Algunos desenlaces del caso Eichmann en Argentina e Israel
Ignacio Klich
Investigador independiente
ignacioklich@hotmail.com
Fecha de recepción: 24/12/2023
Fecha de aceptación: 04/06/2024
Resumen
La tinta dedicada a Argentina como refugio para un conjunto de criminales de guerra y otros prófugos nazis y colaboracionistas contextúa aquí el abordaje de ciertas luces y sombras en las relaciones diplomáticas entre varios países, Argentina e Israel mayormente, en especial, luego de aprehendido en Buenos Aires en mayo de 1960 uno de los más importantes involucrados en el genocidio de las víctimas principalmente judías del nazismo. Llevado a Israel y enjuiciado en Jerusalén, Adolf Eichmann fue condenado a muerte, con distintos aspectos de su captura afectando las relaciones argentino-israelíes, incluida una interrupción relativamente breve de éstas. Sin llegar al corte, esto representó una pequeñez comparada con el casus belli propuesto por los críticos más severos de la violación de la soberanía argentina involucrada en el secuestro israelí.
Palabras claves: Adolf Eichmann, Josef Mengele, Walter Rauff, Nazis, Fugitivos
Some outcomes of the Eichmann case in Argentina and Israel
Abstract
The ink devoted to Argentina as a refuge for an important number of Nazi and collaborationist war criminals on the run contextualizes this approach to certain clarities and darknesses in the diplomatic relations between various countries, mainly Argentina and Israel after the detention in Buenos Aires in May 1960 of one of those most involved in Nazism’s genocide of mainly Jewish victims. Taken to Israel and prosecuted in Jerusalem, Adolf Eichmann was given the death sentence, with different aspects of his capture harming Argentine-Israeli relations. In fact, somewhat of a hiatus –a relatively brief interruption of diplomatic ties– was included among the damage caused by the kidnapping, its smallness becoming noticeable especially when compared with the casus belli put forward by the severest critics of Israel’s infringement of Argentine sovereignty.
Keywords: Adolf Eichmann, Josef Mengele, Walter Rauff, Nazis, Fugitives
A fines de mayo de 1962, Adolf Eichmann, a cargo de la logística del genocidio de los judíos y uno de más de una docena de funcionarios nacionalsocialistas que, reunidos en Wannsee en 1942, coordinaron la implementación de su exterminio en masse, fue ejecutado en Israel, condenado a muerte en el juicio llevado a cabo en Jerusalén (11 de abril a 14 de agosto de 1961).1 Ello tras una infructuosa apelación a la Corte Suprema de Israel, así como de la declinación del jefe de Estado israelí de concederle la amnistía a quien, entre otras razones posibles, en 1957, es decir, años antes de ser capturado en Argentina, había dejado grabado no tener “nada” de que arrepentirse, en referencia a los millones de vidas que sabía haber destruido.2
Parte de un ambicioso operativo israelí, que habría querido atrapar al capturado y a por lo menos otro criminal nazi de haberse podido aprehenderlo,3 Eichmann fue llevado a Israel en mayo de 1960. En este trabajo, parte de una investigación más extensa, se busca aportar una reconstrucción de aspectos insuficientemente notados de la actuación político-diplomática de Argentina e Israel y de algunas de las más importantes consecuencias para cada uno de estos dos principales países involucrados, todas generadoras de publicaciones anteriores (Klich, 2002; Rein, 2003).
Presentado Eichmann por el jefe de gobierno israelí, David Ben Gurion, como uno de los más grandes criminales nazis, un contrastante Bradley Smith, juez del Tribunal Militar Internacional (Nuremberg, noviembre de 1945-octubre de 1946), se había preguntado más tempranamente en particular “¿Quién era este” integrante de la nómina de criminales de guerra acopiada por la Organización de Naciones Unidas (ONU) (Smith, 1977: 115), nacido en Alemania y mudado a Austria durante su niñez?4 La respuesta a tal interrogante requiere no olvidar el harto significativo involucramiento de Eichmann en la destrucción de buena parte de la judeidad europea, incluso sin necesidad de apartarse de su escritorio. De ahí su descripción como “burócrata de la muerte” (Lang, 1983: 290), especialmente en la segunda posguerra. Según Eichmann, se trataba de 3,5 millones el número de vidas judías que habían sido aniquiladas para 1944, parte de un universo conformado por hasta 11 millones de potenciales víctimas del nazismo en lo que a las judías exclusivamente se refiere. Finalizada la guerra, los aproximadamente “sólo” 6 millones de judíos muertos antes de la derrota del Tercer Reich llevaron a este impenitente nazi alemán a intimar cierto fracaso en palabras pronunciadas con años de anterioridad a la fecha en que fue aprehendido. Decenios antes, la notabilidad de Eichmann se había visto elevada como consecuencia del asesinato de Reinhard Heydrich, arquitecto de la así denominada “Solución Final” y uno de sus superiores en 1942. Pese a ello, en relación con un Ben Gurion quizás más magnificador que minimizador de ciertos hechos indudables, un Eichmann más acotado y menos sobresaliente en el organigrama del Tercer Reich habilitaba considerar cierto aminoramiento de su significancia. Ello, por supuesto, sin llegarse al límite cuestionable de presentar a Eichmann como quien no había sido sino un burócrata más, en tanto que la disparidad entre Ben Gurion y el antes aludido Bradley Smith remitía a lo señalado por quienes sostenían en Israel, o allende las tierras asignadas por la ONU al Estado hebreo en 1947 –tal el caso, por ejemplo, del fiscal Gideon Hausner en el juicio jerosolimitano–, que cuanto más alto se viese a Eichmann entre los decisores del Tercer Reich, mayor sería el valor de su juicio.
Como exjefe de asuntos judíos –específicamente, de la subsección IV B4 de la Policía de Seguridad de Alemania nazi–, Eichmann, un teniente coronel de las SS que en los años de 1930 había sido caracterizado por la Jewish Telegraphic Agency como “zar” de tales temas, era en términos jerárquicos alguien bastante menos eminente que germanos y otros del mismo pelaje venidos a Argentina (Stangneth, 2014: 36). Tal es el caso, por ejemplo, de Hans Fischböck y Albert Ganzenmüller. Como secretario de Estado en el Ministerio de Transporte y subdirector del servicio de ferrocarriles del Tercer Reich, Ganzenmüller se había esmerado en cumplir en tiempo y forma con la deportación de aquellos a ser explotados como mano de obra esclava y/o conejillos de Indias, antes de ser muertos en los campos de exterminio de vidas humanas, estando asimismo al tanto del valor “excepcional” que su performance le había ganado en ojos de la superioridad. Por otra parte, pese a la cartera ministerial detentada por Fishböck, con responsabilidad sobre la expoliación de los judíos austríacos y holandeses, éste fue, a su turno, alguien que, al igual que Ganzenmüller, tampoco pareció ameritar gran atención por parte de los interesados en los crímenes antijudíos del régimen nazi. Dista de sorprender, pues, que uno de este par fuese amnistiado en Austria y el otro puesto en libertad en Alemania, cese de su enjuiciamiento mediante.
La neutralidad y no intromisión en los asuntos internos de otros, parte del interés de longeva data en resguardar los lazos argentinos con sus mayores mercados europeos de exportación –Gran Bretaña y Alemania en lo que a las cárnicas se refiere–, fueron sintónicos con imágenes de Argentina como la meca para los soportes germanos del nacionalsocialismo (NSDAP, sigla del partido en alemán), llegados aquí desde su fundación en la Alemania de la primera posguerra, o de criminales nazis que se dieron a la fuga en la segunda posguerra, si no antes.
Enteramente acertados, ya antes del golpe militar argentino de 1943, observadores locales y otros sostuvieron que la embajada alemana en Buenos Aires tenía organizados a plurales nazis. Empero, su cuantificación, en particular antes de concluida la conflagración mundial, dio lugar a no pocos resultados para nada innaturales, si bien desacertados, incluso más afines a la propaganda de guerra que a un ejercicio reconstructor de historia reciente. Por añadidura, en la segunda posguerra, un crecientemente publicitado cazador de criminales antijudíos se contó entre quienes fomentaron la idea de una Argentina acogedora de 60 mil criminales nazis, cifra descomunal que Simon Wiesenthal había tomado en préstamo de otros y que inexplicadamente había sido presentada previamente como aquella de los nazis afincados en el país pre Segunda Guerra Mundial. No obstante, la documentación sustentadora de tal cantidad, cuidadosamente ocultada cuando no meticulosamente eliminada, jamás fue hallada.
La grave escasez de evidencia sólida no impidió que otros interesados más imaginativos se mostraran convencidos de que nadie menos que el mismísimo supremo del nazismo, Adolf Hitler, se hubiese contado entre los llegados subacuáticamente en 1945. Indudablemente, arribos a las costas argentinas de sumergibles alemanes los hubo, con el Führer excluido, sin embargo, de entre los desembarcados de los submarinos germanos de llegada fehacientemente comprobada, como el par que se rindió frente a Mar del Plata (Newton, 2009: 65-100; Valentini, 2009: 101-120). Esto difícilmente representó un obstáculo insalvable para quienes estuvieron decididamente abocados a publicitar la presunta presencia de Hitler en Córdoba u otras provincias argentinas, omitiendo aclarar, por caso, que ella no había sido in corpore justamente. En la segunda posguerra, tal presencia parecía quedar sustanciada, por ejemplo, gracias a una supuesta foto de Hitler en un destacado hotel sito en la localidad de La Falda, de propietarios germanos que se habían contado allí entre los más remarcables contribuyentes a la consolidación del nacionalsocialismo en Alemania, y esto, además, asociable con una historia difundida años antes sobre el Führer habiendo adquirido tierras argentinas, aunque no cordobesas (Newton, 1995: 419). Por lo demás, y sin habérselo propuesto, un vasto y documentado informe del Departamento de Estado norteamericano se convirtió, por lo menos desde 1998, en fuente clave para la desmitificación de la supervivencia de un Hitler que, según la mejor documentación e historiografía disponibles, se había quitado la vida en Berlín hacía ya varios decenios, en 1945.
Elaborado por el historiador jefe del Departamento de Estado, el signatario de tal informe, el subsecretario Stuart Eizenstat, cumplía de esa manera con un encargo presidencial de Bill Clinton, a la sazón mandatario estadounidense. Se trataba de examinar “la conducta de Suiza y otras naciones neutrales y no beligerantes” de la Segunda Guerra Mundial, “([tales como] España, Portugal, Suecia, Turquía, Argentina)” (Eizenstat, 2003: 99).5 El ejercicio dejó expuesto a Hermann Göring, segundo personaje más poderoso del nazismo y exministro del Interior en dicho régimen, como el superviviente de mayor jerarquía entre los ex líderes nazis. Es así como, a partir de 1945, la sobrevida de Hitler post mortem, cualquiera sea la latitud y longitud consideradas para intentar localizarlo, quedó para el estercolero de la historia, descartable a la par de los sobredimensionados cálculos estimativos de los alemanes afiliados a la rama argentina del NSDAP, el Ortsgruppe Argentinien, como así también de los criminales de guerra huidos más tarde en la misma dirección. Entre los venidos aquí, la importancia de los símiles del Führer en Bielorrusia (Radislaw Ostrowski), Croacia (Ante Pavelic) y Eslovaquia (Ferdinand Durcansky) fue curiosamente desdeñada, cuando no absolutamente ignorada; éstos como otros casos de germanos no estudiados posiblemente subsumidos en el entourage del Hitler imaginariamente arribado con parte de sus émulos.6 ¿Acaso se requeriría más para subrayar la importancia del refugio argentino cuando a la cabeza de sus beneficiarios se hallaba el ex führer? Cualquiera sea la asistencia material y documental recibida para la partida y los medios empleados para la travesía transatlántica, ello dio pie, entre otros, a una creciente historiografía y a valiosos estudios de la literatura de ficción y del periodismo sobre el tema nazi.7
De considerarse que la afiliación a la rama argentina del NSDAP provee una medida inicial de la penetración del nazismo entre los germanos aquí, los registros partidarios cosechados en Alemania revelaron que, si bien nada infinitesimales, la cantidad de afiliados en Argentina había sido considerable, algo menos de 1.500 en 1942. Tal cifra es a su vez muy distante de los 80 mil y más nazis aludidos en los mucho más voluminosos cálculos estimativos de distintos interesados. Ese es, por ejemplo, el caso del escritor y periodista Waldo Frank (1975: 271-284), cercano al comunismo estadounidense hasta 1937. Apoyado por Washington, Frank estuvo en Argentina dictando conferencias en 1942. Entretanto, para 1945 el Ortsgruppe Argentinien había crecido, aunque no tan astronómicamente como para alcanzar las colosales cantidades producidas por varios estimadores, en vez de los 2.110 revelados en la documentación oficial de la membresía partidaria dada a conocer por la legislatura estadounidense poco después de caída ésta en sus manos. De todas maneras, no está de más aclarar que esos miles de atraídos localmente por el NSDAP habrían alcanzado cotas más elevadas, acaso no tan encumbradas como aquella de Waldo Frank, de considerarse en la misma categoría a simpatizantes del nazismo entre los germanos y otros habilitados a afiliarse al Ortsgruppe Argentinien que no hicieron tal cosa.8
Sin la lesión a la soberanía argentina causada por Israel apresando a Eichmann a contrapelo de lo legal e incluyendo errores tácticos cuando ello adquirió estado público, éste bien pudo haber seguido prófugo más tiempo que los tres lustros que para 1960 llevaba acumulados en Argentina. Antes de 1983, año de la reinauguración de gobiernos electos acá, puede decirse que sus predecesores, de jure como de facto, también habían sido generalmente refractarios a conceder extradiciones de los mayormente buscados con más ahínco inicial por países de la esfera soviética. Aparte de la conocida preferencia argentina por los alemanes, especialmente entre la oficialidad del Ejército Argentino y otros estamentos9 –componente del sesgo pro europeo central y occidental de las élites del país–, así como de la actitud crítica de Juan Domingo Perón frente a los juicios de Nuremberg,10 corresponde tomar nota de factores internacionales contemporáneos, con la Guerra Fría impulsando a Estados Unidos a recomendar temprano, en 1947, por boca del secretario de Estado adjunto para zonas ocupadas, general John Hildring, que Argentina podía decidir por sí misma, y en función de sus intereses, cómo actuar frente a los nacidos en el Viejo Mundo que buscaban reubicarse en América Latina.11 Agréguese a tal carte blanche estadounidense el coetáneo pedido de Pío XII –presentado a un diplomático argentino por intermedio de un cardenal y futuro sumo pontífice vaticano, Paulo VI– para que se acogiese a quienes se sentían urgidos de migrar, por caso, los croatas católicos seguidores del ya aludido Pavelic y otros exsocios de Hitler.12
En tales circunstancias, la incidencia de esas consideraciones bien podía haber impedido albergar grandes ilusiones sobre la suerte a correr por un pedido de extradición de Eichmann, de haberse presentado éste a las autoridades argentinas. Dicho sea de paso, en el contexto latinoamericano la refractariedad a conceder extradiciones, que no fue una exclusividad argentina, es la razón por la que una áspera crítica del juicio de Eichmann, la alemana Hannah Arendt, judía ella, se habría mostrado favorable al secuestro, sin reparar suficientemente en el hecho de que algunas de las extradiciones denegadas por Argentina tenían que ver con beneficiarios de la Guerra Fría, directa o indirectamente asistidos por patrocinantes y facilitadores aliados.13 Militando la sumatoria de factores listados a favor de métodos excepcionales para la captura de Eichmann, un resultado bastante menos conflictivo y seguramente más despacioso, además de exento como los otros de garantías de poder redituar el resultado deseado, de todos modos, podría haberse empleado, de haber intentado Israel apresarlo de manera más convencional.
Aún si remota, tal posibilidad fue mencionada décadas después, entre otros, por Hugo Juan Gobbi, diplomático argentino que antes del secuestro había sido de los participantes en la preparación de un tratado bilateral de extradición con Israel, precisamente rubricado, aunque no ratificado antes del rapto. Gobbi sostuvo que el entonces jefe de Estado argentino, Arturo Frondizi (1958-1962), habría considerado positivamente una solicitud de extradición de Eichmann.14 Vista la actuación previa de Frondizi contraria a la judeofobia, al igual que la presencia de judíos en su equipo de gobierno y entre sus asesores, así como la estima que la conducción comunitaria judía en Argentina tenía para con él, no corresponde ignorar tal vaticinio de Gobbi, aún si fuera conjetural.
Cierto es que, en misiva al presidente argentino, Ben Gurion había reconocido el filosemitismo de éste, especialmente cuando en pos de su comprensión para con lo infringido por los secuestradores el jefe de gobierno israelí invocó, por caso, la lucha de Frondizi contra la tiranía y la defensa de valores humanos en el Primer Congreso contra el Racismo y el Antisemitismo, realizado en Buenos Aires en 1938.15 No menos cierto es que ab initio, una vez enteramente confirmado el paradero argentino de Eichmann, Ben Gurion se mostró asaz opuesto a que Alemania u otros países con credenciales incuestionables para ello, más incuestionables que aquellas del Estado hebreo, requiriesen su extradición. En su lugar, el premier israelí prefería que Israel lo aprehendiese, entre otras posibles razones, quizás para un mejor contralor del juicio y para evitar que el proceso pudiese verse impedido por la desestimación del pedido de extradición, si no por la fuga previa del requerido. No pocos fueron los que argumentaron tal desestimación en caso de ser Israel el requirente de la extradición, dada la inexistencia de la soberanía estatal israelí durante la Segunda Guerra Mundial al momento de ocurrir los crímenes antijudíos del nazismo; su acontecer fuera del Estado hebreo, de independencia recién declarada en 1948 y, por lo tanto, contra victimizados que en esas fechas obviamente no habrían podido ser considerados ciudadanos de Israel.
Hecha la captura, Ben Gurion hizo oídos sordos a las reservas de varios líderes judíos de Europa y Estados Unidos, así como de otros interesados, todos los mencionados a continuación nada fáciles de ser caratulados como enemigos de Israel, ni qué hablar de la declarada preferencia de Eichmann, si de éste ello hubiese dependido, a ser enjuiciado en Argentina o Alemania (Hausner, 1967: 275). Mas allá de la discusión de si Ben Gurion como jefe de gobierno se sirvió de Hausner para la manipulación del juicio entre bambalinas, tal como inferían algunos a partir del hecho de haber compartido anticipadamente con el primer ministro su discurso de apertura, una de las antes mencionadas reservas se presentó en forma de recomendación por parte de Nahum Goldmann, un renombrado dirigente del Congreso Judío Mundial, entidad pro-sionista congregante de las comunidades judías a lo largo y ancho del orbe, y detentador, asimismo, de la presidencia del ejecutivo de la Organización Sionista Mundial, representativa del nacionalismo judío (o sionismo). A criterio de Goldmann, Eichmann debía ser juzgado por un tribunal presidido por un magistrado israelí al que se le adosarían otros de distintos países que habían sufrido al Tercer Reich en carne propia, de mínima como observadores, para dotar al juicio de alguna semejanza con Nuremberg. Inaceptable para Ben Gurion, dicha sugerencia dio lugar a furibundos ataques anti-Goldmann del premier israelí que, según la historiadora Hanna Yablonka, carecieron “de todo límite”, en tanto que, para otros, por caso la antes mencionada filósofa política Hannah Arendt, discípula de Karl Jaspers y Martin Heidegger, tales ataques podían considerarse como parte de la afirmación de la primacía ideológica del nacionalismo judío (Yablonka, 2004: 50). Otro desoído por Ben Gurion fue un juez estadounidense, Joseph Proskauer, presidente honorario del American Jewish Committee (AJC), entidad estadounidense de judíos acomodados entre cuya dirigencia convivían sionistas y no sionistas, quien apoyó la noción de que Eichmann fuese procesado por Alemania. Lejano de lo irrazonable, Proskauer argumentó que hacerlo en el Estado judío sería innecesariamente arriesgado: expondría a los judíos, especialmente a aquellos asentados fuera de Israel, a potenciales represalias de simpatizantes y otros elementos pronazis (Yablonka, 2004: 51; Cesarani, 2004: 239). Sin pelos en la lengua, Richard Crossman (31 de marzo de 1961), parlamentario laborista británico y amigo de Israel tras el reemplazo en 1945 de su apego original a la docencia universitaria por una carrera política en la Cámara de los Comunes, directamente proclamó que dicho enjuiciamiento bien podía “vislumbrarse como un acto de venganza tribal”.
En resumen, pese a sus desiguales posturas frente al nacionalismo judío, las recomendaciones de Goldmann y Proskauer pueden verse como reveladoras del compromiso de dichos líderes con el bienestar de sus coétnicos, en particular con aquellos fuera de Israel, cuantitativamente más numerosos que sus pares israelíes y acreedores de mayor cuidado que el que creían que la conducción israelí parecía estar dispensándole a sus preocupaciones de evitar odiosas acusaciones de deslealtad para con sus países diaspóricos de nacimiento o de residencia. Tales preocupaciones eran botadas por Ben Gurion, despreciadas como expresiones de cierto complejo de inferioridad judío (Lipstadt, 2011: 29). Detrás de tal descalificación se hallaba el intento de Israel de erigirse en representante de todos los judíos, no solamente de la ciudadanía judía de ese Estado, intento también resentido por el propio Goldmann. A regañadientes, ya una década antes del secuestro de Eichmann, Ben Gurion debió hacer algún lugar a tales preocupaciones, acordando con el AJC una solución de compromiso en 1950,16 mientras que otros aspectos de la realidad siguieron corriendo por carriles diferentes. Durante el caso Eichmann, Proskauer también propuso gestionar que Estados Unidos mediara entre Argentina e Israel una solución al reclamo de devolución a Buenos Aires del secuestrado.
Su arribo original a la capital argentina no había acontecido antes de comenzada la década de 1950, y su estadía en el país grafica la capitalización en favor de éste de una realidad acerba: con celeridad, la caza de criminales nazis pronto dejó de ser prioritaria para los vencedores de la conflagración mundial; la reconstrucción europea y la Guerra Fría tomaron precedencia sobre tal cacería. Es así como en 1953, por ejemplo, cuando un rabino estadounidense solicitó al presidente norteamericano que la Central Intelligence Agency (CIA) lanzase una investigación sobre Eichmann, la respuesta burocrática de la CIA fue simplemente desalentadora; señalaba que la captura de dichos criminales ya no era de su incumbencia, encontrándose éstos ahora bajo la jurisdicción del gobierno de la República Federal de Alemania. Y en Bonn, su jefe, el canciller Konrad Adenauer (primer ministro en la nomenclatura de otros países con sistemas parlamentarios de gobierno), ya se había pronunciado en favor de “abandonar el husmeo” de los nazis envueltos en crímenes de guerra y otros. Ello vuelve más explicable la amarga queja del ya citado Wiesenthal cuando, en su labor junto a otros menos ávidos de atención, opinó que “los nazis más tontos fueron los que se suicidaron” una vez derrotado el Tercer Reich (Bascomb, 2009: 84-85).
En cuanto a Israel y la caza de criminales nazis, su postura sería explicada como determinada por exigencias de peso y urgencia mayores que el hecho de llevarlos a juicio, estando la supervivencia israelí íntimamente ligada al conflicto con varios miembros significativos de la Liga de Estados Árabes. Es decir, ligada a la lucha de Israel contra un mundo árabe resistente a la pérdida territorial que trajo aparejada una división y reparto de Palestina no consensuados por su población árabe desde 1917, en ese entonces la parte sureña de la provincia siria del Imperio Otomano. Frente a tal hecho indudable, el sionismo prefirió aferrarse al plan de partición de Palestina, aprobado en 1947 por gran parte de la cincuentena de países miembros de la Asamblea General de la ONU como eventual vía superadora de la disputa entre los nacionalismos árabe y judío allí. La baja prioridad que para el Mosad tenía la cacería de criminales nazis se vio reflejada, entre otros, por la tardía génesis de Amal, su unidad abocada a ellos. Asociada en la Biblia hebrea con enemigos de los hebreos tras su éxodo de Egipto, la ulterior referencia a los nazis como amalequitas, especialmente en ámbitos israelíes y otros, coincide con el empleo del mismo vocablo en relación con otros enemigos no nazis. Tal realidad antedata la creación de Amal tiempo después del rapto de Eichmann.
Las señaladas limitaciones de Israel han sido fuente de carnadura para una temprana observación de Moshe Pearlman, primer vocero militar israelí y exasesor de Ben Gurion, amén de autor en 1961 de uno de los primeros libros sobre Eichmann (Pearlman, 1961). Para un Pearlman sionista y distante de la ceguera frente a las realidades en su derredor, la búsqueda y captura de Eichmann había sido encarada “‘medio en serio’ solamente y sin jamás superar el amateurismo”, observación completada por otro comentarista con aquello de que “asombrosamente suficiente” era que en [el Estado de Israel de] la década de 1950 “existiese un departamento especial seriamente dedicado a criminales nazis buscados”. Remota a la nimiedad es la importancia del comentario de Pearlman, en especial de tomarse conocimiento de un hecho adicional: para el historiador y periodista Tom Segev, Pearlman se había permitido dar a conocer tal evaluación suya no sin antes asegurarse el visto bueno de Ben Gurion (Segev, 2010: 105-106). Lo que en otras palabras significaba que era innecesario ser crítico de Israel, o incluso antisionista, para publicitar tal amateurismo como minusvalía.
La crítica al amateurismo israelí se veía apoyada por un coétnico de Pearlman, el procurador general de la provincia germana de Hesse, Fritz Bauer, notablemente irritado por el tiempo transcurrido desde que éste informó a Israel en los años de 1950 sobre la presencia de Eichmann en Argentina hasta que el jefe del Mosad, Iser Harel, decidió tomar seriamente al toro por las astas, existiendo de todas maneras referencias más tempranas dentro del mismo decenio sobre los servicios de inteligencia alemán y estadounidense al corriente de la presencia eichmanniana aquí. Por añadidura está la captura de éste, anunciada por Ben Gurion antes de la partida de Buenos Aires de una importante delegación israelí encabezada por el entonces ministro de Educación Abba Eban, exembajador ante Estados Unidos y la ONU, que asistió a los actos conmemoratorios del sesquicentenario de la Revolución de Mayo, fecha iniciática de la lid que un sexenio después desembocaría en independencia argentina. Ello podía poner en dificultades a Eban y a su comitiva de quedar prestamente expuesta la dimensión oficial israelí del secuestro de Eichmann. Pese a su bien conocida elocuencia como publicista de Israel, las respuestas de Eban al periodismo en Buenos Aires sonaron inconvincentes, entre otras razones, por la decisión israelí de depositar inicialmente en ajenos a su diplomacia los pronunciamientos al respecto, por ejemplo en discursos, filtraciones u otras manifestaciones de no diplomáticos, en el afán de distanciar al gobierno israelí de lo hecho por quienes eran presentados como voluntarios, pero que, aun si lo hubiesen sido, no eran ajenos a éste. Claro que la credibilidad de tal desvinculación oficial quedaría desvirtuada ni bien el antes mencionado Harel habló en público sobre Eichmann. Ilustración adicional de lo alegable en base a lo notado por Pearlman son, respectivamente, la ya aludida creación de la unidad del Mosad encargada del tema nazi en julio de 1960, aproximadamente un bimestre después del secuestro, así como la decisión israelí de destacar sendas guardias frente al edificio que albergaba las oficinas de la embajada argentina en Tel Aviv y aquel del hábitat de su jefe en Ramat Gan, tras ser éstos blanco de amenazas, en vez de adelantarse a ellas (Raviv, 1991: 126; Orbach, 2022: 103). Y también por complicaciones imprevistas, ajenas a la dimensión político-diplomática de la captura de Eichmann.17
A la cabeza, sin embargo, de las ilustraciones de amateurismo y otras minusvalías se encontraba el primer reporte oficial israelí, preparado por su Ministerio de Relaciones Exteriores (en adelante Ministerio de Exteriores). En respuesta a un entendible pedido de explicaciones de su contraparte argentina, allí se leía que Eichmann había sido secuestrado por desconocidos a ojos del gobierno israelí y, tras su aceptación voluntaria de someterse a juicio en el Estado hebreo, fue sacado de Argentina y entregado al Mosad, hecho solamente informado al gobierno israelí cuando la operación estuvo concluida. Consciente de haber infringido el derecho internacional, Israel lamentaba tal violación. Pero Ben Gurion esperaba que ello fuese entendido, dada la importancia de Eichmann en el aniquilamiento sistemático de buena parte de la judería europea. Dicha lamentación fue vista como deficitaria, resultando consecuentemente inaceptable para el gobierno argentino. ¿Cómo pensar que tal interés en ser disculpado, si no lo enteramente argumentado en esta comunicación problemática para sus lectores, cualquiera fuera su nacionalidad, los convencería de que un complejo operativo como éste podría haberse hecho de manera desvinculada de parte oficial israelí y, a la postre, con resultado digerible para las autoridades argentinas? Pertinentemente catalogada por la historiadora Deborah Lipstadt como “una de las notas más escasamente diplomáticas de la historia diplomática”, la más sucinta expresión crítica sobre tal comunicación israelí le correspondió al historiador David Cesarani. Definitivamente, en dos palabras éste la vio como “insultantemente implausible” (Lipstadt, 2011: 21; Cesarani, 2004: 238). Y para quienes pudiesen sentirse incómodos con cierto dejo de inmodestia en la contundencia de dichas apreciaciones de Lipstadt y Cesarani, desde un costado ajeno al de los historiadores, no había sido inmodesto Zvi Aharoni, miembro del equipo del Mosad que tuvo a su cargo buena parte del rastreo y preparación del rapto, al concluir que tal nota “era tan naive y alejada de lo acontecido en realidad” que volvía difícil “entender cómo alguien en el Ministerio de Exteriores israelí podría haber albergado expectativas de ponerle fin así a este delicado asunto” (Aharoni, 1996: 168).
Imaginablemente, la detención y traslado a Tel Aviv de Eichmann derivó en un serio revés para Israel, cercano al quiebre del vínculo diplomático argentino-israelí, amén de una condena por el Consejo de Seguridad de la ONU. En lugar del corte de relaciones demandado por los nacionalistas más extremos, el embajador israelí en Argentina fue declarado persona no grata, habiendo sido su contraparte argentina en Tel Aviv convocado antes en consulta a Buenos Aires. La ratificación del tratado de extradición, aprobado a inicios de mayo de 1960, quedó estancada y los incidentes antijudíos, en especial en el país, se multiplicaron. De manera contrastante con esta enumeración de las principales dificultades derivadas del caso Eichmann, la normalización de las relaciones entre ambos países quedó formalmente efectivizada bastante rápido, a los tres meses del rapto, si bien, como era dable esperar, ella debió convivir con un prolongado malestar diplomático, no sólo del lado de Argentina.18
Para ejemplificar tal estado, en 1963, tras la designación de Adolfo Gass como embajador argentino en Israel y la presentación de sus cartas credenciales, su primer encuentro formal con Arieh Levavi, a la sazón jefe de la sección latinoamericana del Ministerio de Exteriores israelí, dio pie a un incidente inesperado, al menos poco esperable para una primera visita de cortesía. “A boca de jarro”, Levavi le espetó estar “muy enojado” por haber sido declarado no grato por el gobierno de Frondizi. Décadas después, Gass, político de la Unión Cívica Radical del Pueblo, judío y proisraelí por añadidura, se refirió a esto como “una pequeña discusión”. Pero no habiendo sido él quien buscó tratar el asunto, no lo esquivó, sirviéndose de éste para aportar educadamente alguno que otro punto sobre las íes de su interlocutor. Con firmeza, la respuesta de Gass obligó a Levavi a prestarle oído a una pregunta crucial que no necesariamente habría surgido de no haber sido él quien eligió introducir el tema Eichmann. En concreto, lo que Gass quiso saber era si Levavi pretendía que Argentina lo felicitara por aquello que “desde el punto de vista diplomático era una falta grave”, cuando en Argentina lo pedido había sido “la ruptura de relaciones” (Gass, 2006: 98-99) o, como mínimo, por elevación, una más inmediata declaración de no grato a Levavi.19
Dista de sorprender, pues, que la preservación del vínculo diplomático argentino-israelí fue alcanzada con apreciable intervención norteamericana. Requerida por Israel, ésta se tradujo, por caso, en por lo menos dos importantes contribuciones estadounidenses al proyecto de resolución del Consejo de Seguridad. En momentos en que los nacionalistas locales más extremos consideraban que el irrespetuoso accionar israelí frente a la soberanía argentina debía ser visto como un casus belli, a derivar en corte de relaciones diplomáticas, los norteamericanos abogaron por la normalización y el avance de ese vínculo tradicionalmente amistoso. A más alto nivel, otro aporte estadounidense fue un crucial llamado de atención del vicepresidente Richard Nixon al representante washingtoniano en el Consejo de Seguridad por un pronunciamiento suyo de tonalidad más próxima a la israelí que a la argentina. Es así como el vicejefe de Estado, y para esas fechas candidato presidencial estadounidense, intimó que tales palabras del embajador Henry Cabot Lodge podían constituirse en adversidad para su emisor, debilitando sus aspiraciones políticas de acompañar a Nixon como vicepresidente de un futuro gobierno suyo. Ese toque de atención fue el causante, entre otros, de un cambio de tono en una nueva intervención de Cabot Lodge sobre el tema Eichmann (Yablonka, 2004: 45).
Lo más significativo de tal viraje fue que el texto final de la resolución del Consejo de Seguridad no hizo centro en las exigencias argentinas de devolución de Eichmann y penalización de sus secuestradores, deletreadas por el jefe de su diplomacia, Diógenes Taboada. Y ello sin que el susodicho canciller omitiese dejar constancia expresa de la “más enfática condena” argentina de los crímenes cometidos por el régimen hitleriano y su “más explícita protesta” contra la violación israelí del territorio argentino. En lugar de una manifestación explícita de lo reclamado por Argentina, la resolución optó por requerir “reparaciones adecuadas” de Israel, especificando a modo aclaratorio el antes nombrado diplomático estadounidense que el debate en el Consejo de Seguridad y el ya ofrecido pedido de disculpas israelí eran entendidos por su país como conformadores de tal reparación. A su turno, su contraparte argentina, Mario Amadeo, aportó un añadido suplementario. En medio de la Guerra Fría, y ante un interrogante soviético sobre el alcance de tal reparación, en especial si ella incluía el hasta entonces infructuosamente repetido reclamo de devolución de Eichmann,20 Amadeo afirmó que ni Argentina ni cualquier otro país miembro del Consejo “tenía obligación especial de brindar una interpretación” de las resoluciones (Hausner, 1967: 460-461).
Aun cuando la superación del malestar, en particular aquel de la agraviada parte argentina, estaría necesitado de una abstención a futuro de operaciones semejantes a la que tuvo a Eichmann como protagonista, ello de ninguna manera hizo mella en la toma de decisiones relativas al asesinato de otros nazis, más que a su búsqueda para ser juzgados en Israel. Uno de quienes corrieron esa suerte fue Herbert Cukurs, residente en Brasil, dada su actuación en un país báltico durante la era del nazismo. Menos agraciado que Joseph Mengele y Walter Rauff, Cukurs fue muerto en la vecina República Oriental del Uruguay en 1965. A su turno, Rauff, creador de la cámara de gas rodante (en la que las víctimas eran gaseadas al interior de camiones especialmente acondicionados para tal fin, lo que sería presentado por algunos como integrador de “formas más eficientes de exterminar judíos”) (Mount, 2002: 157), vivió en Siria temprano durante la segunda posguerra y premudanza a Chile fue servicial para con Israel como proveedor de información sobre ese importante país árabe. Aun así, en 1980 el capítulo chileno de su vida incluyó un abortado intento de captura israelí, frustrado por su mujer que se percató de lo que estaba por suceder; ello llevó a quienes intentaban secuestrar al marido a desistir, abandonando la escena, que culminó con la muerte de Rauff por cáncer en el país transandino cuatro años más tarde (Orbach, 2022: 204).
El caso Rauff parece guardar cierta semejanza con aquellos de Otto Skorzeny y Willem Antonius Sassen, entre otros, en especial en lo referente al recurso del Estado hebreo, al igual que distintos países del campo aliado durante la Segunda Guerra Mundial, a criminales y otros nazis prófugos en ciertas instancias. Exjefe de comandos de las SS y rescatista en 1943 del depuesto Benito Mussolini, Skorzeny estuvo desde 1960 en la mira del Mosad por un par de razones, si no más. Primero, como criminal nazi a ser capturado, idea que debió archivarse por carecer Israel de sólida evidencia probatoria de los crímenes antijudíos reportadamente alegados en su contra, y después, como colaborador del servicio de inteligencia israelí, al que ayudó en relación con el proyecto de cohetería egipcia, en particular con el quehacer de los científicos y tecnólogos alemanes contratados por El Cairo para éste (Orbach, 2022: 166-172). En cuanto a Sassen, publicista holandés de los nazis, fue condenado a prisión por los belgas por su colaboracionismo, desembarcando en Buenos Aires a fines de 1947, siendo Skorzeny quien lo habría puesto en contacto con Eichmann en este país en el que la presencia y contactos de quien logró liberar a Mussolini también se tradujo en ediciones argentinas de escritos suyos.21 Dado el interés de Sassen en la Solución Final, eventualmente persuadió a un Eichmann interesado en dar a conocer su papel (no solo por las implicancias pecuniarias del proyecto en un mañana en el que él, preferentemente, ya habría abandonado este mundo) a que escribieran un libro conjuntamente. Dicho volumen debía servir para presentar su versión empática de lo hecho por el régimen nazi y justificarlo. Ese trabajo del binomio Sassen-Eichmann se tradujo en decenas de horas de grabaciones que, revisadas y/o corregidas y anotadas por Eichmann, generaron el equivalente de un texto de centenas de páginas, así como el infructuoso intento de interesar a un reconocido director cinematográfico británico, Alfred Hitchcock, para que hiciese un thriller basado en su vida. También provocaron sospechas sobre Sassen, cuya labor de escriba podría haber sido útil a los israelíes para capturar a Eichmann; dudas que éste parece haber intentado lavar entregándole a la viuda, Veronika Liebl, parte de lo recaudado por sus artículos en publicaciones germanas, estadounidenses y otras de primera línea. Menos dudosa fue la colaboración de Sassen con el Mosad en la búsqueda de Mengele, con quien Eichmann había tomado contacto en Argentina a través de este holandés, entre otros (Aharoni, 1996: 151; Stangneth, 2014: 598, n8).
Más intrascendente que la muerte de Eichmann, aquella del ya mencionado Cukurs sirve para ilustrar el vuelco israelí del rapto a los asesinatos de bajo perfil, más próximos al anonimato, habiendo llegado a concluir Ben Gurion, y ello a partir del caso Eichmann, que Israel debía eludir la compra de reveses inequívocos con países latinoamericanos y/u otros de gran importancia para el Estado hebreo. Derechos de autor aparte, dicha conclusión parecía mostrar a Ben Gurion como habiendo hecho suya la racionalidad de otros lejanos a él que no habrían sido de consulta prioritaria para éste, entre ellos el periodista y analista político Uri Avneri, uno del más escaso grupo de israelíes críticos del secuestro. Apenas aterrizado Eichmann en Israel, Avneri escribió que, “de habérselo linchado, de haberlo tajeado en tiritas, nadie […] nos habría condenado […] la humanidad habría entendido” (Hazeh, 31 de mayo de 1960). A diferencia de las igualdades matemáticas, este pronóstico resultó cómo terminaron dándose las reacciones, en especial las rioplatenses, frente al asesinato de Cukurs.
De vuelta sobre Argentina, el gobierno de Frondizi, el primero en ser electo después del golpe antiperonista de 1955, se vio afectado por la violación de las fronteras argentinas. La embajada argentina en Tel Aviv fue objeto de amenazas e inesperadamente un diplomático israelí adscripto a la agregaduría militar se encontró acosado en la vía pública porteña por personas inidentificadas (Rein, 2023: 127). Para ese entonces, y a la luz de la pericia desarrollada por Israel en tales asuntos, quizás pueda sorprender que la amenaza de violencia contra la sede de la representación argentina en Tel Aviv o el domicilio de su jefe nunca hubieran desembocado en la detención de quienes habían anticipado tal acontecer como inevitable, de no avenirse el Estado hebreo a una exigencia argentina igualmente incumplida, la devolución de Eichmann, irrealizada a la luz de la falta de voluntad política para ello.
No obstante, dicha exigencia argentina contó inicialmente con aval estadounidense, correspondiéndose, entre otros, con la reacción de importantes medios de prensa norteamericanos. Efectivamente, el semanario neoyorquino Time (20 de junio de 1960), en un comienzo con piezas más críticas que laudatorias de la captura israelí, puso de manifiesto que la opinión pública estadounidense no consideraba que el secuestro fuese un modus operandi aceptable; más bien se trataba de una “arbitraria desconsideración del derecho internacional”. A su turno, el New York Times presentó al rapto como “ilegal” e “inmoral” y el Washington Post (27 de mayo y 25 de junio de 1960) apareció condenando sin tapujos lo que dio en designar como la “ley de la selva” israelí, advirtiendo que un juicio allí de Eichmann sería desaconsejable porque habría de estar viciado, “divorciado de la justicia”. Más enojoso para Israel fue la dura equiparación de judíos israelíes y nazis germanos destacada por el Christian Science Monitor (9 de junio de 1960) bostoniano; éste subrayó que “la reivindicación israelí de autoridad para el juzgamiento de crímenes antijudíos cometidos fuera de sus fronteras” era idéntica “a la reivindicación nazi de ‘lealtad [al Tercer Reich] por personas de nacimiento o ascendiente alemán’, independientemente de su lugar de residencia” (Lipstadt, 2011).
Tales manifestaciones iniciales de la prensa estadounidense muestran las limitaciones encontradas por Israel en la intentada imposición de su narrativa, sin por ello desmentir la eficacia del cabildeo favorable al Estado hebreo en Estados Unidos que, desde antes de declarada la independencia israelí, fue, sin exagerar, superior, tanto cuantitativa como cualitativamente, al de más de uno de sus adversarios y enemigos. Además, lo manifestado inicialmente por la prensa norteamericana también ayuda a entender que una mutación favorable a Israel en la cobertura del caso Eichmann, observada desde la antesala del juicio, habría sido mucho más difícil de lograr sin un alza del cabildeo pro-israelí por doquier, en especial en Estados Unidos. Dicho acontecer permite entender el contraste, por caso, entre el tono crítico del Time frente a la transgresión israelí y a renglón seguido su ulterior inclinación a acentuar el gran santuario para nazis ofrecido por Argentina. A su turno, el análisis encarado a partir de un millar de editoriales de prensa estadounidenses mostró que los desfavorables a Israel guardaban una relación de siete a tres en días inmediatamente posteriores al secuestro, volcándose en favor del Estado hebreo diez de cada trece durante el juicio (Salomon, 1963: 86; Glock, 1966).
Todavía sobre las consecuencias para Israel del caso Eichmann, tras el rechazo israelí de su devolución a Buenos Aires, el recurso argentino al Consejo de Seguridad logró la satisfacción parcial a ciertas expectativas suyas y también a otras de la parte israelí. El cuestionamiento de Israel a la jurisdicción del Consejo de Seguridad fue ignorado y la resolución aprobada acopió ocho votos afirmativos contra ninguno negativo. La resolución también especificó que una reincidencia israelí de operaciones reñidas con el derecho internacional podía comprometer la paz y seguridad mundiales. Postergar toda discusión, ya que torpedearla hasta el hundimiento constituía un objetivo inalcanzable para Israel, tan inalcanzable como la devolución de Eichmann a Buenos Aires resultó para Argentina. En consecuencia, la resolución aprobada por el Consejo de Seguridad debió ser “laboriosamente” negociada. Mientras que un Frondizi debilitado internamente por el affaire Eichmann se declaró satisfecho, la laboriosidad reportada por un nacionalista como Amadeo, diplomático argentino acreditado ante la ONU, intima el disgusto que éste compartía con otros a propósito de una trabajosa resolución que había dejado circunscripta la adecuada reparación israelí esperada en Buenos Aires a un pedido de disculpas, en vez de, idealmente, la requerida devolución de Eichmann y la punición a sus secuestradores. Eximido Israel de tales exigencias, el gobierno de Frondizi se mostró escasamente interesado en una visita de la jefa de la diplomacia israelí, Golda Meir. En su lugar, quien llegó a Buenos Aires fue Shabtai Rosenne, asesor legal del Ministerio de Exteriores israelí, para negociar con su contraparte argentina, el nacionalista católico Luis María de Pablo Pardo, la eventual normalización de la relación bilateral. El pronto alcance de tal objetivo no fue ajeno al deseo de Frondizi de contrarrestar un empeoramiento de la imagen de Argentina en Estados Unidos, particularmente a ojos de sus judíos y otros en el modelado de la opinión pública allí, con posibles repercusiones adversas para la participación estadounidense en proyectos de desarrollo del frondizismo. En palabras atribuidas a Frondizi, que recibió a Rosenne propiamente, éste dijo que el mandatario buscaba “evitar la reserva de parte de capitalistas judíos en el mundo, que podía llegar a arruinar” sus programas de crecimiento. De ser así, Frondizi podía haber estado al corriente de que buena parte de la comunidad judía en el país del Norte había sido manipulada contra Perón por Spruille Braden, su embajador en Buenos Aires y ulterior adjunto a la jefatura de la división de asuntos latinoamericanos del Departamento de Estado en Washington (1945-1947) más de un decenio antes de la captura de Eichmann. Y la acusación de judeofobia de inspiración nazi sobrevivió a Perón largamente, más precisamente hasta después de las respectivas muertes de acusador y acusado (Klich, 1988: 192-223; Rein, 2023: 129). Que lo aplicable a Perón no es imposible de verse como relevante asimismo para distintos líderes latinoamericanos –ora civiles, ora militares– no es difícil de constatar. De todas maneras, un cuadro más completo podría lograrse preguntando ¿hasta qué punto las posibles distorsiones del poder judío, especialmente en Estados Unidos, no estaban sobredimensionadas, en algunas de esas ocasiones tal vez nutridas por los propios judíos? Una respuesta afirmativa a este interrogante viene sugerida, por ejemplo, por Jacob Blaustein, fundador de una importante empresa petrolera, la American Oil Company (AMOCO), y otrora presidente del AJC, en ese entonces entidad judía en camino a volverse parada casi obligatoria para jefes de Estado y de gobierno latinoamericanos de visita en Nueva York y la capital estadounidense. En 1950 Blaustein logró acordar con Ben Gurion que todo judío no israelí debía ser leal a su país y que, en principio, el Estado de Israel no hablaba en nombre de sus coétnicos no israelíes, temas estos en los que el interés del AJC era denegarle munición a quienes, ya se dijo, acusaban a tales judíos no israelíes de estar recorridos por dobles lealtades –a su país de nacimiento y/o residencia, de un lado, y a Israel, del otro lado–, cuando las actividades transnacionales de diversos grupos étnicos no estaban suficientemente bien vistas en una variedad de países, Argentina incluida, con independencia de los avances en esa dirección ocurridos bajo Perón (1946-1955).
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Entre los innúmeros planteamientos militares que hostigaron a Frondizi, uno tuvo lugar a poco del secuestro de Eichmann. Ello permite pensar al operativo israelí como pudiendo haber servido como desencadenante adicional de la intentona contraria a Frondizi que, seguida de otras, produjeron su eventual dimisión. Fortunato Giovannoni, militar activo en más de un intento golpista –en el caso de Frondizi, por ejemplo, uno en junio de 1960–, participó de varios conatos, inclusive de aquel que incluyó al líder de la antijudía Alianza de la Juventud Nacionalista (Sanchis Muñoz, 1992: 171). Si bien insuficiente para inferir a partir de esto una definitiva motivación judeófoba de críticas y críticos del secuestro, innegablemente, el papel de Giovannoni estaba lejos de desalentar tal noción. Dicha sospecha alcanzó a no pocos, no todos merecidamente, en especial cuando fueron etiquetados como antijudíos de manera sobradamente dependiente de su falta de empatía con la metodología empleada en la captura de Eichmann, no del sobrio análisis de las respectivas trayectorias y argumentaciones de dichos críticos. Apuntado a acallarlos, el batallar diplomático-publicista alentó del lado israelí la promoción de un resurgimiento del interés de distintos seguidores de la actuación argentina desde el período de entreguerras hasta la segunda posguerra. Y puso a Frondizi a la defensiva, su antifascismo personal a contramano de la postura más combativa de Amadeo, quien, por supuesto, no fue el único apoyo nacionalista de Frondizi con trazas de judeofobia en su puja por asegurarse la presidencia argentina. En palabras de Ángel Miguel Centeno, amigo de Amadeo y subsecretario de Culto durante el gobierno de Frondizi, de quien se dice que disfrutaba de acceso directo al jefe de Estado, Amadeo sólo superó tales prevenciones al final de su vida (Rouillon, 26 de diciembre de 2006).
En ese contexto, los 60 mil criminales nazis en Argentina, entre otras cantidades estimativas, era un número por remozar con el acceso a más y mejores fuentes. Tal práctica, empero, fue resistida por quienes prefirieron considerar al país como santuario nazi par excellence hasta 1983; evaluación exacerbada por la cultura del secreto y las consecuentes dificultades de acceso a la documentación argentina que pudiese arrojar luz directa, o bien tangencial, sobre criminales y otros nazis prófugos llegados al país. Va de suyo que la importancia de Argentina como significativo refugio de criminales nazis difícilmente se habría visto aguada por no ser su número de usufructuarios del extravagante orden del centenar de millares, hiper exagerada estimación de un observador latinoamericano, ni de las decenas de mil carentes de toda rigurosidad fabuladas por otros, en vez de los siempre numerosos 180 surgidos del trabajo llevado adelante en 1997-2005 por la Comisión para el Esclarecimiento de las Actividades del Nazismo en la Argentina (CEANA), con la importancia de los detectados por ésta exacerbada por la generalmente ignorada jerarquía suprema de algunos de los otrora ocupantes de la cúpula de los regímenes pronazis bielorruso, croata y eslovaco.22 Además, el cuestionamiento de Argentina como principal refugio de criminales nazis, inaugurado hace más de seis décadas por críticos germanos de la desnazificación incompleta de Alemania, fue señalado por el periodista y autor germano Tete Hare Tetens, exrecluso en el campo de concentración de Oranienburg, desde donde logró exiliarse en sucesivos países, Argentina entre ellos, terminando sus días en Estados Unidos. Tetens afirmó que el grueso de los criminales nazis no se había ido de su país. Más recientemente, un extenso relevamiento de registros atesorados por diversos repositorios alemanes y otros impulsó a dos estudiosos, Ronen Bergman y Roni Stauber, a concluir que “la vasta mayoría de criminales nazis ha residido en paz en la mismísima Alemania”. Tetens y el par antes mencionado han aportado, pues, una visión de la República Federal como quizás el principal refugio para criminales y otros nazis. Claro que para evitar malentendidos y tergiversaciones de tal visión de Alemania todavía se necesitaría un estudio de lo acontecido en demás países para construir un ranking internacional de acogedores de dichos nazis, pudiéndose así determinar con mayor precisión dónde aparece posicionada Argentina (Tetens, 1961: 209; Bergman, 30 de junio de 2023). Adicionalmente, a diferencia de alguno de sus colegas en Israel, Jacob Tsur, primer jefe de su representación diplomática en Buenos Aires, no tuvo problema en señalar como un número excesivo a los 60 mil criminales de un Wiesenthal no siempre atento a la imperiosa necesidad de disponer de datos de impecable precisión fáctica en relación con la documentación en el dominio público, siendo esto de importancia clave, tanto desde el ángulo político como del educativo.23 Tan inflados se presentaban esos 60 mil como los alardes de Eichmann insistiendo, por caso, en presentarse como exitoso promotor de la emigración de 50 mil judíos durante el período previo a la solución final, cuando el Tercer Reich buscó librarse de su presencia por dicha vía (Lipstadt, 2011: 74). Los 60 millares de criminales nazis de Wiesenthal provenían de Argentina, de fuentes a no ser descartadas de plano, aún si definitivamente bien poco confiables, vista su utilidad para dejar ejemplificado el daño causado por la brecha entre hechos y relatos. Hacer hincapié sobre tal daño para nada es incompatible con tomar nota de la satisfacción de nazis prófugos ante el trato recibido por algunos en una Argentina que, según Eichmann, había sido para éstos la “Tierra Prometida” de América del Sur, o con lo sostenido por el historiador Holger Meding al aseverar en su trabajo para la CEANA que, en caso de huida, Argentina fue “muchas veces, más que otros […], la meta de los […] fugados” (Stangneth, 2014: 25; Meding, 1999: 219).
Dos años después de la ejecución de Eichmann, Meir Amit, a cargo del Mosad desde 1963, supo aprovechar el reportado desencanto de Ben Gurion con Harel, su predecesor al frente de la inteligencia israelí, por el fracaso de su accionar contra los alemanes involucrados en el desarrollo de la cohetería egipcia, ataques intimidatorios que entre otras cosas también victimizaban a personas distintas de sus principales destinatarios, como si todos ellos hubieran sido equiparables con quienes sirvieron a Hitler anteriormente. Por añadidura, Harel como jefe del Mosad parece haber sido uno, si no el más convencido de todos los que alegaban que tales germanos buscaban completar desde Egipto el genocidio hitleriano de los judíos, hipótesis en la que los sentimientos antinazis de tales israelíes se veían superados hasta cierto punto por el más vasto aborrecimiento antigermano de Harel (Orbach, 2022: 142-143). Lejos de querer arriesgar Israel el desarrollo de una relación privilegiada con Alemania, la postura que se impuso fue la de un Amit opuesto “al terrorismo, los secuestros, los escándalos internacionales […]”. Es más, ni Ben Gurion ni su sucesor como primer ministro de Israel desearon “otro escándalo” como el de Eichmann (Orbach, 2022: 188). Para nada asombra, pues, que Israel adoptara en 1964 una postura cauta en la que la penalización de los crímenes nazis se traduciría en extradiciones pedidas por Alemania y demás países relevantes, o bien con Israel considerando tomar medidas más extremas contra tales criminales. Y el abandono de su caza, Mengele y Rauff entre otros excluidos de esa suerte, derivó en el relegamiento de Amal, la respectiva unidad del Mosad, con un alto cargo de la policía israelí mostrándose adicionalmente opuesto a la política de asesinatos anónimos, tal como se la vio empleada en el caso de Cukurs.
Seguramente, el telón de fondo de tal matización israelí no podía estar desvinculado de Ben Gurion imaginando al jefe de gobierno germano, avezado político conservador, tomando ciertos recaudos. Por ejemplo, a poco de abierto el juicio, Adenauer declaró públicamente tener “la más plena confianza” en el tribunal y el gobierno israelíes. Tales palabras, empero, no estaban disociadas de represalias económicas y otras a tomarse contra Israel en materia de créditos, pertrechos bélicos y “trascendente asistencia al programa nuclear israelí” en caso de desviaciones del Estado hebreo respecto de los entendimientos alcanzados entre sus respectivos jefes de gobierno (Orbach, 2022: 125-126). Tal el caso de evitar que, en el juicio jerosolimitano se mencionase a Hans Globke, con papel de importancia en las leyes racistas y judeófobas aprobadas por la legislatura del Tercer Reich en 1935. Ese gran interés alemán tenía que ver con posiciones clave alcanzadas por Globke en el entorno de Adenauer durante la segunda posguerra. De influyente subsecretario de Estado (1949-1953), éste había pasado a ser mano derecha de Adenauer en su calidad de jefe del gabinete de asesores del premier (1953-1963). En los hechos, entonces, la deferencia israelí con ese interés alemán, que también era el estadounidense, dados los estrechos contactos profesionales de Globke con la CIA, quedó evidenciado por el total silencio a referencias, por caso, al hecho de haber incluido su asesoría legal del aparato represivo del Tercer Reich a la sección judía de éste en manos de Eichmann. En aras de tal objetivo, el gobierno alemán fue postergando el pago de una primera cuota de 50 millones de dólares en materia asistencial para Israel, de últimas acumulados hasta después del juicio, algo también acontecido con la entrega diferida de material bélico para el Estado hebreo. Dichas medidas ayudan a entender a Adenauer señalando a comienzos del juicio que éste no sería explotado para maquinaciones políticas. No sorprende, entonces, que tales diferimientos recién se vieran superados postjuicio, con Adenauer haciéndole saber a Ben Gurion el aprecio que sentía por la manera en que todo el asunto había sido conducido y concluido (Yablonka, 2004: 52, 54).24
Así es como se llega a la terminación de la relativamente breve participación directa de Israel en la cacería de nazis, sin por ello ignorarse su infructuoso intento de asegurar, entre otros, la extradición de Brasil de Gustav Wagner, subjefe del campo de exterminio de Sobibor,25 o la extradición y el fallido juicio en Israel de John Demjanjuk como “Iván el terrible” del campo de exterminio de Treblinka, en los hechos, un paso en falso por no ser éste quien se suponía que había sido, lo cual devolvió a Demjanjuk cierta libertad. Años después, empero, la República Federal condenó a Demjanjuk por complicidad en el exterminio nazi de más de 28 mil judíos como guardia en Sobibor.
En Buenos Aires, por su parte, el secuestro de Eichmann y la extradición años después de Gerhardt Johannes Bohne, involucrado en el proyecto de eliminación de enfermos mentales, aquel que costó la vida a numerosos discapacitados, 15 mil durante el desempeño del extraditado en sus funciones, fueron tempranos e impensados precedentes de lo que décadas más tarde sería una Argentina mejor dispuesta a conceder extradiciones de los acusados de crímenes del nazismo. Desde el gobierno de Raúl Alfonsín (1976-1983), ello se tradujo en el envío a Alemania de Josef Schwammberger, que comandó más de un campo de concentración alemán; Erich Priebke, requerido por Italia por su papel en la masacre de las Fosas Ardeatinas, represalia germana contra un ataque de partisanos antinazis que causó la muerte de más de 300 italianos a manos alemanas; y el despacho a su país de Dinko Sakic, excomandante del campo de Jasenovac en la Croacia aliada con el nazismo. Mientras que la detención de Schwammberger ocurrió durante la presidencia de Alfonsín, su extradición, al igual que aquellas de Priebke y Sakic, acontecieron durante la incumbencia de Carlos Saúl Menem. A diferencia de estos tres, la más temprana extradición de Bohne no sólo encabeza esta lista en términos cronológicos, sino que también es descollante por su inimaginada implementación durante un gobierno militar argentino encabezado por el general Juan Carlos Onganía, sospechado él de no haber estado más allá de prevenciones antijudías, por ejemplo, con las medidas tomadas contra ciertas cooperativas de crédito creadas por inmigrantes y otros judíos. En términos comparativos, Walter Rauff, que residió algún tiempo en Argentina, se mudó a Chile. Vivió en este penúltimo país latinoamericano en cortar con el Eje un año antes que Argentina hasta el fin de sus días en virtud del repetido rechazo de los pedidos de extradición presentados a gobiernos chilenos de variada filiación política y legitimidad legal, tanto conservadores como socialistas, civiles y militares (Rigacci, 1998).
En lo referente al alegado deseo de un líder nacionalista árabe, el populista egipcio Gamal Abdel Nasser, de llevar hasta el fin la incompleta destrucción de los judíos lanzada por los nazis dos decenios antes, sólo que en la novel coyuntura recurriendo a un arsenal enriquecido con cohetería Made in Egypt en vez de cámaras de gas germanas, dicho supuesto objetivo ciertamente no fue logrado por Harel, y menos aún manu militari, siendo los egipcios quienes debieron abandonarlo debido a las limitaciones tecnológicas y otras de su país, esencialmente el fracasado intento de desarrollar un sistema operativo para guiar tales cohetes hacia su objetivo. En cierto modo, esas falencias acercan lo sucedido a este líder de la principal potencia militar árabe con lo acontecido a Perón en su más temprano intento de dotar a la Fuerza Aérea Argentina con aviones a reacción de combate Made in Argentina, los Pulqui II. Dicho proyecto no prosperó, pese a contarse con el concurso, entre otros, de profesionales germanos formados y activos en Alemania durante el Tercer Reich (Potash, 1999). Algunos incluso fueron reclutados más tarde por los propios egipcios, entre otros. Que el proyecto de Perón resultara infructuoso se debió, principalmente, al hecho de que la Argentina de los años de 1940-1950 no contaba con los tecnológicos y otros insumos requeridos para la producción de las turbinas propulsoras de tales aviones o, en su defecto, de una fuente foránea de abastecimiento, técnicamente idónea y políticamente confiable, en condiciones de suministrarlas ininterrumpidamente durante la vigencia del proyecto.
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Sobre el autor
Ignacio Klich, formado en la Universidad de Leeds y el St. Antony’s College británicos se dedicó en Londres a la docencia universitaria e investigación en historia diplomática e inmigratoria de Argentina. Con un catálogo de publicaciones argentinas, europeas, israelíes y norteamericanas, entre otras, éstas incluyen, por caso, Discriminación y racismo en América latina (con Mario Rapoport, 1997); Árabes y judíos en América latina. Historia, representaciones y desafíos (2006) y Argentina y la Europa del nazismo. Sus secuelas (con Cristian Buchrucker, 2009). También ha sido editor de números monográficos de revistas como el Canadian Journal of Latin American & Caribbean Studies, Ciclos, Estudios Migratorios Latinoamericanos, Ibero-Amerikanisches Archiv, Patterns of Prejudice y The Americas.
About the author
Ignacio Klich, educated at the University of Leeds and St. Antony’s College in the UK, dedicated himself in London to university teaching and research in diplomatic and immigration history of Argentina. With a catalog of Argentine, European, Israeli and North American publications, among others, these include Discriminación y racismo en América latina (with Mario Rapoport, 1997); Árabes y judíos en América latina. Historia, representaciones y desafíos (2006), and Argentina y la Europa del nazismo. Sus secuelas (with Cristian Buchrucker, 2009). He has also been guest editor of monographic issues of journals such as the Canadian Journal of Latin American & Caribbean Studies, Ciclos, Estudios Migratorios Latinoamericanos, Ibero-Amerikanisches Archiv, Patterns of Prejudice and The Americas.
1 Para Gideon Hausner, fiscal del juicio en Jerusalén, la conferencia de Wannsee (enero 1942) había tenido a Eichmann como su progenitor. Dicha progenitura, empero, quedó cuestionada como elemento mítico por quienes señalaron que, como implementador de políticas de otros, Eichmann no había sido su decisor (Cesarani, 2004: 12, 107).
2 Tal grabación formaba parte de los borradores de un extenso volumen inédito de su autoría sobre el papel que le había tocado en la así llamada “Solución Final de la cuestión judía” en Europa. Arrepentido o no, dicha confesión de Eichmann no fue óbice para intercesiones en favor de conmutar la pena capital por una cadena perpetua, solicitada por algunos de los más renombrados miembros de la intelectualidad israelí, entre ellos Martin Buber, Yeshayahu Leibowitz y Gershom Sholem (Hausner, 1967: 10-12).
3 Los captores israelíes de Eichmann también habían tenido la mira puesta sobre Joseph Mengele (asimismo conocido como el “ángel de la muerte” del campo de exterminio de Auschwitz). Menos notado es que hubieran buscado hacerlo en la compañía de Martin Bormann, posibilidad sugerida por la inclusión del así conocido delfín de Adolf Hitler en el interrogatorio al que Eichmann estuvo sujeto por sus captores en Buenos Aires, cuando todavía no se tenía absoluta certeza de la muerte de Bormann durante la caída de Berlín (Aharoni, 1996: 149).
4 Identificado como alemán, germano-austríaco o austríaco, según la fuente que se consulte, la primera, empero, es su nacionalidad correcta. Ver, por caso, Adolf Eichmann. United States Holocaust Memorial Museum. https://encyclopedia.ushmm.org/content/en/article/adolf-eichmann; Adolf Eichmann. Wikipedia. https://en.wikipedia.org/wiki/Adolf_Eichmann (consultado el 14 de febrero de 2022). Siendo de quienes sostienen que todo aquel que escribe no sólo puede errar, sino que también yerra, soy de los que, en caso de pifio, buscan enmendar tal error (Klich, 2002).
5 Dicho sea de paso, el informe Eizenstat concluyó que “con excepción de Argentina, cada uno de los neutrales del período bélico aportó sustancialmente al apuntalamiento económico del esfuerzo de guerra nazi”. Y “a diferencia de Argentina, todos ellos también mantuvieron relaciones comerciales con Alemania nazi, de peso hasta el último año completo de la guerra”.
6 Durcansky, el menos conocido de ellos, fue condenado a muerte in absentia después de haberse desempeñado como ministro del Interior y de Relaciones Exteriores de su Eslovaquia pronazi, en tanto que los otros dos estuvieron al frente de regímenes alineados con el Tercer Reich: presidente de éste en el caso de Ostrowski y líder supremo o poglavnik en el caso de Pavelic (Sanchís Muñoz, 1992; Reinhartz, 1997-1999: 2-3; Loftus, 1982).
7 Ver, por ejemplo, Tato y Romero 2002; Buchrucker 2002; Senkman 2002; Degiovanni 2002; Sosnowski 2002; Valentini 2009; Aizenberg 2016; Schlickers 2021.
8 Nazi Party Membership Records (1946); Wechsberg (1967: 337).
9 Si bien los vínculos entre asesores germanos y un cuerpo en formación de oficiales del Ejército argentino facilitaron la camaradería entre ellos, la existencia de “importantes elementos antinazis’’ impulsó a un historiador local a alertar en contra de fáciles equiparaciones de una formación germana de la oficialidad argentina con su adoctrinamiento y exposición a la propaganda nazi. Es más, que ello no fuera algo automático también parece desprenderse del hecho de que desde 1910 la agregaduría militar alemana había dejado de estar a cargo de un oficial germano (Sanchis Muñoz, 1992: n71; White, 1991: 170; Newton, 1977: 30).
10 Sabido es que, para Perón, dichos juicios eran expresión de la justicia de los vencedores, calificación también empleada, por ejemplo, por Hannah Arendt en su crónica del juicio jerosolimitano. Si bien las analogías son siempre imperfectas, una variedad de razones acercaba dicha visión de Perón a otros críticos de los juicios de Nuremberg. Entre ellos, al autor y editor británico Victor Gollancz, cuya filiación judía convivió con su consideración de esos juicios como un precedente “maléfico”. También al abogado germano Robert Servatius, aprobado por la inteligencia israelí, el Mosad, para la defensa de Eichmann a la que él, al igual que otros foráneos menos exitosos, se había candidateado. A favor de esa aprobación israelí de Servatius estaba el hecho de no haber estado éste afiliado al NSDAP a pesar de “sus inclinaciones militaristas y de derecha, sin ser posible afirmar que tenía tendencias nazis”. Para Servatius, el Tribunal Militar Internacional de Nuremberg había sido una “regresión a la barbarie”. En Estados Unidos, una publicación de Chicago, The American (13-4-1961), condenó dichos juicios como un estremecedor retroceso a la moral y la ética medioevales (Hausner, 1967: 459; Cesarani, 2004: 246; Lipstadt, 2011: 58).
11 Luis Lutti a Juan Atilio Bramuglia. (19 de febrero de 1947). DP Santa Sede, AMREC.
12 Luis Castiñeiras a Juan Isaac Cooke. (2 de junio de 1946). DP Santa Sede 2/946, AMREC.
13 Desde la perspectiva judicial, los compromisos de las potencias vencedoras para poner en práctica la investigación y el juzgamiento de crímenes de guerra o de lesa humanidad bajo el Tercer Reich nunca fueron recogidos por los latinoamericanos, ni siquiera “en el supuesto del único país cuyas fuerzas combatieron contra el Tercer Reich”, siendo cinco los países de la región en los que se conoce la tramitación de pedidos de extradición: Argentina, Bolivia, Brasil, Chile y Paraguay (Klich, 1997: 429).
14 Entrevista del autor a Hugo Juan Gobbi, Buenos Aires.
15 Actas del Primer Congreso contra el Racismo y el Antisemitismo. Buenos Aires, 1938.
16 No la única, por cierto, una expresión de la importancia que Ben Gurion asignaba a consideraciones ideológicas fue una peculiaridad lingüística del juicio. Siendo el hebreo la lengua oficial de Israel, pero idioma desconocido para el acusado y su defensor, las traducciones hebreo-alemán fueron, naturalmente, moneda corriente en el desarrollo del juicio, con sus actas producidas por añadidura en alemán, francés e inglés. A la luz de la prensa internacional también hubo boletines diarios en dichas lenguas. No así en idish, independientemente de los periodistas de medios en esa lingua franca de los judíos askenazis y de gran parte de los asistentes. Inicialmente, y dada una actitud más negativa que positiva del sionismo vis-a-vis la diáspora, especialmente durante las primeras décadas de existencia del Estado de Israel, los críticos de tal falencia en el juicio de Eichmann se encontraron con reacciones israelíes que transformaban esa falta de los organizadores en minusvalía de quienes, se argumentaba, tendrían que haber sido también conocedores del hebreo. Eventualmente, surgió una versión condensada, no completa, en lengua idish de dichos boletines. Para Hannah Arendt, el juicio bien pudo haberse desarrollado en alemán. A sus ojos, hacerlo en hebreo tenía visos de “comedia”, no solo por la calidad de las traducciones al alemán surgidas en el juicio, para ella distante de la óptima, sino también por ser “cada uno de los involucrados de quienes saben alemán y piensan en alemán”, en referencia al nacimiento en Alemania de los tres jueces israelíes de Eichmann, no sólo a la identidad germana del acusado y su defensor. Esta observación de Arendt también puede leerse como acaso inspirada por cierta vecindad entre el alemán y el idish (Lipstadt, 2011: 56-58).
17 Tales los casos de la no chequeada batería en uno de los automóviles utilizados, que justamente el día del secuestro debió ser reemplazada a último momento por no poderse recargarla, así como también el desconocimiento del encargado israelí de recibir a Eichmann en el aeropuerto de Lydda de adónde éste debía ser llevado.
18 Para votaciones argentinas en la ONU sobre asuntos ajenos al caso Eichmann, pero de interés para Israel, ver, por caso, Kaufman (1979).
19 Tal lo sostenido tiempo después por Carlos Florit, primer canciller del gobierno de Frondizi (1958-1959). Entrevista del autor a Florit.
20 Entre otras cosas, tal interrogante reflejaba el interés soviético en identificar y resaltar, incluso con nombre y apellido, algunos de los militares y exfuncionarios del Tercer Reich que ocupaban importantes posiciones en países miembro de la OTAN y, a la vez, intimar su eventual abstención a integrar el conjunto de aprobadores de la resolución en cuestión. Va de suyo que del otro lado esto se vio correspondido, por ejemplo, con parte de la nómina de exnazis entre los funcionarios de la República Democrática de Alemania.
21 Ver, por caso, Skorzeny (1979a); del mismo autor, Vive peligrosamente (1979b).
22 El cambio de atmósfera en Argentina también redituó una incipiente primera desclasificación de los mal llamados archivos nazis, más tarde ampliada. Inexistentes tales archivos, lo que el Ministerio del Interior liberó inicialmente fueron registros sobre el tema nazi, exiguos en cantidad y pobres en calidad, a los que se agregaría un más vasto acceso a la documentación diplomática argentina. Durante la existencia de la CEANA, cuyo Comité Académico estuvo presidido por el sociólogo Manuel Mora y Araujo, los historiadores Ronald Newton y Robert Potash como vicepresidentes y el que suscribe como coordinador académico, con los trabajos preparados indiscutiblemente encomendados a destacados especialistas, reconocidos por su catálogo de publicaciones académicas, se observó un salto cuantitativo y cualitativo. Esto permitió una búsqueda exhaustiva en registros diplomáticos, a la que se sumaron papeles de otras reparticiones de gobierno argentino, por ejemplo, de su poder judicial y fuerzas armadas, en especial Ejército y Fuerza Aérea, así como de Fabricaciones Militares. Y ello se vio enriquecido en ciertos temas por el entrecruzamiento de la documentación argentina con otra de Alemania, Austria, Bélgica, España, Estados Unidos, Francia, Gran Bretaña, Italia y Suiza.
23 A propósito de importantes instancias de alejamiento de los hechos incurridos y/o alimentados por Wiesenthal, el altamente valioso volumen de Lipstadt revela, por caso, que la contribución de Wiesenthal a tal captura fue más bien verdaderamente “escasa”. En la biografía de Wiesenthal preparada por Segev, labor que le fuera encomendada por el Centro Wiesenthal, ello queda muy ampliamente ilustrado. Otros han señalado lo mismo a propósito de los hasta 7 mil asesores alemanes que, según Wiesenthal, trabajaban en distintos proyectos egipcios (Lipstadt, 2011: 5; Segev, 2010: 106; Orbach, 2022: 142).
24 Sin entrelazamiento con su actuación durante el nazismo, Globke es también reportado como responsable de otro retraso de años previos, a saber, su actuación como factor retardatario en compartir con Israel el alias de Ricardo Klement al que Eichmann había recurrido antes de asegurarse el visado argentino.
25 En 1978, tras declinar el Supremo Tribunal Federal brasileño la extradición de Gustav Wagner, la “bestia” del campo de Sobibor, el embajador de Brasil en Tel Aviv recibió un llamado en el que se le anticipaba que habría de ser secuestrado, quedando supeditada su eventual liberación a la ya declinada extradición de un Wagner requerido por Israel y otros países.