Embajadoras culturales. Mujeres latinoamericanas y vida diplomática (1860-1960)

Paula Bruno, Alexandra Pita y Marina Alvarado (2021). Rosario: Prohistoria, 188 pp.

 

Teresita Garabana

Universidad Nacional de San Martín/ CONICET, Argentina

En tanto los asuntos diplomáticos son un ámbito habitualmente masculino, el presente libro constituye un aporte clave para repensar este campo de estudios, pues se dedica a reconstruir las trayectorias de nueve mujeres latinoamericanas que estuvieron, de distintos modos, vinculadas a la diplomacia entre 1860 y 1960.

En el estudio preliminar que da inicio al libro, Paula Bruno rastrea y sintetiza una diversa tradición historiográfica sobre mujeres en la diplomacia, lo que resulta en un estado de la cuestión muy completo, que va de la “nueva historia diplomática”, atenta a trascender las historias puramente institucionales para incluir nuevos temas, a la “nueva historia cultural de la diplomacia”, preocupada por incorporar los estudios de género, memoria y otredad en las investigaciones sobre el servicio exterior; pasando por una multiplicidad de textos que, mayormente centrados en Europa y Estados Unidos, han hecho foco en los distintos roles que ocuparon las mujeres dentro de la diplomacia: esposas de embajadores, “novias diplomáticas”, saloniéres, secretarias, oficinistas, traductoras, etcétera. Retomando algunas claves de lectura de esta diversidad de propuestas, el libro de Bruno, Alvarado y Pita constituye “una invitación a desplegar el campo de estudios sobre mujeres latinoamericanas y vida diplomática” (15). Así, la noción de “embajadoras culturales” que da título al libro alude a una diversidad de roles que estas nueve mujeres ejercieron en territorios diferentes al propio: articuladoras de relaciones políticas, familiares y de amistad, figuras mediadoras en la esfera política, productoras y transmisoras de imágenes sobre los diversos lugares que habitaron.

Especialista en historia intelectual y con una sólida experiencia en el área de los estudios biográficos, Paula Bruno se ocupa de la primera parte del libro. Allí, vinculando ámbitos diplomáticos y estudios transnacionales, reconstruye las trayectorias de Eduarda Mansilla, Guillermina Oliveira Cézar y Ángela Oliveira Cézar. La primera de ellas, casada con el diplomático Manuel Rafael García, ofició de figura pública al acompañar a su esposo en diversas misiones en Estados Unidos y Europa. Naturalmente, estas largas estadías en ciudades lejanas a Buenos Aires otorgaron a Mansilla un carácter cosmopolita y transnacional, poco común para las mujeres decimonónicas. Así, a partir de su rol de esposa de diplomático, Mansilla vivió experiencias contradictorias, tanto adversas como estimulantes: desde las diferencias en el trato hacia ella y a otras esposas de acuerdo a los territorios que representaban en Washington hasta el contacto directo con los más altos círculos literarios en los salones de París, que la condujeron a sostener intercambios epistolares con figuras como Víctor Hugo y Alejandro Dumas.

Las hermanas Oliveira Cézar tuvieron vidas muy distintas entre sí, aunque las une su relevancia para la historia de las mujeres en el servicio exterior latinoamericano. Bruno se ocupa de reconstruir sus derroteros: Guillermina, casada muy joven con Eduardo Wilde, parece haber cumplido a la perfección el papel tradicional de esposa de diplomático que, como Mansilla, residió en Estados Unidos y Europa, además de Asia; sin embargo, la observación de sus particularidades analizadas a partir de fuentes como la prensa, la correspondencia y los escritos de su esposo, dan cuenta de una personalidad compleja, inteligente, que se destacó por su curiosidad y su capacidad de adaptarse a las más diversas culturas que conoció. Su hermana Ángela, por su parte, jugó un rol destacado para la historia de la diplomacia argentina por derecho propio, al proyectar la colocación de un cristo en el límite entre Argentina y Chile para simbolizar la paz y, ya a inicios del siglo XX, fundar la Asociación Sudamericana de Paz Universal en Buenos Aires. En esta organización plasmó sus iniciativas pacifistas de corte moderno, que fueron reconocidas a nivel internacional. Uno de los aspectos más llamativos que Bruno analiza, al contrastar fuentes sobre Ángela de Oliveira Cézar, es la disparidad entre ese reconocimiento internacional –expresado en las páginas de la prensa y, sobre todo, en su candidatura al Premio Nobel de la Paz– y el menosprecio de los varones poderosos que la rodeaban y que, en su tierra natal, truncaron muchas de sus iniciativas.

Preocupada por los vínculos familiares, las mediaciones y las responsabilidades internacionales, la investigadora Marina Alvarado se ocupa, en la segunda parte del libro, de seguir las trayectorias de Carmen Bascuñán, Emilia Herrera y Martínez y Amanda Labarca. Especialista en la relación entre prensa y literatura en el siglo XIX chileno y en escritura femenina entre fines del siglo XIX y comienzos del XX, Alvarado reconstruye las historias de estas tres mujeres, en ocasiones a partir de fuentes escasas o resbaladizas. Resulta muy interesante, por ejemplo, la posibilidad que arriesga de que Carmen Bascuñán, de quien solo se ha conservado un texto firmado, pueda haber sido ghost writer de su esposo, el novelista y diplomático Alberto Blest Gana. Esta posibilidad está sostenida en el análisis de los contenidos de algunos de sus libros y en el testimonio de quien afirma que era Bascuñán quien escribía bajo el supuesto dictado de su esposo. Así, Alvarado insinúa “la posibilidad de leer la obra narrativa de Blest Gana como producto del diálogo y los acuerdos entre su esposa y él” (101), especialmente en aquellas novelas que refieren a la vida social y a los comportamientos públicos y privados de los personajes femeninos.

Sobre Emilia Herrera, que mantuvo una prolongada amistad con Sarmiento, Alvarado destaca que esta figura actuó como un agente relevante en la construcción de lo que denomina la “intradiplomacia” entre Chile y Argentina hacia mediados del siglo XIX; y analiza cómo esta mujer, casada con el político chileno Domingo José de Toro y Guzmán, recurrió a estrategias históricamente “femeninas”, como la instauración de vínculos afectivos al momento de negociar cuestiones políticas de suma relevancia, destacando su actuación en tanto mediadora de paz entre Chile y Argentina en la década de 1880. Alvarado señala diferencias entre las dos chilenas mencionadas y la tercera de la que se ocupa, Amanda Labarca, tanto por su origen –no pertenecía a la élite, sino que era hija de una profesora y un comerciante– como por su devenir profesional, ya que Labarca no solo consigue un título de grado en Humanidades, sino que continúa sus estudios en las Universidades de Columbia y la Sorbonne, experiencias que relata en su novela Tierras extrañas. Asimismo, se refiere a la relación entre Labarca y Gabriela Mistral, cuya diferencia de clases no impidió que existiera entre ambas diplomáticas un vínculo profesional tendiente a accionar en pos de causas comunes; siendo la más destacable la campaña contra la pobreza infantil, en el marco de la Organización de las Naciones Unidas.

En la tercera parte, a cargo de la historiadora Alexandra Pita, se analiza justamente la figura de la chilena Gabriela Mistral en relación con otras dos escritoras menos conocidas, como fueron Palma Guillén Sánchez –la primera mujer mexicana en ocupar un cargo diplomático– y Concha Romero, una figura que, aunque es prácticamente desconocida, jugó un papel destacado en la Unión Panamericana y actuó como una mediadora cultural que conectó a varias figuras dentro de América Latina. Especialista en historia intelectual de América Latina e historia cultural de las Relaciones Internacionales, Pita está atenta a estudiar las relaciones de amistad, las redes intelectuales y los organismos de cooperación en los que estas tres mujeres se destacaron durante la primera mitad del siglo XX.

Con la intención de ofrecer una dimensión “menos institucional” de las trayectorias de Mistral, Romero y Guillén, Pita sigue de cerca sus numerosos viajes durante más de tres décadas. A lo largo de la investigación, la autora recurre, entre otras fuentes, a la correspondencia entre estas mujeres y otras numerosas figuras de la diplomacia latinoamericana, ya que “las cartas revelan entramados internacionales y permiten detectar redes de y entre diplomáticas y expertas” (130). A partir de esta correspondencia, por ejemplo, se puede percibir en la figura de Mistral lo que Pita llama “una aparente contradicción”, pues a pesar de presentarse reiteradas veces como una mujer sin ambiciones, logró negociar, en varias oportunidades y desde distintos lugares del mundo, la obtención de cargos diplomáticos y también la mejora de sus condiciones salariales. Así fue como consiguió ocupar una diversidad de puestos y realizar incontables viajes por Europa y América, que Pita se dedica a detallar. En definitiva, la historiadora logra demostrar que la vida diplomática de Romero, Guillén y Mistral en el escenario internacional no fue sencilla, pero que todas alcanzaron la autonomía suficiente como para tener una carrera “con nombramientos, remuneraciones y, en menor medida, reconocimientos” (156).

Aunque está escrito por tres autoras, el presente libro no se lee como una compilación, sino que funciona como una obra orgánica, en la que Bruno, Alvarado y Pita establecen un verdadero diálogo, refiriéndose en distintas oportunidades a otros capítulos y personajes presentes en el libro. Como señalé anteriormente, uno de los aspectos que se destaca es la riqueza y diversidad de las fuentes consultadas, que permite a las autoras presentar a estas nueve embajadoras culturales en toda su complejidad. Por ejemplo, es notorio el contraste de aquellos documentos privados, muchas veces opacos o escasos, con la presencia de algunas de estas figuras en la prensa local e internacional, donde tuvieron una gran exposición.

En las páginas de los periódicos, el acento solía ponerse en el aspecto físico de estas mujeres, su vestimenta y sus habilidades sociales, sin prestar demasiada atención a sus acciones. Numerosas crónicas hicieron hincapié, por ejemplo, en la belleza de Eduarda Mansilla, en la frescura de la joven Guillermina de Oliveira y en la forma de vestir de Carmen Bascuñán. Al respecto, es sugestiva la recuperación que Alvarado realiza de estas fuentes, a veces descuidadas por considerarse triviales: las crónicas sociales, afirma, “les dieron voz y cuerpo a damas como Carmen Bascuñán, de quien poco o nada conoceríamos de no ser por este tipo de contenidos” (105). Las memorias, escritas por las propias protagonistas o por sus familiares varones, constituyen además documentos ampliamente consultados por las autoras; como también la correspondencia, en muchos casos clave para comprender la naturaleza de los vínculos construidos por estas mujeres.

Por otra parte, amerita unas palabras el recurso a las fuentes visuales –pinturas y fotografías–, que no solo permiten a las lectoras y los lectores del libro conocer la apariencia de sus protagonistas, sino que también ayudan a obtener una idea más acabada sobre su posición social y sus modos de vincularse. Por ejemplo, es significativo que Eduarda Mansilla haya decidido enviarle un retrato propio a Víctor Hugo junto con su texto; o que el pintor francés Raymond de Moivisin haya retratado a Emilia Herrera y Carmen Bascuñán, ya que este era un artista asociado a la élite chilena. Las numerosas fotografías de Gabriela Mistral, presentes en la tercera parte, dan cuenta de distintos momentos de la vida y las relaciones de esta escritora.

Con gran sensibilidad, las autoras reconstruyen las trayectorias de estas latinoamericanas, recuperan voces que permanecían en el olvido y señalan, cuando es preciso, el menosprecio que sufrieron por parte de los varones que las rodeaban. Además, se ocupan de analizar las relaciones de parentesco y de amistad que fueron fundamentales para la diplomacia latinoamericana. En definitiva, alejándose de los lugares comunes que rodearon a algunas de las figuras que protagonizan este volumen –como conjeturas amorosas o especulaciones sobre ciertos vínculos–, el libro opta por centrarse en la agencia de estas nueve mujeres, sus trayectorias y su relevancia para la vida diplomática.