El silencio de la
guerra
Antonio Monegal (2024)
Barcelona: Acantilado, 307 pp.
Cinthia
Meijide
GEHiGue, Instituto Ravignani,
Universidad de Buenos Aires, Argentina
cinthia.meijide@gmail.com
En
el cortometraje Fuego inextinguible (1969), Harun
Farocki puso en primer plano los dilemas de la
representación de la guerra de Vietnam. Sentado detrás de un escritorio, Farocki dirige la mirada a la cámara y arroja las preguntas
que el film intenta abordar: “¿Cómo enseñarles a
ustedes la acción del napalm? ¿Y cómo enseñarles las heridas causadas por el
napalm?” El problema de método, de técnica y recursos expositivos es también en
la obra de Farocki un dilema ético. En El silencio
de la guerra, Antonio Monegal recupera lo que hay
de inextinguible en la pregunta por la representación de los conflictos
bélicos.
El
silencio de la guerra es un libro sobre la guerra
representada, una exploración de los límites y las posibilidades de los
lenguajes históricamente disponibles para decir una experiencia que desborda la
representación. El volumen articula un prólogo y catorce capítulos construidos
a partir de la reflexión sobre un amplio y heterogéneo corpus de materiales
teóricos y artísticos que configuran representaciones sobre diferentes guerras,
fundamentalmente producidas durante los siglos XX y XXI. Cada uno de los
capítulos propone distintos recorridos que orbitan los dilemas y las soluciones
transitorias para la representación de la guerra, principalmente en la
literatura y las artes visuales, pero también en las artes dramáticas y los medios masivos de comunicación. El libro reconstruye
diferentes formas de aproximación a la guerra como fenómeno a partir del
análisis de representaciones de conflictos particulares, teniendo en cuenta que
los cambios en las tecnologías y las formas de hacer la guerra inciden en los modos
de representarla, los que revierten, a su vez, en los modos de hacer y
comprender la guerra.
El
prólogo introduce al lector en la temática de la obra a partir de la exhibición
de recuerdos personales de guerras mediados por la narración de testigos. El
ejercicio de rememoración del autor permite entrever las instancias de hallazgo
y elaboración de las preguntas que orientan la investigación y articulan el
volumen: “¿Cómo pensar y cómo decir la guerra?” (12), “¿Qué es una guerra para
los que no hemos vivido ninguna en carne propia? ¿De dónde salen las imágenes y
los relatos que organizan nuestro conocimiento de ese fenómeno?” (13) “¿Cómo
acceder a la memoria de unos acontecimientos que no nos pertenecen, de los que
no hemos sido testigos?” (14). Monegal aborda estos
interrogantes y construye una aguda reflexión teórica sobre la representación
del fenómeno bélico, valiéndose de las herramientas propias de las literaturas
comparadas y los estudios culturales.
El
universo de mediaciones culturales que permite aproximarnos a la guerra es, por
supuesto, inmenso e incluye valoraciones diferentes respecto del fenómeno
bélico. La dimensión ética y política de la investigación está inscripta
claramente en la selección del corpus: la propuesta transversal a la estructura
de capítulos consiste en examinar aquellas representaciones que esquivan las
convenciones del modelo épico. Monegal efectúa un
llamado de atención sobre la productividad beligerante de los discursos elaborados
en el molde de la tradición épica, tanto en la literatura como en las artes
visuales y en los medios de comunicación. Frente a la epopeya y los
enaltecimientos heroicos, la atención del autor se desplaza hacia las formas
alternativas de representación que proliferaron a partir de la Primera Guerra
Mundial, concentrándose en la tragedia y la elegía, así como en zonas de
experimentación e inclasificación genérica.
El
primer capítulo constituye un acercamiento a la guerra en tanto fenómeno
cultural, una exploración de las imbricaciones de poéticas y retóricas sobre la
guerra, sus usos persuasivos y sus implicancias ideológicas. Además de revisar
las transposiciones de la guerra en un conjunto de obras artísticas y
literarias, Monegal complementa el capítulo con
reflexiones en torno al impacto de las representaciones en los imaginarios
sociales sobre la guerra: en el arte reverberan los acontecimientos históricos,
al tiempo que las representaciones artísticas pueden suministrar motivos que
permiten hacer imaginable la violencia bélica como opción ante a un conflicto.
Este aspecto se despliega en el segundo capítulo, cuyo punto de partida es la Ilíada,
en tanto matriz dominante para la representación y significación del fenómeno
bélico. Monegal estudia la epopeya como un modelo
narrativo que transporta de modo indisociable imágenes de la guerra,
valoraciones sobre el mundo y modelos de conducta. El análisis de la épica como
ideología que privilegia la hazaña militar y la idealización heroica concluye
en un desvío hacia la exhibición de modelos alternativos de representación de
la guerra que se resisten a la seducción del discurso épico. El contrapunto
entre la representación épica y otras formas de decir la guerra se prolonga en
el tercer capítulo, cuyo centro de gravedad se desplaza hacia el siglo XIX para
revisar y contrastar los procedimientos de representación de las batallas en
los grandes cuadros épicos de los pintores de salón y en la novela realista. En
Stendhal y Tolstói el autor encuentra los
antecedentes de la representación contemporánea del combate, exhibiendo los
desafíos que plantea la representación de la dispersión espacio-temporal
de la batalla y de los acontecimientos heterogéneos, caóticos y mortuorios que
resumimos con el signo de “guerra”. Se muestran aquí soluciones estéticas y
éticas para aproximarnos a la guerra como totalidad inenarrable, imposible de
recomponer como experiencia unificada.
El
cuarto capítulo se concentra en el estudio de dibujos y pinturas y se organiza
a partir del concepto de “vanguardia literal”, propuesto por Francesc Torres
para agrupar todas las piezas artísticas producidas por quienes experimentaron
la guerra. Monegal destaca la dimensión documental e
histórica de este conjunto heterogéneo de producciones que se resisten a un
análisis estrictamente estético. El capítulo se concentra en los legados
pictóricos de las dos guerras mundiales y se proyecta hasta el presente mediante
reflexiones sobre las prácticas de enrolamiento de artistas en los ejércitos y
en programas especiales de arte de combate que expanden el acervo visual de la
guerra. Por su parte, el capítulo cinco se enfoca en la elaboración literaria
de las experiencias traumáticas. Aquí prevalece el estudio de una serie de
novelas que pueden leerse como ejercicios de memoria desplazados en el tiempo.
El análisis gira en torno a la reconstrucción del recuerdo de experiencias
ajenas a quienes escriben a partir de su tratamiento en el plano de la ficción.
El autor describe este tipo de novelas como narraciones de “una experiencia
vicaria diferida” y enfatiza el tratamiento del recuerdo mediante la narración
como instancia de una terapéutica por la palabra que excede al individuo y pone
en juego la dimensión colectiva de la memoria.
El
capítulo sexto repone debates sobre la representación del Holocausto, al tiempo
que contrasta las posibilidades y limitaciones del testimonio y la ficción para
recrear experiencias no imaginables e inaccesibles de forma inmediata. Monegal revisa la literatura concentracionaria
producida por sobrevivientes, así como novelas escritas décadas después del
Holocausto por escritores que no estuvieron allí. El autor acentúa, antes que
los aspectos miméticos y cognitivos, el impulso ético en el género testimonial,
lo que permite compatibilizar el sinsentido con el recuerdo. Por otra parte,
destaca los recursos específicos de la ficción en tanto vehículos alternativos
para tramitar el testimonio y la memoria. El análisis de las posibilidades y
los recursos de la ficción para la representación de los conflictos bélicos se
despliega en el capítulo siete, que estudia la novela El sitio de los sitios,
de Juan Goytisolo, y el film Antes de la lluvia,
de Milcho Manchevski. El
autor muestra los procedimientos mediante los cuales la literatura y el cine
pueden operar desplazamientos temporales y desajustar las cronologías que
ordenan, significan y a veces justifican la guerra. Las obras analizadas
movilizan recursos poéticos para socavar la secuencia lógica de los acontecimientos,
dislocando la temporalidad de la narración para impedir cierres conclusivos.
Atendiendo al lugar central que ocupan las narrativas audiovisuales en las
sociedades contemporáneas, el capítulo ocho está consagrado
al cine. La reflexión se organiza alrededor de los dilemas específicos de la
representación de la guerra en el marco de las convenciones del cine bélico y
de los supuestos sobre el realismo que subyacen a la intención de mostrar la
guerra “tal cual es”. Para estudiar las posibilidades de un cine antibélico que
exhiba la guerra eludiendo el sensacionalismo de la violencia, el análisis se
desplaza hacia un corpus de ficciones y documentales que se apartan del
discurso épico, de la espectacularidad de la batalla y del punto de vista
exclusivo del combatiente.
El
capítulo nueve se enfoca en los procesos de circulación, reelaboración y
reciclaje de imágenes que se han convertido en iconos de conflictos bélicos.
Aquí, Monegal estudia el tratamiento artístico y
activista de las imágenes, la producción de sistemas segundos de significado
crítico y la actualización de los marcos interpretativos a partir de
procedimientos como la descontextualización y recontextualización de imágenes
icónicas y la yuxtaposición de imágenes que pertenecen al archivo de la
violencia bélica y aquellas que ilustran las noticias cotidianas de las guerras
en curso. El análisis pone de relieve el perfil referencial y documental de la
imagen fotográfica y su apertura simultánea a una serie abierta de
interpretaciones y reelaboraciones en diferentes contextos. En la perspectiva
del autor, las políticas y las estéticas del reciclaje de iconos permiten
rescatar las imágenes de la proliferación infinita y del consumo fugaz al que
son sometidas en las lógicas de la información y la novedad.
El
décimo capítulo prolonga la indagación en la crítica y el activismo a través de
las imágenes. La reflexión se orienta hacia las estrategias de inscripción
visual de las víctimas civiles ausentes. El corpus analizado incluye imágenes
que evocan de forma oblicua la muerte y la desaparición de víctimas anónimas en
el marco de guerras, al tiempo que el horizonte de la investigación se amplía
hacia otros tipos de conflictos violentos que no se ajustan a las definiciones
convencionales de la guerra. El autor examina las posibilidades de imágenes que
denomina retrospectivas o elegíacas para capturar vestigios del pasado en el
presente a través de la metonimia, el enigma y la abstracción como recursos
disponibles para un activismo visual que ponga en cuestión las funciones y los
usos de las imágenes en nuestro tiempo. La persistencia del pasado en el
presente se reanuda en el capítulo once, organizado a partir de la revisión de
materiales documentales y artísticos producidos en torno a las excavaciones
forenses y las exhumaciones de los restos de víctimas de la violencia bélica,
fundamentalmente de la guerra civil española. La distancia temporal entre la
exhumación –literal y figurada– y el acontecimiento invita al autor a revisar
el efecto del tiempo en las preguntas que podemos formular ante el silencio de
las sepulturas. La operación de lectura enfatiza el anclaje del pasado en las
preocupaciones contemporáneas, así como la dimensión discontinua, dinámica y
performativa tanto de la memoria como del olvido.
El
capítulo doce está dedicado a los museos de la guerra
y a las intervenciones de estas instituciones en la elaboración de la historia
y la memoria de los conflictos bélicos. Aquí, Monegal
revisa diferentes soluciones empleadas para construir archivos y colecciones,
así como para elaborar y exhibir discursos que den cuenta de la complejidad de
los conflictos armados. Las dificultades específicas para representar en museos
estatales las experiencias de las guerras civiles le permite al autor explorar
alternativas para construir espacios museísticos que se aparten de las
narrativas más convencionales, organizadas a partir de guiones solapada o
abiertamente épicos. La apuesta del autor para la evocación de experiencias
bélicas y la elaboración de la memoria en los museos gira en torno a la cultura
material de la guerra y al tratamiento semiótico de objetos como signos que
connotan una experiencia irrecuperable. Por otra parte, el capítulo trece
confronta la producción, la circulación y el consumo masivo e instantáneo de
imágenes de la guerra con el tratamiento artístico que intenta sustraer a las
imágenes de la velocidad de la noticia, del circuito de la mirada fugaz y el
descarte. En el marco de sociedades saturadas de imágenes, el autor examina las
dificultades para salvar la distancia infranqueable entre experiencia y
representación a partir del análisis de la obra del artista visual chileno
Alfredo Jaar. Aquí, la reflexión se concentra en las
vías indirectas y oblicuas de mediación, particularmente en proyectos
artísticos que cuestionan la figuración realista y la banalización de la
violencia a partir de estrategias de sustracción y omisión de imágenes para
convocar la mirada del espectador hacia el límite de la representación.
El
último capítulo lleva el mismo título que el libro y funciona como una
conclusión del estudio. El autor sintetiza el panorama construido y las
diferentes soluciones de representación que se desmarcan de la tradición épica.
El ejercicio de reflexión sobre los modos de representar la guerra concluye con
un acercamiento a las artes dramáticas a partir de la revisión de Incendios,
obra del dramaturgo canadiense de origen libanés Wajdi
Mouawad. La meditación en torno a Incendios
conduce a una puesta en valor del modelo clásico de la tragedia como género
disponible y productivo para ensayar representaciones de las múltiples formas
de violencia que configuran la experiencia bélica.
En
El silencio de la guerra, todo lo dicho está organizado en torno al
centro silencioso de la experiencia intransferible. Es alrededor de ese
silencio que se despliega una obra que asedia, de muchas formas, la guerra. El
volumen constituye un ensayo elocuente y un aporte generoso a la investigación
sobre los modos de imaginar y decir la guerra en la literatura, el arte y los
medios de comunicación contemporáneos. Asimismo, la construcción del panorama y
la atención en el detalle de las representaciones singulares que se analizan
proporcionan al lector un recorrido valioso para comprender el lugar de la
guerra en la cultura.