Las relaciones entre Alemania y Argentina durante la Gran Guerra, 1914-1918
Stefan Rinke
Freie Universität Berlin, Alemania
Fecha de recepción: 18/8/2023
Fecha de aceptación: 02/10/2023
Alemania y Argentina atravesaron una fase crítica en sus relaciones durante la Primera Guerra Mundial. Si bien los intereses económicos alemanes en Argentina habían aumentado constantemente antes de la guerra, agosto de 1914 marcó una ruptura. No obstante, la relación entre ambos países seguiría siendo especial hasta 1918 debido a la neutralidad argentina. ¿Cómo evolucionaron las relaciones políticas, económicas y culturales durante los años de guerra? ¿Qué actores fueron importantes? ¿Por qué Argentina permaneció neutral mientras muchos otros países americanos entraban en guerra contra el Reich alemán?
Palabras claves: Relaciones Alemania-Argentina, Primera Guerra Mundial, Neutralidad, Relaciones económicas, Relaciones políticas
German-Argentine Relations during the Great War, 1914-1918
Abstract
Germany and Argentina went through a critical phase in their relations during the First World War. While German economic interests in Argentina had steadily increased before the war, August 1914 marked a break. However, the relationship between the two countries would remain special until 1918 due to Argentina’s neutrality. How did political, economic and cultural relations evolve during the war years? Which actors were important? Why did Argentina remain neutral while many other American countries went to war against the German Reich?
Keywords: German-Argentine relations, World War I, Neutrality, Economic relations, Political relations
Cuando en agosto de 1914 la noticia del estallido de la guerra en Europa llegó a Buenos Aires, en la opinión pública y en los medios se hablaba de una catástrofe de dimensiones imprevistas, dadas las vinculaciones globales existentes. Un comentarista del periódico La Nación, una de las publicaciones más influyentes de Latinoamérica, lo dejó en evidencia ya el 2 de agosto de 1914:
Asistimos a uno de los más grandes episodios y a uno de los más grandes cataclismos de la historia humana. La guerra europea, inevitable ya, arroja al mundo en una inquietud como éste no la sintió jamás. En efecto, nuestra civilización, dominando las distancias y el tiempo, con beneficios tan indiscutibles para la capacidad productiva de la especie, paga rudamente en nervios, en su sensibilidad, las ventajas materiales de ese mismo dominio. De igual modo que la chispa, de un descubrimiento, de una creación, de un gesto nuevos del saber o del genio, ilumina hoy casi simultáneamente, desde el rincón donde se enciende, todos los ámbitos del pensamiento, así también el rayo que cae sobre un punto cualquiera del planeta, repercute, conmueve y trastorna, con mayor rapidez, con mayor fuerza aun, en la totalidad de los espacios donde el hombre trabaja, siente y sufre. Esta vez el rayo fulmina el centro, la gran plataforma de la vida universal, que se estremece de angustia y de terror, como si llegara para ella la noche sin término. […] Surge así, del estallido europeo, de la vibración que recorre y agita hoy los organismos sociales, un problema nunca planteado hasta ahora, cuya premisa es: no hay espectadores en este drama; más o menos directamente toda la humanidad es actora en él (“Ecos del día: la catástrofe”, 2 de agosto de 1914, La Nación: 8).
Sin lugar a dudas, la Primera Guerra Mundial representó un momento de alcance global en el que América Latina, situada en la periferia, participó de manera significativa. En el Nuevo Mundo se advirtió desde el inicio el alcance internacional del conflicto. El desencadenamiento de la guerra fue visto por numerosos observadores latinoamericanos como una ruptura profunda en la historia, como se trasluce del comentario ya citado de La Nación. Con la crisis de la imagen civilizatoria y modélica de Europa y de la confianza hasta entonces incuestionada en el progreso producida a raíz de la guerra, metafóricamente podría decirse que se derrumbó un mundo en el que Latinoamérica había tenido un sitial reconocido. Así, muchos contemporáneos interpretaron que la guerra entrañaba el fin de una era y el inicio de una nueva, totalmente impredecible.
Durante la Primera Guerra Mundial, las relaciones entre los Estados de América Latina y los países beligerantes de Europa se vieron sometidas a una dura prueba. También Alemania y Argentina atravesaron una fase crítica en sus relaciones. Si bien los intereses económicos alemanes en Argentina habían aumentado constantemente antes de la guerra, agosto de 1914 marcó una ruptura. No obstante, la relación entre ambos países seguiría siendo especial hasta 1918 debido a la neutralidad argentina. Existen ya diversos trabajos que han examinado la diplomacia del país sudamericano hacia el Imperio Alemán durante este periodo.1 Recientemente, estos estudios se han ampliado de forma decisiva, especialmente por los importantes aportes histórico-culturales de María Inés Tato (2008; 2009; 2014; 2017).2 Sin embargo, siguen faltando estudios que consideren las relaciones bilaterales en su contexto global desde ambas perspectivas. ¿Cómo evolucionaron las relaciones bilaterales durante los años de guerra? ¿Qué actores fueron importantes? ¿Por qué Argentina permaneció neutral mientras muchos otros países americanos, incluyendo Brasil, entraban en guerra contra el Reich alemán?
Neutralidad bajo presión
La guerra europea presentó un desafío completamente nuevo para Latinoamérica, debido a la participación de todas las grandes potencias de Europa. Como otros gobiernos del continente, el argentino se planteó cómo reaccionar ante este nuevo escenario frente a países con los que interactuaba desde hacía décadas, sin verse envuelto en el conflicto y sus potenciales consecuencias. Desde el punto de vista político, no había necesidad de involucrarse en el conflicto. En cambio, era imprescindible conservar los fundamentales vínculos económicos con todos los beligerantes. No había compromisos previos que determinaran tomar partido por los Aliados (Gran Bretaña, Francia y Rusia) o las Potencias Centrales, es decir, Alemania y Austria-Hungría. Mantenerse al margen de las guerras europeas era una tradición de la diplomacia latinoamericana. Por ello, al igual que los demás Estados de la región y que Estados Unidos, Argentina inmediatamente declaró su neutralidad (Gravil, 1985: 112).
La neutralidad tendía a evitar conflictos étnicos en Argentina, dado que el país contaba con una inmigración europea importante. Argentina era el país con mayor porcentaje de inmigrantes en relación a la población total de toda Latinoamérica; nueve de cada diez inmigrantes provenían de los países aliados (Otero, 2009: 23). El estallido de la guerra ya había dado lugar a grandes manifestaciones, sobre todo en las calles de Buenos Aires (“Demonstrationen in den Theatern”, 4 de agosto de 1914, Deutsche La Plata Zeitung: 2), donde se entonaba la Marsellesa o el himno alemán (“La conflagración europea”, 5 de agosto de 1914, La Nación: 9).
Al conocerse el estallido de la guerra, los diplomáticos europeos convocaron a aquellos emigrantes a alistarse por medio de la prensa de las comunidades (Compagnon, 2013: 111). El reclutamiento tuvo un fuerte impacto inicial. En Buenos Aires, los enrolados acudían en masa. La prensa informaba regularmente sobre las despedidas a los reservistas que retornaban a Europa. Pero, al mismo tiempo, también se desataron controversias violentas (Tato, 2011: 276-281).
Los británicos se constituyeron en pequeñas comunidades bien organizadas, que incluían muchas asociaciones, iglesias y colegios. Las redes comunitarias ejercieron un alto control social y facilitaron el enrolamiento. En Buenos Aires, los franceses demostraron entusiasmo patriótico y eran presionados por sus empleadores, quienes a menudo solventaban el viaje. Los que no viajaron auxiliaron económicamente a las familias de los soldados movilizados (“Comité patriótico francés”, 21 de noviembre de 1914, Caras y Caretas). De todos modos, tal como ha señalado Hernán Otero (2009: 114-115), también hubo definitivamente rechazo a estas medidas. No obstante, los franceses experimentaron el mayor número de bajas de las comunidades extranjeras de Buenos Aires (Otero, 2009: 157). Además, hubo muchos voluntarios al servicio de Francia, debido a la francofilia predominante en la sociedad local, entre los que se destaca el piloto Vicente Almandos Almonacid, orgullo de la aeronáutica argentina (Díaz Araujo, 1987: 215).
Los diplomáticos del Imperio Alemán estaban a tono con los Aliados. Los individuos que estaban obligados a unirse al Reich y los voluntarios de ascendencia alemana se congregaban en los centros urbanos más importantes de la población alemana en Argentina. En su marcha al frente, se topaban con los enlistados de las naciones enemigas y se proferían ofensas. El consulado de Buenos Aires no podía atender con rapidez a la gran cantidad de hombres aptos para el servicio militar. Hasta octubre de 1914, hubo voluntarios que llegaron al territorio de las Potencias Centrales a través de Italia. Más tarde, la Royal Navy también controlaría a barcos italianos y lograría así obstruir efectivamente la ruta. En lo sucesivo, se agruparon hombres alemanes cesantes en las ciudades. Los esfuerzos de socorro realizados por las asociaciones alemanas tuvieron limitado alcance (Newton, 1977: 38-39).
Las marchas en ciertas fechas patrias, como el cumpleaños de Bismarck o el 14 de julio, que se combinaban con la entonación del himno nacional y el llamado a realizar donaciones, instaban a recordar la guerra, aun cuando las matanzas ocurrían en la lejana Europa. Estas actividades de las comunidades europeas ponían al menos parcialmente en entredicho la neutralidad argentina. La situación de los argentinos en Europa planteaba un problema serio puesto que querían regresar cuanto antes al país. Con el avance de las fuerzas alemanas en agosto de 1914, muchos latinoamericanos abandonaron París en gran número. Algunos estuvieron temporalmente en España, pero regresaron hacia 1915. Algunos de los que quedaron sirvieron como corresponsales de guerra. En general, la alta cantidad de argentinos que vivía en París bajó marcadamente durante la Primera Guerra Mundial (Rinke, 2019: 63).
Los reclutamientos dejaron consecuencias en las sociedades de los Estados latinoamericanos neutrales. Ante la novedosa guerra global, se impuso la necesidad de cambiar el enfoque de la neutralidad. Se reemplazó la neutralidad pasiva por una activa para evitar que los bandos en guerra introdujesen su conflicto por medio de medidas económicas y comerciales. Por lo tanto, los Estados latinoamericanos de ninguna manera se mantuvieron inactivos frente a los desafíos de la guerra. Así, en 1914, Chile y Argentina discutieron los desafíos de la neutralidad ante la Unión Panamericana en Washington. El embajador argentino en Estados Unidos impulsó la creación de una comisión. En 1915-1916 se volvió a discutir el proyecto de una Liga de Neutrales en el contexto panamericano. El presidente Wilson buscaba un tratado firmado por todos los Estados americanos con el objetivo de asegurar la independencia política, la integridad territorial, la obligatoriedad del arbitraje para resolver conflictos y el rechazo a reconocer revoluciones. De todos modos, no fue viable mantener la propuesta de defensa conjunta de la neutralidad promovida por ciertos Estados latinoamericanos, ya que algunos gobiernos la rechazaron (Compagnon, 2013: 59-61).
En ese momento, solo era factible una forma de cooperación internacional en marcos subregionales de menor alcance. El 25 de mayo de 1915, Argentina, Brasil y Chile firmaron el Tratado del A.B.C., que declaraba el arbitraje obligatorio ante conflictos por medio de comisiones neutrales. Si en 1914 aún se trataba de un procedimiento para arbitrajes pacíficos en el marco americano, tras el estallido de la guerra se puso el foco en Europa. El tratado tenía como objetivo garantizar la paz y fortalecer los derechos de las naciones neutrales frente a la guerra y las aspiraciones hegemónicas norteamericanas. En consonancia con el racismo de la época, el diplomático argentino Carlos Becú (1915: 19-25) opinaba que era necesario que los centros poblados por el “hombre blanco” (11) en Argentina, Chile y Uruguay, al igual que en Brasil, que tenía una población considerable de ascendencia europea, aunque aún enfrentaba desafíos relacionados con las influencias del clima tropical, se convirtieran en “hermanos de sangre” (18-19) capaces de generar conjuntamente su “propio Monroísmo” (25). El continente americano se convertiría en la contracara de la Europa en guerra.
La posición de Argentina no se basó ni en el panamericanismo norteamericano ni en la organización de una defensa común frente a eventuales lesiones a la neutralidad. Era consciente de la imposibilidad de mantenerse al margen de la guerra global, como lo dejaría en evidencia la guerra naval en aguas latinoamericanas. Los Estados latinoamericanos enfrentarían dificultades para llevar a cabo una vigilancia efectiva de sus costas. En agosto de 1914, el agregado militar alemán en Buenos Aires emitió la orden de convertir el barco de pasajeros Cap Trafalgar, perteneciente a la línea naviera Hamburg Süd, en un crucero auxiliar. La utilización de un barco civil con propósitos militares en un puerto neutral constituía una violación de los acuerdos de neutralidad y provocó protestas por parte de los Aliados (Rinke, 2019: 66). En septiembre, el Cap Trafalgar se vio envuelto en una gran batalla naval con un crucero auxiliar inglés, que terminó con el hundimiento del crucero alemán. Los tripulantes que sobrevivieron fueron internados en la Isla Martín García.
Al mismo tiempo, en el Pacífico, la flota alemana de Asia Oriental, comandada por el vicealmirante Maximilian Graf von Spee, se refugió en aguas neutrales de América del Sur después de la declaración de guerra por parte de los japoneses. El 1º de noviembre, los alemanes vencieron en la batalla naval de Coronel contra acorazados ingleses frente a las costas chilenas. Después, los buques alemanes siguieron hasta el Cabo de Hornos por la costa sur del Atlántico para atravesarlo luego en dirección de regreso a su patria. Ante el intento de destruir la estación radiotelegráfica inglesa en las Malvinas y de establecer tropas alemanas en las islas, el Graf Spee se vio envuelto en una batalla y derrotado el 8 de diciembre de 1914 (Strachan, 2001: 475-480).
Después de la eliminación de la Escuadra del Pacífico, las Potencias Centrales no tenían ninguna opción para romper el bloqueo marítimo de los Aliados en el Atlántico sur. Por ende, dejaron de transformar barcos comerciales o de pasajeros en cruceros auxiliares. Para evitar ser capturados por los Aliados, los buques mercantes alemanes buscaron refugio en puertos de América Latina. El uso de los barcos internados en puertos argentinos generó un nuevo punto de conflicto a principios de 1916. Aquellos barcos tenían un alto valor económico en sí mismos. Si se agregaban los altos costos del tonelaje y de los fletes, su valor se incrementaba aún más. Con presiones diplomáticas y económicas, los Aliados pretendían que el gobierno argentino los incautara. Ante el bloqueo marítimo, solo ellos podrían utilizar directa o indirectamente el tonelaje adicional. En el curso del año 1916, representantes del gobierno argentino expresaron ante las compañías y los diplomáticos alemanes su deseo de fletar los barcos internados. En el caso de una negación, les amenazaba una confiscación. Sin embargo, el gobierno del Reich siempre lograba postergar aquella decisión. Argentina no estaba preparada para las consecuencias de una confiscación: la ruptura con Alemania (Rinke, 2019: 69).
De hecho, los barcos de las naciones en guerra estacionados en los puertos latinoamericanos representaban un serio problema. Las dificultades se evidenciaron en noviembre de 1915, cuando barcos ingleses detuvieron al vapor Presidente Mitre, contratado antes de la guerra con bandera argentina por una firma alemana-argentina y tripulado por descendientes de alemanes. Fue liberado bajo condiciones precisas sólo después de una protesta argentina. Los diplomáticos de ambos bandos elevaron sus protestas en reiteradas ocasiones porque, en su opinión, los barcos de los adversarios recibían un trato privilegiado. El tiempo que debían aguardar los barcos de países en guerra se hallaba en una zona legal gris. Los Aliados fueron los más beneficiados, dado su control de las rutas marinas (Díaz Araujo, 1987: 21–23).3 La guerra submarina irrestricta, con la que Alemania respondió al bloqueo, no modificó esta situación. La guerra comercial con submarinos no estaba regulada en la Declaración de Londres y representaba una amenaza para el comercio y la navegación marítima de las naciones neutrales. Declarada el 4 de febrero de 1915, provocó polémicas y fuertes críticas en Argentina. El gobierno del Reich se adjudicó el derecho de hundir, sin previo aviso, a barcos comerciales que navegaban en las zonas de bloqueo, alrededor de las islas británicas y del canal de la Mancha. El Reich amenazó con que los barcos neutrales podrían correr el mismo destino. La elección del momento no fue coincidencia, ya que en febrero se estaba enviando la cosecha de trigo argentina hacia Inglaterra (“La lucha en los mares”, 8 de febrero de 1915, La Nación; 6). El hundimiento del Lusitania por un submarino alemán el 7 de mayo de 1915 causó un amplio rechazo en Argentina, sobre todo por las numerosas víctimas civiles. En respuesta a las protestas, los alemanes limitaron temporalmente el alcance de acción de sus submarinos de guerra en septiembre del mismo año, lo que contribuyó a reducir las tensiones.
No solo la cuestión submarina, sino también la brutalidad de la guerra alemana dio pie a protestas argentinas, por ejemplo, a propósito del ataque a la neutral Bélgica. El ciudadano belga Remy Himmer, vicecónsul de Argentina, fue víctima de la masacre de Dinant en agosto de 1914. La prensa argentina cubrió este episodio especialmente en noviembre y diciembre, cuando se tomó conocimiento del hecho. Pero finalmente el Ministerio de Relaciones Exteriores en Buenos Aires descartó una protesta diplomática formal (Solveira, 1979: 55-101).4
La guerra económica
La neutralidad generó más problemas en el ámbito económico que en el político. La guerra hizo colapsar el liberalismo económico global que regía desde finales del siglo XIX. Esto tuvo consecuencias significativas para un país como Argentina, que era un exportador de materias primas y dependía de los mercados globales (Dehne, 2014: 157-160). La guerra tuvo consecuencias económicas directas y decisivas, convirtiéndose rápidamente en una guerra total. El temor a las repercusiones económicas de la guerra provocó manifestaciones masivas en las principales ciudades. Con la llegada de noticias de Europa, se extendió el pánico. En lo que respecta a las relaciones con Alemania, la interrupción de los transportes, causada por el bloqueo marítimo impuesto por los británicos, restringió totalmente el comercio entre ambos países. Inmediatamente después del estallido de la guerra y hasta su final dejaron de funcionar los vapores alemanes en el Río de la Plata. Las escasas empresas industriales de capital alemán en Argentina también se veían gravemente perjudicadas por la escasez de materias primas (Albert, 1988: 42-44).
Debido a que países neutrales como Dinamarca y sobre todo Países Bajos, vecinos de Alemania, fueron sus nexos comerciales, Inglaterra reguló sus actividades comerciales: solo podían negociar con los Aliados o entre sí. En marzo de 1915, Gran Bretaña amplió el bloqueo ante la declaración alemana de guerra submarina irrestricta e introdujo las llamadas “listas negras”, que afectaban a firmas de apellidos alemanes (Dehne, 2009: 44-47). El gobierno argentino no aceptó dicha política sin reservas y críticas, y la opinión pública condenó las medidas, que lesionaban la soberanía nacional y la vida diaria (“El comercio de los neutrales”, 31 de diciembre de 1914, La Nación: 6). En lo inmediato, la medida afectó fuertemente a muchas empresas, por ejemplo, al tranvía de Buenos Aires. Algunas tuvieron que declararse en bancarrota y despedir a sus trabajadores. Se limitaron al extremo las posibilidades de los empleados alemanes y de descendencia alemana de encontrar una ocupación. Muchos trabajadores eran despedidos anticipadamente para encubrir sus propias empresas y evitar ser detectados en las listas.5
Los diplomáticos alemanes protestaron ante las medidas de los Aliados. Presionaban al gobierno argentino a rebelarse contra la nueva dimensión de la guerra económica alcanzada. El periódico La Prensa, a finales de noviembre de 1915, manifestaba que cualquier acción que perjudicara el comercio argentino constituía un ataque contra la nación (“El comercio argentino y la neutralidad”, 29 de noviembre de 1915, La Prensa: 3). Unos meses más tarde, el diputado conservador Marco Avellaneda presentó un proyecto de ley contra las listas negras (Díaz Araujo, 1987: 245).
La guerra económica no fue un éxito total en Argentina. A lo largo de todo el conflicto, existieron resquicios legales que permitían a las empresas alemanas seguir operando. Los utilizaron, por ejemplo, la exportadora de trigo Bunge & Born y Weil Hnos. & Cía. (Dehne, 2009: 14). Esto tenía lugar en una zona gris del contrabando de la que justamente se beneficiaban fuertemente los intereses norteamericanos. La política inglesa también era arbitraria. Así, la sociedad eléctrica alemana-argentina fue eliminada de la lista, pues de sus servicios dependían las líneas de tranvías británicos (Weinmann, 1994: 69-70).
Luchas propagandísticas
La Primera Guerra Mundial radicalizó la dimensión mediática de la guerra y condujo a la creación de maquinarias de propaganda, que buscaban legitimarse especialmente frente a los neutrales. La propaganda presentaba una guerra como una lucha ideológica a todo o nada, que enfrentaba visiones del mundo fundamentalmente irreconciliables entre sí, una lucha desigual, pues los Aliados controlaban la información. Aun en desventaja, la propaganda alemana dio batalla contra sus enemigos.
Los editores de la revista cultural argentina Nosotros, los socialistas Alfredo A. Bianchi y Roberto F. Giusti, preguntaban en agosto de 1914: “¿A qué indignarse contra el zar o contra el káiser, trágicos juguetes en manos del destino? ¿Quién puede lanzar la responsabilidad sobre alguien?” (“La Guerra”, agosto de 1914, Nosotros 8: 118-119). A su juicio, no era posible inclinarse por ningún beligerante, pues ninguno representaba la civilización de manera exclusiva.
Una gran parte de las élites, que dominaban la prensa, simpatizaban con Francia. Esto obedecía a su condición de referente cultural. Por ende, la propaganda francesa tuvo ventajas al inicio de la guerra. Para el lado alemán fue muy difícil defenderse ante esta constelación. Sin embargo, como ha demostrado Carla Russ (2019), la propaganda alemana contaba con una ventaja: los alemanes y sus descendientes que vivían en Argentina, pues junto con los diplomáticos y los amigos argentinos de Alemania difundieron panfletos, periódicos y revistas en español. Esta propaganda presentaba al Imperio Alemán como víctima de una campaña de mentiras de la propaganda enemiga. El ascenso de Alemania había provocado la envidia de otras potencias, que pretendían sofocar su poderío económico.6
Los argentinos que consumían y difundían propaganda alemana generalmente procedían de campos profesionales específicos. Los militares estaban más abiertos a los argumentos alemanes dado que habían sido formados por asesores militares germanos y conocían Alemania de primera mano. También juristas, filósofos, médicos y religiosos católicos eran afectos a la propaganda germana. Si bien entre los primeros muchos habían estudiado en Alemania, para los segundos había sido fundamental el afecto antifrancés.
Argentina se convirtió en el epicentro de las actividades de propaganda alemanas en América Latina. Entre otros, el educador Wilhelm Keiper y el periodista Hermann Tjarks armaron una amplia red subvencionada por la legación alemana. Su principal medio fue La Unión, que se lanzó el 31 de octubre de 1914, de un fuerte tono nacionalista. Como el Deutsche La Plata Zeitung, se distanciaba del estilo más moderado del diario liberal Argentinisches Tageblatt, creado por Theodor Alemann. La Unión, bajo la dirección del editor Belisario Roldán, alcanzó una edición de 15.000 ejemplares y fue el medio de propaganda alemana más importante de la región (Russ, 2019: 150-156). Su éxito se debía a que no se presentaba exclusivamente como un medio de propaganda, sino que también difundía noticias de interés general. El impacto del medio se expandió hacia Uruguay y Paraguay, donde los círculos militares y el entorno del presidente Eduardo Schaerer, cuya familia provenía de Suiza, se encargaron de su distribución (Tato, 2017: 102-113).
Entre las personalidades locales reclutadas para defender la causa alemana en una sociedad francófila se contaba con el oficial Emilio Kinkelin, que había ido a Alemania junto a la comisión argentina encargada de la compra de armamento antes de 1914 y luego fue corresponsal de guerra de La Nación, equilibrando las perspectivas de los enviados que criticaban a Alemania (Kinkelin, 1921). También se destacó la voz del General José Félix Uriburu (1915), quien atacó la propaganda aliada y resaltó los éxitos militares germanos, la de los juristas Alfredo Colmo, Ernesto Vergara Biedma y Juan P. Ramos, y la de los filósofos Josué A. Beruti y Coriolano Alberini. El historiador y sociólogo germanófilo Ernesto Quesada fue especialmente activo. Ya en 1914 publicó un escrito en defensa de Alemania que fue publicado dos veces el mismo año (Quesada, 1914).
Además de las actividades propagandísticas de los alemanes y los Aliados, varias personalidades tomaron partido por uno u otro bando. En Argentina, cuya sociedad se componía de un alto porcentaje de inmigrantes, las masas reaccionaban a las noticias de la guerra en el espacio público: en demostraciones, protestas y encuentros callejeros. Tal como lo manifestara un observador, la opinión se distribuía entre “filos” y “fobos”. El intelectual proaliado Ricardo Rojas opinaba que la guerra de opiniones había adoptado formas similares a las guerras civiles (Rojas, 1924).
El giro de 1917
1917 marcó un hito en América Latina por la entrada de Estados Unidos y varios Estados latinoamericanos en la guerra. Con ello rompieron un fundamento de su política exterior y fortalecieron la vorágine de la guerra y su impacto local. Los problemas políticos y socioeconómicos se incrementaron, al igual que el apasionamiento de los debates. Pero lo que por sobre todo estaba en juego era la decisión de alinearse con los Aliados o proseguir en la neutralidad.
Cuando la crisis por la renovada expansión de la guerra submarina alemana llegó a su punto álgido a principios de 1917, en la vida pública reinaba la esperanza de que la guerra no alcanzaría a América. Una encuesta realizada por Caras y Caretas entre parlamentarios indicó que, a pesar de la simpatía por Francia, la gran mayoría prefería la neutralidad (“La Argentina y la guerra”, 24 de febrero de 1917, Caras y Caretas).
La entrada oficial a la guerra por parte de Estados Unidos ocurrió el 6 de abril de 1917. Jugó un rol importante el hundimiento de barcos comerciales por submarinos alemanes (“Las cuestiones internacionales y la opinión pública”, 28 de abril de 1917, Caras y Caretas). La exportación de productos vitales para la guerra fue restringida de manera inmediata. Estados Unidos reforzó los esfuerzos para expulsar a los alemanes y para apoyar a sus propias empresas en el país.
La guerra propagandística también se hizo más feroz en ese momento. Desde el ingreso de Estados Unidos a la guerra, la propaganda alemana se centró en el antiimperialismo, que, en Argentina, se dirigía contra Estados Unidos. En la misma línea aportaron una gran cantidad de escritos críticos que circularon contra el “imperialismo yanqui”. Los autores que simpatizaban con Alemania criticaban que Estados Unidos advirtiera sobre el “peligro alemán” cuando, según ellos, Estados Unidos representaba un riesgo mucho mayor para América Latina (Vergara Biedma, 1917: 21-35). Aunque el discurso antiimperialista fue cada vez más fuerte, la propaganda alemana se benefició muy poco. Su propia situación se complicaría gravemente después de que Estados Unidos ingresara a la guerra.
Sin embargo, el mayor problema de la propaganda alemana no era su falta de alcance, sino la guerra submarina alemana. El navío comercial argentino Monte Protegido fue víctima de un ataque submarino y, cuando se publicó la noticia, hubo protestas y violentos disturbios, así como la destrucción de propiedades alemanas. Las manifestaciones masivas se extendieron desde la capital hacia las provincias. La policía apenas lograba con muchos esfuerzos mantener la situación bajo control (Del Valle, 1917: 104-125).
Toda la atención estaba puesta en la reacción del gobierno de Yrigoyen. Desde el Ministerio del Exterior argentino se declaró que tan solo una disculpa podría evitar el castigo a los responsables, una indemnización, así como el corte de relaciones. El 22 de abril, el Ministerio del Exterior envió al representante alemán la nota de protesta (Solveira, 1979: 224-228). El mismo día grupos proaliados organizaron un acto en el Frontón en Buenos Aires con asistencia masiva. La audiencia se congregó hasta llenar la calle para escuchar con atención a los oradores. Entre ellos se encontraban Alfredo L. Palacios, Francisco A. Barroetaveña y Ricardo Rojas. Todos exigían por fin la ruptura con el Reich. Rojas (1924) calificó la neutralidad como una “paz cobarde” (8), es decir, “una forma soterrada de germanismo” (21). Después del discurso de Rojas se cerró en la Plaza de Mayo cantando la Marsellesa y “No queremos ninguna neutralidad” (“Por la causa de los Aliados”, 23 de abril de 1917, La Prensa: 5). La oposición, por su parte, no se quedó sin hacer nada. La Liga Patriótica Argentina bajo el liderazgo de Alberto J. Grassi organizó un encuentro grande a favor de la mantención de la neutralidad (“En favor de la neutralidad”, 25 de abril de 1917, La Prensa: 11).
El hundimiento del Monte Protegido, del velero Oriana el 6 de junio y del vapor Toro el 22 de junio no se convirtieron en casus belli. Sin embargo, a diferencia del barco Oriana, que transportaba contrabando y no tenía relación con Argentina, el hundimiento del Toro provocó disturbios antialemanes. Al final, el gobierno germano aceptó las exigencias expuestas por el gobierno argentino. El gobierno alemán se comprometió a entregar las compensaciones requeridas después del final de la guerra. Por su parte, el gobierno argentino se comprometió a que ningún barco navegase en la zona de restricción. Esta fue la única concesión de este tipo que las autoridades alemanas hicieron para garantizar la neutralidad de un país durante el transcurso de toda la guerra (Siepe, 1992: 23).
Según Tato (2008: 230-231), las manifestaciones de abril de 1917 marcaron el inicio de una nueva etapa en las discusiones sobre la neutralidad. Ambos grupos reivindicaron para sí el resguardo de los intereses nacionales. En ambos casos se trató, de todos modos, de grupos altamente heterogéneos guiados por diversas motivaciones y metas. La división en la sociedad argentina cruzó de forma transversal a las clases sociales y a los partidos políticos. El ministro plenipotenciario inglés, Reginald Tower, observó que eran las antiguas élites que presionaban para retomar el poder quienes utilizaban la guerra para predisponer a la sociedad en contra del presidente. Así, la decisión del presidente Yrigoyen de mantener la neutralidad se puede entender como una declaración de política interna (Goñi, Scala y Berraondo, 1998: 36).
Después de abril de 1917, las discusiones entre rupturistas y neutralistas se extendieron a toda la opinión pública argentina. Se acusaban mutuamente de ser manipulados desde el exterior. Las discusiones impactaron en la política argentina. El 9 de septiembre La Prensa publicó textualmente tres de los telegramas, decodificados por los Aliados, enviados por el encargado de negocios alemán Karl Graf von Luxburg al Ministerio de Relaciones Exteriores en Berlín. El diplomático exigía allí el hundimiento sin rastreo posible de barcos argentinos, llamó al ministro del Exterior Pueyrredón como un “notorio burro y anglófilo” y describió a los sudamericanos en general como a “indios” corrompibles (Solveira, 1994: 100-127).
El gobierno argentino reaccionó rápidamente. Tres días después, el 12 de septiembre, Luxburg recibió sus pasaportes y se le declaró persona non grata. Esta decisión fue acompañada de marchas, manifestaciones callejeras y fuertes disturbios contra establecimientos alemanes. La policía terminó involucrada en verdaderas batallas callejeras.7 Las concesiones diplomáticas del gobierno alemán no evitaron las demandas sociales contra el Reich alemán.8
La mayoría de la opinión pública estaba a favor de romper relaciones diplomáticas, al igual que el Congreso después de escuchar al ministro de Relaciones Exteriores, Pueyrredón, el 19 y 22 de septiembre. Los senadores y diputados favorables a la ruptura esgrimieron argumentos sobre el ataque al honor de Argentina y también económicos. El Comité de la Juventud organizaba una nueva manifestación multitudinaria exigiendo la ruptura de relaciones. El comunicado de Berlín, en el que el gobierno imperial se distanciaba de las declaraciones de Luxburg, fue prácticamente ignorado (Siepe, 1992: 13-14). En octubre se extendieron los asaltos violentos a propiedades alemanas también en el interior del país, en Mendoza, Bahía Blanca, Santa Fe y Rosario (Tato, 2008: 233). Al mismo tiempo, la presión diplomática al gobierno de Yrigoyen siguió intensificándose. Pero, pese a la presión de la oposición e incluso de su partido, no cambió su decisión (Díaz Araujo, 1987: 208). ¿Cuál fue la causa de que mantuviera su posición neutral a pesar de que la mayoría de la sociedad y el parlamento estuvieran en contra? Un contemporáneo, el académico Julio S. Storni de Corrientes, editó un texto en el que contextualizó detalladamente las circunstancias reinantes (Storni, 1917). Argentina tenía que actuar acorde a sus propios intereses. Desde una perspectiva económica e industrial, la neutralidad era una opción lógica. Es probable que Yrigoyen compartiera esta perspectiva, pero a diferencia de Storni, cuyo libro elogiaba la política alemana, Yrigoyen no era simpatizante germanófilo.
Hubo otros factores que tuvieron un peso importante en la posición nacionalista de Yrigoyen, además de la influencia efectiva ejercida por dinero de procedencia alemana. Argentina, a diferencia de Brasil, tenía más margen de negociación, pues producía materias primas de vital importancia para la guerra (Compagnon, 2013: 143). Tal como lo señaló el historiador Sergio Bagú (1961: 78), no se esperaba el ingreso a la guerra de Argentina, por una parte, pues los importantes transportes de trigo argentino se hubiesen visto aún más amenazados por los submarinos alemanes. Por otra parte, dicho paso hubiese significado que los norteamericanos ejercerían una mayor influencia en Argentina, tal como había sucedido en Brasil. Desde la perspectiva argentina, la posición respecto a la guerra estaba relacionada con el liderazgo en América Latina. La neutralidad actuaba como contrapeso del beligerante Brasil.
El fin de la guerra
A fines de 1917 había desaparecido la esperanza de un rápido desenlace de la guerra que se había despertado en algunos observadores a propósito del ingreso a la guerra de Estados Unidos. En Argentina hubo problemas de abastecimiento. Ello tuvo como consecuencia agitaciones sociales que se extendieron en todo el país en 1918. Estas no solo tuvieron repercusiones internas, sino que también se hizo cada vez más evidente la influencia de la ola revolucionaria rusa. Los argentinos celebraron con entusiasmo el final de la guerra, pero la Paz de Versalles y la Sociedad de Naciones los decepcionaron.
En 1918, aumentó la presión sobre el gobierno de Yrigoyen para que abandonara la neutralidad. Incluso el embajador en Washington, Rómulo S. Naón, intentó cambiar el rumbo político externo (Goñi, Scala y Berraondo, 1998: 163). Por su parte, grupos influyentes como la comunidad italiana organizaban manifestaciones pro ruptura de relaciones con Alemania (Devoto, 2006: 325-326). Pero de nada sirvieron todas las manifestaciones porque Yrigoyen se mantuvo en su línea de neutralidad.
Debido a la buena cosecha de trigo, el gobierno acopió granos para mantener los precios. Al mismo tiempo, los Aliados dependieron cada vez más del trigo argentino ante el cierre del abastecimiento ruso tras la Paz de Brest-Litovsk. Yrigoyen firmó un acuerdo el 14 de enero, que aseguró que Argentina vendería toda la cosecha sobrante y les concedía un crédito de 100 millones de pesos. El país recuperó los suministros claves de carbón de Inglaterra y Francia y obtuvo una garantía para transportar las exportaciones (Siepe, 1992: 107). Argentina había renunciado de facto a la neutralidad político-económica al alimentar a las tropas aliadas (Weinmann, 1994:143).
La meta bélica aliada de erradicar los intereses alemanes no se alcanzó a materializar en Argentina. Los alemanes demostraron una notable capacidad de supervivencia económica. Las empresas establecieron cámaras de comercio y ocultaron sus propiedades mediante la modificación de su estatus legal a uno de origen argentino. También recurrieron a intermediarios extranjeros y aprovecharon sus vínculos con las élites argentinas. Sobre todo, las empresas alemanas con fuertes capitales se adaptaron a la guerra económica (Rinke, 1996: 45-47).
El armisticio en Europa concilió a los beligerantes. La noticia acerca del final exitoso del armisticio desencadenó un gran entusiasmo. En Buenos Aires, los empresarios dieron el día libre a sus trabajadores, las calles reunieron a enormes masas de personas entusiasmadas y muchas de ellas fueron decoradas festivamente (“Júbilo popular”, 12 de noviembre de 1918, La Prensa: 9). La alegría por el fin de la guerra se mezclaba con la ovación por el triunfo de los Aliados. Las comunidades aliadas organizaron las celebraciones públicas (“Entusiasmo popular por las victorias aliadas”, 11 de noviembre de 1918, La Prensa: 7). Entre los alemanes y sus descendientes, y entre los germanófilos, el shock fue muy profundo.
A lo largo de 1918 y comienzos de 1919, los desarrollos económicos y sociales dieron pie a preocupaciones. Los fuertes disturbios sociales constituían una consecuencia indirecta de la guerra en Europa. Pero, más allá de eso, también eran resultado de un proceso social largo que estaba vigente y de sucesos internacionales como fue sobre todo la Revolución Rusa. En este cuadro de cosas, era esperable que la euforia que desencadenó el armisticio en Latinoamérica se transformara rápidamente en decepción. La guerra, que terminó en 1918/19, también acarreó grandes sombras que nublaron el futuro de Argentina.
Conclusión
Los tratados firmados en París finalizaron formalmente la Guerra Mundial, pero en 1919 casi no se podía hablar de paz a nivel mundial. En la propaganda de posguerra que llegaba a Latinoamérica, Alemania rechazaba la responsabilidad única de la guerra que declaraba el Tratado de Versalles (Rinke, 1996: 492-493). La guerra siguió estando presente en la vida de Argentina. No obstante, significó un corte profundo en las experiencias de los argentinos de diferentes clases, género y edades. Para las relaciones con Alemania, la guerra significó un derrumbe. La guerra submarina alemana representó un ataque a la soberanía nacional de Argentina y una evidente infracción al derecho internacional. Además, la guerra provocó una fuerte movilización y politización en la esfera pública, en su mayoría en contra y más raramente a favor del Reich alemán. Sin embargo, las relaciones no tardaron en reanudarse y prosperar a partir de 1919. Los alemanes residentes en Argentina iban a constituir la base para
ello.
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Sobre el autor
Stefan Rinke es Doctor con habilitación en el área de Historia Moderna con enfoque regional en América Latina por la Katholische Universität Eichstätt. Catedrático de historia latinoamericana y director del Instituto de Estudios Latinoamericanos de la Freie Universität Berlin. Ha sido presidente de AHILA de 2014 a 2017. En 2017 fue galardonado con el Premio José Antonio Alzate de la Academia Mexicana de Ciencias y de CONACYT y fue declarado Doctor honoris causa por la Universidad Nacional de San Martín. Es miembro correspondiente de las Academias de Historia del Ecuador y de México. Ha publicado 58 libros y más de 200 artículos sobre la historia de América Latina desde la época colonial.
https://orcid.org/0000-0001-9548-1756
About the author
Stefan Rinke holds a PhD with habilitation in Modern History with a regional focus on Latin America from the Katholische Universität Eichstätt. Professor of Latin American history and director of the Institute for Latin American Studies at the Freie Universität Berlin. He has been president of AHILA from 2014 to 2017. In 2017, he was awarded the José Antonio Alzate Prize of the Mexican Academy of Sciences and CONACYT and declared Doctor honoris causa by the Universidad Nacional de San Martín. He is a member of the Academies of History of Ecuador and Mexico. He has published 58 books and more than 200 articles on the history of Latin America since colonial times.
1 Para los estudios de historia diplomática véase Díaz Araujo (1987), Siepe (1992) y Weinmann (1994).
2 Para trabajos más generales véase Compagnon (2013) y Rinke (2019). Una discusión más amplia del estado del arte se encuentra en Rinke (2021).
3 Véase Honi soit qui mal y pensé. (11 de diciembre de 1915). Caras y Caretas. El vapor Presidente Mitre. (30 de noviembre de 1915). La Prensa, 3.
4 En relación con esto, véase también la correspondencia en Argentina. AH/00037/1. Archivo del Ministerio de Relaciones Exteriores.
5 En Buenos Aires, la Sociedad de Beneficencia Alemana intentó aliviar la escasez, pero apenas pudo abordar la magnitud de los problemas pues casi un 60 % de los alemanes que vivían en la capital argentina estaban cesantes (Newton, 1977: 41-44).
6 Véase por ejemplo el artículo “Alemania ante la guerra” del jurista germanófilo Juan B. Ramos (1914/15: 427-444).
7 Las manifestaciones callejeras de ayer. (13 de septiembre de 1917). La Prensa, 8. Véase también el reportaje de imágenes: El caso de Luxburg. (22 de septiembre de 1917). Caras y Caretas.
8 La publicación de los despachos. (11 de septiembre de 1917). Diario del Plata, 3. El caso Luxburg. (14 de septiembre de 1917). El Día, 2.