Entre “contingente de sangre” y “gloria barata”:
desempeño militar de la Guardia Nacional de la ciudad de
Buenos Aires en las campañas militares contra la Confederación (1852-1861)[1]
Juan B. Leoni
CONICET – Universidad Nacional de Rosario, Argentina
Fecha de recepción: 21/02/2024
Fecha de aprobación: 27/03/2024
Resumen
La Guardia Nacional de la
ciudad de Buenos Aires constituyó un poderoso referente identitario para la
dirigencia política y la opinión pública porteñas en los años en que la
provincia estuvo separada de la Confederación (1852-1861). Ampliamente
celebrada, la Guardia Nacional urbana adquirió el rol simbólico de una fuerza
ciudadana multisocial comprometida con la defensa de la libertad y las
instituciones. En este trabajo se revisa su participación en las principales
campañas bélicas de la época (sitio de Buenos Aires, Cepeda, Pavón),
especialmente a la luz de afirmaciones de Bartolomé Mitre, máximo promotor de
la mística heroica de la milicia urbana, respecto al riesgo moral y político
que su empleo acarreaba, así como sobre las precauciones supuestamente tomadas
por él para evitar su sacrificio en batalla.
Palabras clave: Guardia Nacional, Buenos Aires,
Confederación, Desempeño militar, Bartolomé Mitre
Between “blood tribute” and “cheap
glory”: military performance of the National Guard of the city of Buenos Aires
in the military campaigns against the Confederation (1852-1861)
Abstract
The
National Guard of Buenos Aires city constituted a powerful identity reference
for the capital’s political elite and public opinion while the Province
remained separated from the Argentine Confederation (1852-1861). Widely
celebrated, the urban National Guard attained a symbolic status as a
multi-social citizen force deeply committed to the defense of liberty and
republican institutions. In this paper, its participation in the main military
campaigns of the time (siege of Buenos Aires, Cepeda, Pavón) is analyzed,
especially in light of Bartolome Mitre’s –the greatest promoter of the urban
militia’s heroic mystique– claims about the moral and political risks its use
in combat entailed, as well as about the precautions he supposedly took to
protect it in battle.
Introducción
La Guardia Nacional de la
ciudad de Buenos Aires constituyó un poderoso referente identitario para la
dirigencia política y la opinión pública porteñas durante la década en que la
provincia de Buenos Aires permaneció separada de la Confederación Argentina
(1852-1861). Ampliamente celebrada y glorificada, su poderoso rol político y
simbólico como fuerza de ciudadanos en armas ha sido extensamente indagado
(Amigo, 1999; Lettieri, 2003; Eujanian, 2011), no así su desempeño
estrictamente militar en las campañas en que participó. En este trabajo se
aborda la participación de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires, en
particular de los batallones de infantería que constituían el grueso de esa
fuerza, en las principales campañas bélicas que enfrentaron a la provincia
segregada con la Confederación. Se analiza su actuación en el sitio de Buenos
Aires por fuerzas federales (1852-1853) y en las grandes batallas campales de
Cepeda (1859) y Pavón (1861). El desempeño militar de los cuerpos ciudadanos se
examina especialmente a la luz de afirmaciones que Bartolomé Mitre, máximo
promotor de la mística heroica de la milicia urbana, hiciese en epístolas
privadas respecto al riesgo moral y político que su empleo acarreaba, así como
sobre las precauciones supuestamente tomadas por él para evitar su sacrificio
en batalla. El trabajo se encuadra así en enfoques recientes sobre el estudio
del combate y los combatientes, retomando desde la perspectiva académica una
temática que ha estado tradicionalmente reservada a la historia militar clásica
(Rabinovich, 2017). Se busca contribuir, de esta forma, al desarrollo de una
historia de la guerra amplia y renovada en sus intereses y abordajes
(Rabinovich, 2013 y 2017; Lorenz, 2015; Soprano y Rabinovich, 2017; Soprano,
2021).
El abordaje de las campañas
militares que aquí se presenta se vale tanto de fuentes primarias (partes
oficiales de batallas, relatos testimoniales y estudios con pretensión
historiográfica realizados por participantes de los hechos) como de análisis
posteriores llevados a cabo sobre todo por historiadores militares. Aún con la
relativa escasez de fuentes primarias disponibles y los sesgos que resultan de
la pertenencia a uno de los bandos enfrentados (e. g. Bustamente, 1854; Núñez,
1892; Esteves Saguí, 1980, simpatizantes del lado porteño), es posible lograr
una caracterización de grano grueso que permite responder al objetivo del
trabajo, aunque obviamente susceptible de profundizarse con estudios
específicos adicionales. Por limitaciones de espacio, se soslaya la discusión
del contexto político-económico de las campañas tratadas, enfocándonos
exclusivamente en los cuerpos de la Guardia Nacional de la capital y su
participación en las campañas.
La Guardia Nacional: ideal cívico, riesgo
político
Creada
en la provincia de Buenos Aires el 8 de marzo de 1852, tras la batalla de
Caseros, la Guardia Nacional tuvo como propósito reemplazar a las antiguas
milicias del régimen rosista en el nuevo orden político que por entonces
emergía. Empleando un nuevo nombre, inspirado en las milicias revolucionarias
francesas, su organización, sin embargo, seguía basada en los mismos principios
que regían formalmente la movilización de milicias en el Río de la Plata desde
1823 (Allende, 1955). Es decir, los ciudadanos de entre 17 y 45 años estaban
obligados a alistarse en la Guardia Nacional activa, que se instruía
regularmente y se convocaba para complementar al ejército de línea permanente
(aunque existían numerosas causales de excepción, así como la posibilidad de
contratar personeros para evitar cumplir con el servicio). Los ciudadanos de
entre 45 y 60 años de edad, por su parte, se enrolaban en la Guardia Nacional
pasiva, que se convocaba en casos de extrema necesidad (invasión del territorio
o rebelión interna), aunque generalmente cumplía un rol auxiliar (Beverina,
1921; Allende, 1955).
La
institución de la Guardia Nacional cobraría una gran importancia en los años de
segregación de la provincia de Buenos Aires del resto de la Confederación,
cumpliendo un destacado rol, tanto en el aspecto militar como en el político y
simbólico (Amigo, 1999; Lettieri, 2003; Eujanian, 2011; Canciani, 2012). En
efecto, como señaló Lettieri (2003), se construyó en esos años la
representación del guardia nacional como ciudadano armado en defensa de su
terruño, lo que permitió instalar en la sociedad una serie de comportamientos,
emblemas, virtudes y aspiraciones compartidas, y aportó a construir una
identidad común. Y fue indudablemente Mitre quien, apelando a una larga
tradición miliciana porteña, le imprimió una mística heroica, exaltándola como
un héroe cívico colectivo (Lettieri, 2003: 112), aunque estrechamente asociado
a su propia trayectoria personal como principal líder político y militar
porteño (Míguez, 2018). A través de múltiples discursos, proclamas y arengas,
Mitre apeló al sentimiento patriótico de la ciudadanía para defender la
libertad y los intereses de Buenos Aires. Usando expresiones como la conocida
“ciudadanos de todas las clases, a las armas” (en “Proclama llamando á las
armas á la Guardia Nacional de Buenos Aires. Septiembre 15 de 1852”, Arengas de
Bartolomé Mitre [ABM], 1902: 40) y denominaciones tales como “soldados del
pueblo” (en “Proclama del Gobernador de Buenos Aires y General en jefe de sus
ejércitos á los Guardias Nacionales que regresaron de la campaña de Pavón.
Enero 18 de 1862”, ABM, 1902: 225), “bayonetas cívicas”, “batallones populares”
o “sostenedores de las libertades” (en “Proclama á la Guardia Nacional de
Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”, ABM, 1902:
223), Mitre vinculó a la milicia urbana con la tradición de Mayo, representada
por los antiguos cuerpos de Patricios y Cívicos y comprometida con la defensa
de la libertad y las instituciones.
Ahora
bien, si esa concepción podría caberle a la figura del guardia nacional en
general, en la práctica se estableció una notable diferencia entre los
milicianos de la capital y los de la campaña. En efecto, fueron los primeros
los principales acreedores de esa alta consideración. La Guardia Nacional de la
campaña, por su parte, cargaba fundamentalmente con la pesada misión de la
defensa de la frontera sur, actividad mucho menos romántica que implicaba poco
más que, parafraseando a Mitre (en “La conscripción militar. Discurso
pronunciado en la Cámara de Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 170),
la ingrata tarea de defender las vacas y yeguas de los estancieros. Si la
Guardia Nacional de la capital obtendría una alta valoración pública y motivaría
a jóvenes distinguidos a unirse a ella con entusiasmo y patriotismo, su
homóloga de la campaña concitaría un entusiasmo mucho menor, enfrentando la
indiferencia de los ciudadanos o incluso un abierto rechazo a servir en ella
(Literas, 2014-2015: 100). En todo caso, nunca sería objeto de la ponderación y
estima social tan ostentosamente expresada para con los milicianos de la
capital.
La
glorificación de la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires tomó
múltiples formas y fue sostenida tanto por las instituciones de gobierno y los
discursos oficiales como por constantes referencias en la prensa. Se expresaba
también en las puestas en escena que se desplegaban en fiestas públicas y
reuniones políticas, en los arcos de triunfo temporarios que se erigían para
tales ocasiones, así como en el arte pictórico de artistas como Juan León
Pallière y otros (Amigo, 1999). Hubo también obras literarias, como el folletín
Camila, ó la virtud triunfante, de
Estanislao del Campo (1856), y obras de teatro, como El sitio de Buenos Aires (1852-1853). Drama histórico en cuatro actos,
de Dardo Rocha (1988 [1909]), que tenían como personajes a jóvenes de buena
familia que se unían patrióticamente a la Guardia Nacional para defender a
Buenos Aires de la tiranía y en las cuales se refiere a los milicianos urbanos
con calificativos tales como “mozos decentes” (Rocha, 1988 [1909]: 68), “sus
más esclarecidos hijos”, “valientes defensores de las instituciones de Buenos
Aires” o “los de kepí y camiseta azul” (Del Campo, 1856: 23, 38, 34,
respectivamente).
Era
común en estas exaltaciones enfatizar el carácter multisocial de esta fuerza,
resaltando que estuviese integrada por personas de distintas clases sociales y
ocupaciones. Así por ejemplo, se expresaba en diarios de la época: “El elegante
león de nuestros altos salones, el infeliz jornalero, el rico comerciante, el
humilde dependiente igualados por la ley que nivela todas las condiciones con
el fusil y la camiseta del Guardia Nacional” (Los Debates, 12/13 de abril de 1858 [citado en Amigo, 1999: 40]); o
“[u]n abogado tomará su fusil para montar la guardia como un artesano, un
millonario del mismo modo que un jornalero” (El Nacional, 30 de octubre de 1858 [citado en Amigo, 1999: 40]). De
la misma forma, la conocida acuarela de Pallière, Guardia Nacional en la Plaza de la Victoria (ca. 1858), que representa a una patrulla de milicianos urbanos en
esa plaza porteña, resalta la diversidad social y étnica de sus integrantes,
idealizando de esta forma a la Guardia Nacional como fuerza de la libertad e
igualdad republicanas (Amigo, 1999: 39). No obstante, en otras ocasiones, lo
que parece realmente valorarse es que los ciudadanos de las clases acomodadas
tomaran las armas. Así, testigos y partícipes de los distintos hechos de la
época, como Julio Núñez y José Luis Bustamante, exaltaban en sus escritos a los
“jóvenes millonarios” (Núñez, 1892: 101) y a “los ciudadanos mas distinguidos y
la juventud mas recomendable” (Bustamante, 1854: 126), que constituían los
verdaderos ejemplos de virtud republicana, siendo sus eventuales pérdidas las
que realmente se lamentaban (ver, por ejemplo, Bustamante, 1854: 288, con
relación a las “victimas ilustres entre la juventud distinguida” durante el
sitio de Buenos Aires de 1852-1853).
La
valoración romantizada del Guardia Nacional urbano, sin embargo, encontró
también desacuerdos y resistencias. Como ha señalado Eujanian (2011) en su
estudio del discurso político porteño de la época, las tensiones entre la
representación heroica de la milicia cívica y la resistencia de la población al
reclutamiento y al “tributo de sangre” (sensu
Núñez, 1892: 63) que demandaba fueron crecientes a lo largo de esos años. Tanto
fue así que el propio Mitre se refirió a ello en varias de sus famosas
proclamas (ver “Proclama llamando á las armas á la Guardia Nacional de Buenos
Aires. Septiembre 15 de 1852” y “Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires
al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”, ABM, 1902: 39 y 224,
respectivamente) y el gobierno de Buenos Aires tuvo que tomar distintas medidas
para asegurar el enrolamiento en la Guardia Nacional (Bustamante, 1854; ver
también Barcos, 2023: 142).
Asimismo,
Eujanian destacó el carácter situacional del discurso de Mitre (2011: Nota 16).
En efecto, si en las proclamas públicas exaltaba la visión heroica de los hijos
de Buenos Aires y su papel indispensable en la defensa de las instituciones
republicanas, en otras ocasiones expresaba una opinión más matizada. Así, en el
discurso en favor de la conscripción pronunciado en la Cámara de Representantes
en 1857 (“La conscripción militar. Discurso pronunciado en la Cámara de
Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 164-172), se explayaba sobre la
influencia nociva que habían tenido las milicias en la historia argentina como
generadoras de revoluciones, caudillos y tiranos. Si bien exceptuaba
explícitamente a la Guardia Nacional de la ciudad de Buenos Aires, a la que
reconocía como una “influencia saludable”, promovía abiertamente el reemplazo
de las milicias por un ejército permanente basado en la conscripción universal.
Más
relevantes a los fines de este trabajo son los significativos resquemores que
Mitre manifestara en el fuero íntimo acerca del empleo en campaña de la Guardia
Nacional de la capital. En su correspondencia personal con funcionarios
gubernamentales previa a la batalla de Pavón, Mitre expresará de manera franca
sus preocupaciones respecto al real valor de la Guardia Nacional urbana. En
efecto, en una carta del 15 de agosto de 1861, escrita en Rojas, cuartel
general del ejército en operaciones, y dirigida al gobernador interino de la
provincia, Manuel Ocampo (Archivo del General Mitre [AGM], 1911a: 58-66), Mitre
le señala que:
por mucho que sea el heroísmo de la guardia nacional y el de las
madres y las esposas que mandan sus hijos al combate, él no resistiría á cien
muertos tendidos en el campo de batalla, y que la corona de triunfo de Buenos
Aires llevaría eternamente sobre sí el crespón negro que simbolizase el dolor
de tal sacrificio (AGM, 1911a: 60).
Una opinión similar le había comunicado días antes a Juan A. Gelly
y Obes, Ministro de Guerra y Marina de la provincia. En una carta fechada el 12
de agosto de 1861, también desde Rojas (AGM, 1911a: 337-339), Mitre le
manifestaba que mantendría a los batallones de la Guardia Nacional de la ciudad
en la reserva y bajo su directo mando (AGM, 1911a: 338), confesándole sus
temores:
comprendo que hay un secreto que hace nueve años guardo en mí y es
que el heroísmo de la guardia nacional de Buenos Aires no resistiría á cien
muertos de los que la componen, porque una victoria comprada á precio de esas
víctimas, sería una derrota moral que desangraría por muchos años; por eso me
ha visto usted siempre al lado de la guardia nacional de Buenos Aires, tanto en
los sitios como en Cepeda, poniéndome el primero á su frente, para
proporcionales gloria segura y barata. Quede esto entre nosotros (AGM, 1911a:
338).
De
esta forma, en estas epístolas Mitre se aleja de las alabanzas públicas, como
las expresadas unos días antes cuando despedía a la Guardia Nacional de la
ciudad que partía a la campaña (“Proclama á la Guardia Nacional de Buenos Aires
al marchar á la campaña de Pavón, Julio 1°de 1861”, ABM, 1902: 223-224), y
expone un descarnado análisis de los potenciales costos políticos y morales que
entrañaba el uso de la altamente valorada milicia urbana. El poderoso símbolo
identitario, el referente heroico cívico tan laboriosamente construido y
sostenido, se convertía ahora en un riesgo político, fuente de funestas
consecuencias si los avatares de la contienda bélica se abatían sobre él. Aún
más interesante es la afirmación de que en campañas previas se había esforzado
por proporcionarle a la Guardia Nacional de la ciudad una “gloria segura y
barata”. ¿Significa esto que hubo un uso conservador de los “batallones
populares” en campaña, intentando evitarles situaciones de riesgo? Abordaremos
esta cuestión a continuación.
Organización de la Guardia Nacional de la
ciudad de Buenos Aires
Tradicionalmente,
las unidades milicianas que se reclutaban en la ciudad de Buenos Aires
correspondían principalmente a tropas de infantería, como los renombrados
Patricios y Cívicos con los que se buscó explícitamente identificar a la
recientemente creada Guardia Nacional (Allende, 1955). Si bien también había
fuerzas de caballería, como el Regimiento de Caballería Extramuros formado por
personal de la zona suburbana (Canciani, 2015), fueron los batallones de
infantería miliciana los que concitaron en la opinión pública y en el
imaginario social de la época la valoración y el prestigio simbólico arriba
señalados. Además de la conexión con la antigua tradición militar porteña, la
preeminencia de los cuerpos de infantería hallaba también justificación en la
concepción militar de Mitre que, a la manera europea contemporánea, otorgaba a
la infantería un rol principal. En efecto, ya en un artículo publicado en 1846,
Mitre había señalado la importancia de la guerra regular, heredada de la
tradición militar europea, como sostén de la libertad y la civilización,
restando cualquier mérito a lo que otros llamaban la “guerra americana” o “la
montonera”. Así, Mitre afirmaba que “la infantería era el arma de las batallas;
la artillería el núcleo de los puntos fuertes, y la caballería la que
completaba la victoria” (11 de febrero de 1846: 9), desplazando de esta forma a
la tradición rioplatense de predominio de la caballería como “primera y única
arma de las batallas” (Mitre, 11 de febrero de 1846: 9). Intentaría, con suerte
dispar, imponer esta concepción en las campañas de Cepeda (1859) y Pavón
(1861).
Según
Miguel Esteves Saguí (1980: 156), ya a los pocos días de la batalla de Caseros
algunos ciudadanos de Buenos Aires habían comenzado espontáneamente a
organizarse y armarse, agrupamiento provisional que luego se formalizaría como
Guardia Nacional. Como señala Julio Núñez (1892: 11-12), tras el decreto de
marzo de 1852 se formó un regimiento de dos batallones, el 1° integrado por
habitantes del norte de la ciudad y el 2°, por habitantes de la parte sur. Los
ciudadanos convocados eligieron a sus oficiales (Esteves Saguí, 1980: 158) y el
vestuario fue costeado por cada guardia nacional (Núñez, 1892: 12-13). Estos
cuerpos participaron en la Revolución del 11 de septiembre de 1852, aunque sin
entrar en combate con las fuerzas federales del general Galán, que se
replegaron sin combatir. A pesar de ello, la Guardia Nacional urbana saldría
muy prestigiada de estos hechos y enseguida comenzaría su asociación
indisoluble con la figura de Bartolomé Mitre, quien, recién retornado del
exilio, los recibiría de la breve campaña, elogiándolos y presentándolos como
ejemplos de abnegación y patriotismo. Lograría, según Núñez (declarado
admirador de Mitre y él mismo guardia nacional), “infiltrar con sus palabras en
el corazón de la juventud el santo amor á la patria, y en términos tan
entusiastas y viriles, que desde ese momento el elocuente tribuno de las
sesiones de Junio, fué el hombre mimado del pueblo porteño” (Núnez, 1892: 44).
Mitre sería inmediatamente nombrado comandante de la Guardia Nacional. A pesar
de ejercer el cargo por un muy breve lapso, del 14 de septiembre al 1 de
noviembre de 1852 (Fariní, 1970: 33), se consolidaría, en buena medida merced a
su innegable habilidad política, como autoproclamado líder espiritual de la
fuerza, aún después de dejar de ser su comandante inmediato.
Mitre,
por entonces coronel, se abocó a reorganizar la Guardia Nacional, decretándose
el 14 de septiembre la presentación en el término de 24 horas de todos los
individuos obligados a enrolarse en ella, lo que motivó una conocida proclama
de Mitre (“Proclama llamando a las armas á la Guardia Nacional de Buenos Aires,
Septiembre 15 de 1852”, ABM, 1889: 39-40). Se establecieron tres batallones de
infantería: el 1° al mando de Emilio Conesa, el 2° comandado por José M. Bustillo y el 3° (de pardos y
morenos) al mando de Domingo Sosa, totalizando unos 2.000 efectivos (Ñúnez,
1892: 48). A cada batallón se le agregó una compañía de línea de 120 plazas,
como forma de apuntalar a los noveles
cuerpos milicianos (Núñez, 1892: 50). Es de suponer que en este período, bajo
la tutela directa de Mitre, la Guardia Nacional de la ciudad intensificó su
entrenamiento, superando las notorias deficiencias que se habían manifestado en
la breve campaña previa, donde, según Núñez (1892), primó un entusiasmo amateur, afortunadamente no puesto a
prueba en combate real.
La
Guardia Nacional de la capital experimentará una gran expansión durante el
sitio de Buenos Aires por fuerzas federales entre diciembre de 1852 y julio de
1853, llegando a contar con varios cuerpos de infantería (así como de
caballería y artillería), que se destacaron tanto en la defensa de las
fortificaciones que rodeaban la ciudad como en salidas ofensivas (ver más
abajo). La Guardia Nacional de la capital no intervendría contra las
incursiones de los emigrados porteños en 1854 y 1856 ni en la defensa de la
frontera sur y las campañas ofensivas contra los grupos originarios pampeanos
de 1855 y 1858 (Ruiz Moreno, 2008). El peso de la acción en ambos casos lo
cargaron los cuerpos de línea y la Guardia Nacional de la campaña, entendiendo
Mitre que encontraría poca predisposición en la ciudadanía metropolitana si
intentaba movilizarla a tal fin (en “La conscripción militar. Discurso
pronunciado en la Cámara de Representantes. Junio 10 de 1857”, ABM, 1902: 170).
Un
nuevo cambio en la estructura de la Guardia Nacional de la capital se efectuó
el 4 de diciembre de 1857, como parte de una reforma general de la milicia
provincial (Canciani, 2014). Se disolvieron los seis batallones de infantería
de la capital que quedaron tras el sitio de 1852-1853[2] y se los reemplazó por cuatro regimientos de
dos batallones cada uno (Núñez, 1892: 92). Si bien cada regimiento contaba con
un jefe y una plana mayor, no fueron concebidos como unidades tácticas, en
tanto sus batallones no entrenaban para operar de manera conjunta en campaña,
sino que se movilizaron alternativamente cada vez que fue necesario. Según
relata Núñez (1892: 93), estos batallones fueron equipados con uniformes nuevos
y buen armamento y correajes, señalando que se estableció una competencia entre
los distintos cuerpos, cuyos integrantes recaudaban dinero para adquirir
mejores uniformes y costear bandas de música que se mostraban en desfiles y
celebraciones patrias (Núñez, 1892: 93). Con esta organización la Guardia
Nacional urbana participaría en las campañas de Cepeda (1859) y Pavón (1861)
contra la Confederación, así como en la Guerra del Paraguay (1864-1870).
En
todo el período aquí considerado, los batallones de la Guardia Nacional
siguieron la organización típica de la infantería de la época. Estaban
compuestos por una plana mayor, cuatro compañías de fusileros, una de granaderos
y una de cazadores, con unos efectivos teóricos de alrededor de 500 plazas
(Listas de Revista. (1859, 1861). Archivo General de la Nación).
Desempeño en combate de la Guardia
Nacional de la capital
Sitio de Buenos Aires,
1852-1853
El
1 de diciembre de 1852, el coronel Hilario Lagos, comandante del Departamento
Centro de la provincia, se levantó en armas contra las autoridades de Buenos
Aires. El levantamiento cosechó el apoyo de otros comandantes de la campaña,
que movilizaron fuerzas de línea y milicias con las que se establecieron en los
suburbios de la capital (Saldías, 1910; Lagos, 1972; Barcos, 2023). El día 7,
columnas sublevadas penetraron en la capital buscando tomar instalaciones
militares y apoderarse de armas y pertrechos. En estas circunstancias se
produciría un hecho altamente simbólico para la glorificación de la Guardia
Nacional, al movilizar espontáneamente contingentes para enfrentar a los
incursores, junto con algunas fuerzas de línea. Asimismo, en este contexto Mitre
consolidaría su figura como líder militar y moral de la Guardia Nacional, al
atribuirse el éxito de frustrar la toma del cuartel del Batallón 1° de Línea en
el Retiro por fuerzas sublevadas, comandando un reducido grupo de Guardias
Nacionales (Mitre, 1897: 30-31).[3]
Sin
embargo, este éxito inicial no evitó el sitio de la ciudad por parte de los
sublevados, que se extendería hasta el 14 de julio de 1853 con el apoyo de
Urquiza, quien, tras ser autorizado por el Congreso Constituyente en enero de
1853, se movilizó en apoyo de los sitiadores con fuerzas navales y terrestres.
Los sitiados se abocaron con prontitud a construir una elaborada línea
defensiva, que sería sostenida por unos 8.000 efectivos y entre 50 y 70 piezas
de artillería (Bustamante, 1854; Núñez, 1892; Lagos, 1972; Ruiz Moreno, 2008;
Barcos, 2023). Mitre, por su parte, ejercería como Jefe de Estado Mayor del
ejército de la ciudad y presidente de la comisión de fortificaciones (Fariní,
1970: 34).
Tras
las escaramuzas del 7 de diciembre, la Guardia Nacional se movilizó al completo
(Cuadro 1), quedando su orden de batalla constituido de la siguiente manera: 1°
Batallón “General San Martín”; 2° Batallón “Coronel Eusebio Mitre”; 3° Batallón
“Voluntarios”; 4° Batallón “Coronel Sosa”; 5° Batallón “Alcaldes y Tenientes”;
6° Batallón “Buenos Aires” (ex-Batallón 4° de Línea rebajado a Guardia
Nacional); Batallón “Legión Cazadores Nacionales de Escucha”; Batallón “Guardia
Nacional de Policía” y Batallón “Guardia Nacional Pasiva” (Bustamante, 1854;
Núñez, 1892; Saldías, 1910; Fantuzzi, comunicación personal, 2017 y 2024).[4] Este último agrupaba a individuos de entre 40
y 60 años, llegando a contar con unos 900 efectivos. Se destinó
fundamentalmente al servicio urbano, aunque en algunas ocasiones prestó
servicio en los cantones defensivos y guarneciendo buques (Bustamante, 1854:
31). Agrega Núñez que “en ese batallón sentaron plaza ancianos venerables y
ciudadanos distinguidos por sus condiciones y posicion social” (1892: 58). Si
nos atenemos a las afirmaciones de José Luis Bustamante (1854: 37), sin
embargo, de los demás cuerpos mencionados tan solo los Batallones 1° y 2°
respondían al paradigma glorificado del miliciano urbano, en tanto estaban
“compuestos de jóvenes distinguidos en su mayor parte”.
Cuadro 1. Cuadro
comparativo de cuerpos de infantería participantes en las campañas que aborda
el trabajo
Fuente: Elaboración
propia con datos de Bustamante (1854), Núñez (1892), Saldías (1910), AGM
(1911b, 1912), Beverina (1921), Goyret (1965), Lagos (1972) y Fantuzzi (2014,
comunicación personal 2017 y 2024).
El
rol principal de los batallones de la Guardia Nacional urbana fue ocupar
sectores de la línea defensiva (Figura 1). Su actividad bélica consistió sobre
todo en participar de escaramuzas y tiroteos que se desarrollaban casi a
diario, cuando partidas federales se acercaban para hostigar los puestos
avanzados y cantones defensivos (Bustamante, 1854; Núñez, 1892; Lagos, 1972;
Ruiz Moreno, 2008). Más ocasionalmente, unidades de la Guardia Nacional
participaron, junto con tropas de línea y legiones extranjeras, en salidas en
regla efectuadas por la guarnición sitiada, tales como la del 25 de diciembre
de 1852 en la zona de Barracas (Bustamante, 1854: 67) o la del 21 de enero de
1853, cuando una fuerza combinada incursionó casi hasta San José de Flores,
cuartel general de los sitiadores (Bustamante, 1854: 122-126; Núñez, 1892: 63;
Esteves Saguí, 1980: 273). Esta última acción ocuparía un lugar central en la
épica de la Guardia Nacional, ya que en ella “pagó su tributo de sangre, y
peleando como buenos y bravos cayeron Aminio Murga, Pablo Valiero y el capitán
Núñez (correntino)” (Núñez, 1892: 63), los dos primeros pertenecientes a
“familias distinguidas de la Capital” (Bustamante, 1854: 124). Las exequias de
estos oficiales se llevaron a cabo con gran pompa y solemnidad en la catedral y
epitomizaron el lugar que había adquirido la Guardia Nacional como actor
central en los hechos del momento, tanto en su rol militar –combatiendo a la
par de los veteranos de línea– como simbólico –el pueblo en armas sacrificándolo
todo en defensa de la libertad y las instituciones.[5]
Figura 1. Croquis del sitio
de Buenos Aires, indicando ubicación de cuerpos de infantería de la Guardia
Nacional de la capital
Fuente: Adaptado de Lagos
(1972: Figura 10). Ver también Barcos (2023: Figuras 1 y 4).
El
desempeño heroico y patriótico de la Guardia Nacional que los testimonios de la
época se esmeraron en resaltar no alcanza a disimular, sin embargo, que el
entusiasmo parece no haber sido absoluto ni compartido inquebrantablemente por
toda la población de la capital. En efecto, el pormenorizado relato de
Bustamante (1854: 78-79, 105-106, 161, 207, 373-374) indica que en varias
ocasiones el gobierno debió intervenir para asegurar el enrolamiento en la
Guardia Nacional, evitar evasiones y castigar deserciones (ver también Barcos,
2023).
Tras
el levantamiento del sitio y la victoria porteña, la Guardia Nacional sería
licenciada por decreto del 19 de julio de 1853. El 28 de ese mes se efectuó una
gran revista de la Guardia Nacional en la Plaza de la Victoria, entregándoseles
banderas con inscripciones alegóricas a su participación en la campaña y
celebrándose luego banquetes de despedida (Bustamante, 1854: 617-618; Núñez,
1892: 85-86). La reputación de la Guardia Nacional quedaba bien afianzada,
cimentada tanto en sus méritos militares como en las bajas sufridas
(“contingente de sangre”, en palabras de Mitre en “Proclama á la Guardia
Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón. Julio 1° de 1861”,
ABM, 1902: 223), constituyéndose a partir de esos momentos en una fuerza de
guerra importante y en un espacio central de construcción y militancia política
(Lettieri, 2003; Eujanian, 2011; Canciani, 2012).
Campaña
de Cepeda, 1859
La
Guardia Nacional urbana será nuevamente movilizada para la campaña de Cepeda en
1859. Al hacerse inevitable las hostilidades, se procedió a formar un ejército
de operaciones al mando de Mitre, quien fue ascendido a coronel mayor (general)
el 27 de mayo de 1859 (Fariní, 1970: 42). Se
decidió movilizar dos batallones de infantería de la milicia urbana que,
en un principio, se conformarían con efectivos procedentes de los cuatro
regimientos existentes por entonces (Luqui-Lagleyze, 1995: 182). Sin embargo, pronto
se dio marcha atrás con este procedimiento, por entenderse que podría
perjudicar la disciplina y el espíritu de cuerpo, tanto de los batallones
originales como de los de nueva creación (Núñez, 1892: 95). Se recurrió
entonces al sorteo de los batallones que se movilizarían, el día 29 de mayo de
1859, resultando elegidos el 2° Batallón del 3° Regimiento (al mando de José M.
Morales)[6] y el 1° Batallón del 4° Regimiento (al mando
de Adolfo Alsina). Según Núñez (1892: 95), estos dos batallones salieron a
unirse al resto del ejército un mes después, perfectamente armados y equipados.[7] Los batallones urbanos representaron un cuarto
de los cuerpos de infantería movilizados para la campaña (aunque no
necesariamente de los efectivos reales desplegados) (Cuadro 1).
Paralelamente,
se organizó un ejército de reserva, comandado por el coronel Julián Martínez y
con Domingo F. Sarmiento como jefe de Estado Mayor, en el que se integraron el
Batallón 2° del 1° Regimiento (comandado por Emilio Castro) y el Batallón 2°
del 2° Regimiento (al mando de Juan Martín) (Núñez, 1892: 98-99). Ante el
pedido de refuerzos de parte de Mitre, el gobierno provincial envió, el 11 de
septiembre, al primero de los cuerpos mencionados a San Nicolás, donde reforzó
la guarnición local y ayudó a sofocar motines en esa localidad y en San Pedro,
aunque no llegó a participar en la batalla de Cepeda (Núñez, 1892: 103-104,
101). Este batallón, en el cual servía el propio Núñez, encarnaba a la
perfección los valores morales que se atribuían a los soldados cívicos de la
capital, estando formado por “la juventud más distinguida de Buenos Aires”
(Cárcano, 1921: 722, Nota 1; ver también Núñez, 1892: 101). Tal vez por ello,
Sarmiento le dedicó una encendida arenga de despedida, reflejando claramente el
alto valor simbólico que pesaba sobre este cuerpo y sobre la Guardia Nacional
de la capital en general (Núñez, 1892: 100). En cuanto al batallón comandado
por Martín, se le ordenó también desplazarse a San Nicolás para reforzar al
ejército en campaña, aunque solo había llegado hasta Zárate al momento de
producirse la batalla.[8]
En
la batalla ocurrida en la cañada de Cepeda (partido de Pergamino, provincia de
Buenos Aires) el 23 de octubre de 1859, los dos batallones de la Guardia
Nacional de la capital se ubicaron a la derecha de la línea de batalla porteña,
con los batallones de infantería de Línea 1° y 3° cubriendo sus flancos y una
batería de artillería intercalada (AGM, 1912: 228-229) (Figura 2). Allí
recibieron el ataque de tres batallones de infantería confederados formados en
columnas paralelas, apoyados por baterías de artillería y por una columna de
caballería de unos 800 efectivos. Mitre sostuvo que este ataque fue contenido
por su fuego de artillería e infantería, circunstancia que aprovechó para
ordenar una carga a la bayoneta de los batallones milicianos de Morales y
Alsina y del 1° de Línea, obligando a las fuerzas federales a abandonar el
campo de batalla (AGM, 1912: 231-232). Los partes confederados de la batalla,
por su parte, no reconocen ningún desbande de sus fuerzas en ese sector, aunque
sí lo reñido del combate (Ministerio de Guerra y Marina de la Confederación
Argentina, 1860: 193).
Figura 2. Croquis de la batalla de Cepeda, indicando ubicación de batallones de la Guardia Nacional de la capital (celeste) y zonas donde se produjo el mayor número de bajas (amarillo)
Fuente: Adaptado de Beverina (1921: carta n° 3).
Sea como fuere, la situación
parece haberse estabilizado lo suficiente en este sector del campo de batalla
como para permitir a Mitre realizar un contraataque hacia su izquierda para
reforzar al Batallón 2° de Línea (comandado por su hermano Emilio), único
cuerpo sobreviviente del lado izquierdo de la formación porteña, que resistía
formado en cuadro los embates confederados. Este movimiento lo encabezaron los
dos batallones de línea, siguiéndole luego los de Guardia Nacional de la
capital, formando una nueva línea de batalla en sentido transversal a la
orientación inicial del encuentro. Durante la retirada nocturna hacia San
Nicolás, tras la finalización de los combates y al verse rodeados por las
fuerzas confederadas triunfantes, los dos batallones de la Guardia Nacional de
la ciudad se ubicaron en el flanco izquierdo de la formación de marcha,
sufriendo algunas bajas como consecuencia del hostigamiento de la caballería
nacional (AGM, 1912: 238-239). Al llegar a San Nicolás, embarcaron en
transportes que los trasladaron a Buenos Aires, sin participar del combate
naval del día 25 (AGM, 1912: 242).
Cabe destacar que Mitre resaltó
específicamente en su primer parte de la batalla, escrito en San Nicolás el 24
de octubre, el papel jugado por los dos batallones de la Guardia Nacional de la
capital en la batalla de Cepeda, afirmando que “la Guardia Nacional de
Infantería de Buenos Aires se ha cubierto de gloria derrotando á fuego y
bayoneta á los tres mejores batallones del enemigo” (citado en Carrasco y
Carrasco, 1897: 428). Hay que señalar también que, en este primer parte, Mitre
no mencionó a ningún otro cuerpo participante en la batalla, ni de línea ni de
milicias de la campaña, con lo cual el rol de los batallones urbanos parece
evidentemente exagerado. De su segundo y mucho más pormenorizado parte, escrito
el 8 de noviembre en la capital (AGM, 1912: 224-242), se desprende que los
protagonistas principales en las acciones de Cepeda (y en el combate naval
posterior) fueron en realidad los batallones de infantería de línea (1°, 2° y
3°). En efecto, ya no repetiría la afirmación exagerada del primer parte,
quedando los guardias nacionales de la capital equiparados a los veteranos del
ejército de línea.
¿Y qué hay de la “gloria segura
y barata” que aseguraba haber proporcionado Mitre a los batallones urbanos en
sus cartas de 1861? ¿Puede deducirse una intencionalidad de otorgarles
protección al situarlos en la posición que ocuparon? Dos aspectos del despliegue
utilizado apoyan esta presunción. En primer lugar, era bien conocida por Mitre
y los altos oficiales porteños la preferencia táctica de Urquiza de disponer
sus mejores divisiones de caballería entrerrianas formando el ala derecha de su
ejército y encabezarlas personalmente en una carga formidable que por lo
general resultaba decisiva (Beverina, 1921: 370-371, Nota 1). Esto había
funcionado en Caseros y en batallas previas de las guerras civiles y volvería a
funcionar en Cepeda (Figura 2). El posicionamiento de los batallones de la
Guardia Nacional de la ciudad hacia la derecha de la línea de batalla los
alejaba, por lo menos inicialmente, de las mejores tropas de la Confederación y
del lugar donde solía darse el choque decisivo, aunque, por supuesto, no
garantizaba que salieran indemnes del curso posterior que pudiesen tomar las
acciones. En segundo lugar, la presencia del arroyo Cepeda a la derecha de la
formación de infantería y artillería porteña otorgaba cierta protección contra
el ataque de las fuerzas de caballería nacionales. Si bien no constituía un
obstáculo insalvable, su presencia dificultaría el despliegue de las fuerzas
confederadas. Así, las grandes masas de caballería que formaban el ala
izquierda del ejército nacional terminarían influyendo poco en el combate,
limitándose a operar sobre la margen derecha del arroyo, donde no había fuerzas
porteñas significativas. Fuera que Mitre colocó a los dos batallones de la
Guardia Nacional de la capital en la posición que ocuparon con estas consideraciones
en mente o no, el desarrollo de la batalla mostró que, a la postre, esa
ubicación los favoreció, al permitirles atravesar la acción con pocas bajas, a
diferencia de sus homólogos de la campaña y de algunos de los cuerpos de línea
ubicados en el otro extremo de la formación, que pagaron el “tributo de sangre”
más elevado en esta batalla.
Campaña de
Pavón, 1861
El
fracaso de la reincorporación de Buenos Aires a la Confederación tras la
batalla de Cepeda y el subsiguiente Pacto de San José de Flores (11 de
noviembre de 1859) condujo a un nuevo enfrentamiento armado. El choque decisivo
se libró en Pavón (Departamento Constitución, provincia de Santa Fe) el 17 de
septiembre de 1861, marcando el punto culminante de una década de
enfrentamientos políticos y militares entre la Confederación Argentina y la
provincia de Buenos Aires. En esta batalla se verá de manera más clara la
intención de Mitre de proteger a la Guardia Nacional de la capital, tal como
expresaba en sus epístolas previas a este enfrentamiento.
Según
señala Núñez (1892: 117), los preparativos bélicos en la capital incluyeron
durante el mes de febrero de 1861 el decreto de enrolamiento en la Guardia
Nacional y el comienzo de los ejercicios doctrinales, a razón de dos veces por
semana (Núñez, 1892: 117). El 30 de junio se llevó a cabo una gran revista
militar de las fuerzas de línea y Guardia Nacional de la capital, en la que
Mitre, que ahora era gobernador de la provincia y comandante en jefe de las
fuerzas militares provinciales, les dirigió una
entusiasta proclama que apelaba a la mística patriótica de la Guardia
Nacional y desplegaba toda la simbología y épica asociadas con ella (“Proclama
á la Guardia Nacional de Buenos Aires al marchar á la campaña de Pavón, Julio
1° de 1861”, ABM, 1902: 223-224).
Para
esta campaña, Buenos Aires movilizó un gran ejército que, de acuerdo con la
concepción militar de Mitre, incluía una sustancial fuerza de infantería de 18
batallones, de los cuales cuatro pertenecían a la Guardia Nacional de la
capital (Cuadro 1). Es decir, los milicianos urbanos constituían nuevamente
alrededor de un cuarto del total de los cuerpos de infantería (aunque no
necesariamente, al igual que en Cepeda, de los efectivos empeñados). Los
batallones de milicia urbana que marcharon a unirse al ejército que se
concentraba en Rojas fueron: el 2° Batallón del 1° Regimiento; el 2° Batallón
del 2° Regimiento; el 1° Batallón del 3° Regimiento y el 1° Batallón del 4°
Regimiento (Núñez, 1892: 118; Fantuzzi, 2014). Su partida de la capital quedó
inmortalizada en un cuadro de Pallière (Partida
de la Guardia Nacional hacia Pavón, 1861. Museo Histórico Nacional, Ciudad
Autónoma de Buenos Aires), que muestra a los soldados marchando en medio de una
multitud que los vitorea (Amigo, 1999: 42).
Al
examinarse el despliegue que diseñó Mitre para entrar en batalla, parece
incuestionable su intención de proporcionar a sus queridos guardias nacionales
urbanos una “gloria segura y barata”. Mitre desplegó la mayor parte de su
infantería y artillería en una primera línea, con la caballería dividida en
ambos flancos; una fuerte reserva de las tres armas se ubicaba a retaguardia,
con el parque del ejército entre ésta y la primera línea (Figura 3). De los
trece batallones que formaban la primera línea porteña, solo uno era de la
Guardia Nacional de la ciudad, el 1° Batallón del 3° Regimiento, que integraba
la 3° Brigada junto al 3° de Línea en el ala derecha de la formación. Los tres
batallones restantes se ubicaron en la reserva, que marchaba a 500 pasos por
detrás de la primera línea, dando seguridad a las carretas del parque y presta
a repeler cualquier ruptura o envolvimiento de la primera línea que pudiese
producirse (AGM, 1911b; Beverina, 1921; Goyret, 1965; Ruiz Moreno, 2008)
(Figura 3).[9]
Figura 3. Croquis de
la batalla de Pavón, indicando ubicación de batallones de la Guardia Nacional
de la capital (celeste) y zonas donde se produjo el mayor número de bajas
(amarillo)
Fuente:
Adaptado de Goyret (1965: Anexo 2).
Al
igual que nos planteamos para el caso de la batalla de Cepeda, ¿puede
considerarse que esta ubicación en la reserva era más segura? Ciertamente,
sustraería a estos batallones del fuego de la artillería e infantería
confederadas, que esperaban el avance porteño desplegadas sobre la loma donde
se ubicaba la estancia de Palacios, un riesgo alto que enfrentaron los
batallones de la primera línea y que se concretó en la casi destrucción de la
1° Brigada del coronel Gainza, situada en el extremo derecho de la línea
porteña (AGM, 1911b: 251). Pero tampoco constituía una posición exenta de
peligros. Dada la conocida táctica de envolvimiento por las alas que empleaba
Urquiza, no era improbable que la caballería nacional pudiese derrotar a su
homóloga porteña y luego caer sobre la retaguardia de la primera línea, las
carretas del parque y la reserva. Sin embargo, este peligro nunca se concretó;
aun cuando ambas alas de caballería federal prevalecieron sobre las porteñas,
el temido envolvimiento no se produjo.
A
la postre, el desempeño de los batallones de la Guardia Nacional de la capital
no estuvo en absoluto exento de riesgos, aunque no experimentaron bajas
sustanciales. El batallón situado en primera línea no recibió un fuego de
artillería tan devastador como el que afectó a los cuerpos ubicados a su
derecha y combatió contra una brigada enemiga, derrotándola fácilmente (AGM,
1911b: 251). Los batallones urbanos ubicados en la reserva, por su parte,
experimentaron distintas peripecias. Inicialmente, la 7° Brigada (2° Batallón
del 1° Regimiento y 2° Batallón del 2° Regimiento) tuvo por misión la
protección del parque y de la retaguardia de la batería de artillería principal
de un potencial ataque de la caballería confederada. Para ello, formaron en
cuadro varias veces, ante la proximidad de fuerzas de caballería que finalmente
no atacaron. Luego, ante la crisis de la 1° Brigada en la derecha de la primera
línea, Mitre envió al 2° Batallón del 2° Regimiento en su apoyo. Para ello,
este cuerpo tuvo que recorrer una larga distancia hasta alcanzar a los restos
de la 1° Brigada, formando en cuadro a su derecha, ante la amenaza de una
columna de caballería federal que finalmente tampoco atacó. La 8° Brigada (1°
Batallón del 4° Regimiento y 2° Sur), por su parte, se vio afectada por el
desbande del ala izquierda de caballería. Ante ello, se le ordenó proteger la retaguardia del ala izquierda de la
primera línea y las carretas del parque, para lo cual debieron formar ambos
batallones en cuadro y desprender guerrillas a los fines de contrarrestar la
amenaza de la caballería federal que amagaba lanzarse al ataque (Díaz, 1861).
En suma, los batallones de la Guardia Nacional urbana se vieron involucrados en
diversas acciones durante el transcurso de la batalla. Sin embargo, sus
pérdidas fueron, al parecer, sensiblemente menores que las de varios cuerpos de
línea o de Guardia Nacional de la campaña que estuvieron en la primera línea
(AGM, 1911b: 255).
La
Guardia Nacional de la capital regresó triunfal a Buenos Aires en enero de
1862, encabezada por el propio Bartolomé Mitre y en medio de ostentosas
manifestaciones de júbilo popular (Núñez, 1892: 123; Amigo, 1999: 44). El hecho
quedó plasmado en obras pictóricas, como la de Luis Novarese (óleo sobre tela
titulado Desembarco de tropas de Buenos
Aires después de Pavón, Museo Mitre, Ciudad Autónoma de Buenos Aires) y la
de Jules Pelvilain (litografía coloreada titulada Desembarco de la valerosa Guardia Nacional de Buenos Aires al regresar
victoriosa de su campaña el 18 de enero de 1862, Complejo Museográfico
“Enrique Udaondo”, Luján), donde se muestra a la Guardia Nacional desfilando
ante un pueblo efusivo y socialmente diverso (Amigo, 1999: 43). Como no podía
ser de otra manera, Mitre dirigió una de sus encendidas proclamas, saludando y
felicitando a los “soldados del pueblo” y “compañeros de armas”, protagonistas
de la victoriosa campaña (“Proclama del Gobernador de Buenos Aires y General en
jefe de sus ejércitos á los Guardias Nacionales que regresaron de la campaña de
Pavón, Enero 18 de 1862”, ABM, 1902: 225-226).
Aunque
excede a los propósitos de este trabajo, resulta interesante mencionar que la
Guardia Nacional de la ciudad volvió a movilizarse con motivo de la Guerra del
Paraguay (1864-1870), contribuyendo con una división integrada por cuatro
batallones (Beverina, 1921; De Marco, 1995).[10] Las precauciones de Mitre en cuanto al uso de
los guardias nacionales de la capital parecen haber continuado en esta costosa
y larga guerra. Así, De Marco (1995: 126) sostiene que Mitre economizaba la
participación de esta división “de un modo tan ostensible que causaba la
reprobación de los propios beneficiarios”, al punto de retrasar notoriamente su
entrada en combate en comparación con otros cuerpos, tanto de línea como de la
Guardia Nacional de la campaña bonaerense y de las provincias del interior.[11]
Discusión y consideraciones finales
En las páginas precedentes se
revisó la participación de los batallones de infantería de la celebrada Guardia
Nacional de la ciudad de Buenos Aires en las principales campañas militares
contra la Confederación Argentina. Aún con las limitadas fuentes primarias
disponibles, es posible realizar algunas puntualizaciones sobre su desempeño
militar y sobre las afirmaciones que hiciera Mitre respecto a la protección que
habría buscado otorgarle.
En primer lugar, y
contrariamente a lo que su renombre y prestigio podrían llevar a pensar, la
Guardia Nacional urbana no constituyó un cuerpo de elite en sentido
estrictamente militar. En otras palabras, no estaba mejor entrenada ni equipada
con armas de mayor capacidad que el resto del ejército (aunque sí parece haber
contado con armamento y uniformes más nuevos y/o más completos); no estaba
instruida para hacer cosas que otros cuerpos no podían; no se reservaba para
emplearse en momentos críticos. Pero esto no significa que haya sido una fuerza
ceremonial o de exhibición. Sus batallones alcanzaron un nivel de instrucción
comparable al de los cuerpos de línea o milicias de la campaña, junto con los
que se desplegaron en combate (a veces formando brigada con ellos), asumiendo
los riesgos propios de una situación bélica.
En segundo lugar, ¿puede, al
revisarse la actuación de los cuerpos milicianos urbanos, justificarse la
ambiciosa[12] pretensión de Mitre de haberles garantizado
“gloria segura y barata”? No es tan claro esto en las acciones del sitio de
Buenos Aires de 1852-1853.[13] Allí Mitre comandó, en ocasiones, fuerzas
combinadas de línea y guardia nacional en operaciones ofensivas contra los
sitiadores, incluso resultando herido en una ellas (potreros de Langdon, 2 de
junio de 1853, donde recibió la famosa herida que contribuyó a su prestigio y
que fuera muy recordada por la historiografía afín [Míguez, 2018: 133]). Sin
embargo, el peso principal de estas acciones lo llevaron los cuerpos de línea y
las legiones de voluntarios extranjeros; la guardia nacional se ocupó
fundamentalmente de defender secciones de la línea defensiva, aunque sufriendo
bajas en el proceso. Por ello, su “contingente de sangre” en esta campaña
parece indiscutible y la reputación adquirida en consecuencia, bien
justificada; la supuesta protección otorgada por Mitre, por su parte, es más
difícil de detectar a una escala de análisis de grano grueso como la aquí
esbozada y requeriría de una investigación documental mucho más profunda de las
acciones específicas ocurridas a lo largo del asedio de la capital (ver, por
ejemplo, Fantuzzi, 2013).
El análisis de las batallas de
Cepeda y Pavón, por otro lado, permite identificar intentos claros de Mitre
–quizás más evidentes en la segunda de ellas– de proteger a los “batallones
populares”, o al menos de situarlos en lugares donde inicialmente habría
existido un riesgo menor. Obviamente, esta protección resulta relativa en un
ámbito tan dinámico como una batalla campal del siglo XIX, donde un lugar
seguro al comienzo podía muy rápidamente convertirse en peligroso. Pero, ya sea
como resultado de la correcta lectura táctica de Mitre o del mero azar (o de
una combinación de ambos), lo cierto es que los batallones de la milicia urbana
transitaron ambas batallas alejados de las zonas en las que el ejército de
Buenos Aires sufrió mayor número de bajas, otorgando así verosimilitud a las
afirmaciones que Mitre realizara en sus epístolas privadas. Claramente, fueron
sus colegas de línea y de la milicia de la campaña los que entregaron el mayor
“contingente de sangre” en estas batallas, aunque no recibieron una celebración
pública ni alcanzaron una popularidad comparable a la de los milicianos
urbanos, resultando evidente que su uso en batalla no entrañaba los riesgos
morales o políticos que Mitre tanto temía para su apreciada Guardia Nacional
urbana.
Agradecimientos
A CONICET y a la Universidad
Nacional de Rosario. Al profesor Marcelo Fantuzzi por compartir conmigo su
notable conocimiento de la organización militar de la época. A los dos
evaluadores/as anónimos/as que aportaron sugerencias muy útiles para mejorar
este trabajo.
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Sobre el
autor
Juan B. Leoni es Licenciado en Antropología
por la Universidad Nacional de Rosario; MA y PhD in Anthropology por la State
University of New York, Binghamton. Es Investigador Adjunto de CONICET y
Profesor Titular en la carrera de Antropología de la Universidad Nacional de
Rosario. Realiza investigaciones arqueológicas de emplazamientos militares
fronterizos y campos de batalla del siglo XIX en las provincias de Buenos Aires
y Santa Fe, Argentina.
https://orcid.org/0000-0002-4305-9841
About the author
Juan
B. Leoni holds a degree in Anthropology from the Universidad
Nacional de Rosario; MA and PhD in Anthropology from the State University of
New York, Binghamton. He is an Adjunct Researcher at CONICET and Professor of
Anthropology at the Universidad Nacional de Rosario. He carries out
archaeological investigations of frontier military sites and battlefields of
the 19th century in the provinces of Buenos Aires and Santa Fe, Argentina.
[1] El presente trabajo se basa en una ponencia
presentada en la II Jornada de
Investigadores en Historia de la Guerra y las Fuerzas Armadas (s. XIX-XXI),
organizada por el Grupo de Estudios Históricos sobre la Guerra (GEHiGue), 29-31
de agosto de 2023.
[2] El Reglamento de Guardia
Nacional del 7 de agosto de 1856 había dividido a la ciudad en seis secciones,
correspondiendo a cada una de ellas un batallón de infantería (Decreto sobre Guardia Nacional. (1857). Sala X 28-10-13,
Archivo General de la Nación).
[3] Si bien simpatizantes y partidarios de Mitre
como Núñez (1892: 55) y Bustamante (1854: 23) avalaron su versión de los
hechos, algunos testigos presenciales cuestionaron la veracidad de su relato,
minimizando su participación real y destacando al Ayudante Folgueras y a otros
oficiales de línea y Guardia Nacional en la defensa del cuartel (Estévez Saguí,
1980: 257-258; Mariano Varela, citado en Saldías, 1910: 20, Nota 1).
[4] El orden de batalla de las
fuerzas defensoras de Buenos Aires aquí presentado se aparta ligeramente de la
versión más comúnmente reproducida en trabajos previos. Tradicionalmente se ha
empleado como fuente principal un cuadro de estado de fuerzas publicado por
Saldías (1910: 47, Nota 1), que fuera confeccionado por una “persona muy bien
informada” (simpatizante federal o espía) y enviado al cuartel general del
propio Hilario Lagos. Este cuadro es retomado por historiadores posteriores (e.
g. Lagos, 1972; Barcos, 2023) y consigna un número de cuerpos ligeramente
diferente al aquí presentado. Aquí se han seguido las investigaciones,
desgraciadamente inéditas en parte, del profesor Marcelo Fantuzzi (comunicación
personal, 2017 y 2024), experto en la
organización militar de la época, quien tuvo la amabilidad de compartirlas con
el autor de este trabajo.
[5] Según Bustamante (1854:
124), cayeron también varios individuos de tropa, quienes, sin embargo, no
encontraron una repercusión comparable en las crónicas y los homenajes
posteriores.
[6] Mitre, en su parte de la
batalla, confunde la denominación de este batallón, nombrándolo como 1°
Batallón del 3° Regimiento. Esta confusión es posteriormente reproducida en la
mayoría de los trabajos que abordan la batalla de Cepeda.
[7] En efecto, los registros del Parque de
Artillería (Parque de Artillería. (1859). Legajo X-19-07-04, Archivo General de
la Nación) indican que el Batallón 1° del 4° Regimiento recibió armamento
nuevo: 406 fusiles fulminantes, 9 carabinas fulminantes y 3 rifles, todos de
procedencia inglesa.
[8] Este batallón también recibió, el 24 de
septiembre de 1859, armamento nuevo para la campaña, consistente en 372 fusiles
fulminantes franceses (Parque de Artillería. (1859). Legajo X-19-07-04, Archivo
General de la Nación).
[9] Es interesante señalar que en su carta a Gelly
y Obes del 12 de agosto de 1861, Mitre le expresaba que situaría a los cuatro
batallones de Guardia Nacional de la capital en la reserva. La decisión de
colocar uno de estos batallones en la primera línea es entonces posterior y
podría reflejar la exigencia de su jefe,
oficiales y/o integrantes por tener un rol más activo en la inminente
batalla o la necesidad de evitar la sospecha de favoritismo para con los
cuerpos de la capital.
[10] 1° División de Buenos
Aires, al mando de José María Bustillo, compuesta por el 1° Batallón del 1°
Regimiento, el 1° Batallón del 2° Regimiento, el 2° Batallón del 3° Regimiento
y el 2° Batallón del 4° Regimiento.
[11] El oficial Ignacio Fotheringham diría al
respecto: “hasta en eso era cuidadoso y fraternal el General Mitre: Me imagino
así, pues nadie me lo ha dicho, pero algunos centenares de damas porteñas, le
han de haber insinuado ʻCuidado con hacer matar á mi hijo ó á mi
hermanoʼ; y esa primera División de Buenos Aires, compuesta de la noble
juventud porteña, la mezquinaba el General Mitre de una manera muy visible,
según mi modo de ver, con grave resentimiento de parte de ellos los valientes
muchachos, alejándolos lo más posible del foco de la muerte” (1908: 101).
[12] O incluso arrogante, según
Saldías: “la arrogancia con que habla de la gloria conquistada no justifica, en
modo alguno, el pesimismo del General respecto de los jóvenes soldados de la
Guardia Nacional de la Capital que á sus órdenes, casi diariamente, se batieron
contra soldados aguerridos en los años 1852 y 1853, y que á las órdenes de
Conesa realizaron la famosa retirada militar de Cepeda” (1910: 171, Nota 1).
[13] Afirmaría, en este sentido, el feroz
adversario de Mitre, Carlos D’Amico: “En el sitio de Buenos Aires mandaba toda
la infantería de Guardia Nacional, lo que en realidad era como mandar nada,
puesto que ella estaba diseminada en todos los cantones, y jamás se reunía para
combatir” (1952[1890]: 76).