción del discurso reformista a lo largo y ancho de América Latina desde finales de 1918.

De esta manera, al comprender el surgimiento del movimiento de reforma universitaria como parte de un proceso histórico global, las menciones a la Gran Guerra en las revistas estudiantiles pasan de lo contextual a lo estructural, cambiando incluso la forma en que el historiador se aproxima e interpreta testimonios frecuentemente citados en la historiografía reformista, como por ejemplo el aparecido en el primer número de la revista argentina Proa, a mediados de los años veinte.

Fue la guerra la que hizo posible la liberación. Empezó por conmover nuestros nervios, después provocó terribles apasionamientos y por último llegó a las esferas del espíritu […]. Era tal el estridor de la hecatombe, que todos, viejos y jóvenes, vivimos durante cuatro años polarizados y absorbidos por ella; haciendo posible por primera vez en este país que una generación se formara al margen del mecanismo tutelar y de su ambiente. Pasada la tragedia fue imposible volver a tomar el ritmo perdido y el primer fruto del alumbramiento fue la reforma universitaria (“Proa”, agosto de 1924, Proa, 1: 3).

 

El revistero estudiantil y la posguerra

La rápida proliferación de publicaciones gremiales estudiantiles en Latinoamérica durante la inmediata posguerra delata la importancia política que había cobrado este sector de la sociedad en cada uno de sus países de origen. Como se ha venido afirmando, esta relevancia política estuvo estrechamente ligada a la participación del estudiantado en los debates y movilizaciones nacionales suscitados por la Gran Guerra, a tal punto que, una vez terminados los combates, muchos de los motivos discursivos que en su momento alentaron dichos debates migraron fácilmente al sustrato discursivo común que legitimaba la movilización estudiantil de la región.

Así las cosas, la movilización estudiantil continental fue enunciada desde el principio como parte integral y también como consecuencia lógica de la reciente reflexión adelantada en torno a la Gran Guerra: “Es innegable que el nuevo estado moral que ya se presenta en la Europa es al mismo tiempo que una lección, una confirmación de los principios que inspiran a la juventud americana”, afirmaban los estudiantes chilenos a través de su revista Juventud, en enero de 1919 (“Viaje de los delegados chilenos a Buenos Aires”, Juventud, 3: 83). Declaraciones que en la mediana duración representaban la constatación, en el discurso estudiantil, de las promisorias expectativas para América Latina que en su momento generó el inicio del conflicto europeo entre los intelectuales de la región[19] y que siguieron siendo parte fundamental del imaginario reformista hasta bien entrados los años veinte, cuando se empezaron a hacer los primeros balances críticos sobre el impacto de la gesta estudiantil.[20]

Aunque dichas expectativas americanistas de la movilización estudiantil estaban presentes desde sus inicios en 1908, los argumentos que circularon desde julio de 1914 en contra del nacionalismo y de la exacerbación del patriotismo como causa primigenia de la Gran Guerra adquirieron un lugar muy importante en la legitimación “transnacional” del movimiento, una vez que este empezó a publicitarse en las páginas de las diferentes revistas estudiantiles del subcontinente. En este sentido, la revista estudiantil uruguaya Ariel fue totalmente explícita: 

Lo que hoy une a toda la Juventud del Continente, es un mismo ideal de paz y un idéntico sentimiento de repudio para quienes tienen cerrado el espíritu al impulso fraternal que ahora ánima a los hombres. El patriotismo es un concepto mezquino y detestable si se convierte en fuente de rencores (“Nuestro pacifismo”, noviembre-diciembre de 1920, Ariel, 15-16: 19).

Fue tal la impronta de este discurso en el ideario estudiantil, que una de las principales misiones que se endilgó a sí mismo el movimiento continental fue la de denunciar e intentar conjurar cualquier tipo de expresión nacionalista que pudiera conducir a Latinoamérica por los caminos bélicos ya transitados por Europa. Como ha sido ampliamente documentado, la vieja controversia territorial del pacífico sudamericano cobró especial relevancia para los estudiantes reformistas. Sobre ella se pronunciaron en diversas ocasiones la mayoría de las revistas estudiantiles de la región y no fueron pocas las iniciativas juveniles, especialmente de los países involucrados, que apostaron por una salida negociada a las controversias territoriales. Actitud que incluso les costó graves desavenencias con los sectores más nacionalistas de sus respectivos países (Moraga, 2007: 205-221).

En este orden de ideas, la experiencia de la guerra europea jugó un papel de primer orden en la resignificación del anhelo de unidad latinoamericana, el cual dejó de soportarse fundamentalmente en el idealismo de corte modernista/arielista para empezar a justificarse –durante el tránsito de la guerra a la posguerra– en motivaciones de orden político/pragmático tendientes a evitar a toda costa que la región, “en su ridícula manía de imitar más lo malo que lo bueno de Europa”, como diría Guillermo Subercaseaux para la revista estudiantil Ideas en marzo 1918 (Quinquinela, marzo de 1918, “Guillermo Subercaseaux. Nuevas orientaciones de política internacional sudamericana”, Ideas: 138), se embarcara en una debacle bélica de similares proporciones. De tal suerte que las tensiones políticas de cualquier índole entre los países de la región fueron leídas y reprochadas en correspondencia con la experiencia europea, como lo demuestra un artículo publicado por los estudiantes congregados en torno a la revista Inicial de Buenos Aires, en el que se denunciaba una supuesta carrera armamentista emprendida entre Brasil y Argentina a finales de 1923:

En Sudamérica no hay odios, no hay conflictos: las fronteras están todas delimitadas, los pueblos se aman unos a otros […]. Pero Sudamérica se arma, y necesario es decirlo, nos hemos metido en ese camino fatal y definitivo en que se metió Europa hace cincuenta años, y ese camino no tiene nada más que un solo destino, ¡destino de sangre y de dolor! (H. M. G., R. A. O. y R. S., diciembre de 1923, “La paz armada en América del Sur”. Inicial: 163).[21]

En el discurso estudiantil latinoamericano de posguerra, la denuncia del nacionalismo y la malversación de los sentimientos patrios estaría acompañada indefectiblemente de un fuerte componente antimilitarista y por ende pacifista, que si bien tenía sus antecedentes en la similar denuncia que durante la Gran Guerra hicieron importantes intelectuales latinoamericanos y europeos –como es el caso de José Ingenieros o Romain Rolland–,[22] en la pluma de los estudiantes del continente cobró un particular acento juvenilista de corte latinoamericanista, entendido este como el sustrato moral que legitimaba la adopción de una postura antibelicista a nivel continental en la inmediata posguerra, como quedó expresado en las páginas de la revista estudiantil Renacimiento de Montevideo:

Levantemos bien en alto nuestro pendón, para que todos al unísono luchemos por la pronta realización de sentidos ideales: confederar a las naciones latinoamericanas, para desterrar por siempre de estos pueblos nuevos los conflictos armados que retrogradan a la barbarie; anular el oscuro afán de pretender inmolar a nuestras patrias con la siniestra fuerza de las armas (“Internacionalismo universitario”, marzo de 1924, Renacimiento, 40: 93).

Así comprendida, la presencia de motivos pacifistas en el discurso estudiantil se posiciona, ya no como una consecuencia o reflejo latinoamericano de análogas iniciativas europeas de posguerra, como las abanderadas por el grupo Clarté,[23] sino que por el contrario se ubica como parte fundamental de las condiciones de posibilidad que hicieron que dichas iniciativas tuvieran una exitosa recepción (un acto de habla afortunado) en la región, como lo demuestra la fundación de varias revistas estudiantiles con el nombre Claridad[24] y la amplia difusión que tuvo en 1921 el “Mensaje a los intelectuales y estudiantes de la América Latina”, publicado en las páginas de casi todas las revistas de igual índole en el continente.[25] No obstante, el pacifismo promulgado por Anatole France y Henri Barbusse estaba lejos de ser interiorizado por los estudiantes latinoamericanos desde la emotividad idealista que implicaba apostar por “el advenimiento de un orden social en que reinarán universalmente la cooperación y la justicia” (France y Barbusse, agosto de 1921, “Mensaje a los intelectuales y estudiantes de la América Latina”, Juventud, 15: 280-284). Por el contrario, el pacifismo estudiantil latinoamericano estaba imbricado íntimamente con la acción política directa en contra del imperialismo, el cual fue entendido en la inmediata posguerra como la principal amenaza a la armonía política y a la paz continental (Schweizer, 28 de abril de 1923, “Los forjadores de tempestad”, Claridad, Santiago de Chile, 85: 5).

En este punto, la exclusión de los países latinoamericanos de la Sociedad de Naciones y la reafirmación explícita que allí se hizo de la doctrina Monroe como una “inteligencia regional válida” jugaron un papel muy importante en la unificación del discurso antimperialista estudiantil a nivel continental, ya que antes de la Gran Guerra las opiniones en torno a la participación de Estados Unidos en el proyecto de unidad continental se encontraban divididas: para los estudiantes de países como México y Colombia era inaceptable dicha participación –en razón de sus respectivas historias de expolio territorial–, mientras que para el estudiantado argentino y uruguayo era incluso recomendable.[26] Este asunto se había visto momentáneamente desplazado durante los cuatro años del conflicto europeo ya que, en la mayoría de los casos, las condenas al imperialismo estaban dirigidas casi exclusivamente al practicado por las potencias centrales, en especial por Alemania.

La decepción que trajo consigo el fin de la guerra y el lugar en el que quedó América Latina con respecto a los apetitos económicos y geopolíticos de Estados Unidos en el nuevo orden mundial pusieron una vez más sobre el tapete el problema del imperialismo estadounidense en la región y en atención a esta problemática se homogeneizó la argumentación antimperialista estudiantil.

Hechos históricos cuya repetición es significativa nos obligan a adoptar una actitud de resistencia frente al imperialismo capitalista del Norte.

Vivimos una hora de suprema responsabilidad. Sobre los campos y las ciudades arruinadas por una tempestad de tragedia, los pueblos de la Europa exangüe contemplan el ocaso lamentable de una civilización, y la esperanza atribulada de los hombres se refugia en las naciones viriles e intactas que se mantuvieron al margen de la conflagración tremenda. En ellas reside, en infinitas virtualidades, el porvenir de la Humanidad. Constituyamos, entonces […], una conciencia latinoamericana (González Rojas, 28 de abril de 1923, “La comedia del panamericanismo oficial”, Claridad, Santiago de Chile, 85: 5).

En consonancia, la enunciación de una “conciencia latinoamericana” aparece estrechamente ligada a la actualización de la retórica palingenésica modernista, por una parte, y a la adopción de una postura juvenilista de carácter contestatario ante el imperialismo estadounidense, por la otra, dos motivos que si bien ya estaban presentes en el discurso estudiantil desde principios de siglo, gracias a la experiencia de la Gran Guerra perdieron mucho de su carácter idealista para empezar a enunciarse desde posiciones políticas más pragmáticas que llegaron incluso a ser parte esencial de programas políticos partidistas en la década del veinte, como el APRA (Haya de la Torre, diciembre de 1926,What is the A.P.R.A?”, The Labour Monthly, 12: 756).[27]

De esta forma, la unidad latinoamericana se perfiló como el principal elemento discursivo de la retórica reformista, debido a que en él se recogían los demás elementos que hicieron tránsito desde su enunciación durante la Gran Guerra, como la condena al nacionalismo y la apuesta por el pacifismo, el antimilitarismo y el antimperialismo. Un proyecto unionista en cuya propaganda las revistas estudiantiles de toda la región jugaron un papel de primer orden, ya que formaron una amplia red de circulación internacional de ideas, la cual se tejió con mucha facilidad gracias a que los fundadores y articulistas de dichas revistas compartían la misma comunidad epistémica.[28] Comunidad que se sustentó no solo en una conciencia de pertenencia etaria y gremial (existente ya, en su versión idealista, desde los congresos internacionales de estudiantes de principios del siglo XX), sino que fundamentalmente se consolidó a través de la reflexión sobre un accionar político conjunto y concreto solo posibilitado por la inmersión de estos jóvenes intelectuales en la experiencia latinoamericana de la Gran Guerra, así como en la posibilidad real de su implementación en los años posteriores.

En este orden de ideas, la red de revistas estudiantiles latinoamericanas, más que por el trabajo en pos de la unificación de las empresas reivindicativas de orden estrictamente universitario-institucional en la región –objetivo de difícil consecución teniendo en cuenta el desigual desarrollo y las características particulares del sistema educativo en los diferentes países de la región–, se caracterizó por servir de soporte material a través del cual circularon las iniciativas de unificación ideológica del estudiantado de cara al nuevo orden político propiciado por el final de la Gran Guerra. En especial, hicieron carrera en todas las revistas estudiantiles del subcontinente temas como la crítica a la Sociedad de Naciones y su papel en la resolución de conflictos territoriales en el subcontinente (Góngora, febrero de 1920, “Asuntos sudamericanos. La llaga viva de América”, Clarín, 15: 6), la denuncia al intervencionismo estadounidense en Centroamérica amparado en la doctrina Monroe (“La juventud del continente”, 10 de marzo de 1921, Universidad, 2: 1) y la oposición abierta contra el panamericanismo (Ugarte, junio de 1928, “El congreso panamericano de la Habana”, La Sierra, 18: 1).

Asimismo, fue a través de esta red de revistas estudiantiles que se incentivó y documentó ampliamente el intercambio estudiantil como praxis latinoamericanista (“Intercambio”, mayo de 1928, Revista del Centro de Estudiantes de Derecho, 14: 122), así como la participación de los estudiantes en los asuntos diplomáticos regionales con la intención de prevenir posibles enfrentamientos armados internacionales (Lepretti, enero-marzo de 1926, “De la Federación de Estudiantes de la Asunción República del Paraguay”, Sagitario, 5: 279). Temas e iniciativas que a lo largo de la década del veinte tomaron acentos particulares en las diversas publicaciones estudiantiles de la región, determinados por la amplia gama de tendencias ideológicas a las que fueron adhiriendo cada una de ellas, las cuales iban desde un tímido liberalismo de corte aristocrático, como el expresado por las revistas estudiantiles de Germán Arciniegas en Bogotá, hasta posiciones abiertamente comunistas como las promulgadas por la revista porteña Insurrexit (Tarcus, 1997).

 

Conclusiones

Rastrear la importancia que tuvo la Gran Guerra en la formación ideológica del estudiantado latinoamericano a través de su opinión impresa demandó comprender que, en primera instancia, Europa no era un tema ajeno a la reflexión política estudiantil de principios del siglo XX. Por el contrario, fue gracias al conocimiento y análisis de las tensiones políticas que vivía el viejo continente en vísperas del asesinato del archiduque Francisco Fernando de Austria que los estudiantes latinoamericanos pudieron participar de manera entusiasta y crítica en los debates que generó el conflicto europeo en la región. Dicha participación se hizo evidente, no solo por su presencia en las movilizaciones sociales que recorrieron las distintas ciudades del subcontinente, sino también por una considerable producción escrita que, al carecer de órganos estrictamente universitarios a través de los cuales expresarse, se publicó en las páginas de empresas periodísticas ya constituidas, la mayoría de ellas proclives a la causa aliada. Esta participación, junto con las estrechas relaciones políticas que allí surgieron, dotó al estudiantado de los diferentes países de la región de un importante capital político que, una vez terminada la guerra en Europa, posicionó al movimiento estudiantil como el continuador de los principales contenidos ideológicos del discurso aliadófilo, limitado y francamente decepcionado por las resoluciones que se tomaron en Versalles con respecto a América Latina.

Este proceso, que se dio de manera sincrónica aunque con intensidades diferentes en todos los países de la región, posibilitó la emergencia de un discurso estudiantil homogéneo que tuvo su principal motivo movilizador en la necesidad de la unidad latinoamericana. Un discurso que se proyectó rápidamente gracias a la interconexión de una red internacional de revistas estudiantiles, cuya condición de posibilidad se encuentra en la relevancia política y social que acumuló el sector estudiantil durante los cuatro años que duró el conflicto europeo, independientemente de su país de origen.

En la experiencia compartida de la debacle europea deben buscarse las claves para comprender el éxito de la movilización estudiantil latinoamericana más importante de principios del siglo XX. Una movilización en la que la presencia de una amplia red de revistas de carácter estudiantil jugó un papel fundamental, en tanto se convirtió en un canal efectivo a través del cual se pusieron en contacto similares sensibilidades y experiencias políticas juveniles que, si bien surgieron en diferentes partes del continente, fueron propiciadas por el contacto con un fenómeno de envergadura global como lo fue la Gran Guerra.

 

 

Referencias bibliográficas

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Sobre el autor

David Antonio Pulido García es Historiador por la Universidad Nacional de Colombia y Doctor en Estudios Latinoamericanos por la Universidad Nacional Autónoma de México. Actualmente se desempeña como profesor en la Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. Su área principal de investigación es la historia intelectual de los movimientos estudiantiles latinoamericanos de principios del siglo XX. Entre sus más recientes publicaciones se encuentra el libro Formar una nación de todas las hermanas. La joven intelectualidad colombiana frente al latinoamericanismo mexicano, 1916-1920 (2021), publicado en Bogotá por la Universidad del Rosario.

 

https://orcid.org/0000-0001-7338-0081

 

About the author

David Antonio Pulido García is a History graduate from the Universidad Nacional de Colombia and holds a PhD in Latin American Studies from the Universidad Nacional Autónoma de México. He is currently a professor at the Universidad Pedagógica Nacional de Colombia. His main area of research is the intellectual history of Latin American student movements in the early twentieth century. Among his most recent publications is the book Formar una nación de todas las hermanas. La joven intelectualidad colombiana frente al latinoamericanismo mexicano, 1916-1920 (2021), published in Bogotá by the Universidad del Rosario.

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[1] En el mismo periodo se registraron varios encuentros nacionales de diversa magnitud en diferentes países de la región, así como dos versiones del Congreso Internacional de Estudiantes de la Gran Colombia, que reunió a los estudiantes de Venezuela, Colombia y Ecuador. Todos los encuentros universitarios registrados hicieron referencia o adhirieron explícitamente a las propuestas y directrices políticas emanadas de los congresos internacionales de estudiantes aquí mencionados.

[2] Aunque excelentes, los trabajos que revisitaron la Reforma a propósito de la conmemoración de sus 100 años siguieron esta misma línea interpretativa. Entre ellos se destacan los aportes de Carreño (2018), Buchbinder (2018) y Yankelevich (2018).  

[3] El término arielismo ha sido empleado tanto para resumir el mensaje de Ariel –obra cumbre del uruguayo José Enrique Rodó– como para referirse a cierta orientación del espíritu de esos años: una actitud, denominada también idealista, de descontento frente a la unilateralidad cientificista y utilitaria de la civilización moderna, la reivindicación de la identidad latina de la cultura de las sociedades hispanoamericanas frente a la América Anglosajona (Altamirano, 2008: 10).

[4] Sobre la posición de Rodó con respecto de la Gran Guerra, véase Monreal (2018).

[5] Sobre la relación entre espacio de experiencia y horizonte de expectativa y sobre el concepto de “aceleración” del tiempo histórico, véase Koselleck (1993).

[6] Es preciso señalar que, aunque existían revistas de carácter estudiantil en varias facultades universitarias de todo el continente, la gran mayoría de ellas no eran de carácter gremial-organizativo, sino más bien profesional, es decir, desempeñaban un papel de apoyo a las actividades académicas de los estudiantes, publicando lecciones o trabajos académicos como complemento a las clases cotidianas, o notas de interés social de acuerdo al área del conocimiento a la que se adscribían.

[7] “El trágico espectáculo de un régimen que muere, la visión de un pueblo adormecido que se levanta, la contemplación de tragedias individuales, que tienen por escenario el alma humana y de tragedias colectivas que tienen por teatro los ámbitos de la patria han sido los cantos de cuna, las primeras impresiones de la juventud que surge, de la generación que se abre a la vida, a los auspicios de una aurora plena de promesas de triunfos futuros” (“Adelante hacia el porvenir”, junio de 1914, El Estudiante: 315- 317).

[8] Voz de la Juventud fue la primera revista estudiantil fundada por Germán Arciniegas. El grupo de jóvenes intelectuales reunidos en torno de ella, dentro del que destacan Germán Pardo García y el mexicano Carlos Pellicer Cámara, logró dar vida a la primera organización estudiantil colombiana en 1919. Véase Pulido (2021).

[9] Patricia Vega Jiménez afirma para el caso centroamericano que “una de las áreas que sufrió los embates de la guerra fue la producción y distribución de papel. La escasez provocó que los periódicos disminuyeran el número de páginas, al menos por un tiempo, y aumentaran el precio de cada ejemplar” (Vega, 2018: 251).

[10] En el caso colombiano se puede señalar la estrecha relación periodística que existió entre el entonces líder estudiantil Germán Arciniegas y los políticos republicanos Eduardo Santos, propietario de El Tiempo, y Alfonso Villegas Restrepo, fundador de La República, este último miembro de la mesa organizadora del Primer Congreso Internacional de Estudiantes de la Gran Colombia, celebrado en 1910. 

[11] Los alumnos de la Escuela de Arquitectura, de la Facultad de Ingeniería y del colegio de La Salle se organizaron el 10 de octubre de 1917, un grupo significativo de estudiantes de Medicina se organizó a finales de octubre, los alumnos del Instituto Libre hicieron lo propio comenzando noviembre y, a mediados del mismo mes, los alumnos de la Escuela Normal de Profesores de la capital conformaron una comisión provisional rupturista. Véase: “Asuntos internacionales”, 11 de octubre de 1917, La Razón: 5; “Pro y contra la ruptura”, 30 de octubre de 1917, La Razón: 2; “Diversas informaciones”, 3 de noviembre de 1917, La Nación: 8; “Varias informaciones”, 13 de noviembre de 1917, La Nación: 8.

[12] En la lista parcial de los intelectuales y políticos consolidados que asistieron a la Convención Patriótica publicada por La Nación, se pueden distinguir los nombres de Joaquín V. González, Rodolfo Rivarola, Ezequiel Ramos, Leopoldo Lugones, Eduardo Holmberg, Francisco Oliver, Alfredo Palacios, Antonio Dellepiane, Nicolás Besio Moreno, Rodolfo Senet y Ricardo Rojas. Véase “La convención patriótica”, 27 de noviembre de 1917, La Nación: 9; “El acto de hoy en el ‘victoria’”, 28 de noviembre de 1917, La Nación: 10.

[13] Al respecto, véase Bustelo (2019: 209-232).

[14] Véase Scheimberg (1914). “La bancarrota de un régimen”. Ariel, nº 3: 113-117.

[15] Para leer los discursos de Baltasar Brum, Víctor Andrés Belaúnde y los delegados estudiantiles, véase Belaúnde, octubre de 1918, “El idealismo en la política americana”, El Mercurio Peruano (Suplemento).

[16] En este punto es necesario señalar que, aunque dentro del estudiantado latinoamericano existieron posiciones abiertamente germanófilas, como las del joven mexicano Luis Enrique Erro, fundador y director de la revista estudiantil San Ev Ank, estas fueron minoritarias. De la misma forma, aquellos estudiantes que no se sintieron identificados con los intereses de las potencias inmiscuidas en la contienda se inclinaron por expresiones antibelicistas de cuño socialista internacionalista, como por ejemplo el grupo de estudiantes socialistas argentinos que, al separarse de la oficialidad de su partido por no compartir con ellos su aliadófila, fundaron en enero de 1918 el Partido Socialista Internacional, germen del futuro Partido Comunista la Argentina.

[17] Sobre la forma en que estos temas circularon en América Latina en tiempos de la Gran Guerra, véase el capítulo 5 de la obra mencionada de Olivier Compagnon (2014: 205-246), titulado “Nocturno europeo”, y el capítulo V de la obra de Stefan Rinke (2019: 225-256), también citada anteriormente, y titulado “El fin del mundo”.

[18] Ilustrativo de este tránsito es la visita de Alfredo Palacios a Lima en mayo de 1919 por intermediación de los estudiantes peruanos. En dicha visita, Palacios no solo se refirió al conflicto del pacífico azuzado por el panorama político de posguerra, sino que también llevó a Perú las primeras noticias de la agitación universitaria argentina.

[19] Al respecto se puede consultar la encuesta que publicó la revista argentina Nosotros entre febrero y mayo de 1915: “Nuestra tercera encuesta. La guerra europea y sus consecuencias”, febrero a mayo de 1915, Nosotros, nº 69 a nº 72.

[20] En febrero de 1928, José Carlos Mariátegui escribía: “este movimiento se presenta íntimamente conectado con la recia marejada post-bélica. Las esperanzas mesiánicas, los sentimientos revolucionarios, las pasiones místicas propias de la post-guerra, repercutían particularmente en la juventud universitaria de Latino-América. El concepto difuso y urgente de que el mundo entraba en un ciclo nuevo despertaba en los jóvenes la ambición de cumplir una función heroica y de realizar una obra histórica” (Mariátegui, febrero de 1928, “La Reforma Universitaria”, Amauta, nº 12: 1).

[21] Las iniciales de los firmantes corresponden a Homero M. Guglielmini, Roberto A. Ortelli y Roberto Smith.

[22] Al respecto véase: Ingenieros, 22 de agosto de 1914, “El suicidio de los bárbaros”, Caras y Caretas: 57 y Rolland, R. (2017). Más allá de la contienda. Editorial digital Titivillus.

[23] Sobre este tema en particular, véase Moraga (2015).

[24] Sobresalen en orden de aparición Claridad de Argentina (19 de enero de 1920), Claridad de Chile (12 de octubre de 1920) y Claridad de Perú (mayo de 1923).

[25] Según la revista chilena Juventud, el texto del mensaje empezó a circular en forma de volante en Argentina y Chile desde marzo de 1921 por intermediación de José Ingenieros. En poco tiempo fue replicado en diferentes revistas estudiantiles del continente, recibiendo incluso extensas contestaciones como la registrada por la revista colombiana Universidad entre septiembre y octubre de ese mismo año. Véase Grupo Voces, 21 de septiembre, 6 de octubre y 20 de octubre de 1921, “Mensaje a Anatole France”, Universidad, nº 16:  291-294; nº 17: 266-268 y nº 18: 323-327.

[26] Prueba de esta divergencia de opiniones se encuentra en el documento con el cual los estudiantes reunidos en el I Congreso de Estudiantes de la Gran Colombia adhirieron a la liga de estudiantes americanos: “Nosotros debemos adherirnos a la liga tal y como está ella formulada, sin condiciones ni reticencias; pero […] ni podemos, ni debemos, ni queremos olvidar, que no existe, precisamente, entre los americanos del Norte por una parte y los del Centro y Sur por otra, una solidaridad indispensable”. Primer Congreso Internacional de Estudiantes de la Gran Colombia (1910: 12).

[27] Al respecto José Luis Romero señaló que “el APRA fue un partido nuevo formado sobre la base del reclutamiento estudiantil reformista y en relación con la experiencia social y política recogida en el movimiento universitario. En esa experiencia se formularon los principios más ambiciosos de la Reforma, y sobre ellos comprendió Haya de la Torre que podía fundar un movimiento político eficaz, dada la situación de los países latinoamericanos” (Romero, 2001: 205). Experiencia que, como se ha visto, tiene sus raíces en la forma en que los estudiantes latinoamericanos se involucraron en el debate social y político suscitado por la Gran Guerra. 

[28] El concepto de comunidad epistémica, acuñado por Teun Van Dijk, es definido por el historiador colombiano César Augusto Ayala Diago como “un grupo de personas (un partido político, una nación, una etnia, etc.) que comparte un sistema de conocimientos, experiencias y referentes, lo que hace que sus suposiciones y maneras de ver el mundo sean similares. Puede decirse que esta comunidad mantiene los mismos supuestos básicos para interpretar la realidad. Este conocimiento compartido (datos contextuales, creencias, etc.) permite que gran parte de la información necesaria para comprender un texto o un discurso no sea proporcionada por el emisor, dado que se dirige a una comunidad epistémica que ya la posee” (Ayala, 2008: 24).