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(E. H. Gombrich Lecture Series, 3) de Jonathan Bate. Princeton y Oxford: Princeton University Press, 2019, 384 pp.; ISBN 978-0-691-16160-0
Lucas Margarit
Universidad de Buenos Aires, Argentina
Jonathan Bate, uno de los principales conocedores e investigadores de la obra de William Shakespeare, es Rector de Worcester College y profesor de Literatura Inglesa en la Universidad de Oxford y es también profesor de Retórica en el Gresham College y ha sido miembro de la junta directiva de la Royal Shakespeare Company. Ha publicado numerosos libros entre los cuales destacamos The Genius of Shakespeare (1997), Soul of the Age: A Biography of the Mind of William Shakespeare (2008), una biografía del poeta laureado Ted Hughes: Ted Hughes: The Unauthorised Life y un trabajo que es claramente un antecedente del libro que estamos comentando: Shakespeare and Ovid (1993).
En How the Classics Made Shakespeare se cruzan dos perspectivas, la de la influencia y la de la apropiación, las cuales nos conducen a pensar qué y cómo se leía en el siglo XVI en Inglaterra (especialmente a través de la figura de William Shakespeare) y de qué modo esas lecturas moldearon no sólo un contexto cultural –incluso político- sino, sobre todo, la conformación de Shakespeare como poeta y dramaturgo según sus diferentes maneras de apropiarse y resignificar los textos que circulaban en ese tiempo y retomando recursos retóricos y poéticos de la Antigüedad clásica, sobre todo latina.
El libro se compone de 14 capítulos que nacen de las conferencias dictadas en el Instituto Warburg de Londres en 2013. A través de cada uno de ellos se van desarrollando diferentes acercamientos a las problemáticas que nos propone Bate en torno a la obra shakespeareana: de qué modo se produjo la influencia de la literatura y de la filosofía de la antigüedad clásica en la escritura de William Shakespeare. Si bien Ben Jonson había sostenido lapidariamente la frase “Thou hadst small Latin, and lesse Greek.” en el poema “To the Memory of My Beloved, the Author, Mr William Shakespeare” que figura en la edición In folio (1623), podemos suponer que no era tan radical esta afirmación. El libro de Bate, justamente, nos lleva a rever esta idea acerca de lo que significaba en los siglos XVI y XVII tener conocimiento de las lenguas y de la cultura clásicas y considerar también los contextos de producción de ambos dramaturgos. Recordemos que Ben Jonson formaba parte de los dramaturgos con una educación universitaria (university wits) y que Shakespeare –por los datos que han llegado a nosotros- se educó en una grammar school, es decir una escuela pública.
El libro nos propone una serie de relaciones que se entrelazan en la obra del autor inglés de diferentes maneras, no solo a través de los motivos que los textos presentan, sino también a partir de la influencia formal y de las analogías que se establecieron a lo largo de la historia con respecto a las interpretaciones de los textos clásicos.
Un aspecto que me interesaría destacar del libro de Bate es la serie de diálogos que mantiene con obras críticas relevantes acerca de las posibles maneras de enfrentar esta serie de influencias shakespereanas, entre ellos las figuras de Aby Warburg y la de Ernst Curtius son fundamentales a la hora de señalar cómo ellos establecieron también relaciones entre el Renacimiento o la Baja Edad Media con el pasado greco-latino.
Otro aspecto que toma Bate para esta perspectiva de Shakespeare es que el dramaturgo no sólo tuvo acceso a un número limitado de obras de la Antigüedad, sino que también le ha llegado a través de la recepción de obras de sus contemporáneos, ya sea como lector o como espectador, incluso, más interesante aún, como actor: el ejemplo que comenta Bate es el de Shakespeare representando al personaje de Tiberio en la obra Sejanus His Fall de Ben Jonson, estrenada en 1603. Bate considera así que la influencia de una serie de obras clásicas (Cicerón, Séneca, Virgilio, Ovidio, Juvenal, Plutarco, etc.) en la mentalidad y en el contexto cultural isabelinos, no son sólo directas, sino que evidentemente hay que suponer la existencia de influencias indirectas o mediatizadas –por ejemplo a través de la circulación de los ensayos de Montaigne– de los textos del mundo greco-latino en las piezas y en los poemas de Shakespeare y de allí, en el modo en que era recibida por la audiencia isabelina, ya sea en el teatro público como en el privado.
A partir de la afirmación de que Shakespeare tenía una inteligencia clásica, el investigador extenderá una serie de registros –tragedia, comedia, poesía, etc.– donde analizará los diferentes modos en que estas influencias tienen lugar. Es más, la labilidad con que Shakesepare utiliza sus fuentes clásicas da cuenta también de una nueva relación que se establece entre los autores isabelinos con el mundo clásico y con las auctoritates. Según Bate, Ovidio fue una influencia destacada que le enseñó la importancia de la “extreme human passion” que es, justamente, lo que destaca al gran arte de la mera escritura y así es como lo entiende Shakespeare. Tal es así que, en un período de crisis y mutaciones, una obra como Metamorfosis tendrá un lugar central en el contexto ya sea por la celebración del eros y el lenguaje de la seducción como por el cambio y la mutabilidad como lo único que permanece durante la existencia, idea de cambio que también relaciona la obra de Shakespeare con la de Horacio, sobre todo en la concepción del tiempo como devorador en los Sonetos.
Por otra parte, del mismo modo que la retórica romana (Cicerón y su influencia en los tratados) señalaba como uno de los poderes de la persuasión el uso de las comparaciones entre elementos del presente y del pasado, también Bates señala que Shakespeare recupera estos motivos, pero sobre todo destaca el modo de desarrollar estas comparaciones siguiendo la obra de Plutarco, por ejemplo. No es sólo el tema sino también cómo se recuperan las formas de concebir el pasado clásico en un presente renacentista.
Si Shakespeare remite como hombre renacentista al período clásico, sin duda lo hace sin perder las coordenadas de su época en tanto crítica social y política, pero también recobrando nuevas formas de producir sentido a partir de una tradición dada. La traducción es otro de los elementos que entran en juego: es decir qué obras circulaban y que Shakespeare pudo haber leído. Todos estos aspectos hacen del libro de Bate no sólo un nuevo acercamiento al período Tudor y su cultura, sino también a pensar de qué modo Shakespeare leía y se apropiaba de sus fuentes o de aquellos textos que circulaban en Londres a fines del siglo XVI y principios del XVII. Es claro que no es un tema nuevo, pero al abordarlo desde esta mirada renueva un tópico que nos lleva a otros registros de intertextualidades y de resignificaciones del pasado. Por otra parte, este libro pese a tener un corpus de notas que atestiguan una gran erudición, no por ello se hace ilegible a un lector no especializado.
Si los poetas latinos Horacio, Ovidio y Virgilio formaban parte central de la educación isabelina, el modo en que Bates devela esta manera de circulación del saber hace que este libro sobre la conformación de la figura de Shakespeare nos conduzca a repensar los intercambios y los orígenes del teatro y la poesía shakespeareanos como una marca de su época y de las relaciones que ha establecido tanto con su contexto intelectual y político como artístico.