Ucrania 22. La guerra
programada
Francisco Veiga (2022)
Madrid: Alianza, 332 pp.
Carolina
Molina
Universidad
Nacional de Quilmes, Argentina
carolinamolinacaruso05@hotmail.com
Este libro de lectura amena cuenta cómo
la guerra entre Ucrania y Rusia se fue gestando desde la década de los ochenta,
un epítome de los sucesos políticos, sociales y económicos, sin dejar de lado
la presión externa de EE. UU., la OTAN y la UE en el desenlace de este evento
bélico. Organizado en trece capítulos que se van entrelazando uno con otro, en
los cuales priman las fuentes documentales, el libro conjuga el carácter
historiográfico con un trasfondo experimental en lo narrativo y elementos que
el autor denomina de reportaje historiográfico. Francisco Veiga es catedrático
de historia contemporánea de la Universidad Autónoma de Barcelona y
especialista en temas de Europa del Este. El título del libro, Ucrania 22, se vincula con la sátira antibelicista de Joseph Heller, Trampa 22, publicada en 1961.
El
primer capítulo proporciona al lector los datos necesarios para ubicar
geopolíticamente a Ucrania, que desde el siglo XVII se configuró como campo de
batalla entre polacos, rusos, turcos y suecos. Ucrania era la segunda gran
República de la Federación Soviética, aportaba el 30 % de la industria del
armamento de la Unión y el 40 % de la investigación científica militar. En
particular, el Donbass fue uno de los mayores
productores de carbón y una región rica en otros recursos naturales. El
capítulo segundo nos remonta hasta marzo de 1985, cuando Mijaíl Gorbachov con
su Perestroika llegaba al Kremlin, y 1986, cuando sucede el accidente de la
central nuclear de Chernóbil que, sumado al conflicto esloveno y yugoslavo,
acompañó la situación de descomposición que se gestaba en el bloque del Este.
En 1987, Reagan y Gorbachov firmaron el Tratado de Fuerzas Nucleares de alcance
medio, destinado a eliminar los misiles tierra-tierra con alcance de entre 500
y 5.000 kilómetros. Luego vendrían los Tratados START I y START II para limitar
las armas nucleares de mediano alcance. La tragedia de la central nuclear había
deteriorado las relaciones entre Gorbachov y el liderazgo del KPU (Partido
Comunista Ucraniano), formado por el llamado clan de Dnipropetrvsk,
una pirámide de cargos y personajes influyentes en Moscú. Gorbachov logró
purgar y desmontar esa red en 1989, pero con ello también impulsó la
independencia de Ucrania, toda vez que la élite política local se sintió
traicionada. En 1991 se realizó el Pacto 9+1 (Acuerdo de Novo-Ogariovo), basado en la idea confederal, que desembocó en
el fallido golpe de Estado de agosto. Con ello, el KPU proclamó la
independencia de Ucrania el 24 de agosto de 1991. Crimea y Donetsk en el Donbass habían sido cedidas a Ucrania en 1954, pero Veiga
hace notar con énfasis que esa iniciativa fue meramente administrativa y no
aportaba ningún derecho histórico a Ucrania sobre la península. Asimismo,
agrega que el Óblast ruso de Táurida
siguió siendo un enclave ruso con una minoría ucraniana: en el 2001, sobre un
total de 1,18 millones de rusos, los ucranianos no pasaban de 492.000, según el
censo de Kiev. A fines de 1991, el Pacto Belavezha
disolvía las Repúblicas Socialistas Soviéticas y proclamaba la CEI (Comunidad
de Estados Independientes).
En
el capítulo tercero, encontramos un minucioso detalle del desafío que
enfrentaba Ucrania para convertirse en un Estado viable. Desde EE. UU. había un
gran interés en mantener separadas a Ucrania y Rusia, sin llegar a una guerra.
En enero de 1994, Clinton, Yeltsin y Kravchuk firmaron el acuerdo trilateral
sobre control de armas nucleares e inmediatamente Ucrania pasó a formar parte
del Convenio de Cooperación Bilateral entre los países socios Euroatlánticos y
la OTAN, situación que era interpretada por Rusia como la antesala para la
inclusión bajo el artículo 5. Ante esta amenaza, Rusia reclamó la devolución
del puerto y base de Sebastopol en Crimea, así como la devolución de la flota
del Mar Negro. En 1999, Polonia, Chequia y Hungría accedían a la OTAN y en 2004
lo hacían Eslovenia, Eslovaquia, Bulgaria, Rumania y Países Bálticos, es decir,
la expansión hacia el Este era cada vez mayor.
En
los capítulos IV, V y VI, Veiga proporciona una descripción de la situación
convulsionada de Ucrania: la Revolución naranja, al mando de Timoshenko y Yuschenko, para convertir a los rusoparlantes en ucranianos occidentales, elecciones
truncas, corrupción, el caciquismo de oligarcas de la energía, el gas y el
petróleo ocupando cargos ministeriales, el supuesto intento de envenenamiento
de Yushchenko y el Euromaidan.
Las figuras de Kuchma y Yushchenko inauguran una
etapa de acercamiento a Rusia mediante la firma de acuerdos amistosos;
paralelamente quedaban en evidencia las dos Ucranias, con culturas y entornos
socioeconómicos muy distintos. En el año 2007, el Partido de las Regiones, de
corte populista y clientelar, había cerrado filas con el ZYU (Za Yedinu Ukrainu).
Para el autor, esa situación transformaba a Ucrania en una caja de resonancia
de las tensiones crecientes entre Rusia y EE. UU., propiciadas por el fracaso
del Nuevo Orden Internacional neoliberal, a raíz de la gran recesión económica
que había estallado en el 2008, y la contraofensiva militar iniciada por Rusia
en la guerra de Georgia (102). Moscú
insistía en la integración de Ucrania a la Unión Aduanera Euroasiática formada
por antiguas Repúblicas de la Unión Soviética, lo que implicaba, solapadamente,
la subordinación a la legislación y economía rusas. La situación desembocó en
el Maidan Nezalézhnosti:
estas protestas estaban militarizadas por los partidos ultras, como el Svoboda y la unidad Berkut,
organizados a modo de sotnias.[1]
Hacia mediados de 2014 comienza una guerra fratricida en el seno de Kiev, que
se traslada hacia otras localidades. La ultraderecha y la UDAR (Alianza
Democrática Ucraniana para la Reforma), que buscaban la renuncia inmediata de
Yanukovich, lograron con esta dinámica adquirir protagonismo en el dispositivo
paramilitar, presencia directa en posiciones institucionales y asegurarse el
apoyo implícito de las democracias occidentales.
El
capítulo VII puede definirse con una palabra: Crimea. En el 2014 se produce la
toma de poder de la Rada[2]
sin cumplir el proceso reglamentario para destituir al presidente Yanukovich.
El partido Batkivshchyna se apresuró a constituir
nuevos órganos de gobierno y modificar leyes, como la derogación de la ley de
lengua que otorgaba al ruso el estatus de segunda lengua oficial, y se
incorporaron como funcionarios personajes neonazis como Tiahnibok
y Yatseniuk. La idea de federalizar Ucrania
estableciendo una doble capitalidad en Kiev y Járkov –como pretendía Dobkin, gobernador del Óblast,
con la anuencia de los oligarcas más poderosos del Donbass–
no logró detener el alud de manifestaciones y actos de violencia callejera.
Ante la inquietud de una limpieza étnica como la sucedida en Yugoslavia, en la
región del sudeste se produjeron alzamientos en contra del gobierno de Kiev. En
enero de 2014, se realizó un referéndum cuyo resultado indicaba que el 96,7 %
optaba por la reunificación a Rusia, se izaron banderas rusas y se tomaron
edificios del Parlamento y del Consejo de Ministros.
Rusia envió tropas y navíos a la base de Sebastopol, soldados de infantería de
marina, Spetsnaz, KSO (fuerzas de operaciones militares), paracaidistas y
equipos nuevos, como los vehículos todo terreno GAZ Tigr.
Putin aseguraba asistencia en el territorio y declaraba a Crimea Tierra Santa
Rusa; su fundamento legal lo encontraba en un dictamen del año 2010 del
Tribunal Internacional de la ONU sobre el caso kosovar, donde se explicitaba
que no existía prohibición alguna a la declaración unilateral de independencia.
Las primeras acciones de la contienda tuvieron lugar en el Donetsk, donde
fuerzas especiales del SBU (Servicio de Seguridad de Ucrania) intentaron
detenerlas en vano. En abril se votó la proclamación de la RPD (República
Popular de Donetsk). Hechos similares se sucedieron en Jerson, Odesa, Zaporiyia. En Lugansk fue
distinto, allí se declaró al gobierno de Kiev como junta fascista; los
insurgentes se apropiaron de un arsenal y secuestraron y fusilaron a
ciudadanos. Turchinok ordenó la Operación
antiterrorista, mientras Rusia la denominó Operación Militar Especial.
El
capítulo VIII explica cómo estas operaciones militares pasaron a configurar una
verdadera guerra. En el campo de batalla, el Ejército Ucraniano se refundó con
unidades de ultraderecha de orientación neonazi, se sumaron voluntarios
extranjeros al Batallón Azov luciendo el símbolo heráldico germánico. La guerra
se volvió ideológicamente ambigua. El gobierno de Kiev era un peón de la OTAN y
quienes luchaban allí lo hacían al servicio de fuerzas oscuras, entre ellas el
ZOG (Zionist Occupation Government, 152). La masacre de Odesa fue un pogromo
organizado con antelación y contó con la intervención de los Pravy Sektor.[3]
Putin decidió enviar los GTIA (Grupos Tácticos Interarmas)
y los BTG (Battalion Tactical
Group), munidos de diversos cohetes, obuses
automotores de 152 o 203 mm y piezas de 122 mm, morteros 2S4 Tyulpan, munición de 230 kilos guiada por láser. Ante el
desplome ucraniano, resurgió la diplomacia para detener los combates y
supervisar la paz, Vladimir Putin no acepta.
Los
capítulos IX y X relatan lo sucedido en los años siguientes, hasta el 2020. Se
erigió un nuevo poder político en una Ucrania desgarrada: con caída del PBI, 10
millones de ciudadanos emigraron, uno de cada tres habitantes vivía bajo el
umbral de la pobreza. Con el desembarco del Fondo Monetario Internacional se
buscó reconvertir la economía a la agricultura y propiciar la extracción de gas
y petróleo por fracking (técnica prohibida en el
resto de la UE). La embajada de EE. UU. era el centro de poder en Kiev, todo
ello redunda en el nombre de Intermarium: el proyecto
consistía en establecer una barrera a la Rusia expansionista, uniendo Polonia,
Eslovenia, Ucrania y Hungría en un Estado central federado. En paralelo, Donald
Trump llegaba al poder en EE. UU., acercándose a Putin, cuestión que derrumbó
políticamente a Ucrania. En julio de 2019, Ucrania eligió un nuevo presidente,
el humorista Volodimir Zelenski,
del partido Servidor del Pueblo, cuyas políticas eran de corte neoliberal. Zelenski se rodeó de sus compañeros de productora
audiovisual, quienes ocuparon cargos claves: Bakanov,
socio comercial, se convirtió en el director del SBU, Sivojo
Sergei, un showman, fue designado como secretario de
defensa. A la corrupción e ineficacia de este gobierno pronto se agregaron los
llamados Papeles de Pandora de 2021, que difundieron las cuentas offshore del comediante en las Islas Vírgenes y un gran
número de inmuebles de alto standing
en Londres. Para enero de 2022, el apoyo social a Zelenski
era del 23 % (248).
En
el capítulo XI, Veiga analiza cómo, en medio de la pandemia de COVID, se sucede
la guerra del Alto Karabaj; así, Rusia, Armenia, Turquía y Ucrania terminan
afectados por los cañonazos del Cáucaso, poniendo en evidencia el acercamiento
de Turquía a Ucrania por la adquisición de drones Bayraktar
BT2 utilizados en el Donbass. Zelenski
aprobó admitir tropas extranjeras para maniobras militares conjuntas en 2021 y
2022, como Rapid Trident, Sea Breeze, Silver Sabre, Joint Efforts, Cossack Mace, Light Avalanche, Maple Arch y Viking. Con ello Ucrania se
procuró armamento estadounidense, como misiles antiaéreos portátiles Stinger. Biden atizó el camino
hacia la guerra en Ucrania (275).
El
capítulo XII analiza propiamente la invasión rusa a Ucrania del 24 de febrero
de 2022, un amplio frente que iba desde Chernóbil y norte de Kiev hasta Perekov, pasando por Donbass,
Járkov y Sumy. En abril de 2022, los objetivos de
Moscú eran salvaguardar a Rusia del expansionismo de los países de la OTAN,
proteger el Donbass y Crimea. Occidente aplicó una
estrategia sancionatoria para dañar la economía de Moscú que no solo fue
ineficaz, sino que implicó un problema para el viejo continente: el 25 % del petróleo,
el 20 % del carbón y el 37 % del gas que consumía provenía de Rusia y
posteriormente estos países debieron comprarlo a EE. UU. a un precio mayor,
disparando por ejemplo en Alemania un 7,3 % de inflación. La globalización
compartimentada que pretendía Occidente no encajaba con la política americana.
El
autor presenta el último capítulo a modo de colofón. Allí plantea el problema
de esta doble guerra: la que acontece en realidad y la que nos quieren contar
un Zelenski influencer, los medios de
comunicación occidentales y los silencios de Putin. La campaña por la
continuidad de la guerra se basa en la maquinaria propagandística
angloamericana y en el envío masivo de armas. Los rusos han librado dos guerras
mundiales en suelo ucraniano, conocen cada montículo de suelo, poseen
capacidades SIGINT y un despliegue de informadores HUMINT; sin embargo, la
prensa señalaba que Rusia luchaba con material obsoleto y que sus planes habían
fracasado. Sin dar una respuesta precisa y certera, esta obra nos interpela a
leer entre líneas, advirtiendo que la imaginación debe esforzarse por sonsacar información
al mismo tiempo que hurgar en otras fuentes.