Entre “contingente de sangre” y “gloria barata”:

desempeño militar de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires en las campañas militares contra la Confederación (1852-1861)[1]

 

 

Juan B. Leoni

 

CONICET – Universidad Nacional de Rosario, Argentina

jbleoni@hotmail.com

 

Fecha de recepción: 21/02/2024

Fecha de aprobación: 27/03/2024

 

Resumen

La Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires constituyó un poderoso referente identitario para la dirigencia política y la opinión pública porteñas en los años en que la provincia estuvo separada de la Confederación (1852-1861). Ampliamente celebrada, la Guardia Nacional urbana adquirió el rol simbólico de una fuerza ciudadana multisocial comprometida con la defensa de la libertad y las instituciones. En este trabajo se revisa su participación en las principales campañas bélicas de la época (sitio de Buenos Aires, Cepeda, Pavón), especialmente a la luz de afirmaciones de Bartolomé Mitre, máximo promotor de la mística heroica de la milicia urbana, respecto al riesgo moral y político que su empleo acarreaba, así como sobre las precauciones supuestamente tomadas por él para evitar su sacrificio en batalla.

 

Palabras clave: Guardia Nacional, Buenos Aires, Confederación, Desempeño militar, Bartolomé Mitre

 

 

Between “blood tribute” and “cheap glory”: military performance of the National Guard of the city of Buenos Aires in the military campaigns against the Confederation (1852-1861)

 

Abstract

The National Guard of Buenos Aires city constituted a powerful identity reference for the capital’s political elite and public opinion while the Province remained separated from the Argentine Confederation (1852-1861). Widely celebrated, the urban National Guard attained a symbolic status as a multi-social citizen force deeply committed to the defense of liberty and republican institutions. In this paper, its participation in the main military campaigns of the time (siege of Buenos Aires, Cepeda, Pavón) is analyzed, especially in light of Bartolome Mitre’s –the greatest promoter of the urban militia’s heroic mystique– claims about the moral and political risks its use in combat entailed, as well as about the precautions he supposedly took to protect it in battle.

 

     Keywords: National Guard, Buenos Aires, Confederation, Military performance, Bartolomé Mitre

 

 

Introducción

La Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires constituyó un poderoso referente identitario para la dirigencia política y la opinión pública porteñas durante la década en que la provincia de Buenos Aires permaneció separada de la Confederación Argentina (1852-1861). Ampliamente celebrada y glorificada, su poderoso rol político y simbólico como fuerza de ciudadanos en armas ha sido extensamente indagado (Amigo, 1999; Lettieri, 2003; Eujanian, 2011), no así su desempeño estrictamente militar en las campañas en que participó. En este trabajo se aborda la participación de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires, en particular de los batallones de infantería que constituían el grueso de esa fuerza, en las principales campañas bélicas que enfrentaron a la provincia segregada con la Confederación. Se analiza su actuación en el sitio de Buenos Aires por fuerzas federales (1852-1853) y en las grandes batallas campales de Cepeda (1859) y Pavón (1861). El desempeño militar de los cuerpos ciudadanos se examina especialmente a la luz de afirmaciones que Bartolomé Mitre, máximo promotor de la mística heroica de la milicia urbana, hiciese en epístolas privadas respecto al riesgo moral y político que su empleo acarreaba, así como sobre las precauciones supuestamente tomadas por él para evitar su sacrificio en batalla. El trabajo se encuadra así en enfoques recientes sobre el estudio del combate y los combatientes, retomando desde la perspectiva académica una temática que ha estado tradicionalmente reservada a la historia militar clásica (Rabinovich, 2017). Se busca contribuir, de esta forma, al desarrollo de una historia de la guerra amplia y renovada en sus intereses y abordajes (Rabinovich, 2013 y 2017; Lorenz, 2015; Soprano y Rabinovich, 2017; Soprano, 2021).

El abordaje de las campañas militares que aquí se presenta se vale tanto de fuentes primarias (partes oficiales de batallas, relatos testimoniales y estudios con pretensión historiográfica realizados por participantes de los hechos) como de análisis posteriores llevados a cabo sobre todo por historiadores militares. Aún con la relativa escasez de fuentes primarias disponibles y los sesgos que resultan de la pertenencia a uno de los bandos enfrentados (e. g. Bustamente, 1854; Núñez, 1892; Esteves Saguí, 1980, simpatizantes del lado porteño), es posible lograr una caracterización de grano grueso que permite responder al objetivo del trabajo, aunque obviamente susceptible de profundizarse con estudios específicos adicionales. Por limitaciones de espacio, se soslaya la discusión del contexto político-económico de las campañas tratadas, enfocándonos exclusivamente en los cuerpos de la Guardia Nacional de la capital y su participación en las campañas.

 

La Guardia Nacional: ideal cívico, riesgo político

Creada en la provincia de Buenos Aires el 8 de marzo de 1852, tras la batalla de Caseros, la Guardia Nacional tuvo como propósito reemplazar a las antiguas milicias del régimen rosista en el nuevo orden político que por entonces emergía. Empleando un nuevo nombre, inspirado en las milicias revolucionarias francesas, su organización, sin embargo, seguía basada en los mismos principios que regían formalmente la movilización de milicias en el Río de la Plata desde 1823 (Allende, 1955). Es decir, los ciudadanos de entre 17 y 45 años estaban obligados a alistarse en la Guardia Nacional activa, que se instruía regularmente y se convocaba para complementar al ejército de línea permanente (aunque existían numerosas causales de excepción, así como la posibilidad de contratar personeros para evitar cumplir con el servicio). Los ciudadanos de entre 45 y 60 años de edad, por su parte, se enrolaban en la Guardia Nacional pasiva, que se convocaba en casos de extrema necesidad (invasión del territorio o rebelión interna), aunque generalmente cumplía un rol auxiliar (Beverina, 1921; Allende, 1955).

La institución de la Guardia Nacional cobraría una gran importancia en los años de segregación de la provincia de Buenos Aires del resto de la Confederación, cumpliendo un destacado rol, tanto en el aspecto militar como en el político y simbólico (Amigo, 1999; Lettieri, 2003; Eujanian, 2011; Canciani, 2012). En efecto, como señaló Lettieri (2003), se construyó en esos años la representación del guardia nacional como ciudadano armado en defensa de su terruño, lo que permitió instalar en la sociedad una serie de comportamientos, emblemas, virtudes y aspiraciones compartidas, y aportó a construir una identidad común. Y fue indudablemente Mitre quien, apelando a una larga tradición miliciana porteña, le imprimió una mística heroica, exaltándola como un héroe cívico colectivo (Lettieri, 2003: 112), aunque estrechamente asociado a su propia trayectoria personal como principal líder político y militar porteño (Míguez, 2018). A través de múltiples discursos, proclamas y arengas, Mitre apeló al sentimiento patriótico de la ciudadanía para defender la libertad y los intereses de Buenos Aires. Usando expresiones como la conocida “ciudadanos de todas las clases, a las armas” (en “Proclama llamando á las armas á la Guardia Nacional de Buenos Aires. Septiembre 15 de 1852”, Arengas de Bartolomé Mitre [ABM], 1902: 40) y denominaciones tales como “soldados del pueblo” (en “Proclama del Gobernador de Buenos Aires y General en jefe de sus ejércitos á los Guardias Nacionales que regresaron de la campaña de Pavón. Enero 18 de 1862”, ABM, 1902: 225), “bayonetas cívicas”, “batallones populares” o “sostenedores de las libertades” (en “Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”, ABM, 1902: 223), Mitre vinculó a la milicia urbana con la tradición de Mayo, representada por los antiguos cuerpos de Patricios y Cívicos y comprometida con la defensa de la libertad y las instituciones.

Ahora bien, si esa concepción podría caberle a la figura del guardia nacional en general, en la práctica se estableció una notable diferencia entre los milicianos de la capital y los de la campaña. En efecto, fueron los primeros los principales acreedores de esa alta consideración. La Guardia Nacional de la campaña, por su parte, cargaba fundamentalmente con la pesada misión de la defensa de la frontera sur, actividad mucho menos romántica que implicaba poco más que, parafraseando a Mitre (en “La conscripción militar. Discurso pronunciado en la Cámara de Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 170), la ingrata tarea de defender las vacas y yeguas de los estancieros. Si la Guardia Nacional de la capital obtendría una alta valoración pública y motivaría a jóvenes distinguidos a unirse a ella con entusiasmo y patriotismo, su homóloga de la campaña concitaría un entusiasmo mucho menor, enfrentando la indiferencia de los ciudadanos o incluso un abierto rechazo a servir en ella (Literas, 2014-2015: 100). En todo caso, nunca sería objeto de la ponderación y estima social tan ostentosamente expresada para con los milicianos de la capital.

La glorificación de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires tomó múltiples formas y fue sostenida tanto por las instituciones de gobierno y los discursos oficiales como por constantes referencias en la prensa. Se expresaba también en las puestas en escena que se desplegaban en fiestas públicas y reuniones políticas, en los arcos de triunfo temporarios que se erigían para tales ocasiones, así como en el arte pictórico de artistas como Juan León Pallière y otros (Amigo, 1999). Hubo también obras literarias, como el folletín Camila, ó la virtud triunfante, de Estanislao del Campo (1856), y obras de teatro, como El sitio de Buenos Aires (1852-1853). Drama histórico en cuatro actos, de Dardo Rocha (1988 [1909]), que tenían como personajes a jóvenes de buena familia que se unían patrióticamente a la Guardia Nacional para defender a Buenos Aires de la tiranía y en las cuales se refiere a los milicianos urbanos con calificativos tales como “mozos decentes” (Rocha, 1988 [1909]: 68), “sus más esclarecidos hijos”, “valientes defensores de las instituciones de Buenos Aires” o “los de kepí y camiseta azul” (Del Campo, 1856: 23, 38, 34, respectivamente).

Era común en estas exaltaciones enfatizar el carácter multisocial de esta fuerza, resaltando que estuviese integrada por personas de distintas clases sociales y ocupaciones. Así por ejemplo, se expresaba en diarios de la época: “El elegante león de nuestros altos salones, el infeliz jornalero, el rico comerciante, el humilde dependiente igualados por la ley que nivela todas las condiciones con el fusil y la camiseta del Guardia Nacional” (Los Debates, 12/13 de abril de 1858 [citado en Amigo, 1999: 40]); o “[u]n abogado tomará su fusil para montar la guardia como un artesano, un millonario del mismo modo que un jornalero” (El Nacional, 30 de octubre de 1858 [citado en Amigo, 1999: 40]). De la misma forma, la conocida acuarela de Pallière, Guardia Nacional en la Plaza de la Victoria (ca. 1858), que representa a una patrulla de milicianos urbanos en esa plaza porteña, resalta la diversidad social y étnica de sus integrantes, idealizando de esta forma a la Guardia Nacional como fuerza de la libertad e igualdad republicanas (Amigo, 1999: 39). No obstante, en otras ocasiones, lo que parece realmente valorarse es que los ciudadanos de las clases acomodadas tomaran las armas. Así, testigos y partícipes de los distintos hechos de la época, como Julio Núñez y José Luis Bustamante, exaltaban en sus escritos a los “jóvenes millonarios” (Núñez, 1892: 101) y a “los ciudadanos mas distinguidos y la juventud mas recomendable” (Bustamante, 1854: 126), que constituían los verdaderos ejemplos de virtud republicana, siendo sus eventuales pérdidas las que realmente se lamentaban (ver, por ejemplo, Bustamante, 1854: 288, con relación a las “victimas ilustres entre la juventud distinguida” durante el sitio de Buenos Aires de 1852-1853).

La valoración romantizada del Guardia Nacional urbano, sin embargo, encontró también desacuerdos y resistencias. Como ha señalado Eujanian (2011) en su estudio del discurso político porteño de la época, las tensiones entre la representación heroica de la milicia cívica y la resistencia de la población al reclutamiento y al “tributo de sangre” (sensu Núñez, 1892: 63) que demandaba fueron crecientes a lo largo de esos años. Tanto fue así que el propio Mitre se refirió a ello en varias de sus famosas proclamas (ver “Proclama llamando á las armas á la Guardia Nacional de Buenos Aires. Septiembre 15 de 1852” y “Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”, ABM, 1902: 39 y 224, respectivamente) y el gobierno de Buenos Aires tuvo que tomar distintas medidas para asegurar el enrolamiento en la Guardia Nacional (Bustamante, 1854; ver también Barcos, 2023: 142).

Asimismo, Eujanian destacó el carácter situacional del discurso de Mitre (2011: Nota 16). En efecto, si en las proclamas públicas exaltaba la visión heroica de los hijos de Buenos Aires y su papel indispensable en la defensa de las instituciones republicanas, en otras ocasiones expresaba una opinión más matizada. Así, en el discurso en favor de la conscripción pronunciado en la Cámara de Representantes en 1857 (“La conscripción militar. Discurso pronunciado en la Cámara de Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 164-172), se explayaba sobre la influencia nociva que habían tenido las milicias en la historia argentina como generadoras de revoluciones, caudillos y tiranos. Si bien exceptuaba explícitamente a la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires, a la que reconocía como una “influencia saludable”, promovía abiertamente el reemplazo de las milicias por un ejército permanente basado en la conscripción universal.

Más relevantes a los fines de este trabajo son los significativos resquemores que Mitre manifestara en el fuero íntimo acerca del empleo en campaña de la Guardia Nacional de la capital. En su correspondencia personal con funcionarios gubernamentales previa a la batalla de Pavón, Mitre expresará de manera franca sus preocupaciones respecto al real valor de la Guardia Nacional urbana. En efecto, en una carta del 15 de agosto de 1861, escrita en Rojas, cuartel general del ejército en operaciones, y dirigida al gobernador interino de la provincia, Manuel Ocampo (Archivo del General Mitre [AGM], 1911a: 58-66), Mitre le señala que:

por mucho que sea el heroísmo de la guardia nacional y el de las madres y las esposas que mandan sus hijos al combate, él no resistiría á cien muertos tendidos en el campo de batalla, y que la corona de triunfo de Buenos Aires llevaría eternamente sobre sí el crespón negro que simbolizase el dolor de tal sacrificio (AGM, 1911a: 60).

Una opinión similar le había comunicado días antes a Juan A. Gelly y Obes, Ministro de Guerra y Marina de la provincia. En una carta fechada el 12 de agosto de 1861, también desde Rojas (AGM, 1911a: 337-339), Mitre le manifestaba que mantendría a los batallones de la Guardia Nacional de la ciudad en la reserva y bajo su directo mando (AGM, 1911a: 338), confesándole sus temores:

comprendo que hay un secreto que hace nueve años guardo en mí y es que el heroísmo de la guardia nacional de Buenos Aires no resistiría á cien muertos de los que la componen, porque una victoria comprada á precio de esas víctimas, sería una derrota moral que desangraría por muchos años; por eso me ha visto usted siempre al lado de la guardia nacional de Buenos Aires, tanto en los sitios como en Cepeda, poniéndome el primero á su frente, para proporcionales gloria segura y barata. Quede esto entre nosotros (AGM, 1911a: 338).

De esta forma, en estas epístolas Mitre se aleja de las alabanzas públicas, como las expresadas unos días antes cuando despedía a la Guardia Nacional de la ciudad que partía a la campaña (“Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón, Julio 1°de 1861”, ABM, 1902: 223-224), y expone un descarnado análisis de los potenciales costos políticos y morales que entrañaba el uso de la altamente valorada milicia urbana. El poderoso símbolo identitario, el referente heroico cívico tan laboriosamente construido y sostenido, se convertía ahora en un riesgo político, fuente de funestas consecuencias si los avatares de la contienda bélica se abatían sobre él. Aún más interesante es la afirmación de que en campañas previas se había esforzado por proporcionarle a la Guardia Nacional de la ciudad una “gloria segura y barata”. ¿Significa esto que hubo un uso conservador de los “batallones populares” en campaña, intentando evitarles situaciones de riesgo? Abordaremos esta cuestión a continuación.

 

Organización de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires

Tradicionalmente, las unidades milicianas que se reclutaban en la ciudad de Buenos Aires correspondían principalmente a tropas de infantería, como los renombrados Patricios y Cívicos con los que se buscó explícitamente identificar a la recientemente creada Guardia Nacional (Allende, 1955). Si bien también había fuerzas de caballería, como el Regimiento de Caballería Extramuros formado por personal de la zona suburbana (Canciani, 2015), fueron los batallones de infantería miliciana los que concitaron en la opinión pública y en el imaginario social de la época la valoración y el prestigio simbólico arriba señalados. Además de la conexión con la antigua tradición militar porteña, la preeminencia de los cuerpos de infantería hallaba también justificación en la concepción militar de Mitre que, a la manera europea contemporánea, otorgaba a la infantería un rol principal. En efecto, ya en un artículo publicado en 1846, Mitre había señalado la importancia de la guerra regular, heredada de la tradición militar europea, como sostén de la libertad y la civilización, restando cualquier mérito a lo que otros llamaban la “guerra americana” o “la montonera”. Así, Mitre afirmaba que “la infantería era el arma de las batallas; la artillería el núcleo de los puntos fuertes, y la caballería la que completaba la victoria” (11 de febrero de 1846: 9), desplazando de esta forma a la tradición rioplatense de predominio de la caballería como “primera y única arma de las batallas” (Mitre, 11 de febrero de 1846: 9). Intentaría, con suerte dispar, imponer esta concepción en las campañas de Cepeda (1859) y Pavón (1861).

Según Miguel Esteves Saguí (1980: 156), ya a los pocos días de la batalla de Caseros algunos ciudadanos de Buenos Aires habían comenzado espontáneamente a organizarse y armarse, agrupamiento provisional que luego se formalizaría como Guardia Nacional. Como señala Julio Núñez (1892: 11-12), tras el decreto de marzo de 1852 se formó un regimiento de dos batallones, el 1° integrado por habitantes del norte de la ciudad y el 2°, por habitantes de la parte sur. Los ciudadanos convocados eligieron a sus oficiales (Esteves Saguí, 1980: 158) y el vestuario fue costeado por cada guardia nacional (Núñez, 1892: 12-13). Estos cuerpos participaron en la Revolución del 11 de septiembre de 1852, aunque sin entrar en combate con las fuerzas federales del general Galán, que se replegaron sin combatir. A pesar de ello, la Guardia Nacional urbana saldría muy prestigiada de estos hechos y enseguida comenzaría su asociación indisoluble con la figura de Bartolomé Mitre, quien, recién retornado del exilio, los recibiría de la breve campaña, elogiándolos y presentándolos como ejemplos de abnegación y patriotismo. Lograría, según Núñez (declarado admirador de Mitre y él mismo guardia nacional), “infiltrar con sus palabras en el corazón de la juventud el santo amor á la patria, y en términos tan entusiastas y viriles, que desde ese momento el elocuente tribuno de las sesiones de Junio, fué el hombre mimado del pueblo porteño” (Núnez, 1892: 44). Mitre sería inmediatamente nombrado comandante de la Guardia Nacional. A pesar de ejercer el cargo por un muy breve lapso, del 14 de septiembre al 1 de noviembre de 1852 (Fariní, 1970: 33), se consolidaría, en buena medida merced a su innegable habilidad política, como autoproclamado líder espiritual de la fuerza, aún después de dejar de ser su comandante inmediato.

Mitre, por entonces coronel, se abocó a reorganizar la Guardia Nacional, decretándose el 14 de septiembre la presentación en el término de 24 horas de todos los individuos obligados a enrolarse en ella, lo que motivó una conocida proclama de Mitre (“Proclama llamando a las armas á la Guardia Nacional de Buenos Aires, Septiembre 15 de 1852”, ABM, 1889: 39-40). Se establecieron tres batallones de infantería: el 1° al mando de Emilio Conesa, el 2° comandado por  José M. Bustillo y el 3° (de pardos y morenos) al mando de Domingo Sosa, totalizando unos 2.000 efectivos (Ñúnez, 1892: 48). A cada batallón se le agregó una compañía de línea de 120 plazas, como  forma de apuntalar a los noveles cuerpos milicianos (Núñez, 1892: 50). Es de suponer que en este período, bajo la tutela directa de Mitre, la Guardia Nacional de la ciudad intensificó su entrenamiento, superando las notorias deficiencias que se habían manifestado en la breve campaña previa, donde, según Núñez (1892), primó un entusiasmo amateur, afortunadamente no puesto a prueba en combate real.

La Guardia Nacional de la capital experimentará una gran expansión durante el sitio de Buenos Aires por fuerzas federales entre diciembre de 1852 y julio de 1853, llegando a contar con varios cuerpos de infantería (así como de caballería y artillería), que se destacaron tanto en la defensa de las fortificaciones que rodeaban la ciudad como en salidas ofensivas (ver más abajo). La Guardia Nacional de la capital no intervendría contra las incursiones de los emigrados porteños en 1854 y 1856 ni en la defensa de la frontera sur y las campañas ofensivas contra los grupos originarios pampeanos de 1855 y 1858 (Ruiz Moreno, 2008). El peso de la acción en ambos casos lo cargaron los cuerpos de línea y la Guardia Nacional de la campaña, entendiendo Mitre que encontraría poca predisposición en la ciudadanía metropolitana si intentaba movilizarla a tal fin (en “La conscripción militar. Discurso pronunciado en la Cámara de Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 170).

Un nuevo cambio en la estructura de la Guardia Nacional de la capital se efectuó el 4 de diciembre de 1857, como parte de una reforma general de la milicia provincial (Canciani, 2014). Se disolvieron los seis batallones de infantería de la capital que quedaron tras el sitio de 1852-1853[2] y se los reemplazó por cuatro regimientos de dos batallones cada uno (Núñez, 1892: 92). Si bien cada regimiento contaba con un jefe y una plana mayor, no fueron concebidos como unidades tácticas, en tanto sus batallones no entrenaban para operar de manera conjunta en campaña, sino que se movilizaron alternativamente cada vez que fue necesario. Según relata Núñez (1892: 93), estos batallones fueron equipados con uniformes nuevos y buen armamento y correajes, señalando que se estableció una competencia entre los distintos cuerpos, cuyos integrantes recaudaban dinero para adquirir mejores uniformes y costear bandas de música que se mostraban en desfiles y celebraciones patrias (Núñez, 1892: 93). Con esta organización la Guardia Nacional urbana participaría en las campañas de Cepeda (1859) y Pavón (1861) contra la Confederación, así como en la Guerra del Paraguay (1864-1870).

En todo el período aquí considerado, los batallones de la Guardia Nacional siguieron la organización típica de la infantería de la época. Estaban compuestos por una plana mayor, cuatro compañías de fusileros, una de granaderos y una de cazadores, con unos efectivos teóricos de alrededor de 500 plazas (Listas de Revista. (1859, 1861). Archivo General de la Nación).

Desempeño en combate de la Guardia Nacional de la capital

Sitio de Buenos Aires, 1852-1853

El 1 de diciembre de 1852, el coronel Hilario Lagos, comandante del Departamento Centro de la provincia, se levantó en armas contra las autoridades de Buenos Aires. El levantamiento cosechó el apoyo de otros comandantes de la campaña, que movilizaron fuerzas de línea y milicias con las que se establecieron en los suburbios de la capital (Saldías, 1910; Lagos, 1972; Barcos, 2023). El día 7, columnas sublevadas penetraron en la capital buscando tomar instalaciones militares y apoderarse de armas y pertrechos. En estas circunstancias se produciría un hecho altamente simbólico para la glorificación de la Guardia Nacional, al movilizar espontáneamente contingentes para enfrentar a los incursores, junto con algunas fuerzas de línea. Asimismo, en este contexto Mitre consolidaría su figura como líder militar y moral de la Guardia Nacional, al atribuirse el éxito de frustrar la toma del cuartel del Batallón 1° de Línea en el Retiro por fuerzas sublevadas, comandando un reducido grupo de Guardias Nacionales (Mitre, 1897: 30-31).[3]

Sin embargo, este éxito inicial no evitó el sitio de la ciudad por parte de los sublevados, que se extendería hasta el 14 de julio de 1853 con el apoyo de Urquiza, quien, tras ser autorizado por el Congreso Constituyente en enero de 1853, se movilizó en apoyo de los sitiadores con fuerzas navales y terrestres. Los sitiados se abocaron con prontitud a construir una elaborada línea defensiva, que sería sostenida por unos 8.000 efectivos y entre 50 y 70 piezas de artillería (Bustamante, 1854; Núñez, 1892; Lagos, 1972; Ruiz Moreno, 2008; Barcos, 2023). Mitre, por su parte, ejercería como Jefe de Estado Mayor del ejército de la ciudad y presidente de la comisión de fortificaciones (Fariní, 1970: 34).

Tras las escaramuzas del 7 de diciembre, la Guardia Nacional se movilizó al completo (Cuadro 1), quedando su orden de batalla constituido de la siguiente manera: 1° Batallón “General San Martín”; 2° Batallón “Coronel Eusebio Mitre”; 3° Batallón “Voluntarios”; 4° Batallón “Coronel Sosa”; 5° Batallón “Alcaldes y Tenientes”; 6° Batallón “Buenos Aires” (ex-Batallón 4° de Línea rebajado a Guardia Nacional); Batallón “Legión Cazadores Nacionales de Escucha”; Batallón “Guardia Nacional de Policía” y Batallón “Guardia Nacional Pasiva” (Bustamante, 1854; Núñez, 1892; Saldías, 1910; Fantuzzi, comunicación personal, 2017 y 2024).[4] Este último agrupaba a individuos de entre 40 y 60 años, llegando a contar con unos 900 efectivos. Se destinó fundamentalmente al servicio urbano, aunque en algunas ocasiones prestó servicio en los cantones defensivos y guarneciendo buques (Bustamante, 1854: 31). Agrega Núñez que “en ese batallón sentaron plaza ancianos venerables y ciudadanos distinguidos por sus condiciones y posicion social” (1892: 58). Si nos atenemos a las afirmaciones de José Luis Bustamante (1854: 37), sin embargo, de los demás cuerpos mencionados tan solo los Batallones 1° y 2° respondían al paradigma glorificado del miliciano urbano, en tanto estaban “compuestos de jóvenes distinguidos en su mayor parte”.

Tabla

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Cuadro 1. Cuadro comparativo de cuerpos de infantería participantes en las campañas que aborda el trabajo

 

Fuente: Elaboración propia con datos de Bustamante (1854), Núñez (1892), Saldías (1910), AGM (1911b, 1912), Beverina (1921), Goyret (1965), Lagos (1972) y Fantuzzi (2014, comunicación personal 2017 y 2024).

 

El rol principal de los batallones de la Guardia Nacional urbana fue ocupar sectores de la línea defensiva (Figura 1). Su actividad bélica consistió sobre todo en participar de escaramuzas y tiroteos que se desarrollaban casi a diario, cuando partidas federales se acercaban para hostigar los puestos avanzados y cantones defensivos (Bustamante, 1854; Núñez, 1892; Lagos, 1972; Ruiz Moreno, 2008). Más ocasionalmente, unidades de la Guardia Nacional participaron, junto con tropas de línea y legiones extranjeras, en salidas en regla efectuadas por la guarnición sitiada, tales como la del 25 de diciembre de 1852 en la zona de Barracas (Bustamante, 1854: 67) o la del 21 de enero de 1853, cuando una fuerza combinada incursionó casi hasta San José de Flores, cuartel general de los sitiadores (Bustamante, 1854: 122-126; Núñez, 1892: 63; Esteves Saguí, 1980: 273). Esta última acción ocuparía un lugar central en la épica de la Guardia Nacional, ya que en ella “pagó su tributo de sangre, y peleando como buenos y bravos cayeron Aminio Murga, Pablo Valiero y el capitán Núñez (correntino)” (Núñez, 1892: 63), los dos primeros pertenecientes a “familias distinguidas de la Capital” (Bustamante, 1854: 124). Las exequias de estos oficiales se llevaron a cabo con gran pompa y solemnidad en la catedral y epitomizaron el lugar que había adquirido la Guardia Nacional como actor central en los hechos del momento, tanto en su rol militar –combatiendo a la par de los veteranos de línea– como simbólico –el pueblo en armas sacrificándolo todo en defensa de la libertad y las instituciones.[5]

Mapa

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Figura 1. Croquis del sitio de Buenos Aires, indicando ubicación de cuerpos de infantería de la Guardia Nacional de la capital

Fuente: Adaptado de Lagos (1972: Figura 10). Ver también Barcos (2023: Figuras 1 y 4).

El desempeño heroico y patriótico de la Guardia Nacional que los testimonios de la época se esmeraron en resaltar no alcanza a disimular, sin embargo, que el entusiasmo parece no haber sido absoluto ni compartido inquebrantablemente por toda la población de la capital. En efecto, el pormenorizado relato de Bustamante (1854: 78-79, 105-106, 161, 207, 373-374) indica que en varias ocasiones el gobierno debió intervenir para asegurar el enrolamiento en la Guardia Nacional, evitar evasiones y castigar deserciones (ver también Barcos, 2023).

Tras el levantamiento del sitio y la victoria porteña, la Guardia Nacional sería licenciada por decreto del 19 de julio de 1853. El 28 de ese mes se efectuó una gran revista de la Guardia Nacional en la Plaza de la Victoria, entregándoseles banderas con inscripciones alegóricas a su participación en la campaña y celebrándose luego banquetes de despedida (Bustamante, 1854: 617-618; Núñez, 1892: 85-86). La reputación de la Guardia Nacional quedaba bien afianzada, cimentada tanto en sus méritos militares como en las bajas sufridas (“contingente de sangre”, en palabras de Mitre en “Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”, ABM, 1902: 223), constituyéndose a partir de esos momentos en una fuerza de guerra importante y en un espacio central de construcción y militancia política (Lettieri, 2003; Eujanian, 2011; Canciani, 2012).

Campaña de Cepeda, 1859

La Guardia Nacional urbana será nuevamente movilizada para la campaña de Cepeda en 1859. Al hacerse inevitable las hostilidades, se procedió a formar un ejército de operaciones al mando de Mitre, quien fue ascendido a coronel mayor (general) el 27 de mayo de 1859 (Fariní, 1970: 42). Se  decidió movilizar dos batallones de infantería de la milicia urbana que, en un principio, se conformarían con efectivos procedentes de los cuatro regimientos existentes por entonces (Luqui-Lagleyze, 1995: 182). Sin embargo, pronto se dio marcha atrás con este procedimiento, por entenderse que podría perjudicar la disciplina y el espíritu de cuerpo, tanto de los batallones originales como de los de nueva creación (Núñez, 1892: 95). Se recurrió entonces al sorteo de los batallones que se movilizarían, el día 29 de mayo de 1859, resultando elegidos el 2° Batallón del 3° Regimiento (al mando de José M. Morales)[6] y el 1° Batallón del 4° Regimiento (al mando de Adolfo Alsina). Según Núñez (1892: 95), estos dos batallones salieron a unirse al resto del ejército un mes después, perfectamente armados y equipados.[7] Los batallones urbanos representaron un cuarto de los cuerpos de infantería movilizados para la campaña (aunque no necesariamente de los efectivos reales desplegados) (Cuadro 1).

Paralelamente, se organizó un ejército de reserva, comandado por el coronel Julián Martínez y con Domingo F. Sarmiento como jefe de Estado Mayor, en el que se integraron el Batallón 2° del 1° Regimiento (comandado por Emilio Castro) y el Batallón 2° del 2° Regimiento (al mando de Juan Martín) (Núñez, 1892: 98-99). Ante el pedido de refuerzos de parte de Mitre, el gobierno provincial envió, el 11 de septiembre, al primero de los cuerpos mencionados a San Nicolás, donde reforzó la guarnición local y ayudó a sofocar motines en esa localidad y en San Pedro, aunque no llegó a participar en la batalla de Cepeda (Núñez, 1892: 103-104, 101). Este batallón, en el cual servía el propio Núñez, encarnaba a la perfección los valores morales que se atribuían a los soldados cívicos de la capital, estando formado por “la juventud más distinguida de Buenos Aires” (Cárcano, 1921: 722, Nota 1; ver también Núñez, 1892: 101). Tal vez por ello, Sarmiento le dedicó una encendida arenga de despedida, reflejando claramente el alto valor simbólico que pesaba sobre este cuerpo y sobre la Guardia Nacional de la capital en general (Núñez, 1892: 100). En cuanto al batallón comandado por Martín, se le ordenó también desplazarse a San Nicolás para reforzar al ejército en campaña, aunque solo había llegado hasta Zárate al momento de producirse la batalla.[8]

En la batalla ocurrida en la cañada de Cepeda (partido de Pergamino, provincia de Buenos Aires) el 23 de octubre de 1859, los dos batallones de la Guardia Nacional de la capital se ubicaron a la derecha de la línea de batalla porteña, con los batallones de infantería de Línea 1° y 3° cubriendo sus flancos y una batería de artillería intercalada (AGM, 1912: 228-229) (Figura 2). Allí recibieron el ataque de tres batallones de infantería confederados formados en columnas paralelas, apoyados por baterías de artillería y por una columna de caballería de unos 800 efectivos. Mitre sostuvo que este ataque fue contenido por su fuego de artillería e infantería, circunstancia que aprovechó para ordenar una carga a la bayoneta de los batallones milicianos de Morales y Alsina y del 1° de Línea, obligando a las fuerzas federales a abandonar el campo de batalla (AGM, 1912: 231-232). Los partes confederados de la batalla, por su parte, no reconocen ningún desbande de sus fuerzas en ese sector, aunque sí lo reñido del combate (Ministerio de Guerra y Marina de la Confederación Argentina, 1860: 193).

Figura 2. Croquis de la batalla de Cepeda, indicando ubicación de batallones de la Guardia Nacional de la capital (celeste) y zonas donde se produjo el mayor número de bajas (amarillo)

Fuente: Adaptado de Beverina (1921: carta n° 3).

Sea como fuere, la situación parece haberse estabilizado lo suficiente en este sector del campo de batalla como para permitir a Mitre realizar un contraataque hacia su izquierda para reforzar al Batallón 2° de Línea (comandado por su hermano Emilio), único cuerpo sobreviviente del lado izquierdo de la formación porteña, que resistía formado en cuadro los embates confederados. Este movimiento lo encabezaron los dos batallones de línea, siguiéndole luego los de Guardia Nacional de la capital, formando una nueva línea de batalla en sentido transversal a la orientación inicial del encuentro. Durante la retirada nocturna hacia San Nicolás, tras la finalización de los combates y al verse rodeados por las fuerzas confederadas triunfantes, los dos batallones de la Guardia Nacional de la ciudad se ubicaron en el flanco izquierdo de la formación de marcha, sufriendo algunas bajas como consecuencia del hostigamiento de la caballería nacional (AGM, 1912: 238-239). Al llegar a San Nicolás, embarcaron en transportes que los trasladaron a Buenos Aires, sin participar del combate naval del día 25 (AGM, 1912: 242).

Cabe destacar que Mitre resaltó específicamente en su primer parte de la batalla, escrito en San Nicolás el 24 de octubre, el papel jugado por los dos batallones de la Guardia Nacional de la capital en la batalla de Cepeda, afirmando que “la Guardia Nacional de Infantería de Buenos Aires se ha cubierto de gloria derrotando á fuego y bayoneta á los tres mejores batallones del enemigo” (citado en Carrasco y Carrasco, 1897: 428). Hay que señalar también que, en este primer parte, Mitre no mencionó a ningún otro cuerpo participante en la batalla, ni de línea ni de milicias de la campaña, con lo cual el rol de los batallones urbanos parece evidentemente exagerado. De su segundo y mucho más pormenorizado parte, escrito el 8 de noviembre en la capital (AGM, 1912: 224-242), se desprende que los protagonistas principales en las acciones de Cepeda (y en el combate naval posterior) fueron en realidad los batallones de infantería de línea (1°, 2° y 3°). En efecto, ya no repetiría la afirmación exagerada del primer parte, quedando los guardias nacionales de la capital equiparados a los veteranos del ejército de línea.

¿Y qué hay de la “gloria segura y barata” que aseguraba haber proporcionado Mitre a los batallones urbanos en sus cartas de 1861? ¿Puede deducirse una intencionalidad de otorgarles protección al situarlos en la posición que ocuparon? Dos aspectos del despliegue utilizado apoyan esta presunción. En primer lugar, era bien conocida por Mitre y los altos oficiales porteños la preferencia táctica de Urquiza de disponer sus mejores divisiones de caballería entrerrianas formando el ala derecha de su ejército y encabezarlas personalmente en una carga formidable que por lo general resultaba decisiva (Beverina, 1921: 370-371, Nota 1). Esto había funcionado en Caseros y en batallas previas de las guerras civiles y volvería a funcionar en Cepeda (Figura 2). El posicionamiento de los batallones de la Guardia Nacional de la ciudad hacia la derecha de la línea de batalla los alejaba, por lo menos inicialmente, de las mejores tropas de la Confederación y del lugar donde solía darse el choque decisivo, aunque, por supuesto, no garantizaba que salieran indemnes del curso posterior que pudiesen tomar las acciones. En segundo lugar, la presencia del arroyo Cepeda a la derecha de la formación de infantería y artillería porteña otorgaba cierta protección contra el ataque de las fuerzas de caballería nacionales. Si bien no constituía un obstáculo insalvable, su presencia dificultaría el despliegue de las fuerzas confederadas. Así, las grandes masas de caballería que formaban el ala izquierda del ejército nacional terminarían influyendo poco en el combate, limitándose a operar sobre la margen derecha del arroyo, donde no había fuerzas porteñas significativas. Fuera que Mitre colocó a los dos batallones de la Guardia Nacional de la capital en la posición que ocuparon con estas consideraciones en mente o no, el desarrollo de la batalla mostró que, a la postre, esa ubicación los favoreció, al permitirles atravesar la acción con pocas bajas, a diferencia de sus homólogos de la campaña y de algunos de los cuerpos de línea ubicados en el otro extremo de la formación, que pagaron el “tributo de sangre” más elevado en esta batalla.

Campaña de Pavón, 1861

El fracaso de la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación tras la batalla de Cepeda y el subsiguiente Pacto de San José de Flores (11 de noviembre de 1859) condujo a un nuevo enfrentamiento armado. El choque decisivo se libró en Pavón (Departamento Constitución, provincia de Santa Fe) el 17 de septiembre de 1861, marcando el punto culminante de una década de enfrentamientos políticos y militares entre la Confederación Argentina y la provincia de Buenos Aires. En esta batalla se verá de manera más clara la intención de Mitre de proteger a la Guardia Nacional de la capital, tal como expresaba en sus epístolas previas a este enfrentamiento.

Según señala Núñez (1892: 117), los preparativos bélicos en la capital incluyeron durante el mes de febrero de 1861 el decreto de enrolamiento en la Guardia Nacional y el comienzo de los ejercicios doctrinales, a razón de dos veces por semana (Núñez, 1892: 117). El 30 de junio se llevó a cabo una gran revista militar de las fuerzas de línea y Guardia Nacional de la capital, en la que Mitre, que ahora era gobernador de la provincia y comandante en jefe de las fuerzas militares provinciales, les dirigió una  entusiasta proclama que apelaba a la mística patriótica de la Guardia Nacional y desplegaba toda la simbología y épica asociadas con ella (“Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón, Julio 1° de 1861”, ABM, 1902: 223-224).

Para esta campaña, Buenos Aires movilizó un gran ejército que, de acuerdo con la concepción militar de Mitre, incluía una sustancial fuerza de infantería de 18 batallones, de los cuales cuatro pertenecían a la Guardia Nacional de la capital (Cuadro 1). Es decir, los milicianos urbanos constituían nuevamente alrededor de un cuarto del total de los cuerpos de infantería (aunque no necesariamente, al igual que en Cepeda, de los efectivos empeñados). Los batallones de milicia urbana que marcharon a unirse al ejército que se concentraba en Rojas fueron: el 2° Batallón del 1° Regimiento; el 2° Batallón del 2° Regimiento; el 1° Batallón del 3° Regimiento y el 1° Batallón del 4° Regimiento (Núñez, 1892: 118; Fantuzzi, 2014). Su partida de la capital quedó inmortalizada en un cuadro de Pallière (Partida de la Guardia Nacional hacia Pavón, 1861. Museo Histórico Nacional, Ciudad Autónoma de Buenos Aires), que muestra a los soldados marchando en medio de una multitud que los vitorea (Amigo, 1999: 42).

Al examinarse el despliegue que diseñó Mitre para entrar en batalla, parece incuestionable su intención de proporcionar a sus queridos guardias nacionales urbanos una “gloria segura y barata”. Mitre desplegó la mayor parte de su infantería y artillería en una primera línea, con la caballería dividida en ambos flancos; una fuerte reserva de las tres armas se ubicaba a retaguardia, con el parque del ejército entre ésta y la primera línea (Figura 3). De los trece batallones que formaban la primera línea porteña, solo uno era de la Guardia Nacional de la ciudad, el 1° Batallón del 3° Regimiento, que integraba la 3° Brigada junto al 3° de Línea en el ala derecha de la formación. Los tres batallones restantes se ubicaron en la reserva, que marchaba a 500 pasos por detrás de la primera línea, dando seguridad a las carretas del parque y presta a repeler cualquier ruptura o envolvimiento de la primera línea que pudiese producirse (AGM, 1911b; Beverina, 1921; Goyret, 1965; Ruiz Moreno, 2008) (Figura 3).[9]

 

Figura 3. Croquis de la batalla de Pavón, indicando ubicación de batallones de la Guardia Nacional de la capital (celeste) y zonas donde se produjo el mayor número de bajas (amarillo)

Fuente: Adaptado de Goyret (1965: Anexo 2).

Al igual que nos planteamos para el caso de la batalla de Cepeda, ¿puede considerarse que esta ubicación en la reserva era más segura? Ciertamente, sustraería a estos batallones del fuego de la artillería e infantería confederadas, que esperaban el avance porteño desplegadas sobre la loma donde se ubicaba la estancia de Palacios, un riesgo alto que enfrentaron los batallones de la primera línea y que se concretó en la casi destrucción de la 1° Brigada del coronel Gainza, situada en el extremo derecho de la línea porteña (AGM, 1911b: 251). Pero tampoco constituía una posición exenta de peligros. Dada la conocida táctica de envolvimiento por las alas que empleaba Urquiza, no era improbable que la caballería nacional pudiese derrotar a su homóloga porteña y luego caer sobre la retaguardia de la primera línea, las carretas del parque y la reserva. Sin embargo, este peligro nunca se concretó; aun cuando ambas alas de caballería federal prevalecieron sobre las porteñas, el temido envolvimiento no se produjo.

A la postre, el desempeño de los batallones de la Guardia Nacional de la capital no estuvo en absoluto exento de riesgos, aunque no experimentaron bajas sustanciales. El batallón situado en primera línea no recibió un fuego de artillería tan devastador como el que afectó a los cuerpos ubicados a su derecha y combatió contra una brigada enemiga, derrotándola fácilmente (AGM, 1911b: 251). Los batallones urbanos ubicados en la reserva, por su parte, experimentaron distintas peripecias. Inicialmente, la 7° Brigada (2° Batallón del 1° Regimiento y 2° Batallón del 2° Regimiento) tuvo por misión la protección del parque y de la retaguardia de la batería de artillería principal de un potencial ataque de la caballería confederada. Para ello, formaron en cuadro varias veces, ante la proximidad de fuerzas de caballería que finalmente no atacaron. Luego, ante la crisis de la 1° Brigada en la derecha de la primera línea, Mitre envió al 2° Batallón del 2° Regimiento en su apoyo. Para ello, este cuerpo tuvo que recorrer una larga distancia hasta alcanzar a los restos de la 1° Brigada, formando en cuadro a su derecha, ante la amenaza de una columna de caballería federal que finalmente tampoco atacó. La 8° Brigada (1° Batallón del 4° Regimiento y 2° Sur), por su parte, se vio afectada por el desbande del ala izquierda de caballería. Ante ello, se le ordenó proteger  la retaguardia del ala izquierda de la primera línea y las carretas del parque, para lo cual debieron formar ambos batallones en cuadro y desprender guerrillas a los fines de contrarrestar la amenaza de la caballería federal que amagaba lanzarse al ataque (Díaz, 1861). En suma, los batallones de la Guardia Nacional urbana se vieron involucrados en diversas acciones durante el transcurso de la batalla. Sin embargo, sus pérdidas fueron, al parecer, sensiblemente menores que las de varios cuerpos de línea o de Guardia Nacional de la campaña que estuvieron en la primera línea (AGM, 1911b: 255).

La Guardia Nacional de la capital regresó triunfal a Buenos Aires en enero de 1862, encabezada por el propio Bartolomé Mitre y en medio de ostentosas manifestaciones de júbilo popular (Núñez, 1892: 123; Amigo, 1999: 44). El hecho quedó plasmado en obras pictóricas, como la de Luis Novarese (óleo sobre tela titulado Desembarco de tropas de Buenos Aires después de Pavón, Museo Mitre, Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y la de Jules Pelvilain (litografía coloreada titulada Desembarco de la valerosa Guardia Nacional de Buenos Aires al regresar victoriosa de su campaña el 18 de enero de 1862, Complejo Museográfico “Enrique Udaondo”, Luján), donde se muestra a la Guardia Nacional desfilando ante un pueblo efusivo y socialmente diverso (Amigo, 1999: 43). Como no podía ser de otra manera, Mitre dirigió una de sus encendidas proclamas, saludando y felicitando a los “soldados del pueblo” y “compañeros de armas”, protagonistas de la victoriosa campaña (“Proclama del Gobernador de Buenos Aires y General en jefe de sus ejércitos á los Guardias Nacionales que regresaron de la campaña de Pavón, Enero 18 de 1862”, ABM, 1902: 225-226).

Aunque excede a los propósitos de este trabajo, resulta interesante mencionar que la Guardia Nacional de la ciudad volvió a movilizarse con motivo de la Guerra del Paraguay (1864-1870), contribuyendo con una división integrada por cuatro batallones (Beverina, 1921; De Marco, 1995).[10] Las precauciones de Mitre en cuanto al uso de los guardias nacionales de la capital parecen haber continuado en esta costosa y larga guerra. Así, De Marco (1995: 126) sostiene que Mitre economizaba la participación de esta división “de un modo tan ostensible que causaba la reprobación de los propios beneficiarios”, al punto de retrasar notoriamente su entrada en combate en comparación con otros cuerpos, tanto de línea como de la Guardia Nacional de la campaña bonaerense y de las provincias del interior.[11]

 

Discusión y consideraciones finales

En las páginas precedentes se revisó la participación de los batallones de infantería de la celebrada Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires en las principales campañas militares contra la Confederación Argentina. Aún con las limitadas fuentes primarias disponibles, es posible realizar algunas puntualizaciones sobre su desempeño militar y sobre las afirmaciones que hiciera Mitre respecto a la protección que habría buscado otorgarle.

En primer lugar, y contrariamente a lo que su renombre y prestigio podrían llevar a pensar, la Guardia Nacional urbana no constituyó un cuerpo de elite en sentido estrictamente militar. En otras palabras, no estaba mejor entrenada ni equipada con armas de mayor capacidad que el resto del ejército (aunque sí parece haber contado con armamento y uniformes más nuevos y/o más completos); no estaba instruida para hacer cosas que otros cuerpos no podían; no se reservaba para emplearse en momentos críticos. Pero esto no significa que haya sido una fuerza ceremonial o de exhibición. Sus batallones alcanzaron un nivel de instrucción comparable al de los cuerpos de línea o milicias de la campaña, junto con los que se desplegaron en combate (a veces formando brigada con ellos), asumiendo los riesgos propios de una situación bélica.

En segundo lugar, ¿puede, al revisarse la actuación de los cuerpos milicianos urbanos, justificarse la ambiciosa[12] pretensión de Mitre de haberles garantizado “gloria segura y barata”? No es tan claro esto en las acciones del sitio de Buenos Aires de 1852-1853.[13] Allí Mitre comandó, en ocasiones, fuerzas combinadas de línea y guardia nacional en operaciones ofensivas contra los sitiadores, incluso resultando herido en una ellas (potreros de Langdon, 2 de junio de 1853, donde recibió la famosa herida que contribuyó a su prestigio y que fuera muy recordada por la historiografía afín [Míguez, 2018: 133]). Sin embargo, el peso principal de estas acciones lo llevaron los cuerpos de línea y las legiones de voluntarios extranjeros; la guardia nacional se ocupó fundamentalmente de defender secciones de la línea defensiva, aunque sufriendo bajas en el proceso. Por ello, su “contingente de sangre” en esta campaña parece indiscutible y la reputación adquirida en consecuencia, bien justificada; la supuesta protección otorgada por Mitre, por su parte, es más difícil de detectar a una escala de análisis de grano grueso como la aquí esbozada y requeriría de una investigación documental mucho más profunda de las acciones específicas ocurridas a lo largo del asedio de la capital (ver, por ejemplo, Fantuzzi, 2013).

El análisis de las batallas de Cepeda y Pavón, por otro lado, permite identificar intentos claros de Mitre –quizás más evidentes en la segunda de ellas– de proteger a los “batallones populares”, o al menos de situarlos en lugares donde inicialmente habría existido un riesgo menor. Obviamente, esta protección resulta relativa en un ámbito tan dinámico como una batalla campal del siglo XIX, donde un lugar seguro al comienzo podía muy rápidamente convertirse en peligroso. Pero, ya sea como resultado de la correcta lectura táctica de Mitre o del mero azar (o de una combinación de ambos), lo cierto es que los batallones de la milicia urbana transitaron ambas batallas alejados de las zonas en las que el ejército de Buenos Aires sufrió mayor número de bajas, otorgando así verosimilitud a las afirmaciones que Mitre realizara en sus epístolas privadas. Claramente, fueron sus colegas de línea y de la milicia de la campaña los que entregaron el mayor “contingente de sangre” en estas batallas, aunque no recibieron una celebración pública ni alcanzaron una popularidad comparable a la de los milicianos urbanos, resultando evidente que su uso en batalla no entrañaba los riesgos morales o políticos que Mitre tanto temía para su apreciada Guardia Nacional urbana.

 

Agradecimientos

A CONICET y a la Universidad Nacional de Rosario. Al profesor Marcelo Fantuzzi por compartir conmigo su notable conocimiento de la organización militar de la época. A los dos evaluadores/as anónimos/as que aportaron sugerencias muy útiles para mejorar este trabajo.

 

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Sobre el autor

Juan B. Leoni es Licenciado en Antropología por la Universidad Nacional de Rosario; MA y PhD in Anthropology por la State University of New York, Binghamton. Es Investigador Adjunto de CONICET y Profesor Titular en la carrera de Antropología de la Universidad Nacional de Rosario. Realiza investigaciones arqueológicas de emplazamientos militares fronterizos y campos de batalla del siglo XIX en las provincias de Buenos Aires y Santa Fe, Argentina.

 

Picture 1 https://orcid.org/0000-0002-4305-9841

 

 

About the author

Juan B. Leoni holds a degree in Anthropology from the Universidad Nacional de Rosario; MA and PhD in Anthropology from the State University of New York, Binghamton. He is an Adjunct Researcher at CONICET and Professor of Anthropology at the Universidad Nacional de Rosario. He carries out archaeological investigations of frontier military sites and battlefields of the 19th century in the provinces of Buenos Aires and Santa Fe, Argentina.



[1] El presente trabajo se basa en una ponencia presentada en la II Jornada de Investigadores en Historia de la Guerra y las Fuerzas Armadas (s. XIX-XXI), organizada por el Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue), 29-31 de agosto de 2023.

[2] El Reglamento de Guardia Nacional del 7 de agosto de 1856 había dividido a la ciudad en seis secciones, correspondiendo a cada una de ellas un batallón de infantería (Decreto sobre Guardia Nacional. (1857). Sala X 28-10-13, Archivo General de la Nación).

[3] Si bien simpatizantes y partidarios de Mitre como Núñez (1892: 55) y Bustamante (1854: 23) avalaron su versión de los hechos, algunos testigos presenciales cuestionaron la veracidad de su relato, minimizando su participación real y destacando al Ayudante Folgueras y a otros oficiales de línea y Guardia Nacional en la defensa del cuartel (Estévez Saguí, 1980: 257-258; Mariano Varela, citado en Saldías, 1910: 20, Nota 1).

[4] El orden de batalla de las fuerzas defensoras de Buenos Aires aquí presentado se aparta ligeramente de la versión más comúnmente reproducida en trabajos previos. Tradicionalmente se ha empleado como fuente principal un cuadro de estado de fuerzas publicado por Saldías (1910: 47, Nota 1), que fuera confeccionado por una “persona muy bien informada” (simpatizante federal o espía) y enviado al cuartel general del propio Hilario Lagos. Este cuadro es retomado por historiadores posteriores (e. g. Lagos, 1972; Barcos, 2023) y consigna un número de cuerpos ligeramente diferente al aquí presentado. Aquí se han seguido las investigaciones, desgraciadamente inéditas en parte, del profesor Marcelo Fantuzzi (comunicación personal, 2017 y 2024), experto en la organización militar de la época, quien tuvo la amabilidad de compartirlas con el autor de este trabajo.

[5] Según Bustamante (1854: 124), cayeron también varios individuos de tropa, quienes, sin embargo, no encontraron una repercusión comparable en las crónicas y los homenajes posteriores.

[6] Mitre, en su parte de la batalla, confunde la denominación de este batallón, nombrándolo como 1° Batallón del 3° Regimiento. Esta confusión es posteriormente reproducida en la mayoría de los trabajos que abordan la batalla de Cepeda.

[7] En efecto, los registros del Parque de Artillería (Parque de Artillería. (1859). Legajo X-19-07-04, Archivo General de la Nación) indican que el Batallón 1° del 4° Regimiento recibió armamento nuevo: 406 fusiles fulminantes, 9 carabinas fulminantes y 3 rifles, todos de procedencia inglesa.

[8] Este batallón también recibió, el 24 de septiembre de 1859, armamento nuevo para la campaña, consistente en 372 fusiles fulminantes franceses (Parque de Artillería. (1859). Legajo X-19-07-04, Archivo General de la Nación).

[9] Es interesante señalar que en su carta a Gelly y Obes del 12 de agosto de 1861, Mitre le expresaba que situaría a los cuatro batallones de Guardia Nacional de la capital en la reserva. La decisión de colocar uno de estos batallones en la primera línea es entonces posterior y podría reflejar la exigencia de su jefe,  oficiales y/o integrantes por tener un rol más activo en la inminente batalla o la necesidad de evitar la sospecha de favoritismo para con los cuerpos de la capital.

[10] 1° División de Buenos Aires, al mando de José María Bustillo, compuesta por el 1° Batallón del 1° Regimiento, el 1° Batallón del 2° Regimiento, el 2° Batallón del 3° Regimiento y el 2° Batallón del 4° Regimiento.

[11] El oficial Ignacio Fotheringham diría al respecto: “hasta en eso era cuidadoso y fraternal el General Mitre: Me imagino así, pues nadie me lo ha dicho, pero algunos centenares de damas porteñas, le han de haber insinuado ʻCuidado con hacer matar á mi hijo ó á mi hermanoʼ; y esa primera División de Buenos Aires, compuesta de la noble juventud porteña, la mezquinaba el General Mitre de una manera muy visible, según mi modo de ver, con grave resentimiento de parte de ellos los valientes muchachos, alejándolos lo más posible del foco de la muerte” (1908: 101).

[12] O incluso arrogante, según Saldías: “la arrogancia con que habla de la gloria conquistada no justifica, en modo alguno, el pesimismo del General respecto de los jóvenes soldados de la Guardia Nacional de la Capital que á sus órdenes, casi diariamente, se batieron contra soldados aguerridos en los años 1852 y 1853, y que á las órdenes de Conesa realizaron la famosa retirada militar de Cepeda” (1910: 171, Nota 1).

[13] Afirmaría, en este sentido, el feroz adversario de Mitre, Carlos D’Amico: “En el sitio de Buenos Aires mandaba toda la infantería de Guardia Nacional, lo que en realidad era como mandar nada, puesto que ella estaba diseminada en todos los cantones, y jamás se reunía para combatir” (1952[1890]: 76).