La Gran Guerra y la representación del submarino alemán en las revistas ilustradas argentinas. El ejemplo de Caras y Caretas, El Hogar y Mundo Argentino

 

Agustín Daniel Desiderato

Consejo Nacional de Investigaciones Científicas y Técnicas (CONICET), IHAYA, GEHiGue / Universidad de la Defensa Nacional, ESG, FE, Argentina

addeside@gmail.com

 

Fecha de recepción: 11/09/2022

Fecha de aprobación: 04/11/2022

 

Resumen

Durante la Primera Guerra Mundial, Gran Bretaña implementó un bloqueo naval para interrumpir la provisión de alimentos y materiales hacia Alemania. Esta última respondió con una serie de campañas submarinas, dirigidas contra las rutas comerciales que abastecían a los Aliados. Los medios internacionales dejaron claro el poder destructivo de los sumergibles, cuando publicaron noticias de los hundimientos y los relatos de los sobrevivientes. El presente trabajo se ocupa de las representaciones del submarino y las campañas submarinas alemanas en la prensa argentina, más precisamente en Caras y Caretas, El Hogar y Mundo Argentino. Estos semanarios ilustrados, de gran popularidad y difusión, realizaron una importante cobertura de los acontecimientos, reflejando el interés de la sociedad en el arma submarina y el impacto generalizado que esta había alcanzado en el discurso doméstico.


 

Palabras clave: Primera Guerra Mundial, Guerra submarina, Representaciones culturales, Prensa ilustrada, Revistas

 

The Great War and the Representation of the German Submarine in Argentine Illustrated Magazines. The Example of Caras y Caretas, El Hogar and Mundo Argentino.

 

Abstract

During the First World War, Great Britain implemented a naval blockade to interrupt the supply of food and materials to Germany. The latter responded with a series of submarine campaigns, directed against the trade routes supplying the Allies. The international media made clear the destructive power of the U-boats when they published news of the sinkings and the accounts of the survivors. The present work deals with the representations of the submarine and the German submarine campaigns in the Argentine press, more precisely in Caras y Caretas, El Hogar and Mundo Argentino. These illustrated weeklies, of great popularity and distribution, carried out an important coverage of the events, reflecting the interest of the society in the submarine and the generalized impact that it had reached in the domestic discourse.

 

Keywords: First World War, Submarine Warfare, Cultural Representations, Illustrated Press, Magazines

 

 

Introducción

La Gran Guerra fue el primer conflicto total y global del siglo XX (Horne, 1997; Becker, 2015; Strachan, 2010; Gerwarth y Manela, 2014). Fueron cuatro años donde las principales potencias del globo, hasta entonces percibidas como símbolos de civilización, bienestar y progreso, pusieron todo su empeño en el aniquilamiento de sus enemigos, mediante el empleo masivo de flotas y ejércitos y el desarrollo de avances tecnológicos con fines militares (Johnson, 2016).

Por esa condición global, las repercusiones de la guerra fácilmente superaron los límites geográficos europeos, donde se ubicaban los principales frentes de batalla, y se posicionaron también sobre regiones distantes y a la vez periféricas como, por ejemplo, Latinoamérica. La República Argentina sufrió importantes efectos de índole económico, político, social, diplomático y militar, a pesar de haber mantenido una estricta neutralidad. Dichas cuestiones han sido (y son) trabajadas por diversos historiadores.[1] Algunos de ellos también se dedicaron a señalar los efectos de la contienda en la prensa, revisando la cobertura que corresponsales y periodistas hacían para las diferentes revistas y periódicos.[2]

Este artículo pretende acompañar aquellos estudios dedicados a la prensa, pero desde una perspectiva diferente y sobre una cuestión escasamente atendida. Se ocupa de la representación del submarino y las campañas submarinas alemanas en Caras y Caretas, Mundo Argentino y El Hogar, tres importantes semanarios ilustrados de gran popularidad y difusión, que mezclaron notas de actualidad, espectáculo y humor.

Las revistas de interés general comenzaron a venderse masivamente en la ciudad de Buenos Aires desde fines del siglo XIX. A diferencia de los periódicos, interpelaban a diversos sectores de la sociedad, gracias a su capacidad de adaptarse rápidamente al gusto de los consumidores, abordando temáticas variadas y cotidianas, empleando diferentes estrategias comunicativas y adoptando mejoras técnicas en favor de una mejor calidad gráfica. Caras y Caretas, fundada en 1898 por el escritor y periodista argentino José S. Álvarez Escalada, fue una de las pioneras en este tipo de periodismo de amplio impacto en la Argentina. Era un semanario artístico, literario y de actualidad, que con el tiempo se convertiría en el modelo de un conjunto de revistas que salieron a disputarle el mercado. La más importante de ellas fue El Hogar, fundada en 1904 por la Editorial Haynes, empresa de capitales británicos. Se trató de una revista literaria, recreativa, de moda y humor, destinada a la familia, que posicionó su público en un punto intermedio entre las clases medias y las élites. Debido al éxito de El Hogar, en 1911 Alberto Haynes fundaría Mundo Argentino, una publicación moderna y de actualidad que también alcanzaría gran notoriedad (Eujanian, 1999: 95-97 y 105-107). Según cifras publicadas por el Tercer Censo Nacional, levantado en junio de 1914, Mundo Argentino era la revista ilustrada de mayor tiraje con 127.000 ejemplares y Caras y Caretas, la segunda, con 115.000. Por su parte, la tirada de El Hogar era menor, con 45.000 (Martínez, 1914: 276)

Pocos trabajos se han ocupado de la imagen del submarino durante la Primera Guerra Mundial, a partir del análisis de los usos, representaciones y significados que elaboraron y reprodujeron los medios de comunicación. Los más relevantes corresponden a Michael Hadley (1995), Duncan Redford (2010), Linda Maria Koldau (2010), Jonathan Rayner (2017) y Laura Rowe (2019), aunque estos autores revisaron solo a los beligerantes, puntualmente a Alemania y Gran Bretaña, y no sumaron a los neutrales. Es ahí donde encontramos la relevancia de este estudio. La distancia que Argentina tenía con los principales frentes de combate y la estricta neutralidad que mantuvo durante todo el conflicto otorgaron características propias a la representación que sus semanarios ilustrados hicieron de la guerra naval y, puntualmente, del submarino y las campañas submarinas alemanas. Estudiando estas cuestiones será posible no solo observar bajo qué elementos estos medios de prensa intentaron formar a la opinión pública, sino cómo cumplieron las demandas y necesidades informativas de sus consumidores. A modo de hipótesis, se sostiene que, dentro del interés general que la sociedad argentina tenía por el contexto bélico internacional, existía un interés particular en el submarino, dada la especificidad, modernidad y avance tecnológico que poseía el arma. Caras y Caretas, Mundo Argentino y El Hogar respondieron a esa demanda, empleando distintos recursos editoriales que derivaron en una representación negativa del sumergible.[3]

 

 

Los submarinos alemanes

Cuando comenzó la Gran Guerra, Gran Bretaña poseía la mayor cantidad de buques de combate, especialmente acorazados, un tipo de unidad que las doctrinas de la época consideraban el baluarte del poder naval. Haciendo uso de ese número, Gran Bretaña recurrió a una estrategia de bloqueo para interrumpir el comercio y la provisión de suministros militares a Alemania y sus aliados (Sumida, 2014: 13-18; Kramer, 2020). Para enfrentar ese escenario, las armas más efectivas del Imperio Alemán fueron sus submarinos, con los que burló el bloqueo y hundió más de seis mil buques por un total combinado de casi doce millones de toneladas. En líneas generales, Berlín utilizó tres tipos de sumergibles: uno oceánico (U) y otros dos más pequeños, orientados a las operaciones costeras (UB y UC). El “U” podía alcanzar velocidades de diecisiete nudos en superficie y ocho cuando estaba sumergido, montaba un cañón de 10,5 cm y transportaba entre doce y dieciséis torpedos. El “UB” se había diseñado para operar específicamente en las costas británicas, alcanzaba trece nudos en superficie y otros ocho en inmersión, montaba un cañón de 8,8 cm y llevaba diez torpedos. Por su parte, los “UC” eran minadores que podían viajar a once nudos en superficie y a casi siete cuando estaban bajo el agua, portaban un cañón de cubierta de 8,8 cm, siete torpedos y dieciocho minas. Con el transcurso de la guerra, Alemania perfeccionaría sus submarinos, incorporando los últimos avances científicos y las lecciones que dejaba la experiencia (Karau, 2017).

 

La primera campaña submarina

Las revistas Caras y Caretas y Mundo Argentino comenzaron a publicar material sobre el submarino desde el inicio de la guerra.[4] Sin embargo, las reseñas eran esporádicas porque hasta entonces el protagonismo del sumergible había sido escaso (Black, 2017: 60-61). En 1914, las Armadas europeas lo concebían como un arma de tipo defensivo, debido a sus limitaciones técnicas y operativas de entonces y a la idea de que la victoria en el mar solo se conseguiría mediante elementos de superficie. Alemania fue la excepción y empleó a los submarinos en forma agresiva, en operaciones de ataque contra buques enemigos (Halpern, 2013: 136-137), habiendo comprobado tempranamente el potencial de estas unidades, cuando en un solo día, el 22 de septiembre de 1914, el U-9 del capitán Otto Weddigen hundió tres cruceros acorazados británicos –Aboukir, Hogue y Cressy– en el Mar del Norte.[5] Entonces el semanario Caras y Caretas dedicó casi una página entera al acontecimiento, en una nota que reunía ilustraciones y fotografías.

La terrible eficacia del submarino como arma de combate, ha quedado, pues, plenamente demostrada. Hasta ahora, los submarinos no habían realizado sino ataques de no muy graves consecuencias… La hazaña alemana […] abre una nueva era en los anales de la guerra naval (“Crónica de la guerra europea”, 3 de octubre de 1914, Caras y Caretas).

La difusión de este tipo de episodios respondía a las demandas de los lectores, que buscaban información sobre un tipo de guerra que estaba “fuera del alcance de la natural curiosidad del público” (“La guerra en el mar. Acción de los submarinos”, 12 de diciembre de 1914, Caras y Caretas). Pero en el caso argentino la desconexión era casi total; en primer lugar, por la distancia que el país tenía con los principales teatros de operaciones: el Mar del Norte, el Báltico, el Mediterráneo, el Mar Negro y el Atlántico Norte (Black, 2017: 63). En segundo lugar, porque la Marina Argentina carecía completamente de submarinos y la mayoría de sus oficiales solo los conocía en forma teórica, a través de “libros y revistas profesionales” (Domecq García, 1924: 7).[6]

La falta de conocimiento y la demanda de noticias llevó a los semanarios argentinos a cubrir la guerra submarina no solo informando, sino instruyendo (Imagen 1). En esa tarea, las fotografías, dibujos e ilustraciones fueron sumamente relevantes, en tanto constituían poderosos recursos que cautivaban a quienes deseaban ser también testigos visuales de la guerra (Thompson, 1994). Poco a poco, la imagen del submarino también se insertó en las notas de humor.[7] Caras y Caretas solía incorporarlo en las secciones de Don Goyo de Sarrasqueta y Obes.[8] El número del 14 de noviembre de 1914 mostraba cómo Sarrasqueta, que se encontraba trabajando forzosamente como camillero de la Cruz Roja alemana, había inventado un sumergible disfrazado de bacalao, con todas sus agallas y escamas, para engañar a los Aliados y burlar el bloqueo. El aparato había sido patentado bajo el nombre de “torpedero bacalao marca La Vizcaína”, funcionaba a pedal, tenía dos periscopios y un cañón que disparaba “por persuasión” botellas de champagne con “gases trastornadores”. Sarrasqueta prometía entregar el prototipo a los alemanes, si lo liberaban (Imagen 2). En otros números de la revista, se utilizará nuevamente al personaje para hacer humor con los submarinos.[9]

 

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Detalles curiosos de la actual guerra. (18 de junio de 1915). El Hogar.

 

 

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Sarrasqueta en la Cruz Roja. (14 de noviembre de 1914). Caras y Caretas.

 

Alemania intentó combatir el bloqueo, pero no estaba dispuesta a arriesgar su flota en una batalla decisiva, y en su lugar recurrió a una serie de campañas submarinas para destruir las rutas de abastecimiento de los Aliados. La primera campaña comenzó el 4 de febrero de 1915, cuando Berlín declaró a las costas británicas como zona de guerra y amenazó con hundir allí a todos los buques con material bélico a bordo, sin previo aviso, incluidas las embarcaciones neutrales y de pasajeros. Esto significaba una violación de las reglas de combate vigentes, por las cuales antes de hundir un buque había que detenerlo, registrarlo y permitir la evacuación de sus tripulantes; pero el Alto Mando alemán decidió ignorar el procedimiento, ya que exponía a los submarinos cuando salían a la superficie para realizar las inspecciones (Abbatiello, 2016; Karau, 2017; Black, 2017).

Con la campaña submarina, las referencias a los sumergibles se hicieron más presentes en los semanarios argentinos.[10] Para su representación, se utilizaron varios recursos: cuando en las notas faltaban fotografías –difíciles de obtener en las primeras instancias de la guerra– se publicaban ilustraciones. Una muy común era la de un submarino interceptando a un vapor neutral y hundiéndolo con torpedos sin mediar aviso. De hecho, así lo mostraba el semanario El Hogar en algunos de sus números.[11] Por otra parte, uno de los contenidos de mayor impacto fueron los relatos y testimonios de aquellos pasajeros que habían experimentado de primera mano los peligros de la amenaza submarina.[12] Caras y Caretas fue activa en esa estrategia, aprovechando la información que le facilitaban sus corresponsales en las zonas de conflicto. En el número del 10 de abril de 1915, se publicaron las crónicas del periodista y escritor español José María Salaverría, quien había navegado por el canal de la Mancha a bordo de un transporte de pasajeros.

La travesía del Canal de la Mancha ha sido siempre un acto penoso. En ese breve trozo de mar han sufrido un fracaso las personas más firmes, pagando un tributo desagradable al mareo. Pero antes sólo existía el mareo. Hoy están […] los submarinos. Pues bien; yo me propongo cruzar el canal. ¿Necesitaré confesarte, lector, que siento un poco de miedo? (Salaverría, 10 de abril de 1915, “Crónicas de un viajero. El Canal de la Mancha”, Caras y Caretas).

Salaverría señalaba que el mar había quedado prácticamente “solitario”, porque ya no navegaban “aquellas muchedumbres de barcos que iban y volvían con rumbos distintos” (10 de abril de 1915, “Crónicas de un viajero. El Canal de la Mancha”, Caras y Caretas). En varias partes del relato, supo transmitir algunos de sus miedos y temores, sobre todo cuando le tocó atravesar el canal de la Mancha de Folkestone a Boulogne-sur-Mer.

Cada pasajero se convierte en un vigía espontáneo y gratuito. Los ojos escrutan el mar, los ojos quieren atravesar el horizonte. ¡Las minas! ¡Los submarinos!...

Yo también me abandono a esa tarea y vigilo con todas mis facultades de visión la superficie de las aguas. […] veo a cada momento puntos sospechosos flotando en el agua… El temor me hace confundir el ala obscura de una gaviota vieja, por el periscopio de un submarino.

[…] dos marineros montan la guardia y recorren con su mirada certera el ancho del mar. […] el piloto desde su casilla investiga las aguas. A veces los vigías de proa discuten entre sí; se fijan en cualquier accidente, en una ola, en un bulto sospechoso, en un ave marina […] siempre atentos, siempre fijos en el mar (Salaverría, 10 de abril de 1915, “Crónicas de un viajero. El Canal de la Mancha”, Caras y Caretas).

Posteriormente, en julio y agosto, Caras y Caretas publicó cuatro artículos en los que Javier Bueno, asiduo colaborador y corresponsal, describía su experiencia a bordo de un submarino alemán. Bueno había sido “el único periodista” que había obtenido el permiso para ello, luego de “muchas diligencias y solicitudes”, y eso transformaba a Caras y Caretas en la única “revista de América” capaz de “decir que su corresponsal [había] visto hundir barcos a los submarinos alemanes” (Bueno, 31 de julio de 1915, “Dos días en un submarino alemán”, Caras y Caretas).[13]

Bueno se concentró en describir las condiciones de vida de los tripulantes y el funcionamiento de los aparatos que permitían sumergirse en las profundidades. Estaba asombrado por el avance tecnológico “enorme [y] gigantesco” que había alcanzado el submarino, pero también resultó conmocionado por su poder destructivo cuando le tocó presenciar el ataque a un carbonero y la muerte de sus pasajeros (Bueno, 7 de agosto de 1915, “Dos días en un submarino alemán”, Caras y Caretas).

La compuerta se abrió y vi un espectáculo terrible que nunca olvidaré y que no quiero ver más. El barco carbonero mostraba parte de su quilla teniendo las dos hélices fuera del agua. En torno suyo muchos hombres, marineros, soldados, nadaban y se debatían con las aguas agitadas. Se veía como luchaban por alejarse del barco antes de que éste, al hundirse, los arrastrara al fondo del mar. Daban gritos terribles, se disputaban ferozmente trozos de madera; restos del buque que flotaban sobre la superficie. Una lancha iba ocupada por unos cuantos que remaban con todas sus fuerzas; pero otros náufragos se asieron a ella y la hicieron zozobrar. Yo no sé describir aquella escena de horror, trágica, dantesca… Estaba embargado por la angustia...

[…] vi claramente desaparecer la quilla del barco hundido. Quedó por algunos momentos sobre la superficie del mar, una gran sábana de espuma y luego las olas siguieron imperturbables en su movimiento de vaivén (Bueno, 14 de agosto de 1915, “Dos días en un submarino alemán”, Caras y Caretas).

Luego del ataque, Javier Bueno se retiró a su camarote, confesando a sus lectores que se sentía acalorado, con sed y fiebre, y que sus sienes “latían con violencia”. Caminó tambaleándose, casi “como un borracho”, y se echó de bruces en su cama con la ropa todavía puesta. Traumado por lo que acababa de atestiguar, en su mente todavía veía a los náufragos “luchar con las olas” y oía los “gritos, las blasfemias [y] las voces de angustia de los que se ahogaban” (Bueno, 14 de agosto de 1915, “Dos días en un submarino alemán”, Caras y Caretas).

El éxito de la campaña submarina fue inmediato. Entre marzo y mayo de 1915 se hundieron más de cien buques por un total aproximado de 255.000 toneladas; sin embargo, se producirían numerosos incidentes que serían duramente condenados por la comunidad internacional.[14] Tal fue el caso del hundimiento del buque holandés Katwijk, torpedeado sin previo aviso mientras navegaba de Róterdam a Baltimore (Halpern, 2013: 141). Pero el hecho más trascendente fue el hundimiento del transatlántico Lusitania frente a las costas de Irlanda, donde murieron 1198 personas, muchas de ellas bebés y niños (Redford, 2010: 92-93). El semanario El Hogar cubrió el hecho, difundiendo el testimonio de un pasajero que había perdido a sus dos hijos en el naufragio:

Relátase […] que a bordo de uno de los botes fue recogida una mujer que llevaba en el agua más de hora y media.

Sostenía en sus brazos a sus dos hijos, pero uno de ellos sólo era ya un cadáver.

La embarcación estaba abarrotada, y sus ocupantes veían desaparecer a cada momento a los náufragos que flotaban a no mucha distancia, sin que pudiera prestárseles auxilio por falta de espacio a bordo.

Aquella madre era la que más próxima se hallaba del bote. Cuantos lo tripulaban le hicieron con la vista una advertencia, que de palabra no osaron dirigirle. Comprendió ella; hizo un gesto de desesperación, y exclamó con forzada entereza:

—Ya lo sé que está muerto; pero es mi hijo, ¡mi hijo! Permitidme que elija su tumba.

Suavemente desprendió de sí el cuerpo inanimado, y poco a poco retiró su brazo para que lento se sumergiera el cadáver del niño.

No quiso el destino compensar en cierto modo aquel sacrificio doloroso, y cuando los náufragos daban vista a Queenstown, expiró el otro niño en el regazo de la infortunada mujer (“Detalles curiosos de la actual guerra”, 18 de junio de 1915, El Hogar).

El Lusitania se hundió por el impacto de dos torpedos, una de las armas en el arsenal de los submarinos, además del cañón de cubierta y las cargas explosivas. Los semanarios solían publicar información sobre los torpedos, destacando su grado de sofisticación y avance tecnológico.[15] Sin embargo, más allá de aquella fascinación, la apreciación que se tenía del arma era negativa. Para Mundo Argentino era la “más terrible” que existía en el mar, era el “enemigo de los grandes acorazados”, el “terror de los buques mercantes” y “la muerte” que llegaba de “improviso” cuando menos se la esperaba (“El torpedo”, 25 de agosto de 1915, Mundo Argentino). Por su parte, Caras y Caretas sabía que el torpedo le permitía al submarino atacar sin mostrarse, “sin que se sepa de dónde [venía] aquel ataque misterioso”, y por eso recomendaba estar “siempre con el ojo avizor y listo para rechazar o evitar el invisible ataque” (“Los automóviles blindados”, 7 de noviembre de 1914, Caras y Caretas; “La lucha en el mar”, 14 de noviembre de 1914, Caras y Caretas).

En el hundimiento del Lusitania murieron 128 ciudadanos estadounidenses, lo que provocó quejas por parte del gobierno de Estados Unidos que Alemania desestimó. Meses después, otro submarino alemán –el U-24– hundiría el Arabic, un transatlántico en el que viajaban tres estadounidenses. La administración del presidente Woodrow Wilson volvió a protestar, amenazando esta vez con romper relaciones diplomáticas si Alemania no controlaba sus operaciones. Esta cedió y declaró que, en adelante, los vapores de pasajeros no sufrirían agresión alguna, estén o no armados y estén o no dentro de la zona de guerra. Así finalizó la primera campaña submarina (Abbatiello, 2016; Redford, 2010: 92-93).

 

El recrudecimiento de las operaciones

La actividad de los sumergibles alemanes continuó en 1916, aunque en menor escala. Algunos hundimientos provocaron serios conflictos diplomáticos, como el caso de los buques Tubantia y Sussex (Halpern, 2013: 145-146). Los semanarios ilustrados cubrieron esos y otros eventos, intentando transmitir las experiencias de los sobrevivientes. Así lo hizo Caras y Caretas, cuando informó que el Merchant, un vapor británico que transportaba un contingente de tropas, había sido atacado por un submarino alemán. En la refriega, el buque había perdido parte del puente y al piloto que manejaba el timón.

Viendo el timón sin gobierno, un soldado, llamado Edwin Thompson, se dio cuenta del peligro y corrió a reemplazar al piloto. Jamás en su vida […] había manejado la rueda de un timón: pero, con muy buen sentido y con mucha serenidad, se limitó a hacer lo que le ordenaba el capitán, y así pudo el Merchant tener gobierno y escapar a los ataques del submarino, que durante una hora no cesó de hacerle fuego. Si el Merchant hubiera sido hundido, habrían perecido unos dos mil soldados ingleses (“Episodios de la Gran Guerra. Un piloto improvisado, 25 de marzo de 1916, Caras y Caretas).

Otro número de Caras y Caretas, del 29 de abril de 1916, contaba el episodio del transporte británico Maloja, hundido en el Mediterráneo. Nuevamente, el semanario apeló a la sensibilidad de los lectores, transmitiendo el relato de un pasajero:

Uno de esos botes se alejaba, llevando un grupo de náufragos, del sitio del siniestro, cuando éstos vieron un pequeño bulto que flotaba. Se acercaron a él y se encontraron con una criaturita que, bien envuelta en frazadas, flotaba sobre las olas. La recogieron y la pequeña náufraga, milagrosamente salvada, endulzó con sus sonrisas y sus gracias, las amargas horas que pasaron hasta que el bote fue recogido y salvados sus tripulantes (“Episodios de la Gran Guerra. Episodio marino”, 29 de abril de 1916, Caras y Caretas).

Con estos testimonios, Caras y Caretas buscaba resaltar aquella condición de fragilidad que tenían los sobrevivientes, muchos de los cuales aún eran bebés o infantes. Los náufragos quedaban totalmente desamparados, esperando ser rescatados, mientras flotaban en botes a la deriva en la inmensidad del mar. En este sentido, fue muy gráfico el relato del cabo Joseph-Marie Cariou, el único sobreviviente del Amiral Charner, un crucero acorazado francés que había sido hundido por el submarino U-21. Caras y Caretas publicó los detalles de aquella “espantosa aventura”, donde Cariou permaneció en una balsa durante cinco días, sin víveres, junto a compañeros a quienes vio “paulatinamente perecer víctimas de la locura” (“El hundimiento del Almirante Charnes. Relato del único sobreviviente”, 13 de mayo de 1916, Caras y Caretas).

En la mañana del martes 8 de febrero, navegábamos [a lo] largo de [Beirut], y me encontraba sobre el puente de popa. El tiempo, fresco, pero bueno. De pronto sentí temblar todo el buque, tuve el pálpito de haber sido torpedeados; [en] la víspera habíamos avistado el periscopio de un submarino.

El barco se inclinó de proa. Quise arrojarme al agua, pero no tuve tiempo; derribado sobre cubierta, me hundí con el navío en las aguas.

Al volver a la superficie, tras una prolongada inmersión, hallé unos restos de madera, jaulas de aves flotando junto a mí. A ellas me aferré y así me mantuve algún tiempo, hasta que vi una balsa en la que seis compañeros se habían refugiado; a nado los alcancé y me uní a ellos (“El hundimiento del Almirante Charnes. Relato del único sobreviviente”, 13 de mayo de 1916, Caras y Caretas).

A esos sobrevivientes se sumaron otros. De los más de cuatrocientos tripulantes que llevaba el Amiral Charner, solo quedaron catorce. La balsa iba muy sobrecargada, medio sumergida, y no había víveres ni agua. Durante la primera noche, uno de los náufragos enloqueció y se puso a correr por la balsa, a riesgo de hacerla volcar, buscando beber agua a toda costa. Sus compañeros lograron contenerlo hasta que estalló un fuerte temporal que obligó a todos a aferrarse a los maderos para no ser arrastrados por las olas. A la mañana siguiente solo quedaban nueve individuos, pero con el correr de los días el grupo se fue reduciendo más y más. Los marineros enloquecían y se arrojaban al mar por efecto de ingerir agua salada.

El segundo día murieron tres marineros […] en la misma forma: locos, se arrojaron al mar. Efecto del agua salada ingerida, murieron, con intensos dolores, otros tres en la noche.

El tercer día, el contramaestre enfermero, loco de terror, veía submarinos por todas partes y terminó arrojándose al agua. Así fueron desapareciendo todos mis compañeros: el último, empeñado en que veía un restaurant, se lanzó al mar. Así, a las 11 de la noche del tercer día, me hallé completamente solo en la balsa.

Lo que sufrí por el hambre y la sed no es decible: quise refrescar mis fauces secas con [unos] buches de agua del mar; cinco minutos después, ardía materialmente. Con mi cuchillo intenté sangrarme en el brazo izquierdo; no conseguí que saliera una gota de sangre, a pesar de haber dejado la vena al descubierto. Después, por dos veces bebí mis propios orines, pero eran también muy salados y acres.

El cuarto día vi una vela; hice señales quitándome los calzones y agitándolos a guisa de bandera, atados a la punta de un remo. La mar estaba alborotada y no fui visto. El frío me embargaba, al punto de que para reaccionar me veía obligado a friccionarme con agua. […] descorazonado, veía con terror que se aproximaba el momento en que yo también me arrojaría al agua […] era preferible acabar cuanto antes tanto sufrimiento [aunque] el recuerdo de mi familia me retuvo… (“El hundimiento del Almirante Charnes. Relato del único sobreviviente”, 13 de mayo de 1916, Caras y Caretas).

El cabo Joseph-Marie Cariou continuó luchando contra la sed y el hambre hasta que finalmente fue rescatado por una ballenera. Las autoridades de Francia lo recibieron con honores y condecoraciones. Para Caras y Caretas, su historia era un “admirable ejemplo de resistencia física y valor moral” (“El hundimiento del Almirante Charnes. Relato del único sobreviviente”, 13 de mayo de 1916, Caras y Caretas).

Alemania comenzó su segunda campaña submarina sin restricciones en febrero de 1917. Con más de cien submarinos operativos, nuevamente el objetivo era rendir de hambre a Gran Bretaña. La estrategia obtuvo rápidos logros, hundiendo 860.334 toneladas en abril, otras 616.320 en mayo y 696.725 en junio, pero los incidentes con naciones neutrales no tardaron en ocurrir (Black, 2017: 69-70; Sondhaus, 2014: 260). Es el caso de Argentina, que perdió algunos buques entre abril y junio de 1917. El primero de ellos fue el Monte Protegido, propiedad de Pablo Arena y Eusebio Basilio Andreu, que había sido fletado con un cargamento de semillas de lino para Róterdam. El 4 de abril, mientras se encontraba en las proximidades de las islas Sorlingas, un submarino alemán le hizo fuego con su cañón de cubierta, sin previo aviso, a pesar de que el buque llevaba una bandera argentina izada en el mástil y otra pintada en el casco. El Monte Protegido fue detenido, abordado, registrado y echado a pique con cargas explosivas. Los tripulantes fueron trasladados a un bote salvavidas con algunas provisiones e instrumentos náuticos y permanecieron a la deriva hasta que una patrulla británica los rescató.[16] Alemania se disculpó por el incidente, prometiendo desagraviar y saludar a la bandera argentina en la primera oportunidad (Scheina, 1987: 128).[17]

El segundo buque en cuestión fue el velero Oriana, propiedad de Pablo P. Pesce, que había partido hacia Génova con mil quinientas toneladas de acero.[18] En la noche del 6 de junio, mientras navegaba por el Mediterráneo, fue interceptado por un submarino frente a las costas de Niza. Luego de recibir algunos disparos de advertencia, el Oriana se detuvo y fue abordado por un grupo de marinos alemanes, que lo hundieron con cargas explosivas. La tripulación quedó a la deriva hasta que fue rescatada por un navío de guerra francés.[19] El tercer buque fue el Toro, propiedad de la firma Dodero Hermanos. Un sumergible alemán lo torpedeó en el Atlántico, el 22 de junio, mientras se dirigía a Génova con un cargamento de carne enlatada. El hecho había sido comunicado por las autoridades británicas en Gibraltar, a donde habían arribado los marinos sobrevivientes.[20] Nuevamente Argentina protestó por estos incidentes, pidiendo explicaciones e indemnizaciones que Alemania se comprometió a cumplir (Ministerio de Relaciones Exteriores y Culto, 1919: 85-104).

Los hundimientos del Monte Protegido, Oriana y Toro no alteraron la neutralidad argentina, pero impulsaron varias protestas populares en el país. Se registraron incidentes callejeros en la Ciudad de Buenos Aires y ataques a instituciones germanas, como el Club Alemán, la Compañía Transatlántica de Electricidad y las oficinas de los periódicos La Unión y Deutsche La Plata Zeitung. Además, en las ciudades de Santa Fe, Rosario y Mendoza se originaron luchas campales entre agrupaciones rupturistas y neutralistas (Tato, 2017: 121-122).[21] Por entonces, los semanarios ilustrados se esforzaron por mostrar el nivel de impunidad del arma submarina alemana. El Hogar advertía que incluso el Arca de Noé terminaría torpedeado, si “hubiera navegado” en esos días (Imagen 3). Por su parte, Mundo Argentino hacía énfasis en el peligro que significaba cruzar el mar en medio de la guerra y mostraba, en la portada de su número del 13 de junio, cómo se viajaba “en pleno siglo XX” bajo la “implacable amenaza de una ferocidad que no respetaba ni mujeres ni niños”. Una ilustración del artista italiano Fortunino Matania retrataba a una madre y a sus dos hijos viajando en la cubierta de un vapor con la mirada fija en el horizonte. Estaban abrazados y asustados y llevaban puestos sus salvavidas (Imagen 4).

 

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La paja en el ojo ajeno. (20 de abril de 1917). El Hogar.

 

 

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Portada. (13 de junio de 1917). Mundo Argentino.

 

Caras y Caretas publicó un relato de Emiliano Lascano Tegui, escritor, pintor y diplomático argentino, que intentaba reproducir en forma novelada la vida a bordo de un buque de pasajeros durante la Primera Guerra Mundial. El texto narraba cómo los tripulantes miraban el horizonte, esperando “sorprender al enemigo invisible”, mientras sentían sus vidas pender de un hilo. Un día uno de los vigías alertó al capitán, que “levantó el anteojo hacia donde indicaba el marinero” y observó “hundirse el periscopio de un submarino” (Lascano Tegui, 6 de enero de 1917, “Los secretos de la guerra. La lucha en el mar. Huyendo de un submarino”, Caras y Caretas).

En el castillo de popa, iba enarcado un cañón de tiro rápido. Los artilleros corrieron a su puesto. Un largo momento pasó. La serenidad del mar parecía querer persuadirnos de que huíamos de un peligro que no existía… Por si fueran necesarios, se izaron los botes. El capitán dudaba de ordenar el lanzamiento de las embarcaciones cuando oyó […] la voz del vigía ¡Torpedo a popa! [y] todas las miradas coincidieron.

Una estela blanca atravesaba el mar […] Nuestros corazones sintieron la expansión de una nueva vida. ¡Habíamos escapado! […] El vapor huía… Los pasajeros llenaban la cubierta. La angustia, prolongada, los inmovilizaba a todos… ¿No vendría otro torpedo? Los ojos se volvían hacia el horizonte. Las hélices golpeaban furiosas el agua (Lascano Tegui, 6 de enero de 1917, “Los secretos de la guerra. La lucha en el mar. Huyendo de un submarino”, Caras y Caretas).

Mezclado con estos relatos, los semanarios también solían incluir contenido humorístico. Recurrían a la sátira y a la ironía para procesar aquellas sensaciones de ansiedad, angustia y temor que las noticias de la guerra generaban en los lectores (Purseigle, 2001). Un segmento de Mundo Argentino mostraba a un pasajero muy mareado a bordo de un buque, en el instante en que un mozo le transmitía la alerta de un submarino a la vista. Mientras el resto de los tripulantes corría a los botes para abandonar el barco, el mareado pasajero se sintió aliviado y agradeció a Dios porque al fin se terminaría ese viaje poco feliz.[22] Otros fragmentos de tenor similar se publicaron en los meses siguientes.[23] En Caras y Caretas podía observarse a un Sarrasqueta preparado para viajar a Europa, que decía estar calmado porque viajaría a bordo de la “línea del Pacífico”, que era “la más tranquila”, aunque luego permanecería todo el trayecto en la cubierta, aferrado a un salvavidas.[24] Otro número mostraba a Sarrasqueta la noche antes de realizar un viaje, teniendo una pesadilla en la que su barco era torpedeado por un submarino (Imagen 5).

 

Imagen que contiene Calendario

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Las pesadillas de Sarrasqueta. (12 de mayo de 1917). Caras y Caretas.

 

En 1918, el frente naval no presentó grandes cambios. No existieron combates entre escuadras. Alemania desarrolló cierta actividad contra el tráfico mercante de los Aliados, sobre todo en el Mar Negro y en el Egeo, aunque la mayor parte de su flota permaneció anclada en puerto. Los submarinos alemanes continuaron operando, pero no lograron los éxitos de años anteriores. Esto se debía, en parte, al empleo de nuevas contramedidas –patrullas aéreas, hidrófonos y cargas de profundidad, campos de minas y convoyes custodiados por destructores– y a la desarticulación de la importante base de submarinos que Alemania tenía en Flandes (Black, 2017: 73-75; Karau, 2003). Caras y Caretas anunció el “incidente emocionante” que había ocurrido con el vapor Infanta Isabel, un lujoso transatlántico de la naviera Pinillos Sáez y Cía., encargado de la ruta que unía el Mediterráneo con Brasil, Uruguay y Argentina. Un submarino alemán, una “modernísima nave [de] poderoso armamento [y] gran tamaño”, detuvo al vapor, disparándole varios cañonazos de advertencia. El Infanta Isabel fue abordado por un grupo de marinos que inspeccionó la documentación y, luego de “ocho horas de angustiosa expectativa”, autorizó al buque a continuar su ruta.[25] La revista también dio cobertura mediática a la exhibición que el ingeniero Cav. Pini había organizado en el Jardín Japonés, donde se había construido una “gran piscina ex profeso” para albergar un submarino de dimensiones reducidas, bautizado “Argentino”, que maniobraba y se sumergía a los ojos de los espectadores como si fuera uno real. Era un “verdadero facsímil de los que ejecuta[ban] ataques en los mares de Europa”, que deleitaría “sin sangre” los “tantos apasionamientos” que la guerra submarina “suscitaba en el público” (“La guerra submarina en el Parque Japonés”, 23 de febrero de 1918, Caras y Caretas).

Como se observa, las alusiones al peligro de la amenaza submarina continuaron presentes en distintas notas y apartados, pues los lectores permanecían interesados en el tema. Sin embargo, la falta de hundimientos de alto impacto mediático repercutió en los contenidos, por lo que raramente se reprodujeron relatos y episodios de náufragos y sobrevivientes. Durante los últimos meses de la guerra, los semanarios ilustrados solo publicaron noticias fantasiosas, notas de humor y comentarios de tipo anecdótico.[26]

—Los submarinos llegan ya a Norte América y, allá, con sus torpedos formidables, han dado varios sustos.

—¡Bah!

—Son invenciones detestables y verdaderos desatinos.

—¿Qué han de temer los argentinos? Yo viviré muy descansado mientras no vea submarinos en el arroyo Maldonado (“Comentarios”, 15 de junio de 1918, Caras y Caretas).

 

—Figúrate, que las chicas de X, están afligidísimas, porque acaban de recibir el aviso telegráfico de su modisto, anunciando que toda su commandes para invierno, había sido hundida por un submarino, a poco de despacharse…

—¡Pero qué idea, mandar todos los trajes por el mismo barco!

—Estos alemanes no respetan nada… (“Notas sociales”, 18 de mayo de 1918, Caras y Caretas).

 

Conclusiones

Este trabajo se ocupó de las representaciones del submarino y las campañas submarinas alemanas en la prensa argentina, más precisamente en las revistas Caras y Caretas, El Hogar y Mundo Argentino durante la Primera Guerra Mundial. Luego de lo estudiado, se pueden establecer las siguientes reflexiones.

La cobertura de la guerra submarina fue constante en estas revistas, lo que comprueba, por un lado, el interés generalizado que existía en la sociedad y, por otro lado, la voluntad que manifestaron las editoriales por cumplir con esas demandas y necesidades de sus consumidores. Los lectores buscaban información sobre un arma moderna que no existía en el país y que operaba en geografías que estaban fuera del natural alcance del público. Los semanarios ilustrados respondieron a esa demanda con noticias, relatos novelados, entrevistas a sobrevivientes, fotografías, ilustraciones y humor gráfico.             

Caras y Caretas, El Hogar y Mundo Argentino, tres de las revistas más importantes de su tiempo, desempeñaron un papel importante en la percepción que la sociedad argentina tuvo del submarino alemán. Estas publicaciones solían destacar la sofisticación y el avance tecnológico de los submarinos, aunque transmitieron una visión negativa del arma, representada fundamentalmente como un elemento de ataque “invisible”, “secreto”, “silencioso” y “poco noble”, que hundía buques militares y civiles por igual, sin mostrarse, sin previo aviso y sin respetar las leyes ni las convenciones vigentes. Mediante distintos recursos editoriales, se enfatizó su poder destructivo y su uso impune contra los civiles que cruzaban los espacios marítimos a bordo de mercantes y transatlánticos. De ese modo, los lectores argentinos, que en líneas generales no habían estado en el mar ni habían experimentado la guerra, conocieron el lado humano y crudo detrás de la amenaza submarina.

 

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Sobre el autor

Agustín Daniel Desiderato es Doctor en Historia por la Universidad de Buenos Aires, Magíster en Historia por la Universidad Nacional de San Martín, Profesor en Docencia Superior por la Universidad Tecnológica Nacional y Licenciado en Historia por la Universidad del Salvador. Es Becario doctoral del CONICET con sede en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (IHAYA), donde co-coordina el Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue). Es Profesor en la Escuela Superior de Guerra, Facultad del Ejército, Universidad de la Defensa Nacional. Su campo de investigación es la historia marítima argentina de los siglos XIX y XX y la historia social y cultural de la guerra.

 

Picture 1 https://orcid.org/0000-0002-5984-1221

 

About the author

Agustín Daniel Desiderato holds a PhD in History from the Universidad de Buenos Aires, a Master’s degree in History from the Universidad Nacional de San Martín, a Professorship in Higher Education from the Universidad Tecnológica Nacional and a Bachelor’s degree in History from the Universidad del Salvador. He is a PhD fellow of CONICET based at the Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani” (IHAYA), where he co-coordinates the Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue). He is currently a Professor at the Escuela Superior de Guerra, Facultad del Ejército, Universidad de la Defensa Nacional. His field of research is the Argentine maritime History of the 19th and 20th centuries and the social and cultural history of war.

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[1] Para cuestiones políticas y económicas, ver: Van der Karr (1974), Díaz Araujo (1987), Albert (1988), Siepe y Llairó (1992), Weinmann (1994), Goñi Demarchi et al. (1998), Dehne (2009), Belini y Badoza (2014) y Rayes (2014). Para aspectos sociales y culturales, consultar: Compagnon (2014), Rinke (2017) y Tato (2017). Dentro de lo diplomático y militar, ver: Lanús (2001), Pelosi (2004), Dalla Fontana (2015), Scarfi (2018), Desiderato (2019; 2021a y 2021b) y Tato y Dalla Fontana (2021).

[2] Compagnon (2014), Rinke (2017), Tato (2017 y 2018), Sánchez (2018) y Dalla Fontana (2020).

[3] Cabe señalar que los submarinos de la Primera Guerra Mundial eran, en realidad, sumergibles; es decir, unidades de superficie que tenían la capacidad de sumergirse por periodos cortos de tiempo.

[4] El submarino. (12 de agosto de 1914). Mundo Argentino; Submarinos contra aeroplanos. (15 de agosto de 1914). Caras y Caretas; Isturiz, L. (29 de agosto de 1914). Los modernos elementos de guerra. Caretas y Caretas.

[5] La conflagración europea. (7 de octubre de 1914). Mundo Argentino; Crónica de la guerra europea. (3 de octubre de 1914). Caras y Caretas.

[6] Argentina incorporaría sus primeros submarinos luego de la aprobación de la Ley de Armamentos Navales 11.378 de 1926. Se construyeron en Italia, en el astillero Franco Tosi, de Taranto, y llegaron al país en 1933. Fueron el Santa Fe, el Salta y el Santiago del Estero.

[7] Hazañas del detective Chufaseca. (21 de julio de 1915). Mundo Argentino; Página amena. (24 de noviembre de 1915). Mundo Argentino.

[8] Don Goyo de Sarrasqueta y Obes fue creado por el dibujante español Manuel Redondo, en 1913, y es hoy considerado el primer personaje de la historieta argentina. Personificaba a un inmigrante español que buscaba ganarse la vida en la Buenos Aires de principios del siglo XX. Sus andanzas daban cuenta de los acontecimientos históricos nacionales y a la vez servían de crítica social, señalando las duras condiciones que debían sobrellevar los inmigrantes en el país (Gociol y Rosemberg, 2000).

[9] Sarrasqueta en la guerra. (9 de enero de 1915). Caras y Caretas; Sarrasqueta en campaña. (20 de marzo de 1915). Caras y Caretas.

[10] La conflagración europea. (10 de marzo de 1915). Mundo Argentino; La lucha naval. (2 de abril de 1915). El Hogar; Cómo evitar los submarinos. (24 de abril de 1915). Caras y Caretas.

[11] La conflagración europea. (23 de abril de 1915). El Hogar; De la contienda europea. (16 de abril de 1915). El Hogar.

[12] Algunas de las experiencias, emociones y sensaciones de los hombres y mujeres que atravesaron el Atlántico hacia y desde Argentina durante la Primera Guerra Mundial han sido analizadas en un artículo anterior (Desiderato, 2021b).

[13] Vale aclarar que los beligerantes eran poco proclives a divulgar entre la prensa internacional cualquier tipo de información sobre armas y operaciones. Difícilmente la Armada Alemana haya permitido a un periodista extranjero embarcarse a bordo de alguno de sus submarinos, por lo que el relato de Javier Bueno debe tomarse con cierto escepticismo. De cualquier modo, veraz o no, su testimonio sirve a los propósitos del trabajo –analizar las representaciones del submarino y las campañas submarinas alemanas en la prensa argentina– y por ello decidimos utilizarlo.

[14] En líneas generales, la campaña submarina alemana se trató de “una nueva forma de guerra cuyas principales características eran su agresividad [y] crueldad” (Ben-Yehuda, 2013: 2).

[15] Detalle del torpedo. (1 de septiembre de 1915). Mundo Argentino; Carga de un torpedo. (8 de septiembre de 1915). Mundo Argentino; Vapores mercantes ante un ataque submarino. (25 de diciembre de 1915). Caras y Caretas.

[16] La barca argentina Monte Protegido. (21 de abril de 1917). Caras y Caretas.

[17] La reclamación argentina. (3 de mayo de 1917). La Prensa; Ecos del día. La solución del caso internacional. (4 de mayo de 1917). La Nación.

[18] El velero argentino Oriana, hundido en el Mediterráneo por un submarino alemán. (13 de junio de 1917). Mundo Argentino.

[19] Argentina Riled over U-Boat War. (23 de julio de 1917). The Owensboro Inquirer.

[20] El vapor argentino Toro. (30 de junio de 1917). Caras y Caretas.

[21] Notas gráficas. Las manifestaciones patrióticas. (20 de abril de 1917). El Hogar; Una gran manifestación en la ciudad de Córdoba. (20 de abril de 1917). El Hogar; La noche del sábado. (20 de abril de 1917). El Hogar.

[22] Desesperación. (11 de julio de 1917). Mundo Argentino.

[23] El mareo y la guerra. (13 de julio de 1917). El Hogar; Hundimanía. (15 de agosto de 1917). Mundo Argentino; Página amena. (18 de julio, 5 de septiembre y 19 de septiembre de 1917). Mundo Argentino; Buque torpedeado. (28 de noviembre de 1917). Caras y Caretas.

[24] Sarrasqueta árbitro de la paz. (3 de febrero de 1917). Caras y Caretas.

[25] Incidente emocionante, acaecido al vapor Infanta Isabel. (2 de marzo de 1918). Caras y Caretas; El incidente del Infanta Isabel de Borbón. (4 de mayo de 1918). Caras y Caretas.

[26] Submarinos sin periscopio. (13 de febrero de 1918). Mundo Argentino; Curiosidades, rarezas y extravagancias. El submarino salvavidas. (1 de marzo de 1918). El Hogar; Un submarino salvador. (9 de marzo de 1918). Caras y Caretas; Sarrasqueta, camouflet. (8 de junio de 1918). Caras y Caretas.