La destrucción de la naturaleza a causa de la Primera Guerra Mundial. Representaciones y reflexiones sobre conservacionismo y proteccionismo en las revistas ilustradas de Buenos Aires (1914-1919)
Nicolás Fernán Rey
Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue) – Instituto Ravignani, Argentina
nicomics27@outlook.es
Fecha recepción: 15/08/2023
Fecha aceptación: 30/10/2023
Resumen
La Primera Guerra Mundial fue un evento de características totales y globales. La destrucción ocasionada por los nuevos armamentos afectó a la naturaleza de una forma nunca antes vista. Imágenes y relatos sobre la destrucción del ambiente circularon alrededor del globo, consiguiendo en la ciudad de Buenos Aires un público ávido por consumir y problematizar aquellos relatos. En este trabajo pretendemos analizar, desde la Historia social y cultural de la guerra y la Historia ambiental, las representaciones sobre la destrucción de la naturaleza que fueron publicadas en las revistas ilustradas porteñas durante la guerra. Sostenemos que aquellas imágenes y relatos sobre el sufrimiento del mundo no-humano se insertaron en los debates locales sobre conservación de los bosques y protección de los animales, los cuales venían estimulándose desde la preguerra.
Palabras claves: Primera Guerra Mundial; Revistas ilustradas; Historia social y cultural; Historia ambiental; Buenos Aires
The destruction of nature due to the First World War. Representations and reflections on conservationism and protectionism in the illustrated magazines of Buenos Aires (1914-1919)
Abstract
The First World War was an event of total and global characteristics. The destruction caused by new weapons affected nature in a way never seen before. Images and accounts of environmental destruction circulated around the globe, finding an eager audience in Buenos Aires that was keen to consume and engage with those narratives. In this work, we aim to analyze, from the social and cultural history of war and environmental history, the representations of nature’s destruction published in illustrated magazines in Buenos Aires during the war. We argue that those images and narratives about the suffering of the non-human world became part of local debates on forest conservation and animal protection, which had been gaining momentum since the pre-war period.
Key words: First World War; Illustrated Magazines; Social and Cultural History; Environmental History; Buenos Aires
Y si todavía los telegramas no han podido hacer mención de sus hechos heroicos, no faltarán próximos historiadores que registren las proezas del eterno amigo del hombre y sufrido compartidor de todas sus suertes.
“Los perros en la guerra actual”, 4 de noviembre de 1914, ABC).
Introducción
La Gran Guerra, como se la conoció entonces, mostró al mundo el poder de destrucción al que había llegado la tecnología de la era industrial (Johnson, 2016). Puesto al servicio de los nacionalismos e imperialismos, el progreso reflejó la peor cara de la culta y civilizada Europa, que se sumergió en una guerra total de consecuencias globales (Becker, 2015). No solo se encontró agitado el ámbito diplomático, intelectual, económico, cultural y social, sino que también se registraron consecuencias sobre el ambiente (Keller, 2016; McNeill, 2003; Pearson, 2012).1 Este fue una víctima de las disputas bélicas por su valor simbólico y material (Daly, Salvante y Wilcox, 2018: 7), al ser fuente de recursos económicos y reserva de identidades nacionales.
Imágenes y relatos de paisajes desolados, bosques y animales destruidos por la metralla fueron captados por fotógrafos y testigos que contribuyeron a difundir aquellas escenas en diarios y revistas de los países neutrales. Este panorama de devastación del ambiente evadió en mayor medida la censura, tanto en las crónicas como en las fotografías: los gobiernos beligerantes estaban más atentos a limitar la circulación de información sobre el número de bajas o los armamentos utilizados por sus ejércitos (Tato, 2017: 26; Winter, 2022: 3).
La prensa argentina ofició como el principal medio de difusión de aquellas imágenes y testimonios durante la guerra. Allí actuaron, tanto el aparato de propaganda de los países beligerantes como las preferencias por las que simpatizaban las líneas editoriales y sus periodistas (Tato, 2017: 52-53). En las grandes ciudades como Buenos Aires, especialmente, existía un público ávido por conocer los últimos detalles de las operaciones militares, impresionados por la magnitud de la destrucción y ferocidad con la que se combatía (Rinke, 2019). Este interés, además de verse estimulado por el sensacionalismo de la prensa, se explica por la existencia de afinidades étnicas, parentales y culturales hacia Francia, Bélgica, Inglaterra, Italia y el Imperio Alemán, especialmente. Observado este contexto, nos preguntamos entonces, ¿cómo se difundieron y representaron las imágenes sobre la destrucción del mundo natural a causa de la Gran Guerra en la prensa de Buenos Aires? ¿A qué intereses y debates respondieron?
Los impactos de la Primera Guerra Mundial en la República Argentina han sido abordados desde análisis económicos (Van der Karr, 1974; Albert, 1988; Dehne, 2009; Caravaca, 2011; Belini y Badoza, 2014; Rayes, 2014; Suriano, 2017) y político-diplomáticos (Van der Karr, 1974; Weinmann, 1994). No obstante, ha sido la Historia social y cultural de la guerra (Kühne y Ziemann, 2007; Borreguero Beltrán, 2016; Footitt, 2016; Bourke 2006; Horne, 2019; Winter, 2022) la que ha indagado en las reflexiones, identidades, imaginarios y representaciones de diferentes sectores sociales sobre la guerra, especialmente en su giro global, al incluir sociedades que se encuentran lejanas a los teatros de operaciones (Horne, 1997; Compagnon y Purseigle, 2016; Tato, 2017: 12). En este sentido, la difusión de noticias sobre la Gran Guerra en la República Argentina ha interesado a los historiadores (Compagnon, 2014; Tato, 2017; Rinke, 2019). La opinión pública se vio movilizada por las novedades que llegaban desde los campos de batalla, las cuales eran difundidas a través de la prensa gráfica, folletos, meetings o el cine (Sánchez, 2018).
Conociendo que la Gran Guerra devoró “hombres, recursos y energía” (Becker, 2015: 1030), consideramos pertinente incluir al mundo no-humano en los estudios culturales sobre la Primera Guerra Mundial (Tucker et al., 2018). La Historia ambiental propone integrar a la naturaleza en los estudios históricos. No la contempla abstraída de la historia del ser humano, sino como una partícipe igual de protagonista y con poder de agencia: la naturaleza no es pasiva, ya que intervino y se vio intervenida por los sucesos históricos. En el caso de las guerras, la naturaleza es a la vez fuente de recursos, espacio de combate y víctima de los enfrentamientos (Daly, Salvante y Wilcox, 2018: 7).
Por lo tanto, es preciso indagar en las representaciones sobre la destrucción de la naturaleza que aparecieron durante la Primera Guerra Mundial, a fin de entender cómo se observó y problematizó el inaudito carácter destructivo e industrial de la guerra sobre esta en un contexto de creciente interés en temáticas conservacionistas y proteccionistas (Worster, 1994; Keller, 2016). Entendemos que la destrucción de la naturaleza no fue un proceso de largo término que comenzó principalmente con la Revolución Industrial, sino que hubo períodos históricos donde la degradación ambiental se vio intensificada. Allí se inserta la Primera Guerra Mundial, por ser un conflicto de características globales y totales en cuanto al uso y la movilización de recursos naturales a uno y otro lado del Atlántico (Keller, 2018: 4).
La historiografía argentina le ha prestado escasa o nula atención a las representaciones sobre la destrucción de la naturaleza surgidas en la República Argentina a causa de la Primera Guerra Mundial.2 Tampoco se han integrado los debates sobre conservación y protección del mundo natural con los hechos relacionados a la guerra. Como hemos dicho, la escala global del conflicto presenta una oportunidad para observar las consecuencias culturales de la destrucción sobre la naturaleza, puesto que diferentes actores sociales la percibieron e integraron a sus propios debates e imaginarios (McNeill, 2003: 7-8).
Dicho esto, nuestro objetivo principal será rastrear en artículos de las revistas ilustradas de Buenos Aires la representación del mundo no-humano en la guerra. Nos interesa saber qué reflexiones y representaciones sobre estos temas se publicaron en la prensa y, principalmente, cómo se integraron a los debates que circulaban en la opinión pública sobre conservación y protección de la naturaleza. Si bien no es el punto central de este trabajo, como objetivo secundario intentaremos insertar estos artículos en los enfrentamientos entre germanófilos y francófilos que se dieron en la prensa, a fin de comprender por qué se priorizó la difusión de imágenes y relatos sobre la destrucción de la naturaleza en el frente occidental en detrimento de otros frentes de la guerra.
Nuestra hipótesis principal es que la difusión y problematización de las consecuencias ambientales de la Primera Guerra Mundial se explican por un contexto de interés y debate público sobre conservación de los bosques, por un lado, y la protección de los animales, por el otro. Desde principios del siglo XX, asociaciones filantrópicas como la Sociedad Argentina Protectora de Animales (SAPA) y la Sociedad Forestal Argentina utilizaron la prensa y fiestas nacionales como medio para insertar en la opinión pública una mejor relación con el mundo no-humano. La Primera Guerra Mundial encontró el debate en su punto álgido y fue utilizado por sus seguidores para problematizar las consecuencias ambientales del conflicto bélico a fin de generar conciencia en la opinión pública argentina.
En la presente investigación, a través de un análisis cualitativo, indagaremos las publicaciones de Mundo Argentino, Atlántida, El Hogar, Caras y Caretas, PBT y Fray Mocho, las revistas ilustradas de Buenos Aires más importantes de la época y que eran vendidas también en el resto del país. Estas llegaban a un público amplio a través de lecturas fáciles y costumbristas, tematizando los artículos con el uso de ilustraciones y fotografías para presentar las novedades de la guerra (Eujanian, 1999; Dalla Fontana, 2015; Tato, 2017: 25). Algunos de los artículos analizados están acompañados de ilustraciones y fotografías. Si bien desconocemos las intenciones de sus autores (Burke, 2001: 108), intentaremos analizar su contenido a fin de acercarnos a una interpretación que esté en sintonía con el texto que las acompaña y los debates que circulaban sobre la temática proteccionista y conservacionista.
Este artículo se dividirá en dos apartados. En el primero, se analizarán las plataformas políticas de la Sociedad Argentina Protectora de Animales y de la Sociedad Forestal Argentina en la preguerra. Interesa indagar en cómo utilizaron la prensa como medio de difusión de sus ideas. En el segundo apartado, se analizarán artículos de las revistas ilustradas donde fueron articulados el debate local sobre proteccionismo y conservacionismo con los sucesos europeos, demostrando la participación directa de algunos miembros de las sociedades filantrópicas anteriormente mencionadas.
Proteccionismo y conservacionismo en la preguerra
Hacia la segunda mitad del siglo XIX, dentro del pensamiento liberal fueron apareciendo nuevas formulaciones que problematizaron la degradación del mundo natural a raíz del crecimiento industrial y urbano. En los Estados Unidos se gestó el conservacionismo, un movimiento que consideraba a la naturaleza como un bien apropiable por el ser humano. No obstante, su uso debía regularse por el peligro que representaría su escasez a futuro para los procesos socioeconómicos (Bramwell, 1989).
A nivel mundial, la destrucción de los bosques era ya una preocupación a fines del siglo XIX (Tucker y Richards, 1983; Bergandi y Blandin, 2012). A raíz de la iniciativa de varios congresos, reunidos por asociaciones filantrópicas y científicas, se intentó fomentar la lucha contra la deforestación a través de la cooperación entre sociedades de ambos hemisferios (Kelly, 2017; Williams, 2006: 359-360). La institucionalización de estas preocupaciones por parte de los Estados occidentales recorrió un camino más lento y fue posterior a la realización de estos eventos internacionales. Como caso pionero se ofrece la alianza entre el conservacionista Gliford Pinchot y el presidente estadounidense Theodore Roosevelt, que afianzó su interés mutuo por la conservación de los bosques norteamericanos con la fundación, en 1909, del Servicio Forestal bajo el mando de Pinchot (Kaltmeier, 2022; Worster, 1994).
En el mismo sentido, la institucionalización de la cuestión animal dentro del pensamiento liberal del siglo XIX se remonta, formalmente, a las primeras sociedades filantrópicas inglesas de la década de 1820 (Urich, 2015: 37-38; Thomas, 2019). Aquellas agrupaciones impulsaron legislaciones que protegerían a los animales de los maltratos, problematizando el dilema cartesiano sobre su naturaleza mecanizada e insensible. Esta corriente describía a aquellos como seres carentes de alma, habiendo sido creados para uso y provecho del ser humano. La renovación de la sensibilidad hacia los animales, con la influencia de la filosofía kantiana, no desconoció su rol proveedor para las industrias de los seres humanos (Zaffaroni, 2011: 38-39). Empero, este debía tener una posición moral por sobre los “seres inferiores”, no debiéndose permitir malos tratos hacia ellos. Por su utilidad y compañía, el ser humano debía tener una postura paternalista y proteccionista.
La expansión de estas sociedades proteccionistas, principalmente en el mundo angloparlante, llegó a oídos de las elites argentinas que miraban con atención a las civilizaciones del norte. Sus objetivos se inscriben en el proceso de transformación cultural que misionaron estos miembros de las elites políticas e intelectuales tras la caída de Juan Manuel de Rosas en 1853 (Losada, 2012; Bruno, 2018). Dentro de este contexto, hacia finales de siglo XIX y principios del XX aparecerían la Sociedad Argentina Protectora de Animales y la Sociedad Forestal Argentina, de las cuales hablaremos a continuación.
La sociedad Argentina Protectora de Animales
En la búsqueda por traer las luces del progreso y la civilización a las bárbaras costumbres locales, prohibir el maltrato a los animales, desde la riña de gallos hasta las corridas de toros, fue uno de los objetivos Sociedad Argentina Protectora de Animales (Simari, 2019: 9-10). Creada en 1879,3 sus miembros fundadores fueron, entre otros, la Iglesia Evangélica Metodista y políticos e intelectuales de renombre como Emilio Mitre y Vedia, Carlos Casares, Guido Spano y Domingo Faustino Sarmiento (Urich, 2015: 18-19). Sarmiento sería su primer presidente en 1882, impulsado por sus compañeros debido a los contactos que poseía en el gobierno local, provincial y nacional. Si bien su campo de acción se restringiría a los límites municipales de Buenos Aires, aun así estimuló la creación de otras sociedades a lo largo y ancho del país.
Ya entrado el siglo XX, el presidente de la sociedad pasó a ser Ignacio Albarracín, pariente de Domingo Faustino Sarmiento. Bajo su mandato, la SAPA reforzó su relación con otras entidades del mundo, de las cuales recibía correos o ejemplares de sus publicaciones. También enviaba miembros a participar de congresos internacionales y contaba con corresponsales en Europa (Urich, 2015: 38). Sus acciones tuvieron un fuerte eco en la prensa, que también se mofó de lo disparatado que parecía esta sensibilidad hacia los “infelices” (Piazzi y Corti, 2021: 106-107).
La presencia de esta temática proteccionista desde fines del siglo XIX –a través de publicaciones oficiales, la fiesta del Día del Animal celebrada a partir del 29 de abril de 1908 (Imagen 1) o la sanción de la Ley Nacional de Protección a los Animales en 1891 (Urich, 2015: 67)– da cuenta del creciente interés y la concientización en la sociedad. Además, contaba con una publicación oficial llamada El Zoófilo Argentino, a través de la cual se publicaban discursos y artículos enviados por corresponsales, como también resoluciones de congresos internacionales en temáticas proteccionistas.
Imagen 1
La fiesta del animal. 9 de mayo de 1913, Fray Mocho
Las escuelas primarias, gracias a la gestión de Albarracín, comenzaron a contar desde 1915 con la asignatura “Animales” en su programa, con el objetivo de “formar en el niño hábitos de protección y piedad hacia los animales” (Urich, 2015: 82). El maestro y pedagogo Pablo Pizzurno, impulsor del perfeccionamiento de la educación primaria en el país, le preguntaba a los niños: “¿Cómo quieres que le obedezcan y te sirvan bien y con presteza si tus maneras para con ellos son bruscas […]?”. Sentencia: “Obsérvalos, obsérvalos y comprenderás que ellos piensan y sienten, y gozan y sufren y aman y detestan” (“Respetad a los animales (Para los niños)”, 3 de junio de 1918, Fray Mocho).
La Sociedad Forestal Argentina
Fundada por el ingeniero Orlando Williams en 1910 con el apoyo del diario La Prensa, contaba con el objetivo principal de concientizar al sector gobernante y a la sociedad argentina sobre los beneficios culturales, económicos y ambientales de los árboles (Kaltmeier, 2022; Tobal, 1950). En propias palabras de uno de sus miembros, la Sociedad Forestal se proponía “incitar la iniciativa individual, social y la intervención del Estado, a favor de la propagación y defensa del árbol”, en busca de “promover la conservación y repoblación de los bosques naturales; impulsar el desarrollo de la industria frutícola y sus derivados”. En fin, “patrocinar o prestigiar la Fiesta del Árbol, en todo el país, y el cultivo de las plantas útiles y de adorno; promover conferencias y publicar trabajos científicos y de divulgación […]” (“Los amigos de los árboles”, 17 de septiembre de 1915, Fray Mocho).
La misión cultural y conservacionista responde a una mirada heredada por las elites del siglo XIX, quienes asociaban la campaña bonaerense con la “idea de pobreza, de atraso, de pesadumbre”, parajes en los cuales no existía ni “una rama [que] intercepte [los rayos del sol]”, teniendo paisajes “sombríos sin sombra” (“El amor a los árboles”, 1 de septiembre de 1916, Fray Mocho). Como se sostuvo en el anterior párrafo, el árbol tendría una doble misión benéfica: una cívica y otra económica. En primer lugar, transformaría la campaña bonaerense al estilo de las campiñas europeas. En segundo lugar, la madera de especies nativas y exóticas podría utilizarse en diversas industrias. En este pensamiento también se observa la influencia paisajística francesa, de la cual Carlos Thays –miembro de la sociedad– fue su mayor exponente en el país (Silvestri, 2011).
Además, la Sociedad Forestal Argentina tuvo entre sus objetivos promover fiestas en todo el territorio nacional, siendo la más importante el patrocinio del Día del Árbol, que ya se festejaba desde el 3 de septiembre de 1903 (Imagen 2). Otro objetivo fue insertar la temática del cuidado de los árboles en la educación primaria y las publicaciones oficiales, ya que “el trato con la naturaleza es uno de los ingredientes de la democracia”. Un ambiente desprovisto de árboles no podría generar esa “influencia” dado que el “niño se educa en el trayecto de su casa a la escuela y de la escuela a su casa” (“Reflexiones en el día del árbol”, 5 de septiembre de 1917, Mundo Argentino).
Hacia la década de 1910, la Sociedad luchó por la sanción de leyes que buscaban la protección de los bosques y la creación de parques nacionales (Kaltmeier, 2022; Tobal, 1950). Estos propósitos, que eran acogidos por parte de las elites intelectuales y políticas del país (Kaltmeier, 2022: 29), se divulgaron a través de la prensa escrita y gráfica, muchas veces por artículos firmados por la pluma de sus miembros: Constancio C. Vigil y Miguel Ángel Tobal.4
Imagen 2
El día del árbol en Viedma. 15 de septiembre de 1915, Fray Mocho
En este contexto, la década de 1910 coincidió con el período de mayor actividad de la Sociedad Forestal Argentina. En la antesala de la Primera Guerra Mundial, Miguel Ángel Tobal y Carlos Thays, ambos miembros de la Sociedad, habían participado de conferencias en Francia, Bélgica y Suiza sobre la conservación de los bosques en la Argentina y la creación de parques nacionales para su resguardo. Por ejemplo, Carlos Thays asistió en representación de la Argentina al Congreso Forestal Internacional de París de 1913 (Kaltmeier, 2022: 35). Miguel Ángel Tobal recordaba que “en dicho congreso se aprobó esta conclusión: ‘El árbol debe preocupar seriamente a los hombres de gobierno […]. Desgraciado el país sin árboles, que cifre su riqueza en el producto de su suelo; su vida será fatalmente precaria’” (“El árbol”, 9 de junio de 1915, Mundo Argentino). Los contactos trasnacionales entre la Sociedad argentina y las del mundo francófono estaban relacionados a la francofilia existente entre parte de la intelectualidad argentina del período. Quienes integraban la Sociedad Forestal identificaban a los árboles y campañas de Francia y Bélgica como un signo de civilización, lo que se pondrá de manifiesto en sus publicaciones durante la guerra.
En resumen, ambas sociedades habían tomado fuerza a principios del siglo XX, insertándose en diferentes esferas públicas para expandir sus propósitos por fuera de los ámbitos intelectuales. La prensa ilustrada, de cariz popular, fue uno de los medios a través de los cuales difundieron sus artículos de opinión acompañados de imágenes y gráficos. Por ende, a raíz del estallido de la Primera Guerra Mundial y el arribo de los relatos y fotografías sobre la destrucción de la naturaleza, se intensificarían los debates y representaciones locales.
La naturaleza como víctima de la guerra
Los animales
Durante la Gran Guerra, las noticias llegadas desde el frente referidas a la movilización de animales domésticos y su sufrimiento desembocaron en una intensa publicación de artículos y fotografías en las revistas ilustradas porteñas. Es menester remarcar que no solo se reprodujeron noticias, sino que se problematizó el rol de los animales en la guerra, pues “por hablar tanto de las hazañas de los hombres en la guerra, se olvida casi siempre a sus fieles compañeros de fatigas” (“Notas de la guerra”, 13 de abril de 1918, Caras y Caretas).
El corresponsal de Caras y Caretas, Javier Bueno, comentaba que los animales de tiro, tras largas jornadas, caían extenuados por no poder “soportar las fatigas de una marcha forzosa”, y “los rosarios de cadáveres de caballos, de bueyes y mulas señalan las huellas del paso de los invasores” (“‘Caras y Caretas’ en Rumania. Con el ejército del mariscal Mackensen”, 24 de febrero de 1917, Caras y Caretas). De esta manera, los lobos, perros salvajes y aves tenían su festín, ya que “un campo de batalla con sus soldados muertos y caballos destrozados por la metralla” debía ofrecer “grandes atractivos” (“Los animales y la guerra”, 22 de junio de 1918, Caras y Caretas). Además, animales salvajes como osos, lobos, tejones y jabalíes huían de los cañones, “huyendo de Francia y de Bélgica a Luxemburgo, a Suiza y a otras regiones donde reinaba la paz” (“Los animales y la guerra”, 2 de mayo de 1917, Mundo Argentino).
Una de las temáticas más difundidas fue la de los campos repletos de animales eviscerados, calcinados y gimiendo tras las batallas, con sus antiguos amos enterrándolos con rudimentarias herramientas. Esto observaría Juan José de Soiza Reilly, corresponsal de La Nación y Fray Mocho. Desde el frente oriental polaco, comentaría que, pese a que “ha visto […] muchos soldados despedazados por la metralla”, ninguno “lo [había] entristecido” más que un caballo moribundo que se quejaba y lamentaba. Aquel lloraba “con unos bufidos lentos y profundos”, alumbrándose la vida sólo en sus ojos, “unos grandes ojos negros y tristes de caballo que siente la desesperación y la vergüenza de morir por la patria, como un hombre!”. El teniente Schmid, quien acompañaba el corresponsal por aquellas tierras, entre lágrimas y compasión le acertaría un tiro en la frente para terminar con su dolor: “brota de los ojos del caballo una mirada de agradecimiento. Parece una oración al Dios de los Caballos!” (“‘Fray Mocho’ en la guerra – En la Polonia rusa”, 29 de enero de 1915, Fray Mocho). Las consecuencias de “la sofisticada tecnología bélica, con efectos devastadores sobre los combatientes” (Tato, 2017: 84), también fue sufrida por los compañeros de fatigas de los hombres.
Otro cronista de Atlántida, bajo el pseudónimo de “El Sastre del Campanillo”, sostenía que, “con la guerra actual, se han hecho añicos los principios fundamentales de la religión, de la patria, de la familia, de la justicia, de la sabiduría, de la caridad […] las bases pues de la mentalidad humana” (Imagen 3). De esta manera, no podrían “codearse los hombres y los animales”, ya que estos últimos ahora pertenecían “a una raza que nunca asesinó a sus congéneres, ni mató a las hembras, ni a sus hijos”. Por eso, “a medida que pasan los años”, concluye, “va uno tomando más cariño a los animales” (“Mi gato ha muerto. Hombres y animales, todos somos uno”, 27 de junio de 1918, Atlántida).
Imagen 3
Mi gato ha muerto. Hombres y animales, todos somos uno. 27 de junio de 1918, Atlántida
La imagen que acompaña al artículo, en primera instancia no parece guardar relación con el contenido del texto ni con su título. No obstante, la ilustración de Soldati, quien firma en el margen inferior izquierdo, merece dos comentarios. En primer lugar, muestra a uno de los tantos animales movilizados durante el conflicto: los perros sanitarios. La movilización de animales en el frente occidental constó principalmente de mulas, bueyes y caballos –tras el fracaso de la caballería, convertidos en animales de tiro–, perros sanitarios y palomas mensajeras (Storey, 2014; Phillips, 2018).5 Los gatos no eran utilizados especialmente por los ejércitos, pero su presencia en las trincheras también era grande, pues “venían huyendo de las casas destruidas por los proyectiles” (“Los animales y la guerra”, 16 de agosto de 1916, Mundo Argentino). Además, eran eficaces cazadores de ratas (Storey, 2014: 15). En segundo lugar, el autor dibuja a este presunto sabueso muy delgado y llorando, demostrando así una empatía hacia el animal que está sufriendo, no solo porque su compañero humano de tareas está muerto, sino también por los estragos y carestías de la guerra hacia la que fue movilizado. Poco queda de heroico y de propaganda en esta ilustración de un campo de batalla (Burke, 2001: 182). Aquí se plasma la visión del dibujante sobre las noticias que llegan desde el frente referidas al sufrimiento de los animales a la luz de una sensibilidad proteccionista.
La motorización de la guerra no causó la desmovilización de los animales en el conflicto bélico, sino que estos ocuparon roles secundarios, principalmente cuando esta se volvió estática y los recursos debían movilizarse por terrenos pantanosos, anegados y vigilados por las tropas enemigas (Phillips, 2018: 61). Las cifras sobre la cantidad de animales movilizados por los ejércitos son diversas, ya que no solo se cuentan aquellos utilizados previamente por los ejércitos, sino también los confiscados a la población pues la mortalidad era alta.6 En este sentido, las muertes fueron más debido a las enfermedades, la fatiga y el maltrato, que por la metralla (Singleton, 1993; McEwen, 2017: 137). Los combatientes humanos, por lo contrario, murieron más debido a los combates que a las enfermedades (Becker, 2015: 1034).
Para otorgar una idea sobre la masividad de las cifras, el ejército británico movilizó, hacia 1918, 791.696 animales de tiro en todos sus frentes: 510.000 eran caballos (Phillips, 2018), teniendo en la antesala de la guerra a disposición únicamente 25.000 (Singleton, 1993). Los equinos utilizados por el ejército británico sufrieron una merma alarmante hacia 1917. La movilización pública británica por el trato hacia los animales, que se venía estimulando desde la guerra Anglo-Bóer, generó que se reforzaran los cuerpos de veterinarios y hospitales en el frente para curar y vigilar el buen trato hacia los caballos,7 indispensables durante el pico de la guerra de trincheras (McEwen, 2017).
Organizaciones proteccionistas, como la Cruz Azul y la Estrella Roja, buscaron juntar donaciones para la asistencia de los animales en el frente y en la retaguardia. La prensa argentina divulgó estas sociedades británicas como novedad, junto a las sociedades de ayuda humanitaria que se creaban en suelo rioplatense para los combatientes franceses, belgas e ingleses (Tato, 2017: 82-83), con una probable intención de torcer la opinión pública hacia posiciones aliadófilas (Imagen 4). Los anglosajones portarían, de esta manera, el estandarte de la civilización al haber desarrollado agrupaciones que cuidaban de sus animales de guerra.
Imagen 4
La Cruz Azul para los caballos heridos en la guerra. 20 de marzo de 1915, Caras y Caretas
En este conflicto de carácter global, que no diferenció entre civiles y combatientes (Tato, 2017: 77), los animales domésticos también sufrirían penurias en la retaguardia. Se preguntaba un periodista bajo el pseudónimo de Teófilo Gautier sobre qué pensarían “nuestros amigos inferiores” durante el sitio de París en la primera batalla del Marne (1914), al verse inmersos en un “movimiento insólito de la población” y al “cambio generalizado del traje civil por el uniforme militar” (Imagen 5). La ilustración que acompaña el artículo, a diferencia de la Imagen 3, no muestra un campo de batalla, pero sí una ciudad desolada de arquitectura tradicional francesa. Donde coinciden es en la figura que sitúan en primera plana: nuevamente se nos detalla un perro con la cola metida y mirada triste, con claros signos de desnutrición. El ilustrador transmite en esta imagen el sufrimiento de los animales “civiles”. Ante la carestía de alimentos y las racionalizaciones,8 ellos se preguntarían: “¿De qué somos culpables y por qué se nos castiga por faltas que no hemos cometido?”. Relata los sacrificios de perros y gatos a causa de este tema, como también de los “amigos de cuatro patas” que quedaban abandonados buscando en cualquier transeúnte o viajero “un patrono nuevo” para recibir un poco de comida. Por el lado de los pájaros, por práctica o por necesidad de su carne ante la carestía de bienes en la ciudad sitiada, estos se negaban “a creer que esos disparos fueran dirigidos contra ellos” (“Los animales durante el sitio”, 10 de octubre de 1914, Caras y Caretas).
Desde Fray Mocho, un cronista anónimo se preguntaba si, “imitando el ejemplo que les están dando los hombres desde hace más de dos años”, los animales no retrocederían “al salvajismo atávico, hasta aquellos que parecían haberse civilizado” (“¿Vuelven las bestias al estado salvaje? Cosas de la Europa convulsionada”, 19 de enero de 1917, Fray Mocho). Otro cronista, retomando un pedido del diario estadounidense Tribune de sacrificar a los perros para aumentar las reservas de alimentos en Estados Unidos, comentaría que estos estaban “salvando vidas humanas, con riesgo de la propia, en los campos de batalla”. Los perros protegían “a mujeres y niños contra otros animales, por lo común humanos, mientras los hombres están en la guerra” (“Matemos a los hombres”, 3 de enero de 1918, Fray Mocho).
Imagen 5
Los animales durante el sitio. 10 de octubre de 1914, Caras y Caretas
El tema de las racionalizaciones también llegó al Río de la Plata. Un artículo de Caras y Caretas lamentaba la triste decisión del gobierno argentino de habilitar el sacrificio de equinos en el mercado de hacienda de Mataderos. La fotografía que acompaña el artículo muestra a los animales con una aparente postura de indiferencia ante el destino que les aguardaba, situándolos como víctimas inocentes de la guerra (Imagen 6). Se buscaba suplir los altos costos de la carne vacuna, que había pasado “a la categoría de bocatto di cardinale” a causa de “esta guerra nefasta [que] ha dado pretexto a toda clase de recursos” (“El sacrificio de los equinos…”, 6 de mayo de 1916, Caras y Caretas). La carne equina no era consumida masivamente en la sociedad rioplatense por cuestiones culturales, encontrándose su faena reglada por el Estado.
La necesidad de materias primas intensificó las explotaciones agroganaderas y la industria lanera (Caravaca, 2011). La carne vacuna, principalmente la enlatada, pese a ser una de las exportaciones más abundantes de la Argentina durante el conflicto, aumentó su precio a nivel local. Esto perjudicó a la ya golpeada clase trabajadora (Van der Karr, 1974; Belini y Badoza, 2014; Rayes, 2014; Suriano, 2017), lo que habilitó la faena de carne equina que se contradecía con las pautas culturales locales. Esta es una de las demostraciones del carácter global y total de la guerra, al movilizarse los recursos de los países no beligerantes que afectaron su estructura económica y profundizaron las desigualdades sociales (Keller, 2018: 6-8).
Imagen 6
El sacrificio de los equinos… 6 de mayo de 1916, Caras y Caretas
La problematización del sufrimiento de los animales durante la Gran Guerra se ha destacado en varios artículos publicados en las revistas ilustradas porteñas. Cronistas y lectores se encontraban familiarizados con estas cuestiones a raíz de la militancia de la SAPA desde fines del siglo XIX. La acción de las sociedades protectoras y la institucionalización de algunos saberes y prácticas referidos al trato hacia los animales explican la ampliación de la temática en la opinión pública (Singleton, 1993: 9; Pearson, 2012: 123). No se podría explicar el interés creciente del tema únicamente por la acción de los miembros de la SAPA o del arribo de noticias e imágenes sobre la destrucción del mundo natural. La presencia de una opinión pública ávida y acostumbrada a la cuestión proteccionista resulta fundamental (Singleton, 1993: 179), ya que venía gestándose un cambio cultural desde fines del siglo XIX. Esto explicaría el hecho de que no se rastreara el accionar directo de los miembros de la SAPA en la publicación de estos artículos, como si veremos que sucedió con los miembros de la Sociedad Forestal Argentina. Por último, las noticias no problematizaron el accionar de uno u otro bando beligerante sobre el destino de los animales, sino que se registra una postura imparcial hacia su sufrimiento como meras víctimas de las sociedades humanas.
Los árboles
La Primera Guerra Mundial, como se ha dicho anteriormente, movilizó los recursos técnicos y científicos de los estados beligerantes en busca de la victoria final. Esto llevó a una intensificación del aparato industrial, que proveyó al frente de máquinas, químicos y recursos para hacerle frente a los combates encarnizados entre ambos bandos (Keller, 2016: 63). La Gran Guerra, de esta manera, no solo acrecentó la mortalidad de las armas y las secuelas físicas, sino también las marcas que quedarían en el ambiente.
La prensa ilustrada porteña, a raíz de la difusión de la cámara fotográfica en el frente (Stichelbaut, 2006: 162), reprodujo noticias y fotografías que delatarían la destrucción de las campiñas francesas y belgas ante el avance de las tropas alemanas. La ofensiva teutona sobre la “Bélgica mártir” (Tato, 2017: 80) derivó en la difusión de la destrucción de aquellos paisajes del noroeste de Francia cargados de simbolismos, con campos labrados, bosques y aldeas pintorescas.
Desde Montmirail, un artículo firmado por la pluma de Javier Bueno nos describe que “las aldeas y los campos pasaron a ser depósitos militares”, una especie de ciudades ambulantes que contrastan con “las aldeas en ruinas” y que van “atravesando haciendas que debieron estar labradas” y también “viñedos arrasados” (“Visiones del campo de batalla del Aisne. Nuestro corresponsal hacia la línea de combate”, 7 de noviembre de 1914, Caras y Caretas). Héctor Manfredi comenta que, pese a que algunos civiles franceses resistieron la destrucción de sus pueblos quedándose allí frente al avance de las tropas invasoras, “ahora reina un silencio de muerte. Parece que todo estuviera desierto y deshabitado […]. Por todas partes ruinas; trincheras llenas de agua; la tierra removida; montones de alambres con púas; paquetes de cartuchos” (“En las regiones devastadas: Reims”, 3 de mayo de 1919, Caras y Caretas).
Estos ejemplos dan cuenta del tipo de relatos que se podían encontrar en la prensa durante la guerra. Es menester remarcar que los corresponsales también percibieron una recuperación rápida de la naturaleza allí por donde los ejércitos habían transitado: “la naturaleza ciega, sorda, insensible, que ignora nuestra existencia” rebrota con la llegada de la primavera. Pese a la guerra, “el labriego tiene el bancal arado, y relleno el surco de semilla”, pues “la tierra nada tiene que ver con sus odios, y no por ellos va a interrumpirse el curso de la vida” (“Campos de muerte”, 11 de junio de 1915, Fray Mocho). En esta sintonía, lejos del frente, donde todo tiene “la monotonía triste de las catástrofes”, la naturaleza rebrota: “la campaña está verde, reluciente, lavada por la lluvia” (“Nuestros corresponsales en los sitios de combate”, 21 de noviembre de 1914, Caras y Caretas).
Siguiendo al historiador Tait Keller (2014), el ambiente en el frente occidental recuperó su curso normal rápidamente, a pesar de las marcas que dejaban los combates. Empero, la destrucción del mundo no-humano presentó pérdidas que no operarían únicamente a nivel material, sino también simbólico (Brantz, 2009: 68-69). La afinidad francófila de parte de la sociedad argentina problematizó la destrucción de aquellos paisajes que definían su propia identidad por ser foco de lo que entendían por “civilización” (Compagnon, 2014: 90-91). Por lo tanto, la destrucción del patrimonio cultural, de lo imperecedero, es lo que consternó a la opinión pública argentina. Si bien los campos y la vida cotidiana buscaban encontrar un rumbo entre los escombros, los árboles que le daban identidad a Lorraine, Arrás o Compaigne estaban siendo destruidos (Williams, 2006: 267-268). Esto explica la preferencia de las noticias sobre la destrucción del paisaje en el frente occidental por sobre los otros frentes de la guerra, en un claro uso político aliadófilo y francófilo.
La llegada de noticias sobre la destrucción del frente occidental francés, con sus aldeas, granjas y bosques, resonaría con fuerza no solo entre los miembros de la Sociedad Forestal, sino también en un sector de la población que, como hemos visto, encontraba allí una afinidad cultural. Un corresponsal de Fray Mocho comentaría que “los rastros de la guerra son como las huellas de las enfermedades de la piel”, sobre todo en países civilizados como Francia, “cultivada, peinada y acicalada por veinte siglos de civilización y de trabajo intensivos. […] ¡Qué destrozos deja en ella la guerra!”. Continuaría reflexionando que “la guerra es el contrapeso fatal de todos los movimientos que intenta la humanidad para perfeccionarse. […] Progreso, que tejes y destejes: Penélope que a nadie aguardas…” (“Por los campos de la guerra”, 18 de junio de 1915, Fray Mocho).
Si bien la teoría del espacio propone que los individuos y colectivos adquieren un sentimiento de apego hacia los ambientes en los que conviven y con los que interactúan (Clayton y Opotow, 2003: 29-30), la preocupación en parte de la opinión pública argentina por la destrucción de los bosques franceses se podría explicar por dos cuestiones. La primera es la francofilia ya mencionada de parte de la intelectualidad argentina. Además, los miembros de la Sociedad Forestal Argentina poseían lazos con sociedades filantrópicas y científicas de Francia y Bélgica, pues para ellos “la impresión más intensa de civilización, no la dan en Europa las grandes capitales, con sus palacios y avenidas, sino la campiña de Loraine y de Bélgica” (Tobal, 1950: 91). La segunda es la percepción de que la deforestación ya no era un problema a nivel local, sino trasnacional, por las consecuencias ambientales de su gradual desaparición (Williams, 2006: 359-360; Kaltmeier, 2022). Aquí entra en escena la difusión en la opinión pública del conservacionismo por parte de los miembros de la Sociedad Forestal Argentina.
En un artículo firmado por Miguel Ángel Tobal, ruega que “en una nueva conferencia, esta vez más eficaz que la reunida en La Haya [1907]”, se tratase la cuestión de la destrucción de los árboles. Para él, en los casos de “arboricidio” que se evidenciaron en el frente occidental “bajo el hacha bárbara del teutón”, no solo se perdió la riqueza forestal de Francia, sino también un “orgullo del mundo” perteneciente “a la humanidad”. Sentencia: “Condenados sean los que han perpetrado semejante parricidio” (“Las heridas de los árboles. Las necrosis del leño. La destrucción de árboles en Francia”, 8 de noviembre de 1917, Fray Mocho). Otro artículo comenta que los alemanes, tras su retirada, habían destruido un almendro, a juicio del periodista, por simple malicia (Imagen 7). Este cayó “herido de muerte en las granjas de Europa, no por la ciega metralla de las baterías, sino por la dentada hoja de acero que empañara un brazo movido a impulsos de feroces sentimientos de odio” (“Amigos y enemigos de los árboles”, 6 de septiembre de 1917, Fray Mocho).
Imagen 7
Amigos y enemigos de los árboles. 6 de septiembre de 1917, Fray Mocho
Una vez finalizada la guerra, el Servicio Forestal de Francia estimó la pérdida de 350.000 hectáreas de bosque en las regiones de Lorena, Arras, Champagne y la Argona (Brantz, 2009: 82). Una legislación internacional eficaz sobre esta temática debería aguardar, pues la fallida Sociedad de Naciones no se haría eco de estas cuestiones.9 Se lamentaba el corresponsal F. Ortiz Echagüe, que recorrería la Francia en la inmediata posguerra:
¡Y la tragedia de los árboles! Ni los perfiles de los muros entre montones de escombros, ni las techumbres calcinadas, ni los campanarios decapitados superan en potencialidad emotiva a estos árboles mártires que componen gestos de humano dolor. Parece que la hoz insaciable, acabada la siega de la mies viril, ha querido talar la foresta. Las encinas milenarias del bosque de la Argona, los castaños próceres, los pinos fragantes también han combatido, como los hombres. Aquí están sus cadáveres astillados, desgajados, goteando todavía sangre aromosa (“La guerra y los árboles”, 9 de diciembre de 1919, Fray Mocho).
Como hemos observado, la destrucción de los árboles en el frente occidental impactó en el imaginario porteño a causa de una afinidad filantrópica hacia estas temáticas, a la vez que los paisajes rurales franceses y belgas poseían una carga simbólica. En este sentido, los artículos no solo se horrorizan frente a la destrucción de las nuevas tecnologías bélicas, sino que percibían acciones negativas y adrede sobre la naturaleza, la cual, además de tener un valor simbólico, tiene un valor ecológico que superaba las fronteras. La demonización de los alemanes por sus acciones sobre los árboles fueron una forma de darle sentido a la destrucción (Winter, 2022: 6).
La temática de la destrucción y degradación de las áreas forestales hizo mella en la prensa ilustrada porteña durante y a causa de la Gran Guerra. A través de la acción de los miembros de la Sociedad Forestal y de otros periodistas, se divulgaron artículos problematizando la aceleración de la deforestación y la falta de una legislación eficaz para su regulación y protección. Al usarse conceptos como “parricidio”, “arboricidio” y “árboles mártires”, se buscó concientizar al público sobre la necesidad de cuidar a los árboles localmente a través de las noticias llegadas desde la guerra sobre la destrucción de aquel “patrimonio de la humanidad”.
Conclusiones
Este trabajo indagó en las representaciones y debates sobre el mundo no-humano en las más importantes revistas ilustradas argentinas durante la Gran Guerra. Luego de abarcar la temática de la protección de los animales y los árboles, arribamos a las siguientes conclusiones.
La República Argentina no estuvo ajena al movimiento conservacionista y proteccionista y, hacia comienzos del siglo XX, se encontraban ampliamente difundidas sociedades filantrópicas de este tipo. Por un lado, la Sociedad Forestal Argentina se encargó de difundir e institucionalizar saberes sobre la conservación de los árboles. La década de 1910 fue un momento álgido en el debate sobre la conservación de los bosques nacionales y la forestación en las ciudades y el campo. Además, existía una circulación transnacional de saberes, contando la Sociedad Forestal Argentina con nexos con sociedades norteamericanas y europeas.
Por otro lado, la Sociedad Argentina Protectora de Animales (SAPA), integrada también por ciudadanos que solían pertenecer a las elites sociopolíticas, accionaba desde 1884. Estaba al frente a la defensa de los animales domésticos y salvajes del ámbito citadino a través de días festivos, sanción de leyes, poder de policía e inserción de estas temáticas en las rúbricas escolares.
La difusión de imágenes y crónicas que tenían como víctimas al mundo no-humano y que no fueron censuradas por las agencias estatales generaron impactos a causa de que la opinión pública porteña se encontraba sensibilizada en temáticas referidas a la conservación del mundo natural. En este sentido, se observa, ya entrado el siglo XX, una difusión institucional y extrainstitucional de diversas prácticas proteccionistas hacia el mundo biológico y físico, que comenzaban a contar con el respaldo de una opinión pública con sensibilidad hacia esos temas. A diferencia de los artículos que hablaban sobre el sufrimiento del mundo animal, aquellos sobre la conservación de los árboles contaban con la autoría de los miembros de la Sociedad Forestal Argentina, evidenciando la reciente actividad pedagógica que estaba desempeñando aquella sociedad y que partía principalmente de sus afiliados.
En conclusión, la Primera Guerra Mundial, con sus características industriales y totales, avanzó sobre el mundo natural físico y biológico. Estas imágenes de destrucción y muerte se difundieron a través de la prensa ilustrada, la cual encontró no solo un público ávido por estas noticias, sino también un debate interno que se interrelacionó con lo que sucedía en Europa. De esta manera, el presente trabajo aporta una nueva perspectiva sobre los impactos culturales de la Gran Guerra en algunos sectores sociales que no solo discutieron sobre las consecuencias políticas, económicas o culturales de la guerra, sino también sobre el ambiente.
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Sobre el autor
Nicolás Fernán Rey es Magíster en Historia por el Instituto de Altos Estudios Sociales de la Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM), Profesor en Docencia Superior por la Universidad Tecnológica Nacional (UTN) y Licenciado en Historia por la Universidad del Salvador (USAL). Es miembro del Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue), en el Instituto de Historia Argentina y Americana “Dr. Emilio Ravignani”, y profesor en la Universidad del Salvador. Sus campos de interés son la Historia Ambiental y la Historia Social y Cultural de la Guerra. Actualmente se dedica al estudio de la prensa argentina y sus miradas sobre la destrucción de la naturaleza durante la Primera Guerra Mundial.
https://orcid.org/0000-0003-1288-0087
About the author
Nicolás Fernán Rey holds a Master’s degree in History from the Institute of Higher Social Studies at the Universidad Nacional de San Martín (IDAES-UNSAM), a degree in Higher Education from the Universidad Tecnológica Nacional (UTN), and a Bachelor’s degree in History from the Universidad del Salvador (USAL). He is a member of the Historical Studies Group on War (GEHiGue) at the Institute of Argentine and American History “Dr. Emilio Ravignani” and a professor at the Universidad del Salvador. His areas of interest include Environmental History and Social and Cultural War History. Currently, he is dedicated to the study of the Argentine press and its perspectives on the destruction of nature during the First World War.
1 Por “ambiente” entendemos a todo aquello no-humano –biológico y físico, es decir, la naturaleza– que interacciona con la especie humana y su creación material y cultural (Agnoletti y Serleri, 2014).
2 Los trabajos más notables que abordan el período y hacen mención a la Primera Guerra Mundial son los de Antonio Elio Brailovsky (2006) y Gustavo Zarrilli (2004 y 2008). No obstante, abordan los impactos materiales del conflicto, principalmente la deforestación a causa del cese de importación del carbón mineral inglés.
3 La Sociedad Protectora de Animales de Rosario fue la primera del país al fundarse en 1871. Empero, su campo de acción fue mucho más débil y efímero (Piazzi y Corti, 2021).
4 Ambos pertenecieron a la Sociedad Forestal Argentina. El primero, además de ser director de Mundo Argentino, adhería a una postura americanista y nacionalista (Alvez, 2023: 16-17). El segundo era el tesorero de la sociedad y director de los Anales de la Sociedad Forestal. Reconocía tener una postura marcadamente francófila (Tobal, 1950).
5 Quedan excluidos del presente análisis los animales utilizados para las pruebas de químicos, psicofármacos y armas. Nos centraremos únicamente en aquellos que fueron movilizados hacia el frente por los ejércitos o que sufrieron los estragos directos de la guerra junto a la población civil.
6 Se habla de 14 millones de animales movilizados, de los cuales 10 millones morirían durante el conflicto (Thomas, 2019).
7 Por el lado británico se encontraban los Veterinaty Services. La entrada de los Estados Unidos en la guerra reforzó los cuerpos veterinarios en el frente francés, al enviarse los Veterinary Corps. En 1918 ya operaba en Neufchateu (Francia) el primer Hospital Veterinario del frente occidental (Merillat y Campbell, 1935: 632).
8 Los animales domésticos eran sacrificados por sus dueños ante la falta de alimentos por las racionalizaciones, tanto por pedido de las autoridades como por la empatía de sus dueños para no dejarlos abandonados ante el avance de las tropas enemigas (Kean, 2017).
9 En 1913 se produjo en Berna la Conferencia Internacional sobre la Protección de los Paisajes. En el mismo año se dictaminó una Declaración Internacional por los Derechos de la Naturaleza. No obstante, la “guerra europea” pausó estas iniciativas. Recién en 1923 se daría en París el I Congreso Internacional para la Protección de la Naturaleza.